A la orilla del mar por Ale O'Lone (AleOlone)
No hay nada especial en esta época del año, los días transitan lentos y las personas buscan sobrevivir al día a día. Lo normal.
Al menos eso es lo que creía antes. Ahora cada que da un paseo se pregunta sí una historia de amor se está llevando a cabo al otro lado del mundo, sí alguien está perdiendo a un ser querido o sí se está llevando a cabo el nacimiento de un nuevo niño.
Antes no prestaba atención a ese tipo de cosas, pero conocerla le hizo recapacitar sobre la vida misma. Ella era diferente a las mujeres con las que se había encontrado antes, quizás era su radiante sonrisa o esa forma de exponerlo tan contundente que tenía. En verdad no lo sabe.
Días como esos suele recordarla, no puede evitarlo. Añora esos días del pasado cuando los sueños estúpidos de los típicos enamorados florecieron por primera vez.
—Permiso—Es el leve murmuro que se escapa de sus labios, siendo apenas alcanzado por las señoras que le obstruían el paso.
Él no es una persona que guste de hablar, prefiere guardar silencio y observar. Le gusta observar, aprende mucho de todos y de tanto hacerlo ha aprendido a identificar con rapidez cuándo le es agradable a alguien y cuándo no.
Algo útil, pero que no sirvió para mantenerse alejado de ella. Algo en su cabeza le decía que no iba a salir bien parado de eso, pero su corazón necio e inexperto no prestó atención.
Ahora su rutina es pensar en ella la mitad del día y la otra evitar hacerlo, realizando sus tareas en modo automático sin prestarle la atención que necesita. Porque su mente solo puede pensar en esos últimos días.
Era invierno, la lluvia caía a montones ese día. Recuerda el sonido de su voz hablando emocionada de querer ir a la playa en cuanto llegue el verano, aunque con lo irregulares que son dudaba que pudieran ir pronto. De todas formas, se escuchaba como música, está seguro que eso era un síntoma de lo enamorado que estaba de ella.
Todavía la ama, no ha pasado tanto tiempo después de todo, pero ahora ese amor ese doloroso porque lo acompaña la pena y la frustración.
Llega, por fin, a la terminal de buses. Debe hacer un pequeño viaje a la capital por orden de su jefe, debe ir personalmente a escoger el nuevo equipo y sabe que eso le tomará todo el día. Lo único bueno que puede sacar de eso es que, en cuanto llegue al local, su mente no pensará en ella.
Le alegra ver que han puesto barandales para evitar que las personas se cuelen en las filas, eso es beneficioso, antes era una pelea de animales el subir a algún bus. Ahora puede estar tranquilo de que no llegará alguien por algún flanco a darle codazos por querer subir primero.
Al subir, paga y se va a sentar del lado de la ventana. Aunque sabe que ahí el frío del aire acondicionado pega más fuerte, pero con el calor que hará cuando baje no está de más disfrutar un poco de ello.
Abraza su maletín y se dispone a dormir un poco. En las noches le cuesta y eso solo genera desvelos innecesarios, pero que no puede evitar.
El camino a la capital lo ha recorrido tantos años de su vida, les es tan familiar por lo que despierta justo en la parada en la que debe bajarse para tomar el siguiente, que es un bus cualquiera de los que pasan cada diez minutos, a veces repletos de personas y otras tan vacíos que hasta da miedo que el conductor decida secuestrarte.
La iglesia a sus espaldas se alza queriendo tocar el cielo, pronto será la celebración de la virgen, no recuerda cual, pero sabe que se pone alegre. El pasado año asistió en compañía de ella, estaba vestida con un traje de india y se había hecho las trenzas, al parecer era una tradición a la que asiste desde pequeña.
Recordar eso hace que casi se le pase el bus, pero logra subirse y el motorista lo mira mal, ya que podría meterse en problemas por permitir que alguien se suba estando casi a mitad de la calle. Se disculpa y se va a sentar cerca de la puerta de salida, así tiene esperanzas de escapar sin peligro si a algún maleante se le ocurre subir a robar. Algo muy normal en la capital, sobre todo si no hay policías en el transporte.
Cierras los ojos y terminas sin nada.
Se baja cerca del centro, ahí debe tomar otro para llegar al almacén. Debe prestar atención a las rutas o terminará en un barrio en quién sabe dónde.
Y todo lo que sigue de su día es estresante, ver las diferentes marcas, los tamaños y demás es el causante. De todos los trabajadores tenían que mandarlo a él, a soportar el trafico infernal de las horas pico de la capital y el peligro, mucho más alto, de ser asaltado.
Por eso ha decidido tomar una ruta diferente para regresar a casa, una mucho más larga, pero con una mejor vista. Además de que desea pasar a comer algo propio del lugar, un coctel de camarones nunca viene mal.
Toma la ruta que lo llevará por esa dirección, desde el momento en que se comienza a ir hacia allá las montañas empiezan a verse. Todo tan verde y tan vivo.
A ella le gustaban los lugares así. Deja escapar un suspiro.
—De seguir así, sería más sano beber agua del mar todos los días—murmura contra el vidrio.
Son apenas unas horas las que se tarda en llegar, se baja y se pone a buscar un restaurante cerca del mar.
La costa es preciosa a esas horas de la tarde, el reflejo del sol brilla más y sus olas rompen en la orilla. Es bello de admirar, no es de extrañar que ella gustara tanto de venir cada verano.
Pero ya no hay más veranos para ella, ni tampoco más días que pueda vivir. Solo hay un recuerdo de ella en los corazones de aquellos que la amaron.
¿Cuántas veces ha suspirado desde hace dos meses? ¿Cuántas veces ha llorado?
Ha perdido la cuenta, pero quizás sea momento de dejarla ir por completo. Seguro ella no estaría feliz de que se siguiera atormentando, pero fueron diez años de su vida junto a ella. No puede solo ir y tirarlo al mar.
Mira las aguas azules, brillantes por el sol y mira a las personas que viven cerca dándose un momento de relajación.
—Hablar conmigo mismo se vuelve común, ¿sabes? Aunque tampoco es que hablar contigo sea normal, dudo que me escuches—balbucea caminando hacia la playa, no sin antes quitarse los zapatos para evitar llenarlos de arena.
Se le ha ido el apetito, pero sabe que más tarde lo recuperará. Por el momento solo tiene deseos de caminar un poco a la orilla del mar, como último recuerdo de una vida pasada y comenzarán de nuevo en cuanto se vaya de ahí.
Es extraño pensar de esa forma, pero no puede evitarlo. Los dos últimos meses se la ha pasado metido en sus pensamientos, recordando cada día de esos diez años que pasó junto a ella.
Esa bella mujer a la cual ama tanto, a la que no logra sacarse del pensamiento y por la cual llora todas las noches. Quizás ese era el final destinado para ellos, pero le hubiese gustado a él irse junto a ella.
Porque saber que tú sobreviviste y la persona que más quieres no, es lo peor que puedes escuchar. Vivir en carne propia es peor que verlo en alguna película o leerlo en algún libro, no se lo desearía a nadie.
Iba a casarse con ella, tendrían dos hijos y un pastor alemán, porque esos eran los perros favoritos de ella. Tenían una casa grande, pero ya está pensando en mudarse porque estar ahí no es agradable sin su presencia.
Quería pasar su vida junto a ella, pero al menos le alivia que ella pasara la suya junto a él.
Cuando se pone a pensar en eso no puede evitar derramar lágrimas. Ni desear regresar el tiempo, querer que todo vuelva a ser como antes. ¿Es algo malo de desear?
—Te amo tanto, no sé si pueda continuar. Sé que dirías que debo ser fuerte, que debo seguir hasta el final... pero quien sabe si me estarás esperando, yo solo quiero verte una vez más y poder decirte lo que tanto quería decirte... —Se deja caer de rodillas, está seguro que quien lo vea lo tratará de loco. Ese tipo de escenas solo se la ven en películas y esta no es una de ellas, esta es la vida real.
Una vida real muy triste. Quizás en unos cuantos años pueda superarlo por completo, pero por hoy solo seguirá hasta que llegue el día en que pueda reunirse con ella.
Con aquella chica de la que se enamoró a los diecinueve años, con aquella chica con la que se iba a casar en tres meses más.
Porque sabe que nunca querrá a nadie como a ella.
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