08# PARTE DOS
I
Marta estaba en la sala de estar, sentada en el sofá, abrazada a una almohada y con la mirada perdida, y no hacía falta ser un genio para saber que su angustia es por Fina.
Begoña, con un libro en la mano y en busca de algo de paz en esa casa —y especialmente de alejarse de Jesús y sus manipulaciones—, se encuentra a su cuñada ahí, sentada y muy quieta, dejándola parada a ella porque no se esperaba verla, y le sorprendía.
Marta la ve por el rabillo del ojo, mirándola aún sumida en sus pensamientos. Mira a su cuñada y cuando se percata de la situación y que tal vez le sea incómodo para Begoña, deja la almohada a un lado.
—Lo siento, te dejo el salón para que puedas estar tranquila —dice con intención de levantarse, pero Begoña enseguida la detiene al estirar su brazo.
—Marta, tú nunca me vas a molestar. Solo... me sorprende que no estés con Fina ahora —le confiesa con el mayor tacto posible.
—No le gusta que vaya tan seguido a verla al calabozo... así que estoy intentando hacer tiempo para ir a la tarde y reducir las visitas... —explica con cierta desgana pero sobre todo con dolor por no poder estar con su chica.
Begoña frunce el ceño y la mira sin entender absolutamente nada, llegando a tirar su cuerpo un poco hacia atrás.
—Marta... me es difícil de creer que no lo sepas —dice aún confundida.
—¿Qué debería de saber? —pregunta, curiosa.
—Fina... ella ya está en casa. Ha vuelto hace apenas unos minutos. —La reacción de Marta es como para enmarcar, pues llega a removerse en su lugar y mira a su cuñada como si no hubiera procesado correctamente la información, quedándose muda—. ¿En serio no te han dicho nada? —Sacude la cabeza para quitarse esa duda de la cabeza de una vez, y enseguida se aparta de la puerta para invitarla a ir a por su novia— ¿A qué estás esperando? está en la cocina con Digna y Andrés, ¡vamos, corre! —La invita, no pudiendo evitar sonreírle amistosamente.
Marta, a medida que Begoña hablaba, su cuerpo reacciona con cierta lentitud mientras su cerebro procesaba la información de la vuelta de Fina. Se va levantando poco a poco, casi a cámara lenta en lo que siente como si su corazón volviera a latir después de haberse parado durante una semana entera.
No puede evitarlo: tapa sus labios con sus manos, escondiendo su sonrisa de alivio y felicidad en lo que sus ojos se empañan de la emoción.
Su reacción tan tierna y viendo el brillo volviendo a sus ojos, Begoña le hace un ademán con la cabeza, susurrándole un «venga, ve».
El cuerpo de Marta se mueve solo al explotar de felicidad: agradece a su cuñada al sostenerla de los brazos por tan solo un segundo, pues no pierde el tiempo en salir corriendo y cruzar todos los pasillos que le llevan hasta la cocina de la casa.
Abre la puerta con tanta ímpetu que parecía que la iba a arrancar: y ahí estaba, su preciosa Fina.
La ve sentada con Digna a su lado, quien le acariciaba la espalda mientras Andrés está apoyado en la mesa de la cocina, detrás de ellas mientras preparaba té para la recién llegada.
La puerta se había abierto tan de golpe, y con cierta brusquedad, que es inevitable que todos los ojos se centren en la recién llegada.
—Fina... —susurra Marta, casi como si la contraria la hubiera hechizado con un conjuro de amor.
—Marta... —susurra Fina al segundo después, sintiendo como el alma volvía a su cuerpo con solo ver al amor de su vida, sonriendo bobamente.
Los segundos que pasan mirándose y abrazándose con la mirada les parece eterno; esos segundos que les permite existir solo ellas dos, de por fin tenerse delante la una a la otra.
Marta no deja pasar más tiempo separada de su novia, y suerte que Digna reacciona a tiempo y se aparta del camino, pues su sobrina da tal carrera que la hubiera empujado para quitarla de en medio.
Marta había salido disparada hacia Fina, llegando a deslizarse por el suelo al arrodillarse y abrazarse a ella por la cintura, mirándola desde abajo como si no se creyera del todo que la tuviera al fin en casa.
Los ojos de ambas están cristalinos y se pierden en la mirada de la una en la otra. Fina lleva sus manos a las mejillas de Marta, acariciándolas con sus pulgares como si estuviera comprobando que nada de eso es un mero sueño.
No pueden evitarlo: la sonrisa se hace presente y la mirada les brilla aún más, rompiendo a llorar de la alegría en lo que se abrazan casi con desespero. Marta se aferra a su espalda mientras que Fina la envuelve completamente con sus brazos, estrechándola lo más fuerte que podía mientras llena su cabeza y frente de besos, haciéndola reír: esa risa que siempre logra que su corazón baile feliz.
Las dos se pierden en su amor, sin importarle que hubiera más personas a su alrededor.
Andrés y Digna, siendo simplemente espectadores, las miran con un cariño eterno junto a una sonrisa llena de alivio, estando felices por ellas. Deciden que, por una vez, no tuvieran que mantener las apariencias delante de otras personas ya que querían que, simplemente, se sintieran seguras con ellos.
Querían que al menos con ellos no tuvieran que esconder ese amor tan puro y bonito que tienen, porque ellos no iban a permitir que nada malo les pasara: nunca más.
II
Jesús baja por las escaleras, dispuesto a ir al mirador para leer tranquilamente el periódico, pero se para en seco en cuanto desde el pasillo ve a Marta abrazando por la espalda a Fina. Miraban el paisaje que tenían en frente mientras estaban envueltas en una manta que las cubre a ambas.
En esa casa los sabían todos —a excepción de Julia y Teresa— así que, ¿para que cortarse? Tienen la suerte de que todos fueran aliados menos Jesús, quien no tuvo otra opción que guardar el secreto de su hermana bajo la amenaza y advertencia de su padre, y porque si fuera a denunciarla lo tendría todo en contra porque todos las defenderían: sería su palabra contra la de todos ellos.
Pero, ¿tal vez lo acepte un poco? ¿o simplemente se ha hecho a la idea y ya está? Las ve de lejos sin saber cómo sentirse exactamente: si sentir asco por el amor que se profesan, mentalizarse y entender que en realidad no hacen daño a nadie y seguir con su vida, o alegrarse por ellas por haber salido de esa pesadilla que él mismo ha permitido y ayudado.
Jesús a veces parecía que tuviera dos voces que le guiaba: el típico ángel y demonio que le dan consejos y, al final del día, uno acaba teniendo más peso que el otro.
Cuando decidió ayudarlas tuvo más peso el ángel, y fue en un momento de vulnerabilidad que su misma hija ayudó a que tomara una decisión, pero, ¿y hoy? la balanza entre el bien y el mal se mece de un lado a otro en lo que pone sus ideas y sentimientos en orden, manteniéndose más o menos equilibrado.
—¿Qué haces ahí parado, Jesús? —pregunta su padre tras de él.
Su hijo se gira para verle sorprendido, pues estaba tan sumido en sus pensamientos y mirando a la pareja que ni se había percatado de él. Le mira con cierto cinismo y vuelve a mirar a las chicas, quienes a la vez estaban en su propia burbuja donde solo existían ellas: en un lugar seguro donde podían abrazarse y susurrarse lo mucho que se quieren y lo mucho que se han echado de menos.
—Solo miraba a las amazonas. ¿En serio va a permitir esto? —Las señala con el brazo acusativamente y mira indignado a su padre— No, si a este paso las verá mi hija... ¡la van a pervertir y confundir! —se queja, ofendido.
—¿Quieres hacer el favor de dejar a tu hermana de una vez? Han vivido un calvario y en esta casa van a poder vivir su amor, ¿te ha quedado claro? —le dice muy tajante e incluso acorta las distancias con él para dejar en claro su postura— Es un amor tan válido como cualquier otro, así que si Julia las ve... estoy seguro que será más abierta de miras que tu.
—Como usted diga, padre —responde con cierta ironía y pasando por su lado, dispuesto a irse.
—¿Dónde te crees que vas? —Se gira para ver como Jesús se detiene, girándose también sobre sus talones para simplemente mirarle en silencio— Digna me ha contado que fuiste tú quien la informó de ir a buscar a Fina a la cárcel. Si tanto asco te da su amor, ¿por qué las has ayudado? ¿y se puede saber por qué se lo has dicho a Digna y no a Marta?
Jesús ríe con sarcasmo en lo que tuerce la boca, casi poniendo los ojos en blanco.
—Vaya, como para odiarle tanto, bien que ha corrido a contárselo. —Se cruza de brazos—. Marta estaba dejando de lado sus deberes como directora, ¡algo imperdonable! Y si sacando a ese pajarillo consigo que se centre de una vez en su trabajo, ¿qué motivos puede haber a más de eso?
—Pues por un momento había llegado a pensar que lo habías hecho porque aún queda algo de humanidad en ti, y sobre todo por tu hermana —le dice con una mezcla de ironía y duda, pues en cierta manera no se fiaba de su propio hijo—. Pero ya veo que me equivocaba... porque a fin de cuentas solo piensas en ti mismo.
Jesús le mantiene la mirada y no muestra el cómo se siente en verdad: siente como le apuñalan directamente al corazón, pues él y solo él sabe que realmente lo ha hecho por ese pequeño amor y aprecio que mantiene por Marta, por muy pequeño que sea.
Siente un nudo en la garganta y las palabras de Damián son las que terminan por poner más peso a la balanza de Jesús: sus demonios terminan ganando por encima de la verdad.
El mayor de los de La Reina arruga la nariz y se encara a su padre, sonriendo de soslayo.
—Esto es solo un movimiento de ajedrez, padre. Porque ahora, mi hermana me debe una... —dice sin apartarle la vista— El puesto de dirección volverá a ser mío, padre. No dude de ello.
—Por encima de mi cadáver —responde encarándole y no achantándose ante su hijo. Le atraviesa con la mirada e intenta mantener a raya esa rabia que se le remueve en su estómago.
La sonrisa de Jesús se va ampliando poco a poco, dando paso a una risa por debajo de su nariz: muy sutil pero claramente con una maldad que cada vez calaba más en el mayor de los de La Reina.
No dice nada más, simplemente se va sintiéndose ganador en esa partida que él mismo inicio hace ya unos meses, y que movimiento que hace siempre se cree que ganará. Como ya le dijo Lambert, se sobrevalora demasiado y en realidad, no es tan bueno como se cree que es.
Los dos se mantienen la mirada unos segundos, retándose en silencio con un Jesús cada vez más megalómano mientras que Damián no puede evitar alarmarse por su actitud y, por encima de todo se niega a achantarse ante él: no quiere darle más motivos para que se crezca más.
Jesús y sus aires de grandeza deciden retirarse del salón y buscar otro lugar donde leer tranquilamente el periódico.
Damián, al quedarse solo, se gira para ahora ser él el que observe a las chicas, viendo una paz y un amor que nunca ha visto en ninguna otra pareja.
—No lo voy a permitir... —se susurra a sí mismo, y no solo como una promesa a sí mismo, sino en memoria de su amigo Isidro.
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