Hijos de la Noche (1) - Hijos del Sueño

Universo: Gea

Obra a la que vincularla: Hijos de la Noche, Nyxia De Valefort, Cantos de Sirena



Algún lugar del Velo



—Empieza la cuenta atrás para la llegada del voivoda.

—¿El voivoda de Volkovia?

—El mismo. Después de años encerrado en su Imperio de Hierro, Harkon Vandalyen va a salir de su cripta para hacer un tour por todo Aeron... Vespasian y él se reunirán en el Palacio Imperial.

—¡Guao!

—Sí, guao... dicen que va a ser el evento del año. Del siglo incluso. Tu hermano quiere que Lansel y yo formemos parte de la guardia de honor del Emperador. Pretende que nos pasemos toda la reunión de pie frente a los muros, custodiando el Palacio junto a una selección de pretores de cada una de las Casas... como monos de feria, vaya.

—¿Monos de feria? —La carcajada de Jyn resonó por toda la playa—. ¡Marcus!

Era música para sus oídos: la más dulce melodía que jamás había escuchado. Jyn Corven... su amada Jyn Corven. Lansel decía no entender cómo era capaz de pasar tanto tiempo atrapado en aquel fragmento de irrealidad en la que estaba atrapada, que vivían una mentira que tarde o temprano acabaría haciéndoles enloquecer, pero Marcus se resistía a escucharle. Él no podía entenderlo. Ni él ni nadie. De hecho, Giordano estaba convencido de que tan solo los auténticos protagonistas de aquella trágica historia podían comprender la importancia de aquellos momentos. Ya fuesen cortos o largos, dependiendo del humor de ambos, aquellos momentos que compartían eran los únicos que lograban darles sentido a sus vidas. Unas vidas teñidas por la tristeza y la melancolía de las que ambos se sentían casi tan culpables como prisioneros.

—Debe ser todo un honor formar parte de esa guardia, estoy convencida —aseguró Jyn, con los ojos negros fijos en las llamas doradas de la hoguera. Ante ellos, más allá del fuego, el océano infinito se mantenía en completa paz, tranquilo y sereno, conforme al humor de su creadora—. ¿Crees que el Emperador habrá participado en la selección?

—¿Kare Vespasian? —Marcus se encogió de hombros. Irónicamente, ni tan siquiera se lo había planteado. La noticia le había resultado tan indiferente que no se había molestado en indagar más—. A saber.

—¡No me puedo creer que no tengas curiosidad! —Jyn apoyó las manos sobre la arena y dejó caer la cabeza hacia atrás. Le miró de reojo—. ¿Tan poco te importa?

—Nunca me ha gustado ser el protagonista, ya lo sabes.

—Ya, pero te lo has ganado... ¿Sabes? Me encantaría verte por un agujerito.

Marcus se dejó caer de espaldas en la arena con una débil sonrisa en los labios y alzó la vista. Aquella noche el cielo estaba tan estrellado que apenas había espacio para la oscuridad. Al parecer, desde su encierro Jyn había desarrollado cierta aversión a la noche cerrada y la había desterrado de aquella realidad. De hecho, Marcus no recordaba haber estado rodeado de sombras durante aquel largo año de visitas que habían compartido. Durante los primeros días habían buscado intimidad en la oscuridad, pero en el momento en el que la bailarina había comprendido el poder que tenía sobre aquel lugar, había desterrado para siempre a las tinieblas.

Había sido un año largo. Aunque Marcus había deseado visitarla como mínimo una vez al mes, las circunstancias no se lo habían permitido. Albia le necesitaba, y como miembro de las Casas Pretorianas no había tenido más remedio que acudir a la llamada. Además, aunque no era del todo consciente de ello, Damiel había tratado de alejarle del desierto. La obsesión de Marcus por aquel lugar le preocupaba, y aunque lamentaba enormemente el calvario que estaba sufriendo su hermana, no quería que Marcus la acompañase en aquella condena. Para él aún había esperanza. Para Jyn, sin embargo, no. Al menos no de momento. Así pues, Damiel había intentado mantenerle lo más alejado posible de la Fortaleza de Jade, ocupado en decenas de misiones gracias a las cuales se estaba labrando una gran reputación en la capital, pero cada cierto tiempo el Pretor de la Noche desaparecía y regresaba al desierto.

Pero aunque era tentador pensar que tan solo Marcus estaba siendo víctima de la compleja situación que le había tocado vivir, no era cierto. Mientras que con cada día que pasaba Giordano se obsesionaba más, la estancia en el otro lado del Velo de Jyn tampoco estaba siendo sencilla. Tenía buenos amigos que intentaban ayudarla y aconsejarla a su lado, sobre todo Davin y Olivia, que nunca se alejaban de ella, pero incluso así aquel lugar estaba cambiando su personalidad. Jyn estaba perdiendo su personalidad; los pétalos que componían su ser se estaban marchitando, y aunque el yo del pasado aún se mantenía intacto, el del futuro se estaba desdibujando a pasos agigantados. Jyn deseaba volver a ser la niña que durante tanto tiempo había creído ser feliz, la que no había tenido motivo para temer, y ansiaba encontrarla para poder ocultarse en su interior.

Quería olvidar quien había sido, y la actitud de Marcus la ayudaba a ello.

—Te aburrirías, te lo aseguro. Las guardias son tremendamente tediosas —aseguró el pretor. Cruzó los brazos tras la nuca y dejó escapar un suspiro—. Es más, estoy convencido de que incluso yo me aburriría... y es por ello por lo que no lo voy a aceptar.

Jyn arrugó la nariz en un gesto infantil lleno de inocencia.

—Ah, ¿pero te dejan elegir?

—Mientras siga siendo leal a las Casas, no, pero en cuanto abandone la hermandad...

—¿Abandonar la hermandad?

Aquella idea despertó la inquietud en Jyn. La bailarina parpadeó con incredulidad, desconcertada, y se tumbó a su lado, para poder mirarle más de cerca.

Su preocupación apagó la hoguera.

—¿Por qué dices eso, Marcus? No vas a abandonar a Albia.

—No lo sé —respondió él en apenas un suspiro—. Sé que parece una locura, pero si lo hiciese no tendría por qué volver jamás. Podría quedarme aquí, y...

Horrorizada ante lo que oía, Jyn le interrumpió.

—¡Pero eso ya lo hemos hablado muchas veces! —Sacudió la cabeza con desagrado—. Te lo dije: no puedes quedarte aquí. ¡No quiero que te quedes aquí! Tu lugar está ahí fuera, con Lansel, con Damiel, con mi padre... ¡con todos! Esto... esto es el hogar de los muertos, Marcus, no de los vivos.

—¡No digas eso! Tú no estás muerta.

—Como si lo estuviese... —Jyn dejó escapar un largo suspiro cargado de tristeza y acercó su rostro al suyo para besar su frente con cariño—. Creo que nos vemos demasiado últimamente. ¿Sabes cuánto tiempo llevas aquí dentro, conmigo? Más de diez años, Marcus. Mientras que ahí fuera tan solo ha pasado uno, tus estancias aquí han sido tremendamente largas... y aunque me encantan, creo que te están confundiendo. Quizás... quizás te vaya bien pasar una temporada separados.

Marcus se incorporó como un resorte, aterrado ante su reflexión. Ante él, la niña de quince años que era la Jyn Corven de aquella realidad le miraba con los ojos teñidos de tristeza. Y aunque hasta entonces él también había sido un adolescente, en el reflejo de su mirada vio al hombre adulto que realmente era.

Un hombre que poco a poco estaba perdiendo la cabeza.

—Jyn...

—Tú siempre has cuidado de mí: deja que ahora cuide yo de ti, Marcus. —Volvió a acercar su rostro al de él y depositó un cálido beso en sus labios—. Lo necesitas... creo que los dos lo necesitamos.

—¡Pero Jyn!

—Vuelve más adelante, ¿de acuerdo? En unos meses... cuando el voivoda haya visitado al Emperador Vespasian. Forma parte de su guardia de honor y vuelve para contármelo todo. ¡Estaré encantada de escucharte! Pero ahora...

El pretor tomó sus manos entre las suyas y las juntó en señal de súplica.

—No me eches, Jyn: te lo pido por favor... te lo ruego. Déjame quedarme. Ahí fuera... ¡ahí fuera no tengo nada! Pero aquí lo tengo todo... ¡aquí estás tú!

—Aquí todo es mentira, cariño. Todo. —Jyn le acarició la mejilla con el dorso de la mano—. Confía en mí, será lo mejor para los dos. Me rompe el corazón verte así, Marcus, pero es lo mejor. Vete tranquilo, yo siempre te estaré esperando. Siempre, te lo prometo.

Marcus quiso discutir, quiso hacerle entender que la única forma que tenían de ser realmente felices era aquella, abandonar el mundo real para instalarse con ella en aquella realidad, pero la bailarina se aseguró de que sus labios siguiesen sellados hasta abandonar su reino. Y aunque le dolió profundamente tener que separarse de él, no tuvo más remedio que hacerlo. Jyn le dedicó una última sonrisa, y con aquella dulce imagen, la de la niña que años atrás había conocido en Ballaster, Marcus Giordano fue expulsado del Velo y enviado de regreso al desierto. Un desierto en el que, de rodillas en la cima de la montaña, Marcus al fin pudo hablar. Pudo gritar, pudo maldecir... pudo discutir.

Por desgracia, ya no había nadie que le escuchase.





Giordano permaneció tres días y tres noches en la Cima de Cristal, esperando a que las puertas al otro lado del Velo se abriesen y Jyn acudiese a su encuentro. Para ello, tal y como dictaban las leyes de los dioses del desierto, la lluvia era necesaria. Una lluvia que, aunque no era muy común en aquella región, vio caer hasta en tres ocasiones. Fueron chubascos breves pero intensos, más que suficiente para que, de haber querido, la bailarina hubiese acudido a su encuentro.

Pero por desgracia, no era regresar lo que ella deseaba. Después de escuchar las dudas de Giordano sobre su futuro, Jyn tenía claras muy pocas cosas, pero una de ellas era el destino que quería para su amante. Y aunque en un principio había creído que su expulsión así se lo haría entender y recapacitaría, la falta de respuesta del pretor empezó a preocuparla. Marcus parecía decidido a esperar que regresara costase lo que costase, así que Jyn decidió enviar a uno de sus mensajes para instarle a que abandonase la cima antes de que la debilidad le consumiera.

Alguien que había cuidado de ella en vida durante muchos años, y que seguía haciéndolo después de la muerte, como su hermano mayor que era.

—Giordano...

Marcus yacía en la arena, adormilado, cuando la voz del antiguo pretor le despertó. Giordano se incorporó con rapidez, descubriendo una vez más la lluvia a su alrededor, y acudió a su encuentro junto a los restos de una de tantas columnas.

—¡¡Davin!!

El espectro de Davin le recibió con la expresión severa y el uniforme de la Casa de la Noche más reluciente que nunca. Irónicamente, el pretor caído era el que tenía mejor aspecto de los dos después de las últimas tres noches a la intemperie.

—¿Qué haces aquí, Giordano? ¿Acaso no lo has entendido?

—Esperar —respondió él con sencillez—. Conozco a tu hermana: es cabezota como pocas y se le calienta rápido la boca, pero no es estúpida. Sabe que esto no tiene sentido.

—No lo tiene, desde luego, en eso estamos todos de acuerdo: tienes que volver.

—¡Precisamente por eso estoy aquí, Davin! Si tú me dejases pasar...

La expresión del espectro se ensombreció. Apoyó las manos sobre los hombros de su antiguo compañero, ahora mucho más delgados de lo que los recordaba, y fijó la mirada en la suya. Aunque Marcus sabía perfectamente lo que Davin había querido decir con aquellas palabras, se resistía a aceptarlas.

—Me refiero a volver a Albia, Marcus, a Albia —le aclaró, logrando con ello destruir las pocas esperanzas que había albergado el pretor—. Tienes que volver a casa con Lansel y con Damiel. Eres un hermano de la Casa de la Noche: no puedes seguir aquí indefinidamente. Tú lugar está en el Imperio, luchando por el Emperador, no aquí, en mitad de la nada.

—Mi Imperio no me necesita —se resistió Marcus—. Cuenta con agentes mucho mejores que yo preparados para proteger sus muros. Además, vivimos tiempos de paz: Albia puede permitirse prescindir de mí.

—Quizás pueda, es cierto, no hay nadie imprescindible, ¿pero acaso no estás incumpliendo con tu palabra? —Apartó las manos de sus hombros para señalar su pecho—. Cuando aceptaste llevar esa esquirla del Sol Invicto en tu corazón juraste servirle hasta el último suspiro. Entregaste tu vida a Albia: ¡no puedes darle la espalda!

Las palabras de Davin se clavaron como dardos envenenados en su conciencia, dañando su orgullo. Recordaba perfectamente aquel fatídico día en el que había dejado de ser un simple adolescente para convertirse en un pretor. Aquel día había tenido las ideas muy claras: había querido seguir los pasos de aquellos que le habían salvado la vida, entre ellos el propio Davin, y no había dudado en enfrentarse a la muerte con tal de conseguirlo...

Pero habían sucedido muchas cosas desde aquel entonces. Tantas que incluso le costaba reconocerse en la persona que una vez había sido. Marcus había luchado en tantas ocasiones por Albia, anteponiendo el deber al querer, que le costaba pensar que tendría que seguir sacrificándose el resto de su existencia. Al fin y al cabo, había luchado una guerra y renunciado a Jyn en innumerables ocasiones por el Imperio...

¿Acaso no se había ganado un merecido descanso?

—Oye, que nos conocemos, aunque no lo digas, sé lo que significa esa mirada. Sé la lucha interna que tienes, porque no eres el primero ni serás el último que se plantea dejarlo todo por alguien... pero Marcus, amigo mío, en esta ocasión no hay nadie que te esté esperando. No hay nadie por quien luchar: Jyn ya no está. Ni ella, ni yo, ni ninguno de nosotros. Al menos no hasta que logres sacarla de aquí. —Davin negó suavemente con la cabeza—. Sé que es complicado, que ahora mismo debes estar odiándome por lo que te estoy diciendo, pero éste no es tu lugar. Eres un pretor: deberías estar en Albia, protegiendo tu país, y no aquí, en mitad del desierto, viviendo una mentira. Sé que sois felices mientras compartís esa fantasía, pero también sé que sufrís enormemente cada vez que os despedís. Esta situación os está destruyendo, y cuanto más la alarguéis, más duro va a ser aceptar que tarde o temprano os tendréis que separar definitivamente, por lo que creo que la decisión de Jyn es la adecuada. Por el bien de los dos debéis estar separados, debéis vivir vuestras propias vidas... y sobre todo tú, Marcus. Tú al menos aún estás vivo.

La verdad le golpeó con tanta violencia que Marcus apenas pudo reaccionar. Estaba siendo sincero con él, mucho más sincero de lo que Damiel y Lansel jamás habían sido, y aunque hasta entonces había querido cerrar los ojos y negar la evidencia, no podía seguir haciéndolo eternamente. No ahora que Davin se la había mostrado con tanta crudeza.

—Davin...

—Marcus, hazme caso, es lo mejor para ambos. Vuelve a Albia, vuelve a tu vida y protege tu país. Forma parte de esa guardia de honor, compórtate como todos esperan que hagas, y una vez vuelvas a ser el pretor que debes ser, busca la forma de sacar a Jyn de aquí. Sé que Damiel y mi padre lo están intentando, pero cuanto más arriba estás en la cadena de mando, más complicado es acceder a cierta información sin ser detectado. Tú, en cambio, eres el fantasma idóneo para colarte en todas las bibliotecas. Eres... —Davin sonrió con amargura—. Eres el hombre perfecto para acabar con esta pesadilla... pero para ello primero tienes que entender cuál es tu papel en todo esto.

Pero para entenderlo tendría que renunciar a estar con ella.

Tendría que volver a Albia y recordar cuál era su objetivo en la vida.

Tendría que viajar en el tiempo y recuperar al hombre que había sido.

Tendría que volver a ser el Marcus Giordano que todos necesitaba que fuera.

Y entonces, solo entonces, podría salvar a Jyn.





—Hacía mucho tiempo que no te veíamos, Marcus: me alegro mucho de que hayas venido de visita. Empezaba a creer que te habías olvidado de nosotros.

Ni una palabra más, ni una palabra menos. Lyenor no necesitó más que añadir una sonrisa sincera a la bienvenida para que Marcus se sintiese como en casa. Aquella era parte de su magia: podían pasar meses, años o décadas, que aquella mujer no necesitaba más que sonreírle para hacerle sentir querido.

—Eso jamás, ya lo sabes —dijo con timidez, dedicando una mirada significativa al reloj de cuerda de la pared—. Siento no haber avisado con algo más de antelación, Lyenor. Si os va mal, puedo buscar algún sitio donde dormir.

—¿Buscar algún sitio donde dormir? —replicó ella con sorpresa—. ¡Por el Sol Invicto, Marcus, no digas tonterías! Da igual que sea medianoche, mediodía o bien entrada la madrugada, esta es tu casa. Una casa muy soleada; demasiado diría yo, Solaris es mucho más calurosa de lo que recordaba, pero al fin y al cabo es tu casa. ¿Te queda claro?

Marcus llegó de madrugada a Solaris sin saber qué hacer. Al iniciar el viaje de regreso a Albia había fijado Hésperos como objetivo, pero tras las primeras jornadas de carretera sus pensamientos se habían empezado a teñir de dudas. Volvería a la capital, sí, era su deber, pero antes de hacerlo necesitaba escuchar las palabras de alguien que le conociera de verdad. Alguien que pudiese entender cómo se sentía sin necesidad de medias verdades ni mentiras.

Alguien que pudiese ser totalmente sincero con él, y estaba claro que aparte de Damiel y Lansel, tan solo había dos personas que cumpliesen con aquellos requisitos: Aidan y Lyenor.

Hacía tiempo que no les visitaba. Marcus había planeado ir a verlos en varias ocasiones, pero nunca había encontrado tiempo para ello. Cada vez que abandonaba la capital era por una misión o por ir a visitar a Jyn, por lo que sus excursiones a Solaris se habían visto reducidas al mínimo. No obstante, ellos no se habían ofendido en ningún momento: comprendían perfectamente que tanto él como el resto tenían obligaciones.

Pero aunque lo comprendiesen, les echaban de menos.

Y era precisamente por ello por lo que, aunque había llegado casi de madrugada y sin avisar, Marcus fue recibido con los brazos abiertos. Porque le querían, porque le echaban de menos y, sobre todo, porque eran conscientes de que si se había visto obligado a tomar aquella decisión era porque realmente necesitaba su consejo.

—Clarísimo —aseguró, inmóvil en el sillón—. Te lo agradezco.

—Así me gusta... ahora relájate, ¿vale? Aidan no tardará en volver.

Aquella noche no se acostaron hasta bien entrada la madrugada. Tal y como le había advertido Lyenor, Aidan se encontraba fuera cuando Marcus había llegado. Por suerte, un simple aviso había bastado para que dejase sus quehaceres en la ciudad y regresara a su hogar, ansioso por volver a ver a su querido aprendiz.

Una vez más Marcus se sintió abrumado al sentir el cálido abrazo de Aidan. Cerró los ojos, dejando que su cercanía apaciguarse su mente agitada durante unas décimas de segundo, y se estrecharon la mano.

Después se lo explicó todo.





—Jyn... —suspiró Aidan tras el relato, cómodamente sentado en el sillón junto a Lyenor—. Jyn es complicada, Marcus, ya lo sabes. Tiene el genio de su madre...

—Pero también la nobleza de su padre —puntualizó Lyenor—. Es una chica estupenda, pero sus circunstancias la están cambiando. ¿Es posible que ese mundo que está creando la esté consumiendo?

A ella y a todos, en realidad. Aquel encierro antinatural estaba destruyendo la mente de la bailarina, pero también de aquellos que la rodeaban. Sus personalidades se estaban desfigurando, desmoronándose, y cuanto más tiempo pasaban allí, era peor.

—La única forma de salvarla es sacándola —reflexionó Aidan con amargura—. El problema es que lo único que sabemos sobre cómo hacerlo es esa profecía, ¿recuerdas? La que descubrió Davin.

—Cómo no. —La mirada de Marcus se ensombreció al rememorar sus palabras—. "El día en el que las estrellas y el sol se apaguen, volveremos". Lo ha dicho en varias ocasiones, aunque no es capaz de decirme de dónde ha sacado esa información. Es como si hubiese tenido una revelación.

—Y quizás haya sido así —exclamó Lyenor—. "El día que el sol y las estrellas se apaguen...". ¿Qué puede significar? ¿Podrías estar relacionado con el eclipse?

—¿Eclipse? —preguntó Marcus con intriga—. ¿De qué eclipse hablas?

Aquella noche Marcus descubrió que el día elegido para celebrar el encuentro del voivoda Harkon Vandalyen con el emperador de Albia, Marcus Vespasian, el cielo se teñiría de oscuridad durante tres horas debido al eclipse solar que iba a acontecer. Un suceso único en las últimas décadas que imbuiría de magia aún más si cabe un encuentro alrededor del cual se estaba generando una gran expectación.

El encuentro en mayúsculas, como decía Lansel.

—¿Qué significa eso? —insistió Marcus—. ¿Qué durante tres horas será libre? ¿Y después? ¿Qué pasará después?

Aunque le hubiese gustado poder hacerlo, Aidan no pudo responder a sus preguntas. No tenía información suficiente. Además, en el fondo de su alma no creía que aquella profecía fuese real. Probablemente hubiese sido producto de una especie de revelación vivida por Davin, pero tras traspasar la barrera de la vida y caer en brazos de la muerte, aquel tipo de misterios adquirían otras dimensiones. Existía la forma de liberar a Jyn, estaba convencido, pero no iba a ser producto de la casualidad. Su hija volvería, y lo haría gracias a la magia: a un hechizo como el que la había encerrado.

Un hechizo como los que estudiaba a diario en las bibliotecas de Solaris, desesperado por traerla de regreso.

—Lo más probable es que solo sea una casualidad, Marcus —le tranquilizó Lyenor, con su habitual tono de voz conciliador. Tomó su mano entre las suyas y la apretó con cariño—. Sea como fuera, creo que Jyn tiene razón en que necesitas volver a tu vida real. Un poco de tiempo por separado os irá bien para reflexionar. Te veo cansado... te veo dolido. Tienes que recomponerte.

—Coincido con Lyenor, Marcus —la secundó Aidan—. Sabe el Sol Invicto cuanto agradezco que cuides de mi pequeña, pero para poder hacerlo primero debes volver a ser tú. Debes reconstruir tu vida, cerrar las heridas, y una vez estés recuperado, tratar de salvarla. Y cuando hablo de salvarla me refiero a sacarla de esa cárcel de ensueño en la que está atrapada, no convertirte en un prisionero más. —Hizo un alto—. Te propongo algo, Marcus. Vuelve a Hésperos, vuelve a tu vida y cumple con tu deber, sé el pretor que todos sabemos que eres, y cuando el Sol Invicto vuelva a iluminar tu camino, ven a Solaris. Ven a mi lado: juntos daremos con la clave para traer de regreso a Jyn.





Lansel y Damiel recibieron a Marcus con los brazos abiertos cuando decidió regresar a la capital. Lo hizo con dudas, sintiendo que traicionaba a Jyn al no volver a su lado, y también con ganas de volver a ser el hombre que había sido y que Aidan necesitaba a su lado, pero sobre todo con el corazón roto. Regresar a la gran capital sin ella era sinónimo de fracaso, de rendición, y por mucho que sus buenos amigos intentasen levantarle el ánimo, no había día que no lamentase su ausencia.

Pero las jornadas pasaban a gran velocidad en Hésperos. El trabajo como pretor no le dejaba apenas tiempo libre, y para cuando Marcus quiso ser consciente de su nueva realidad ya se encontraba en uno de los pórticos de entrada del Palacio Imperial, formando parte de la Guardia de Honor seleccionada por Damiel para cubrir el esperado encuentro entre el emperador y Harkon Vandalyen.

—¡Y llegó el gran día...! —bromeó Lansel con orgullo al ver que los flashes de las cámaras se iluminaban, captando el momento para siempre.

Lansel y él permanecieron en sus posiciones durante largas horas, desde antes de la mediática llegada del voivoda junto a toda su corte de guerreros, hasta después de que cruzase las puertas del Palacio Imperial y se perdiese en su interior. Durante su reunión...

Y durante su desaparición.

Marcus y Lansel ocuparon sus posiciones en todo momento, velando por la seguridad del Palacio sin saber lo que sucedía en su interior, embelesados por la belleza del Eclipse y su oscuridad hasta que los gritos llenaron de miedo y muerte las calles de la ciudad.

Hasta que la oscuridad decidió que el Sol Invicto no volvería a brillar nunca más.





—Sol Invicto, ¿dónde te metes? ¡Llevo horas buscándote!

—Pues aquí, ya sabes... pasando el rato.

—Ya veo, ya.

Jyn se encontraba en la última fila de una sala cinematográfica cualquiera, con los pies apoyados en el asiento delantero, cuando Nat la encontró. No recordaba cuánto tiempo llevaba en su interior, oculta de cuantos la acompañaban en su destierro, pero habían pasado bastantes días desde la última vez que había decidido crear aquel lugar. Días en los que había estado viendo una y otra vez los mismos vídeos de juventud en los que, a la cabeza del cuerpo de baile de "Las Elegidas", había hecho vibrar a miles de espectadores con su talento.

Tiempos mejores.

—¿Es esa Lisa Lainard, no? —preguntó Nat tras tomar asiento a su lado. En pantalla la antigua directora del cuerpo de baile aplaudía con emoción junto al resto del público, profundamente emocionada por la magnífica exhibición que acababa de dar sus chicas—. Hacía muchísimo tiempo que no pensaba en ella.

—Yo no logro quitármela de la cabeza —confesó Jyn—. En su época fue una auténtica revelación: un genio que logró llevarnos a lo más alto... pero a costa de nuestra salud y juventud. ¿Sabes que salió a la luz que durante bastante tiempo nos estuvo dopando? Y ese no es el peor escándalo en el que se ha visto envuelta precisamente.

Nat asintió con lentitud, revolviendo en el pasado para recuperar los recuerdos de aquella época. Lo sabía, sí. De hecho, no era la primera vez que mantenían aquella charla. Durante los años que había compartido junto a Jyn habían sido muchas las ocasiones en las que la conversación había derivado al nombre de Lisa Lainard y su etapa como bailarina profesional. Jyn siempre la había tenido muy presente.

—Me pregunto qué le diría a día de hoy si volviese a cruzarme con ella... creo que seguiría sintiéndome un poco intimidada. Era una mujer increíble.

—Y una maltratadora —apuntó Nat—. Y una explotadora: está bastante bien muerta. No es que me alegre, desde luego, pero... en fin, prefiero seguir sin cruzármela. A diferencia de ti, yo sí sé qué le diría.

—Pues estoy pensando en buscarla: sé que tiene que estar en algún rincón de esta realidad, como el resto de los hombres y mujeres que murieron en manos del Fénix.

—¿Y envenenarte más? No, gracias, me gustas más así.

Jyn sonrió ante el comentario, pero no respondió. Tras finalizar el aplauso, la imagen de la gran pantalla cambió para iniciar un nuevo recuerdo en otro escenario. ¿Ostara, quizás? ¿Ballaster? Nat no era capaz de reconocer el lugar, pero por el brillo en los ojos de las jóvenes bailarinas debía tratarse de un evento muy especial para ellas.

—Ese día actuábamos para Elyana Auren, la Gran Duquesa de Ballaster. Recuerdo que le encantamos. Cuando acabó el espectáculo vino a felicitarme personalmente. Me dijo que tenía muchísimo talento... que era única. Aquella mujer siempre era muy agradable conmigo. Al menos las tres veces en las que la vi, claro.

—Era encantadora, sí —admitió Nat—. Doric le tenía muchísimo cariño... su pérdida ha sido una auténtica desgracia.

—¿Ha muerto?

La pantalla se puso en negro ante la noticia. Jyn desvió la mirada, profundamente sorprendida ante la inesperada noticia, y contempló a Nat con los ojos muy abiertos. Él, por su parte, se limitó a encogerse de hombros, con cierta diversión ante su expresión. En el fondo, la muerte no era tan terrible.

—No sé de por qué te sorprende tanto, Jyn, estaba muy mayor —dijo con rotunda sinceridad—. Era cuestión de tiempo que nos dejase. Por muy Auren que sea, esa mujer no es inmortal.

—Ya lo sé, ya, pero... ¡vaya! —Jyn negó con tristeza—. La última Auren ha caído... este es el final de una estirpe. Es una lástima escucharlo.

—Bueno, bueno, eso de que era la última... —Nat dejó escapar un profundo suspiro—. Están pasando muchas cosas ahí fuera, Jyn. Cosas extrañas que es importante que sepas... pero creo que no soy yo el más adecuado para explicártelas. ¿Sabes? Tu hermano, Olivia y yo llevamos una temporada trabajando en algo... algo que te va a encantar. —Le dedicó una amplia sonrisa llena de picardía—. ¿Qué te parece si vienes conmigo? Ya tendrás tiempo para acabar de recordar tus viejos tiempos: ahora te toca ver algo mejor. ¡Algo muchísimo mejor!

—¿Algo como qué?

Nat le hizo creer que iba a responder separando los labios, pero únicamente una carcajada escapó de su garganta. Su viejo amigo y antiguo marido la cogió de la mano y tiró de ella con suavidad, logrando al fin que después de días de encierro saliera del edificio.

—Nat, más vale que valga la pena, si no...

—Valdrá la pena, confía en mí.





El paraíso creado por Jyn se asemejaba enormemente a Hésperos, su ciudad favorita, pero a la vez tenía mucho de los lugares que su mente había querido traer del recuerdo. Lugares únicos donde no solo había sido feliz, sino que había vivido grandes momentos. Debido a ello, la Hésperos de Jyn estaba llena de teatros, de salas cinematográficas y pistas de baile. También había cabida para los grandes salones de vals, las playas y los jardines, pero lo que más destacaba era la presencia de zonas destinadas a la música y a la danza. Era, como solía decir Davin, el paraíso de las bailarinas: un lugar en el que era fácil vivir, pero no tanto ser feliz.

La ciudad se nutría de las emociones y los pensamientos de Jyn. Si un día la bailarina se levantaba con el ánimo alto, el sol refulgía y los árboles florecían. Los días más oscuros, sin embargo, todo se cubría de una neblina negra que impedía que la ciudad brillase. Consciente de ello, Jyn intentaba controlar su estado de ánimo. Trataba a toda costa de ser feliz y poder así transmitir su alegría al resto de almas, pero no era fácil. Por mucho que lo intentaba, la bailarina se sentía cada vez más atraída por la melancolía y la amargura, y la partida de Marcus no lo estaba mejorando precisamente. Cuantos más días pasaban desde la separación, peor era su humor. Irónicamente, pedirle que se fuera no había sido tan buena idea como había creído inicialmente. Para él sí, seguro, estaba convencida de que Marcus estaría bien en el mundo real, pero ella era víctima de la soledad, y en consecuencia, lo eran todos.

Por suerte, Nat y Davin habían ideado un plan con el que devolverle la sonrisa. Un plan descabellado que, aunque en un inicio les había parecido imposible, Olivia les había ayudado a llevar a cabo con la inesperada ayuda de la propia Jyn Valens, la madre de Jyn. Alguien que, aunque desde el inicio del encierro había permanecido desaparecida, había aceptado colaborar por el bien de todos, pero sobre todo del de su hija.

Y había sido con el objetivo de salvar su realidad y a Jyn de su tristeza con lo que habían cimentado su sorpresa. Una sorpresa que, tras muchas jornadas de trabajo, logró que por primera vez en mucho tiempo Jyn sonriese con sinceridad sin necesidad de que estuviese Giordano delante.

—¿Pero qué...? —balbuceó tras bajar del coche rojo con el que habían viajado hasta las afueras de la ciudad y descubrir que, alzándose en lo alto de unos impresionantes acantilados como una gran fortaleza de roca y plata, la aguardaba una réplica del Palacio Imperial—. Sol Invicto, ¿¡cómo!? ¿¡Cómo lo habéis logrado!?

—¿De veras pensabas que eras la única capaz de crear algo en esta realidad? —respondió Nat con orgullo—. Quizás no podamos hacerlo con tanta facilidad como tú, pero nos han enseñado ciertos truquillos para conseguirlo.

—¿Quién? —quiso saber con curiosidad, sin apartar la mirada del frente—. ¿Quién os ha enseñado?

Nat se encogió de hombros a modo de respuesta, respetando así al única condición que había impuesto Jyn Valens para colaborar con la causa. Por su propia salud mental, la madre de Jyn había preferido mantener las distancias, plenamente consciente de que llegaría el momento en el que tendría que volver a separarse de su hija. Su condición de viva, aunque le alegrase enormemente, creaba entre ellas una barrera que prefería no cruzar.

—¿Qué más da? ¡Vamos, la sorpresa está dentro!

—¿Hay más?

Atravesaron el muro exterior y los jardines de la mano y a la carrera, como habían hecho en tantas ocasiones en el pasado. A diferencia de Jyn, Nat solía lucir su apariencia más adulta, la que había tenido hasta su muerte. Aquel día, sin embargo, tal era su alegría al ver a Jyn feliz de nuevo que los años se iban esfumando con cada paso que daba. Cuanto más se adentraba en el palacio más joven era, y tal era su regresión física que, al atravesar las puertas y pisar al fin el suelo acristalado del vestíbulo, ya era un adolescente el que sostenía la mano de Jyn. El mismo adolescente que durante muchos años había suspirado por ella y que, una vez más, no pudo evitar que el profundo amor que le profesaba le nublase un poco la razón.

—¡Es idéntico a cómo lo recuerdo! —exclamó Jyn, paseando la mirada por absolutamente todo cuanto le rodeaba—. ¡Es increíble!

—Lógico, estamos utilizando tu memoria, Jyn —explicó Nat—. Nos hemos colado en tu mente para crear esto... y algo más. ¡Venga, vamos!

Los dos adolescentes corrieron por el acogedor interior del palacio, llenando de risas y alegría sus largos pasadizos y de vida sus estancias, hasta alcanzar la escalinata que daba acceso a la Sala del Trono. Allí, situados en cada uno de los peldaños, una decena de pretores uniformados les aguardaban con sus uniformes ceremoniales. Había dos por cada una de las Casas Pretorianas, y aunque cubrían sus rostros con los cascos reflectantes, Jyn creyó reconocerlos a todos.

Subieron la escalinata con paso lento, recreándose en el momento.

—Me siento como la emperatriz —susurró Jyn por lo bajo, incapaz de borrar la sonrisa del rostro—. Me pregunto cuántas veces subió Doric estas escaleras en su momento...

—Pues... no sé, ¿qué tal si se lo preguntas?

Los ojos de Jyn se iluminaron. La bailarina miró a Nat con perplejidad, sintiendo que el corazón se le aceleraba en el pecho, y empezó a correr. Subió las escaleras que le quedaban, tan solo una decena, a la carrera y una vez frente a las puertas de la gran Sala del Trono se detuvo para coger aire.

En su mente solo había un nombre: un nombre que se repetía una y otra vez. Doric, Doric, Doric...

Y al abrir las puertas, allí estaba: sentado en el trono de su padre, con una sonrisa en el rostro y vestido con el uniforme de gala que jamás llegó a lucir. Sobre los cabellos negros reposaba una corona, la del Emperador de Albia, y en la cara una expresión de determinación propia del señor del Imperio.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Jyn ante las titánicas dimensiones de la ilusión que estaba viviendo. No sabía cómo lo había hecho, pero Nat había conseguido algo increíble: algo imposible. Volver a ver a Doric, a su amado y venerado Doric, era uno de los mejores regalos que jamás podrían haberle hecho.

Se llevó las manos al pecho y apretó los labios con fuerza. Nat, a su lado, se adelantó hasta el trono. Saludó a su buen amigo con un guiño y se situó tras él, como el gran amigo protector que había sido.

—¿Qué te pasa, Jyn? ¿No vas a saludarme? —preguntó Doric al ver que la bailarina no se movía. No era capaz—. Creía que tenías ganas de verme, ¿acaso no es cierto?

—Sí, Jyn —exclamó de repente Davin a su lado, surgido de la nada—. ¡Joder, con lo que ha costado! Ve a saludarle al menos, ¿no?

Jyn asintió con rapidez, con la respiración acelerada de puro nerviosismo, y fijó la mirada en Doric. Le contempló embelesada, le sonrió... y empezó a correr hacia él. Ansiaba poder abrazarlo con todas sus fuerzas: volver a oler su perfume, escuchar su voz y sentir su calidez. Quería volver a revivirlo aunque solo fuera durante unas horas, unos minutos, unos segundos...

Pero no se lo permitieron.

En el mundo real, los astros cubrieron el brillo del Sol Invicto, tiñendo de sombras toda Gea, y la noche se hizo con el poder. La oscuridad se coronó como señora del mundo y la realidad paralela donde vivía Jyn se rompió a sus pies.

Se rompió en mil pedazos, iniciando su proceso de autodestrucción con la repentina aparición de una gran brecha en mitad de la Sala del Trono. Una brecha a la que Jyn estuvo a punto de precipitarse, pero que la rápida intervención de Olivia impidió. La pretor la cogió a tiempo, apartándola de la caída infinita que aguardaba en su interior, y la llevó hasta el pórtico de entrada, donde Davin les esperaba con el rostro desencajado. Al otro lado de la abertura, aún en el trono, Nat y Doric apenas tuvieron tiempo para ser conscientes de cómo miles de pequeñas manos blancas surgidas de la oscuridad los intentaban arrastras hacia su interior, ansiosas por lanzarlos a la destrucción total.

Al olvido.

—¡Sol Invicto! —chilló Jyn al ver cómo las manos se cerraban alrededor de las piernas de Doric y tiraban de él hacia el vacío—. ¡¡Doric, Doric!!

Lejos de ayudarle, pues en realidad aquella versión de Doric era tan irreal como cuanto les rodeaba, Nat se apresuró a correr hasta el fondo de la sala y encaramarse a una de las ventanas. Lanzó un fugaz vistazo atrás, hacia Jyn, le dedicó una fugaz sonrisa llena de nerviosismo y saltó al otro lado del cristal, perdiéndose de su alcance visual.

Perdiéndose para siempre.

—¡¡Jyn!!

Olivia y Davin se vieron obligados a sacar prácticamente a rastras a la bailarina del Palacio Imperial. Ninguno de los dos entendía qué estaba sucediendo, ni tampoco por qué a su alrededor se generaba una rotura tras otra, pero era evidente que no era producto de la mente de Jyn. La realidad se desquebrajaba, se estaba destruyendo, y la única forma de sobrevivirla era escapar.

Era abandonarla para siempre.

—¿¡Qué está pasando!? —chilló Jyn tras ser arrastrada hasta el interior del coche rojo. Olivia la lanzó sin cuidado alguno al asiento trasero mientras que Davin se ponía al volante—. ¿¡Quién lo está devorando todo!?

Había cortes de oscuridad en el cielo de cuyo interior surgían enormes manos blancas que arañaban el cielo azulado con sus uñas. Las olas caían cual cascadas en los agujeros negros que iban surgiendo en el agua mientras que los árboles de los bosques colindantes eran engullidos. El paisaje a su alrededor moría: se rompía en mil pedazos.

Era el final de todo.

Pero no se iban a rendir tan fácilmente. Consciente de que tenía que sacar viva a su hermana de aquel lugar costase lo que costase, Davin se concentró en la carretera e inició un demencial viaje a través de la realidad, esquivando los agujeros de vacío que poco a poco se iban abriendo a su alrededor. Era complicado evitarlos, pues surgían sin previo aviso, pero aún quedaba mucho de pretor en él. O al menos lo suficiente como para no perder la calma cada vez que parecían estar a punto de caer.





Vivieron con gran intensidad los que creían que iban a ser los últimos minutos de su vida. Durante el viaje Jyn gritó con todas sus fuerzas de puro terror, Olivia maldijo y Davin suspiró una y otra vez, pero por alguna extraña razón que ninguno de los tres pudo entender, lograron sobrevivir. Davin condujo durante el tiempo suficiente como para que Olivia le hiciera entender a Jyn que ella era la clave para sacarlos de allí, y tras varios minutos de concentración total y absoluta a base de pura fuerza de voluntad, la mente de la bailarina logró trazar un último camino con las piezas vivas que aún quedaban. Las unió, formando con ellas un camino de baldosas, y los tres lo atravesaron hasta alcanzar el otro extremo de la realidad.





La lluvia caía con fuerza sobre el desierto de las Estepas Dynnar cuando el coche rojo surgió de la nada. Sobrevoló la arena durante unos metros, apenas unos segundos, y se precipitó contra el suelo con violencia, sacudiendo de un lado a otro a los ocupantes en su interior. Rodó durante unos cuantos segundos más, avanzando peligrosamente hasta los límites de la montaña, hasta que al fin Davin enterró el pie en el pedal del freno. Los tres pasajeros chocaron con el cristal y los asientos traseros, quedando momentáneamente aturdidos, pero lograron salir y respirar aire puro.

Aire real.

Tan real que ninguno de los tres pudo evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos de pura desesperación. No entendían cómo ni por qué, pero habían vuelto a la realidad. Habían sido expulsados de su encierro, y aunque así quisieran, no podían regresar.

No había dónde regresar.

—¿Estoy muerto? —preguntó Davin a Olivia, incapaz de encontrarse el pulso por más que hundía los dedos en la muñeca—. Oli, en serio, ¿estoy muerto o no? ¡No tiene sentido!

—Pues claro que estás muerto, idiota —replicó ella con sencillez, casi tan decepcionada como enfadada al comprobar que ni le latía el corazón ni tenía la necesidad de respirar. Sencillamente estaba allí, sin más, como una aparición—. ¿Qué esperabas? ¿Resucitar?

—¿Pero entonces? —insistió él, aún sentado en el suelo junto a su hermana, demasiado impactado como para comprender lo que estaba sucediendo—. ¿Qué demonios hacemos aquí si estamos muertos? ¡No tiene sentido!

—¿Y a mí que me cuentas, Davin? —respondió Olivia, alzando el tono de voz—. ¡¡Y yo que sé!! ¡¡Solo sé lo mismo que tú!! ¡El mundo ahí dentro se ha roto y ahora estamos aquí fuera, nada más!

—¡Ya, pero...!

—No discutáis —intervino Jyn, dedicándole una sonrisa nerviosa a los dos pretores—. Yo tampoco sé qué está pasando, pero creo que sé quién puede ayudarnos. —La bailarina se puso en pie y se sacudió la arena de las piernas—. A todo esto... ¿qué aspecto tengo?

Los dos pretores la miraron, y aunque hasta entonces no se habían percatado de ello, notaron algo diferente en ella. Jyn volvía a tener la edad adulta con la que había sido encerrada, la cabellera negra como el azabache y la mirada triste, pero sin embargo no eran aquellos físicos los que llamaban su atención. A diferencia de cuanto les rodeaba, que estaba teñido de colores ocres y naranjas propios del desierto, ellos tres habían perdido sus tonalidades. Ahora sencillamente eran sombras grises cuyo aspecto fantasmal evidenciaba que eran intrusos en aquella realidad.

Recuerdos que no deberían existir.

Inquieta ante la expresión de preocupación de sus compañeros, Jyn se miró las manos. Tenía los dedos de una gama de grises claros que no dejaba lugar a la duda.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó con nerviosismo—. ¿¡Qué es esto!?

Un crujido procedente de las ruinas captó la atención de los tres. Una nueva brecha se abrió entre dos columnas, como si de un corte en el tejido de la realidad se tratase, y de su interior empezaron a surgir pequeñas manos blancas cuyos dedos trataban de alcanzarles.

Se apresuraron a retroceder.

—¿¡Pero...!? ¿¡Pero...!? —balbuceó Jyn con nerviosismo—. ¡¡Yo creía que se iban a quedar ahí dentro!! ¡¡En el Velo!!

Poco a poco, la brecha empezó a abrirse paso entre la nada, hacia ellos.

—Pues ya ves —replicó Olivia con frialdad—. Parece que nos persiguen.

—Vale, ¡se acabó! —gritó Davin—. ¡Vámonos ya!

Se apresuraron a iniciar el descenso de la cima.





Jyn, Olivia y Davin corrieron noche y día por el desierto, escapando de las continuas fisuras de oscuridad que surgían entre las dunas. Ninguno de los tres sabía qué eran, pero sí lo que implicaba caer en sus garras. La muerte, la destrucción: el olvido. Los Dioses del Sueño habían enviado a sus secuaces para traer de regreso a los tres fugitivos, para hundirlos en el pozo de la muerte definitiva, y hasta que no lo consiguiesen, no iban a cesar en sus intentos.

Pero ellos no estaban dispuestos a aceptar aquel desenlace sin luchar.

Creyendo saber dónde encontrarían ayuda, viajaron por el oscuro desierto durante horas, sin ver en ningún momento aparecer el sol, hasta divisar en la lejanía la Fortaleza de Jade. Los humanos comunes no podían verla, pues estaba oculta a la vista por hechizos, pero su condición iba más allá de las limitaciones de los vivos. Ellos eran espectros, eran almas errantes, y aunque en el caso de Jyn aún no había cruzado la línea que separaba la vida de la muerte definitivamente, con cada minuto que pasaba mayores eran sus dudas al respecto. Y es que, teniendo en cuenta su aspecto y la pesadilla que la perseguía, ¿cómo creer que seguía con vida?

Irrumpieron en la fortaleza a la carrera, creyendo que sus puertas lograrían frenar el avance de la muerte; creyendo que aquél era un lugar seguro, y por alguna extraña razón que jamás comprenderían, lo consiguieron. Tan pronto cerraron las puertas tras de sí, sellando el edificio, la oscuridad que les perseguía quedó fuera, atrapada en el desierto.

—¿¡Hola!?

Se adentraron en el patio principal, buscando con la mirada vida en alguna de las torres. Sin el halo de luz que habitualmente iluminaba aquel lugar, la Fortaleza de Jade parecía un lugar lúgubre totalmente abandonado. Un enclave solitario en mitad de la nada que, como pronto descubrirían, llevaba meses vacío.

El Eclipse y la repentina aparición del Nuevo Imperio en el tablero de juego había obligado a sus habitantes a volver a Albia.

—¿¡Hola!? —repitió Jyn una vez más.

Pero nadie respondió.

Buscaron durante largo rato, adentrándose en cada una de las estancias, gritando una y otra vez y rezando al Sol Invicto porque alguien les esperase, pero no encontraron nada. Absolutamente nada. Desesperada, la bailarina recorrió las distintas torres, planta a planta y habitación por habitación, hasta acabar eligiendo la de Marcus como su refugio. Tomó asiento en el borde de la cama, sintiendo que la decepción y la tristeza le nublaban la mente, y se dejó caer de espaldas sobre el colchón.

Se sentía derrotada.

Olivia y Davin, por su parte, se acomodaron en el suelo, con la espalda apoyada en la pared de piedra. El viaje había sido agotador para Jyn, pero ellos no sentían ningún tipo de cansancio. Al contrario, las emociones que habían logrado sentir durante todos aquellos años en su encierro, poco a poco se estaban disipando, vaciando de calidez sus corazones.

—¿Dónde está Marcus? —murmuró Jyn con tristeza—. Creía que estaría aquí. Creía que...

—Debe estar en Albia —respondió Davin—. El Eclipse debería haber durado horas, y llevamos ya días de oscuridad. Tiene que estar pasando algo grave.

—Apesta a brujería —reflexionó Olivia. La pretor arrugó la nariz—. Brujería oscura, para ser más exactos, y los pretores existen para combatirla entre otras cosas, Jyn. Por lógica, el Emperador los habría hecho llamar a todos, incluido a Giordano. Supongo que, cuando todo pase, volverá.

—¡Pero él conocía la profecía! —insistió Jyn—. ¡Sabía que cuando se hiciera la oscuridad, nos liberaríamos!

—Ya, y después de echarle de tu lado como hiciste, ¿creías que te estaría esperando? —Davin puso los ojos en blanco—. Venga ya, Jyn: esto no funciona así.

—Además, independientemente de vuestras tonterías sentimentales, Giordano es un pretor, tiene que cumplir con su deber —sentenció Olivia—. Y pobre de él que no lo haga... pero no pongas esa cara, mujer. Calma, ¿de acuerdo? Aquí parece que estamos seguros: parece que esos seres, sean lo que sean, no pueden entrar. Intentemos aguantar el máximo posible... al menos hasta que tengamos otro plan. Quién sabe, puede que un día de estos aparezca Giordano por aquí. O Damiel o Lansel... o quien sea, da igual. Alguien.

—¿Y si nadie viene a por nosotros? —preguntó Jyn con tristeza—. ¿Y si Marcus no vuelve?

Y aunque todos sabían que era improbable, que tarde o temprano aquel hombre regresaría a por ella costase lo que costase, Olivia dijo lo que en aquel entonces la bailarina necesitaba escuchar.

—Pues iremos a por él —decidió—. Al fin y al cabo, no tenemos nada mejor que hacer, ¿no?





Doce días después del inicio del Eclipse, Marcus Giordano volvió a la Fortaleza de Jade. La desaparición del Emperador había golpeado con muchísima fuerza a Albia, sobre todo al Alto Mando y a la Emperatriz, la cual había emprendido un viaje en su búsqueda, pero no era lo único que estaba dañando el país. Las preocupantes noticias sobre ataques del Nuevo Imperio en el norte de Albia sumados a la transformación de miles de ciudadanos en "despertados" sedientos de sangre habían arrastrado al Imperio a una situación cercana al colapso. Por suerte, Albia estaba haciendo cuanto podía por soportar el golpe. Todos los pretores y legionarios al servicio de la corona se habían lanzado a las calles para intentar frenar la espiral de muerte y destrucción en la que se había sumido la nación. Y aunque lo estaban consiguiendo frenar, no estaba siendo fácil. Eran muchos los que estaban cayendo a causa de la oscuridad eterna del Eclipse...

Pero Marcus no era uno de ellos. Tras pasar once jornadas combatiendo la amenaza sin cesar, el pretor había conseguido que Damiel le enviase a la Fortaleza en busca de su hermana. Y lo había hecho sin darle previo aviso, simplemente dejándose llevar por las circunstancias.

—Vete y asegúrate que no está —le había dicho una hora antes de ponerse en camino—. No sé tú, pero yo soy incapaz de quitarme de la cabeza la idea de que pueda haber salido y que esté sola en ese desierto, rodeada de esos psicópatas transformados. No soportaría que la matasen. No sin hacer nada para evitarlo.

—Pero Damiel, la ciudad...

—Probablemente Hésperos sea la ciudad más segura de toda Gea: no sufras por ello. Hay cientos de pretores custodiándola.

—¿Y el Emperador? ¿Qué hay del Emperador, Damiel?

Su simple mención logró que el rostro de Damiel se ensombreciera. La desaparición el voivoda y del emperador era demasiado sospechosa como para no apuntar a Harkon Vandalyen como su culpable. Confiar en él había sido un grave error.

—Lo encontraremos —aseguró. Damiel apoyó las manos sobre sus hombros y fijó la mirada en sus ojos—. Si mi hermana está allí, tráela con vida. No confío en nadie más que en ti para ello, Marcus: tienes tres días. Después vuelve, ¿de acuerdo?

Marcus abandonó la ciudad una hora después con la Fortaleza de Jade como objetivo. Su idea era llegar sin hacer parada alguna: realizar todo el viaje seguido, deteniéndose únicamente para repostar. No obstante, tales eran los horrores que encontró por el camino de mano de los transformados que no tuvo más remedio que ir haciendo altos para darles caza. En la mayoría de los casos llegaba tarde: los hombres y mujeres a los que el Eclipse había hecho enloquecer habían asesinado a cuantos habían encontrado en su camino guiados por un ansia de sangre infinito, pero incluso así Marcus se detenía para acabar con sus vidas. Mejor tarde que nunca, se decía. Por suerte, en al menos dos de las paradas logró salvar vidas. No todas las que hubiese deseado, pero sí las suficientes como para que acelerase. Albia le necesitaba más que nunca, y aunque Jyn era una parte esencial de su vida, no iba a abandonar a su país.

Así pues, treinta horas después de abandonar Hésperos, Marcus Giordano llegó a la Fortaleza de Jade. Su intención era la de adentrarse en el desierto aquel mismo día, pero antes de hacerlo necesitaba descansar al menos unas horas. Estaba agotado. Cruzó el patio con paso firme, con su torre como objetivo, y paso a paso fue avanzando hasta alcanzar su interior. Una vez en la planta baja, inició su ascenso...

Y fue precisamente entonces, mientras subía por las escaleras, cuando la percibió. Percibió su aroma, su esencia, su aura.

Todo.

—¡¡Jyn!!

Desterrando de su mente el agotamiento, Giordano subió las escaleras a la carrera, dejándose llevar por el convencimiento de que la bailarina estaba allí. La sentía tan real, tan presente en el edificio, que estaba seguro de que la encontraría en su habitación.

Y ella también lo creía.

Todos lo creían de hecho.

Emocionado al escuchar sus pasos por las escaleras, Jyn aguardó con los ojos bañados en lágrimas tras la puerta. Olivia y Davin le habían advertido que no debía salir, que podría tratarse de una trampa, pero en el fondo de sus almas los tres sabían que el hombre al que pronto verían era Giordano.

Y así fue. La puerta de la habitación se abrió y Marcus irrumpió en su interior con los ojos encendidos; con los brazos extendidos para abrazarla. Para fundirse con ella en uno...

Para no dejarla escapar jamás.

Y aunque Jyn se abalanzó sobre él y apoyó el rostro en su pecho tras rodarle el cuello con los brazos, Marcus no la vio ni la sintió. Percibió una suave brisa junto a él cargada de su perfume, y por un instante creyó sentir la vibración de su corazón sincronizarse con el suyo, pero fue un simple espejismo. Ante él tan solo había una habitación vacía. Para Jyn, sin embargo, había mucho más. Podía verlo y sentirlo, podía percibir todo su ser ante sus ojos.

Pero él no. Era como si, a pasar de pisar el mismo suelo, estuviesen en dos realidades distintas. Dos mundos paralelos que únicamente se rozaban.

—¡¡No!! —gritó Jyn al comprender que Marcus no la veía—. ¡¡No, no, no!! ¡¡Marcus!! ¡¡Marcus!!

Profundamente impactado ante la escena, Davin tardó unos segundos en reaccionar. Por un instante había creído que lo habían conseguido, que al fin su hermana había logrado reencontrarse con su venerado Giordano, pero había sido un espejismo. La realidad, por desgracia, era mucho más complicada.

Haciendo un auténtico esfuerzo, pues de haber podido habría preferido no intervenir, Davin acudió al encuentro de su hermana y la apartó sujetándola suavemente de los hombros. Jyn se resistió, ansiosa por mantenerse abrazada a Marcus, pero finalmente se dejó llevar. Se alejó hasta los pies de la cama, donde se dejó caer de rodillas al suelo con la desesperación reflejada en el semblante.

—No me ve —murmuró con tristeza—. No me ve, joder. Soy... soy invisible para él.

—¿Será posible que no estemos en el mismo plano? —reflexionó Olivia, acercándose a Marcus para observarle de cerca. Decepcionado, el pretor se dejó caer en la cama, casi tan confuso como la propia Jyn—. Tendría sentido: se dice que tan solo aquellos con una sensibilidad especial pueden percibir la presencia de los espectros.

—Pero eso explicaría por qué no nos ve a ti y a mí, Oli —respondió Davin—. Pero por lógica debería poder ver a mi hermana.

—Es cierto... siempre y cuando tu hermana estuviese viva, claro. —Olivia se cruzó de brazos—. Quizás deberíamos empezar a plantearnos la posibilidad de que su vida haya trascendido.

—¿¡Cómo!? —Habrían percibido su palidez de haber tenido color en la piel—. ¡¡Pero Olivia!!

La pretor no fue capaz de comprender la gravedad de sus palabras ni tan siquiera con la explicación de Davin. Había muerto hacía ya tanto tiempo que apenas era capaz de comprender cuanto acontecía a su alrededor. Apenas sentía empatía; apenas sentía nada.

—Piénsalo con frialdad, Davin: ¿qué diferencia hay entre ella y nosotros? Mírala: ¡tiene cara de muerta!

—¡Cállate! —gritó Jyn. Se llevó la mano al pecho, allí donde seguía latiendo su corazón, y la señaló, acusadora—. ¡No digas eso, Olivia, te lo prohíbo! ¡Mi corazón late!

—¿Y quién dice que no es un gesto reflejo? —La pretor se encogió de hombros—. Que no lo digo a malas, Jyn, pero... no sé, no veo ninguna diferencia entre tú y yo, la verdad.

—Pues la hay —sentenció Davin—. ¡Y se acabó el tema! Dices que solo la gente con sensibilidad puede percibir espectros, ¿no? Pues busquemos a esa gente: la Academia está llena.

—¿Y pedir ayuda a un magi? ¿Yo, una pretor? —Olivia puso los ojos en blanco—. ¡Pero qué tonterías dices, Davin!

Aunque siguieron discutiendo, Jyn se limitó a observar a Marcus de cerca. De vez en cuando él percibía su perfume y la miraba, pero no llegaba a verla. A pesar de ello, Jyn se daba por satisfecha. Dentro de lo malo, le alegraba ver que al menos seguía con vida.

Algo era algo.





Las siguientes tres jornadas fueron las más largas y oscuras de su vida. Esperanzado al sentirla más cerca que nunca, Marcus se adentró en los desiertos de Dynnar en busca de Jyn. Viajó por sus dunas y se perdió por sus caminos, adentrándose hasta sus profundidades. Recorrió las cadenas de montañas y se adentró en todas las cuevas, examinando hasta el último centímetro de territorio conocido, pero no dio con ella. A veces creía verla en el reflejo de la superficie de los lagos o en el filo de su cuchillo, pero su rostro se esfumaba rápidamente, llenando su mente de extraños sentimientos encontrados. Podía sentir su presencia y su perfume cada vez que cerraba los ojos, el roce de sus dedos sobre sus manos cuando descansaba, pero ella no estaba. Era como si la oscuridad estuviese jugando con él, como si el Eclipse tratase de hacerle enloquecer, y cuanto más se adentraba en el desierto, más extraños eran sus pensamientos.

Pero por mucho que quisiera creer que Jyn se encontraba oculta en algún rincón de aquel basto laberinto de arena, lo cierto era que su espíritu se escapaba una y otra vez. Cada vez que creía estar a punto de encontrarla, ella desaparecía, arrastrándolo aún más a las profundidades del desierto, allí donde la oscuridad total le impedía orientarse.

Allí donde acabaría encontrando la muerte.

Y aunque en cierto sabía que aquella era la mejor forma de llegar hasta ella, no era el momento. Albia le necesitaba más que nunca y, muy a su pesar, cumplido el tercer día de búsqueda sin éxito, no tuvo más remedio que volver. Y lo hizo con el perfume de la bailarina más presente que nunca, persiguiéndole allí donde fuera, pero con la certeza de que si Jyn estaba con vida le esperaría hasta el final de la guerra.

Irónicamente, en realidad estaba mucho más cerca de lo que jamás habría imaginado. Jyn se encontraba a su lado en todo momento, siguiéndole allí donde fuese, incapaz de alejarse de su lado.





—Esto acaba aquí. Han sido tres días intensos por el desierto, pateando de un extremo a otro mientras tu hermana no dejaba de lamentarse, pero por fin ha acabado. Giordano se vuelve a Hésperos, así que al fin somos libres.

—¿Libres? ¿Libres para qué?

—¿Cómo que para qué, Davin? ¡Para encontrar nuestro propio camino! El Sol Invicto nos ha dado una segunda oportunidad... ¿por qué no aprovecharla?

Apoyada en la baranda de metal de la terraza de la primera planta Jyn observaba en silencio como Giordano pasaba los últimos minutos en la Fortaleza de Jade preparando su motocicleta antes de iniciar el viaje de regreso. Se le veía cabizbajo y mucho más atormentado de lo que había llegado, pero no había perdido la compostura. Él nunca la perdía. Olivia y Davin, por el contrario, no dejaban de discutir y reír continuamente como auténticos desquiciados. El haber salido de la prisión onírica en la que llevaban años encerrados les estaba haciendo enloquecer a pasos agigantados, y eso era algo que preocupaba enormemente a Jyn.

Se estaban convirtiendo en una gran carga.

—¿Aprovecharla para qué, Olivia? ¡Estamos solos! ¡Solos en un mundo lleno de vivos! —Davin negó con la cabeza—. Esto es un auténtico sin sentido.

—¿Y cuál es tu plan? ¿Esperar aquí a ver cuando llega esa maldita sombra para devorarnos? —La pretor negó con la cabeza—. No cuentes conmigo, lo siento.

—¿Y cuál es el tuyo? ¿Perdernos por el desierto a ver qué pasa? —Davin dejó escapar un largo suspiro—. Estaremos mucho más seguros aquí.

—No pienso convertirme en el fantasma de la Fortaleza de Jade.

—¿Y qué te hace creer que no lo eres ya?

Permanecer eternamente atrapada en la Fortaleza a la espera de que llegase el día en el que al fin pudiesen ser descubiertos no entraba en los planes de Jyn. La idea de Olivia de perderse por el desierto no le resultaba en absoluto atractiva, pero podía entenderla. Si había algún lugar mágico sin duda era aquel lugar. Sin embargo, ella se veía a sí misma en otro lugar totalmente distinto, luchando activamente por recuperar su lugar en el mundo. Y es que, aunque todo parecía apuntar lo contrario, Jyn se negaba a aceptar que hubiese muerto. Su corazón latía, y para ello aquello era señal más que suficiente de que podía seguir luchando.

Pero en mitad de un desierto encerrada tras las puertas de piedra de una Fortaleza abandonada no iba a conseguir nada.

—Creo que se va ya —anunció con tristeza—. Se está poniendo el casco...

—¡Se acabó! —exclamó Olivia con satisfacción. Acudió a su lado y se recostó sobre la barandilla para poder ver más de cerca a Marcus. Ciertamente, estaba a punto de partir—. Hazme caso, Jyn, va a ser lo mejor para todos. Su mundo ya no es el tuyo.

—O sí —intervino Davin, situándose al otro lado de la barandilla, junto a su hermana—. Pero lo que está claro es que ahora no es el momento.

—¿Y cuándo lo será? —preguntó ella con tristeza.

—No lo sé, hermana, pero debes ser paciente. Tarde o temprano las cosas se calmarán, el cielo se iluminará de nuevo y Giordano volverá. Y será entonces, cuando vuelva a instalarse aquí, cuando encontraremos la forma de que volváis a estar juntos... pero vas a tener que esperar. Ahora no es vuestro momento.

—Eso ya me lo has dicho.

—Porque realmente es así... venga, vamos para dentro. —Davin tomó su mano y tiró suavemente de ella hacia el interior de la torre—. No te va a beneficiar en nada ver esto.

Dos minutos después el sonido del motor de la motocicleta de Giordano al arrancarse rompió el silencio reinante. El pretor lanzó una fugaz mirada hacia el balcón donde hasta entonces había aguardado Jyn y negó suavemente con la cabeza, creyendo escuchar su voz en la brisa.

—Volveré —aseguró en apenas un susurro.

Y aunque no quería hacerlo, Giordano abandonó la Fortaleza de Jade.





Lograron retener a Olivia durante siete días, pero alcanzada la octava jornada la pretor desapareció. Y lo hizo dejando tras de sí una nota en la pared que aunque a simple vista no logró consolarlos, sí que sirvió para que los dos hermanos comprendieran que aquel viaje era cosa de dos.

—Era cuestión de tiempo: está intratable —comentó Davin con amargura—. La muerte no le está sentando nada bien.

—A ninguno de los dos en realidad—murmuró Jyn por lo bajo—. ¿Desde cuándo te llama "cariño"?

—Bueno, son cosas nuestras...

—Sí, no lo dudo, pero... —La bailarina dejó escapar un suspiro—. En fin, no importa. Supongo que tarde o temprano volverá.

—¿Tú crees? Yo lo dudo, la verdad. Olivia no es de las que necesita a nadie. Es independiente, ya sabes, como Diana. Es puro fuego... pura energía.

—¿Y cómo yo?

Davin rio.

—Como dos gotas de agua, vaya.

—¡Nada mejor que la familia para que le suban el ánimo a una!

—Era broma, mujer. Tú también eres fuerte... pero de una forma diferente.

Los dos hermanos permanecieron unas semanas más en la Fortaleza, ocultos en su sombrío interior mientras que en Albia la guerra se desarrollaba con fiereza. El Nuevo Imperio había mostrado al fin abiertamente sus cartas, y aunque por el momento la invasión se había detenido en Parthia, las noticias se extendían con rapidez por todo el país. Pero aislados del mundo, esperando a que algún día las cosas cambiaran, Davin y Jyn veían el tiempo pasar con la sensación de estar retenidos en una prisión. La misma prisión que habían creado sus temores, pero también sus dudas. Davin deseaba que su hermana sobreviviese, quería salvarla de la oscuridad que aguardaba más allá de los muros, y la única forma de hacerlo era impedir que la muerte la llevase.





Alcanzada la tercera semana de encierro el sonido de varias voces en plena noche los despertó. Jyn abrió los ojos al mundo bicolor en el que vivía encerrada y, guiada por el sonido de la destrucción, acudió a la ventana para ver qué sucedía. Para su sorpresa, había alguien más en la fortaleza: una partida de al menos veinte dynnar que, a lomos de sus motocicletas destartaladas y camiones desvencijados, se disponían a abandonar el lugar tras haber saqueado sus torres.

Pero no iban a hacerlo dejando tras de sí las huellas del delito.

—Davin... —murmuró Jyn con terror al ver que varios de los saqueadores encendían antorchas—. ¡¡Davin!!

El fuego ya se extendía con rapidez por el interior de las plantas bajas de las torres cuando Davin se reaccionó y se asomó a la ventana para ver qué estaba sucediendo. Y lo que vio le dejó mudo. El pretor permaneció unos segundos paralizado, observando con perplejidad cómo las llamas iluminaban el cielo nocturno del desierto, y miró a su hermana. Inmediatamente después, acallando sus temores y enfrentándose a sus demonios, la cogió de la mano y juntos empezaron a correr.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó con nerviosismo mientras recorrían la planta en dirección a las escaleras—. ¡El fuego se va a propagar rápidamente! ¡Hay demasiada madera!

Jyn sintió que parte de ella se quedaba en aquella planta, atrapada en la habitación de Marcus. Esperándole hasta el final. Deseaba escapar y conservar la vida, si es que realmente se podía denominar de tal forma lo que tenía, pero a la vez temía enfrentarse al exterior. Sabía que la oscuridad les estaría buscando, que en el desierto tan solo encontrarían la muerte, pero el instinto de supervivencia se sobrepuso a sus miedos. Descendió velozmente las escaleras junto a su hermano, sin soltar su mano en ningún momento, y alcanzada la primera planta se adentraron de nuevo en la sala principal, en busca de una ventana. Tal y como había anunciado Davin, las llamas avanzaban a gran velocidad; tanta que la planta baja ya no era habitable.

Buscaron entre la oscuridad casi absoluta un ventanal y lo abrieron. Una vez sobre el alféizar, los dos hermanos volvieron a cogerse de la mano y plenamente conscientes de que escapar del patio principal ahora tomado por el fuego no iba a ser fácil, se miraron a los ojos.

El pretor tuvo una fúnebre revelación al ver el infierno alzarse a su alrededor.

—Te quiero, Jyn —le dijo Davin con sinceridad—. Incluso en la muerte, tú sigues siendo uno de los grandes motivos por los que sigo luchando.

—No lo digas como si esto acaba aquí, hermano —murmuró ella. Alzó la mano hasta su mejilla y la acarició con cariño—. En el fondo esto ni tan siquiera es el principio, ¿recuerdas?

—Al menos para uno de los dos sí —respondió, y volvió la mirada al frente—. Pase lo que pase ahí fuera, no dejes de correr, ¿de acuerdo? No pares hasta llegar a Hésperos y encontrar a Giordano o a Diana. Si hay alguien en este mundo que puede ayudarte, esos son ellos.

—¿Diana? —Jyn soltó una carcajada nerviosa—. Sol Invicto, Davin: las llamas te están volviendo loco. Adoro a Diana, lo sabes, pero no creo que sea precisamente mi salvación.

—¡Entonces concéntrate en Giordano!

—¿Pero no se suponía que tenía que esperar su regreso?

Davin se encogió de hombros.

—¡Y una vez más Davin Sumer se equivocó! ¿Qué sorpresa, eh? —El pretor negó con la cabeza—. Se nos acaba el tiempo: júralo.

—¿Qué jure el qué?

—¡Que no te vas a rendir!

Jyn dudó por un instante, temerosa de lo que creía ver en los ojos de su hermano. Davin había presentido algo, había visto más allá del velo de fuego, y lo que había visto al otro lado del umbral había logrado teñir de oscuridad su mirada. Por suerte, también de determinación.

—¡Jyn!

—¡De acuerdo, de acuerdo! —La bailarina miró atrás, donde el fuego iluminaba la estancia, y asintió—. ¡Lo juro!

—Genial... entonces vamos.

Los dos hermanos saltaron al vacío, dejando tras de sí una estela de terror en forma de grito. Alcanzaron el suelo con violencia, logrando con el impacto que Jyn gritase de nuevo, pero rápidamente se enfrentaron al muro dorado que les rodeaba.

La bailarina quedó cegada por la imponente escena. Sus ojos recorrieron la gran muralla de fuego hasta su cima, y allí el reflejo de su rostro totalmente desencajado por el terror le devolvió la mirada. Una mirada llena de ansia y de dolor... una mirada llena de muerte.

El crujido del tejido de la realidad rompiéndose en algún lugar de la Fortaleza de Jade marcó el inició de su huida. Davin tiró de su hermana, logrando así arrancarla de su propia pesadilla, y juntos fueron esquivando las llamas a la carrera, aprovechando su condición de no vivo para cubrirla en las zonas de peor acceso. Jyn no fue consciente de ello en ningún momento, pero incluso muerto el fuego quemaba su cuerpo. Pero Davin sabía que no había tiempo ni para lamentos ni dudas: tenía que sacar a su hermana de aquel infierno, y así hizo. Tiró de ella hasta el pórtico de entrada y una vez al otro lado, cara a cara con el desierto, soltó su mano.

Y la soltó porque sabía que no iba a dejar de correr tal y como había prometido.

—¡Davin, vam...! —gritó Jyn al ver que se quedaba atrás.

Pero rápidamente un grito silenció sus palabras. Una brecha de oscuridad en forma de gran sonrisa surgió tras él, y de su interior manaron cientos de manos blancas. Manos que se aferraron al cuerpo del pretor como garras afiladas y que tiraron de él hacia su interior, convirtiéndolo en su primera presa en mucho tiempo.

Una presa con la que poder saciar su hambre infinita.

—¡¡Corre!! —gritó Davin—. ¡¡Corre y no pares, yo los entretengo!!

Jyn hizo ademán de acudir a su encuentro y ayudarle, pero al ver que su hermano desenfundaba su cuchillo dispuesto a hacer frente a la muerte, comprendió que debía seguir. Le había prometido que encontraría a Marcus o a Diana, e iba a cumplir con su palabra. Daría con ellos y, cuando volviese al mundo real encontraría la forma de salvarlo. A él, a Olivia, a Nat y a todos.

Incluso encontraría la forma de traer de regreso a Doric...

Pero para ello primero tenía que sobrevivir, y la única forma de hacerlo era huir. Y así hizo. Jyn se internó en la oscuridad total del desierto y se perdió entre sus dunas mientras la Fortaleza de Jade ardía a sus espaldas.





Vagó por el desierto durante tres lunas. No sabía a dónde iba, ni tampoco si hallaría algo a parte de la muerte en aquel lugar, pero incluso así no se detuvo. Paso a paso, derrotando al cansancio y al miedo, la bailarina fue avanzando por el camino que sus propios pies iban marcando hasta que al cuarto atardecer una pequeña población surgió en el horizonte. Se trataba de un diminuto lugar donde sabía que no encontraría nada más que soledad, pues nadie podría verla, pero en aquel entonces su aparición le pareció una bendición del Sol Invicto.





Alcanzó las afueras del poblado unas horas después, cuando las piernas ya apenas respondían a sus órdenes. Tal era su agotamiento que apenas era consciente de dónde se encontraba ni lo que sucedía a su alrededor. Sencillamente se dejaba llevar por las pocas fuerzas que le quedaban, y aquel día la fortuna quiso llevarla al centro del pueblo, donde sentados alrededor de una gran hoguera decenas de viajeros trataban de protegerse del frío.

Su visión logró devolverle algo de energía. Jyn se acercó a ellos con cautela, asegurándose que ninguno de ellos percibiese su presencia, y buscó un hueco vacío donde poder tomar asiento y disfrutar de un poco de luz. Después de tantas horas deambulando por el gélido desierto poder sentir algo de calor en el rostro era un auténtico placer.

—¿Y ahora? —se dijo a sí misma en apenas un susurro.

Divertida ante su propia pregunta, Jyn se dejó caer de espaldas en el suelo arenoso y desvió la mirada hacia los viajeros en busca de distracción. Su objetivo en aquel poblado era el de poder orientarse antes de poder seguir con su viaje, aunque desconocía cómo iba a hacerlo. Sin el Sol Invicto como punto de referencia iba a ser complicado...

Pero pensar en el viaje que le quedaba por delante no era algo que la motivase. Hésperos estaba a tantísima distancia que pensar en sí misma deambulando por Gea en soledad durante meses le resultaba deprimente. Demasiado como para no dejarse llevar por la curiosidad y escuchar las conversaciones ajenas en busca de distracción.





Jyn no recordaba cuándo se había quedado dormida, pero algo la despertó. La bailarina abrió los ojos y ante ella vio que el fuego seguía ardiendo en la hoguera, pero también que el número de viajeros había bajado notablemente. De hecho, tan solo quedaba uno, y estaba a su lado.

Y la estaba mirando.

Desconcertada al sentir sus ojos azules fijos en ella, Jyn permaneció unos segundos totalmente inmóvil, preguntándose si realmente no estaría siendo víctima de su propia desesperación. Aquel hombre parecía estarla mirando, pero sabía que era totalmente imposible... o al menos eso había creído hasta que, al incorporarse, él le sonrió.

—Bienvenida —dijo en albiano con una expresión amable en el semblante—. Espero que no te moleste que me haya acercado, no había nadie más y llevo demasiado tiempo solo vagando por el desierto.

La perplejidad llevó a Jyn a mirar atrás en un gesto lleno de inocencia en busca de alguien. Para su sorpresa, sin embargo, estaban solos. Totalmente solos. Aquel hombre la estaba hablando, y aunque le costase creer después de la experiencia vivida con Marcus, la podía ver.

Tardó unos segundos en asimilar la realidad.

—Tú... tú... —tartamudeó con incredulidad—. ¿Es esto un sueño? Sí, tengo que estar soñando. Esto... esto es imposible.

—¿Un sueño? —respondió el viajero con sorpresa—. No, para nada... —El hombre alzó la mirada hacia el cielo y dejó escapar un suspiro—. Aunque si te soy sincero, parece más bien una pesadilla. Jamás imaginé que el Sol Invicto podría abandonarnos.

Jyn volvió a mirarle. Seguía totalmente desconcertada, pero había algo en la calidez de aquel hombre que la hacía sentir protegida. Probablemente se debiese a su mera presencia, pues después de tanto tiempo de soledad agradecía poder tener contacto humano con alguien, pero en lo más profundo de su alma sabía que había algo más.

Algo más que aunque percibía, no lograba identificar.

—Perdona, soy un mal educado. —El hombre le tendió una mano enguantada. Era relativamente joven, de no más de treinta años, de piel morena y con una larga barba trenzada llena de cuentas doradas —. Me llamo Phineas Barli y soy de Albia. De Meridian, para ser más exactos. Te vi hace unas horas, cuando llegaste. Al principio tenía dudas, pero tan pronto me acerqué se disiparon todas. Eres Jyn Corven, ¿verdad? La bailarina.

La bailarina... aquellas palabras estallaron en la mente de Jyn como una gran bomba, empapando su psique de los recuerdos de su vida pasada. La estancia en la realidad paralela en la que había permanecido atrapada durante tanto tiempo había borrado parte de su esencia, arrastrando gran parte de sus recuerdos a otra dimensión dentro de su propia mente, pero aquel eco humano le hizo recordar. Sí, ella era Jyn Corven, la bailarina, la que se había posicionado del lado de Doric Auren y la que había hecho frente al Fénix. La hija, hermana, sobrina y prima de pretores...

La que no se iba a rendir hasta lograr cruzar el velo y volver a reunirse con los suyos.

Sí, esa era ella: la bailarina.

—La misma, buena memoria. —Tomó su mano y se la estrechó con fuerzas renovadas—. Encantada de conocerte, Phineas.

—Lo mismo digo, no siempre se conoce a una celebridad. Y mucho menos a una celebridad en tu situación. Supongo que eres consciente de ello, pero...

—Estoy muerta, sí —admitió Jyn—. O algo parecido, no lo sé. Pero vaya, sí, sé a lo que te refieres.

—Vaya, es un alivio, la verdad. No habría sabido cómo explicártelo... —El hombre se bajó la cremallera del abrigo y le mostró un emblema en forma de arpa dorada que llevaba en la pechera de su traje oscuro—. Al menos no en poco tiempo. Verás, Jyn, formo parte de la Orden de Aryssia, una hermandad de magi nacida en Meridian hace varios siglos. No es demasiado conocida, pues mis hermanos y yo nos dedicamos al peregrinaje, pero contamos con un importante número de adeptos en nuestras filas. Y aunque a lo largo de mis viajes me he cruzado con algún que otro espectro, ninguno de ellos tenía tanta presencia como tú. Estás tremendamente cerca del Velo... prácticamente rozándolo.

Jyn se encogió de hombros, sin saber qué decir. Tratar tan abiertamente su naturaleza con un extraño al que acababa de conocer la hacía sentir incómoda. En otras circunstancias se habría alejado, inquieta ante la actitud del magus, pero en aquel entonces simplemente frunció el ceño.

—Oh, perdona —se apresuró a disculparse el magi al ver su expresión—. No era mi intención molestarte, ni muchísimo menos. Simplemente... bueno, ¿cómo decirlo sin parecer un demente? —Se sonrojó—. Eres fascinante: ¡única en tu especie!

—¿Única en mi especie? —Parpadeó con aún más perplejidad—. Suenas un poco demente, sí, pero después de tantos días sola vagando por el desierto resulta agradable poder hablar con alguien.

—Dynnar es el paraíso de la soledad —reflexionó el magus—. Un lugar donde purgar todos los pecados, donde empezar desde cero... donde encontrarte a ti mismo. —Hizo un alto—. ¿Sabes, Jyn? No creo que este encuentro sea casual. El Sol Invicto nos ha unido por alguna razón, estoy convencido. Viajé hasta aquí convencido de que me esperaba una Gran Misión, de que aquí encontraría la Gran Verdad que hace tiempo que busco, y algo me dice que tú eres la pieza clave para dar con ella.

La esperanza iluminó los ojos azules del viajero, envolviéndolo de un halo de luz que rápidamente alcanzó a Jyn. Poco a poco, la sensación de frialdad y vacío que la había acompañado hasta entonces fue desapareciendo para dejar paso a la calidez que desprendía Phineas Barli. Una calidez muy familiar.

—Yo tampoco creo que nuestro encuentro sea casual... —admitió ella—. No sé si será cosa del Sol Invicto o de la fortuna, pero quizás puedas ayudarme.

—Cuenta con ello, si está en mis manos, lo haré.





Jyn se lo explicó todo. No sabía el motivo, ni porqué había decidido confiar en él, pero para cuando quiso darse cuenta ya estaba sentada en la parte trasera de su motocicleta, viajando hacia el corazón de Albia con Hésperos como objetivo. Porque aquel hombre quería ayudarla y decía saber cómo; porque era un magi, porque creía que el Sol Invicto le había enviado allí para ayudarla, y porque en el fondo de su alma, Phineas Barli tenía que purgar sus pecados.

Pero las motivaciones del viajero no importaban a la bailarina. Jyn creía haber encontrado en el magus una forma de regresar a su hogar y reunirse con Marcus, por lo que cuando él le propuso llevarla hasta la capital, no se negó. Al contrario.

—Tengo buenos amigos en la Academia: entre todos encontraremos la forma de que atravieses el Velo —le aseguró con entusiasmo mientras viajaban a través de la noche—. Confía en mí.

—¿De veras crees que hay alguna forma de hacerlo?

—Por supuesto, para los magi no hay nada imposible, Jyn. Ya verás, antes de lo que crees volverás a estar con tu amigo, palabra.

—Ojalá.





Jyn y Phineas viajaron durante casi una semana a través de la peligrosa noche albiana. La guerra y la plaga de despertados les obligaron a tomar sendas poco transitadas por las que viajar con un mínimo de seguridad, por lo que la travesía fue más larga de lo previsto. Por suerte, antes de que se cumpliese la séptima jornada, la ciudad de Hésperos surgió en la lejanía con sus miles de luces encendidas, arrancándola de la oscuridad casi total que cubría Gea.





—Las cosas están algo tensas —comentó Phineas mientras avanzaban por las siempre ajetreadas calles de la ciudad. Desde el inicio de la guerra el descenso del tráfico en Hésperos era evidente, pero por el momento no se había clausurado la circulación. Aunque resultase una tarea titánica, los gobernantes intentaban mantener la normalidad para impedir que cundiese aún más el pánico—. Supongo que no lo sabes, pero el Nuevo Imperio ha tomado Solaris.

—¿Solaris? ¿En serio?

—Así es. Hay rumores que dicen que Nyxia De Valefort va a ser proclamada emperatriz dentro de muy poco... quién sabe, puede incluso que ya lo hayan hecho. Solaris siempre estuvo muy resentido con la Corona, y desde que Vespasian está en el trono, las cosas han ido a peor. Supongo que la llegada de Nyxia y su Nuevo Imperio ha sido la gota que ha colmado el vaso. En la época de los Auren, Solaris era la punta de lanza.

Volver a disfrutar de las impresionantes vistas de la gran ciudad logró apaciguar la inquietud que aquellas noticias despertaban en ella. Jyn aún estaba demasiado alejada de la realidad como para poder comprender la importancia de la guerra y todo lo que podía conllevar el conflicto, pero algo en su interior le decía que Gea quedaría marcada para siempre por el Eclipse y sus consecuencias.

—Es algo tarde para ir a la Academia —prosiguió—. Si te parece bien pasaremos la noche en la casa de mis padres. No está demasiado lejos de aquí. Además, ellos ya no viven allí, así que estaremos tranquilos.

—Bueno. —Jyn se encogió de hombros—. ¿Y no podría ir a ver a Marcus?

—¿Y volver a ponerte en peligro? —El magus negó con la cabeza—. Yo puedo protegerte de esos monstruos que te persiguen, Jyn. Mi magia puede frenarles, pero él... —Chasqueó la lengua—. Él no puede. Seguro que querría hacerlo, estoy convencido, pero no tiene la Visión. Y si no puede ni tan siquiera verte, ¿cómo va a protegerte? Ten paciencia, muy pronto volverás a estar con él, te lo prometo.





Phineas la llevó hasta la periferia, donde una bonita casa de campo les aguardaba rodeada de unos jardines bien cuidados. Tal y como le había dicho, se trataba de la antigua residencia de sus padres. Los Baldi se habían trasladado a la ciudad de Herrengarde varios años atrás, por lo que nadie les estaba esperando cuando llegaron.

El magus aparcó la motocicleta en la entrada, frente a una bonita fuente floral, y abrió la puerta de la lujosa mansión.

—Bienvenida a mi casa —anunció con entusiasmo. La invitó a entrar y cerró la puerta tras de sí—. Ven, acompáñame, te enseñaré un sitio donde podrás descansar tranquilamente. Creo saber qué ritual utilizar para que esos monstruos no lleguen hasta ti. De todos modos, estando yo en casa, dudo mucho que se atrevan a acercarse.

Phineas llevó a Jyn hasta la habitación de su hermana, donde una cómoda cama de sábanas blancas la aguardaba. La bailarina tomó asiento en el colchón, sintiendo el agotamiento caer sobre ella como una losa, y se dejó caer de espaldas mientras que el magus, empleando para ello un pincel y un tintero negro, llenaba de símbolos arcanos la pared. Entre parpadeo y parpadeo le vio deambular de un lado a otro de la estancia, convirtiendo aquel lugar en un pequeño oasis en mitad del desierto de horrores en el que Jyn estaba atrapada.

—Vamos, descansa, no tienes de qué temer. Aquí estás a salvo.





"Aquí estás a salvo". Las palabras de Phineas resonaban una y otra vez en su mente, enturbiando de extrañas tonalidades rojas sus sueños. Jyn creía estar dormida, pero en realidad era prisionera de su propia mente: estaba encerrada en sí misma. Por desgracia para su captor, la determinación de la bailarina era mayor que la de la mayoría de los mortales. Jyn estaba decidida a cumplir con la promesa que le había hecho a Davin, y para ello no podía seguir atrapada en aquel sueño. Tenía que despertar, tenía que llegar hasta Giordano... y aferrándose a ese desesperado anhelo, logró vencer la pesada carga que eran sus párpados y abrió los ojos.

Dolor y confusión. Al incorporarse en la cama Jyn descubrió que algo extraño estaba pasando. Su visión estaba emborronada, pero incluso así podía ver que las paredes de la habitación estaban completamente teñidas de símbolos. Símbolos que llenaban de gritos y de angustia su mente ahora aturdida.

Lentamente, sintiendo levantar montañas con cada movimiento, Jyn apoyó los pies descalzos en el suelo y se puso en pie. No tenía cadenas en los tobillos, pero algo le impedía que se alejase de la cama. Algo que, aunque en un inicio no percibió, sus ojos captaron al alzar las manos. Dos brillantes esposas doradas mantenían unidas sus muñecas.

Y en su superficie había más inscripciones.

Totalmente desconcertada, Jyn trató de avanzar hasta la puerta, pero no lo consiguió. Al alejarse varios metros de la cama sus rodillas cedieron y la bailarina se derrumbó en el suelo.

Su mente empezó a dar vueltas.

—Pero qué demonios...

Un susurro lejano le recomendó que sellase los labios. Jyn buscó con la mirada a su alrededor, tratando de localizar su procedencia, pero incluso sin encontrarla, obedeció al creer reconocerla. Se quedó en completo silencio y escuchó.

Más allá de la puerta entreabierta, Phineas hablaba con alguien.

—He seguido sus recomendaciones y la he encontrado, mi señor. —Silencio—. Sí, sí, ahora mismo está incapacitada, no puede huir. De hecho, creo que ni tan siquiera es consciente de lo que sucede. Está perdida... está confusa. —Más silencio—. La encontré vagando por el desierto tal y como predijo, mi señor. Dormía frente a una hoguera... deseaba volver a Hésperos, y así he hecho. Nos encontramos en la cap... —Otro silencio—. No, no, no me ha visto nadie. Mis padres abandonaron la casa hace tiempo... —De nuevo silencio—. lo sé, lo sé. He sido precavido: nadie sabe nada. —Silencio—. De acuerdo, esperaré hasta su llegada mañana, mi señor. La mantendré encerrada hasta entonces... le agradezco la oportunidad. ¿Le ha dicho ya a la voivodina que...? —Más silencio—. Oh, no, no tranquilo, yo no... yo jamás pondría en duda su promesa... —Un último silencio—. sí, claro... lo que usted ordene. —Cogió aire—. Le estaré esperando.

El magus farfulló un par de palabras más y cortó la comunicación, dejando en la mente de Jyn muchas incógnitas. Aún estaba demasiado aturdida como para comprender la importancia de sus palabras, pero le bastaban para saber que la había engañado. Aquel magus se había aprovechado de su debilidad y de su estado para capturarla, y a no ser que actuase con celeridad, las cosas se iban a complicar aún más.

Muchísimo más...

¿Pero qué podía hacer? Más que nunca, Jyn se sentía atrapada en una gran tela de araña.

La bailarina giró sobre sí misma para quedar tendida boca arriba. El techo se perdía en la oscuridad casi total de la sala. Respiró hondo, tratando de silenciar a base de concentración los gritos que inundaban su mente, y se incorporó con lentitud. Junto a la cama había una mesilla de noche. Se acercó con sigilo y uno a uno fue abriendo los cajones, encontrando en su interior únicamente ropa interior femenina y un pequeño frasco tubular de perfume.

Suficiente para ella.

Jyn lo cogió, quitó el tapón y golpeó el extremo contra el somier, logrando con ello romper el vidrio. Se apoderó del fragmento de mayor tamaño, lo guardó entre las sábanas y ocultó el resto bajo la cama.

Finalmente tomó asiento en el borde del colchón.

—¿Phineas...? —dijo con exagerado agotamiento. Entrecerró los ojos, adoptando una expresión desvalida—. Phineas... no me encuentro muy bien. Yo... mi cabeza...

El magus acudió a su encuentro con una fingida expresión de preocupación en el rostro. Entró en la sala con paso seguro, convencido que el quejumbroso lamento era sincero, y tomó asiento a su lado.

La empujó suavemente por los hombros para que volviese a tumbarse.

—Tranquila, es el agotamiento.

—¿Y qué es esto...? —preguntó, mostrando las esposas—. ¿Por qué me las has puesto?

—Son para protegerte, tranquila —aseguró, tranquilizador—. Vamos, cierra los ojos, mañana te sentirás mucho mejor, ya verás.

—¿Lo prometes?

—Tienes mi palabra.

Fingiendo agradecimiento, Jyn asintió débilmente y dejó que el peso de los párpados cayese sobre sus ojos.

—Tengo ganas de ver a Marcus... —susurró.

—Pronto, ¿de acuerdo? Muy pronto lo verás, ahora tienes que descansar.

Los labios de la bailarina dibujaron una sonrisa que el magus tomó como una despedida. Phineas se incorporó, dando por finalizada su intervención, y se dispuso a alejarse. Antes de hacerlo, sin embargo, Jyn volvió a llamarle. Y tenía el cristal en la mano cuando el magus se giró para responder.

Ni tan siquiera le dio tiempo a gritar. Jyn hundió con todas sus fuerzas el vidrio en su garganta con furia, dibujando un profundo corte en su piel. El magus se llevó las manos a la herida en un intento desesperado por taponarla, pero la bailarina volvió a atacar. Le clavó una vez más el cristal en la carne, esta vez en el pecho a la altura del corazón, y lo retorció con furia, arrancándole la vida de cuajo.

Unos segundos después, Phineas se derrumbó en el suelo sin vida.

Aún con el arma en las manos, Jyn se bajó de la cama para arrodillarse a su lado y buscar entre sus ropas la pequeña llave que abría sus esposas. Una vez libre, se despidió del cuerpo asestándole una patada incorpórea en el costado y se apresuró a abandonar la mansión.





Jyn corría por las calles de la ciudad descalza y asustada, tratando de orientarse entre la oscuridad. A su alrededor los coches y los ciudadanos de Albia trataban de seguir con sus vidas, fingiendo ignorar la guerra en la que estaba envuelto su país y el reciente colapso provocado por el Eclipse. Y lo hacían sin verla, ignorándola. Jyn suplicaba ayuda, tratando de localizar entre los cientos de ciudadanos que se cruzaba a alguien que pudiese escucharla, pero era invisible para todos. La bailarina estaba totalmente sola en mitad de un laberinto de hombres y mujeres que ignoraban incluso su mera existencia. Era descorazonador. Pero incluso sintiéndose perdida, Jyn tenía claro dónde debía ir. Su objetivo se encontraba en el corazón de la ciudad, allí donde Marcus tenía su alojamiento en el Castra Praetoria, y no dejó de correr hasta al fin localizar el sagrado edificio en el horizonte.

Por desgracia su desesperación llamó la atención de la oscuridad.

El tejido de la realidad empezó a quebrarse a su alrededor mientras avanzaba, y cientos de manos blancas surgieron de su interior para intentar atraparla. Aterrada, la bailarina trató de esquivarlas, adentrándose en callejones y cambiando continuamente de dirección para lograr escapar de su alcance, pero incluso así no logró dejarla atrás. Allí donde fuera, la oscuridad la perseguía, dispuesta a no iba a dejarla escapar.

Pero no se iba a dar por vencida.

Los gritos de Jyn resonaron como ecos de terror en las profundidades de las mentes de algunos de los ciudadanos, pero nadie la ayudó. Aunque la hubiesen podido ver, todos estaban concentrados en sus propias preocupaciones, por lo que su huida pasó totalmente desapercibida para los pocos que disponían de la Visión. A pesar de ello, la bailarina no dejó de correr. Recorrió el laberinto de edificios y avenidas que era la gran ciudad a toda velocidad, dejando tras de sí una estela de miedo y sangre, y no se detuvo hasta alcanzar los alrededores del Castra Praetoria, donde una enorme grieta en el asfalto estuvo a punto de engullirla. Jyn sintió los dedos de varias manos rozarle el rostro; incluso algunas garras le arañaron la mejilla, pero reaccionó con rapidez. Retrocedió con rapidez, logrando escapar de la muerte por décimas de segundo, y bordeó la grieta, alcanzando los accesos al edificio.

Y al fin logró entrar.

Jyn se derrumbó sobre el suelo de piedra del vestíbulo con el corazón acelerado. Volvió la vista atrás, creyendo por un instante que la amenaza no lograría atravesar las puertas del lugar, pero la realidad no tardó en golpearla. A tan solo un metro por encima de ella el Velo volvió a romperse y varias manos la cogieron del pelo.

—¡¡Nooooo!!

Jyn trató de escapar, pero la fuerza con la que las manos sujetaban los mechones de cabello se lo impidieron. Cayó de espaldas al suelo, arrastrada por su gran fuerza, e inmediatamente después las garras empezaron a tirar de ella, arrastrándola hacia el interior de la grieta.

Cientos de ojos la aguardaban al otro lado de la realidad.

Impactada ante la mera visión, Jyn concentró en escapar. Fijó la mirada en el frente y tiró con todas sus fuerzas de los mechones de cabello, arrancándoselos del cuero cabelludo para poder liberarse de las manos. Acto seguido, obligándose a sí misma a ignorar el dolor y la sangre que caía por su frente, se incorporó para saltar por encima de la grieta. Recorrió el vestíbulo con celeridad y se adentró en el pasadizo principal, donde seis corredores conectaban con las dependencias de las distintas hermandades. Jyn lanzó un fugaz vistazo a los emblemas de las paredes, reconociendo en ellos cada una de las Casas pretorianas, y se adentró en el de la Noche.

Varios pretores se cruzaron en su camino. La mayoría de ellos eran poco más que recién llegados, niños que acababan de superar el ritual del fragmento de la Magna Lux a los que su país había reclamado para el servicio. El resto se encontraba en el frente, preparándose para la gran guerra que pronto marcaría para siempre el futuro de Albia.

Y aunque todo apuntaba a que Marcus no se encontraría en las instalaciones, que como cualquier otro pretor estaría preparándose para la lucha, Jyn no se detuvo. La bailarina recorrió las instalaciones a toda velocidad, esquivando las incesantes brechas que surgían a su paso, hasta alcanzar la larga escalinata que conectaba con la torre oriental, allí donde Marcus residía. Atravesó la verja de metal sin tan siquiera cerrar los ojos, plenamente consciente de que no tenía tiempo para dudar, e inició el ascenso de la escalera. Los músculos de las piernas apenas podían soportar la presión: le dolían como si estuviesen a punto de romperse, pero aquello no era motivo suficiente para detenerse. Jyn quería ver una última vez a Marcus antes de caer en manos de la muerte, quería poder oler su perfume, y tan solo sobreviviendo a aquel ascenso lo lograría.

—Vamos, Jyn, tú puedes, tú puedes... —se dijo a sí misma.

Y aunque una vez más las garras lograron aferrarse a sus tobillos y la bailarina cayó sobre las escaleras, no lograron detenerla. Jyn se deshizo de la presa con una fuerte patada y, embadurnando de sangre los últimos metros de huida, siguió hasta alcanzar lo alto de la torre. Atravesó la puerta de metal tras la cual se encontraba el vestíbulo de acceso a la zona restringida y una vez dentro se detuvo para buscar su puerta. En la sala había una joven pretor dormida en uno de los sillones. Por su aspecto debía haber estado haciendo guardia hasta tarde. Jyn la miró por un instante, con la súplica grabada en la mirada, y siguió hasta alcanzar la puerta del fondo, allí dónde aguardaba las dependencias de Giordano. Atravesó el pasadizo a la carrera, sintiendo que cuanto la rodeaba empezaba a romperse, y volvió a tropezar a tan solo un metro de alcanzar la puerta de acceso. Unas manos se cerraron alrededor de sus tobillos y la mente de Jyn se llenó de susurros... del siseo de unos colmillos babeantes.

Una decena de uñas se clavaron en su piel.

—¡¡No!! —gritó.

Jyn pateó con desesperación, tratando de liberarse, pero esta vez la presa no cedió. Nuevas manos la sujetaron con firmeza y tiraron de ella hacia el interior del pasadizo, donde la oscuridad había devorado el acceso a las dependencias.

Donde cientos de seres de ojos rojos la aguardaban sedientos de sangre.

La bailarina volvió la vista atrás por un instante, sintiendo que las fuerzas la abandonaban ante la horrible visión, pero un silbido procedente del interior de la habitación le impidió que se rindiese. Jyn creyó reconocer en aquella voz a Marcus, y aunque la lógica dictaba que no encontraría a nadie en el interior de la sala, decidió que iba a entrar costase lo que costase.

Clavó las uñas entre las losas y trató de escapar. Tiró de su cuerpo a pesar de que las zarpas le desgarraban la piel; a pesar de que el dolor era insoportable. Jyn tiró con todas sus fuerzas, y aunque parte de ella quedó en manos de los seres, logró liberarse. Consiguió unos cuantos segundos de vida que le permitieron lograr acceder a la sala a rastras. La bailarina se adentró en el dormitorio con el rostro totalmente descompuesto y se arrastró hasta los pies de la cama, donde trepó con las pocas fuerzas que le quedaban. Se dejó caer sobre el colchón, sintiendo que su sangre teñía de negrura las sábanas blancas, y no cesó en su empeño hasta que al fin logró alcanzar a su ocupante.

Jyn se derrumbó junto a Marcus, el cual estaba profundamente dormido, presa del agotamiento, y lo abrazó. Apoyó el rostro en la almohada junto al suyo, juntó sus brazos para que las manos se rozasen y cerró los ojos a la realidad. Una realidad que avanzaba ferozmente hacia ella, convertida en una gran pantalla de oscuridad de cuyo interior ya no solo surgían brazos y manos. La muerte no estaba dispuesta a dejarla escapar, y para ello había enviado a sus centinelas: seres surgidos de las pesadillas humanas sedientos de vida y sangre.

Seres tentaculares que fluctuaron por el suelo de piedra hasta alcanzar el colchón. Jyn sintió el peso de sus garras al posarse sobre la cama, el somier hundirse bajo su peso... y el hedor de sus fauces llenarle las fosas nasales de muerte cuando, ya sobre ella, aullaron de pura ansia.

—Lo he intentado —dijo en apenas un susurro, con los ojos cerrados—. Lo he intentado, Davin...

Marcus volvió a susurrar algo en sueños que Jyn no pudo comprender. Por suerte, no le importó. En mitad de aquel huracán de destrucción su voz le resultó la más tranquilizadora del mundo. Se aferró a ella para impedir que su mente enloqueciera al saber lo que estaba a punto de saber. Jyn se concentró en Marcus, en su susurro y la calidez que desprendía su cuerpo, en su perfume y la dulzura de su expresión al dormir plácidamente, y se dejó llevar.

Al fin podría irse tranquila.

Y aunque no fue consciente de ello, los monstruos se abalanzaron sobre ella con las mandíbulas abiertas y el odio grabado en sus ojos rojos. Sus pesados cuerpos se proyectaron sobre la bailarina, tiñendo su palidez de oscuridad, y durante un segundo las dos realidades se convirtieron en una. Jyn se convirtió en su presa... pero justo cuando sus colmillos se cerraban alrededor de su piel, la oscuridad que había reinado en Gea hasta entonces se rompió. Un halo de luz surgió de entre las nubes de sombras y los rayos de luz del Sol Invicto propulsaron al olvido a los seres que el Eclipse había liberado. Expulsaron al otro lado del Velo a aquellos que habían perdido la vida, y trajo de vuelta a los que cuyo corazón aún latía.

—¿Pero qué...? —susurró Marcus al despertar de su profundo sueño.

El pretor sintió el peso de otro cuerpo sobre el suyo, tendido sobre la cama en posición fetal, y abrió los ojos con inquietud. A su lado había alguien. Alguien que no recordaba haber traído consigo la noche anterior y cuyo olor despertaba extraños recuerdos en él.

Alguien con quien soñaba cada noche desde hacía muchos años y cuya despedida había logrado romperle el corazón.

Acercó el rostro al del extraño y se estremeció al reconocer en él las facciones de Jyn. Inmediatamente después, con el corazón acelerado, encendió la luz de la habitación y comprobó con perplejidad que abrazada a él, temblando y con los tobillos y los pies ensangrentados, estaba la bailarina.

Su bailarina.

—¿Jyn...? —acertó a decir—. ¿Jyn, eres tú?

Muy lentamente, como surgida de una profunda pesadilla en la que llevase años atrapada, Jyn Corven abrió los ojos. Parpadeó un par de veces, sintiendo que la calidez de la luz del Sol Invicto acariciaba su rostro y su cuerpo devolviéndola a la vida, y fijó la mirada en los ojos asustados del pretor.

Una sonrisa llena de tristeza se dibujó en sus labios.

—He vuelto —respondió.

Y como si del mismísimo ave fénix se tratase, Jyn Corven resurgió del polvo y la ceniza para volver a nacer.



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