Arrástrame a tu infierno (@Infirxs_K)

Género: fanfic.

Los monstruos de su piel

"The Umbrella Academy es casi como una buena improvisación de Jazz, solo lo inventas a medida que avanzas". 
  —Gerard Way 


Sin dejar de verlo, se acercó hasta su cuerpo bajo la alfombra de la mansión vacía, temblando y murmurando las mismas palabras. Tercer día sin sus calcomanías, que a Número Uno hicieron pensar que eran cosas de una juguetería. Klaus se olvidó tras una fiesta de aquellas de gamorra donde las había ocultado de sus "compañeros de juego".

Ben, en cuclillas le jaló unos cabellos.

—¿Puedes componerte?

Klaus es pánico, no quitó su mano, la lanzó lejos de su espacio, oh no.

—¿Te Sam Wheateé otra vez? ... ¡Te toqué, maldita sea!

La alfombra voló peligrosamente cerca de la chimenea. Ben sabía que después de su momento de temblores y sudores fríos, se encontraría en una condición casi perfecta, solo que... sería capaz de volver a hacerlo. Giró en círculos, tallando su rostro con cada preocupación creciendo a cada palpación.

El rostro neutral en Ben hacía enojar mucho más al chico.

—¡Deja de verme así! —Se tiró al suelo y su  falda larga reposó sobre su espalda, sin dejar nada a la imaginación—. ¿Sabes? Estar saludable está demasiado sobrevalorado. Dime por favor, tú sabes dónde están...

—No, a mí tus adicciones me valen.

Klaus le entrecerró los ojos, irritado.

—Santa Luna de Luther Kong, miren al rebelde Gasper de aquí. Me estás mintiendo. Me estás mintiendo sin importarte que puedo morir. ¿Eso es lo que quieres? No vas a poder hablar con nadie más, querido hermano.

—No hagas eso, no funciona conmigo, y lo sabes, idiota.

—Sí—dijo, indiferente—. La desventaja de ser yo es que además de parecer tallado por los ángeles, tengo esa inocencia que a todos atrae. Soy un miserable rey rodeado de plebeyos...

Mientras hablaba miraba la espalda brillosa de su hermano, un movimiento algo extraño, y sin pensar apresuró al baño, tercer síntoma. Estaba listo. Listo para visitar difuntos.

Frente a Ben cruzó aquel mayordomo que nunca faltaba en esa mansión. Pogo, de manera lenta caminó hasta el tercer baño, preocupado. 

—Sir Klaus, ¿se siente bien? —Asomó con cautela, no sería la primera vez que el muchacho le lanza un objeto no solo punzante, si no también pesado directo al rostro.

Klaus sonrió tan elegantemente como sabía fingir frente a Sir Reginald.

—Perfecto Pogo, nunca mejor —dijo con exagerada tranquilidad—. ¿Qué tal si preparas unas margaritas para mí y Dolores, mi invitada de honor? Muy amable de tu parte. Puedes retirarte.

Pogo no cedió, ni su mirada bajó de preocupación.

—¡He dicho que estoy perfecto! ¿No me entiendes, chimpancé? ¡Uga-uga! ¡Déjame-uga-en paz!

Corrió en sus dolidas rodillas a cercar la puerta, no era un verdadero coraje que sentía, era miedo. Verdadero miedo de conocer esos tristes y demacrados rostros. Lo salvaron una vez, pero lo atormentaron el resto de sus días. Y lo seguirán haciendo, no buscan otra cosa más que alivio, desde que sus energías sintieron menos pesadez cuando le contaron sus horrores en sus últimos momentos de vida, lo persiguen aún más insistentes que antes.

Klaus no lo haría, claro que no. Prefería perder su cuerpo hasta pudrirse en todas las drogas que pudiese encontrar, a escuchar una sola palabra más de esos muertos.

Una última arcada al escusado, luego alzó sus demacrados huesos usando el lavamanos, su espejo no mostraba una imagen esperada, solo un par de ojos rojos y una sola barba sucia y empapada en sudor. En realidad había cientos de ojos viendo en su dirección, hombres sin parte de su rostro y con su boca reventada; suicido. Una anciana sin piernas; negligencia, y niños, tomados de sus manos con unas caras empapadas en remordimiento; guerra. 

Volteó con violencia su cuerpo hacia su espalda, encarando a aquellos fantasmas 

—No, ¿qué creen que hacen? Dej-déjenme en paz... se los... ruego.

Colgó con cansancio su cabeza entre sus hombros delgados. Y no lo soportó, lloró, esos fantasmas fueron testigos de cómo Klaus lloraba como un niño necesitado. Gateando una última vez, alcanzó la tina. Entró a gatas y se recostó aún sintiendo sus hipeos. Su mano tentó al azar sobre su cabeza, buscando ese metal para girarlo y ahogar su rostro en agua fría.  No podía más. No lograría pasar otro día sabiendo que estaba en presencia de cientos de almas, asesinadas, mutiladas, perdidas y solitarias.

Pogo tocó la puerta una última vez, y a su lado, en un volumen bajo se escuchó a Número dos preguntar qué sucedía.

—Sir Klaus está pasando por su segunda abstinencia este mes, señor —dijo sin una sola pizca de ansiedad o preocupación, se estaban haciendo tan banales esas escenas. 

Diego rió por su nariz, aun vendada de su última caza.

—Bien, pensé que se trataba de Mamá. No te tenses por ese drogadicto, si sale o no de ahí, ¿a quien le importa? 

Sus botas pesadas crujieron en el suelo mientras se alejaba. Pogo, por su parte, humeó en una voz profunda.

—Su presencia sí importa, joven Klaus, para mí lo hace —dijo, esperando que Klaus escuchara sus palabras—. No está solo.

Klaus si prestó atención al timbre bajo de su mayordomo, y después de analizar sus palabras, habló en un susurro tan solo para sí mismo.

—Ese es el problema, nunca estoy solo. Yo... yo solo quiero ser solo uno. Quiero sentir solo mi presencia, solo mi cara, solo yo... —No abrió sus ojos, sabía que sobre su cuerpo cansado habría cientos de rostros mirando a centímetros de su cara cada movimiento.

Su padre solía repetirle que su habilidad era importante, que era algo de lo que si se le aplicaba el esfuerzo correcto, sus provechos serían espectacularmente beneficiosos para el mundo, para la humanidad.

Número Cinco lo repitió y confirmó. El mundo estaba cayendo, cayendo poco a poco a los mismos escombros de los que alguna vez se salvaron. Pero no era el único. Cinco en esos momentos viajaba en tiempos y espacios buscando respuestas a cómo descartar otro fin de la raza humana. Ese siempre ansioso miembro de la academia sabía que una clave para todo eso sería Klaus, sólo que no sabía el papel que tomaría. 

El eco de las palabras de su padre y hermano se perdieron en la cerámica blanca de la tina a la par que se hundía en el agua, creyó escuchar unos toques en la puerta, pero no había necesidad de contestar, Klaus ya no estaba ahí.

Estaba parado en medio de la maleza, una simple maleza casi grisácea que formaba parte del plano del cielo.

—Hola de nuevo —Movió sus ojos por todas direcciones—. ¿Debería sentarme? ¿Recepción? — dijo al aire. Giró su cabeza y vio un árbol que juró no estaba ahí hace menos de dos segundos.

—Día de picnic será...

El mismo instante cuando se sentó recostando su espalda en el viejo tronco, una voz sonó a lado de su oído.

—Ne pensez-vous pas qu'ils ont besoin de vous là-bas?

Klaus gritó de sorpresa, sonando un poco más agudo que alguna de sus hermanas. 

—¡¿Quien carajo eres?! —exigió saber una vez que se detuvo a ver a la otra persona; una mujer de cabello pelirrojo y con unos hermosos iris grises.

Klaus entrecerró sus ojos y como si no existiera el concepto de espacio personal se acercó a la mujer casi olfateándola.

—¿Te conozco? ¿Fuiste a una de mis fiestas? ¿Cogimos?

La familiaridad con ella era tan desconcertante. Sentía reconocerla, pero no lograba resaltar de dónde. Ella sonrió sin alejarse un poco, ladeó con ternura su rostro y sin pena alguna, tocó su mejilla. 

—Sí me conoces, pero no es importante ahora. Primero que todo... —Klaus solo sintió el ardor en su mejilla tan rápido como el aleteo de la mariposa que pasó a su lado.

—Eh... ¡Auch! Modales, señorita... 

Preparó su brazo para dar un golpe que solo el tronco sucio recibió. El chico sostuvo su propio puño en dolor y buscó a la bella dama con uno ojos ansiosos.  Estaba parada detrás de él y, sin más que esperar, le tomó con fuerza de los hombros, ganándole una cabeza de altura, Klaus se asustó mirando hacia arriba. El tono de ella cambió y sonó extrañamente madura. 

—Lo lamento, Dios me ha dicho que lo mereces.

Klaus chistó mirando a un costado. 

—Maldita niña...

—Escucha, Número Cinco ya sabe quién es el responsable del fin del mundo. 

—¡¿Otro?!

—Otro. En dos días tu hermano se descontrolará y todo el planeta sufrirá las consecuencias, tú eres muy importante porque... sólo tú puedes verlo.

Dio unos duros parpadeos, tratando de aclarar su torbellino de ideas. 

—¿Te refieres a ...?

—Tu hermano Ben, es sensible y el más susceptible a ser influenciado por su propio tormento. Su muerte está tan oculta en su interior que con unos momentos más, serán el reflejo de la injusticia de su asesinato. Tú hablas con él, tú sabes cuánto odio siente.

Klaus bajó sus ojos con culpa, no suele escuchar a su hermano simplemente por el hecho de que Ben es así de difícil de leer. Y Klaus no ponía de su parte.

La mujer continuó explicándole que para salvar a la humanidad, sería necesario mandarlo al verdadero inframundo. De donde no podría salir nunca. Era peligroso y si Ben lograba controlar el nuevo poder de Klaus, sería el fin.

Klaus no quería aceptarlo, no lograba reconocer que el mundo acabaría por el tranquilo de su hermano. 

—¿Cómo se que no estás mintiéndome?

Ella sonrió, casi enamorando los ojos de Klaus. 

—Porque debes creerme a mí. Yo te di la vida. Y no quiero que nada te la quite cuando aún no es tu tiempo. 

Él en impacto tembló un instante, usó sus manos para alejar a la mujer. 

—¿Eres mi mamá, mi mami?

Ella cabeceó asintiendo. Tranquila, como si en ese momento Cinco no estuviera desesperado por despertar a Klaus de la tina. Le tomó las mejillas una última vez.

—Toma a Ben y enciérralo. Creo en ti.

Klaus aún no superaba el shock. 

—Eres ¡bellísima! ¿Así me vería yo si fuera mujer? ¿De ti saqué mis dulces curvas? —Observó su propio cuerpo.

—Concéntrate, mi niño.

Agitó su cabellos, determinado en cumplir con lo que su madre le dio la tarea de hacer. 

—Sí, mi... mi madre.

Esa luz que sabía era de su plano le encandiló y antes de volver, encaró a su mamá. 

—Espera, ¿cómo es que estás aquí? Quiero... tengo muchas preguntas.

La mujer no hizo nada más que tomar sus manos frente a su regazo.

—No es la primera vez que nos vemos, ni la última. Vis beaucoup, mon fils. au revoir ma chérie.

Klaus inhaló una enorme bocanada de aire a la misma que alzaba su cuerpo del agua de la tina, Cinco y Allison fruncían sus entrecejos a centímetros de él. Extrañamente solo estaban ellos tres en el baño, ningún espíritu más. 

—¡Soy francés! —Gritó con sus ojos tan abiertos como su boca.

—¿..Qué? —dijeron al unísono sus hermanos.

Allison le tendió una toalla y sin perder tiempo salieron del baño en busca de Número Seis. Cinco hablaba sin parar. 

—He encontrado la pieza faltante, el último número en mi fórmula y tan solo necesito llegar a mi pizarrón para colocarla y averiguar el resultado de mi fórmula junto a la equivalencia del resultado del otro fi...

—Tenemos que mandar a Ben al inframundo —interrumpió Klaus, con un tono plano.

Sin creerle por completo, hizo sus cálculos mentalesm, pero, efectivamente, el inframundo era la clave. Junto a Klaus, claramente. 

—Bien... —Abrió sus brazos y giró en su lugar, algo sarcástico—. ¿Se encuentra Ben aquí?

Klaus miró a Allison tan asustada. 

—No, y eso es lo extraño...

—Estoy aquí.

No esperó a que se girara por completo, atacó a Cinco, lanzándolo al cuarto siguiente, atravesando una pared. Allison, desesperada, no sabía cómo combatirlo, pues no lo veía. Sólo Klaus.

El chico se acercó con cautela por la espalda de Ben, su hermano respiraba como un ogro en ira, sus sentimientos estaban siendo invadidos, necesitaba con urgencia buscar venganza, no de del universo, solo de los vivos.

—¿Qué estás haciendo, Ben?

—No me llames Ben. No quiero tener un nombre cuando acabe con América. Yo no voy a acabar con el planeta. Sólo aquí. Tengo que...

Klaus avanzó un paso. 

—¿Acabar con...? Oh claro, como América no es como el 30% del planeta, estamos bien, ¿no?

Allison intervino. 

—¿Por qué? ¿Qué quieres lograr? —Miraba en todas direcciones, hablando al aire.

—Esos... esos militares me mataron. Yo no era malo. Ustedes, ¡ustedes no hicieron nada! —gruñó —. Yo puedo hacer muchas cosas de las que nadie me puede privar. Soy fuerte, incluso antes de que me bombardearan era capaz de controlarme. No como dijo papá...

Sin darse cuenta por estar contando sus lamentos, Klaus comenzaba a encender sus manos, sus tatuajes "Hola" y "adiós" se encendieron justo como lámparas. Y un segundo después mantuvo a Ben quieto en su lugar, incapaz de siquiera respirar bien. 

—Hermano, no quiero hacer esto. Siempre estás conmigo, deja esto.

Ben no respondió, su mirada punzante y casi maníaca le dio a entender que debía darse prisa. El aire volaba con fuerza a su alrededor y las luces de la casa se habían fundido. Cada lámpara real explotó e hizo a Allison cubrir al inconsciente Cinco. La luz de los brazos de Klaus se comenzaba a opacar por la iluminación de la piel de Ben, adelantando su plan.

Si esperaba más, debajo de su piel saldría aquel monstruo traga hombres que nunca se saciaba. No podrían contra él. 

—Te quiero, hermano. 

Y lo hizo, con una fuerza fuera de lo humano juntó sus brazos una última vez y mandó a Ben al mundo de donde invoca a los monstruos de su piel.



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