El gato

Un día, un cachorro de gato negro le preguntó a su madre:

—¿Por qué los humanos nos tratan tan mal?

La madre no había nacido callejera, sino que la abandonaron cuando se hizo mayor, entonces conocía ambos mundos. Se había criado en una casa con un humano muy culto, que investigaba sobre historia clásica, pero tras morir en un terrible accidente, la casa pasó a ser propiedad de una familia que no quería gatos, y la dejaron en la calle.

Jaspe, su pequeño, nació en la calle, por lo que no había tenido la oportunidad de conocer la vida en una casa, con cómodos colchones y deliciosa y fresca comida en el plato.

—Los humanos son unos seres incomprensibles e impredecibles, mi pequeño. A lo largo de la historia, los humanos nos han visto y tratado de maneras muy diferentes.

El gatito le dedicó una mirada de confusión.

—¿Y eso porqué?

—Bueno, a medida que han ido evolucionando lo ha hecho su pensamiento y manera de percibir el mundo. Su saber, sus creencias, todas estas cosas han influido en su manera de vernos.

El cachorro la escuchaba con fascinación, con un brillo en los ojos que pedía que le contara más.

—Comencemos por el principio, con el primer contacto entre gatos y humanos.

«No se sabe exactamente cuándo, pero se dice que los gatos y los humanos convivimos desde hace 9.500 años, y que nuestra domesticación ocurrió por primera vez en Mesopotamia, en donde les ayudábamos a proteger sus cosechas del ataque de los roedores.

Pero, donde realmente nuestra figura más destacó fue en el Egipto faraónico, en el cuál nos veneraban cual dioses, atribuyendo incluso nuestras características a algunos de ellos. Tal es el caso de Bastet, una diosa egipcia con cuerpo de humana y cabeza de gato.

Tal era su devoción por nuestra especie, que cuando un gato de una familia fallecía, todos los miembros se rapaban las cejas en señal de luto y respeto por él.

Incluso los faraones, máxima autoridad de Egipto, pedían que sus gatos, al morir, fuesen momificados y enterrados en las pirámides junto con ellos.

En Egipto, hacerle daño a un gato era un delito, tanto así que quien se atreviera a ello, pagaría un severo castigo.»

El cachorro contempló a su madre, emocionado. Sus ojos brillaban expectantes, con deseo de saber más.

—¿Nos adoraban? ¡Increíble!

—Sí, pequeño. Pero esto no duró eternamente.

»Llegó la Edad Media, la tan famosamente llamada Edad de las Tinieblas. El pensamiento y la actitud de la gente se volvió tan lúgubre como el cielo.

Los humanos estaban siempre atemorizados, obsesionados con los demonios y con el castigo divino, no pensaban en otra cosa. Veían la maldad en todas partes, y ese temor recayó en buena parte en nuestra especie.

Comenzaron a acusarnos de ser los familiares de las brujas, las bestias del diablo que traían consigo el Mal y la mala fortuna, a pesar de que gracias a nosotros se habían desecho de la plaga conocida como La Peste.

Desde entonces, los gatos comenzaron a ser perseguidos, cargando con las maldiciones que ellos mismos se habían inventado, sobre que si un gato, especialmente uno negro, se cruzaba en tu camino, la mala suerte pesaría sobre tu cabeza, y solo te ocurrirían desgracias, entre ellas la muerte.»

El gatito se encogió, asustado. No podía entender cómo los humanos podían pensar algo así acerca de ellos. Él solo era un pequeño gatito al que le gustaba perseguir mariposas por el campo y dormir la siesta, no traer la desgracia a nadie.

—Los humanos son aterradores.

La madre le dedicó una tierna sonrisa.

—Algunos sí. Pero también los hay que tienen buen corazón y no caen en tontas supersticiones. Yo tuve una familia humana, y cuidaron muy bien de mí. Pero hay que saber en quién se puede confiar y en quien no.

El gatito la miró confundida.

—¿Y cómo sabré qué humanos quieren hacerme daño y cuáles no?

—Lo sabrás, mi pequeño. A las malas personas se las ve desde lejos. Cuando un humano se acerque a ti con buenas intenciones, lo sentirás inmediatamente. Esas personas transmiten un aura especial. —Lamió la frente de su hijo con cariño, y el pequeño gatito ronroneó.

La madre enseñaba todo esto a su hijo no para asustarle, sino para demostrarle que el mundo estaba lleno de toda clase de personas, y se que no había que perder la esperanza.

Porque ella había vivido las dos caras de la moneda, por eso quería creer que una vida mejor era posible, y su pequeño saldría adelante a pesar de los obstáculos y dificultades que la vida le pusiera por el camino. Lo importante era que nunca se perdiera a sí mismo, que nunca olvidara de dónde venía, porque el que no conoce el pasado está condenado a repetirlo.

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