06

I

Fina no parecía mejorar, es más, estaba de uñas todo el día y saltaba a la mínima incluso con sus amigas. No estaba permitiendo que absolutamente nadie estuviera a su lado; estaba prefiriendo pasar por la pérdida sola.

Sus amigos y, especialmente Marta, lo entendían, entendían que quisiera estar sola y pasar por todas las fases de una pérdida hasta, simplemente, aceptar que Isidro ya no está. Iban a estar a su lado a pesar de recibir mordiscos constantemente, pero también debían ser sinceras: empezaban a hartarse y cansarse de la irritabilidad de la Valero, pues aunque haya perdido a su padre no es excusa para tratar así de mal a todos que la rodean.

La que más le dolía no poder reconfortarla como se debía era, sin duda alguna, Marta. El no poder darle el abrazo más fuerte y tierno del mundo en el velatorio, solo pudiendo abrazarla con la mirada y quedarse al margen mientras la veía prácticamente caerse con Claudia y Carmen que estaban pegadas a ella, y con Digna a su alrededor que parecía que marcase un límite entre ellas dos.

Y sus abrazos... eran fríos y solamente se dejaba abrazar. Fina ni tan siquiera buscaba su lugar seguro entre sus brazos y cobijarse en ellos: solo se dejaba abrazar mientras seguía metida en su propio tormento.

Ni tan siquiera quería volver a la casa donde estaban empezando a vivir juntas, y ya era la segunda vez que Fina se negaba a ir a un lugar: primero el piso de Madrid y ahora la casa del monte.

¿Es que realmente podrían llegar a vivir una vida juntas?

Es la pregunta que no para de pasarse por la cabeza de la rubia, quien llevaba días sintiéndose insegura e insuficiente ante su relación con Fina.

¿Y si volvía a romper con ella? No podría soportar pasar por lo mismo.

Su vida es Fina, y sin ella nada tiene sentido: Fina le daba sentido a su existencia, y si no pudiera estar con ella, sabía perfectamente que volvería a ser un fantasma caminando sin rumbo dentro de esa cárcel llamada "casa".

Pero entonces una idea se le pasó por la cabeza, y es que si Fina no salía de esa espiral de culpa inútil, ella podría demostrarle que esa casa, su casa, no era un cementerio.

Se le ocurrió ser ella la que cuidase y mantuviera todo el arduo trabajo de su suegro y que, el día que florecieran las flores plantadas por él, tal vez Fina pudiera empezar a caminar de nuevo y ver todo desde una perspectiva distinta.

Así que así está Marta, día tras día yendo a la casa del monte para trabajar en el jardín y la casa, y seguir creando un hogar aunque tuviera que hacerlo ella sola.

Obviamente no es jardinera y es algo torpe en ello, pues incluso se había comprado un libro sobre jardinería para saber cómo tratar con las flores, las plantas, como detectar las malas hierbas y todo lo que conlleva esa profesión.

Volvía todas las noches hasta las tantas a la casa grande, pues no tenía sentido dormir en una casa donde no estuviera Fina, llegando llena de barro, totalmente agotada y con las manos llenas de arañazos por las espinas de las rosas.

Una noche más, Marta llega a la casa más cansada de lo normal y parecía que estuviera metida en una burbuja hasta que espabila al dar un bote del susto cuando la puerta corrediza del despacho se abre de golpe.

—¡Qué susto, padre! —Se lleva la mano al pecho, mirándolo— ¿Qué hace aún despierto? ¿no puede dormir?

—Te estaba esperando... ¿cuántas noches llevas llegando a estas horas? —Mira a su alrededor para comprobar que no hubiera ningún chismoso— Y llena de barro... ¿me puedes explicar el por qué? —Se lleva las manos a los bolsillos de su pantalón y le alza ambas cejas, indicándole con la mirada que no quería excusas ni esquinazos.

Marta cierra los ojos y suspira pesadamente entre el agotamiento y por, una vez más, rendirse ante su padre.

—Vengo de la casa que nos compraste... Estoy intentando cuidar del jardín lo mejor que puedo pero... creo que no lo estoy haciendo bien —dice con cierto desánimo, llegando a bajar la vista y juntar sus manos con cierta timidez y culpabilidad.

—Fina sigue sin querer volver, ¿verdad? —Suspira y mira al techo, poniendo los ojos en blanco hasta mirar de nuevo a su hija— De verdad quieres a esa chica... como para llenarte de barro. —Tiene la osadía de reírse de ella, ganándose una mirada fugaz de su hija que lo atraviesa por su broma.

—Ja-já. —Se cruza de brazos, lo que Damián ve el estado de sus manos.

—Por Dios, Marta... tienes las manos destrozadas. —La mira preocupado y sorprendido, a la vez que fascinado del amor que tiene por la hija de Isidro—. ¿Es qué no usas guantes?

—Y aun con ellos, me pincho con las espinas —explica, intentando esconder sus manos y el estado de ellas—. Si no le importa... me voy a dormir. Estoy agotada...

—Claro. Descansa, hija.

La sigue con la mirada, viéndola subir las escaleras, notando claramente como su hija estaría sintiendo como sus piernas le pesasen más de lo normal, haciéndole ir algo torpe al subir y teniendo la necesidad de sujetarse en la barandilla para no tambalearse.

Damián está aceptando poco a poco su relación con Fina, aunque debe confesar que aún le cuesta entenderlo, pero ver ese esfuerzo de su hija por otra persona, el como la mira, el como habla de la mujer que ama, el ver lo feliz que es con ella... Con Jaime no era así ni en broma, y esas pruebas de amor le hacen abrir los ojos un poco más, y cada vez se siente más orgulloso de ella y de ese amor que merecen vivir.

Un amor que no pueden vivir por el estado de Fina... y estaba decidido a ayudarlas.

II

Fina está apoyada en el mostrador con la pluma de Marta en la mano, con la mirada perdida entre los papeles que tiene en frente. Con la mente en blanco pero a la vez recordando una vez más, como si fuera una tortura eterna, la imagen de su padre en el césped... solo.

Era una imagen que no podía quitarse de la cabeza, y había llegado a un punto que en el fondo tampoco quería, como si se estuviera castigando a sí misma por no haber estado a su lado.

Carmen entra a la tienda desde el almacén, mirándola con cierta cautela. Había pasado prácticamente un mes y Fina no mejoraba, y no había manera de convencerla de que no fuera a trabajar y se dedicara tiempo a sí misma: a sanar su corazón y quitarse de la cabeza esa culpabilidad sin sentido.

—Hoy no ha entrado mucha clientela, ¿verdad? —dice Carmen, revisando uno de los estantes, el que usan para las promociones.

Fina ni habla, solo asiente con la cabeza y le da la razón con un "ajá".

Carmen la mira de soslayo, y manteniendo la prudencia, se acerca a ella hasta estar en frente suyo siendo separadas por el mostrador.

—Claudia y yo hablábamos de tomarnos algo por Toledo... ¿te vienes?

—Tenemos mucho trabajo aquí, Carmen —contesta sin mirarla y con desgana.

—Si solo será un ahorita de . Anda, así sales y te refrescas un poco —insiste con ese toque dulce que tiene en su voz.

—Te he dicho que no, Carmen —sentencia, incluso la llega a mirar mal.

—Fina, no puedes quedarte encerrada entre estas cuatro paredes mientras te torturas día tras día —dice, ahora más seria por la actitud de la contraria.

—¡¿Queréis parar de una vez?! Os estoy diciendo que estoy bien y lo único que necesito es trabajar para mantener la cabeza ocupada, ¡¿queda claro?! —Termina por saltar un día más, con su rabia mal dirigida.

—¡Ya está bien, Fina! —le regaña su jefa y amiga— Solo queremos ayudarte, ¡estar a tu lado! Y en cambio solo recibimos mordiscos de tu parte. Y empieza a cansar, ¿sabes?

Fina por fin la mira después de haberle estado evitando la mirada e ignorándola en toda la mañana. Pero la mirada que le echa no es precisamente amable, sino una de frustración y de un enfado que empieza a invadir a la chica.

—No os lo he pedido.

—¿Cómo? —Esa respuesta sorprende a Carmen, y la alarma. Abre los ojos y frunce el ceño, quedando boquiabierta por su actitud— Por Dios, Fina, ¡somos tus amigas! Siempre hemos estado apoyándonos en todo. —La mira como si ya no la reconociese, aún con la consternación reflejada en su cara—. Si a nosotras nos tratas así... no me quiero ni imaginar como tratas a doña Marta.

Fue escuchar su nombre y el enfado de Fina se transforma en una llena de dolor y tristeza.

Hacía días que se estaba cuestionando su relación con la directora de la fábrica, y es que no solo se culpaba a sí misma, sino que indirectamente se lo echaba también a Marta; era inevitable que la muerte de Isidro le hiciera ver las cosas de otra manera, hasta tal punto de pensar erróneamente en que obligó a su padre a aceptar una relación que no aprobaba.

—Tampoco es que esté pasando mucho tiempo conmigo —concluye en voz alta y vuelve a centrar sus ojos y atención en las hojas del mostrador.

—Fina... eres tu quien la está alejando de su lado. ¿Y sabes qué? no la culpo por "respetar" tu decisión de tenerla alejada. Total, para recibir desprecio...

Sí, Carmen tal vez estaba siendo algo dura con sus palabras, pero no es una persona que regalase los oídos a nadie sino que te dice la verdad a la cara, independientemente fuera cierto o no. Y por mucho que Fina sea una de sus mejores amigas, si se estaba comportando de manera injusta, ella se lo diría sin tapujos.

Fina vuelve a atravesarla con la mirada y cuando iba a abrir la boca dispuesta a discutir con ella, a sacar a relucir ese carácter que tiene, el sonido de la campana suena para interrumpirlas y anunciar la llegada de Damián.

«El que me faltaba», piensa con fastidio la morena, no disimulando la pereza que le producía verle.

—Buenos días, don Damián —le saluda Carmen educadamente. Aunque intentase disimular ante su también suegro, se notaba la incomodidad en el ambiente por la reciente riña entre las dos amigas.

—Buenos días, chicas —saluda con una sonrisa y mira a Fina—. ¿Podemos hablar, por favor?

—Os dejo a solas —dice Carmen tras mirar a ambos, retirándose de la tienda y para dejarles intimidad, cierra la puerta del almacén.

Fina ni había mirado a Damián, seguía haciendo ver que revisaba el listado de los artículos mientras Damián evitaba poner los ojos en blanco.

—Fina...

—Si viene a hablar de Marta, no es el día —le corta sin más, dejando en claro que no quería tenerlo ahí.

—Fina, no hagas que me ponga en plan jefe. No te lo recomiendo —dice metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón—. Marta es mi hija, y tu su pareja. Y si veo que ella está mal por tu culpa, hablaré de ella si quiero, ¿queda claro?

Fina levanta la vista de las hojas, torciendo la mandíbula levemente mientras controla su carácter. Deja con cierta calma la pluma a un lado y se apoya en el mostrador, mirando fijamente a los ojos al hombre.

—¿Con qué cuento me va a venir ahora?

—¿En serio? te digo que Marta está mal por tu culpa, ¿y te da igual? —Frunce el ceño, mirándola con una mezcla de sorpresa, preocupación y decepción. ¿No se suponía que amaba a su hija por encima de todo? Ahora mismo, bajo su punto de vista, no lo estaba viendo.

—Lo dice como si yo no lo estuviera pasando mal por haber perdido a mi padre.

—¡Ahora resultará que eso es culpa de mi hija! —Suspira con pesadez, sacando una de sus manos de su bolsillo— Fina, vengo a hablar contigo como los adultos que somos —dice, intentando mantener la calma que siempre le ha caracterizado.

Fina se cruza de brazos, decidiendo no contestarle y, simplemente, esperar a que dijese lo que tuviera que decir; que le diera la chapa y la dejara tranquila de una vez.

Damián la mira de arriba abajo, viendo su postura defensiva que ya no es solo con él, sino con todo el mundo, incluida su hija y sus amigas que son las personas que, supuestamente, son importantes para ella.

—Entiendo tu dolor. Pasé exactamente lo mismo cuando perdí a mi Catalina. Me dolió tanto que parecía un fantasma en la casa... tanto que no le prestaba atención ni tan siquiera a mis hijos —le cuenta, y para su sorpresa, Fina no le interrumpe en ningún momento, aunque lo más seguro lo hiciera para que terminase pronto de hablar y se fuera lo antes posible—. Sé lo que es querer estar solo con tu dolor y pena, ¿pero sabes? ahí estuvieron Digna e Isidro... ¿sabes que tu padre me confesó que aprendió a jugar ajedrez para animarme?

—Era un gran hombre con un corazón que no le cabía en el pecho —le dice, relajando los hombros y ya no parecer tan tensa, pero sí incómoda al saber por dónde van los tiros—. Don Damián, lo que sea que me quiera decir, por favor, vaya al grano.

—Mi hija te quiere, Fina, mucho más de lo que puedas ver tu misma incluso —dice sin dejar pasar un solo segundo desde el aviso de ella, logrando que Fina le mire con una mezcla de ternura y tristeza, luchando para que no se notase como se le arruga la barbilla—. Te quiere con locura... tanto que va todas las noches a la casa que os compré para mantener el jardín que tanto esfuerzo invirtió tu padre. —Ladea levemente la cabeza, sin quitar sus ojos sobre la hija del que consideró su mejor amigo—. Si te dignaras a verla... Fina, tiene las manos destrozadas de tanto trabajar en ese jardín.

Las comisura de sus labios tiran hacia abajo y los ojos de la chica empiezan a empañarse, empezando a dejar de lado ese aura tan irritable y cínica a pasar a una chica que se arrepiente de haber dudado de su pareja y, sobre todo, de haberla tratado como la ha tratado en esos días.

—¿Por qué lo hace? Sabe que no voy a volver a esa casa... —pregunta, limpiándose la lágrima que consigue salir del rabillo de su ojo.

—Porque no la dejas consolarte, estar a tu lado... y su manera de cuidarte, es cuidando de aquello que tanto tiempo invirtió tu padre —le dice con un tono más suave y más comprensivo—. Esa casa no la compré para que huyeras de él, no lo hice para que tuvieras un mal recuerdo de él, ni lo hice para comprar el cariño de Marta... Lo hice porque quería que vivierais vuestro amor libremente —se sincera lo mejor que puede, aunque se siente torpe en ello.

—No puedo volver ahí, don Damián... ese lugar es un cementerio.

—¿Pero por qué lo ves así? ¿de verdad crees que Isidro querría esto? —Intenta incansablemente hacerle entrar en razón— Te lo pediré de rodillas si hace falta. Fina, por favor, vuelve a esa casa con mi hija. O es que... ¿has dejado de quererla?

—¡Eso jamás! —Se sorprende a sí misma por responder con tanta rapidez, sin dudar.

La sorpresa no era porque dudase de sus sentimientos por Marta; eso jamás lo haría, pues sabe perfectamente lo que siente por ella: un amor que le provoca ser valiente y luchar contra todo y todos. La sorpresa le viene porque ha estado cuestionándose su relación con la mediana de los de La Reina, pensándose que no podría tener un futuro con ella porque era incapaz de levantar cabeza por lo de su padre.

Pero responder de esa manera ha conseguido despejar su duda, y es que a pesar de todo, quería estar con ella por encima de todo.

Las lágrimas caen una tras otra, empañando el rostro de la morena mientras su labio inferior tiembla sin parar, sin quitar su mirada de Damián.

Damián sonríe aliviado, mirándola agradecido por sentir ese amor por su hija.

—Seguro que hoy irá de nuevo. Queda en tus manos volver a ver esa casa como vuestro refugio, y ya no más como lo ves ahora.

Fina asiente muy levemente con la cabeza, viéndolo marchar de la tienda.

III

Tras terminar su turno y cambiarse, estaba dispuesta a ir a la casa para ver a Marta, pero no es tan fácil para la Valero.

Titubea, y mucho. Una conversación con Damián no le hará cambiar de un segundo para el otro el cómo ve esa casa, ni se va a poder quitar la imagen de su padre tirado en el césped.

«Te quiere con locura...»

«Si te dignaras a verla... Fina, tiene las manos destrozadas de tanto trabajar en ese jardín.»

«¿Has dejado de quererla?»

Son las frases que más se repiten en su cabeza, aquellas que le hacen recordar las veces que le ha dicho que está sola en ese mundo sin su padre, el como un día llegó a decirle que eran Carmen y Claudia las que siempre estaban ahí pero ella no.

Y por fin, después de tanto, recuerda todas las veces que Marta sí ha estado a su lado, apoyándola y reconfortándola, que ha estado más a su lado de lo que quería ver y admitir.

Recuerda como luchó por conseguir ese tratamiento tan, pero tan caro; recuerda el día que Isidro estaba en coma, ella estaba ahí... igual que lo estuvo cuando lo encontraron tirado en el césped sin vida ya, no alejándose de ella ni un solo centímetro.

Esos recuerdos son los que le da el resorte para salir disparada hacia la casa del monte, esa casa que iba a permitir vivir su amor libremente con la mujer de su vida.

Y llegando a esa casa, a lo lejos ve a Marta arrodillada en el césped, enfrascada con las rosas plantadas por su padre. Y justo estaba en el mismo lugar donde falleció él.

A Fina se le corta la respiración al ver a su padre tirado entre la hierba, lejos de ella... solo veía oscuridad pero, ver a Marta trabajar tan duro en ese jardín y en esas rosas que tanto esfuerzo le costó a su padre, que ve una pequeña luz en toda esa oscuridad: le parece que Marta brilla más de lo normal.

«Tenía razón, padre... es como un ángel», piensa con una lágrima recorriendo su mejilla.

¿Cómo ha podido ser tan dura y distante con ella? ¿cómo ha podido incluso cuestionarse su relación con ella? ¿cómo ha podido, simplemente, dudar de ella?

Lo único que ha estado haciendo su pareja ha sido intentar estar a su lado, reconfortarla y apoyarla... y ella no la ha dejado. Tampoco a Carmen ni a Claudia.

Cada paso que da hacia ella, siente como esa luz se va expandiendo poco a poco, ya no viéndose entre tanta oscuridad.

—Marta... —susurra su nombre al llegar a ella, estando detrás de ella.

La rubia se gira y casi de un salto del susto. Se pone en pie, sorprendida de ver a Fina en esa casa que ya creía que no iba a pisar nunca.

—¡Fina! —No puede evitar sonreír, feliz de verla, pero su sonrisa enseguida es sustituida por una de preocupación que parecía no irse nunca cuando se trataba de ella, llegando a acortar las distancias hasta alcanzarla con sus manos y acariciarle los brazos— ¿Qué haces aquí, amor? pensaba que...

—Que no podría volver, lo sé —la corta, recordando las palabras de Damián con el estado de sus manos.

Baja su vista y con delicadeza, toma sus manos y le retira los guantes de jardinería, viendo como su suegro tenía razón: tiene las manos llena de arañazos.

Es ver sus heridas y ve en ellas todo el esfuerzo de la de La Reina, y todo por ella.

Acaricia sus manos, atrapándolas entre las suyas mientras sus comisuras tiran hacia abajo, dibujando una curva en sus labios que no le gusta a Marta, la única curva en ella que no le gusta.

—Amor, ¿qué pasa? —Su lado protector sale a flote, liberándose de sus manos solamente para atrapar su rostro entre las suyas y hacer que la mirase a los ojos, acariciando sus mejillas con sus pulgares.

—He sido injusta contigo... con Carmen y Claudia... —Se sincera, perdiéndose en esos ojos que echaba tanto de menos— Perdóname, Marta... Tendría que haberme refugiado en ti y en cambio, te he empujado de mí lado —le dice, rompiendo a llorar mientras se agarra de su vestido blanco con estampado de flores, casi como una niña en busca de un abrazo.

—Ven aquí. —La atrae para envolverla por completo entre sus brazos, cobijándola en ese abrazo que tanto ha anhelado darle y que a la vez, Fina ha anhelado tanto tener.

La Valero se aferra a su espalda en señal de lo mucho, mucho que la echaba de menos y como si se la fueran a arrebatar y quisiera impedirlo. Se esconde entre el hueco de su cuello y hombro, metiéndose aún más en el abrazo para sentirla aún más cerca.

Marta apoya su mejilla sobre su cabeza mientras una de sus manos se pierde en su pelo largo, acariciándolo para calmarla y a la vez, animándola a llorar todo lo que necesitase.

Pierden la noción del tiempo, estando totalmente sumergidas en ese abrazo que ambas necesitaban tanto.

La ojiazul, aún con los ojos cerrados, pasea su nariz desde su pelo hasta su mejilla, depositando un tierno beso en la misma.

Instintivamente levantan sus miradas para poder mirarse un par de segundos, totalmente enamoradas la una de la otra. Juntan sus frentes en lo que cierran los ojos de nuevo, sintiendo como en ese mundo solo existen ellas dos.

—Sabes que no te voy a obligar a volver, ¿verdad? —dice Marta, acariciando la parte baja de su espalda con sus pulgares— Voy a respetar tus tiempos mientras cuido de este jardín como respeto a tu padre... Si te parece bien, claro —dice en lo que separa sus frentes para poder contemplarla, rendida de amor por ella.

—Lo sé... y te lo agradezco. Prometo curar mi corazón roto por él y, tal vez... me atreva a volver algún día, a nuestro refugio. —La mira casi suplicante—. Solo... no te sobre esfuerces. Tienes unas manos demasiado bonitas como para que las maltrates así —la regaña con cierta dulzura y, después de tantos días, por fin sonríe.

Marta asiente con la cabeza, susurrando un "lo prometo".

Se muerde los labios, mirando esos labios que tanto le gustan, pero considera que no es el momento de besarla.

Le sonríe y, una vez más, juntan sus frentes en lo que cierran los ojos, quedando aún abrazadas en ese abrazo que parece ser eterno: una eternidad que no quieren que termine nunca.

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