03# PARTE DOS
Marta no se estaba dando cuenta de la manipulación de su hermano Jesús, pues iba tan agobiada e iba corriendo por todos lados que eso le daba paso libre a las fechorías del mayor de los de La Reina.
Jesús vigilaba cada movimiento de su hermana, y aprovechaba los momentos en que la ojiazul le pedía a Teresa alguna taza de café o té. Es ahí cuando se colaba en la cocina para echarle esas pastillas machacadas.
A diferencia que con Begoña, debía ser más cauteloso, pues tal como estaban los ánimos con la familia, sería demasiado sospechoso que estuviera encima de ella para incitarla a beber día tras día como hizo con Begoña en su día. Era un riesgo que no podía permitirse.
Marta ya no sabía con exactitud cuando había empezado a encontrarse mal, ¿cuántas semanas llevaba así? con mareos cada vez más recurrentes, teniendo picos de fiebre que nunca había tenido en la vida y un dolor de cabeza insufrible, hasta tal punto que a veces la hacía tambalearse en su caminar.
En la sala de estar de la casa, estaba intentando leer uno de los libros de la biblioteca de su padre y aunque había pedido un té, no toma ni un solo sorbo porque siente el estómago pesado, como si hubiera comido una piedra que se ha quedado anclado ahí, y siente que si bebe del té, esa sensación iba a ser peor, es más, siente ganas de vomitar y en tan solo un segundo siente como la temperatura sube, empezando a tener sudores fríos.
«Agua...», es lo único que piensa mientras se levanta del sofá y, a trompicones, se dirige a la cocina.
La sensación empeora, sintiendo demasiado calor y el sudor muy frío, con la percepción de que el vómito se ha quedado estancado en su garganta.
No sabe ni como llega a la cocina, es más, sus piernas parecen perder las fuerzas por unos segundos y para evitar no caer al suelo, se sujeta con torpeza en la mesa donde las empleadas cocinaban, llegando a incluso inclinar el mobiliario.
Tiene las piernas ligeramente flexionadas en lo que apoya los antebrazos en la mesa como si estuviera cayendo en un acantilado y, obviamente, no quisiera caerse.
Empieza a hiperventilar al notar el corazón a cien que sustituye las ganas de vomitar, pero manteniendo esos dichosos mareos, el calor y el sudor frío.
Hoy, sin duda alguna, es el día que peor se estaba sintiendo.
Parecía que estaba sola, hasta que aquella mujer que considera un ángel y lo más bonito de su vida entra a la cocina al bajar por las escaleras.
Iba directa a por algo de comer, pero se encuentra a su pareja aferrada a la mesa y con las rodillas casi rozando al suelo.
Verla así no solo es que le sorprenda, sino que le hiela la sangre y la deja parada tan solo unos segundos hasta poder reaccionar y correr a socorrerla, sosteniéndola de los costados.
—¡Marta! Marta, ¡¿qué te pasa?! —pregunta preocupada.
No recibe respuesta, pues Marta parecía como si estuviera en una burbuja que la aislaba de su alrededor, que ya ni sabía como se estaba encontrando ni donde estaba.
Hasta que, simplemente, pasa: sus ojos se quedan en blanco y pierde por completo las fuerzas, y suerte que estaba Fina sujetándola porque si hubiera estado sola el golpe hubiera sido importante.
—¡MARTA! —grita su nombre, llegando a incluso desafinar.
Le viene de sorpresa todo el peso de Marta, que va cayendo de espaldas hacia ella en lo que Fina la sostiene como puede, deslizándose hasta el suelo hasta quedar sentada con Marta inconsciente entre sus brazos y piernas, quedando paradójicamente en la misma postura cuando la apuñalaron en la tienda.
Las lágrimas se le van acumulando a los ojos a medida que va cediendo a la desesperación de ver a la mujer de su vida en ese estado y no entender porque ha perdido el conocimiento.
Le tiembla el labio inferior mientras la abraza lo más fuerte que puede, como si quisiera protegerla de todo mal en lo que mira desesperada a su alrededor, en busca de alguien.
Siempre había personal en la cocina y rara vez se quedaba vacío, ¡¿y en serio ahora no hay nadie?!
Hiperventila hasta que se pone a chillar todo lo fuerte que puede, dejándose prácticamente la voz.
—¡AYUDA, POR FAVOR! ¡MARTA NECESITA AYUDA! —grita y grita sin cansarse, no importándole si llegase a desgarrarse la voz.
¿Por qué no levantarse e ir por el teléfono que lo tiene apenas a un par de pasos? simple, no le pidáis a alguien en su estado pensar con claridad, e incluso en algo tan sencillo como eso.
Los gritos por fin llegan a oídos de alguien, siendo Digna quien abre la puerta de golpe, llegando a socorrer a los gritos.
—¿Pero qué pasa? —Casi tropezándose con sus pasos, ve a Fina sentada en el suelo con su sobrina entre sus brazos.
Se apoya en la mesa con una mano mientras la otra la lleva a su estómago, quedando boquiabierta por lo que está viendo. Viendo a una de La Reina en el suelo que, poco a poco o casi de golpe, vuelve a ver a su sobrina, a su querida sobrina, dejando de lado su rencor por esa familia.
—¡Por Dios! ¿Pero qué ha pasado, Fina? —Se lanza al suelo e instintivamente, sujeta el rostro de Marta entre sus manos en busca de alguna reacción de su parte— Marta, Marta por favor... ¡abre los ojos! —exclama desesperada.
—Digna... que no reacciona... —le dice desesperada, con el corazón roto y la cara totalmente empapada por las lágrimas.
—¡Voy a llamar a Luz!
Fina asiente con la cabeza en lo que aferra a Marta más a su cuerpo, no pudiendo evitar apoyar sus labios entre el hueco de su hombro y cuello, teniendo sus labios temblando por el miedo y preocupación.
—Enseguida vienen, mi amor... aguanta —le pide una y otra vez entre susurros, negándose a soltarla.
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