La batalla de Edenia (@TheSheeriosFlasher)

Género: fantasía.



En los lugares más recónditos de Edenia, un reino lleno de magia, caracterizada por su belleza, se encuentra algo que nadie podría esperar; Obscuria. Puertas que dan las entradas y salidas, prohibidas, de los seres más malvados de la historia; los magos y las brujas.

Eso es lo que custodian las aperturas de roca que esconden los frondosos árboles que allí habitan.

Las hadas tienen el poder, y el deber, de cuidar de ellas.

Sin embargo, las hadas más viejas y sabias, llamadas Tikins, por ser las profetas del pueblo, han anunciado que muy pronto el cielo y las tierras de Edenia se mancharán de rojo, habrán tempestades de dolor, cánticos convertidos en gritos y tormentas de llantos. Lo que tiene con los pelos de punta a los habitantes del reino, puesto que ellas aseguran que no saben quién ganará.

Durante meses, desde que ellas advirtieron de este extraño acontecimiento (temido por muchos y ansiado por otros), quienes viven en el bosque se han estado preparando para la guerra, poniendo a prueba los poderes que sus dioses les han otorgado, haciéndose más fuertes con el pasar del tiempo. Recordando que son ellos quienes vencerán.

Una noche, un estruendo de lo más ensordecedor, escalofriante, despertó a los habitantes de Edenia. Los que vivían en las cabañas de madera salieron rápidamente a observar qué pasaba, y soltaron exclamaciones ahogadas al ver aquello que tanto temían y no esperaban tan pronto; los magos y brujas habían logrado pasar las barreras mágicas que habían impuesto sobre ellos, para poder conquistar lo que, a su parecer, les pertenecía por derecho.

—¡Arrodíllense ante sus nuevos amos, alimañas, y rueguen por piedad! —El líder, Berius, soltó una carcajada aterradora, cargada de maldad, mientras levantaba sus manos, de las cuales salió una bruma negra, atrayendo hacia él una niña de cabellos dorados.

—¡Mamá! ¡Mamá! —Lloraba la infante con desesperación. Y ahí, en ese mismo instante, se desató la Batalla de Edenia.

Con enojo los habitantes arremetieron contra sus agresores, quienes con rencor arrasaban con todo a su paso, sin pararse a pensar si eran bebés, ancianos e incluso animales. No importaba nada, lo único que anhelaban era saciar su sed de sangre.

Entre gritos de guerra y coraje, se iban acabando unos a otros, escuchando los lamentos de los moribundos, como si fueran cánticos de ánimo hacia ellos, animándoles a matar a sus enemigos.

Berius, mientras tanto, veía todo desde una esquina, sonriendo con perversión, pensando en que con unas solas palabras pudo poner a todo un pueblo en contra de otro con facilidad. Con mentiras y engaños que endulzaban y oscurecían un corazón, quebrantándolos y endureciéndolos.

Detrás de él, una chica con las ropas rasgadas y teñidas de rojo carmesí, le arrancaba la vida a un hombre que intentó hacer lo mismo con su hermana pequeña, habiendo logrado hacerlo con sus padres. Tomó a la niña de cabello negro y ojos llorosos y la llevó a su propio escondite, un hueco en un árbol torcido, donde le susurró: "Quédate aquí, Eva", para después dejarle un beso en la frente y salir corriendo hacia el campo de batalla.

Personas desangradas, clamando por tener unos minutos más con sus familias. Inocentes pagando por delitos que nunca habían cometido.

El lado de las hadas sufría pérdidas demasiado rápido, iban quedando menos, y menos, y menos. Sentían que iban a ser derrotadas. El sabor ácido de la esclavitud se asomaba.

—Y aún creen tener oportunidad —se mofó Berius, viendo cómo un mago le quitaba el brillo de sus ojos a un hombre que tenía arrodillado frente a él.

—La única manera de que triunfe el mal es que las personas no hagan nada —La misma chica de antes, Soulen, lo encaró. Berius la miró con una ceja enarcada—. Y tú, más bien, no eras nada, ni nadie —Estiró las palmas de sus manos con determinación, extendiéndolos a la tierra, de donde comenzaron a salir pétalos de la flor encantada, llevando consigo raíces de los árboles de su alrededor.

—¿Qué...? —murmuró con estupefacción el hombre, retrocediendo. Con enojo, miró a los ojos verdes de Soulen, quien se veía exhausta, cansada, pero con demasiada valentía marcada en su mirar.

—Juntos, podemos, y tú, estás solo.

Levantó rápidamente sus manos, las plantas mágicas se alzaron con una velocidad impresionante, expandiéndose por todo el lugar, cuidando de las hadas, y terminando con las malas intenciones de las brujas, y llevándose la vida de los magos.

Pero, a petición de la joven, dejando con vida a Berius, quien cayó a la tierra con miedo.

—No eres más que un ser insignificante con un corazón demasiado podrido, que no merece vivir, pero no soy como tú —Un encierro mágico lo cubrió, privándolo de sus deseos, hundiéndolo en su propia miseria.

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