Encadenados por Raquel Trujillo (raquelrtr)
Prólogo
—Felicidades, Andy
Natasha se levantó del asiento, emocionada, feliz, y abrazó a su compañero y amigo. Ambos lo eran desde que entraron en la policía de Nueva York, nueve años atrás.
— Muchas gracias, Nat
Él se convirtió enseguida en el hermano que nunca tuvo al ser hija única. Apoyo mutuo en los malos momentos, y alegría en los buenos, como el que estaba anunciando en esos momentos.
— Casado, ¿te acuerdas cuando hablábamos de cómo sería nuestras vidas al tener pareja?
— Una pena lo de Steven — Le nombró a su último novio — Pero él se lo pierde — Añadió a posteriori.
— No pudo aguantar que yo ganara más que él — Procuró ponerle algo de humor macabro, pero se le veía triste aún.
— Olvidemos a ese merluzo y volvamos a la dicha — Sus ojos sonreían — Diana quiere que seas una de sus damas de honor — Le hizo otra confesión — Es importante para mí, Nat — Habló antes de que ella abriera la boca — Y ella te aprecia también.
Y era cierto. Desde el principio, la futura esposa de su amigo comprendió la buena amistad existente entre ambos policías.
— Será un honor, Andy — La emoción dominó sus palabras y gestos — todo un honor — Repitió.
Pero todo se truncó unas horas más tarde. El día empezó con dicha, pero terminó con tristeza.
1
SEIS MESES MÁS TARDE.
No podía faltar, antes de entrar al trabajo, la matutina taza de café. Se había impuesto una rutina desde que llegara, medio año atrás, al condado de Perth, en Escocia. Un cambio de aires, justo lo que le recomendó su superior en Nueva York después de lo que le sucedió a Andy.
Ese salto al otro lado del charco fue beneficioso para mitigar el dolor, pero no eliminarlo. El estar rodeada de presos le ayudaba a recordar que aquel malnacido seguía libre y que algún día ella lo tendría de frente y...
— La venganza no soluciona nada — Se dijo — Pero si el verlo entre rejas, sufriendo la condena que se merece — Añadió al discurso que se estaba otorgando a sí misma.
Dejó todo limpio, cogió la mochila e inició el paseo diario hasta la prisión. El caminar hacia el trabajo era otra práctica que había adquirido en Inglaterra. Un camino recto y llegaba a aquella prisión que parecía un castillo.
— Buenos días, Otis — Saludó al guarda de la entrada.
— Buenos días — Respondió el hombre, pero no con el mismo ánimo que otros días.
Natasha prosiguió su camino hacia el interior del edificio y llegó hasta la sala en donde todos los guardas se reunían para tomar un café o charlar en los descansos. No había nadie, y otros días a esa misma hora siempre estaban Patrick y Finn, con su descarnada y lasciva mirada.
Antes que llegara a sentarse tras la mesa, el teléfono interno sonó. Lo cogió, acercó el auricular a la oreja y respondió de la forma establecida.
— Aquí Banks — Siempre lo hacía con su apellido, era lo lógico.
— Justo la persona que andaba buscando — La voz del director del centro penitenciario se oyó al otro lado — Venga a mi despacho inmediatamente — Aparentaba tranquilidad pero Nat pudo discernir algo de ansia y de tensión.
El camino hasta el lugar de reunión estuvo empañado por las preguntas acerca de lo que podría decirle. ¿Estaría enfadado con ella por algo que hiciera mal? Esa era la principal, porque llevaba allí poco tiempo y lo que le abultaba bajo el cuello no hacía fácil la convivencia.
Respiró profundo, pasó por al lado de la mesa de la secretaria, la cual, ese día, parecía sacada de un funeral y llegó a la entrada del despacho. Alzó la mano para tocar, pero...
— Entre, Banks — La profunda voz del director Atkins la asustó.
— Señor — El saludo protocolario nada más atravesar la puerta.
— Siéntese — Le pidió, sin levantar los ojos de la carpeta que se encontraba abierta sobre la mesa.
Si la iba a echar a la calle, más vale que lo hiciera ya o empezaría a soltar aire por la nariz. Dejó su cuerpo bajar con lentitud sobre la silla, juntó las piernas y levantó la barbilla para que, cuando se dignase a mirarla, observase la determinación que tenía por quedarse allí.
— No la voy a echar, si es lo que está pensando — Por fín la miró y alivió sus miedos, aunque por otro lado la asustó por haberlos adivinado sin ni siquiera verla — Mi llamada ha sido porque es usted la agente perfecta para custodiar y vigilar al nuevo preso que ingresó esta madrugada.
— ¿Sólo uno? — Le salió sin pensar y luego se arrepintió, pero el hombre pareció no notar nada, o por lo menos no lo expresó en su rostro.
— Me imagino que le será extraño tener que custodiar a un preso cuando está acostumbrada a un pabellón, guarda Banks — Cerró la carpeta y entrelazó los dedos sobre el cartón — Puede que siempre haya sido reacio a tener a una mujer dentro del equipo, pero su superior en Nueva York me dejó claro que usted era una agente capaz de aguantar situaciones límites con hombres de por medio. En los últimos meses ha sabido enfrentarse, no sólo a los presos más deslenguados, sino también a algunos de sus compañeros —Natasha sabía que se refería a Finn —Es por esa razón que confió en usted para que, con la supervisión del agente Wright — Patrick — Asuma cierto grado de responsabilidad con un preso de los considerados «de alto riesgo», por el delito cometido y la condena.
— No sé qué decir, señor — Los presos de riesgo eran los que cumplían una cadena perpetua.
— No hace falta que diga nada. Se pondrá de acuerdo con Wright, dependiendo del horario que ambos tengan — Le señaló — Él le mostrará al preso y complementará la información que yo le acabo de otorgar — Se levantó y ella hizo lo mismo.
— Gracias, señor — Al jefe no le gustaban los apretones espontáneos, así que la despedida se produjo con un movimiento de cabeza.
El camino emprendido hasta la sala en donde hallaría a Patrick fue muchísimo más relajado. Pero cierto nerviosismo no dudó en aparecer cuando pensó en la gran responsabilidad que tendría a partir de que tuviera frente a ella aquel preso.
— Por tu cara, veo que el jefe ya hablado contigo — La voz de su compañero se elevó cuando Natasha se posicionó a su lado, tras el cristal que le servía de ventana para observar con todo detalle al morador perpetuo de la penitenciaría.
— Me alegra que haya sido contigo, Rick — Lo llamó por su diminutivo.
— Los demás no quisieron, y no fue porque tu fueras el otro agente para turnarse — Miró con fijeza la puerta de la otra sala, por la que entraría el nuevo habitante — Sino porque no tienen el valor de enfrentarse a uno de «alto riesgo» como este.
Nat se quedó en silencio. No pudo hacer otra cosa cuando se adentró en la sala el ser al que tendría que «cuidar y vigilar».
Un hombre, de no más de treinta y cinco años, de cabello rubio, barba de varios días y una expresión que se sumaba perfectamente al adjetivo de «peligroso». Ojos azules como el cielo pero duros como el acero; sin sentimiento alguno, parecía como si se le hubiera escapado el alma.
Aunque el cristal los separaba, se introdujeron en lo más profundo, para no salir jamás.
2
— Después hablamos para ver cómo nos organizamos — El bostezo vino después — A mi edad ya no se aguantan los turnos dobles.
— Tienes más energías que otros — No quiso decir el nombre de Finn pero quedó en el aire.
— En eso te tengo que dar la razón, Nat — Se acercó al oído — Pero que no lo sepa, que le hundes el ego y es capaz de ser más productivo — Puso un gesto de terror.
— Dale saludos a Beatrice — Era la mujer de Patrick — Y recuérdale lo del domingo, que no se olvide que es noche de chicas.
Su compañero se fue y tomó entre sus manos la carpeta que Patrick había soltado minutos antes. Al abrirla, la confusión se cernió sobre ella. Sólo estaba el número de presidiario, la celda y su «horario» lejos del de los demás.
El arma reglamentaria en su lugar, el uniforme sin una sola arruga. Estaba lista físicamente para enfrentarse a su primer gran reto dentro de aquel trabajo, lo que no psicológicamente.
— Si demuestras debilidad, te comerán — Se dijo varias veces antes de abandonar la sala y encaminarse hacia aquella en donde el número 09281 esperaba.
Pero, durante el recorrido se topó con Finn y su arquetípica postura de macho dominante que pensaba que su negativa era para hacerse la interesante. No pararía hasta que meterse entre sus piernas, y Nat guardaba muchos ases para personas con una neurona en el cerebro.
— Lidiar con el nuevo — Pronunció esa palabra con un sentimiento de asco, pero de alivio a la vez; algo incomprensible para ella — Te recomiendo dureza, puede aprovecharse de tu condición — La recorrió de la cabeza a los pies.
— Tengo experiencia en tratar con animales — No ocultó la intención — ¿O no te acuerdas? — El desafío estaba latente y el hombre tuvo que dejarlo estar, por el momento.
— Suerte, la necesitarás — Hizo una exagerada reverencia antes de dirigirse a su puesto.
Natasha había participado en las persecuciones más rocambolescas, tenido contacto con testigos y sospechosos que daban mucho miedo. ¿Por qué, entonces, sentía que iba a entrar en una piscina de arenas movedizas?
Ya dentro, se situó al otro lado de la mesa, dejó caer la carpeta sobre la superficie y aguardó a que el hombre dejara de mirarse las manos y atendiera a su presencia.
— ¿Le importaría levantar la cabeza? No es correcto hablar con alguien que no mira a los ojos — Ella ya había percibido la intensidad de aquellas aguamarinas tras el cristal, pero quería que él la viese a ella, al guarda.
— Una mujer — La voz reverberó y entró en su cerebro con la misma rapidez que unos minutos antes lo hiciera su expresión — Algo ha cambiado en la penitenciaría — Cuello recto y gesto imperturbable — Por lo menos, me alegraré la vista —Lo único que sonreían eran sus ojos, que no se despegaban de los de la mujer.
— Llega aquí después de una convalecencia de varios meses y el posterior juicio, 09281 — Leyó lo que había en el informe — ¿Se le ha comunicado cuáles serán sus rutinas? — Él no movió un musculo — Le aconsejo que me responda pronto y de forma sincera, no quiero estar recordándoselo.
— El director examina a cada nuevo preso que se integra en la prisión, así como detalla todo lo que hará en su cautiverio perpetuo.
— Entonces, puede levantarse — Le ordenó, con la mayor rudeza de la que era capaz.
La figura se alzó y Nat pudo comprobar de primera mano que se trataba de un hombre grande. Pasó por su lado y el vello de la nuca se erizó cuando se situó a su espalda bajo el vano de la puerta.
— Pelirroja — Susurró y el aire movió los cortos mechones que la gorra no había podido tapar — Interesante — Recalcó antes de que el silencio se apoderada de los dos durante el trayecto de la celda que sería su hogar hasta el fin de sus días en la tierra.
Minutos más tarde, Natasha tuvo que correr, literalmente, hasta la sala de descanso y tirarse sobre el sofá que se usaba como cama cuando había turno de noche. El pulso aún le latía desenfrenado y las manos no querían frenar el temblor que se iniciara con el simple hecho de tomar sus manos y quitarle las esposas para dejarlo libre dentro de la celda.
— ¿Dónde está tu valía, Nat? ¿Qué haces poniéndote nerviosa ante un criminal? — Se amonestó en voz alta, aprovechando que ninguno de los compañeros se encontraba en aquel momento — Siempre te has mantenido firme, ¿por qué ahora no puedes dejar de ver sus ojos en tu cabeza?
— ¿Se encuentra bien, Banks?
La pregunta del director la hizo bajarse de un salto y ponerse de pie. Odiaba que la interrumpiesen cuando se encontraba luchando contra sus demonios, pero era su superior directo y no podía ponerse con quejas.
— Sí, señor — Ajustó el mechón de pelo tras la oreja y se colocó el gorro — Perfectamente — Añadió.
— No es de las que se tumba en el sofá durante su jornada laboral — Esa frase le indicó a Nat que el jefe sabía más de lo que daba a entender con su aparente indiferencia — ¿Algún contratiempo que haya que solucionar? ¿El 09281 ha dicho algo molesto, hiriente? Se lo pregunto porque es un hombre muy dado a soltar dardos. Ya lo hizo en el juicio, incluso durante su convalecencia, según me han informado — Aclaró.
— Los nervios del primer día con esa responsabilidad, supongo — Respondió — A partir de este mismo instante, será diferente.
— Esa es la actitud que quiero, Banks — Se dio la vuelta y caminó hasta la entrada — No lo olvide nunca — Le advirtió antes de desaparecer de allí.
Once de la mañana, salida al patio trasero. Agarró las esposas, la porra y corrió por los pasillos con una energía autoimpuesta a cabezazos. Nada más presentarse ante las rejas, el preso dejó el libro sobre la cama y se guió por el sol para decir...
— Las once y cinco — Lo clavó — Mi primer paseo de muchos — Allí volvía a saltar el mismo tono irónico que usó cuando habló de su sexo.
— Las manos — La voz no tembló al indicarle que las alzara para ponerle las esposas.
— Como usted ordene, agente — Palmas hacia arriba para una mejor visión de las marcas sobre la piel.
Natalie prefirió no decir nada ante aquel comentario dicho sólo para provocar. Era como si quisiese tentarla, hacerla perder los nervios y comportarse como lo hacen todos los guardias cuando se les toca un punto sensible, la ira.
— Tiene veinte minutos — Se cruzó de brazos, y lo dejó a su aire.
Al principio del «recreo» caminó dando vueltas alrededor del patio. A cinco minutos del final, frenó el movimiento y su mirada se dirigió a las ventanas del último piso. Instintivamente, Nat fijo también los ojos y divisó la silueta recortada de Finn, con su habitual cara de besugo. Al volver la mirada al frente, se encontró con las manos del presidiario.
— Ya ha transcurrido el tiempo de diversión — Otra ironía de las suyas — ¿Qué viene ahora?
— Taller
— ¡Auch! — Un sonido que pretendía perturbarla, pero que sólo hizo que se pusiera más seria — Debería sonreír más, agente, sólo tiene que aguantarme a mí.
De regreso al interior, tomaron rumbo al taller. Para no pasar cerca de donde estaban los demás presos, se habilitó uno de esos pasillos que sólo se usaban en situaciones extraordinarias, como los incendios. Natasha aún no comprendía el porqué de aquellas medidas, y guardó en su cabeza la pregunta para cuando se reencontrara con Patrick.
— Un cuarto para mí solo, me siento un privilegiado — Caminó hasta la maquina después de que le quitaran las esposas — Y soy un criminal, como el resto, uno muy peligroso y desequilibrado — Accionó el funcionamiento de la sierra y la madera comenzó a dividirse — En un momento dado, podría tomar entre mis manos cualquiera de estas herramientas, darle en la cabeza y escapar.
— Y me cuenta el hipotético plan — Levantó una ceja para enfatizar la frase — ¿Para?
— ¿Quién ha dicho que sea hipotético? — La sorprendió levemente — Esto es un antiguo castillo y, como tal, tiene pasadizos secretos. Si uno conoce el edificio, sabe a dónde tiene que ir — él continuaba con su trabajo, cortando y acumulando la madera que luego se convertiría en objetos.
— Si es una rocambolesca forma de ponerme a prueba, no va por buen camino — Marcó su acento y se acercó más solo con la intención de intimidar — No me asusta.
— Eso lo dice ahora, agente, después de alejarse corriendo de la celda, seguramente ir rumbo al cuarto de descanso, tirarse en el sofá y controlar sus nervios — La dejó sin aliento tras adivinar, exactamente, lo que había hecho tras dejarlo en el interior del cubículo — He visto como han actuado otros agentes que han tenido que encargarse de un «alto riesgo» el primer día. No soy un novato en esta penitenciaría, lo que pasa es que ha cambiado el rasgo de peligrosidad — Aclaró — He pasado de ámbar a rojo — Apagó el botón y fue transportando los trozos de madera cortados hacia el otro lado de la habitación, sobre la mesa de trabajo, donde serían tratadas y transformadas en figuras que luego serían vendidas como «artesanales» y propias de la tierra.
Nat permaneció en silencio el resto del tiempo, pero no su cabeza. Ésta siguió su viaje por las cuestiones y las dudas acerca de ese preso que regresaba a la cárcel tras haber cometido un crimen muy grave, uno que lo hacía tabú tanto para el resto de los presidiarios como para los trabajadores, incluso el jefe. A la americana no se le escapaba el lenguaje no verbal que observaba en los otros. ¿Qué poseía ese hombre que generaba tamaños sentimientos en los demás?
Tres horas más tarde, Nat disfrutaba de su almuerzo en la sala de empleados. Físicamente, se encontraba rodeada de otros compañeros, pero el sentimiento era de completa soledad. Su fuerte carácter, en vez de lograr el respeto por parte de algunos, solo empeoró la situación. O bien le tenían miedo o aversión, sentimientos que le decían mucho acerca del tipo de hombres que eran contratados en aquel sitio.
Patrick no era así. El agente de mediana edad era la excepción a toda regla. Desde que ella llegó, seis meses antes, inició la misión de ser como un padre para ella, el mentor que debía guiarla por el buen camino. Enseguida tomó amistad con su esposa y sus hijos, que la veían como una más de la familia.
La tranquilidad de sus pensamientos se vio turbada por el sonido de la sirena y el parpadeo de la luz roja que señalaba una situación fuera de lo normal. En ese tipo de casos, todos salían a ver qué pasaba, pero ninguno se movió.
— Tiene que ver con el tuyo, Banks — La voz de Finn saltó desde la mesa — El mapa de la cárcel marca su zona.
— Imposible, él está en su celda — Nat corrió hasta el mapa con las luces y, efectivamente, la alarma se produjo allí — ¡Mierda! — Maldijo mientras corría dirección a la zona.
— ¡Cerdo, malnacido, asesino! — Los gritos de uno de sus compañeros se elevaban, intentando calar en el pétreo rostro del preso — Te tienen alejado porque nadie quiere tenerte cerca, porque infectas todo lo que tocas.
— ¡Agente Turner! — Lo llamó con rudeza — Esta no es su zona, ¿Qué hace aquí? — Le preguntó y recibió una mirada rota por el dolor como respuesta.
— La hermosa pelirroja — No lo decía con cariño — Si supieras lo que este sujeto ha hecho, lo dejarías pudrirse en la celda sin comida, ni aire puro. Si fuera por mí, ni la luz del sol debe tocar la sucia piel de un bastardo como él.
— ¡Turner! — Ahora fue la orden del director — ¡A mi despacho!
Natasha observó a la triste figura caminar detrás del director y solo cambió la dirección de sus ojos cuando giraron y la pared lo impidió. Nada más ponerlos sobre el preso descubrió algo que la dejó confundida
El preso 09281 lloraba.
3
Horas más tarde, tumbada sobre la cama de su habitación, aún veía el rostro del recluso totalmente atacado por la tristeza. ¿Cómo podía sentir alguien que había cometido un crimen, mentalmente desequilibrado según los informes, ese dolor y empatía hacia la tristeza de otro ser humano?
A Turner se le dio vacaciones y el director le dejó claro, cuando la llamó a despacho, que el asunto se zanjaba. Le prohibió tajantemente hacer comentarios o preguntar a quien tuviera más cerca, o sea, Patrick, sobre la razón que impulsó al otro agente a clamar su dolor.
No logró descansar, y cuando el despertador sonó los ojos seguían abiertos, fijos en el techo de la habitación. La ducha y el café lograron minimizar los efectos de la falta de sueño, pero cuando entró por la sala de trabajadores miró el sofá y quiso perderse en el mundo de Morfeo.
— ¿Mala noche? —La siempre calmada voz de Patrick la relajó — Me imagino — Con esas dos sencillas palabras le dio a entender que había recibido las últimas acerca del nuevo recluso.
— Como no puedo, ni decir nada ni hacer preguntas, con ver mi cara tienes suficiente — Fue hasta la máquina de café y se sirvió el segundo de la mañana.
— Tu solo sigue — Le dio un beso en la frente — Nos vemos a la noche.
— Descansa — Se despidió de su único amigo dentro de aquel lugar y, tras vaciar la taza, respiró e inició otra jornada laboral.
Y por raro que pudiera parecer, todo se desarrolló con absoluta normalidad. Ducha, desayuno, patio, taller, comida, regreso a las labores. Ella lo vigilaba y el preso realizaba las tareas sin soltar ninguna palabra o comentario. Era como si lo acontecido el día anterior lo hubiera convertido en otro.
Los días consiguientes siguieron la misma rutina. Así fue hasta que, dos semanas después de aquel suceso, ella le hizo una sencilla pregunta.
— ¿Por qué nunca recibe visitas? — El preso dejó lo que estaba haciendo y clavó los azules ojos en la mujer.
— Porque prefiero que no vengan — Fue su respuesta — Es duro para un familiar tener que visitar a alguien en la cárcel de por vida — El pincel retornó a sus manos y prosiguió con la tarea — Escriben cartas y yo las leo — Volvió a frenar — Por cierto, gracias por no curiosear el remite — Nat era la que le llevaba las cartas.
— No es de buena educación hacerlo — Se sintió algo arrebolada por aquellas palabras de agradecimiento — Con el paso de los días me voy dando cuenta que lo único que importa es el trabajo — No lo pensaba realmente, pero no deseaba otra advertencia del superior.
— ¿Y su familia viene a visitarla? — Ahora le tocó a él la pregunta — Ese acento indica que la suya tiene que vivir al otro lado del océano.
— Soy hija única, y mi madre está planeando visitarme para las fiestas — No supo la razón, pero se sintió cómoda ante él — Tiene ganas de conocer este país y tomar un avión por primera vez en su vida.
— Deduzco que su padre...— Lo dejó en el aire.
— Falleció antes de que me graduara en el cuerpo — Terminó ella la frase — Seguí la carrera familiar.
— Algo en lo que coincidimos — La expresión triste respondió por él — Pero yo no continué el linaje profesional — Y ahí lo dejó — El destino es así de caprichoso, ¿no cree?
— Mucho, además de cruel — Se acordó de Andy y cerró los ojos para no llorar.
— ¿Alguna pérdida reciente? — No fue inmune a la humedad desprendida y de ahí la cuestión.
— Antes de venirme, perdí a un compañero que se iba a casar — Sacó un pañuelo del bolsillo y se lo pasó por la cara — Fuimos compañeros durante la preparación y también en la comisaría.
— No quiero ponerme filosófico y decir que la entiendo — Soltó el pincel alzó la vista el techo — Yo mismo apreté un gatillo a quemarropa, quité una vida.
— ¿Qué siente en este momento? — Nat no podía dejar de tener dudas acerca de lo que, un principio, se le mostró del hombre que se encontraba a unos pocos pasos, sentado en una silla, con la mirada perdida en el pasado.
— El impulso de matar me absorbió por completo y, aunque se ha calmado, aún no ha desaparecido del todo — La sorprendió con su destello azul — Hay dolor, pero también alivio — Respiró profundamente — Disculpe que no pueda contarle más — Sus ojos se fueron al reloj — Es hora de quitar la suciedad — Se escudó en eso para no tener que ir más allá.
— Es verdad — Nat tampoco quiso continuar, no si deseaba conservar su trabajo.
De camino a las duchas, la joven agente no sacaba de su cabeza las palabras del recluso. ¿Quién había sido la víctima? ¿Por qué Turner y el resto lo odiaba? ¿Cuál era la razón por la que no debía cercarse a los otros? Las cuestiones regresaron con más fuerza que al principio y no cesarían hasta no obtener las respuestas.
Ya con la ropa limpia puesta, ambos abandonaron la estancia y se dirigieron hasta la zona reservada donde se encontraba la celda. Se pararon frente a la puerta, ella la abrió, le quitó las esposas al hombre sin nombre, este entró en su «vivienda» y Nat cerró, pero no con llave porque una mano la agarró y la llevó a una zona algo más oscura.
— Ahora, la cena — El preso, que estaba de espaldas, no se había percatado de lo sucedido — ¿Agente Banks? — Preguntó, al no escuchar nada por parte de la mujer — ¿Qué demonios? — Se volteó y no vio a la mujer por ningún lado
Natasha era la agente más responsable que había pisado, junto con Patrick, aquellos putrefactos suelos. Nunca dejaba a media ninguna de sus supervisiones y siempre esperaba a que todo estuviera correctamente sujeto antes de proseguir.
Puso la palma de la mano sobre el metal y descubrió que no estaba sellada con llave. La movió, abandonó la celda y caminó en la dirección que su corazón le indicaba. Al llegar a una zona algo más oscura percibió algo, la respiración de alguien. Siguió andando y vislumbró la punta de una bota de hombre.
«Finn» fue el primer nombre que apareció en la mente del recluso. Aquel animal era el único capaz de aprovecharse de una mujer, y de algunos presos, dentro de la penitenciaría y salir impune.
— ¿Conversando amistosamente con ese asesino? — Le escuchó preguntar con rabia — Mira lo que me obligas a hacer.
— Finn, suéltame — La voz de Nat se alzó en la penumbra — No me obligues a hacerte daño — Por el tono que usó, hablaba en serio, aunque el otro no lo percibió así.
— ¿Una mujer de tu altura? No me hagas reír — Se escuchó el desgarre de la tela, posiblemente de la camisa.
— Yo que tú, Finn, la soltaría ahora mismo — Lo agarró por el cuello con el brazo.
— ¿No deberías estar en tu celda? — Pareció no tener miedo — Legalmente puedo darte una paliza.
— Y yo, dado que me voy a pasar la eternidad aquí, puedo romperte el cuello y aumentar mi leyenda — Respondió el otro — ¿Qué prefieres, vivir o morir? — La voz no le tembló.
Finn apartó las manos del cuerpo de Natasha y el otro hizo lo propio con su brazo, dejándolo libre. Ambos se miraron con gesto desafiante y el moreno se alejó de la zona oscura.
— ¿Se encuentra bien? — Bajó la mirada mientras ella intentaba recolocarse la camisa.
— Sí — Respondió Nat — Vuelva a la celda, por favor — Fue lo que le pidió y él no se negó, no debía.
Ya dentro del habitáculo, con la puerta bien sellada y las emociones algo más controladas, Natasha habló.
— Gracias — Y se alejó de allí.
4
Un día más en el calendario, pero no igual a los demás. La innata curiosidad de Nat la había llevado a solicitar, de forma algo irregular, información sobre el misterioso preso 09281. Un hombre al que tildaban de criminal, pero lloraba cuando los insultos eran clamados con dolor o arriesgaba su integridad física por rescatarla de alguien que, supuestamente, está ahí para cumplir con las reglas.
Y, después de recibir los datos, no pudo conciliar el sueño. Toda la noche memorizando cada palabra, asimilando lo que sus ojos habían leído. ¿Cómo podía ser? Pero aquella era la realidad, y tendría que lidiar con ella a partir del momento en que se topase con su rostro.
La misma rutina de todas las mañanas, cuando su horario semanal así se lo ordenaba. Despertarlo, si no lo estaba ya, esposarlo para salir de la celda e ir directamente a las duchas. El preso entraba justamente media hora después de que los demás moradores terminasen para evitar encontronazos y peleas innecesarias. Ella en silencio y él con aquella maldita mirada que la hacía sentir como un libro abierto.
Entrada, despoje de prendas y el mismo procedimiento de siempre. Más, aquella mañana existía alguna que otra diferencia, y ambos lo sabían.
— Más silencio que de costumbre — Su voz, siempre penetrante, habló mientras el jabón hacía su función — Comprensible, por otro lado — Recordó lo sucedido la última vez que ella había vigilado una de sus duchas — Una noche pésima, me imagino — Habló, a sabiendas que no obtendría nada, pero sí logró observarla fugazmente y comprobar que sus especulaciones habían dado en el clavo.
Los ojos de la mujer no se perdían ningún movimiento dado por el recluso. Aunque le era imposible evitar la belleza cincelada del hombre, su interés iba más por comprender las motivaciones que le llevaron a cometer un delito, a cambiar radicalmente su percepción del mundo.
Los minutos transcurrieron y el agua borró los residuos espumosos. Toalla a la cadera, otra para secar el rubio cabello y movimientos firmes para acercarse a ella y que comprobara que todo estaba correctamente limpio.
Y, por primera vez en un mes, Nat permaneció más tiempo del debido con la mirada fija en el cuello del preso.
— ¿Faltó algo? — La sorprendió y Natasha alzó la cabeza para encontrarse con el interrogante semblante masculino — Nunca está tanto tiempo.
— Esa cicatriz — La había visto todos los días, pero decidió nombrarla ese — Esa marca — carraspeó, nerviosa, y señaló la imperfección dibujada en el hombro izquierdo, sin tocarla pero con unas extrañas ansias de hacerlo y conocer la historia detrás de su aparición — ¿Cómo? — Preguntó sin saber muy bien la razón.
— No salí ileso de mi propio delito — Nat, al oir eso, recordó la convalecencia en un hospital antes de celebrarse el juicio — La víctima tuvo a bien marcarme para que lo recordara eternamente — siguió con la respuesta y la mujer voló a los labios para verlo hablar — ¿Alguna duda más o puedo vestirme? El invierno escocés es bastante duro y soy un enfermo muy malo — Ella seguía con la atención puesta de nariz hacia abajo y en ese escrutinio tuvo que humedecer su boca —No soy un héroe, no me mire así, por favor — Estaba empezando a sentirse intranquilo — Lo que sucedió el otro día, lo de Finn — Consiguió que ella desviase la atención a los ojos y, por fin, hablara.
— Frederick Abbington — Sacó el nombre — treinta y cinco años, licenciado con honores en el cuerpo de policía de Glasgow con solo veintiuno. Tras cuatro años de prácticas en la comisaría de la ciudad, a los veinticinco, ingresa en la Penitenciaría de Perth y se convierte en uno de los más eficientes de su promoción. Allí estuvo hasta que, siete meses atrás, un suceso lo obligó a abandonar su puesto, su vida. Yo llegué para cubrir la vacante dejada por ese guarda.
Los cambios de expresión a cada palabra dicha por ella fueron continuos. Aun así, las manos del hombre permanecieron a cada lado de su cuerpo, eso sí, totalmente en tensión a juzgar por cómo se marcaban las venas en sus brazos.
Durante aquella confesión, el espacio entre ambos se había reducido, tanto que ni una brizna de aire tenía cabida entre ellos.
— Agente Banks — Intentó mantener un poco de calma ante la oleada de pensamientos y recuerdos que volaban por su cabeza — Está prohibido un acercamiento tan íntimo entre recluso y guarda.
— Fue un guarda — Afirmó ella cerca de su barbilla — Estuvo en el otro lado, y un buen día...
— Todo se truncó — Añadió — Los minutos pasan, las cámaras — Cortó la frase al notar como las manos de la mujer encerraron su rostro.
Justo en ese instante, la lucha se celebraba entre el cerebro y el corazón del hombre. Uno le mandaba decir esas palabras y el otro solo quería que el tiempo se parase y Natasha lo despertase.
«Acabarás enamorándote de ella» La frase, dicha por Patrick unos días atrás cuando él le relató lo sucedido con Finn, se escribió en su cerebro.
— ¿Qué hay aquí dentro? — Una de las manos de Natasha abandonó la cara y tocó el lugar en donde se hallaba su corazón.
— Es mejor no saberlo, se lo aseguro — Con todo el dolor de su alma, se apartó de la mujer y se encaminó hasta el vestuario para cambiarse de ropa y respirar.
Nat hizo lo propio, ya sola en aquella mojada estancia y, después de tener el control sobre cada músculo de su cuerpo lo siguió y ya lo encontró totalmente vestido, preparado para el desayuno en solitario y posterior salida al patio.
Alargó los brazos para recibir las esposas, pero Nat no las sacó. Lo que hizo fue indicar la salida de la sala con un simple gesto, sin tocarlo. El tácito silencio se estableció entre ambos y, tras el frugal alimento, salieron al exterior.
— ¡Agente Banks! — La voz del director se escuchó por megafonía — A mi despacho, sin perder un minuto.
Una mirada fugaz al preso y corrió hasta el despacho del ente superior de aquella penitenciaría.
— ¿Me llamaba? — De pie, totalmente derecha, frente a la mesa del superior.
— Siéntese — Su voz no dejaba entrever nada bueno para ella — ¿Usted conoce las normas que debe firmar todo guarda antes de ingresar aquí? — Se quitó las lentes y fijó su acerada mirada en el rostro de la asustada mujer.
— Sí, señor — El estómago se le cerró por el miedo.
— La teniente Gardiner — Le nombró a su superior en Nueva York — me ofreció una carta de recomendación en el que alababa su buen hacer dentro de la policía. Responsabilidad, rectitud y el total control de las emociones cuando le tocaba tratar con un preso capaz de usar ciertas armas para ponerlo todo a su favor — Enumeró con precisión — Las cámaras que hay en las duchas no tienen sonido, pero son capaces de identificar un acercamiento demasiado peligroso — Se levantó de su asiento y caminó hasta situarse a la espalda de Nat —Tenga más cuidado la próxima vez —Se lo recalcó al oído — No quiero arrepentirme de mi elección.
Ya fuera del campo de visión de la secretaria, Natasha soltó el aire acumulado en sus pulmones y maldijo a todos los que trabajaban ahí dentro, menos a Patrick. Todos los momentos tensos, el acoso velado y el real, los había sufrido por parte de los empleados de aquella cárcel.
— Y el preso al que todos consideran peligroso y desequilibrado es el único que — Suspiró y frenó su garganta.
A paso ligero, cruzó el pasillo hasta la puerta que daba al patio. Pero, justo al abrir la puerta y sacar una pierna al exterior, la enorme mano de Finn, otra vez, atrapó el brazo y la lanzó contra la pared de al lado.
— ¿Con esa basura sí? —No tuvo reparos apretar la garganta de la mujer — Tu gusto en hombres es realmente penoso, Nat — Los dedos dejaron de presionar la garganta y se fueron al pecho — Ahora no lo tienes para que salve — Lamió la blanca mejilla y le quitó la gorra — Nunca me he tirado a una pelirroja natural, será interesante descubrir y saborear lo que escondes.
— Te quedarás con las ganas —Antes de que se atreviera a bajar por la cadera, Nat logró alzar la rodilla y darle en la zona más sensible, dejándolo doblado sobre sí mismo.
— ¡Zorra! — Se recuperó pronto y le propinó un puñetazo en la mandíbula, haciéndola caer en redondo al suelo, inconsciente — Así lo has querido, pequeña — Empezó a desabrocharle los botones del uniforme, tanto del pantalón como de la camisa, después de arrastrarla hasta una zona en donde las cámaras no fuesen un problema — Provocando, como lo hacen todas — Bajó la tela y la ropa interior por las caderas.
Finn saboreaba las mieles del placer, pero no reparó en la figura que se encontraba, justamente, tras él.
— ¿Qué te advertí la última vez Finn? — La iracunda voz de Frederick interrumpió la victoria del guarda.
— Aquí está el «héroe» — Ironizó mientras se levantaba, eso sí, sin dejar de controlar el cuerpo de Nat — ¿Quién tiene pistola de los dos, Fred? ¿Quién, legalmente, puede disparar? — Mostró su arma y el oponente no movió ni un músculo — Si te quito de en medio, nadie te echará de menos — Añadió —Tú eres el asesino, no yo —Le recordó, dejando ver toda la chulería que le caracterizaba.
— Cierto, yo tengo el mono naranja — Se miró el cuerpo entero — Y estoy, según ustedes, desequilibrado — Dio un paso al frente, sin temor a los movimientos del agente dirección a la pistola —Si te ataco, estará perfectamente justificada tu actuación — Siguió recortando la distancia y la mano del otro ya empuñaba el arma —Valdrá la pena.
Antes de que Finn disparara dirección al muslo del recluso, Fred logró romperle la mandíbula de un puñetazo. Ambos cayeron al suelo y Fred tocó el botón de alarma, siendo plenamente consciente de lo que vendría después.
5
CINCO DÍAS MÁS TARDE
Volver al trabajo, al lugar en donde había sufrido el ataque. En todos los años que llevaba como policía era la primera vez que se había sentido agredida de aquella forma. La rutina fue algo más lenta y, para protegerla en su vuelta a la cárcel, Patrick apareció bajo el vano de la puerta con una sonrisa.
— ¿Cómo te encuentras? — Le dio un abrazo y ella se aferró al hombre con fuerza.
— Asustada, pero también ansiosa por saber de Fred — No ocultó el nombre — ¿Sigue en las instalaciones médicas?
— Hasta ayer, sí — Le respondió.
— Se arriesgó por mí, Rick — Secó las lágrimas y se adentraron en el coche.
— ¿Cómo averiguaste quién era? — Arrancó y se pusieron en camino.
— En una de nuestras conversaciones, me habló de su hermana, que vivía en Nueva York y que hacía mucho que no la veía — Recordó el momento y la añoranza en los ojos del guarda convertido a recluso — En fín, que probé, pedí ayuda a alguien de mi país y saqué el informe. ¿Por qué se empeñaron en ocultar que fue un trabajador de la penitenciaría?
— Tu entraste por él, Nat, y cuanto menos supieras, mucho mejor — No fue del todo claro, pero la mujer se conformó, por el momento.
Nada más llegar al centro, todos la saludaron con cierta timidez enmascarada con culpa. Entre los hombres no era apreciada, y todos se acercaban y apoyaban a Finn sólo por no perder la hombría.
El director, fue el último en verla
— ¿Preparada para regresar? — Eso de dar calidez no formaba parte del carácter del hombre que dirigía aquella cárcel.
— Completamente, señor — Y Nat no quería amedrentarse ante él y mostrar debilidad.
— Finn está de vacaciones, agente Banks — Comentó y ella respiró aliviada, aunque no lo dejó ver — El preso 09281 la espera en su celda — Regresó la atención a sus papeles.
Era la primera vez que Natasha sentía unas enormes ganas de ver a alguien. Se pasó toda la noche mirando el minutero del reloj para que diera la hora de levantarse y encontrarse más cerca de tener su rostro frente a ella.
Café en la sala, comprobación de que el nuevo uniforme estuviese en su sitio y salida rumbo a la celda de Frederick.
— Buenos días — El saludo fue respondido por el hombro con el cerrar del libro que tenía entre sus manos.
— Buenos días, perdone que no me levante — Aún le costaba mover la pierna que había recibido la bala.
— Para eso está este artilugio — Nat había llegado con una sorpresa — No se va a librar del taller.
Introdujo la llave en la cerradura, movió la puerta y trajo la silla con ella. La situó al lado de la cama y, a pesar de la considerable diferencia de altura, logró ayudarlo y colocarlo. En medio del proceso, las miradas se cruzaron y ambos rememoraron el momento en que casi se besaron en las duchas.
— Lo has recordado, ¿verdad? — Por primera vez la tuteaba —Me he arrepentido, cada condenado día que he pasado en la cama, de no haberlo hecho — Salió casi como un susurro — Tú también — Buscaba con anhelo la respuesta.
— Sí — Contestó con un nudo en la garganta — Todas las noches.
Nat se situó tras la silla, la movió hasta llegar al pasillo y volvió a dejar la entrada de la celda clausurada. El taller se presentó ante ellos y, por primera vez, tuvo que atravesar la sala en donde estaban los otros presos porque la silla de ruedas no cabía en el atajo que utilizaban antes.
Ninguno de los presentes se atrevió a decir nada, las cámaras se hallaban colocadas para vigilar cada movimiento y, si alguien se pasaba de la raya, quedaba registrado y el culpable era sancionado con un severo castigo.
La mesa de trabajo como la había dejado la última vez, el cálido recuerdo de lo allí hablado aún brotaba en el aire. Se adentraron en el cuarto y la rutina regresó a la vida de ambos.
— Ahora que me doy cuenta, se te da muy bien pintar — Ella también inició el tuteo, arriesgándose con ello a algún tipo de represalia por parte del director.
— Mi padre fue artesano y, como bien te dije, no seguí la profesión familiar — Asió el pincel entre sus dedos y preparó las pinturas —Pero no se me da mal, debo reconocer — Examinó la pieza sita sobre la mesa — Creo que me hubiera ido mejor como artesano; lo de policía no cuajó — Bromeó con cierto aire triste.
— Como sé que no me vas a relatar nada del delito que cometiste, sólo te diré que aún estás a tiempo de ser el mejor artesano de todo el condado.
— Yo mismo me condené y ahora — Suspiró con la melancolía de aquel que creía que no tenía nada que perder, hasta que encontró algo por lo que seguir — mi vida está entre estas paredes.
— Una cosa que no te comenté cuando me hablaste de tu hermana — Cambió de tema para sacarlo de aquel apesadumbrado estado de ánimo — Resulta que la conozco, y bastante bien, por cierto.
— ¿A Diana? — Captó su atención de pleno.
— Se iba a casar con mi compañero Andy, antes de que lo asesinaran en medio de una persecución.
— Vaya, y ni mi madre ni yo nos enteramos — Regresó a la pintura — Cuando nos enfadamos, ella se fue a América a vivir con nuestros tíos y acabó considerándolos su verdadera familia. ¿Has hablado con ella recientemente? — La preocupación propia de un hermano mayor.
— Ayer mismo, pero no me atreví a contarle que su hermano — Bajó la cabeza, sintiéndose llena de remordimientos.
— Hiciste bien, prefiero que siga su vida a que vea como he acabado, literalmente, en el fango — La negatividad se apoderó de él y decidió que el silencio sería la mejor escapatoria.
Natasha apoyó la elección y lo dejó continuar con la actividad que lograba mantenerlo ligeramente alejado de la situación de condena perpetua.
El resto de la jornada transcurrió con calma, sin sobresaltos de ninguna clase. Sin Finn dentro del centro, los demás trabajadores acordaron ser un poco más amables con ella y menos amenazantes con su anterior compañero.
— Hola — Volvió a encontrarse con Rick — ¿Un buen retorno?
— Sí — Lo dijo tras dudar unos segundos si responder o no.
— Detrás de esa respuesta afirmativa hay un pero, me lo huelo — Se sentó a su lado en el sofá y le ofreció el tan apreciado café.
— Pero también triste, Patrick — Añadió — ¿Qué hago yo ahora con lo que siento aquí? — Se señaló el corazón — Es un recluso, alguien que ha cometido un delito. Mas también es un hombre que ha sufrido, y tú debes saberlo mejor que nadie.
— ¿Es posible que te hayas enamorado de él en tan poco tiempo? — Escudriñó los claros ojos femeninos y se dio por respondido — Típico de Fred, tocarte el alma con el simple resplandor de su mirada, la de un ser al que se le fue de las manos lo que más quería, la de un pequeño que quería ser un héroe y ayudar a los indefensos, la de un hombre que tuvo que escoger la vía rápida porque las demás se atascaron por el camino.
— Sé que es imposible lograr que se cambie la condena y consiga la libertad, sería luchar contra un gigante de hierro — La resignación bañaba su alegato.
— Fueron muy tajantes con la sentencia, y dudo mucho que, mientras sigan los mismos en el poder judicial, ésta cambie a algo más favorable — Esa declaración dejó entrever que la víctima no fue alguien corriente.
— Entonces, ¿Qué puedo ofrecerle yo? — Necesitaba el sabio consejo de un amigo, del único que los conocía a ambos.
— Solo lo que es verdadero, Nat — Puso el dedo sobre el pecho — Lo que late aquí dentro, lo que despierta tus emociones — Una pequeña sonrisa y las dos últimas palabras — Tu amor.
Continuará...
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