03# PARTE UNO

Jesús está delante del mini bar del despacho de la casa, sirviendo dos vasos de whisky. Asoma la cabeza por la puerta para comprobar que no hubiera nadie, y una vez así, saca de su bolsillo una bolsa de plástico muy pequeño con unas pastillas que había machacado a consciencia la noche anterior.

Vierte una pequeña cantidad en uno de los vasos, la cantidad recomendada por el farmacéutico que había sobornado ya por segunda vez. Guarda esa bolsita y remueve los polvos con el licor.

—¿Para qué me has hecho llamar? —pregunta Marta entrando al despacho casi con prisa.

Tan solo unos segundos, si hubiera llegado unos segundos antes... hubiera podido ver que su hermano echaba algo en su vaso.

—¿Qué pasa hermanita? ¿qué el nuevo puesto te viene grande? —le pregunta lleno de ironía, bebiendo de su vaso.

—Si me has llamado para burlarte de mí, pierdes el tiempo —le corta, ya dispuesta a irse. Jesús la sujeta del brazo para impedir que se fuera.

—¡Venga ya! ¿Dónde está tu sentido del humor? Con el buen tándem que hacíamos en la fábrica. —Se hace el ofendido, pero su sonrisa de soslayo le delata.

La ojiazul se suelta de su agarre y se cruza de brazos, mirándolo entre agobiada y con poca paciencia ya.

—Lo fastidiaste todo al invadir mi privacidad, ¿te parece poco?

—Oh, ¿quieres que entremos en ese tema? —ríe como si se divirtiera verla enfadarse, dándole otro sorbo a su vaso— Pero para tu suerte, no te he llamado para eso.

—¡¿Quieres hablar de una vez, por Dios?! ¡No tengo todo el día! —Se enfada, empezando a hartarse de los tejemanejes de su hermano.

Jesús sonríe victorioso por ver como ha logrado sacarla de sus casillas. Agarra el otro vaso y se lo extiende, como si le ofreciera el son de paz.

—Solo tomar una copa contigo, hermanita. Padre solo sabe decirme lo bien que estás llevando la empresa... ¿qué no puedo darte la enhorabuena?

—¿La enhorabuena? ¿Tú? —Enarca la ceja, mirándolo de arriba abajo como si hubiera perdido un tornillo más por el camino— No me gustan que me regalen los oídos, y lo sabes. —No baja su ceja y sigue mirándolo con recelo—. Dime de una vez que quieres.

—Solo compartir una copa contigo —responde sin bajar la mano que le ofrecía el vaso—. Vamos, ¿le vas a negar este detalle de tu hermano mayor? —le pregunta con ese retintín de superioridad que siempre lleva sobre sus hombros.

Marta arruga la nariz y le mira con condescendencia. ¿Se puede saber por qué insiste tanto en compartir una maldita copa con ella? Él mismo la amenazó que pondría cristales por su camino al haber aceptado el puesto de directora general.

Es obvio que Marta no se fía de él, pero al no saber absolutamente nada de ninguna de las atrocidades que ha hecho su hermano, y ni mucho menos que fue capaz de drogar a Begoña con alucinógenos, no se le pasa ni por la cabeza que ella iba a tener un destino similar al de su cuñada.

Suspira con pesadez y termina por ceder, como siempre hace con su hermano y su padre, recibe el dichoso vaso que tan insistentemente le ofrecía Jesús.

Jesús sonríe victorioso y alza la copa para beber de su whisky mientras Marta hace lo mismo. Los dos no se quitan el ojo de encima: Jesús se quería asegurar que se bebiera todo el contenido mientras que Marta no para de darle vueltas a la cabeza: ¿En qué está pensando su hermano? ¿qué está planeando? Nada bueno, eso lo tiene más claro que el agua. Una y mil preguntas llegan a pasarse por su cabeza sin llegar a ninguna conclusión, en realidad, lo único claro que saca es que quiere irse de ahí: instintivamente busca huir de él.

Termina por beber de su whisky casi de un trago y deja el vaso con cierta brusquedad en el mini bar.

—¿Contento?

—Mucho.

La rubia lo mira con recelo por última vez y, suspirando como si le hubiera quitado toda la energía de todo el día, se marcha de ahí de bastante mal humor.

La sonrisa de triunfo del contrario es tan amplia que demuestra lo ganador que se siente, lo inteligente que es y lo tontos que son los demás a pesar de usar la misma táctica que ya usó con Begoña.

¿Qué quería conseguir drogando a Marta?

Con Marta no funcionaría los alucinógenos porque enseguida sospecharían, pero, ¿y si consiguiera que terminase tan fatigada y tan enferma que la obligase a dejar su puesto de trabajo?

Todo eso solo es provisional, igual que con su mujer, no iba a drogarla para toda la vida pero sí el suficiente tiempo como para salirse con la suya.

Sabía que si Marta se viera obligada a dejar la dirección, su padre le pediría de volver y las razones, bajo su percepción, eran obvias: Andrés era un inútil que no sabe hacer nada y que ni es capaz de aprenderse las condiciones de los contratos comerciales; Luis solo está dedicado a sus perfumes y Joaquín nunca iba a ascender a un puesto tan importante y aunque fuera así, la empresa caería en picado porque no sabría llevarlo.

Su ego se había inflado más gracias a las palabras de Isabel en su último día: él es más necesario en la empresa de lo que se piensan.

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