01

Fina sentía como se le cortaba el aire y le ardían los ojos de tanto llorar. Se siente perdida, caminando como si fuera un espectro hacia la casa de los Merino.

Seguía sin creérselo, teniendo el corazón totalmente roto. Las palabras de Damián se habían colado en su cerebro y grabado a fuego, siendo incapaz de quitarse de la cabeza su conversación con él.

«Ha sido Digna... ¡ella ha denunciado a Marta!»

No podía ser, ¡se negaba a creérselo! ¿Cómo podía señalar a Digna y acusarla de hacer algo tan horrible?

Aunque, muy en el fondo tenía una espina clavada y la duda insertada, pues Damián no es un hombre de derrumbarse sin más, y estaba que apenas podía mantener la compostura y tenía el rostro empapado por las lágrimas y con una expresión de dolor que entendía a la perfección.

Marta era su sobrina, ¿tanto odiaba a la familia que no sabía ver lo distinto que son entre ellos? ¿es que no sabía focalizar su dolor a quién realmente la había herido?

«No puede ser... no... no...», piensa en bucle, no pudiendo pensar en nada más.

Llega a la puerta de la casa y toca la misma casi con debilidad, como si le hubieran quitado toda la energía posible.

Tuvo que insistir una vez más con algo más de fuerza hasta que es la propia Digna quien le abre la puerta, preocupándose por ver a esa chica a la que considera como una hija en ese estado de lleno de dolor.

—¡Fina! —se aparta para dejarla pasar— ¿Qué te pasa? ¿por qué estás llorando? Mi niña, te ves tan angustiada... —Atrapa su rostro entre sus manos, encontrándose con una mirada casi vacía de Fina.

—¿Ha sido usted...? —pregunta en un hilo de voz.

Digna frunce el ceño, mirándola como si no entendiera absolutamente nada.

—¿De verdad la ha... denunciado? —le cuesta horrores pronunciar la última palabra, teniendo su barbilla temblando sin parar, luchando por no romper a llorar delante de la mujer.

Digna la mira sorprendida, bajando sus manos con cierta lentitud en lo que traga saliva y, casi oscureciéndole la mirada, da un paso hacia atrás como si quisiera mirar mejor a la más joven.

—¿Y qué esperabas que hiciera tras descubrir lo que era? —le responde con una pregunta, alarmando a Fina que no puede evitar llevar una de sus manos hasta su estómago, abriendo la boca de la sorpresa mientras siente como se le cae el mundo a los pies.

—No puede ser verdad... ¡dígame que no lo es!

—Solo les he devuelto el mismo trato que le dieron a Gervasio —dice con tanta frialdad que hiela a Fina, que del miedo que siente llega a retroceder un paso como si quisiera alejarse de ella—. Ellos destruyen todo a su paso —alza la barbilla, como si el fin justificara sus actos—, solo les estoy dando lo que se merecen —se justificando, hablando con tanto odio que de verdad la Valero es incapaz de creerse que la mujer que tiene delante es la propia Digna.

—¡Está loca! —Retrocede otro paso, notando como incluso se tambalea en su lugar— Esta estúpida guerra que tiene contra los de La Reina debe terminar... ¡¿es qué no ha visto hasta donde ha llegado por su sed de venganza?! Por Dios... que Marta es su sobrina...

—Y Gervasio era el mejor amigo de Damián.

—¡Qué no me venga con esas! —explota, sintiendo un remolino de rabia que no puede controlar, y que a la vez tampoco quiere hacerlo— ¡Marta no lo mató ni provocó su suicidio! Es que no me lo creo... Marta siempre ha estado a su lado para apoyarla en los momentos difíciles y cuando Jesús la atacaba constantemente... ¡e intentaba mirar por vosotros! ¡por Los Merino! —arremete contra ella, y es que está tan pero tan enfadada que se marea levemente.

Digna la mira sorprendida, ¿por qué la defiende tanto? ¿no debería entenderla y apoyarla a ella? ¡Por Dios, qué esa familia incitó que su marido se quitara la vida!

Frunce levemente el ceño y le reprocha con la mirada su actitud y enfado con ella.

—¿Por qué te enfadas conmigo? Sabes como son los de La Reina y-

—¡MARTA NO ES COMO ELLOS! —pega tal grito que, si hubieran estado el resto de la familia hubieran tenido que bajar corriendo a ayudar a su madre. En cambio, Digna retrocede levemente su espalda y la mira con los ojos más abiertos de lo normal— Pero bien que aceptáis a don Andrés, ¿verdad? ¡Él también es un de La Reina, si nos ponemos así!

—Andrés ha intentado...

—Ha intentado qué, ¿Digna? ¡¿EL QUÉ?! ¿Lameros el culo? ¿es eso? —su enfado es tal que se atreve a avanzar los pasos que había retrocedido hace unos minutos mientras su respiración es más clara en el vaivén de su pecho— Habéis tratado tan mal a Marta durante este tiempo... ¡cómo si ella tuviera la culpa de todo! Y lo único que ha hecho ha sido intentar ayudaros... —caen más lágrimas por sus mejillas, mirándola cansada de toda esa pantomima— Habéis pagado los platos rotos con ella... Digna, le ha destrozado la vida...

Digna la mira de arriba a abajo, ¡nunca la había visto tan enfadada! ni tan siquiera cuando estuvo peleada con su padre hace meses, ¿y se pone así por algo que, según ella, está más que justificado? Solo quería que Damián probara un poco de su propia medicina.

—Fina... —la nombra atónita, intentando seguir justificándose como si su decisión hubiera sido la correcta— cuando te enamores lo entende-

—Me ha arrebatado al amor de mi vida... —la corta con la voz tan apagada y agotada, pero lo suficiente firme para callarla.

—¿Cómo? —Se asombra todavía más si se pudiera, mirándola como si no se creyera lo que estaba dando a entender— no puede ser... Marta y tu...

—No es mejor que don Damián... es más, acaba de demostrar que es igual de ruin que él...

Esas palabras se clavan como cuchillos en el corazón y cabeza de Digna, que se mantiene callada pero no le quita la mirada a esa chica que podría, con el tiempo, cambiar la mentalidad de Digna y darse cuenta del error cometido.

—Acaba de hacer que, por primera vez, me alegre que padre falleciera... —la mira con resentimiento— porque le hubiera decepcionado horriblemente...

—Fina, no... no digas eso, por favor... —le ruega, empezándose a ver algo de sentimiento en su rostro.

Alza su brazo para intentar llegar a ella, pero Fina le rechaza el contacto y pone distancia con ella. La mira una vez más con el corazón roto por saber la verdad y hasta donde era capaz de llegar para salirse con la suya y cumplir con su cometido.

Está tan dolida, tan agotada y tan perdida... como si le hubiera arrebatado el sentido de vivir.

Le tiembla el labio inferior y cuando nota que va a romper a llorar de nuevo, abre la puerta con tanta rabia que podría haberla roto si hubiera querido, marchándose de esa casa de la mujer que consideraba una madre.

—¡Fina! No te vayas, por favor... ¡Fina! —va tras ella, intentando alcanzarla en lo que se le enrojecen los ojos a causa de las lágrimas que amenazan por salir.

No lo logra, se queda a unos pocos pasos de la puerta y la ve alejarse. Ve como se estaba marchando no solo de su casa, sino de su vida.

La tiembla el labio inferior e igual que cuando supo la verdad sobre la muerte de Gervasio, lleva sus manos hasta su estómago como si le hubiera venido un remolino de sentimientos: de angustia, de dolor y decepción que consiguen hacerle romper a llorar mientras solo saber decir una y otra vez con la voz rota:

—Lo siento... lo siento... Fina...

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