La metedura de pata de Sam

¿Qué haríais si enviáseis un correo de declaración de amor un tanto sugerente por equivocación a vuestro jefe?

Sin duda eso sería una catástrofe, ¿verdad?

Bueno, pues básicamente esto es lo que me ocurrió.

Esta es la historia de cómo metí la pata hasta el fondo.

Pero comencemos por el principio. Me llamo Samuel L. Miller, y soy un hombre de treinta y tres años que trabaja en General Furniture Company, una de las empresas más importantes del país la cual se dedica a la fabricación y venta de muebles y otros productos de bricolaje.

Trabajo en el departamento de Diseño y Publicidad y, aunque no destaco especialmente entre mis compañeros de sección, puedo presumir de que soy un trabajador diligente que cumple con sus tareas a tiempo y con resultados impecables.

La ya mencionada tragedia del correo electrónico ocurrió un martes cualquiera, en el que hacía un clima bastante agradable y no nos encontrábamos demasiado cargados de trabajo.

Como todos los días, antes de dirigirme al trabajo, pasaba por mi cafetería preferida para comprarme un café Mocca con unos croissants de acompañamiento. Llegaba a la empresa y me ponía a revisar mi ordenador, realizaba las tareas pertinentes y, cuando llegaba la hora del almuerzo, me dirigía con mis colegas a las máquinas expendedoras del área de descanso y me comía algún sándwich o simplemente me bebía algún refresco mientras charlaba de asuntos triviales.

Prácticamente esa era mi rutina de todos los días, sin apenas variaciones considerables, era una rutina simple pero clara y eficiente, y es que no me gustaba salirme de mi zona de confort. Me considero un hombre de placeres sencillos, no poseo metas ni ambiciones, me encuentro muy a gusto con mi situación actual.

Y diréis ¿Cómo es posible que a un hombre que nunca asume riesgos ni sale de su zona de confort le haya dado de repente por escribir un correo electrónico que le podría costar su trabajo además de una denuncia por acoso?

Bueno, dejadme deciros, antes de que me juzguéis, que todo tiene una explicación muy simple, y lo resumiré en dos palabras: Mike Phillips.

Sí, el capullo de mi amigo y compañero de oficina fue quien me metió en este aprieto.

Mike es el único de la oficina que sabe que me gusta Verónica Sanders, y desde que lo sabe el tío no me para de insistir con el tema porque no puede soportar mi decisión de no querer intentar ligar con ella.

—Venga Sam, tío, ¿En serio vas a comportarte como un adolescente, suspirando por un amor platónico eternamente por miedo al rechazo?

—Mike, te lo he dicho un millón de veces, Verónica es mucha mujer para mí, no creo que le guste alguien tan simplón como yo, además seguro que ya tiene novio.

—Puede ser. O puede que no lo tenga, y puede que también le gustes y esté esperando a que des el primer paso y no lo haces porque eres un cagón.

—No soy un cagón.

—¡Pues demuéstralo! —Señaló la pantalla de mi ordenador—. Mira, si no sabes cómo decírselo en persona, escríbele un email diciéndole todo lo que sientes por ella y listo, así no tendrás que enfrentarla cara a cara.

—¿Un email? Estás de coña ¿verdad?

—¿Qué tiene de malo?

—No me jodas, es la cosa más cutre del mundo. No pienso hacerlo. —Y para dejar claro que no quería seguir discutiendo acerca de este tema cogí unos papeles que tenía en mi mesa y me dirigí a la máquina fotocopiadora, lejos de él.

Ese fue el peor error que pude haber cometido, pues había dejado el ordenador abierto, disponible para que cualquier idiota —como, por ejemplo, MIKE— lo usara a su antojo.

Cuando volví a mi mesa, aprecié la sonrisita típica de Mike cuando hacía algo que a sus ojos se trataba de un acto heroico. Mi corazón se aceleró por los nervios.

Tengo un mal presentimiento...

—Mike, ¿Qué has hecho?

Este levantó las manos y se encogió de hombros, tratando de exculparse.

—Solo lo que tú deberías haber hecho hace mucho tiempo.

—Mike. —Estaba al borde del colapso por culpa de los nervios—. Qué. Has. Hecho.

—¡Nada! De verdad.

Lo miré con desconfianza, y tras unos segundos suspiré, un poco más calmado, y me senté en mi silla.

—Solamente... —Comenzó a decir.

Automáticamente mi cuerpo se levantó de la silla, como si tuviera algún resorte en ella, y salí disparado hacia él. Lo agarré de los hombros y lo agité mientras decía:

—Escúpelo. ¿Qué demonios has hecho?

—¡Sólo le he enviado un email a Verónica en tu nombre!

Resoplé. Me lo veía venir.

—¿Cómo has redactado ese email?

—Oh, bueno, le he puesto un poco de todo. Una pequeña frase sugerente, pero también romántica, a las mujeres les encantan los hombres cursis, ya sabes.

—Eres un cabeza hueca, no te pedí ayuda.

—¡Qué malagradecido eres, Sam Miller! Veremos si dices lo mismo cuando estés saliendo con ella.

Le ignoré y volví a mi ordenador, dispuesto a leer dicho correo para ver qué sarta de barbaridades había escrito en él, y si debía de disculparme con Verónica y explicarle el malentendido.

Cuando lo abrí, me encontré con el siguiente texto:

No sabes el tiempo que llevo pensando en ti. No duermo por las noches porque invades mis pensamientos. Tu pelo, tus ojos, tu sonrisa, tu cuerpo, todo de ti me enloquece.

No te imaginas cómo me pongo cuando cruzas por mi lado, mi imaginación comienza a volar pensando en todo lo que te haría si estuviésemos tú y yo a solas en una habitación, o incluso me atrevería a ir más allá y hacerlo en el despacho del jefe, ya me entiendes *guiño, guiño*.

Espero que correspondas a mis sentimientos, esperaré tu respuesta con ansias.

Sam.

Dios mío, era el peor correo que había leído en toda mi vida. ¡Pero si hasta escribió “guiño, guiño”! Cuando Verónica lo lea se pensará que soy un crío además de un pervertido.

Entonces me percaté en el nombre de usuario al que iba dirigido.

mrAnders@hotmail.es

Inmediatamente se me bajaron todas las defensas del espanto.

—¿Sam? ¿Qué te ocurre? Te has puesto pálido de repente. —Repuso Mike.

—Yo esque te mato, Mike. ¡Eres un imbécil!

—¿De qué hablas?

—¡Te has equivocado de correo! ¡Has puesto el del jefe en lugar del de Verónica!

Mike se dirigió a mi escritorio y lo miró. Su cara también perdió color por el miedo.

—Joder, te juro que busqué Sanders, debí de darle sin querer al del jefe y no me di cuenta. ¡Anders y Sanders se parecen mucho!

—¡¿Qué voy a hacer ahora?! ¡Cuando lo lea va a pensar que soy un degenerado! Perderé mi empleo, me pondrán una denuncia por acoso sexual, y espérate a ver si no acabo en prisión por esto...

—¡Tranquilízate! Lo solucionaremos, no te preocupes.

—¿Cómo? ¿Cómo vamos a resolver esto, Mike? Si al menos el texto pudiese el nombre de Verónica, pero es extremadamente ambiguo. ¡Estoy jodido!

—¡Dame un minuto! Algo se me ocurrirá.

—¿Y si le escribo otro correo explicándole el malentendido? Que todo fue por culpa de un compañero que me jugó una broma pesada.

—¿Estás loco? ¡No puedes hacer eso! ¡Entonces me despedirán a mí!

—¡No pondría nombres! Simplemente diría un compañero, sin delatar quien.

—No, es demasiado arriesgado, te obligaría a dar nombres. Hay que buscar otra solución.

—¡¿Y qué otra cosa sugieres?! ¡Estoy perdido!

—¡A ver, cálmate! —Exclamó, y se puso a dar vueltas de un lado a otro mientras pensaba—. A ver, el jefe ahora mismo está en una reunión, así que todavía no debe de haber visto el email.

—Pero debe de llevar el móvil, te recuerdo que tanto su ordenador como su móvil tienen vinculada la cuenta de correo, ya lo habrá visto...

—¡Que no, hazme caso! Esta es una reunión importante, seguro que tiene el móvil en silencio, o apagado.

—Vale, ¿Y de qué me sirve a mí esta información?

—Te sirve, porque podemos intentar colarnos en su despacho y desde su ordenador interceptar el correo y borrarlo, así nunca llegará a leerlo y ni tú ni yo nos meteremos en problemas.

—Sí, muy bien, ¿y cómo esperas entrar en su despacho, genio? No creo que lo haya dejado abierto para que entre cualquiera, además está el tema de la contraseña del ordenador.

—Bueno, sé forzar cerraduras, y en cuanto a la contraseña, seguro que la tiene apuntada en algún sitio por si se le olvida, casi todo el mundo lo hace.

—Tú lo has dicho, casi.

—¡Venga! No perdemos nada con intentarlo, algo se nos ocurrirá.

Suspiré y asentí, no quedaba de otra, no había más opciones, la única otra alternativa era resignarse y aceptar las consecuencias, y prefería cualquier cosa antes que eso.

Por suerte, nuestros compañeros de trabajo estaban absortos en sus tareas, por lo que no se fijaron en Mike utilizando un clip como apaño de ganzúa para forzar la cerradura de la puerta del despacho.

Mientras tanto, yo no paraba de mirar a todos lados, nervioso y preocupado. Si alguien nos pillaba, o si venía el jefe...

—¿Por qué demonios sabes forzar cerraduras?

—Un truquito que aprendí en el colegio para colarme en el despacho de los profesores y ver las preguntas de los exámenes... —Se oyó el click de la puerta— ¡Bingo! Ahora solo... —La voz de Mike comenzó a apagarse de repente y su semblante se puso serio de golpe.

Cuando miré en la misma dirección que él me di cuenta de porqué había cambiado su expresión.

El señor Anders venía caminando —maletín y móvil en mano— en dirección a su despacho.

Inmediatamente Mike lo interceptó.

—¡Señor Anders! Buenos días, qué pronto acabó su reunión.

—Buenos días, Phillips. Sí, nos falló una persona en el último momento, y hemos dejado algunos asuntos que no hemos podido resolver en la reunión para más adelante. Ahora, si me disculpa, tengo que entrar en mi despacho.

—¡No puede! —Salté, casi inconscientemente.

El señor Anders me miró un poco sorprendido.

—¿Y por qué no puedo, señor Miller?

—Es que...

Mierda, ¿Y ahora qué digo?

Entonces Mike salió a mi rescate.

—No puede entrar, porque hay algo muy importante que tengo que enseñarle.

El señor Anders inclinó una ceja.

—Pues que hable con mi secretaria y concierte una cita conmigo cuando esté disponible. —Hizo ademán de querer esquivarnos, pero esta vez fui yo quien se interpuso en su camino.

—¡Espere! Se trata de un proyecto sumamente innovador que seguro le encantará. Necesito comentárselo antes de que alguien se me adelante y me robe la idea.

El jefe volvió a alzar la ceja, esta vez con más interés. Se cruzó de brazos y dijo:

—Bien, pues. Enséñeme ese proyecto tan "innovador" a ver si realmente es como dice usted. Pero dese prisa, tengo muchos asuntos de los que ocuparme, mi agenda es apretada y el tiempo corre.

—Por supuesto, no le robaré más de un par de minutos. —La mentira salió instantáneamente de su boca, me sorprendió lo fácil que Mike era capaz de inventarse una historia convincente en apenas unos segundos. Sin duda, aunque cuestionable, era un talento.

Mike me guiñó un ojo y señaló la puerta del despacho detrás del jefe mientras le conducía a su escritorio.

Cuando me aseguré de que el jefe estaba enfocado en otra cosa, me dispuse a entrar despacio.

El despacho era amplio y estaba muy bien iluminado. Se componía de un enorme escritorio muy limpio y organizado con un ordenador que debía valer el cuádruple de mi sueldo, y detrás de él, una estantería que llegaba de esquina a esquina con una amplia variedad de libros pulcramente colocados, no había ni uno en su sitio.

Afortunadamente, las persianas de las ventanas que daban al interior de la oficina estaban bajadas, por lo que nadie podría ver que me encontraba allí dentro. Las exteriores, sin embargo, estaban subidas hasta arriba, y las vistas eran espectaculares.

A la altura a la que se encontraba aquella planta, las personas y los coches se veían como pequeños puntos de colores, o como hormigas, y los edificios se imponían en el paisaje urbano, coronado con un despejado cielo azul claro cuyo sol iluminaba acercándose lentamente hacia el horizonte.

Sacudí la cabeza.

Concéntrate, no estás aquí para admirar las vistas. Me recordé.

Me acerqué al ordenador y al encenderlo, cómo no, me encontré con la típica pantalla bloqueada que te pedía una contraseña.

Probé todas las combinaciones que se me ocurrieron.

Su nombre y apellidos, su cumpleaños...

Eh...

Sí, a decir verdad eso era todo lo que se me ocurría.

¿Tendrá mascotas? ¿Estará casado? No había ninguna foto en su escritorio que lo indicara, y aunque la hubiera, me faltaban nombres.

Hurgué por los cajones en busca de algún dato que pudiera serme útil, pero solo encontré documentos de trabajo.

—Esto es una pérdida de tiempo, no voy a- —Me quedé a media frase, pues justo apareció ante mí una agenda negra que conocía de sobra.

¡La agenda negra!

Aunque pudiese parecer una simple agenda de cuero negro, esa era la agenda favorita del señor Anders, pues era en la que apuntaba la información más importante, la que más usaba en el día a día. Nombres, datos, fechas...

¿Habrá apuntado ahí también la contraseña?

Era improbable, pero a estas alturas no perdía nada con mirar.

Busqué y rebusqué hasta que...

—¡Lo encontré!

En la ultimísima hoja, en una esquina, estaba apuntada una única palabra:

Clavelesdeotoñoblancos


Extraña contraseña. ¿Sería el título de una canción? ¿De un libro?

Le resté importancia. Ahora mi prioridad era borrar el maldito correo.

Desbloqueé el ordenador y justo cuando estaba por abrir el correo oí unos pasos acercarse a la que le seguía una voz profunda.

—Señor Phillips, no puedo pasarme horas mirando su proyecto, le prometo que lo tendré en consideración y lo revisaré en más calma otro día.

—¡Pero tiene que revisarlo hoy! Esta es una idea que le generará millones.

—No me cabe la menor duda, pero hoy no podrá ser, tengo mucho trabajo que hacer, así que le sugiero que usted también se concentre en sus tareas o se retrasará en las entregas.

Cuando veo que la puerta comienza a abrirse entro en pánico.

Miro a todos lados, pero no hay lugar donde esconderse...

En un impulso de terror, me escondo bajo el escritorio. Es una idea estúpida, pero no quiero quedarme ahí plantado como un idiota.

Oigo al jefe entrar y dar unos pasos hacia la mesa...

Mierda, mierda, mierda, mierda...

Comienzo a imaginarme la situación que sucederá a continuación.

El jefe se sentará en el escritorio y me verá ahí tirado, de cuclillas, luego mirará su ordenador y verá el correo...

Joder, ahora no solo se pensará que soy un pervertido por mandarle ese correo, sino que también soy un descarado y un acosador que le ha estado esperando para...

Sacudo la cabeza con fuerza, tratando de eliminar esos pensamientos subidos de tono que enrojecen mi cara de vergüenza y a la vez me producen un nerviosismo incontrolable.

Entonces, como por obra divina, ocurre un milagro que me salva de aquella situación.

El teléfono del despacho comienza a sonar, y el señor Anders lo coge de inmediato. Se trata de un cliente muy importante del cual llevaba tiempo esperando una llamada, por lo que deja a carreras sus papeles en la mesa y se marcha, cerrando la puerta a su paso.

Mi corazón, frenético, vuelve a latir con normalidad, esta vez más calmado.

Por los pelos.

Comienzo a levantarme, ya más tranquilo, cuando de repente...

La puerta se vuelve a abrir, mostrando al jefe que me mira sorprendido.

—¿Señor Miller? ¿Qué hace en mi despacho?

Mierda ¿Por qué ha vuelto?

—Venía a traerle algo que hice... —Inventé, no era mi mejor excusa, pero no sé me ocurría otra cosa para salir del paso.

—¿Cómo ha entrado? No le he visto. —Me dedicó una mirada de extrañeza, mi corazón volvió a latir con violencia—. Es igual, venía a recoger un papel que se me olvidó, ahora no puedo atenderle, me requieren en otra parte, asique lo que haya venido a traerme déjelo en mi mesa y lo veré después.

Suspiré. No me podía creer la suerte que estaba teniendo, quizás y sí era posible que me librara...

En cuanto este pensamiento cruzó mi mente, una notificación sonó en el móvil del señor Anders.

—Vaya, me ha llegado un email a las 18:00. Voy a ver...

¡¡No!!

Cuando el jefe comenzó a leer su expresión se tornó seria.

—Señor Miller... Este email...

—S-señor Anders, p-p-puedo explicarlo...

Mierda, había comenzado a tartamudear. Esto ya no podía ir a peor.

—¿Se da cuenta de lo inapropiado que es este email? —Cerró la puerta tras de sí. MIERDA.

—Yo... Yo no... E-es un malentendido. —Me puse a temblar.

El señor Anders empezó a acercarse a mí lentamente.

—Asique quiere hacerlo en el despacho, ¿eh?

¡¿Qué hago?!

No podía más, estaba a punto de desmayarme. En un impulso de desesperación, las palabras se agolparon en mi boca.

—¡Lo siento mucho! Le juro que no era mi intención enviarle ese email. Sonará absurdo pero ni siquiera lo escribí yo, todo ha sido un estúpido malentendido, solo quería corregir mi error para evitar que lo viera, por eso me colé en su despacho cuando no miraba y...

Entonces el jefe puso una mano en mi hombro y comenzó a reír.

—Cálmese, Miller, no estoy enfadado.

Lo miré confundido.

—¿No me va a... despedir?

—¡Por supuesto que no! Sé que no fue usted quien escribió ese email. A ver si lo adivino, ¿fue el señor Phillips?

—Sí... ¿Cómo lo ha sabido?

—Le conozco, Miller, y se que usted no escribiría semejante mensaje, y menos aún sería tan descarado como para escribir un mensaje tan personal y enviárselo por email.

Solté el mayor suspiro de alivio.

—¿Tampoco está enfadado porque me haya colado en su despacho...?

—Bueno, sí que es cierto que eso no ha sido apropiado, pero por esta vez lo dejaré pasar. Tómelo como un aviso, la próxima vez no seré tan benevolente.

Sonreí débilmente.

—Gracias, señor Anders. ¿Y qué pasará con...?

—¡Señor Anders, espere, no es culpa de Sam! —Mike abrió la puerta de golpe, dándonos un susto.

—Tranquilícese, Phillips, ya lo sé.

Mike lo miró con preocupación.

—¿Me va a despedir?

El jefe caviló un momento.

—Bueno, lo correcto sería que lo sancionara por andar utilizando el correo para asuntos personales en horario de trabajo, además de por escribir un email tan fuera de lugar...

Mike se puso más pálido que un papel.

—...Sin embargo, hoy estoy de muy buen humor, y comprendo que ha sido un desliz. Lo dejaré pasar por esta vez, pero no vuelvan a usar el correo electrónico para mandar mensajes de índole personal en horario laboral. Le estoy vigilando, señor Phillips.

—Claro señor Anders, lo siento mucho, le prometo que no volverá a pasar. —Se fue rápidamente, con la cara roja de vergüenza.

Yo también me acerqué a la puerta, dispuesto a irme, cuando la voz del señor Anders me paró.

—Si se quiere declarar a la señorita Sanders, aproveche cuanto antes, o se le escapará. Se lo digo por experiencia.

Me di la vuelta, sorprendido.

—¿Cómo sabe...?

—Bueno, las miradas que le dirige no son muy sutiles que digamos. Además supuse que el fallo del correo sucedió debido a que tanto ella como yo tenemos apellidos similares. ¿Me equivoco?

Sonreí en respuesta.

—Gracias, señor.

Después de aquello, aprendí una lección: nunca dejar el ordenador abierto, nunca se sabe cuando te puede venir un Mike a liártela.

También segui el consejo del jefe y le pedí una cita a Verónica, la cual aceptó, y le conté esta historia que a día de hoy la tengo como una anécdota divertida.

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