Noche Eterna, Dulce Muerte - Recuerdos de una vida pasada (II)

Recuerdos de una vida pasada – Ludovico Monfort – (segunda parte)



Año 3.079 – 26 años



—No me puedo creer que estés a punto de hacer esto, Ludo.

—Pues anda que yo.

—¡Pero si hace solo un año que os conocéis!

—Ya, lo sé, ya.

—¡Y estás a punto de casarte con ella!

—Ya, bueno, ¿y me lo dices ahora? ¿A las puertas de la iglesia? ¡Tío!

—Momento perfecto para que salgas corriendo: Siena está en el coche con el motor en marcha. Pídemelo y te llevaremos hasta el otro extremo del continente si es necesario.

—Luc...

—Estás loco, de veras.

—Luc, escucha...

—¡Pero que solo tienes 26 años, Ludo! ¡26! ¡Tienes toda la vida por delante! Y no es que no me caiga bien Nadine, que conste, es una chica encantadora y muy guapa, pero...

—Está embarazada.

Lucius era lo más parecido que tenía a un familiar en aquella improvisada boda. A Nadine aún le quedaba su abuela y un par de tíos, pero yo estaba solo. Por suerte, aquel día mi vida iba a cambiar. Había pasado solo un año desde nuestra graduación, era cierto, pero no me importaba. Estaba enamorado de esa chica, y a partir de aquella misma tarde formaríamos una familia. Ella, yo y el pequeño que estaba en camino.

Un pequeño de cuya existencia no sabía nadie, por supuesto. Al menos hasta entonces. Lucius se estaba poniendo muy nervioso, más de lo que se suponía que tenía que estar yo, y no quería que me estropease el evento. Bastante nos había costado organizarlo en un mes como para que encima viniese él a dinamitarlo. No, tenía que salir a la perfección, y la única manera de conseguirlo era que él estuviese a mi lado.

Él y la arpía de su novia.

—¿Embarazada? —repitió tras el shock inicial. De no ser porque ya estábamos sentados en el coche, aparcados frente a la entrada de la iglesia, se habría desmayado—. Dios mío, embarazada...

—Sí, supongo que no hace falta que te diga cómo funciona el tema, ¿no?

Lucius me miró, a mí o a través mío, no lo tengo claro, y volvió a pronunciar la misma palabra. Después, como si acabase de despertar, empezó a manotearme el brazo, dándome la reprimenda que probablemente debería haberme dado mi padre en caso de haber seguido con vida.

—¿¡Pero tú estás loco o qué te pasa, tío!? ¿¡Embarazada!? ¿¡Pero en qué demonios estabas pensando!?

—¿Te lo explico? —volví a decir.

Y aunque aquello le hizo enfadarse aún más, empecé a reír. Reí a carcajadas, porque estaba muy feliz. Para él era una locura. De hecho, era una auténtica locura: éramos jóvenes, no teníamos trabajo y aún ni tan siquiera vivíamos juntos, pero a mí me hacía muy feliz. Tan, tan feliz que no me importaba nada salvo el saber que íbamos a crear la mejor familia de la historia.

—¡Estáis locos! —chilló, totalmente colorado—. ¿¡Cómo se supone que vais a criar a ese niño!? ¡No tenéis trabajo! ¡No tenéis dónde vivir! ¡No tenéis nada!

—Nadine se va a instalar ya hoy en casa —respondí, quitándole importancia—. ¿De veras pensabas que íbamos a vivir separados?

—¡Y yo que sé! Hacéis cosas demasiado extrañas... ¡yo que sé!

Lucius apagó el motor y salió del coche como una bala. Un segundo o dos después, no sé cómo lo hizo, abrió mi puerta y me sacó de un tirón. Ya fuera, a los pies de la escalinata, llegando más tarde de lo que deberíamos, se plantó frente a mí y me acomodó el traje y la corbata.

—Vale, vale, vale, calma. Calma, de veras, calma. No puedes huir, está claro, pero esto aún tiene solución. Encontrarás un trabajo, ¿te queda claro? Lo encontrarás ya. Pero ya es ya, nada de tonterías. Y cuando ganes dinero sacarás adelante a esa familia, ¿de acuerdo? Yo te ayudaré si hace falta. Siena y yo, de hecho. Sé que no quieres deshacerte de la casa de tus padres, pero mantenerla cuesta demasiado: es hora de tomar decisiones con la cabeza, Monfort. Con la cabeza.

—Sí, sí, está claro, pero... —Miré significativamente hacia la iglesia—. ¿Tú crees que es el mejor momento?

Lucian respiró hondo, tratando de tranquilizarse, y negó con la cabeza. Acto seguido, me ajustó la corbata, la cual se resistía a quedar del todo recta, y me abrazó con fuerza.

Como un hermano.

Como un padre.

—Vamos a salir de esta, te lo juro —me susurró al oído—. Tú no tengas miedo, ¿vale? Saldremos de esta.

—¡Pero si yo no tengo miedo!

—Lo tienes, por supuesto que lo tienes, pero aún no eres consciente de ello. —Me palmeó los hombros con fuerza y señaló la iglesia con el mentón—. Pues vamos allá, que sea lo que Dios quiera.

Nuestra boda se organizó con poco tiempo y menos recursos, hubo muchas ausencias y no pudimos irnos de viaje de novios, pero incluso así fue la más bonita a la que jamás asistiría. Nadine estaba preciosa con su vestido blanco, y tal era la felicidad en su mirada cuando me vio entrar (y alivio, todo hay que decirlo), que poco importaba lo que fuera a pasar a partir de entonces. La tenía a ella, a nuestro futuro bebé y a mis amigos, ¿qué más se podía pedir?

Siete meses después, Lucian nació en mitad de la noche, despertando a media ciudad con sus llantos. Yo había esperado que naciese con el pelo blanco y mi porte. De hecho, había rezado porque saliese un mini Ludovico, para poder fardar por la calle de hijo. Por suerte para todos, y sobre todo para él, nació aún más guapo de lo esperado, con la magnífica genética de su madre, y nos hizo muy felices a los dos.

A los cuatro, de hecho. Pocas veces había visto llorar de tanta emoción a mi buen amigo Lucius como el día en el que pudo cogerlo en brazos. Creo que, a partir de entonces, empezó a cambiarle un poco la visión de vida.

—¿Tú crees que Siena se dejará convencer para tener a uno también?

—¿No vas tú un poco rápido? Si ni os habéis casado.

—Eso es un papel, da igual: yo quiero uno.



Año 3.088 – 34 años



Ocho años después de que naciese el pequeño Lucius y seis después Anette, Catarina vino al mundo un día especialmente nebuloso, un mes antes de lo que le correspondía y dando unos berridos aún más fuertes que los de su hermano. Ella no había heredado la genética de su madre, sino que era un auténtico clon mío, lo que logró emocionarme desde el primer momento. Tan pronto las enfermeras me la pusieron en los brazos supe que aquella pequeña princesa alienígena se convertiría en la mujer más importante de mi vida.

—Nunca permitiré que nos separen —le susurré a mi pequeña, mientras su madre nos miraba desde la distancia, demasiado destrozada tras el parto como para incluso poder reclamar a la niña—. Nunca, que te quede claro.

—No la amenaces tan pronto, anda —exclamó Nadine con cansancio.

—Solo le quiero dejar las cosas claras desde el principio, para que no haya malentendidos.

Recuerdo que Nadine sonrió y poco después se quedó profundamente dormida, permitiéndome pasar toda la primera noche de su vida con Cat en brazos. Las enfermeras aseguraban que podía dejarla en la cuna, que podía dormir por sí misma, pero yo no quería desprenderme de ella. Por segunda vez la vida nos había sonreído, y ahora que por fin tenía un trabajo y un hogar decente en el que poder criar a mi familia, quería disfrutar de aquellas horas de paz que me ofrecía el destino antes de volver al día a día.

Mi pequeña Cat... lo nuestro fue amor a primera vista, como con su madre.



Año 3.092 – 38 años



—¿¡Qué está pasando!? ¿¡Estáis bien!? ¡Vamos, entrad! ¡Rápido! ¿Dónde está Siena? ¿Viene contigo?

—Sí, sí, está cogiendo un par de cosas del coche. Toma, coge a la niña, por favor. Dios mío, Ludo, ¿qué está pasando? Eso que suenan son explosiones, ¿verdad?

—Ojalá pudiese decirte que no...

El mundo se venía abajo. Nadie entendía qué estaba pasando, pero la guerra parecía haberse apoderado de la ciudad. Hacía ya semanas que se hablaba de una amenaza invisible, de un ejército que se estaba acercando peligrosamente a Solaris, pero jamás imaginé que pudiese llegar a nuestras fronteras.

Jamás imaginé que pudiese llegar a superar nuestros muros y atacar.

Pero lo había hecho, y aquella noche, mientras nuestras dos familias se escondían en el sótano de la casa en la que recientemente nos habíamos instalado, en el centro de la ciudad, el Castillo Ember sufría el peor ataque de su historia.

—¿Crees que aguantarán? —me preguntó Lucius mientras contemplábamos el cielo teñirse de luz con cada una de las explosiones—. Los vencerán, ¿verdad? No permitirán que nos pase nada.

—Quiero pensar que sí, pero ya no lo sé.

—¡Pero es nuestra ciudad!

—Lo sé, lo sé...

—¡Pero Ludo, ¿qué vamos a hacer si intentan quitarnos nuestros hogares!? ¡Nuestras vidas! ¡No voy a permitir que le pongan una mano encima a mi familia, te lo aseguro! ¡Ni a la mía, ni a la tuya!

—Ten por seguro que yo tampoco lo voy a permitir... pero primero tenemos que saber lo que está pasando. Ten confianza, los Ember no nos van a dejar caer.

Desafortunadamente, aquella noche el Voivoda Harkon Vandalyen acabó con la vida de la Familia Real y se autoproclamó líder de una ciudad que a partir de aquella jornada pasaría a llamarse Umbria.

Una ciudad en la que la oscuridad pronto se adueñaría de las calles, convirtiendo a sus nuevos señores en el mayor azote de la historia.

Aquella noche empezó nuestra pesadilla.



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