Recrea los clásicos: "Bael"

Título: "Bael"

Autor: irwnes

Fue aquella pequeña bola roja la que le hizo despertar con una sonrisa. Tan redonda, tan perfecta; nunca había visto nada igual, probablemente nadie lo había hecho desde hacía siglos. Según aquel libro que consiguió en el mercado negro de Arquíval, ese pequeño fruto con leves toques purpúreos, o quizás fueran verdosos, era un tomate.

Aquel libro, aparte de portar aquellas semillas ya resecas que, de alguna milagrosa manera habían logrado brotar, tenía una ilustración algo esquemática pero concisa de cómo cuidar aquella planta. Al parecer triplicaría su tamaño, y acabaría siendo de un rojo tan vivo como la vieja carreta de su padre, con la que día tras día recogía cachivaches de Arquíval, aquel lugar dónde vivía la aristocracia. Casi había llegado a desaparecer el oxígeno, pero la aristocracia no había llegado a tambalearse en ningún momento, siempre estaba ahí, encabezando todo.

Las condiciones de vida de la mayoría eran bastante lamentables, lo peor era que en comparación con el estilo de vida de generaciones anteriores, incluso la más alta aristocracia envidiaba a los mendigos de épocas pasadas. Su situación no era ni tan mala como la de la mayoría, ni tan buena como la de la aristocracia. No tendría ni bailes, ni joyas como sus primas, pero tampoco era esclava de las falsas apariencias que las rodeaban.

Su padre trabajaba arreglando utensilios mecánicos para la baja y media aristocracia, y en ocasiones, traía aquellos trastos que ya no querían y los remodelaba, les daba una nueva vida para poder ayudar a alguien con menos posibilidades. Su madre había llegado a pertenecer a la aristocracia media, pero el destino quiso unirla con aquel buen truncador, y entre más de una disputa, acabó quedándose sin herencia, pero con el amor de su vida. Se acabaron mudando a una pequeña casita en la periferia de Arquíval, dónde vivieron felices y tranquilos, hasta que una de las recurrentes enfermedades decidió llevársela. Eyra era demasiado pequeña como para acordarse de alguna de sus facciones, pero lo que sí recordaba era la caída de la familia de su madre, malos negocios les hicieron descender en la escala social, ahora eran de la baja aristocracia y acudían a su padre con favores para evitar gastar la más mínima perunia.

—Eyra.

—¿Si papá?

—Acércame el destornillador verde.

—Aquí tienes.

Sus manos estaban encharcadas de aceite, y en contraste con las de Eyra eran ásperas y lucían varios cortes por la constante labor manual que realizaba.

—¿Sabes? Me cruce con Makt esta mañana.

—¿A sí?

—Si, preguntó por ti.

—No me sorprende.

—Eyra haz el favor, solo es amable, no te burles de él.

—No lo hago, solo digo que no me sorprende debido a que con su extrema caballerosidad le debe ser difícil evitar saludar a cualquier ser viviente.

—Eyra, vale ya.

—Pero papá, es insoportable.

—Es un buen partido, de la aristocracia media, no encontrarás a alguien mejor.

—No quiero encontrar a nadie.

—Basta.

—Pero Papá.

—Eyra, no lo entiendes, yo ya estoy viejo, quiero que cuando me tenga que ir, lo haga tranquilo, con la certeza de saber que estás a salvo.

—Estaré bien por mi cuenta.

—No— Su semblante parecía más serio que de costumbre, algo no andaba bien —Eyra, se avecina una guerra, una de esas que no suceden en años, una de esas que pueden cambiarlo todo, con él estarás a salvo, no le llamarán a combatir, en cambio, yo no tendré tanta suerte— El ritmo cardíaco de Eyra parecía haberse detenido al escuchar aquellas noticias, no podía ser, no podía estar pasando.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—Pensé que, si lo amabas por tu cuenta, sin saber la verdadera razón, sería más fácil— un silencio frío les envolvió, el hedor de la periferia comenzaba a ser perceptiblemente insoportable y el estruendoso chirrido que indicaba el fin de la jornada en la fábrica de metales, fue el que rompió el silencio. —Debo ir a la ciudad, es un encargo para un miembro de la guardia—

Cogió su capa y aquel extraño objeto en el que había estaba trabajando para salir por la puerta, rumbo a Arquíval una vez más. Eyra se quedó en silencio, entre su pequeño taller lleno de trastos y aquella tomatera. Recordó todas las cartas de Makt y las insistencias de su padre, ahora todo parecía tener sentido. Lavó sus manos con el agua enturbiada que salía de su oxidado grifo, refrescando involuntariamente sus pensamientos, y sus pasos, inconscientes de la dirección que tomaban, se aproximaron a la pequeña salita que había tomado como habitación hacía unos años. Abrió el cajón superior de la solitaria mesita, aquella invitación algo arrugada que Makt le había dado hacía unos días; en el momento la había desechado al instante, pero su padre la recolocó en aquel pequeño cajón. Ahora se planteaba lo que hacía unos minutos ni siquiera era una posibilidad, ir a aquel baile.

Mientras su mente debatía su decisión, un ruido indicó que alguien llamaba a la puerta, Eyra se acercó y atendió a la que parecía una señora que sobrepasaba con creces la media de vida del momento.

—¿Puedo ayudarla en algo?

—Busco a Filit.

—Mi padre no está ahora.

—Oh, que pena, ¿cuándo volverá?

—Me temo que aún le queda un rato, se acaba de marchar hacía Arquíval.

—Una pena que no esté en casa, quería que me arreglase esta vieja baratija y he venido desde la otra parte del rio— la señora sacó de entre sus faldas un pequeño reloj de cadena, parecía que las agujas no avanzaban —mis huesos ya están cansados, soy demasiado mayor— estaba en lo cierto, parecía demasiado mayor y cansada.

—Si quiere puedo intentar arreglarlo, mi padre me ha enseñado algo.

—Eso sería maravilloso.

—Siéntese, le traeré un poco de agua.

—Eres un ángel.

Eyra hizo lo que dijo, y con algo de paciencia y recordando lo que su padre le enseñó de niña, recolocó las piezas de aquel reloj.

—Parecía que tenía una pieza extra, es un poco extraño para un reloj.

—Mil gracias, deveras, eres un cielo.

Con esas palabras y la confusión todavía en la mente de Eyra, la señora se alejó alegremente y de una manera mucho más jovial de la que había llegado. La puerta se cerró, y aún con la pieza de más en la mano, subió al ático, aquel lugar dónde guardaban las cosas de su madre, aquel lugar dónde podría encontrar un vestido para acercase a Arquíval.

Con mucho esmero se las apañó para escoger uno de los vestidos, era uno de los que mejor habían tratado los roedores, solo tenía algún que otro pequeño agujero en la parte inferior de la falda, el color había sido de un rojo profundo, pero ahora, con el paso del tiempo y la abrasión del sol por no estar bien tapado, se habían creado ciertas manchas de un tamaño considerable de tono purpúreo. A pesar de lo que pudiese parecer, el paso de los años le había sentado bien, le quedaba como un guante, los pequeños rotos del bajo eran prácticamente imperceptibles al andar, y aquellas manchas solares, cuando les rozaba cualquier ápice de luz, daban un efecto arcaico que cualquier persona en su sano juicio hubiera deseado poder admirar.

Esos destellos color plata fueron los que acompañaron sus pisadas entre el embarrado suelo de las afueras de Arquíval. Cuando llegó a la zona pavimentada fue cuando al fin pudo dejar caer de golpe la asombrosa falda, todas las miradas se posaron en ella, o al menos, eso es lo que le pareció. Aceleró el paso y con leves golpes llamó a la puerta de Makt.

—¡Has venido!

—Si, así es, decidí que al menos debería pasar a felicitarte, felicidades.

—Este es el mejor regalo que podría haber llegado a imaginar.

Un poco incómoda no solo por los incómodos zapatos y el aparatoso vestido, sino también por la extraña situación. De fondo se escuchaba música y cierto ajetreo, y alguna que otra chica mostraban cierto desasosiego cuando se percataban de que Eyra era la que estaba a la puerta. No era ningún secreto la predilección de Makt hacia ella, a pesar de los constantes rechazos.

—Estás preciosa.

—Gracias— dijo todavía incómoda, notaba que ese no era su sitio, la juzgaban todos, los abuelos de Makt, con los que él se había criado, e incluso sus propias primas, aquellas que no hacía tanto tiempo habían llegado a mendigar las migajas de sus sobras.

La velada transcurrió tranquila, aprovechó para tomarse una de esas bebidas similares al antiguo alcohol y alguna que otra capsula de canapé, no muy sabrosa, pero ahora toda la comida era así; no comida.

Lo etéreo de la sala era esa neblina que bañaba todo Arquíval, aquella que embriagaba con su olor y llegaba a hacerte olvidar de todo lo que pasaba fuera de aquellas murallas.

No hubo baile, no hubo romance, no hubo silencio, lo que si hubo fue ese momento, en el que, apartados de la sala, Makt reiteró sus sentimientos hacia Eyra. Ella se vio obligada a seguir su juego, por mucho que quisiera ser libre como lo eran los pájaros de eras pasadas, no tenía muchas más opciones.

Poco tiempo después abandonó la casa, las calles oscuras parecían perseguirla, y ella era el único gesto luminoso que paseaba a esas horas. Gracias a la luna reflejada sobre su vestido, creaba pequeños puntos de luz en el camino que la hacían evitar encontrar el suelo. Cuando llegó a su hogar, su padre dormía en el pequeño sillón junto a la chimenea eléctrica, apartó el libro de sus manos, dejándolo junto a las perunnias que había en la mesilla, y con aquella manta de tejido plasticoso procuró arropar hasta la más pequeña esquina de su cuerpo, para que no se escapase ni una pizca de calor.

De costumbre se dirigiría a su cuarto, releería algún fragmento de uno de sus libros, e intentaría conciliar el sueño. Esta vez, sus pasos se dirigieron a la buhardilla, con la intención de guardar aquel vestido y volver a su habitual ropa de tonos ocres, oscuros ya a causa de la constante presencia de humo por la zona. Pero aquella pequeña pieza irrumpió su acción, se volvió a preguntar cómo había podido acabar en aquel minúsculo reloj. La observó minuciosamente pero no encontró mayor detalle que aquella rosa tallada sobre el metal, quizás fuese oro y le ayudase a ganar algunas perunnias.

Esta vez otra cosa la detuvo, un recuerdo nostálgico y algo de inercia le hicieron retirar aquella tela y observar la magnífica pieza; el gran proyecto de su padre. En apariencia un simple espejo, aunque su propósito era algo muy diferente que verse reflejado, su propósito era viajar en el tiempo. Una idea maravillosa, pero inalcanzable. Era un gran inventor, pero su fijación por aquella máquina, por aquella esperanza de volver a ver a la madre de su hija, le había hecho daño, hasta tal punto que se dedicara solo y exclusivamente a reparar maquinas. Fue no hace mucho, y gracias a la iniciativa de Eyra, que comenzó a reconstruir las máquinas ya no usadas para dárselas a aquellos sin nada. El aparente espejo estaba algo polvoriento, pero aquel sistema de ruedas similares a la maquinaria de un reloj, parecían estar intactas, una lástima que nunca llegase a funcionar.

El destello de una antorcha pareció verse reflejado en el cristal, debería haber entrado a la sala por la pequeña ventana circular, o quizás había sido la luna la que le había mostrado aquella luz que le había hecho acercarse un poco más a aquel cristal reflectante, para comprobar si lo que había visto era real; fue fugaz, un movimiento rápido como de una tela con bordados dorados, también le pareció ver algo de mármol, o quizás marfil, no sabría decirlo ya que la luz pronto se desvaneció, y unos golpes en la puerta de entrada se comenzaron a escuchar.

De a poco, entreabrió la puerta y pudo escuchar mejor, su padre se había levantado, y conversaba con una voz grave.

—...reclutas hacia Arquíval, un varón por casa, aquí está la carta— no podía ser tan pronto, estas noticias hicieron a Eyra abrir un poco más la puerta, provocando un chirrido inusual y que gracias al silencio de la noche fue perceptible para los hombres de la entrada. —¿hay algún varón más en esta casa? —

—No, solo estamos mi hija y yo.

—¿Cuál es su edad?

—No general, ella todavía no cumplió 20, todavía no debe estar casada.

—Búsquenla.

Los hombres del general agarraron al padre de Eyra, mientras tanto, comenzaron a buscarla. Era cierto que ella aún tenía 19 años, pero también era cierto que cuando había guerra, la edad solía disminuir con creces. A los 20 años si eras mujer y no vivías fuera de casa, ya fuera por estar casada, o por tener la tuya propia, te llevaban al centro de Arquíval. Nadie sabía muy bien que les pasaba, lo que si sabían era que no volvían.

Eyra cerró la puerta y le añadió aquel candado que había creado su padre años atrás, buscó una salida, una vía de escape, pero la ventana era demasiado pequeña. Los pasos de los guardias eran cada vez más perceptibles y su ritmo parecía acelerarse a cada segundo. No podía pensar así. Pronto llegaron a la puerta de la buhardilla, que intentaron abrir sin éxito, pero siguieron insistiendo.

En un segundo de vaga lucidez se centró en el mecanismo de aquel espejo, quizás podría hacerlo funcionar, todo lucía en perfecto estado, no parecía faltar ninguna pieza, incluso recordaba a su padre frustrado decir que ya tenía todo lo necesario para que funcionara, pero que, en vano, no lo hacía. En su agitado movimiento algo rodó por el suelo, aquella pequeña pieza sobrante del reloj de la alegre señora.

Los golpes en la puerta eran cada vez más fuertes y parecía que el candado no aguantaría por mucho más tiempo, pero aquella pequeña pieza dorada sobre su mano parecía encajar. No tenía ningún sentido, pero en el centro de todo el mecanismo creado por su padre, había un hueco perfecto para aquella pieza. Con cuidado, la posicionó en el lugar, no tenía nada que perder. Una inesperada luz comenzó a emerger del espejo, era extraño, pero parecía funcionar, no sin dudarlo, introdujo la mano poco a poco, para luego saltar de golpe y sin pensarlo al escuchar la puerta ceder. Fue un acumulo de ruidos, pero a la vez que la puerta crujía y se rompía, así lo hizo aquel espejo, que en mil pedazos llegó al suelo. Los guardias solo encontraron una sala vacía.

Eyra no fue consciente de lo que pasó, la luz era tan blanca que no le permitía ver nada, solo sentía que su cuerpo avanzaba, no era como si estuviese cayéndose al vacío en vertical, tampoco parecía desplazarse en horizontal. Era una sensación extraña, no avanzaba muy rápido, ni muy lento. El trayecto fue constante, hasta que pareció encontrarse con una pared, parecía algodonada, era de un tejido blanquecino y algo pegajoso, se hizo paso con las manos para poder salir, ya que parecía que su movimiento se había detenido ya por completo. Con cuidado, fue haciéndose hueco por aquel tejido, que llegaba a asemejarse a una tela de araña, hasta que logró quedar completamente fuera.

Con las rodillas sobre el suelo como estaba, y con cierta falta de aire, solo pudo percatarse de la presencia de oscuridad. Una vez recuperó algo de aire, lo primero que notó fue el olor, un aroma muy distinto de dónde venía, parecía más fresco, más natural. Por un momento una sonrisa se formó en su rostro, la máquina había funcionado, o al menos, había conseguido llevarla lejos de aquella situación. Luego, su sonrisa se borró de golpe. Hubiera funcionado o no, no sabía dónde estaba, ni sabía cómo volver.

Con poco esfuerzo se recompuso y eliminó de sus ropas algún que otro resto de aquella extraña telaraña. Su vista pronto se habituó a la oscuridad del lugar, el espejo por el que había salido permanecía intocable, sin ningún rasguño, lo revisó varias veces, pero no pudo encontrar aquel elaborado mecanismo presente en el de su padre, parecía solo un espejo. Se acabó rindiendo y exploró más la zona, era una habitación, pero no había muebles ni ventanas, solo aquel espejo. Sus ojos no habían conseguido habituarse lo suficiente como para ver la puerta de roble que presidía la sala, por eso fue palpando la pared hasta que encontró aquel pomo, frío, parecía ser de algún metal extremadamente caro. No sin un leve forcejeo, abrió la puerta, la luz irrumpió de golpe, y fue como cuando entró en aquel espejo, cegadora, a pesar de ser tan solo rayos de luna. Elevó sus manos a la altura de sus ojos para evadir algo la luz, con esto pudo distinguir una gran vidriera, se acercó lentamente y observó a través de algunos de los cristales menos opacados. Definitivamente había acabado lejos de su cochambrosa casa y urbanizados alrededores. A través de ese gran cristal se percibía un gran jardín con todo tipo de vegetación, incluso podía ver algún que otro cultivo que reconocía gracias a sus libros. La emoción inundó sus ojos, y no pudo evitar descender por las escaleras laterales, que parecían estar hechas de cristal.

Todo ese lugar parecía maravilloso, verdaderamente podría estar en el pasado, o igual en un futuro mejor. Las plantas volvían a estar presentes, el aire era más puro gracias a ellas. Fue rozando cada una de las hojas colindantes con los pequeños senderos superpuestos. Se sentía flotando en una nube, incluso cuando elevó la vista, no pudo evitarlo. El cielo era más claro, las nubes más blancas y hasta había algún que otro pájaro. Fue sensacional. Aunque comenzaba a pensar que ya no estaba viva y que aquello solo era fruto de sus sueños, su lugar ideal, su edén.

La boca se le hacía a agua, pero no se detuvo a probar ningún manjar, siguió rondando en círculos por aquel lugar. Solo un pequeño rosal fue el que la detuvo, su olor la embriagó, y de pronto un recuerdo inundó su mente. Tendría entorno a cuatro años, pero recordaba que su madre cultivaba aquellas flores, el olor era extrañamente agradable, y el recuerdo que había hecho florecer en ella la hizo un poquito más feliz. Alargó su mano con la intención de alcanzarla, de llevársela a casa para poder cultivarla como hacía ella, pero no pudo hacerlo. Justo antes de ejercer el corte, una extraña sombra azabache comenzó a emerger de entre la tierra. Del susto, las espinas se llevaron sus yemas por delante, propinándole un corte lo bastante profundo como para dejar escapar algunas gotas carmesís sobre la tierra del camino, que ahora parecía más frío y apagado.

Aquella sombra fue tomando forma, ahora, sobre restos de humo color cenizo, se postraba una figura oscura, llevaba una capa que le cubría todo el rostro, solo se percibía algo de marfil entre aquellas telas. Por fuera un inmenso bordado de tonos dorados era lo que reinaba. Eyra permaneció en el suelo, la aparición de aquel personaje tan súbitamente se había visto acompañada de ciertas turbulencias, que la obligaron a recobijarse cubriendo sus oídos. Su voz, grabe y penetrante, hizo que Eyra elevara la vista, encontrándose con lo ya descrito.

—¿Quién eres intrusa? ¿Y porque merodeabas por el jardín? — su vocabulario parecía antiguo, lo que alimentó la creencia de Eyra de haber viajado en el tiempo, en concreto al pasado. Recordando el vocabulario de algún libro de época, le contestó.

—Disculpe, no era mi intención importunarle.

—¿Estás acaso perdida? —su voz parecía más feroz, como la de un depredador.

—Algo así.

—Por sus ropajes imagino que sois de Arquíval— esto descolocó completamente a Eyra, esquivando la actitud sumisa que había adoptado por temor a ofender, elevó la cabeza buscando en vano, la mirada de su acompañante.

—Si, de las afueras.

—¿Y cómo es posible? ¿que alguien de las afueras de Arquíval? ¿haya conseguido llegar hasta Bael? — dijo cada frase lentamente, al unísono de sus pasos, que avanzaban hacia Eyra de manera peligrosa. Ella no se tambaleó y permaneció impasiva, decidiendo ser directa.

—Con una máquina del tiempo.

—Ja— fue una risa despectiva y seca —¿Una máquina del tiempo? Eso es imposible, dime ¿qué año es en tu tiempo? —

—Depende de que calendario mires.

—Bien, dime cual es el calendario en vigor actualmente en Arquíval.

—El Veleriano, actualizado hace dos años.

—Pues entonces, siento decepcionarte, pero no has viajado en el tiempo, sino hasta Bael, algo curioso teniendo en cuenta que eres una humana. No vuelvas a tocar esas rosas, y —esta vez la miró de arriba abajo deslizando su capa, dejando ver un rostro deformado con la presencia de un cuerno amarfilado —bienvenida a Bael—.

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