08# PARTE UNO
I
Había pasado ya una semana desde que detuvieron a Fina, y Marta estaba desesperada. Apenas dormía, estaba abrumada con toda la situación que le empezaba a superar y se sentía totalmente impotente por no saber cómo ayudar a su novia.
Estaba descuidando sus labores de directora, pero a su suerte y sabiendo de la situación en la que estaba, nadie se lo reprochaba, es más, lo entendían y cubrían sus funciones lo mejor que podían.
Ah, pero, ¿todos lo entendían? No, claro que no... porque ahí estaba Jesús, machacándola todos los días y recalcándole a gritos que él se merece ese puesto, que él sí se preocupaba por la empresa y que ella solo tenía ojos por una chica a la que ella se redujo en sus más bajos instintos.
Estaba siendo cada vez más tóxico, causándole varios encontronazos con su padre que no permitía ni iba a permitir que un engendro como él volviera a ocupar el puesto de director, y mucho menos cuando Marta en apenas dos meses había demostrado que valía mucho más para ese puesto que él.
¿Siempre iba a ser así? ¿es qué no tenía escrúpulos por nada?
Había días que parecía ser más un humano que un monstruo... y el día de hoy parecía ser uno de ellos o, al menos, el inductor de ello.
Abre la puerta corrediza del despacho y se encuentra de bruces con una ausente Marta, que ya parecía un espectro que deambula por la casa. La rubia parece no haberse percatado de su presencia, yendo directa por las escaleras para subir por ellas con una lentitud que no es normal en ella y, además, tiene la necesidad de sujetarse de la barandilla para subir por ellas.
—Marta, deberías estar- —Sí, ya iba a reprocharle una vez más su supuesta falta de responsabilidad en sus funciones, pero ver a su hermana tambalearse en sus pasos que incluso casi se cae, parece tocar un poco su fibra sensible— ¡Marta! —Corre hacia ella y la sujeta de los brazos, ayudándola a reincorporarse y mantenerse firme— ¿Se puede saber que te pasa? —La mira de arriba a abajo, viendo las ojeras que trae y como le cuesta mantenerlos abiertos— Por Dios, ¿cuánto has dormido?
—No he dormido... —responde arrastrando las palabras por el agotamiento que lleva y ni contar de la tristeza.
—¿Desde cuándo?
Marta no responde, solo lo mira inexpresivamente y con los ojos entrecerrados, viendo a su hermano algo borroso y sin fuerzas ni para discutir. Su silencio es suficiente respuesta para Jesús, que llega a tragar saliva y mirar a su alrededor, viendo que justo cuando necesita ayuda, no hay nadie.
—Marta, tienes que dormir para dirigir la empresa.
—¡Me importa un comino la empresa! —A pesar del agotamiento, saca las fuerzas de donde sea para saltarle a su hermano, incluso se suelta de su agarre con brusquedad, prefiriendo arrastrarse por las escaleras— ¡Fina es lo único que me importa! ¡y no puedo ayudarla! —Explota, rompiendo a llorar, derrumbándose ante su hermano que es algo que nunca ha querido ya que no quería darle motivos para que se burlara de ella ni que la humillara, como se ha acostumbrado a hacer desde que sabe que Fina es su pareja.
Jesús es, sin duda alguna, orgulloso a más no poder y no le gustaba recibir ningún tipo de rechazo. Arruga la nariz y respira hondo, apunto de mandar a freír espárragos a Marta y dejarla a su suerte, pero algo dentro de él le empuja a no dejarla sola y menos en ese estado, echa un mar de lágrimas y echa casi un ovillo en los escalones.
Estaba teniendo otro ataque de ansiedad: le costaba respirar y solo sabe nombrar a Fina y culparse por su encarcelamiento, totalmente hundida en su tristeza.
Marta, desde pequeña, siempre ha tenido que mantener las formas y se acostumbró a nunca llorar incluso delante de sus hermanos, así que verla en ese estado es una sorpresa para Jesús, que la ve con los ojos abiertos de par en par y prácticamente no reconociéndola.
Alarga su mano para apoyarla en uno de sus hombros en un apoyo en vano, porque es interrumpido por Andrés que aparece detrás de ellos y ve el panorama.
—¿Marta? —Andrés mira con odio a Jesús— ¿Qué le has hecho, maldito desgraciado? —dice, subiendo las escaleras corriendo y llegando junto a Marta, envolviéndola con uno de su brazos mientras la mira con cariño y con una pena que le rompe el corazón.
—¿Y qué le podría haber hecho, eh, listillo? —responde Jesús con ironía y casi ofendido por dudar de él.
—Disfrutas hundiendo a todos los que te rodean, incluyendo a tu hija —le dice, lanzándole una mirada que si las miradas matasen... Jesús ya estaría sepultado bajo tierra—. No toques a Marta, ¿te queda claro?
—Oh, ya ha llegado el gran salvador —dice irónico, y no esconde la risa sarcástica—. Esta situación la supera, por Dios, ¡mírala! Y si tan salvador eres, ¿cómo es que no te has preocupado de que nuestra hermana durmiera? —La señala, que ahora estaba cobijada entre los brazos de su hermano pequeño ya casi dormida de la fatiga— Porque si fuera así, no estaría en ese estado tan deplorable.
—¿Y qué me dices de ti, Jesús? Que solo sabes pensar en tu bienestar, que te importa bien poco como está Marta en realidad. —Coge a Marta en brazos y le echa una última mirada a su hermano mayor—. No vuelvas a acercarte a Marta, ¿lo has oído?
—¡A sus órdenes, mi general! —se burla, simulando la posición militar y mirándolo con una sonrisa burlona.
Andrés lo mira con asco, una mirada que solo puede darle desde hace mucho tiempo; claramente había dejado de verlo como a su hermano, ese hermano que fue capaz de mover cielo y tierra por recuperarle la cometa cuando eran pequeños: ese Jesús de buen corazón dejó de existir hace muchos años.
Niega con la cabeza y sube las escaleras para llevar a Marta a su habitación y que pudiera descansar aunque fuera por una hora... porque es lo máximo que se permite descansar la rubia.
Jesús no le quita el ojo de encima hasta que lo pierde de vista, que entonces su expresión cambia a una de preocupación de verdad.
«¿Tanto ama a esa chica?», se cuestiona, pero enseguida se olvida de esa cuestión porque tiene el prejuicio muy integrado en él.
II
Julia estaba en una de las salas de descanso de la casa, concretamente la del piso de arriba. Está sentada en el sofá y estaba mirando un álbum de fotos, ese que su abuelo le gustaba ver cuando se sentía nostálgico o tenía una discusión importante con sus hijos, especialmente con Marta.
Jesús justo pasa en frente y ve a su hija de refilón, olvidándose de que tenía que ir a reunirse con Pedro y entra con una sonrisa.
—Julia, cariño, ¿qué haces con el álbum del abuelo?
—Hola papá —lo saluda con una sonrisa de vuelta, pero enseguida vuelve a mirar las fotos—. Estaba viendo las fotos de cuando erais pequeños.
—¿Por algún trabajo? —pregunta curioso, y como si fuera lo único que le importara que hiciera Julia. Entra a la sala y se sienta a su lado, mirando las fotos de dichas páginas.
—No, pero me gusta imaginaros de pequeños, y jugando entre vosotros —le confiesa, mirándolo con esa inocencia que aún permanece en ella a pesar de su edad.
Jesús ríe con gracia y es él mismo que pasa la página del álbum, encontrándose con dos donde solo salía él con su hermana: el que más llama su atención es él de pequeño, de unos cinco años. Estaba cogiendo con torpeza pero con mucha ilusión a una Marta de pocos meses que lo miraba con mucha atención.
Por inercia y como si algo dentro de sí se lo dijera, toma con delicadeza el álbum y lo pone sobre sus piernas, acariciando esa foto en concreto y sonriendo tontamente, recordando a arduas penas el como cogió por primera vez a su hermanita después de insistir mucho a sus padres.
—¿Sois tú y tía Marta? —pregunta Julia, asomando la cabeza para ver la foto que mira tan atento su padre.
—Sí, hacia muy poco que había nacido... y era la primera vez que la cogía. No te puedes hacer la idea de como insistí a mis padres para que me dejasen acunarla entre mis brazos. —Ríe con nostalgia, dejando el álbum de nuevo en la mesa.
—Parecíais muy unidos, ¿por qué ahora ya no?
—Bueno... cariño, los adultos a veces nos distanciamos por distintos motivos —le explica mientras entrelaza sus dedos y apoya sus codos sobre sus piernas, mirando de reojo a las fotos y en unos pocos segundos, ve delante de sus ojos como su relación con su hermana ha cambiado drásticamente, especialmente desde que sabe de su sexualidad.
—Pero... ¿por algo malo? ¿os habéis peleado? —pregunta, girándose sobre el asiento para mirar preocupada a Jesús, demostrando una vez más el corazón puro e inocente que tiene.
—¿Malo? —La mira sorprendido, pues ni él mismo sabe que responder. Mira hacia el frente y a la nada misma, abriendo levemente los labios y torciendo su mandíbula inferior. Baja la vista y tras asentir con la cabeza, vuelve a mirar a Julia— No, claro que no... solo... que tenemos puntos de vista distinto y eso nos ha alejado un poco... —explica como si muy en el fondo supiera que Marta se haya enamorado como se ha enamorado, realmente no es algo malo... sino que le tiene algo de envidia por poder tener a alguien a quien amar como se debe.
—¿Y es algo que se pueda arreglar? ¿puedo ayudar de alguna manera? Tía Marta está muy triste últimamente... ¿no la vas a ayudar aunque estéis peleados?
Su preocupación enternece a Jesús, haciéndole reír por debajo de la nariz y mirándola como si fuera su pequeño rayo de luz entra tanta oscuridad.
—Sí, cariño, claro que se puede arreglar... y claro que la voy a ayudar. —Alarga una de sus manos para envolver una de las suyas, estrechándola con firmeza—. Te lo prometo, Julia. Tu tía pronto estará bien, ¿de acuerdo?
Julia le sonríe ilusionada, asintiendo con la cabeza emocionada.
III
Jesús estaba con su vaso de coñac mientras veía a la nada misma por la ventana; estira los labios y mira la hora de su reloj: parecía impaciente.
Escucha como se abre la puerta corrediza y ve a Teresa, dejando paso a Santiago.
—Llegas tardes —dice sin preámbulos Jesús, acercándose al escritorio y dejando el vaso de coñac a un lado, sobre un posavasos.
—Lo siento don Jesús, me he retrasado con unos asuntos personales —se disculpa avergonzado, no sin antes mirar atrás, viendo como Teresa cierra las puertas para dejarlos a solas—. ¿Para qué me ha citado? —Sonríe con cierta ingenuidad— Es para volver a contratarme, ¿verdad? Y hacer el trabajo que su hermana no sabe hacer.
—Santiago, Santiaguín... —No se corta: se ríe prácticamente en su cara— Que equivocado estás. —Señala una de las sillas con su mano—. Siéntate. Seré breve —dice en lo que se sienta él y le mira con bastante poca paciencia.
Santiago frunce el ceño y le mira consternado: ¿en serio no le van a re-contratar? A sus ojos, fue despedido injustamente y que volver a contratarlo debería ser un agradecimiento por denunciar a Fina por, según él, ser una manzana podrida y demás sinónimos que no son necesarios ni nombrar.
Como que con los hombres no se atreve a replicar como sí lo hace, cobardemente, con Marta, se sienta como bien le ha indicado Jesús y, simplemente, se queda callado y le mira entre expectante mezclado con cierta inquietud.
—Venga, adivina, ¿para que te he hecho llamar? —Pareciera que tuviera ganas de jugar con él por la manera en que le sonríe falsamente pero a la vez disfrutando de verlo desamparado y sin saber porque está ahí.
—Pues... ya se lo he dicho, don Jesús, pensaba que iba a hacer las cosas bien y no como la estúp- —Se muerde la lengua a tiempo, a punto de insultar a su hermana— como doña Marta, que claramente no sabe dirigir la fábrica.
—¿Qué no sabe? —La risa que se gasta descoloca aún más al chico— Me duele reconocerlo, pero mi hermana es una de La Reina más que capaz para sobrellevar una faena como la dirección. —Defiende, sorprendentemente, a su hermana, aquella a la que guardaba rencor desde que, bajo su punto de vista, le arrebató su puesto de trabajo— ¿De verdad qué no lo vas a adivinar? una pena... —le arruga el labio inferior, simulando una expresión triste claramente falsa.
—Si me ha llamado para faltarme el respeto, no hace gracia —dice brabucón como él solo, pero a diferencia que con Marta, lo dice con cierto temblor en su voz, sintiéndose humillado por la actitud de Jesús.
—A mí sí —responde sin excusas y le vuelve a sonreír falsamente, una sonrisa que mantiene y no le quita la vista de encima mientras abre uno de los cajones y saca un boletín.
Baja la vista tras coger una pluma y empezar a rellenar un cheque; lo arranca de la libreta y se lo tira prácticamente a la cara.
—Ese dinero te servirá para aguantar un tiempo hasta encontrar un trabajo. Vete de Toledo, Santiago. Ah... no sin antes retirar la denuncia a Serafina Valero.
—Le digo lo mismo que le dije a doña Marta en su día: no voy a aceptar vuestro apestoso dinero. —Se levanta de mala gana y tiene el santísimo valor de coger el cheque y romperlo delante de sus narices y, para colmo, tirárselo a la cara— ¡Deberíais darme las gracias y besarme los pies por denunciar a esa degenerada! —Le encara, señalándole con el dedo.
Jesús, con todo el mal carácter que tiene, da una fuerte palmada en el escritorio con ambas manos y se levanta de manera tan agresiva que Santiago retrocede asustado, tanto que incluso se tropieza con sus propios pasos.
—¿Quieres que sea directo? Bien, lo haré. —Se abrocha uno de los botones de su chaqueta y no duda en acercarse al contrario, con una calma que asusta más al contrario—. O retiras esa denuncia o me ocuparé personalmente que vivas bajo un puente, o mejor todavía... que te pudras en una cárcel por ser un asqueroso acosador y violador.
—¡Soy un hombre hecho y derecho! —Se defiende, como si el intentar abusar de Fina en la tienda fuera lo correcto.
Jesús, perdiendo los nervios, lo coge del pescuezo y estampa su mejilla en el escritorio, dejándolo arrodillado en el suelo mientras aprieta su cara en la mesa y éste intenta zafarse entre quejidos.
Con su mano libre se desabrocha uno de los botones y saca un sobre del bolsillo interior. Lo tira a un lado de su cara y lo deja libre de mala gana.
—Abre ese maldito sobre. Vamos, ¿qué contiene el sobre?
Santiago, que ha quedado sentado en el suelo y apoyado en la mesa, lo mira desde abajo totalmente aterrorizado mientras se acaricia la mejilla que ha sido golpeada en el escritorio. Temblando, coge el sobre y lo abre con esfuerzo ya que sus manos no paran de tiritar; al abrirlo se encuentra con varias denuncias contra él de todas las chicas a las que ha acosado e incluso violado, motivo real por el que quería ser comercial: podía viajar por toda España y hacer de las suyas, según él, ser un hombre de verdad.
—¿Qué es esto...?
—Denuncias que la propia guardia civil tiró a la basura porque no se creyeron una palabra de esas mujeres. Pero mira, te has encontrado que has intentado propasarte con una empleada de una gran fábrica. —Se acuclilla, quedando cara a cara para ver el miedo en sus ojos—. No tienes ni idea de como me gusta el dinero... ¿sabes la pérdida que hemos tenido en esta semana por tu culpa? ¿por crear tan mala imagen a la empresa al inventarte esa mentira de mierda?
—¡No es mentira! —le grita aún con la voz temblando y temeroso.
—¡Qué no me repliques! —le devuelve el grito junto a un manotazo a la mesa, muy cerca de su cara, obligándole a cubrirse la cabeza con sus brazos al creer que iba a llevarse una bofetada en toda regla— ¿Entiendes de una vez la situación? Quita esa denuncia, coge el maldito cheque y lárgate de Toledo para nunca volver. Y, a cambio, yo no te denuncio. —Se pone en pie, mirándolo desde arriba como la cucaracha que realmente es— ¿Lo has entendido o tengo que ser más tajante?
Santiago no le sale la voz del miedo que tiene, solo pudiendo asentir con la cabeza repetidas veces como que ha entendido su amenaza.
—Buen chico, muy bien. —Le da un par de palmadas en la mejilla, tratándolo como a un perro para volver a la mesa y volver a rellenar un cheque nuevo.
Santiago se sujeta de la mesa para ayudarse a levantarse, notando como le tiemblan las piernas, y le tiemblan tanto que siente que va a caerse de culo de nuevo.
En lo que tarda en levantarse, Jesús ya le está estirando el cheque lanzándole una mirada que no querría dos.
—No te desvíes del camino, Santiago. Quiero ver como vas directo al cuartelito para quitar esa denuncia, y vas a decir que todo ha sido mentira porque lo hiciste por venganza. Algo que es, en realidad, verdad. —Le recalca lo que debe hacer—. Porque si no, te aseguro que te encontraré y no seré tan amable, ¿te queda claro?
—Sí, don Jesús... —responde con la voz temblorosa, cogiendo ese cheque y, con la cola entre las piernas, se va del despacho totalmente humillado, avergonzado, con la hombría herida y, por encima de todo, con un terror que nunca ha sentido en su vida.
Jesús sonríe satisfecho. Se sienta en la silla y no duda en hacer una llamada a su contacto de la guardia civil, queriendo estar informado de que Santiago fuera a retirar la denuncia de verdad.
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