04

I

Andrés abre la puerta de la cocina pero enseguida la entrecierra para esconderse tras de ella y asoma la cabeza disimuladamente, esperando que la pareja no le haya visto.

Marta y Fina, confiadas en que no vendría nadie, se habían rendido al amor que se profesan y estaban en un momento romántico: Marta abrazaba a Fina desde atrás, dejando descansar su barbilla en el hueco entre su cuello y hombro mientras tenía la cabeza levemente ladeada hacia la mejilla de su pareja.

Fina dejaba reposar su mejilla sobre la cabeza de su novia, teniendo sus manos entrelazadas y los ojos cerrados, dando una imagen llena de paz y la sensación de que se balanceaban en un baile íntimo.

Viendo ese amor único que tienen, hace sonreír a Andrés. Está enormemente feliz de que por fin su hermana fuera feliz al lado de alguien, de alguien a quien había elegido de corazón y no por presión de su padre, de la familia ni de la sociedad como le pasó con Jaime, llegando a confundir la amistad con el amor.

Había pasado tan solo una semana desde que Marta decidió abrirle su corazón y contarle quien era realmente: una mujer que ama a otra mujer.

¿Y sabéis qué? Andrés en ningún momento la juzgó ni la rechazó, nunca le dio la espalda. ¿Cómo no hacerlo? si idolatra a su hermana, la admira desde que era pequeño, siendo su ejemplo a seguir.

Así ha sido desde que era pequeño, siendo Marta su pilar en su familia, su única familia en todo ese caos y ese teatro que ha montado su padre desde sus nacimientos.

II

—¡Martaaaa! —llama Andrés de cinco años, buscando desesperado a su hermana mayor entre lágrimas y con los brazos extendidos.

Marta estaba en la sala de estar, desayunando tranquilamente hasta que le viene de sopetón el abrazo de su hermano, que la hace saltar de la sorpresa y los rulos de su pelo imitan su bote.

—¡Andrés! —Se inclina un poco, buscando la mirada del pequeño mientras no puede evitar abrazarlo de manera protectora, acariciando su espalda— ¿Qué ha pasado? ¿ha sido Jesús otra vez?

—¡Padre me ha castigado sin desayunar por su culpa! —exclama con todo el dolor y reproche de un niño de su edad.

Apenas se llevan tres años, por lo que estamos hablando de que una niña de ocho años estaba consolando a uno de cinco, teniendo que comportarse muchas veces como una adulta en vez de una niña.

Y eso sin duda alguna la ofuscaba porque quería hacer cosas de niños, jugar con sus hermanos sin ser reprendida por ser una niña y que supuestamente, ese comportamiento no era tolerable, pero cuando se trataba de Andrés... ese niño que siempre buscaba refugio y consuelo entre sus brazos, esa frustración se convertía en un amor inmenso y no le importaba tomar ese papel algo más maduro para su edad.

La rubia toma su barbilla y, con dulzura, le obliga a alzar la vista para ver su mejilla algo enrojecida, lo que le hace fruncir el ceño.

—¿Te ha pegado? —Andrés asiente con la cabeza, sollozando y limpiándose las lágrimas, sin resultado, con sus manos y brazos.

Aprieta los labios, enfadada porque siempre son ellos los que terminaban pagando los platos rotos de Jesús, siendo ellos los castigados, los reprendidos y hasta los abofeteados.

Son en esos momentos en que más echaba de menos a su madre... los dos lo hacían, y más cuando eran más cercanos a ella que con su padre, mientras que Jesús vivía de la atención de Damián.

Marta acaricia la mejilla abofeteada de su hermano, cantándole el «Sana sana colita da rana» a la vez que le hacía cosquillas, logrando que riera pero a la vez huyera de sus cosquillas, aunque negándose a separarse de ella porque se aferra a sus ropas como si fuera su sustento para no caer.

Se vuelve a abrazar a ella, un poco más tranquilo aunque tiene los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar.

La niña corresponde su abrazo, abrazándolo todo lo fuerte que podía mientras comparten unas risas llenas de complicidad: solo ellos.

Marta, con esfuerzo, lo invita y lo medio carga para que se sentara sobre ella, quedando detrás de él y sujetándolo lo mejor que puede para que no cayera, ofreciéndole parte de su desayuno para que el pequeño no se quedase sin comer nada.

—¿Te ha castigado también en encerrarte en la habitación hasta nuevo aviso?

—No, solo sin desayunar... —Se asusta, mirando a su hermana con la tostada en la boca— ¡Te va a castigar a ti también si me ve comiendo de tu plato! —Busca huir, bajarse de su hermana y no perjudicarla, y es que está asustado de verdad por la severidad de Damián.

Marta forcejea con él para evitar que se fuera, y mucho menos hacer que se sintiera culpable por algo así.

—Andrés... no... ¡para! —le regaña con cierta amabilidad hasta que consigue que dejase de intentar zafarse de ella— Será nuestro secreto, ¿de acuerdo? Padre no se enterará... —Mira a su alrededor, comprobando que no hubiera nadie— Vamos, coge lo del plato y vayamos al jardín, ¡corre! ¡antes que nos pillen!

La travesura siempre iba a formar parte de los niños, sin importar lo herméticos que les obligaran a ser, siempre tendrán esa pequeña chispa que les hace hacer ese tipo de trastadas.

Andrés la mira ilusionado, totalmente fascinado de la bondad de su hermana. Sonríe de oreja a oreja y asiente con la cabeza, cogiendo algunas tostadas y se baja de un salto de la silla, esperándola.

Marta coge un par de mandarinas y, agarrando la mano libre de su hermano y volviendo a compartir risas de diversión, se van corriendo al jardín para, simplemente, jugar y ser los niños que realmente son.

Siendo el refugio del uno del otro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top