Recrea los clásicos: "Un cometa llamado Neowise"
Título: "Un cometa llamado Neowise"
Autor: Pamnic97
Montreal, 22 de julio de 2020
A pesar de los tubos en su nariz, su abuela no dejó de sonreír en ningún momento.
La luz se filtraba por las finas cortinas de la sala de estar con vehemencia, en una de las muchas tardes interminables del verano. Las paredes se cernían en torno a ella, en su centésimo trigésimo segundo día de confinamiento. Poco importaba que los comercios recién comenzaran a retomar sus actividades; su ciudad continuaba en constante observación, declarada como el epicentro de la pandemia en la provincia. Los casos bajaban cada día, pero no al ritmo deseado. Las medidas no fueron suficientes para su familia.
El examen de su abuela dio positivo.
Celeste fue incapaz de observar su celular más tiempo, sintiendo el característico escozor en sus ojos y la sequedad en su garganta cada vez que hablaba con ella. Apenas pasaron tres días desde que los síntomas aparecieron, un tormento perpetuo que podía complicarse en cualquier momento. ¿Qué haría entonces? No quería pensar en eso.
Volteó a ver hacia el techo, tomando una bocanada de aire. En aquel silencio desolador podía diferenciar los pitidos de las máquinas, el oxígeno bombeado a los pulmones de su abuela y el bullicio de los médicos. Las lágrimas amenazaban con salir frente a ella, sin nadie a quien abrazar. Estaba sola en aquella casa inmensa, con las sombras como única compañía.
—No puedo más, abuelita —Celeste se limpió los ojos, antes de volver a verla—. ¡Odio todo esto! ¡Odio el confinamiento, la cancelación de mi graduación, el tonto virus y el distanciamiento social! ¡Nada en este año ha sido bueno!
Su abuela la observó un momento, una fuerte tos apoderándose de ella poco después. La joven se limitó a observar, paralizada, mientras su corazón se detenía.
—No quiero que mueras, abuelita —susurró, derrotada. Esas palabras que no se atrevía a pronunciar, ahora que las escuchaba...
—¿Qué es lo que repiten todos sin parar, Celeste? —dijo ella, sonriente—. Ça va bien aller*.La batalla no ha terminado, no cuando existe algo primordial que debo hacer todavía. Algo único en esta vida.
—¿Qué cosa?
La chica se limitó a observarla, confundida. No comprendía a qué se refería, qué podía ser tan importante como para mantener sus esperanzas tan altas. La mujer le dedicó una mirada traviesa, una que sin querer, le generó cierta calidez en su corazón.
—Quiero conocer la estrella viajera.
No reaccionó. Su rostro se curvó en una mueca de sorpresa, con un atisbo de duda. Creía recordar algo sobre el tema, a su abuela mencionándolo en la cena hace unas semanas, poco después de llamar a su madre. Ninguna le prestó atención al principio, por mucho que ella insistiera en quedarse en el patio cada noche. El telescopio y los binoculares aún descansaban sobre el escritorio de su oficina.
—Cuando era niña y vivía con mi madre, no siempre contábamos con electricidad. Por esto mismo, ella solía quedarse hasta muy tarde trabajando junto a la luz de una vela de sebo, de pésima calidad —narró la abuela, tosiendo varias veces—. Esa noche, mientras yo jugaba con una cubeta jabonosa, creando burbujas, mamá creyó ver una viruta en la bujía; el sebo formó una punta y se curvó en mi dirección. La vieja superstición implicaba que yo moriría joven, por lo que ella se entristeció.
Celeste no conocía la historia. Permaneció callada, en espera que continuara. Apretó el celular con fuerza, imaginando que era la mano de su abuela, tan cálida como de costumbre, libre de agujas y vendas.
—Las burbujas flotaban a nuestro alrededor, de tonos lilas, verdes y naranjas. Mamá me tomó con fuerza y me dijo: "Dios te conceda tantos años en la Tierra como las burbujas que has hecho." Yo solo podía pensar: ¿tantos? Nunca terminaré de soplarlas todas.
»Entonces, escuchamos los gritos de nuestros vecinos. "¡Ahora apareció el cometa! ¡Salgan a verlo!" Para muchos, estos viajeros de cola larga implican mal augurio, pero para mí son un símbolo de esperanza. Sin importar los años transcurridos, ellos volverán a nosotros, aunque no siempre de la misma manera. Lo que quiero decir, mi nieta amada...
Celeste se limpió las lágrimas, atenta.
—Volveremos a encontrarnos, tú y yo. En mi vida solo he visto un cometa, y he vivido el tiempo suficiente para atestiguar la llegada de otro. Por eso debo ser fuerte durante este periodo, porque hay un visitante que espera por nosotras.
—¡Tengo una idea!
Minimizó la videollamada e ingresó a internet. Escribió lo más rápido posible, limpiándose el rostro con el dorso de su mano. Ahora recordaba lo que su abuela le había narrado con emoción hace semanas, al inicio de la cuarentena. El cometa había sido descubierto a finales de marzo por el telescopio espacial NEOWISE, apenas unos días después que el caos se apoderara de la ciudad debido a la cancelación de clases y el inicio de su confinamiento. Las peleas en los supermercados y la falta de papel higiénico los distrajeron de cualquier evento astronómico. Muy pocos le prestaron atención hasta su aparición en el cielo, unas semanas atrás.
Abrió los ojos más de la cuenta al leer las últimas noticias. Existía algo llamado perihelio, cuando el cometa se encontraba más cercano a la Tierra y, por ende, era el mejor momento para observarlo. No sabía si su abuela estaba consciente de ello, del poco tiempo que permanecería alto en el cielo antes de empezar a alejarse y desvanecerse. El artículo confirmó la fecha.
—Debe verlo hoy —murmuró Celeste, mirando hacia su ventana—. No habrá otra oportunidad.
—¿Ocurrió algo, mi niña? —dijo la abuela, sobresaltándola—. Parece que desactivé la cámara. ¿Toqué algo? Solo intenté subir el volumen...
—¡Tengo que colgar, abuelita! —Celeste retomó su videollamada, observando su rostro a través de la cámara. Limpió sus ojos rojos con fuerza antes de dedicarle una sonrisa triste a la mujer—. Esta noche, habrá una sorpresa para ti y para mamá. Solo necesito pedirte una cosa, por favor. Prométeme que hablaremos esta noche.
Su abuela tuvo otro ataque de tos, más largo que cualquier otro que hubiera escuchado hasta entonces. No dejó que su sonrisa flaqueara, que se rompiera y revelara aquello que rondaba por su mente. Por una vez en su vida, debía ser fuerte para ella, tener esperanza en su recuperación.
«Recuerda las palabras», pensó la chica, sin dejar de parpadear. «Todo estará bien, todo estará bien.»
—Es una promesa —dijo su abuela, guiñándole una vez—. Hasta pronto, Celeste.
Se sumió en un silencio aplastante, sentada en su sala de estar. Volteó a ver hacia las habitaciones vacías de su madre y abuela, preguntándose si su idea funcionaría. No sabía más sobre Neowise de lo que mencionaban los artículos, de cómo diferenciarlo entre las estrellas y observar su larga cola a través de los binoculares.
Las palabras resonaron por su cabeza. Tantos años como burbujas de jabón. Una pandemia no era suficiente para quitarle la esperanza a su abuela. ¿Por qué habría de hacerlo con ella? ¿Por qué permanecería sentada en ese sofá, lamentándose sobre su vida y su encerramiento, cuando había muchos más atravesando algo peor? Su madre y su abuela eran claros ejemplos de lo que significaba luchar contra el virus de primera mano. Cada día, cientos de trabajadores esenciales salían a las calles, manteniendo la ciudad a flote. Si ella podía hacer algo por llevarles una sonrisa esa noche—respetando las medidas de seguridad en vigor, claro estaba—, entonces no dudaría. Ya no más.
Se paró de golpe, corriendo directo hacia su cuarto. Rebuscó en sus cosas hasta encontrar una cesta que su madre le regaló hace años, cuando solía ir al parque a buscar flores para su abuela o llevarle pastel a su tienda. Era lo suficientemente grande para cargar con algunas cajas pequeñas, como las de unos binoculares. Corrió hacia la habitación de su abuela, guardándolos junto al telescopio plegable.
El perfume de su abuela se impregnaba en cada rincón, desde su escritorio de madera de roble, con dibujos hechos por ella cuando era una niña, hasta la ropa guardada en el armario. Se observó en el espejo colgado junto a la puerta, a sus ojos inflamados por el llanto y su cabello necesitado de un buen baño. ¡Poco importaba que la gente no se acercara a ella, era imposible salir en ese estado! Eso ocurría luego de meses encerrada en su casa, a excepción de las pocas visitas al supermercado.
Entonces, la vio. Apoyada sobre la silla, olvidada por todas, estaba su vieja caperuza roja, la que fue su regalo de cumpleaños hace mucho tiempo. Solía usarla durante el otoño, cuando la lluvia se apoderaba de la ciudad y los suéteres eran tan acogedores como una frazada. Ya no recordaba por qué se la dio a su abuela, tal vez un botón en mal estado o una costura deshecha; de todas formas, una idea se le pasó por su cabeza.
—Las noches suelen ser ventosas —dijo, una sonrisa plasmada en su rostro—. No usaré esta canasta para llevar flores o comida a la abuela, sino algo importante. Una promesa de una vida.
Tomó sus cosas antes de correr hacia el exterior. Jaló con cuidado una mascarilla de la caja a la entrada y se la colocó con parsimonia, evitando tocarla más de la cuenta. A medida que se colocaba sus zapatos, observó el delicado arcoíris pegado a la ventana de su hogar. Debajo de él, escritas con marcador negro, estaban las mismas palabras que decoraban cada casa de la provincia.
Ça va bien aller. Todo estará bien.
Avanzó hasta su bicicleta y colocó sus cosas en la cesta. Observó el cielo de la tarde y su celular, tecleando un pequeño mensaje dirigido a su madre.
¡Partí en una misión súper importante para la abuela! Tengo mi mascarilla y mi bicicleta. ¡Prepararé una gran sorpresa en la videollamada de esta noche!
El cometa Neowise nos espera.
Sonriendo, empezó a pedalear. Las casas quedaron atrás para dar lugar al inmenso río San Lorenzo y el parque al otro lado, al mismo donde solían ir en invierno a armar su muñeco de nieve. A medida que avanzaba por el camino de bicicletas, ocupó su mente en lo que había leído antes. Se suponía que sus binoculares y telescopio eran suficientes para diferenciar el cometa en el cielo, la mejor hora para verlo siendo el atardecer o la madrugada.
—¡Cuidado!
Celeste frenó con fuerza, casi mandando a volar su cesta. Un hombre la observaba con curiosidad, como un premio que nadie había notado. La chica lo miró un instante antes de fruncir el ceño en desaprobación.
El extraño no portaba mascarilla, a pesar de los presentes alrededor. ¡Incluso ella la usaba, sin importar que hiciera ejercicio!
—¿Por qué tanta prisa, chica? —preguntó él, sonriente. Sus dientes, torcidos y con los colmillos un poco más largos de lo normal, sobresalían de su boca. La miraba de arriba abajo, expectante—. Me presento, soy Christian Wolf...
—No me interesa. —La joven alzó su mano a fin de alejarlo de su bicicleta y pertenencias. El hombre permaneció pasmado, sin esperarse semejante reacción—. Número uno, soy una adolescente. Número dos, no tengo tiempo que perder en discusiones con extraños. Y número tres, ¡por el amor de lo que sea, mantén tu distanciamiento o utiliza mascarillas! ¿Qué tan complicado es usarla durante media hora?
Sin esperar respuesta, Celeste subió a su bicicleta y echó a andar, dejándolo solo en el camino. No volteó hasta llegar a su destino, quince minutos después, cuando el sol empezaba a ocultarse. El parque de Mont-Royal, en el corazón de la ciudad y también de los mejores sitios para ver las estrellas, estaba poco concurrido. Subió con velocidad por el sendero directo al sitio que su madre y ella solían visitar, detrás de la famosa Cruz de Montreal. Era perfecto para alejarse de la contaminación lumínica, sin salir del perímetro seguro.
Colocó su bicicleta contra un roble cercano, antes de tomar los binoculares y ver hacia el cielo. Sabía la forma básica de encontrar el cometa: buscar la constelación de la Osa Mayor y luego ver hacia el horizonte, donde la representativa cola debería ser visible. No debía ser tan difícil.
Así, esperó a que el crepúsculo dominara el parque, esos momentos en los cuales aún había iluminación, pero no sol. Usó sus binoculares en cuanto las primeras estrellas se tornaron visibles, cruzando sus dedos en busca de suerte.
No supo cuánto tiempo transcurrió. Estuvo a punto de rendirse varias veces, solo para escuchar la tranquila voz de su abuela en su mente. Entonces, cuando menos se lo esperaba, detectó una fina línea en el horizonte.
Sin creerlo, tomó su telescopio y lo dirigió al mismo sitio.
¡Eureka!
Celeste sonrió al cielo, alzando ambos brazos. Una risa contenida salió de su garganta, resonando a través del bosque y el mirador al fondo. Saltó algunas veces antes de agacharse junto al telescopio. Seguía sin poder creerlo. Ante ella, tal y como anunció su abuela hace semanas, se encontraba el cometa Neowise. La cola se extendía hasta formar una especie de arco, poco a poco difuminándose en el cielo. A pesar de su tamaño, incluso pudo distinguir un fino halo de luz azul alzarse sobre él.
—¡No nos rendiremos! —exclamó con alegría al cometa, las memorias de su madre y abuela presentes—. ¡Escuchen nuestras palabras a través de este silencio! ¡Continuaremos luchando el tiempo necesario!
Tomó su celular con manos temblorosas, marcando los números de sus familiares. Lo colocó en su cesta, asegurándose de apuntar directo a la Osa Mayor. Ahora que conocía su localización, era demasiado obvio; la cola del cometa brillaba en el cielo nocturno con naturalidad, casi como si pidiera a todos que alzaran su vista y se tomaran un momento para verlo. Tal y como dijo su abuela, le generaba una cálida sensación en el pecho, una muestra de la belleza que existía allá afuera, transcendiendo en el tiempo y en el espacio. Una que ni los desastres naturales, ni una pandemia siquiera serían capaces de arruinar.
—Todo estará bien —dijo ella una vez más, parpadeando para eliminar las lágrimas en sus ojos—. Dios nos conceda tantos años como burbujas de jabón para ver la aparición de un cometa.
—¿Eso es lo que creo que es?
Celeste volteó hacia la pantalla, ignorante del momento en el que su madre y abuela respondieron.
—¡Mamá!
La mujer se limitó a asentir, guiñándole un ojo cansado. Se encontraba sentada en la cafetería, con una taza de café a su lado. Su uniforme azul marino contrastaba con la iluminación de la habitación. Al fondo, un grupo de médicos conversaba en voz baja, aunque Celeste lograra descifrar algunas de sus palabras: Neowise y estrellas.
—¡Encontré el cometa! ¿Lo ven? —Alzó la cámara hacia el telescopio, enfocándolo—. El perihelio será esta noche, por lo que era imposible esperar más tiempo. ¿Te gusta, abuelita? ¿Es como lo imaginaste?
—Es mucho mejor, mi niña —respondió la anciana, enviándole un beso por el aire—. Porque puedo verlo gracias a tu trabajo. Es el mejor regalo que alguien podría haberme dado este año.
Celeste cerró los ojos un momento, respirando el aire nocturno junto a aquel gran roble. Imaginó al visitante de las estrellas sobre sus cabezas, apareciendo en un momento oscuro para la humanidad. Recordó los largos meses de confinamiento, cuando los casos aumentaban significativamente cada día y la vida se redujo a una existencia diaria, en el que cada segundo podría ser sinónimo de un colapso mundial.
Rememoró el día en el que su madre le confesó que no podría volver a casa durante un tiempo, con el solo propósito de protegerlas a ambas y continuar con su propia lucha, cuidando a quienes más la necesitaban. Pensó en el resto de trabajadores esenciales, desde empleados de supermercados hasta farmacólogos, repartidores de comida o agricultores.
Suspiró por cada fallecido durante la pandemia y sus familias.
Y luego abrió los ojos, directo al cometa Neowise. Brillante, hermoso y esperanzador. Una muestra de que no todo estaba perdido, de que a pesar de todo, las burbujas de jabón eran más numerosas que las virutas en la bujía.
—El cometa Neowise recorre el Universo en 6,800 años, pero apareció cuando más lo necesitábamos —dijo su abuela, con una sonrisa de oreja a oreja que incapaz de ocultar—. Para recordarnos que no debemos rendirnos, porque habrá un día en el que nos volveremos a ver.
En ese momento, Celeste se permitió tener esperanza, creyendo las palabras con firmeza.
Segura de que un día no muy lejano, todo terminaría y que su familia volvería a estar unida.
Tan certero como el hecho que un cometa siempre volvía.
Nota:
"Ça va bien aller" es una traducción del eslogan italiano andrà tutto bene, usado durante la pandemia por COVID-19. Fue colocado en hospitales, hogares, escuelas y comercios en los momentos más críticos del confinamiento. Suele acompañarse de un arcoíris, con el propósito de llevar esperanza a los afectados en la provincia de Quebec, Canadá y recordarles que al final del día, todo estará bien y, lo más importante, que nos volveremos a ver.
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