El último Guardián (@numero09)
Género: ciencia ficción.
Ya no se reconocía. ¿Era él aquel que se reflejaba en el espejo? No. ¿Y su cabello castaño y barba rebelde? Ahora era un manojo de canas plateadas. Y su barba, era espesa, mas no la dejaba crecer demasiado. Su cuerpo ya no era como el de antes, ahora le solía fallar y su piel, llena de pliegues y arrugas.
Habían pasado más de 20 años desde que había protegido junto a sus hermanos Guardianes el búnker de criogenización de Nueva Nova, la mayor metrópoli conocida. Vio a varios hermanos suyos dar la vida frente a él cuando salvaguardaron a millones de vidas. Esa fue una de las últimas veces que se había puesto su armadura. Y ahí estaba, frente el espejo del baño de su hogar, listo para usar la armadura una vez más.
Cerró el grifo con una de sus callosas manos, aquellas que volverían a portar un arma luego de dos décadas.
Al salir del baño recorrió el pasillo hasta la sala de su humilde casa, y allí estaba ella, la mujer que le había cambiado la vida: Crisstine. Ya no era joven, él tampoco, pero seguía viendo al amor de su vida como la primera vez, como un ángel saliendo de una cápsula donde permaneció congelada por largo tiempo.
Había tenido un hijo junto a ella, el pequeño Max. Ya no era pequeño. Estaba a un año de empezar la vida adulta.
—¡Athan, por favor, no vayas! —le suplicó su mujer con los ojos llorosos. Pero ya había tomado la decisión—. ¡No les debes nada!
Nada. Absolutamente nada. Pero una vez que salvas una vida tienes la necesidad de seguir cuidándola. Tenia varías vidas que salvar.
Hace tres días una facción de militares quisieron hacer un golpe de Estado. Muchas vidas se perdieron en esas 72 horas donde Athan se rehusó a participar. Ahora debía redimirse y volver a cumplir su juramento de cuidar a la humanidad costará lo que costará.
Su armadura estaba más apretada que la última vez, claro, antes sólo era un joven treintañero.
Vio a su esposa. Sus ojos verdes le rogaban que no fuera.
—Cuando vuelva —Le tomó de las manos y las beso, rozando su barba en sus dedos delicados—, te prometo que te llevaré a ese restaurante que te encanta tanto.
Tragó saliva y soltó sus manos. Ella, con una sonrisa triste, lo abrazó con todas las fuerzas que su delicado cuerpo tenía.
Las placas metálicas del traje eran más pesadas de las que recordaba, antes tenia más resistencia. Fue a buscar su casco, aquel que lo cuidó. Tomó su rifle de asalto, aquel que lo acompañó. Se dirigió a la puerta y la abrió. Antes de salir le dedicó una última mirada a su amada.
Salió. La gente de la calle no le despegó la mirada en ningún instante mientras caminaba. Claro que no. Era el último de aquellos héroes perdidos.
Pidió a cada ciudadano que volviera a su hogar a resguardarse y cuidar de sus familiares. No dudaron en hacerle caso.
Media hora caminó por la ciudad desierta. Muchos evacuaron el centro, justo donde se encontraba la base de los renegados, en la plaza Liberty.
Se escabulló por las ruinas, donde las sombras le albergaban un escondite a simple vista. Todo fue bien hasta que una patrulla de tres soldados se cruzó en su camino. Tres soldados. Tres disparos que resonaron en las calles.
El resto de militares se puso al tanto del sonido de disparos y se dirigieron al lugar dos grupos donde una granada de fragmentación los tomó por sorpresa y se llevó sus vidas.
Caminó agazapado entre los edificios. Aún no lo habían visto y ellos no sabían que los atacaba. Pero eso cambiaría.
Un escuadrón de veinte lo interceptó y abrió fuego contra él sin titubear. Eran amateurs para el experimentado Guardián. Se deshizo uno a uno de ellos, hasta que quedó uno con vida, quien se arrastró por su vida. Pidió piedad, no se la daría. No la merecía. Volvió a apretar el gatillo. El disparo sembró el silencio.
Al levantar la vista pudo ver que el resto de militares lo habían visto. Estaba enfrente de la plaza y su mirada fría y depredadora se cruzó con la de todos ellos. El campo de batalla calló al verlo renacer.
Athan lanzó dos granadas antes de tomar cobertura. Los rivales actuaron tan rápido como pudieron pero sufrieron igualmente bajas.
En el fragor de la batalla ráfagas de balas cruzaron de lado a lado mientras el último guardián daba todo de sí. Su precisión ya no era igual, pero no fallaba ningún objetivo.
Los casquillos caían y Athan sabía que sólo le quedaba una carga de treinta balas. Tenía que hacer que cada una lo valga.
Una granada fue lanzada hacía él, lo que hizo que saliera de su escondite. Dos. Tres. Esquivó todas, pero las explosiones lo desorientaron, dejándolo de rodillas en medio del campo de batalla que era la plaza Liberty.
«Mierda». Había sido sacado de su seguridad. Expuesto y rodeado de soldados que no dejaron de apuntarlo en ningún momento. El líder de los renegados dio la cara al héroe perdido. Karkarov, con su sonrisa amarillenta, lo abofeteó.
—Es un honor para mí tener la oportunidad de asesinarte, Guardián —Su voz irritante hizo daño a los oídos del héroe. Maldijo. Había sido expuesto y se había puesto al merced de ellos, ni un cadete hubiera cometido ese error. Karkarov apuntó su arma contra él, pegando el cañón frío en su frente y luego en su pecho—. Mírame a los ojos, anciano estúpido.
Al levantar la cabeza y erguir su espalda, aún arrodillado, dio al descubierto que había sacado el anillo de la última granada que poseía.
La soltó justo donde estaba y se lanzó a un lado, para evitar la explosión mientras escuchaba los últimos gritos de los renegados.
Un disparo. Una explosión. Un fuerte dolor justo encima del corazón.
Cuando abrió los ojos aún estaba ahí. Karkarov había logrado escapar al igual que él y ahora lo volvía a apuntar.
Athan se revisó de dónde venía el dolor. Un disparo justo en su pecho. Le comenzó a salir sangre mientras soltaba arcadas.
¿Por qué se sentía mal? ¿Era el hecho de morir o por qué no volvería a ver a su familia? Era un soldado y siempre lo sería. Y buscó lo que todo soldado quiere, una muerte honorable. No. Le dolía no cumplir su palabra con su esposa. Por ella estaba ahí, porque ella era su motivación. Siempre peleó por ella.
El sonido de un trueno retumbó en la plaza Liberty, lo que calló, por última vez, la batalla que ahí se produjo.
Karkarov cayó de rodillas con un agujero en su frente para luego desplomarse a un lado. Detrás de él estaba el pequeño Max, reconociendo que acababa de quitar una vida, con un arma de fuego entre sus manos, que por un tiempo sostuvieron un sonajero cuando era un bebé. Así lo recordaba Athan. Así lo veía mientras su vista se nublaba más y más.
Soltó el arma y corrió hacía su progenitor para sostenerlo entre sus brazos mientras balbuceaba que no lo dejará y que luchará. Que no cerrará los ojos.
Lo que más deseaba era poder evitarlo, pero ya no tenía ningún control de lo que pasaba. Había perdido la capacidad controlar su cuerpo. Sentía la bruma oscura rodéandlo mientras más se acercaba a la muerte.
Cientos de militares rodearon la plaza y cubrieron el perímetro. Athan ya había cumplido su misión. Había salvado una vez más a la humanidad.
Escuchaba a su hijo pedirle ayuda a los soldados, pero ellos sabían que ya no había esperanza de vida para el héroe perdido. Para el último guardián.
Su infancia. Su entrenamiento. Sus compañeros Guardianes. Las batallas. Las muertes. El día en el que todos despertaron. Su boda. El nacimiento de Max. Sus veinte años de paz. Y lo último que vio fue a aquel ángel salir de su cápsula donde permanecía en un sueño congelado. Lucharía mil veces para volver a ver su sonrisa, pero esta batalla contra la muerte no tenía boleto de vuelta. Ninguna guerra tenía un boleto de vuelta asegurado para nadie. Sus fríos labios formaron por última vez el nombre de aquel ángel que lo sacó de su vida de guerra y muerte. No había retorno de este viaje. Recordó la sonrisa de su amada. Su calidez y la sensación de que todo estaría bien que le generaba. Luego. Oscuridad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top