DESAFÍO GRIMM - LA ABEJA REINA


CONSIGNA★ Precuela: Imagina la historia de cómo el palacio quedó petrificado.

Por: cajita-de-pop

Érase una vez una bruja que vivía en el corazón de un bosque. Se la pasaba noche y día buscando la piedra filosofal, pues deseaba convertir metales vulgares en oro.

Un día escuchó los dulces sollozos de una moza y, saliendo de su cabaña, se topó con una joven princesa. Al ver a la bruja, la princesa se sobresaltó y se limpió las lágrimas del rostro. Esta le preguntó, notándola tan afligida, la causa de su llanto y si en algo la podía ayudar. 

—Es mi padre, que tiene corazón de piedra —respondió la princesa—. Hay un hombre al que amo, pero al ser un pobre campesino, no me permite casarme con él. 

La bruja estuvo meditándolo un buen rato, preguntándose cómo ayudar a la princesa, no sin obtener, por supuesto, algo a cambio. 

—Yo puedo hechizar a tu padre para ablandar su corazón —contestó la bruja—, pero a cambio deberás traerme mil piezas de oro. 

 La princesa abrió los ojos con amarga sorpresa al escuchar tan exagerado precio. 

 —¡Mil piezas de oro! —repitió horrorizada—. Eso no podría traérselo. Pero puedo traerle mil perlas, que forman parte de mi riqueza y de mis adornos preferidos. 

La bruja se lo pensó, y creyó que, si no podía tener oro, las perlas de igual forma le servirían. Las esparciría por el bosque y volvería tremendamente rico y brillante a su amado hogar. La bruja cerró el trato y le dijo a la princesa que regresara a la mañana siguiente. 

Al amanecer, la princesa se apareció en la cabaña con una bolsa en las manos. Los ojos de la bruja brillaron codiciosos y los de la princesa refulgían ilusionados. La bruja salió con un pergamino y una pluma de auca, y escribió sobre él el respectivo conjuro. 

—¡Ya está! —anunció satisfecha—. Con esto tu padre te permitirá casarte con el hombre que desees, aunque coma hojaldre en vez de pan y sus botas tengan orificios por donde se les salgan los dedos y el talón.

La princesa le dio las gracias, le entregó la bolsa y salió corriendo con prisa, mientras la bruja pensaba que se debía a las ansias ver a su amado. Lo que la bruja encontró en la bolsa, sin embargo, no fueron las perlas prometidas, sino simples y ordinarias piedras. Lanzó la bolsa al suelo y empezó a gruñir y a maldecir con ira. Cuando se hubo calmado, chasqueó la lengua y entró a la cabaña.

—Niña estúpida —farfulló—. Cree que se puede burlar a una bruja.

Esa misma noche, la bruja se apareció cojeando en el castillo. Cuando el rey le abrió, extrañado, le advirtió que no era momento para interrupciones, pues celebraban una cena en honor a la futura boda de su hija menor. La bruja volcó los ojos y apartándolo con un hechizo, entró al castillo sin que guardia ni centinela la lograsen frenar. Se paró ante la mesa y maldijo de esta forma a los comensales, que cenaban ambrosías acompañadas de azúcar, sirope y miel.

—Este castillo en piedra se convertirá, hasta que algún joven valiente, halle las mil perlas de la princesa, esparcidas en el musgo fortuitamente —dijo y se volvió hacia las hijas del rey—, y ustedes tres por la mala acción de la menor, caerán en un profundo sueño, del que solo despertarán si la culpable, de su héroe recibe un beso.

Claro, si es que antes la puesta de sol no lo ha agarrado y quede él también petrificado.

Y tras realizar su encantamiento, encerró a las tres princesas durmientes en una habitación y regresó con las mil perlas robadas, las cuales regó por el bosque a fin de embellecerlo. Arrojó la llave de la alcoba al mar, confiando en que nadie sería tan tonto como para arriesgarse por una princesa tan frívola y malcriada como aquella.

Se acomodó en su mesa de trabajo, mientras abría un libro y reanudaba su investigación. ¿Dónde había quedado...? ¡Oh, sí! La piedra filosofal...

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