Sardust por Cinthya Huerta (Nozomi7)

1

El claroscuro de la luna se filtraba por la rendija de la ventana de la habitación. El ventilador del techo, en su velocidad media, había quedado rezagado tras lo que acontecía debajo de él. Las luces a medio apagar proyectaban continuas sombras en las paredes de la danza de aquellos cuerpos en su pos de fundirse en uno solo. La mecha del incienso con olor a canela, que se derretía poco a poco sobre la mesita de noche, hacía perfecto juego con las pasiones que se encendían en aquellos amantes.

La mujer besó con ferocidad a su compañero. Tenía ganas de dejar en sus labios, en su piel, en su alma y en todo su ser una huella de que él le pertenecía. Pero, aunque sabía que lo que ambos estaban cometiendo aquella noche era algo que les estaba negado, no le importaba. Había llegado a su vida tiempo antes que su compañera, y para ella era lo único que bastaba. Lo había conocido tiempo atrás... lo había querido tiempo atrás... lo había deseado tiempo atrás... Ahora, solo ahora, se permitía consolidar, por fin, aquellas ansias de amarle... aquellas ansias de besarle... aquellas ansias de poseerle... Y, aunque sabía que su alineación con aquella estrella —que había iluminado su vida durante tantos años—duraría sólo unas cuantas horas, para ella era suficiente. Porque su conjugación con él, porque su iluminación con él, porque su consumación con él significaban la eternidad misma.

Parecía tan lejano aquel día en el que, con solo doce años de edad, lo había visto por primera vez.

***

Era un verano en aquella playa a la que no había querido asistir con sus padres de vacaciones, pero que, por circunstancias del destino, había conocido a aquel chico de ojos pequeños que le robaría por siempre el corazón.

Aburrida como estaba en aquella festividad de San Valentín, que sucedía en el Yatch Club, se había apartado de todos para hacer tiempo y contar las horas que faltaban para regresar a la casa de playa. Por ello decidió sentarse en el pequeño muro que dividía a la calzada de la arena para observar a las estrellas.

Desde el verano pasado se había despertado en ella su fascinación por la astronomía. Y aunque el cielo de su ciudad, que se caracterizaba por ser nublado aún en pleno verano, no le permitía desarrollar su pasión como quisiera; tenía la suerte de que, en esa ocasión la noche luciera clara y diáfana, exhibiendo a la luna y a las estrellas en todo su esplendor para ser contemplados por ella. No obstante, mientras se hallaba perdida en su pasión, algo captó de inmediato su atención.

Al bajar su vista por un instante, sus ojos se fijaron en una figura masculina. Un chico un poco mayor que ella —quizá por dos o tres años— se hallaba distraído contemplando la inmensidad de la noche, la playa y el mar. A pesar de que por la lejanía no podía percibir con nitidez sus facciones, le pareció que lucía tranquilo en sus pensamientos. Sin darse cuenta, cambió su objeto de observación de las estrellas por él. Le gustaba contemplarlo, apreciarlo, espiarlo...

Cuando el joven notó que era observado por ella, volteó en su dirección. No supo cómo ni por qué, sin embargo, se sonrojó al sentirse descubierta. Él simplemente le sonrió y luego con un gesto de la cabeza la saludó. A ella le dio la sensación de que le iba a decir ‹‹Hola›› o parecido, pero lo primero que dijo la sorprendió:

—¡Una estrella fugaz!

‹‹¿Una estrella fugaz?››

De inmediato, volteó su rostro a su detrás. En efecto, una inmensa estrella fugaz surcaba el cielo, iluminándolo en todo su esplendor.

—Rápido, pide un deseo —escuchó que él le decía al tiempo que se acercaba a ella.

—¿De...? ¿Deseo?

Él asintió.

—¿Sabes del mito que si viene una estrella fugaz, si pides un deseo, éste se hará realidad?

—S... sí... —dijo sonrojada—. Pe... pero, ya se fue, ya no... ya no la veo —mencionó a la vez que miraba el horizonte a lo lejos del mar.

—Pero la viste al igual que yo, ¿no?

La niña asintió.

—Sí.

—Pues tu deseo todavía será concedido si es que no pasa mucho tiempo... —Ella arrugó la frente incrédula—. Rápido, pide un deseo antes de que se aleje más y nos perdamos lejos de su radio de acción —dijo guiñándole un ojo.

Se le quedó pícaramente. A ella le gustó verse contemplada en esos ojos. El calor en sus mejillas se acentuó todavía más. Y aunque no hubiera algo en concreto que quisiera pedir en esos instantes, supo que esa hermosa sensación, de verse reflejada en aquellos ojos café, era algo que quisiera que se perpetuara durante algún tiempo más.

Después de pedir en secreto su deseo, ambos se quedaron conversando durante buena parte de la noche.

Ella le había contado que se sentía aburrida de la fiesta de San Valentín del club porque la gran mayoría de los asistentes eran o adolescentes de la edad de él y poco más, o ya adultos como sus padres. El joven le comentó que también se había sentido un poco fuera de lugar en la reunión, porque no sentía que encajaba entre los temas de conversación de los de chicos de su edad, por lo que había optado por salir a dar un paseo por la playa y observar a las estrellas, su gran pasión. Y fue así, poco a poco, entre sentirse fuera del lugar, para luego encontrar el suyo al pie de las estrellas, la luna y el mar, que algo en ella se albergaría y que con los años sólo se acentuaría.

***

Luego de conocerse en aquel verano, habían coincidido en otras ocasiones en el club, en la playa y en el malecón. Antes de ella partir a su hogar, le preguntó si se encontrarían en el próximo verano. Él no sólo le prometió que se volverían a ver, sino que le entregó su dirección y su teléfono para ponerse en contacto en la ciudad.

Y fue así que, entre llamadas telefónicas, envíos de algunas cartas y otras sin entregar, el tiempo transcurrió hasta el siguiente verano. La niña, ahora adolescente, había descubierto el año pasado no solo un hermoso sentimiento llamado amor en su corazón, sino que experimentaría una emoción mucho más grande que una desazón.

Llegada la fiesta de San Valentín en el Yatch Club de ese siguiente verano, se encontraba muy nerviosa. Al fin, se atrevería a confesarle lo que sentía por él. Esa celebración le parecía la festividad perfecta para ello. Y cuando se topó con aquellos ojos café que tanto anhelaba volver a ver, la emoción la albergó. Pero esto solo le duró pocos instantes...

Tan amigable como antes, la saludó cordialmente. Y aunque fue amable con ella como lo había sido el año anterior, no pasó mucho rato para que le presentara a su acompañante, su enamorada. Esto sólo provocó que algo interior se quebrara, para crear un vacío inmenso difícil de llenar.

No había manera en que pudiera hacerle frente a su rival. Más grande, más hermosa, más desarrollada. Ella se sentía un cero a la izquierda, incapaz de hacer que aquel muchacho la mirara como algo más que una niña... como algo más que una conocida... como algo más que una simple amiga...

Frente a ello, le fue muy difícil disimular. Pero, con mucha dificultad, logró salir airosa de esa situación. Y cuando pudo, se retiró del club como lo había hecho el año anterior. Pero ahora la situación era mucho peor.

Sola... vacía... frustrada... y con rabia... se quedó observando el inmenso cielo que la cubría y a la luna que se reflejaba en aquel mar que se perdía a lo lejos. El espectáculo era tan magnífico para cualquier otra persona, pero no para ella que se hallaba tan rota en ese instante, que no habría quien pudiera recoger todos sus partes tan distantes.

Como el año anterior, se quedó extasiada contemplando aquel espectáculo. Con todas sus entrañas... con todas sus ganas... con todas sus ansias... deseó que volviera a aparecer aquella estrella fugaz que había iluminado su interior un año atrás. Pero fue en vano. Los segundos pasaban... los minutos transcurrían... las horas seguían... Nada. Aquella estrella que se había dignado en aparecer tiempo atrás, ahora parecía estar desaparecida para siempre de su vida.

Cuando se cansó de esperar, finalmente, decidió volver al club. Tomó un atajo por una de las canchas de tenis que se hallaban en la parte aledaña de la discoteca. Sin embargo, durante su trayecto, algo llamó su atención. Dejándose llevar por su curiosidad y por su instinto, se acercó a donde nunca debía haberlo hecho...

En una serie de arrumacos... en una serie de caricias... en una serie de albricias... una joven pareja intercambiaba besos y algo más. Ambos se entregaban al amor juvenil que los envolvía, entre la gran oscuridad, la pérdida de la ingenuidad y la creciente complicidad. No se daban cuenta de que con aquella entrega destrozarían un joven corazón que quedaría marcado y quebrado, dejándole un enorme hueco muy difícil de llenar.

Luego de aquella noche, ella llegaría a la conclusión de que lo que había visto el verano pasado era una estrella fugaz, en efecto. No obstante, no era una del cielo, sino de la tierra. Un joven que había llegado a ella en esa mágica noche para iluminarle su vida. Pero como tal, había sido efímero... había sido ligero... había sido pasajero... Porque nunca le había pertenecido como ella había creído... nunca había formado parte de su vida como había creído... nunca había logrado formar un nexo con ella como había creído...

Aquella estrella fugaz era tan invaluable para ella... tan inalcanzable para ella... tan inimaginable para ella... que sólo estaba concebida para otro tipo de corazón que no fuera el suyo. Y quizá así siempre lo sería.

¿O acaso estaba equivocada?

***

Los años transcurrieron. La amistad entre ambos continuaría y se forjaría. Ya no sólo coincidirían en los veranos en el club, sino que, al pedirle a sus padres que la trasladaran de escuela para estar cerca de la zona en donde él vivía, tuvo el pretexto para hablar más, para conocerle más, para enamorarse más, sin que hubiera marcha atrás.

Quien fuera al principio una niña, luego adolescente, para luego dar paso a una mujer, había decidido esperar. Crecería, maduraría y quizá con ello, él en ella se fijaría. Sin embargo, aunque la amistad entre ambos se forjaría, esto no significaría que el joven a su pareja dejaría.

Con pena, rabia e impotencia, tuvo que ser testigo de innumerables escenas de amor entre ellos, de eternas charlas de parte de él sobre su relación de pareja —algunas de eterna adoración, otras de peleas llenas de desazón—, y de una relación que, con los años, se consolidaría en un matrimonio. Esto solo acentuaría el profundo hueco de vacío que había en su alma desde tiempo atrás, y el cual no había sido capaz de ser llenado por ninguna de las parejas ocasionales que tuviera. No obstante, aunque había decidido callar lo que albergaba su corazón, había algo que la obligaba a mantenerse a su lado: preferiría acompañarlo como amiga y no ser correspondida, pero esto no significaba que se diera por vencida.

Quizá, sólo quizás, con el tiempo su matrimonio no funcionaría. Y cuando él decidiera encontrar consuelo, ella estaría siempre ahí. A su lado para consolarlo, a su lado para acunarlo, a su lado para amarlo. Y lograr, por fin, que aquella estrella fugaz que había iluminado su vida... que había ansiado alcanzar algún día... y que ese deseo de ese verano no fuera solo una utopía...

Pero, ¿lo lograría?

***

Una noche de febrero, cuando ella se hallaba planificando un viaje de fin de semana con su prometido, él la había llamado para conversar. Como ya tenía todo listo para salir en breves horas, le había preguntado si no podía posponer la charla. Sin embargo, lo que escucharía de su parte le haría reordenar sus prioridades:

—Te necesito, por favor... —dijo sollozante y con un temblor en su voz, el cual le removió en su interior aquel sentimiento que a él la ataba.

De inmediato, inventó cualquier excusa a su prometido para postergar su viaje, canceló las reservas de su vuelo y de su hotel. Pero, antes de que pudiera colgar el teléfono, lo que la agencia la viajes le informaría, haría que el curso de los días cambiaría:

—Tenemos una oferta para San Valentín para una pareja en el balneario de...

En un primer momento, no tomó en cuenta lo que la trabajadora de la agencia le diría. Sin embargo...

Cuando se encontró con él, estaba muy dubitativo, decepcionado, pero sobre todo, frustrado. Su mujer, ante los diversos problemas económicos y laborales que tenía, y lo que esto había incidido en su matrimonio, le había pedido tiempo para pensar y para decidir sobre el curso de su relación: si luego de siete años de casados, sin poder ahorrar lo suficiente para comprar una casa, sin poder tener hijos propios y con tantas discusiones de por medio —estando ambos próximos a los treinta año— valía la pena seguir juntos. De este modo, había sido obligado a dejar el departamento que alquilaban e ir a volver a vivir con sus padres. No obstante, sabiendo que la tenía a ella para escucharlo, para aconsejarlo, pero sobre todo, para ayudarlo a olvidar aquel mal rato gracias a que siempre era capaz de ocurrírsele cualquier cosa que lo animara, no dudó en ir en su búsqueda.

Quedaron en encontrarse en un café. Luego de escuchar sus penurias, recordó que tenía la oferta de la agencia. Le propuso ir de viaje los dos, aunque en plan de amigos. Le manifestó que el ir a la playa le ayudaría a cambiar de aires, quizá a reflexionar más las cosas y mirar con nuevos ánimos su futuro. Y aunque en un engaño, le había dicho que esperaría a que a su vuelta a la ciudad, su relación con su mujer con su mejoraría, esto, en realidad, era solo una mentira.

Ansiaba, muy en el fondo, tener la oportunidad de que la playa, el mar, la noche lo uniera más a él. Que el reflexionar en soledad le trajera mejor ánimo a él. Que el perderse en la inmensidad de las aguas lo ayudara a encontrarse consigo mismo y con ella. Que el silencio nocturno lo ayudara a difumar su tristeza, su frustración y le devuelva la ilusión, pero... ahora percatándose, por fin, de lo que tenía frente a sí...

La fusión de aquellos elementos naturales podrían quizá ayudarla para alcanzar, ahora sí, a aquella estrella fugaz que tanto ansiaba.

Porque hacía quince años atrás, habían sido el escenario perfecto para que sus mundos se toparan. Porque hacía quince años atrás habían conjugado para que él iluminara su vida para no irse nunca más de ella. Porque hacía quince años atrás, en un solo instante, cuando se vio reflejada en sus ojos, ella supo lo que significaba la felicidad. Sin embargo, ella quería más... quería que su estrella fugaz no sólo fuera pasajera, sino unirse a ella en una danza que significara la eternidad misma.

Pero, ¿lo lograría?

***

Luego de pasar algunos días paseando por los alrededores, relajados en la playa, sol y mar, él parecía haber mejorado de ánimo. Y con la proximidad de la festividad de la fiesta de San Valentín, decidieron celebrar en la fiesta, que el Yatch Club ofrecería esa noche, la amistad que los había durante tanto tiempo.

Sería por el efecto de relax del alcohol que les producía. O quizá por la gran felicidad que la embargaba durante esos días al tenerlo, solo para ella. O tal vez porque, el estar en aquel lugar le traería tantos recuerdos, tantos sentimientos y tantos anhelos acumulados... desbordados... multiplicados... El asunto fue que, al llegar a esa situación, ella ya no pudo más.

Debajo de la luna llena, con sus pies bañados de arena, sentada en aquel muro de madera, se le confesó. Le dijo lo que había estado guardando dentro de sí por tanto tiempo, ansiando por tantos momentos, aguardando con tanto sentimiento:

—Siempre te he querido —dijo cabizbaja y llena de vergüenza—. Y sé... —Hizo una pausa—. Entiendo que tú sólo me has visto como una amiga, y peor aún, lo que te digo es inapropiado porque yo tengo novio, ¡me queda claro! Y sé que todavía debes estar triste por lo de tu esposa, pero... —Tragó saliva—. Sólo quiero confesarte que, a pesar de las parejas que he tenido y de los años transcurridos, yo sólo he tenido ojos para ti, y me gustaría... —Derramó una lágrima—. Me gustaría... albergar la esperanza de que aunque sea, por esta noche, me correspondieras...

No estaba segura de si él le iba a corresponder, aunque aguardaba una mínima oportunidad de que fuera así. Pero, cuando sintió que la espera le era eterna, de que los sueños eran imposibles y que el cielo nublado —que había caracterizado ese día— sería duradero, algo cambió.

Las nubes que cubrían el cielo se despejaron, mostrándole no solo una luna eterna, sino a la vez, a aquella estrella fugaz que había visto quince años atrás... A la humana que acortaba la distancia para unirse a ella, para abrazarla, para besarla, para corresponderla... Y a la del cielo que, como antes, iluminaba sus ilusiones a través de hermosas alegorías, iluminaba sus sueños a través de esperanzas concretadas, iluminaba su vida a través de su encuentro, el cual fundiría a esas estrellas en una unión perpetua, en una fundición perpetua, en una conjugación perpetua.

Ambos se entregaron en esa noche bajo la luna, convirtiéndose no solo en estrellas, sino en algo más que explotó, en algo más que se transformó, en algo más que comenzó.. Porque polvo de estrellas fueron y polvo de estrellas serían. Aunque ella no supiera por cuanto tiempo todavía...

***

Después de su breva conjugación en la playa, decidieron consumar lo suyo en la comodidad de su habitación, en donde la pasión no tendría frenos, en donde los ojos no los observarían, en donde la sociedad no los señalaría.

Ella se había entregado a otros hombres en su vida. Pero ahora, solo ahora, aquél encuentro era el más significativo de todos, el más perfecto de todos, el más sublime de todos.

Cuando volvió a sentir el leve toque de su piel contra la suya, a la vez que la besaba con aprehensión, el hormigueo en su interior se elevó tan exponencialmente, que creyó que sus piernas la traicionarían. Sin embargo, antes de casi desmayarse, la abrazó con tal fuerza contra sí, como si siempre le perteneciera... Y es que para ella siempre había sido así. Esa estrella la había iluminado, esa estrella la había guiado, esa estrella la había desbordado, hasta hacerla perder la noción de que lo que estaba cometiendo era pecado, pero a ella no le importaba.

Al percibir cómo la desnudaba poco a poco, sus vellos reaccionaron como si recibieran cientos de cargas eléctricas, su estómago era sometido a una revolución de mil por segundo y su alma se bañaba de pasión, de ambición y de excitación.... Cuando, finalmente, quedaron sus pechos al descubierto y le permitió saciar su vista con ellos, lo que seguiría a continuación la elevaría al mayor de los sublimes estatus que alguna vez hubiera experimentado.

Sus manos sobre sí eran como un leve toque del más suave de las sedas y de los terciopelos. Sus besos, devorando cada uno de sus rincones, delimitaban una nueva línea de frontera de un territorio creado a base de sus ilusiones, de sus anhelos y de sus sueños. Sus miradas de deseo, de pasión y de excitación conjugaban un nuevo estatus en donde no había inhibiciones, en donde no había limitaciones, en donde no había recriminaciones...

Ella era sólo una mujer que había esperado por tanto tiempo, era una mujer que había callado por tanto tiempo, era una mujer que se había reservado por tanto tiempo. Y ahora, por fin ahora, se permitía gritar en silencio. Y ahora, por fin ahora, se permitía rasguñar aquella piel que tan evasiva le había sido... Y ahora, por fin ahora, se permitía deleitar de aquella sublime ambrosía...

No tuvo límites al momento de iniciar y culminar aquella entrega mutua. No tuvo límites en probar explorar aquellas zonas que tanta curiosidad le provocaban. No tuvo límites en tocar y saborear de sus besos, de sus abrazos, de sus caricias y de sus anhelos...

Porque cuando sus ojos se reflejaron en los de él, como hacía quince años atrás, ahora no sólo experimentaba la mayor de las dichas. Porque cuando él la contemplaba al tiempo que lo sentía dentro de sí, ella sabía que aquel deseo que había pedido quince años atrás ahora, por fin, se concretaba. Porque cuando él la besaba, porque cuando él la tocaba, porque cuando él la amaba, ella dejó de ser una simple estrella del cielo y se unió para siempre a la luz de su amante.

Porque como una alineación de estrellas que sólo se dejaba ver en un millón de años luz, lo que había comenzado en San Valentín se consumaba en San Valentín, como polvos de estrellas que dejaron de ser estrellas fugaces para convertirse en seres perpetuos de una eterna luminosidad.

***

Después de su apasionado encuentro, al día siguiente ella le preguntó, dubitativa y ansiosa, si lo suyo había sido algo de una sola noche y si regresaría con su esposa:

—Creo que no —contestó seguro de sí—. El estar lejos de la ciudad me ha hecho concluir que lo nuestro estaba muerto hace mucho tiempo. Y con lo de ayer... —Le acarició la mejilla—. Me he dado cuenta de que lo que siempre he buscado ha estado a mi lado, sólo que no me percaté de ello.

Acortó la distancia que los separaba y de nuevo la besó. Y de nuevo, la abrazó. Y de nuevo, la poseyó... Uniéndose de nuevo a su querer, a su ser y a su renacer.

Pasados unos días más, ambos decidieron que dejarían a sus parejas. Sin embargo, él le dijo que quería regresar a la ciudad de inmediato, hablar con su abogado para hablarse de su situación conyugal y que lo guiara en cómo actuar de ahora en adelante.

Quiso acompañarlo, pero él le objetó. La reservación que había hecho con la agencia todavía duraba unos días más, y su cita con su abogado no debería durar más de una mañana. De esta manera, le propuso que lo mejor sería que se quedara en el balneario y disfrutara del relax y de la felicidad que la cercanía de las olas, el mar y la naturaleza le proporcionaba. Él no tardaría en regresar con ella, con su estrella, su hermosa y paciente estrella.

Feliz porque sus deseos de tanto tiempo se veían concretados, porque creía estar viviendo el mayor de los estatus, feliz porque era la protagonista de su propia utopía, ella no chistó. Dijo sí a todo lo que su amante le proponía, pero no supo que luego de esto se arrepentiría.

En la carretera, su amante no previno el peligro. Un camión se adelantó a su carril y chocó al auto que había rentado, llevándose no sólo al vehículo, sino a la vida y a la luz que aquella estrella iluminaba a la mujer. Ella, ignorante en ese instante, rememoraba llena de dicha, debajo de las sábanas, al olor, al tacto y a los besos de su estrella, quien si bien días atrás era eterna, ahora volvía a ser como en sus inicios: una estrella que había aparecido fugazmente para irradiar en su vida.

Porque, al final, ella había tenido razón. Él siempre había sido una estrella fugaz, quizá inalcanzable, quizá intocable, quizá imparable. Sin embargo, lo que la mujer no contaría es que, efectivamente, luego de llorarle a mares durante días y semanas, él había cumplido su misión con ella en vida.

Porque esa noche, en su último San Valentín, ambas estrellas fugaces fueron polvos de estrellas. Porque se transformaron para crear a una nueva, irrepetible y perenne estrella. Porque ambos se pusieron de acuerdo para explotar y alcanzar el más sublime de los estatus, para dejar de ser simples seres de paso y transformarse en seres eternos que darían paso a un nuevo ser... quien ahora se hallaba y se desarrollaba en su interior, perennizando así la luminosidad de quien acababa de partir...

Fin 

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