Más allá de las nubes por Alexia Gpe. Palma (AlexiaGPmE)
1
Era otoño cuando Elina comenzó a sentirse de esa manera, tan deja-vú, tan extrañamente familiar con aquel momento; como si todo lo estuviera presenciando. Las noticias en los periódicos y la televisión habían sido demasiado gráficas, tanto como para que Elina pudiera sentirse en el momento.
Se dispuso a seguir caminando entre la multitud ¿y si pasaba realmente aquello que sentía tan cercano? Trató de llevar el paso de los demás, iban muy de prisa. De pronto sintió que algo la estrujó. Estaba soñando.
—¿Quieres huevos revueltos?— preguntó Susana, la prima más cercana a Elina. Era como su hermana.
Eli, se encontraba viviendo con Susana. Su prima se había ofrecido a darle asilo en lo que encontraba un nuevo departamento.
—¿Huevos?— respondió entre un largo bostezo— Si no es mucha molestia. Yo preparo el café.— se levantó de un brinco, para así golpearse con la esquina de la bonita mesa de centro que estaba frente al sillón en el que dormía. Tras tremendo golpe maldijo en voz alta.
—¡Oye! No conocía ese vocabulario en ti.
—Huevos, no es una grosería.— se defendió Elina.
—Te escuché, no fue huevos lo que dijiste.— río a carcajadas. Como si aquello fuera demasiado gracioso.
—¿Sabes algo? Tienes una cara de espanto— en ese momento alguien toco a la puerta.— ¿Puedes abrir?
Ciertamente, Elina tenía una cara de espanto. No porque fuera fea, sino más bien porque parecía aturdida.
En el momento en el que la puerta se abrió, Guillermo entró de buenas a primeras, sin pedir permiso a nadie.
—¿Y tú eres?— inquirió Elina aún más espantada. El hombre entró como Juan por su casa, y ella no sabía quién era él.
—Es mi amigo, déjalo. Así es él, de inoportuno.
—Soy su amigo, al que ama por inoportuno ¡Já! Y tú... debes ser Elina.— El joven derrochaba carisma.
—¡Adivino!— fingió una sonrisa, y se dirigió a encender la cafetera-¿Quieres café, amigo de Susana?
—Guille, puedes decirme Guille. Por supuesto, bien cargado si no es mucha molestia.
Después de encender el aparato que prepara café, Elina se sentó en el viejo sillón que había estado fungiendo como su cama durante casi un mes. Tomó el libro, que estaba debajo de su almohada. Era "El mensaje en la botella" de Nicholas Sparks.
—Nicholas Sparks ¿Eh?— dijo el chico. Le quitó el libro de las manos a Elina.
—Nic, si. Es uno de mis escritores favoritos. —Confirmó Elina.
—Elina es una romántica empedernida— mencionó Sus, mientras formaba un corazón con las manos.
—Leo de todo, pero sí, me encanta el romance— sonrió entre los dientes—. Sobre todo, porque me recuerdan que es algo que no voy a volver a experimentar—talló sus manos, y se dio cuenta que traía puesto el anillo de compromiso que le había dado su prometido, hacía ya más de un año. Luego, lo escondió bajo una frazada, de las que estaban en el sillón.
—¿Por qué lo dices?¿Ese es un anillo de compromiso? ¿El idiota te dejó?— Muchas preguntas. Guillermo no sabía lo que decía.
—¡No!— gritó Elina. Se tapó los oídos.
Se encontraba recuperándose de aquel dolor que provoca el perder a la persona que amas. No quería recordar nada, esa era la forma en la que esperaba salir de su duelo. Olvidarlo todo.
Algunas lágrimas salieron de aquellos ojos color avellana. Si, Elina había comenzado a llorar, a recordar.
Después de una media hora, Guille pasó a retirarse. Las dos muchacha se quedaron solas, hubo un silencio bastante profundo. Susana decidió romper aquél profundo eco silencioso.
—¿Estás bien? ¿Sigues teniendo aquella sensación, verdad?—inquirió Susana.
Elina se quedó en silencio un rato, antes de responder. Si le confesaba a su prima que, efectivamente, seguía con la misma sensación, esta sería capaz de enviarla a un psicólogo, o hasta con un psiquiatra. Y Elina, lo que menos quería era eso.
—Estoy bastante bien, no te preocupes.— mintió.
Conforme los días pasaban, aquel dolor y necesidad de permanecer dormida la mayor parte del tiempo iban yéndose; quizás era el coctel de pastillas que el médico le había colocado a Elisa, o el tiempo estaba haciendo su trabajo y había comenzado a sanar. Después de todo, superar una perdida tan grande como la que ella ha sufrido no es nada fácil de enfrentar.
Era miércoles, la noche anterior se había propuesto ir a visitar la tumba de su amado, después de casi seis meses, era tiempo de enfrentar la realidad.
Se levantó muy temprano, se vistió con unos jeans de mezclilla, un suéter negro con detalles metálicos y unos bonitos botines de cuero.
¿Estaría realmente lista para enfrentarlo todo? El accidente ocurrió hace ya un tiempo considerable, pero para un corazón herido, no hay tiempo suficiente ¿Cómo es que la vida pudo arrancarle al amor de su vida de un momento a otro? Marco era muy joven, como para morir. Elisa siempre está preguntándose por qué él.
Tienes que ser fuerte, debes superarlo. Era lo que merodeaba su mente cada hora, pero había otra voz interior aún más fuerte que le decía lo contrario, que le hacía malas jugadas y le montaba en su mente una historia completamente distinta a los hechos ocurridos. Después de todo, era pasar horas enteras llorando o fantasear con cosas meramente imposibles. No se puede revivir a un difunto.
Era demasiado temprano como para que hubiera gente en el panteón, sin embargo varios carros se encontraban aparcados en el estacionamiento. Se bajó del auto, llevaba en las manos una flor de crisantemo blanco (las que él solía regalarle a ella), una botella de vino tinto, y dos copas. Se detuvo a mirar la fachada del cementerio, tan lúgubre y descuidada, deprimente.
En el trayecto del auto al lugar donde se encontraba Marco enterrado se encontró con varias personas conocidas que no había visto desde hacía mucho tiempo, algunas le dieron el pésame, puesto que no la habían visto desde antes que su prometido muriera, otras se limitaron a darle un abrazo.
***
"Está nevando ¿Te gustaría salir a pasear por ahí? Di que sí, sé que te encanta la nieve, mi amor. Enviado a las 17:21"
Lo de sé que te encanta la nieve era mera burla, Elina temía salir cuando el clima no era favorable, y menos si era nieve. Había agarrado temor desde que, en una ocasión, cuando iba de viaje con el difunto, casi se estampan contra un cerro; la autopista estaba cristalizada.
Marco tomó las llaves de su coche para dirigirse donde su amada. La nieve había levantado ya unos 3.00 cm y en el asfalto se encontraba ya cristalizada, sabía que salir en esas condiciones podía resultar peligroso, pero ¡qué va!, iba a compartir un maravilloso paisaje con su prometida. Cualquier riesgo lo valía, según él. Pero aquel momento nunca ocurrió, Marco ni siquiera llegó por Elina. Unos kilómetros después de haber tomado el camino hacia el departamento de su novia (y en el que vivirían cuando estuvieran casados), el percance ocurrió: un camión de carga se encontraba atravesado en la calle, Marco iba en su coche a una velocidad un poco alta; cuando se dio cuenta de que el mueble estaba de extremo a extremo de la calle fue demasiado tarde, aunque hubiese querido frenar, no se habría salvado.
***
Las flores estaban marchitas, parecía que nadie se había parado por allá. Se sentó en un costado, besó la flor de crisantemos blanca que llevaba y la dejó ahí, recostada encima de la tumba. La botella de vino, la abrió y sirvió una pequeña cantidad en una copa y otra muy considerable en la otra; la copa con menor contenido la dejó a un lado de la flor, la otra, comenzó a beberla.
Bebe esta copa conmigo, mi amor. Te adoro, te amo, te extraño. Ven a mí, cariño. Haber pronunciado aquellas palabras le partieron el corazón, como un rayo hace con un pino; aceptar rodo lo que se había propuesto a, de alguna manera negar, era más difícil de lo que pudo creer ¿Cómo iba ella a aceptar que el gran amor de su vida no estaba más? Las lágrimas cayeron por sus mejillas, estaba quebrada. Lo único que quería hacer en ese momento era llorar hasta deshidratarse por completo; quería digerir lo que había pospuesto por seis meses en unos minutos, no podía.
—¿Estás bien?— sintió que alguien la tomaba por el hombro. Le pareció haber conocido aquella voz.
Pero no respondió, siguió llorando y bebiendo pequeños sorbos de vino. Esperaba que quien quiera que fuera, se retirara y la dejara sola de nuevo, pero la voz volvió a insistir. Volteó para reconocer al dueño de aquella gran insistencia.
—Sí, estoy bien— mintió, luego se retractó—. No, ¡No estoy bien! Tampoco lo estaré pronto— más lágrimas cayeron de aquellos preciosos ojos color avellana.
El joven apenas si la conocía, pero a pesar de eso decidió ponerse de cuclillas para quedar a la altura de la chica. La abrazó, fue un abrazo de esos que te hacen volver a sentir vivo, que te devuelven el alma al cuerpo; ella correspondió a aquel abrazo, pues era lo que más necesitaba, una muestra de cariño sincera y llena de consuelo, más no de lástima.
—Puedes decirme qué es lo que te ocurre.
Elina lo miró, con una mirada profunda, perdida e imponente. Con lágrimas en los ojos, resolló un par de veces y se preparó para hablar.
—¿Guille? No sé qué podría decirte. Aquí está enterrado mi prometido, con él se fue gran parte de mí ser.
La volvió a tomar entre sus brazos.
—¿Cuándo ocurrió?— quiso saber. No tenía idea de qué decir, no la quería lastimar más de lo que se notaba que estaba.
—Hace seis meses. Dijo que iría por mí para salir a pasear y nunca llegó— intentó cortar el llanto—, no lo hizo.— intentó concentrarse en el momento.
Sin más, Guillermo le pidió que llorara todo lo que quisiera. Permanecieron al pie de la tumba un largo tiempo. No le preguntó más.
Guillermo le había pedido a Elina que se vieran en Stile Di Vita, un restaurante de comida italiana nuevo en la ciudad. El chico, se encontraba ya esperándola en la entrada del pequeño local; habían pasado unas cuantas horas, desde que se habían encontrado en el cementerio.
—¡Qué bueno que llegaste!— pronunció Guille, mientras veía venir a la chica desde el otro lado de la calle. Ahora llevaba ropa diferente.
Se limitó a saludarlo con un apretón de manos y un cálido beso en la mejilla. Pasaron a sentarse en una de las mesas de en medio. El lugar estaba acertadamente decorado, con fotografías de algunas de las ciudades más conocidas de toda Italia; las sillas y mesas eran de madera de encino. El lugar era agradable a la vista, y a pesar de ser nuevo, ya contaba con una buena fama, por su comida.
—¿Qué pasa? Me preocupaste ahorita en la mañana, cuando te encontré llorando sentada en aquella tumba, pero ahora que estás más callada que un león que no quiere espantar a su presa, me preocupas más.
—Bien- tomó un poco de aire, y se preparó para hablar—, era la tumba de mi prometido. No me había parado por allá desde su muerte— se talló las manos, se dio cuenta de que aún llevaba puesto el anillo de compromiso. Lo sacó de un tirón— ¿Para qué me pediste que nos viéramos?— quiso saber.
—Eso ya me lo había dicho, esta mañana; pero, me gustaría saber más. Por eso quise que nos viéramos.
—¿Para qué quieres saber, me juzgarás? Como todos los demás.— arrugó la nariz, como gesto de disgusto. Estaba harta de escuchar la misma cantaleta: Deberías comenzar a resignarte, buscar a alguien más. Él ya está muerto.
El chico parecía consternado, confundido. ¿Por qué habría de juzgarla?
—¿Por qué lo dices? No tengo por qué hacerlo. Es más, ni siquiera te conozco bien, te he visto ¿cuántas veces?... tres, con esta.— trató de parecer un tanto indiferente, lo suficiente como para que no se notara su gran interés en la chica de los cabellos rubios.
—¡Ah! Si no me conoces, ¿por qué tanto interés?
—Me preocupaste, desde aquella vez en que fui a casa de Susana... te pusiste extraña, estabas muy alterada.
El olor que se despedía de la cocina, abría paso al apetito. Los dos habían pedido Rigatoni en Salsa Vodka. En lo que sus platos llegaron a la mesa siguieron platicando.
Elina le contó todo, empezando por explicar el por qué del miedo a que él también la juzgara de loca. En cambio, recibió comprensión de parte de aquél chico. Le contó de su delirio, de su deja- vú, de sus angustias; sentía una extraña confianza por aquel sujeto que había visto tan solo un par de veces. Sí, así fue como es que empezó la historia de Guille y Elina; porque los verdaderos amores, nacen de los tiempos difíciles.
Aquella mujer de los cabellos dorados como el sol, la que creyó que después de todo, nunca iba a volver a encontrar a alguien como el que se le había ido al cielo; se volvió a ver de frente con el amor. ¿Amará más de lo que amó antes? Tan solo ama lo más que puede. Aquella mujer, ha podido volver a sentir ese sentimiento.
Los días pasaron, como es lo habitual; aquella sensación se hizo cada vez menos latente. Las imágenes del accidente guardadas en su cabeza, iban desapareciendo; la sensación de haber estado presente era menor. Seguía sintiéndose culpable, sí.
—Iremos a ver el atardecer— explicó Guille a Susana—. Hoy habrá uno.— afirmó lo ya sabido. Pues, no sabía que excusa poner para llevarse a Elina con él.
—¿Te estás escuchando?— Sus soltó una carcajada.-—Atardecer a las diez de la mañana, ajá. De seguro los atardeceres son por las mañanas. —frunció el entrecejo.
—Bueno, quiero invitar a salir a Elina— miró a la susodicha—, pero algo seguro es que no volveremos hasta después del atardecer.
—Bueno, si no te molesta, iré a pasear con Guille.— habló, por fin Elina.
—¿Desde cuándo salen? ¿Por qué no me lo habían dicho? No, pero tienen que ocultarlo todo los dos— fingió enojo, luego dejó ver su alegría—. Lo sabía, ustedes dos ya hasta han de estar casados.— No estaba tan perdida, pues el joven tenía pensado pedirle matrimonio a Elina esa misma tarde.
Se voltearon a ver y negaron con la cabeza.
—¡Vayan! Vivan su amor, y no lo oculten malditos.— Se podía notar que Elina se había sonrosado.
¿Cuánto tiempo se necesita para superar la pérdida de un ser al que se ama, incluso más que a uno mismo? No se trata de tiempo, se trata de momentos y personas. Cuando Elina conoció a Guille, pudo darse cuenta de la verdad, siempre hay momentos para querer.
Los novios, se encontraban tumbados, en el pasto contemplando el cielo, y platicando de sus ayeres.
—Recuerdo cuando Marco me acompañaba a hacer largas caminatas en el bosque. Eran lindos momentos.— suspiró.
—¿Quieres ir a caminar? En lugar de estar aquí, tumbados. Yo puedo ser tu compañero de hoy hasta siempre.
—¡Oh! No, estoy bien aquí, durmiendo a tu lado— sonrió—, sigamos mirando las nubes.
—¿Me amas?— preguntó el chico.
—Que si te amo, ¡Claro que te amo! Más de lo que creí que podía hacerlo. Incluso más que a...— cayó. Estaba a punto de decir una tontería.
—Que a...— quiso saber Guille.
—A nadie. Iba a decir una barbaridad. Te amo justo lo que debo amarte a ti— sonrió.
—Sé lo que ibas a decir, descuida. Yo también te amo, muchísimo. Eres el rayo de sol que llegó a iluminar mi vida ¿Te he contado que antes de ti yo era un "Don Juan"?
—Vaya, no lo habría imaginado. Yo antes de ti era una muy triste chica deprimida, y medio loca. ¿Te he contado que, hasta hace poco me negaba a aceptar la muerte de Marco?— el viento soplaba fuerte, lo que le despeinó los largos cabellos.— Pues sí, pero ya no. Gracias por haberme encontrado, pequeño ángel.
—Tal vez tu verdadero ángel, aquel que se encuentra más allá de las nubes me envió, quizás no le gustaba verte triste por él.— se sentó sobre el zacate, sacó del bolsillo de su pantalón color caqui un anillo. Elina se puso detrás de él, para abrazarlo.
—¿Quieres pasar tu vida junto a mí, de aquí hasta siempre?— tomó la mano izquierda de la chica, y le colocó el anillo, tenía forma de dos alas.
La relación amorosa de estas dos personas, había sido corta, tampoco se conocían de mucho tiempo, pero estaban convencidos de que estaban destinados a estar juntos.
Después de haber colocado el anillo en la mano de la chica, se dio la vuelta para verla de frente, posó su mirada en aquel par de ojos hermosos y la besó. Fue un beso largo, de esos besos únicos, que te mueven cada fibra del cuerpo.
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