La última bitácora - SagaReverso

Estaba deseando trabajar con el capitán Howard Hughes, uno de los mejores pilotos veteranos de la Guerra de Pompeya. Escuché que él, personalmente, solicitó mi incorporación al grupo, así que tenía grandes esperanzas de llamar su atención para ascender la sinuosa escalera jerárquica de la compañía mercenaria.

Llegamos a un sector del borde exterior de la galaxia con la intriga de conocer la verdadera naturaleza detrás de un asteroide congelado. Para sorpresa de todos, el líder de la expedición, el doctor Stanley Hoover, desconocía que en realidad se trataba de una especie de animal gigante a la deriva.

El resto del equipo científico fue tan útil como los dos idiotas novatos que el capitán Hughes puso bajo mi mando; la mala suerte que tengo me pone de niñera cada vez que intento hacer valer mis cualidades. Incluso el androide personal del doctor Hoover era más capaz, en comparación, porque siendo un robot tenía una capacidad inigualable para seguir órdenes.

Luego de descender de la nave de transporte, con nuestras anclas de seguridad amarradas a la cintura, me di cuenta de que algo andaba mal.

Hoover y el capitán Hughes tuvieron una discusión acalorada. Al parecer, el capitán no estaba de acuerdo con que intentaran descongelar el asteroide; lo consideraba un asunto peligroso, y yo estaba de acuerdo con su juicio. Sin embargo, la explicación compleja que dio Hoover acerca del éxito de la expedición, convenció al resto de científicos de continuar el procedimiento.

–Verá, capitán –dijo Hoover, mofándose con orgullo–. Un hombre solo puede liderar cuando otros le aceptan como líder.

Era un idiota. Un genio, pero un idiota.

–Detecto muestras de fluidos corporales, doctor Hoover –escuché decir al androide con voz monótona, mientras una bomba farenheit revelaba la piel escamosa de debajo de la capa de hielo que crujía bajo nuestras botas.

Una vez descongelado, nos dimos cuenta de que nunca habíamos visto una criatura igual. Tenía alas, alas que comenzaron a temblar como si reaccionaran al calor inducido. Pensamos que el animal despertaba de un letargo, pero nos equivocamos. Había algo en su interior, algo más que aún estaba vivo.

Yo estaba tan fascinada con el descubrimiento, o quizás aterrorizada, que no pude reparar en la ineptitud de los soldados que me habían encomendado vigilar. Presas del pánico, aquel par de idiotas dispararon sus rifles de asalto directamente hacia la corteza escamosa. Las balas rebotaron en todas direcciones, y uno de los proyectiles alcanzó el mecanismo de mi arnés de seguridad que me ataba a la nave de transporte, y, por mi maldita suerte, salí disparada hacia el vacío del espacio exterior.

Mientras me alejaba lentamente sin poder hacer nada, observé una especie de masa oscura brotando del interior de la bestia, una rara sustancia viscosa que envolvió al capitán Hughes.

Les vi morir, a todos.

Mi traje se está quedando sin oxígeno, no parece que la ayuda venga pronto. Después de todo, me pagaron para morir por ellos, y eso es justo lo que haré.

Favreau, fuera.

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