El secreto de Salem

Por: ClaudetteBezarius

Miro mis garras negras y afiladas con una amplia sonrisa. Es una lástima que deba quitármelas pronto. Tardaron media hora poniéndomelas en el salón de belleza. ¡Me gustan un montón! Me quedó re bien el look felino que escogí para la fiesta de Samhain en la facultad de artes.

—Nos vemos antes de las siete en frente del teatro. No se te vaya a olvidar llevar el leotardo rojo para poder grabar la coreo. ¡Que descanses, Fiore!

—Quedate tranqui con eso, ya lo puse en la mochila. ¡Por allá nos vemos!

Cuelgo la llamada con Tatiana y de inmediato pongo mi teléfono en modo avión. No quiero que algún compañero ebrio me llame a mitad de la madrugada. Ya me han escrito varios para desearme que pase un feliz Halloween por enésima vez. Todos querían que me quedara hasta el final del baile. Aunque me habría gustado hacerlo, me toca madrugar mañana. Necesito dormir mis ocho horas para sentirme bien. Me la paso con cara de culo todo el día cuando ando desvelada.

Me saco el disfraz de Catwoman para luego ducharme con agua tibia. Después de ponerme mi pijama favorito, apago la lámpara de la mesita de noche, me cubro con una frazada y cierro los ojos. El suave ronroneo de Salem, mi gato consentido, se escucha poco después. Le encanta echarse a dormir sobre mi cama. Casi siempre se acurruca cerca de mis pies y hoy no es la excepción. Ya me acostumbré a eso y me gusta sentir su calorcito.

Mi respiración se hace cada vez más lenta conforme voy relajándome. Mis párpados se sienten pesados. Estoy a punto de dormirme cuando un intenso dolor en mi tobillo derecho me sobresalta. Es como si un par de agujas gruesas y puntiagudas se hubieran clavado en mi carne. ¿Acaso Salem me mordió? Jamás me ha atacado. Mucho menos lo haría cuando estamos tranquilos en mi cuarto.

Estiro el brazo para encender la luz y así poder revisar mi pie. Lo intento una y otra vez, pero no lo consigo. Ni siquiera toco la madera del mueble. Estoy en la parte inferior del colchón, lejos de la mesa. ¿Cómo es que llegué hasta acá? Con cada manotazo que doy, mi brazo se siente extrañamente ligero. ¿Qué carajo me pasa? Trato de sentarme en la cama, pero no lo consigo. Mi cuerpo da una voltereta rara y quedo recostada sobre mi vientre. Ahora estoy de frente al espejo rectangular del cabecero. El brillo verdoso de las estrellas fosforescentes que lo decoran permite que más o menos distinga mi reflejo.

Cuando me miro, un grito de pavor igualito a un maullido sale de mí. ¡Mi cuerpo entero se ve negro! No, eso es imposible... ¡Debo estar imaginándolo! Yo me saqué el disfraz de la fiesta y mi pijama es de color blanco. Giro la cabeza y el destello amarillento de mis ojos me desconcierta. ¿¡Qué es esa mierda rara que veo en mi cabeza!? ¡Parecen orejas puntiagudas! ¡Ay, Diosito! ¡Tengo alucinaciones!

Con la respiración acelerada, comienzo a arrastrarme sobre el colchón en dirección a la lámpara. ¿¡Cómo diablos me alejé tanto de la mesa sin darme cuenta!? Perdí varios centímetros de estatura o la cama se volvió gigantesca de un pronto a otro. De lo contrario, no me explico esta locura. ¡Tiene que ser una pesadilla! ¡Sí, eso debe ser! Seguro que se me pasó la mano con el ponche y por eso solo se me ocurren puras giladas.

Cuando por fin coloco la mano sobre el interruptor, la imagen en el espejo se vuelve nítida. Me quedo petrificada porque simplemente no me cabe en el cerebro lo que estoy viendo. Muevo el cuello hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Levanto los brazos y me toco las puntas de las orejas. El reflejo imita mis acciones a la perfección. En definitiva, se trata de mí, lo cual no tendría nada de malo si no fuera porque luzco como un gato enorme.

Cierro los ojos superrápido y sacudo la cabeza. Sin atreverme a despegar los párpados, me bajo de la cama y avanzo hacia el espejo de cuerpo entero junto al armario. Inhalo y exhalo hondo varias veces antes de abrir mis ojos. Cuando por fin me animo a hacerlo, un alarido perturbador se me escapa. No queda nada humano en mí a excepción de que estoy erguida usando mis piernas. Cuando me giro para mirarme la espalda, descubro que tengo dos largas colas.

Mi visión de repente se vuelve borrosa por las lágrimas. Empiezo a llorar sin control. Me hago un ovillo en el suelo. Mi corazón late desbocado. Esto tiene que ser un pésimo sueño del que pronto me voy a despertar. Clavo una de mis gruesas garras en el hombro izquierdo con la esperanza de que el dolor me haga despertar. Para mi desgracia, no sucede nada. Ardor y sangre escurriéndose por el oscuro pelo que me cubre es lo único que consigo.

—Ayuda, por favor. Necesito que alguien me ayude —imploro a voz en cuello.

Mis súplicas se escuchan como ruidosos gemidos felinos. Intento articular más palabras, pero no se entiende ni una sílaba. Aunque lo deseo con toda mi alma, no consigo hablar. Mi voz se queda atascada dentro de mi mente. Es como si mi conciencia humana estuviera prisionera dentro de un cuerpo animal. No tengo idea de qué es lo que me está ocurriendo. Tampoco entiendo cómo revertirlo si es que se puede, pero no voy a rendirme sin luchar. Tiene que haber algo que pueda hacer.

Camino hacia la puerta de la habitación y la abro. La casa está a oscuras y no me atrevo a seguir avanzando así. La sola idea de que algo o alguien intente atacarme y que no pueda verlo me da escalofríos. Siempre he tenido esa manía con la oscuridad. A tientas busco el interruptor para encender las luces de la sala. Tras presionarlo, el impacto de la escena que encuentro frente a mí me roba el aliento. Si no fuera porque estoy apoyada en la pared, habría caído desmayada en el piso.

Sobre el sofá reposa el cuerpo inmóvil de una mujer morena. Pero no es una amiga mía ni una conocida. Tampoco es una intrusa. Si no me hubiera visto en el espejo hace un momento, jamás podría creer en el disparate que estoy presenciando. ¡Esa chica en el sofá soy yo! Es decir, es mi cuerpo de humana lo que estoy mirando justo ahora. Todavía llevo puesto el traje ajustado de la fiesta. Ni siquiera me saqué las botas de tacón alto tan incómodas que escogí. ¡Nada de esto tiene sentido!

Doy pasos lentos hacia la muchacha, ¿o debería decir hacia mí misma? Ya no sé de qué estoy hablando. Si de verdad se trata de mí, tal vez logre romper este horroroso trance sacudiéndome. Pero ¿y si me hago daño? Tal vez estoy herida y por eso no he despertado. Trago saliva despacio e intento calmar mi respiración. Debo tener mucho cuidado, pues podría poner en riesgo mi vida si soy imprudente, o al menos eso es lo que creo.

Me acomodo lo suficientemente cerca del cuerpo de la chica para distinguir todos los detalles. Recorro con la vista cada centímetro de su ropa. No parece haber nada fuera de lugar. Sin embargo, tengo la sensación de que no está respirando. ¿¡Me morí!? ¡No, no, no! ¡Tengo que dejar de pensar en pavadas! Coloco la garra sobre el cuello de la muchacha en busca del pulso. Siento que se me desgarra algo adentro cuando no percibo nada. Entonces, me acerco a su nariz para escuchar si respira. Quiero gritar cuando me doy cuenta de que tampoco hay movimiento ahí.

En un arranque de desesperación, abrazo el torso de la mujer. Lo estrecho con todas mis fuerzas mientras maúllo a todo pulmón. De forma inesperada, un vapor helado empieza a salir desde mi boca tras cada maullido. Cuando la nube fría alcanza los labios resecos de la chica, la inexistente respiración de ella reaparece de repente. Aspira una enorme bocanada de aire que la hace arquear la espalda. Sus brazos y piernas tiemblan. Poco después, empieza a toser sin control alguno.

Cada vez que ella tose, su organismo le roba energía al mío. Es como si me estuviera apagando poco a poco mientras la sostengo, pero no por ello dejo de aferrarme a su pecho. Estoy convencida de que debo hacer esto. En unos instantes, mis extremidades se vuelven pesadas. Me duele moverme. La gravedad actúa sobre mis párpados forzándome a dejarlos caer. A pesar de que lucho por mantenerme despierta, mis músculos se aflojan por completo.

Cuando siento que la última gota de energía en mí está a punto de evaporarse, abro los ojos de golpe. Me estremezco de frío y se me pone la piel de gallina. Puedo escuchar el castañeteo de mis dientes. Me muevo como un pez fuera del agua en busca del oxígeno. La presión en mi pecho me altera hasta el punto de hacerme chillar de miedo. Hay algo aplastándome. Levanto los brazos para empujar la masa oscura lejos de mí, pero noto que es mi gato justo antes de arrojarlo contra el suelo.

—¡Salem! ¡Perdoname, por favor! ¡Casi te aviento! ¡Me asustaste, loco! —exclamo mientras lo estrecho con cariño.

Me incorporo en el sofá y miro a mi alrededor, perpleja. Juraría que estaba en mi cama hace apenas un rato. Cuando veo el brillo del cuero de mi disfraz, comprendo que sigo vestida, como si acabara de llegar de la fiesta. ¿Tan cansada estaba que me dormí acá apenas entré? No recuerdo nada de eso. Me parece rarísimo porque suelo tener muy buena memoria. Sea como sea, trato de restarle importancia a la situación. Me levanto para encaminarme hacia la ducha. Un buen baño siempre me despeja la mente.

Coloco al gato en el piso antes de avanzar. Justo en ese momento, se le erizan los vellos y gruñe hacia algo que está detrás de mí. Con cierto recelo, me doy la vuelta para ver qué puede ser, pero no se distingue nada ahí. Cuando me volteo de nuevo, Salem agita algo parecido a una segunda cola durante una fracción de segundo. Me froto los ojos como acto reflejo. Al abrirlos otra vez, la ilusión óptica desaparece.

Alguien le echo droga a las bebidas o la falta de sueño me está provocando visiones. No sé por qué, pero me da la sensación de que alguien más estuvo conmigo en el apartamento. ¿Será que me emborraché y por eso tuvieron que cargarme hasta acá? Nunca me ha pasado, pero esta podría haber sido la primera vez. Mañana se lo voy a preguntar a Tati.

Mientras tanto, mi gato se marcha sereno trotando hacia la habitación y yo me voy hacia el cuarto de baño. Empiezo a frotarme el cuerpo con jabón perfumado y agua caliente. Cierro los ojos y entono la canción que puse en la radio. De la nada me entran ganas de imitar un maullido y, sin detenerme a pensar en el porqué, lo hago. Ese pequeño arranque de locura me pone de buen humor.

Cuando salgo de la ducha, el espejo está empañado. Tomo una toalla para limpiarlo y luego soplo el vidrio. Mi aliento choca contra el espejo, dejándolo escarchado. ¡La concha de la lora! ¿¡Qué mierda pasa acá!? Deslizo los dedos sobre el cristal y salen secos. No hay rastros de humedad, tampoco se siente frío. Miro una y otra vez para convencerme de que mis ojos funcionan y sí, es un simple espejo lo que veo. ¡En serio necesito irme a dormir ya mismo!

Apago la luz del baño y me apresuro a irme a la cama. Mañana será un largo día. Al recostarme, Salem se sube al colchón y se acerca, pero no se echa. Parece estar alerta. Se queda mirando hacia mi rostro por largo rato sin moverse de su lugar. Intento acariciarlo, pero se aparta. Tiene la misma posición que usa cuando va a cazar palomas en el balcón. No entiendo qué le pasa.

De repente, él da un salto rapidísimo hacia el cabecero. Su vientre roza mi frente y cae en el borde de la almohada, justo al lado de mi cabeza. Grito por lo inesperado del movimiento y me incorporo para ver lo que Salem está haciendo. Entre el hocico y las patas delanteras, noto que sostiene una bolita azul transparente. Se ve muy brillante, parece fuego. No sé de dónde la sacó, porque jamás le he comprado un juguete así. Trato de quitársela, pero me rehúye. Sin previo aviso, abre la boca al máximo e inhala. La pelota se deshace al instante, como si se la hubiera tragado.

—Salem, ¿¡qué carajo te comiste vos!? Vení para acá, dejame revisarte —digo mientras lo agarro con las dos manos.

Al tenerlo cara a cara, mi gato se me queda mirando fijamente a los ojos. Sus grandes pupilas redondas se concentran en las mías. Sin razón aparente, empiezo a sentirme adormilada. El color amarillo de sus iris es lo último que veo antes de caer rendida por el sueño...

***

La criatura en la que me basé pertenece al folclor japonés. Se trata del Nekomata. También usé una pequeña referencia al Onibi, pueden acceder a su historia en el vínculo externo,

Claudette.

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