07
I
Marta y Fina lo tenían decidido: iban a contarle a Claudia sobre su noviazgo; que están enamoradas hasta las trancas.
Habían tomado esta decisión tras hablarlo muchas, pero muchas veces; querían que, por una vez, fueran ellas las que se lo contaran a alguien: juntas.
Así están, una al lado de la otra delante de la puerta del dormitorio de Claudia y Mateo. De las dos la que está más nerviosa es Fina, ya que a fin de cuentas es una de sus mejores amigas y una persona muy importante para ella.
Es normal que se preocupara por su rechazo, pues le dolería mucho si eso llegase a pasar.
Marta mira a su alrededor y tras comprobar que no hubiera nadie, para confortarla, no duda en llevar su mano a la de ella y con mucha dulzura, casi como pidiéndole permiso, va entrelazando sus dedos con los de ella.
Fina nota su contacto que le eriza la piel y le hace sonreír, estrechando con firmeza su agarre y sintiendo como si Marta le traspasara un poco de seguridad y valentía.
—Estamos juntas en esto, mi amor —susurra la rubia, acariciando el dorso de su mano con su pulgar.
Fina la mira llena de amor, asintiendo con la cabeza; respira hondo y tienen que desenlazar sus manos para evitar que las descubrieran por si pasara alguien por los pasillos.
Fina toca la puerta de su amiga que no tarda en abrirles. La más joven ve a ambas y sonríe de oreja a oreja, ilusionada y sorprendida de verlas en su hogar.
—Fina, doña Marta. Pasad, pasad, como si estuvierais en vuestra casa. —Se hace a un lado para invitarlas a entrar, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Y el motivo de la visita? —pregunta, curiosa.
La pareja se mira unos segundos para pasar a mirar a Claudia tras reafirmar su decisión con la mirada.
—Queríamos hablar contigo, o más bien contarte algo muy importante que nos repercute a las dos —habla Marta.
—¿A las dos? —Las mira extrañada— ¿Ha pasado algo? ¿Estáis bien? —Se preocupa por las dos, incluso corre hacia ellas en un intento de abrazarlas a la vez, enterneciendo a la pareja.
—No, no es nada malo, de verdad. —La tranquiliza Fina—. Creo que será mejor que nos sentemos.
—Claro, sentaos en la cama. —Las guía para que se sentasen juntas y ella, cogiendo una silla, se sienta en frente de ellas y las mira entre expectante e inocente—. Contadme, ¿qué es?
La pareja vuelve a mirarse, e incluso por inercia juntan sus hombros para apoyarse la una en la otra, volviendo a confirmar su seguridad una última vez antes de soltar una noticia que no sabían cómo se lo iba a tomar Claudia.
—Te lo contamos porque te queremos mucho, y queremos hacerte partícipe en lo más bonito que nos ha pasado en la vida —dice Fina, mirándola y viendo como las ve expectante—. Claudia, Marta y yo... estamos enamoradas.
Claudia queda perpleja, mirando a las dos, una a otra como si estuviera viendo un partido de tenis. Como una reacción muy suya, no puede evitar reír nerviosa y encogerse en su sitio como si fuera una tortuga.
—Anda, anda, anda, ¿pero que decís? —Las mira como si le estuvieran tomando el pelo— Si sois jefa y empleada, ¿cómo puede ser? Y además... sois dos mujeres —les dice con cierta inseguridad, no creyéndose del todo lo que le acaban de contar.
—Claudia, sé que es algo difícil de entender porque no es algo que nos enseñen —habla en esta ocasión Marta.
Para confirmarle que van en serio, Marta y Fina miran por inercia sus manos y con toda seguridad juntan sus manos, entrelazado sus dedos y no soltarse; no pueden evitar sonreírse y mirarse a los ojos, abrazándose con la mirada antes de volver a mirar a Claudia.
—Pero esto es lo que sentimos, un amor tan válido como cualquier otro. —Marta respira hondo, sin apartarle la vista a la madre de su sobrino—. Amo con locura a Fina, tanto, que daría mi vida por ella, Claudia. —Esas palabras enternecen y fascinan a Fina, quien la mira como si fuera el mismísimo ángel caído del cielo.
—Y yo amo a Marta, hasta tal punto de perder la cordura.
Claudia sigue consternada, mirándolas con los ojos muy abiertos mientras ve como se miran: como si fueran la razón de existir la una para la otra, el como se refugian mutuamente en una sola mirada y sus manos que parecen encajar a la perfección.
Pero su cabeza enseguida hace un clic, recordando las leyes de ese país y su sorpresa se vuelve en angustia.
—No, no, no, no, no... —Se levanta de su asiento y camina por la habitación— Pero, ¿qué estáis haciendo? ¿estáis locas? —Las mira, ahora asustada y preocupada— ¿Y si os descubren? podéis ir a la cárcel... ¡¿es qué no lo habéis pensado?! —Empieza a jugar con sus manos, cada vez más tensa.
Camina por la habitación, intranquila, prácticamente hablando sola y pareciendo que le iba a dar un ataque de ansiedad en cualquier momento.
Marta y Fina se levantan de su lugar para ir con ella y sostenerla por los hombros, como si quisieran contener sus dudas, sus miedos y su preocupación; Claudia para de caminar e incluso de hablar consigo misma, de hacerse preguntas que no puede responder.
Levanta la cabeza para mirarlas con la boca entreabierta y, por instinto, se separa de ella con suavidad.
—Podéis terminar en la cárcel... —dice con la voz temblorosa.
—Somos conscientes de ello... y aun así, queremos estar juntas. Lo entiendes, ¿verdad? —dice Fina, intentando acercarse a ella para consolarla y darle la tranquilidad de que todo va a estar bien, pero Claudia retrocede un paso.
—Necesito... estar sola, y tiempo para procesar todo esto. Por favor... —Con los ojos cristalinos, les señala la puerta con la mirada.
—Claro. El tiempo que necesites —dice Marta para salir de la habitación junto a Fina.
Claudia las sigue con la mirada y cuando se queda sola, se desplaza hasta la cama, arrastrando los pies mientras se sujeta de la barandilla y se apoya en la misma para sentarse.
No sabía donde mirar. Tiene un remolino de dudas e incertidumbre en la cabeza que no sabe como pararlos ni como ordenarlos.
«¿Qué va a pasar con ellas?», piensa, pensando por encima de todo el bienestar de dos personas que quiere, respeta y admira.
II
Claudia está en el almacén, volviendo a ordenar los estantes tras haber pasado una chica nueva en empaquetado que había cometido el error de novata.
Y ahora mismo, Claudia estaba cometiendo el mismo fallo porque está demasiado metida en sus pensamientos, sintiendo como la cabeza no para de dar vueltas, tanto que no está atenta en su trabajo.
Carmen entra en el almacén muy atenta a unos papeles, pero para en seco y deja de prestarles atención cuando ve a Claudia un poco en las nubes: más de lo normal.
Mira a su alrededor para comprobar que no hubiera ningún chismoso y, con cautela, se acerca a ella como si no quisiera asustarla.
—¿En qué estás pensando? —pregunta al quedar casi en frente de ella, mirándola con mucho cariño— Te veo algo distraída...
—Estaba dándole vueltas a una cosa... pero son cosas mías, no te preocupes —le responde con cierta torpeza pero intentando no preocuparla ni que indagara en su inquietud.
Carmen suspira con calma y se cruza de brazos, ladeando levemente la cabeza hacia un lado.
—Es por lo de Marta y Fina, ¿verdad? —Se gana la mirada de asombro de su amiga, entreabriendo los labios.
—¡¿Lo sabías?! —pregunta un poco dolida— ¿Desde cuándo lo sabes, Carmen?
—Desde hace bastante... llevabas muy poco tiempo en la tienda, Claudia.
Claudia, no creyéndose que le escondiera una información así de importante, llega a retroceder un paso y mirarla afligida.
—Otra vez me habéis escondido algo importante, ¿es qué acaso no somos amigas? —la cuestiona, sintiéndose igual de decepcionada cuando se sintió apartada por ella y Fina cuando supieron que Tasio es hijo de Damián— ¿Tan poco confiáis en mí? Primero lo de Tasio, ¡y ahora esto!
—Claudia, no es algo que se pueda contar a la ligera.
—Se supone que soy vuestra amiga, ¿no? —se queja con todo el derecho del mundo, haciendo incluso un aspaviento con los brazos— Puedo ayudarlas... que no las descubran, ¡y no vayan a la cárcel!
Sus palabras sorprenden, para bien, a Carmen, pues no se esperaba ni en sueños una respuesta así por parte de su amiga.
—Espera, espera... ¿las aceptas? —pregunta, queriendo asegurarse que no las iba a juzgar.
La contraria pone los labios rectos y le sostiene la mirada tan solo dos segundos. Aparta la mirada para mirar a ninguna parte en concreto, pensando muy viene n su pregunta. Frunce el ceño y deja caer sus hombros como si se hubiera rendido y vuelve a mirar a Carmen.
—No puedo aceptarlo... no todavía, Carmen. Necesito mi tiempo para poder asimilarlo y entenderlo —dice—. Entiéndeme, mi madre siempre me ha dicho que una pareja ha de ser entre un hombre y una mujer, que los homosexuales son antinatural... —le explica como si tuviera una lucha interna contra las creencias que le inculcó su madre y su aprecio por las chicas.
—No me hagas hablar de tu madre, ¿eh? —Se cruza de brazos y no puede evitar poner los ojos en blanco, recordando los días que esa mujer estuvo por la colonia y que fue todo un terremoto. Vamos, una experta en desquiciar a todo el mundo— Claudia, no puede refugiarte siempre en las palabras de tu madre. Sé que las enseñanzas de una madre son muy importantes, pero también se equivocan... y más cuando las leyes de este país no ayudan.
—Ya... —Suspira con pesadez, mirando con pena a su amiga— ¿Y tú? ¿aceptas su relación?
Carmen le sonríe cariñosamente, deshaciendo el cruce de sus brazos para mostrar una figura más relajada y segura.
—Claro que lo acepto. No te puedes ni imaginar por lo que han lucha, y siguen luchando por su amor —le dice, recordando y admitiendo en silencio que llegó a ser dura e incluso algo injusta con su jefa, pero que aun así, no se separó de Fina—. El amor no debería ser juzgado ni sentenciado como se hace en España. Debería ser libre y no ser juzgados por nadie.
—Debería... pero aquí no somos libres ni nosotras. Necesitamos la firma de un hombre para todo —dice en una queja, bajando la vista—. No quiero que las detengan... no quiero que lo pasen mal —le confiesa, mirándola con pena una vez más.
—Así que... no lo aceptas porque no lo veas bien, sino porque te preocupas por ellas —reafirma sus palabras, sonriendo orgullosa de su amiga—. Pensaba que me ibas a soltar refranes de la Biblia y Dios —medio bromea, ladeando la cabeza de lado a lado.
—Bueno... la Biblia nos enseña que el primer deber de las parejas es amarse, y Jesús nos ha enseñado a ser tolerantes y amar a todos —dice con cierta timidez, pero mirando muy bonito a Carmen con unas palabras que solo puede ser bien recibidos por su jefa.
—Si es que... tienes un corazón que no te cabe en el pecho, Claudia. Anda, ven aquí. —Le abre los brazos para abrazarla, un abrazo que Claudia no rechaza. Es más, prácticamente se refugia en ellos mientras también la abraza todo lo fuerte que puede—. Aiiiss... mi Claudia. Solo date tiempo y verás como poco a poco ya no verás distinciones entre el resto de parejas y ellas.
Claudia asiente con la cabeza, sonriendo y apoyándose en su hombro como si fuera una niña pequeña en busca de la protección de su madre.
III
Han pasado tres días desde que Claudia ya sabe la relación entre su jefa y su amiga; tres días que lleva manteniendo las distancias porque para ella no era algo fácil de asimilar ni de entender. Es verdad que su conversación con Carmen ayudó mucho, pero no había logrado disipar sus miedos por ellas.
Sentía que tenía como una neblina en la cabeza que no conseguía despejar con la rapidez que le gustaría. Se estaba presionando a sí misma, y Claudia es tan transparente con lo que le ocurre que Mateo empezaba a preocuparse de verdad por ella, pero cada vez que le preguntaba ella solo le respondía que estaba todo bien y enseguida cambiaba de tema.
Claudia estaba limpiando las vidrieras con el plumero, totalmente sumergida en sus pensamientos y solo limpiaba la misma zona una y otra vez.
Fina entra a la tienda desde el almacén, viendo a su amiga totalmente metida en su burbuja.
Fina se siente como entre la espada y la pared con sus propias dudas: ¿hizo bien en contarle a Claudia que está enamorada de Marta? Tal vez sí, tal vez no... pero quería hacerle partícipe en algo que la hacía feliz, que había encontrado a una persona que la completaba.
Respira hondo para coger valor y entrar en la tienda, acercándose a ella aunque manteniendo las distancias para no abrumarla.
—Hola, Claudia... —saluda con cierta timidez e inseguridad— ¿podemos hablar?
—¡Fina! —La mira como si no se esperara verla, encogiéndose en el sitio, pero no retrocede ningún paso al tenerla cerca. Es más, se gira para quedar cara a cara con ella, mirándola— Claro, dime.
Fina titubea porque no sabe cómo sacar la conversación, llegando a balancear sus brazos por la inseguridad que odia tanto sentir.
—¿Cómo estás? Quiero decir... ¿nos equivocamos el contarte sobre nuestra relación?
—No, claro que no... —responde, dejando el plumero en el estante para dejar de juguetear con él y centrarse en su amiga— En realidad, agradezco que me lo confiarais. Ya sabes lo apartada que me he sentido con vosotras con lo de Tasio, que no me lo contarais... pero si te soy sincera, aún estoy haciéndome a la idea de que... bueno, ya sabes —dice en un susurro tras comprobar que nadie escuchara.
—Entonces, ¿eso que significa? —Suspira con pesadez— No te andes con rodeos, por favor. Entenderé que ya no quieras que seamos amigas.
—¡¿Pero qué tontería es esa?! —responde sorprendida. ¡Nunca pensaría algo así!— Claro que seguiremos siendo amigas, pero necesito mi tiempo para entenderlo... —Se muerde los labios, mirando hacia otro lado. Frunce levemente el ceño, como si hubiera recordado algo y la mira de nuevo— No puedo entenderlo sola y tal vez necesite más de una conversación con Carmen y con vosotras, pero Fina... te tengo que ser sincera, y es que me pensaba que estabas con Santiago.
Es escuchar el nombre del comercial y Fina, automáticamente, se tensa e incluso da un paso hacia atrás, mirándola con los ojos abiertos.
Por esa reacción, el ceño de Claudia vuelve a fruncirse y la mira de arriba abajo, ¿por qué ha reaccionado así?
Fina respira hondo un par de veces para calmar sus nervios y miedo, evitando tener un ataque de ansiedad mientras instintivamente lleva una de sus manos a su estómago, como si así pudiera controlar el remolino de sentimientos negativos que está teniendo.
—Ahm... Claudia... hay algo más que no te he contado... —dice con la voz casi temblorosa— Quiero que sepas que no te lo he contado porque me muero de la vergüenza y... estoy aterrada, Claudia... —La mira con los ojos acuosos.
Claudia, naciéndole su lado protector con sus amigas, no puede evitar acercarse a ella y sostenerla por los brazos, acariciándolos mientras la mira a los ojos con una cara de preocupación que puede con ella.
—¿Qué? ¿qué ha pasado?
—Claudia... Santiago... —Se toma un par de segundos, cogiendo fuerzas— Santiago me acosa.
—¿Cómo?
Fina respira hondo, cogiendo ánimo para explicarle lo que está viviendo con Santiago desde hace unos días.
Le explica como le insiste día tras día el tener una cita, salir juntos sin darle la opción a decir "no", y que para colmo se ofende y se enfada con ella cuando le deniega esas salidas; cancela muchos viajes fuera de Toledo poniéndola a ella de excusa, que quiere estar con ella y por ello, no hay ni un solo minuto en que no le vea de lejos, siguiéndola con esa sonrisa tan tétrica y oscura que le eriza la piel; no para de preguntarle si tiene novio y no quiere aceptar que no lo tiene, y que cada vez se pone más y más agresivo.
Le cuenta lo más aterrador en esa semana: no solo ha llegado a seguirla hasta la casa de los de La Reina, es que tiene la poca vergüenza de haber esparcido el rumor de que los dos son novios y se van a casar, y claro, ¿quién la va a creer a ella? ¿una mujer?
Con cada palabra, Claudia siente como se le hiela la sangre y tiembla junto a ella, aferrando sus brazos con más firmeza, negándose a irse de su lado. E igual que Fina, sus ojos también se cristalinan con solo pensar en la pesadilla que está viviendo su amiga, pues no solo que hace poco perdió a su padre, sino que encima le ha salido un acosador que no la deja en paz.
—¿Y doña Marta? No me creo que no haya puesto solución a este problema —dice, incrédula.
—Ella no lo sabe... me nota rara pero de momento consigo que no indague en el tema... No puedo contárselo, Claudia.
—¡¿Pero qué estás diciendo?! ¿Cómo puedes esconderle algo tan importante como esto? —Mira a su alrededor, asegurándose una vez más que nadie las escuche— ¿No es acaso tu pareja? Doña Marta ha demostrado ser una mujer de confianza, y yo en tu lugar no dudaría en acudir a ella—le aconseja, notando como sigue temblando.
—No puedo... Claudia, me muero de la vergüenza, y no quiero preocuparla ni que se inmiscuya en esto, y mucho menos cuando lleva siendo la directora desde hace apenas dos meses.
Claudia queda boquiabierta, ¿cómo puede tener vergüenza si es ella la víctima? ¡Es él el que debería tenerla! Y enseguida cae en como todos sus prejuicios y dudas se han disipado, al menos una gran parte de ella.
Eso la ayuda a poder ser más directa con su amiga, tal como lo hace Carmen cuando es necesario.
—Fina, no te voy a dar opción: o se lo dices tú o se lo digo yo —sentencia, intentando sonar dura pero la chica es tan dulce que no puede evitar sonar así—. Doña Marta no te va a juzgar... y si te sientes más tranquila... ¡te acompaño hasta el despacho! para que sepas que voy a estar ahí, ¿vale?
El labio inferior de la más alta tiembla, pero tiembla de la emoción por las palabras de su amiga. No puede evitar sonreír aliviada, que a pesar de todo puede contar con su amistad y apoyo.
Asiente con la cabeza ante sus palabras, sonriéndole como puede entre lágrimas. Su sonrisa es correspondida por Claudia, quien ya no hace esperar más el gran abrazo que ambas llevan queriendo darse.
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