Una sombra
Por: yosoyunodos
Abrí los ojos y mi cabeza dio vueltas, así que volví a cerrarlos. Supuse que era porque había pasado todo el día entrenando para distraerme. Era el primer Halloween que pasaba completamente sola. El primer Halloween que pasaba sin él, sin la criatura que había conseguido que disfrutara de la festividad.
Una sensación extraña se apoderó de mi garganta. Era similar a un nudo de esos que me atacaban cada vez que me daban ganas de llorar, pero mucho más suave, débil. Fruncí mi ceño y eso también se sintió extraño, como si los músculos de mi cara se hubieran vuelto más... ¿Ligeros? Se sentía como si tuviera anestesiada la zona.
Abrí mis ojos, por demás confundida, y observé a mi alrededor.
Definitivamente este no era mi cuarto. No reconocía de nada el lugar. Parecía ser una especie de laboratorio. Las paredes eran de un gris muy claro, el suelo de un blanco reluciente, el techo parecía estar compuesto por placas de luz led. Seguí observando y noté una mesa llena de frascos con líquidos extraños, una pantalla con gráficas que no terminaba de comprender y un frasco con una sustancia oscura y brumosa, como una niebla condensada.
No podía ser... ¿o sí?
Salté de la cama para ir en busca del frasco, pero ni siquiera pude sentir mis piernas y me estrellé de cara contra el suelo. No terminé de sentir el golpe, en realidad, la sensación que tuve fue como la de una brisa acariciando mi piel. Aún de cara contra el suelo y con mis ojos clavados en el frasco, intenté levantarme con movimientos temblorosos.
No me sentía nada bien. Tenía mucho calor, demasiado. Podía sentir mis piernas y brazos temblar de manera desenfrenada. Me costaba mucho caminar sin volver a caer y todo se veía más alto que de costumbre, a pesar de que yo siempre había sido baja, ahora sentía que lo era seis veces más. Llegué hasta la mesa donde se encontraba el frasco y noté que esta era demasiado alta, de una manera exagerada. Mis ojos estaban justo a la altura de la tabla.
Intenté pararme de puntitas para ver mejor y de manera repentina me elevé unos centímetros del suelo, como si hubiera crecido. No le di mucha importancia, porque la verdad era que no sentía mis piernas y era muy probable que hubiera venido arrodilla sin notarlo. Estuve a punto de estirar mi mano, no obstante, mis ojos dieron con un cuaderno de apariencia antigua con extraños símbolos dibujados en sus páginas corroídas y amarillentas, y un par de hojas llenas de anotaciones raras. No pude con mi curiosidad y las analicé. «Magia antigua, maldiciones de sangre», era lo que encabezaba las páginas.
Fruncí el ceño.
¿Magia antigua?, ¿magia? Eso no tenía sentido, lo nuestro no era la magia, la magia no existía, las habilidades sí y eran cosas completamente diferentes.
Contrariada, me incliné sobre el libro y un recuerdo invadió mi mente cuando pude detallar mejor los símbolos que tenía dibujados. Yo los conocía. La sombra me los había enseñado de niña, eran los que poseían los personajes de sus leyendas, los puros. Los símbolos indicaban si eran puros, su poder y a qué clase social pertenecían. Eran símbolos que solo la sombra y yo conocíamos.
El calor en el cuarto aumentó y yo me sacudí como si hubiera tenido un escalofrío. Sacudí mi cabeza y el mundo a mi alrededor giró. Gruñí y me pareció que el sonido había salido deformado. Entonces mis ojos dieron con otro elemento sobre la mesa que llamó mi atención. Era un frasco con sangre muy oscura, parecía incluso un poco viscosa, como si estuviera vieja y echándose a perder. El frasco estaba etiquetado con uno de los símbolos de los puros y, a su lado, había otro que decía «Maia», mi nombre. Evidentemente, el último contenía mi sangre, pero yo no recordaba que me la hubieran sacado.
En realidad, no recordaba nada más que haberme ido a dormir y todo era demasiado real como para ser una pesadilla.
No sabía qué estaba pasando, sin embargo, tenía la certeza de que enloqueciendo no lograría nada. También estaba segura de que la clave de lo que sucedía estaba en este cuarto. Parpadeé al notar que debía cerciorarme de algo muy importante. Sin cerrar mis ojos, me concentré en las luces del techo y en la luz que proyectaban, luego, busqué esa esfera de energía en mi interior y permití que se manifestara y que hiciera parpadear las luces de manera sutil, para no llamar la atención. Asentí conforme al notar que mis habilidades funcionaban bien y regresé mi atención al frasco lleno de la bruma negra.
Estaba casi completamente segura de que esa sustancia era la misma que componía a la sombra. Pero era imposible que alguien lo tuviera embotellado allí. Primero, nadie conocía de la existencia de la sombra y, si bien él me había dicho que existían más como él, me parecía imposible que hubieran logrado capturar a alguno. Dentro del frasco ni siquiera se veían los ojos luminosos que caracterizaron a la sombra. Solo era bruma movediza y oscura. No obstante, la sensación de familiaridad no desaparecía.
Extendí mi mano para sujetar el frasco y solté un grito de pánico. Trastabillé y caí al suelo. Una vez más no sentí el impacto, pero pude notar que esa suave brisa que antes había reconocido en realidad era mi cuerpo dispersándose como humo por el suelo. Intenté sacudir mi cabeza, pero no medí mi fuerza y supe que esa visión borrosa de que el mundo daba vueltas eran mis ojos girando sobre la bruma oscura que componía mi cráneo.
No sentía mi cuerpo porque no lo tenía. No tenía manos, ni pies, mucho menos brazos o piernas. Era una masa viviente de oscuridad. Era una sombra.
Con todas mis fuerzas, intenté reprimir mi pánico creciente. No debía alterarme, debía mantener el control y buscar una solución, había entrenado por años para sobrevivir a situaciones extremas, no me podía dejar vencer ante la primera dificultad que se me presentara. Es decir, no era tan malo, ¿o sí? Debía haber una forma de revertir esto y, mientras tanto, tenía todas las ventajas que la sombra me había mostrado tiempo atrás.
Centré mi atención en mi cuerpo, o en la falta de él, e imaginé diversas posibilidades para darme una forma decente. Necesitaba aprender a dominar la bruma que me componía si quería lograr algo.
Medio sonreí, o intenté hacerlo, cuando recordé una de las enseñanzas que me había dado el ser. Yo sabía manejar la oscuridad y ahora estaba compuesta de esta, así que no debía ser muy difícil recuperar el control.
Gran error.
Por lo visto, controlar la oscuridad no es lo mismo que controlar tu propio cuerpo como si fueras una especie de titiritero y tus extremidades tus marionetas y lo descubrí luego de conseguir pararme, luego caerme y terminar más esparcida que antes. Ya no sabía qué era yo y que era una sombra generada de manera natural por los objetos a mi alrededor.
Suspiré, aunque sonó más como un rugido lamentable de un animal moribundo, y cerré mis ojos, lo que solo logró confundirme más. Es decir, la sombra no tenía párpados, así que yo tampoco, entonces, ¿qué era lo que pasaba cuando hipotéticamente cerraba mis ojos?, ¿veía el interior de mi propia oscuridad?, ¿la oscuridad de una sombra tenía interior?
El sonido de los pasos de dos o tres personas me sacó de mis cavilaciones. De manera instintiva, pensé que debía esconderme debajo de uno de los muebles y mi cuerpo se arrastró hacia allí como si me hubiera empujado una ventisca. Los pasos se detuvieron detrás de una puerta que no había notado antes, se escuchó un «pip» y las placas de metal pulido se hicieron a un lado. Dos hombres y una mujer ingresaron hablando de manera despreocupada.
—Primero quiero ver los análisis, él pidió que les prestáramos especial atención, por lo visto, algo en la sangre de esta chica es diferente —murmuró la mujer y se aproximó hacia las pantallas que estaban a menos de un metro de la entrada.
Aún no se habían girado hacia la camilla en donde me había despertado y la puerta no se había cerrado. Todavía tenía la opción de escapar. Pero si me iba nunca podría averiguar nada...
Sí, no, ni loca me quedaba.
Rogando a todos los dioses existentes, dejé que mi instinto me guiara hacia la salida. Y funcionó. Peeeero, yo soy demasiado terca y curiosa, así que me detuve detrás de las placas de metal, pegada por completo a la pared, decidida a escuchar lo que fuera que los, supongo que científicos, tuvieran para decir.
—Esta es la única diferencia que notamos en su sangre y ya sabíamos hace tiempo de ella —señaló uno de los hombres.
Me asomé y miré la pantalla. La información que mostraban y comparaban allí solo la poseían seis personas, ni siquiera la facción la tenía ya. Y la verdad, dudaba mucho de que ellos fueran de los míos, jamás los había visto y siempre me presentaban a todos los nuevos, después de todo, éramos un grupo reducido y hermético, las incorporaciones nuevas no eran algo que pasara inadvertido.
Así que lo habían robado, de alguna manera que se me hacía imposible comprender.
—Sin embargo, su sangre fue la única que respondió bien a los otros compuestos, es más, cuando la dejamos, sus manos comenzaban a ponerse negras... —narró con entusiasmo el hombre restante y se giró en dirección a la camilla.
Entonces supe que era momento de huir.
Ya sin esforzarme, dejé que mi cuerpo, o mi bruma, me guiara lejos al mismo tiempo que escuchaba que el hombre gritaba que sonaran la alarma, que me había escapado y que podía o no ser peligrosa. Esa última parte me ofendió. Por supuesto que era peligrosa, había entrenado toda mi vida para serlo. Quise bufar, pero me contuve, no sabía qué clase de sonido extraño produciría y no quería llamar la atención de nadie.
Una alarma aguda y estridente comenzó a retumbar y, tal como en las películas, las luces parpadearon, pero no porque ellos lo provocaran, sino porque yo intentaba encontrar un camino para escapar y guiarme por el circuito de iluminación me parecía la opción más factible, además de que necesitaba distraerlos y si la electricidad fallaba en todo el edificio les sería más difícil hallarme.
Me escabullí entre las rendijas de ventilación en el techo y escuché como pisadas fuertes y violentas retumbaron en el suelo debajo de mí. Retuve un suspiro y me deslicé por el tubo hasta que me paralicé al ver mi reflejo proyectarse en el metal extrañamente limpio y pulido. Era exactamente igual a la sombra, excepto en un aspecto: mis ojos no eran amarillos, eran grises y poco luminosos, a diferencia de los del ser.
La nostalgia me invadió. Lo extrañaba, muchísimo. Y me costaba horrores creer que estaba sola, aquí, viéndome como él. Y también me dolía, en cada centímetro de mi ser.
Sacudí mi cabeza. No era momento para permitirme tener emociones, debía dejarlas de lado, debía cederle el control a mis instintos que me habían salvado la vida más de una vez. Y eso fue lo que hice. Me desconecté de la emoción destructiva y contraproducente que había intentado invadirme y permití que mi mente se enfocara en mi entorno; en el calor que me asfixiaba; en los pasos de quienes me buscaban; en las exclamaciones alarmadas y las maldiciones e insultos; en la energía que emanaban todas esas personas y, por último, en mi energía misma, en mis habilidades.
No sabía si debía utilizar otra habilidad que no fuera la de la luz. Esa era la única de la que estaba segura de que no podían rastrear, el resto siempre dejaba un rastro, no importaba cuánto me esforzara y, si eran quienes yo creía, contaban con la tecnología necesaria para seguir esas migajas hacia mí sin problema.
Seguí avanzando por el tubo de ventilación, hasta que me vi obligada a detenerme cuando una rejilla a mi lado se movió.
—¡Está aquí arriba! —gritó una mujer y se trepó al tubo.
Su rostro no tardó en aparecer en mi campo de visión y mis ojos a penas relucientes se vieron reflejados en los anteojos de visión nocturna que ella llevaba puestos y apagados. El rostro de la mujer se deformó en una mueca de pánico y cayó hacia atrás en medio de un fuerte chillido.
Parpadeé y quise sonreír. No solo había adquirido la apariencia de la sombra, sino también su extraña habilidad para atemorizar a todo el mundo que lo viera.
Sin embargo, sabía que eso no iba a protegerme para siempre, solo funcionaba si quien me veía notaba que no era simple oscuridad, además, dudaba de que funcionara si no me veían de forma directa. Por esa razón seguí deslizándome por la superficie y me filtré en la primera habitación vacía que vislumbre. Era casi idéntica a en la que yo había despertado. Aunque esta tenía cientos de páginas viejas y maltratadas pegadas en las paredes. Todas esas páginas hacían referencia a esas leyendas que las sombra me había contado. Cada una de ellas narraba las historias, el pasado del pueblo que siempre había creído ficticio, todas esas historias que yo conocía. Estaban todas, desde la creación de los elementos de sangre; el robo de la tiara de la princesa; la leyenda de los dos reyes; el robo de la daga y el collar; todos y cada uno de los relatos que la sombra me había narrado a lo largo de mi vida estaban allí, empapelando la pared, confundiéndome aún más.
No tenía sentido. Solo la sombra sabía de los puros, estaba segura de que él se los había inventado, que solo eran cuentos que creaba para tranquilizarme en las noches, tardes o días donde todo a mi alrededor parecía caerse a pedazos. No tenía sentido que alguien más los conociera. Además, esas páginas se veían muy viejas, demasiado...
El nudo en mi garganta volvió a invadirme de esa manera extraña y difusa. Estaba segura de que, si hubiera sido capaz de generar lágrimas, habría llorado, presa de esa sensación rara que intentaba desorientarme. Porque no comprendía qué era lo que sucedía. No entendía cómo todas esas historias que yo había guardado tan celosamente por años estaban allí, clavadas en una pared, llenas de anotaciones extrañas, como si se trataran de algo real. No comprendía cómo lo que siempre había creído tan mío, tan especial, estaba expuesto allí, a la vista de quien se metiera en el cuarto.
Me sentía, en gran media, ultrajada. Sentía que me habían robado una parte importante de mi ser y lo habían plantado en medio de una sala llena de gente, listo para ser analizado, juzgado y condenado. Porque algo similar hacían esas anotaciones, decidían de manera arbitraria lo que le parecía real y lo que debía haber sucedido de otra manera; tachaban de importantes algunos aspectos y otros los dejaban en el olvido; desglosaban parte por parte cada una de mis preciadas leyendas y las destrozaban, las dejaban reducidas a simples oraciones sin sentido.
—Veo que estás muy familiarizada con estas historias, Maia —murmuró una voz grave y siniestra a mis espaldas. Voz que yo no tardé en reconocer. Me giré rápido e intenté atacarlo con mi fuego, mas no pude, él fue más rápido y me roció un líquido del mismo color oscuro que el de la sangre que había visto en el laboratorio—. Este fue un maleficio interesante, espero que hayas disfrutado recordar a tu viejo amigo, porque es lo último que sabrás de él en algún tiempo —murmuró mientras que mi vista comenzó a sentirse pesada.
Sin embargo, mientras caía en un profundo sueño, no despegué mi mirada de sus ojos azules ni un segundo, quería grabarlos en mi mente, para que, cuando despertara, las imágenes aún estuvieran allí, aunque lo dudaba, sabía bien que su equipo era experto en arruinar memorias, en borrar recuerdos y reemplazarlos por otros. Llevaba cazándolo demasiado tiempo como para saber que, cuando despertara, si es que lo hacía, no recordaría ni un solo segundo de lo sucedido, ni siquiera me daría cuenta de que me habían sacado de mi habitación.
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