Misterio en Transilvania - Ridav25
Y encima de que primero nos roban, luego resulta que todos los detectives disponibles se fueron de día libre. En consecuencia, me ha tocado a mí (porque mi mala suerte así lo dicta) seguirle el juego a Holmes hasta dar con el ladrón.
¡Vaya forma de empezar un lunes, señores!
Aunque eso me gano por decirle a Sherlock por dónde empezar a hacer su trabajo. Supongo que si inicié con todo esto soy capaz de llevarlo a buen puerto, incluso si no tengo experiencia profesional en esto de resolver crímenes.
—Sabes, Sherlock, creo que ha sido el señor Edward Hyde. ¿Qué otro fin en la vida tendría un alter ego malévolo además de destrozar la propiedad ajena y robarse fórmulas peligrosas?
—Pues eso creía yo, señorita… —Sherlock trata de buscar mi nombre en un papel, sin éxito.
—Ana.
—Sí, señorita Ana. Yo también creí que la opción más lógica en cuanto a la mente maestra detrás del robo era el Sr. Hyde, hasta que vi a la sombra misteriosa.
—¿Sombra, has dicho? ¿La sombra de quién?
¡Genial! Lo que nos faltaba. Por si la situación de por sí no daba el repelús suficiente, ahora teníamos a una figura sombría no identificada dando la vuelta por aquí.
—Pues no sería misteriosa si supiéramos eso, señorita —dice ceñudo.
Punto para Sherlock. Al menos ha dejado de mirarme con mala cara —por segunda vez en el día— y se ha puesto a sacar un montón de cintas viejas para reproducirlas en un televisor aún más anticuado. Luego de muchos intentos, aparece el cortometraje de una criatura muy fea subiendo nuestras escaleras… o mejor dicho, aparece su inconfundible forma.
—¡No puede ser! Pero si es el conde Orlok.
Miro la pantalla con la fascinación de un niño mientras Holmes lucha por mantener la compostura por la sorpresa.
—¿Quién?
—Es él; apostaría mis narices. El tipo no ha cambiado sus formas de hacer drama en siglos. Es algo insólito.
Y sé que esto es algo serio y que ese cortometraje debería dar miedo como para cagarse encima, pero no puedo evitar reírme de la escena. El detective está cada vez más consternado; al parecer no se termina de creer que hasta yo sepa de quién se trata y él no.
—El conde Orlok, el mismo. ¿Acaso usted no lo conoce, Holmes?
Tomo mi tiempo para deleitarme en la lenta negación que hace el detective.
—Pero si es tan famoso que hasta le hicieron una película autobiográfica en 1922. Luego le pusieron una demanda por imitar a Drácula y cayó en desgracia. Desde entonces, nadie lo ha visto salir de su castillo… hasta ahora. Tal vez sea más conocido por su nombre artístico: Nosferatu.
El rostro de Holmes se iluminó.
—Ahhh, Nosferatu, el vampiro. Eso lo explica todo.
Ahora, era yo la persona a la que algo se le escapaba.
—Llevo años tras la pista de los avistamientos de ese vampiro. Se dice que ha llevado extrañas plagas a todas las ciudades de Europa. ¡Jamás lo había visto llegar tan lejos! Si tan solo hubiese sabido su verdadera identidad, pude haber rastreado sus movimientos financieros, también.
—Sí… creo que eso explica por qué se desvaneció con la luz del día.
—Esto va más allá de lo que pensamos en un principio. Ese monstruo no puede planear nada bueno con esa fórmula. No solo debemos recuperarla, hemos de acabar con él cuanto antes.
—¿Qué tienes en mente, Sherlock?
—¿Pues qué más? Tomaremos el primer vuelo a Transilvania.
***
Esto era una completa locura, pero ni de broma iba a decírselo al detective. Holmes parecía vivir en una realidad completamente diferente a la mía. Desde que averiguamos la identidad de la sombra, el hombre se había vuelto todavía más excéntrico que de costumbre. Ya no me acompañaba el tipo gruñón y apático de la mañana, sino alguien demasiado animado para mi gusto. Su emoción me perturbaba.
En fin, conseguir los boletos de avión para ese mismo día fue una odisea monumental. Si no fuera porque Sherlock hizo uso de su fama para conseguir pasajes de último minuto, seguiríamos en tierra.
Aunque todavía no sé por qué rayos estamos volando, en primer lugar. Pero en el estado en que está este señor, mejor ni preguntarle: Tan ensimismado en sus cavilaciones que ha rechazado toda la comida en el transcurso del viaje.
Luego de perdernos en el aeropuerto al buscar la salida y de un aparatoso viaje en un carro antiguo a través de los Cárpatos (el cual se destartaló dos veces en medio de la nada), llegamos a las inmediaciones de la mansión.
***
Y por supuesto que Holmes no tuvo reparos en invadir la propiedad privada del conde, ya que alegaba que todo era justificable con tal de llegar a la verdad.
Para variar, me reservé el derecho a no contradecirle.
En el tiempo que Holmes invirtió en hacer llegar a toda la policía local y la prensa, yo tenía que coordinar información que nos llegaba desde la otra punta del mundo, proveniente del equipo que habíamos dejado a cargo de vigilar a Henry Jekyll y su alter ego.
Aún el sol brillaba en el cielo cuando la multitud local se había congregado afuera de las murallas de la mansión. Algunas personas trataban de vislumbrar todo lo que podían, y otras, sostenían pancartas que expresaban su amor por Holmes. Era increíble lo rápido que se había esparcido la noticia de nuestra llegada.
—Ehh, Holmes… ¿no te parece que esto es un poco excesivo?
—¡Tonterías! Cuanta más gente, mejor. ¡Que nos vean todos! Que observen cómo nuestros nombres pasan a la historia por derrotar a un monstruo sanguinario.
No estaba segura de hasta qué punto esto se podía considerar una buena idea, pero debo admitir que tenía más curiosidad por saber el desenlace de todo el meollo que por tener cierto grado de cautela.
Cabe decir que tampoco me pareció una buena idea el usar mi cuello como carnada para el vampiro, así como lo sugería Holmes; y en vista de que me negué tantas veces, no le quedó otra que ofrecerse él mismo.
“No importa”, había dicho. “Acabaré yo solo con la bestia”.
Y parecía hasta ridículo ver al detective sosteniendo una estaca de madera, y con un racimo de ajos mal envuelto alrededor del cuello, listo para enfrentar la batalla de su vida.
Justo en ese momento, recibí noticias inquietantes.
—Ehhh, Holmes, tal vez te gustaría ver esto. Es sobre Jekyll y Hyde.
—¿Qué cosa? ¿Dónde están los documentos? ¿Cómo llegaron las cartas tan rápido?
—¿De qué hablas? Es obvio que en la mensajería de mi teléfono.
Le enseñé a Sherlock el mensaje de texto, que decía lo siguiente:
“Saludos hasta Transilvania. Lamentamos informarles al Señor Sherlock Holmes y a su compañera de trabajo que el ilustre doctor Henry Jekyll ha muerto. Determinamos que ha sido un suicidio. Según nuestra investigación, el responsable del robo sí fue el detestable Edward Hyde, quien ocultó la fórmula para que Jekyll no pudiese controlar sus transformaciones. Para evitar que el caos se desatara en la ciudad, el doctor decidió quitarse la vida para detener al monstruo; o al menos, eso dice su nota de suicidio”.
—En otras palabras, volamos más de doce horas para nada.
Mientras que yo me quejaba, Sherlock parecía estar al borde del colapso. Se llevó las manos a la cabeza con angustia y se dejó caer sobre sus rodillas.
—¿Cómo es posible? ¡Yo, Sherlock Holmes, he errado un caso! Ya el mundo no tiene sentido.
—No te sientas mal, Sherlock. Mira, al menos aún puedes matar a un monstruo. Lo grabaré todo con mi cámara y lo difundiré en redes sociales para que nadie tenga duda de la grandeza del detective más famoso de todos los tiempos.
—¡Pamplinas! No volveré a ser el mismo.
Bien, con el hombre vuelto un manojo de nervios en el piso, me vi obligada a pensar que entonces, la criatura a la que íbamos a enfrentar tenía otros propósitos para aparecerse a mitad de la noche en nuestra biblioteca, más allá de robar una fórmula.
Justo en ese momento, la puerta de la estancia se abrió de golpe y entró Nosferatu, feo como él solo y con el rostro pálido contorsionado por la ira.
Se abalanzó sobre el detective en un abrir y cerrar de ojos. Sherlock soltó un grito extremadamente agudo y luego se desplomó. Juro que el vampiro también cayó al suelo.
***
—Holmes, despierte.
El detective parecía perplejo, y muy confundido en su cama de hospital.
—¡Señorita Ana! ¿Pero qué ha pasado?
—Bueno… —si supiera que lo había dejado solo todos los días que estuvo inconsciente para irme a hacer turismo por la zona, me mataría.— No mató al monstruo, pero al menos lo dejó con buena jaqueca y sordera gracias a su grito.
—Pero la bestia, bebió toda mi sangre. Recuerdo haber muerto.
—Ahh, descuide, creo que es obvio que no murió. Se desplomó por inanición. Le dije que no debió aguantar hambre por tanto tiempo.
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