BIBIDI BABIDI BLOOD
Por: wickedwitch_
Aquella noche tuve un mal presentimiento...
Aunque no fui consciente de su magnitud hasta que fue demasiado tarde.
*
El callejón me era desconocido. Miré a ambos lados con el corazón latiéndome a toda velocidad, buscando algo que me ayudara a orientarme; el cielo nocturno que podía atisbarse a través de los altos edificios estaba plagado de algunas nubes oscuras que parecían augurar la llegada de la lluvia.
Llevé mis manos de manera inconsciente hacia los bolsillos del mullido anorak que llevaba puesto con el propósito de encontrar mi móvil para poder llamar a alguien. Mientras tanteaba entre la tela pensé en las dos únicas opciones que tenía: Wendy seguramente se burlaría de mí por mi torpeza, echándome de nuevo en cara que no quisiera hacer uso de mi magia; Jocelyn, por el contrario, se limitaría a suspirar con resignación antes de claudicar y venir en mi ayuda.
El pánico hizo acto de presencia cuando mis manos no dieron con el dichoso aparato, que siempre solía llevar conmigo. Rebusqué con mayor ahínco, convenciéndome a mí misma de que el móvil tenía que estar ahí, escondido en alguno de mis bolsillos...
Pero no había nada.
Sentí cómo la respiración se me aceleraba, cómo las manos empezaban a sudarme ante la idea de encontrarme en aquel lugar desconocido y sin ningún dispositivo que pudiera sacarme de aquel apuro.
La insidiosa voz de Wendy se coló en mis pensamientos: «Devlin, Devlin, Devlin —canturrearía con una oscura sonrisa—. ¿Qué clase de bruja se lamentaría de no tener su móvil teniendo a su disposición su propia magia? Patético...»
Apreté los puños con rabia, incapaz de ignorar la ilusoria imagen de mi hermana mayor que mi mente había decidido conjurar con el único propósito de atormentarme. Quizá debía reconocer que Wendy tendría razón en aquella ocasión al aguijonearme con sus comentarios sobre mi ineptitud al no emplear mi propio poder para conseguir salir de allí.
La magia corría por nuestras venas —por mis venas—, aunque Jocelyn se esforzara por fingir lo contrario.
Relajé mis manos y contemplé mis palmas, pensativa. ¿Podría intentar crear una proyección de mí misma para moverme más deprisa? La abuela nos había mostrado algunos aspectos de la magia, los suficientes para ayudarnos a no permitir que fuera ella la que nos controlara a nosotras; sin embargo, y a pesar de la reticencia de nain a seguir enseñándonos, habíamos permitido que nuestra curiosidad, nuestro deseo de saber más nos empujara a colarnos a escondidas en el desván o en el clausurado despacho del abuelo para tomar prestados algunos de los polvorientos volúmenes que allí se mantenían guardados.
Inspiré hondo.
Con los ojos cerrados en señal de concentración, traté de recrear en mi mente una imagen de mí misma, proyectando parte de mi esencia. Aguardé a sentir el familiar tirón en el vientre, el chisporroteo de mi magia...
... pero no pasó nada.
Entreabrí los párpados y extendí mis brazos para contemplar mis palmas con expresión confusa, sin entender qué había podido fallar. Probé a repetir los pasos de nuevo, obteniendo el mismo —y frustrante— resultado. Un nudo de incomprensión y temor empezó a formarse en mitad de mi garganta. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué no era capaz de invocar mi poder?
¿Por qué parecía como si no quedara en mi interior ni una gota de magia...?
Con todas aquellas preguntas revoloteando por mi cabeza, dirigí mis pasos hacia el extremo opuesto del callejón, desde donde podía atisbar la esperanzadora luz que emitían las farolas. El cielo continuaba encapotado, dándome un breve margen antes de descargar la furiosa tormenta que estaba reteniendo sobre mí.
Palpé inútilmente mis bolsillos con la vana esperanza de encontrar mi móvil. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando creí ver una silueta moviéndose a unos metros de distancia, fundiéndose entre las sombras.
Me quedé paralizada, con todo el vello erizado y las alarmas sonando dentro de mi cabeza, advirtiéndome de un peligro que no podía ver...
Aunque sí intuir.
Abrí mis palmas mientras dejaba que mi mirada escaneara mi entorno, buscando la amenaza que mi instinto parecía haber detectado. A pesar de mi fallido intento de invocar una proyección, no debería resultarme difícil un hechizo de protección. Quizá incluso pudiera valerme de algún elemento para poder defenderme de lo que hubiera allí escondido.
Apuntalé mis pies en el suelo al distinguir con mayor claridad la figura que antes se había deslizado como una sombra y preparé mis manos, a la espera de que se acercara lo suficiente para lanzar mi ataque. Mi corazón pareció saltarse un latido cuando la luz pareció incidir en ella de refilón, permitiéndome distinguir un largo cabello oscuro y unos rasgos...
—¿Wendy? —mi voz sonó chirriante—. ¿Wendy, eres tú?
Quizá mi hermana había decidido burlarse de mí de ese modo, empleando alguno de sus trucos para intentar atemorizarme... o quizá obligarme a que usara mi magia. Entrecerré los ojos y forcé a mi vista a que se focalizara, buscando comprobar si realmente se trataba de Wendy.
La risa que dejó escapar la sombra sonó claramente femenina, al igual que desconocida a mis oídos.
—Error —canturreó la mujer... la chica, me corregí un instante después, cuando por fin se detuvo y dejó de ampararse en la oscuridad, pues no parecía tener más de diecisiete o dieciocho años.
No me había equivocado al advertir su cabellera negra, pero lo que más llamó mi atención fue sus perfectos rasgos. El poder que parecía emanar de sus ojos azules, invitándome a acortar la distancia entre ambas para contemplarla mejor.
Como si hubiera adivinado el hilo de mis pensamientos, la misteriosa chica esbozó una media sonrisa y sus dientes dejaron escapar un destello amenazador.
—¿Quién eres? —le pregunté, intentando retroceder un paso. No obstante, mis piernas no parecieron querer cooperar conmigo, dejándome clavada en el sitio.
Ella ladeó la cabeza y tuve la sensación de que estaba jugando conmigo. Había algo en su presencia, en el aire que parecía rodearla, que no encajaba del todo. ¿Qué hacía allí, de todos modos? Las alarmas aún seguían resonando con fuerza dentro de mi cabeza, advirtiéndome que la amenaza no había desaparecido.
Que la amenaza provenía directamente de la desconocida.
—¿Qué eres...?
Una sonrisa traviesa jugueteó en sus labios.
—Últimamente me han llamado de muchas formas diferentes —contestó con un timbre ácido—: monstruo, demonio, su peor pesadilla... Pero yo prefiero una en especial.
Un relámpago de terror me embargó al ver cómo, en un simple pestañeo, la chica se desvanecía. Cuando obligué a mis piernas a moverse, estas no tardaron en responder a mi urgente necesidad.
Corrí hacia la salida del callejón, permitiendo que mi instinto de supervivencia tomara las riendas de la situación.
Ahogué un grito de frustración al sentir una mano asiéndome con insultante facilidad de mi abrigo, frenándome en seco. Me giré como un resorte sobre la punta de mis pies, dando forma a un hechizo dentro de mi cabeza, y alcé la mano que tenía libre hacia la desconocida.
Pero mi magia volvió a fallar.
El aire dejó de entrar en mis pulmones cuando la mano de la chica me aferró por el cuello, hundiendo sus dedos con saña en mi carne. Una chispa de temor se encendió en mi pecho al contemplar más cerca el joven rostro de aquella criatura, el brillante azul de sus iris y el hambre voraz que se adivinaba en ellos.
—Es una auténtica lástima —suspiró ella con un tono lastimero, antes de hacer que sus labios se retiraran lo suficiente para mostrar unos afilados y puntiagudos colmillos. Su verdadera naturaleza salió a la luz, dejándome durante unos instantes descolocada y haciéndome recordar las historias que nain nos había contado a mis hermanas y a mí siendo niñas sobre criaturas y seres como nosotros que habitaban en otros mundos—. Pero él tampoco tuvo piedad conmigo cuando me abordó en aquel callejón, tan similar a este, ¿lo sabías? No le importó condenarme a esto —había una rabia primitiva en sus palabras que hizo que se me erizara el vello al mismo tiempo que boqueaba por un poco de oxígeno para mis pulmones.
De un brusco movimiento me obligó a trastabillar hasta que nuestros rostros quedaron a unos centímetros de distancia. Sus dedos continuaban presionando mi tráquea, bloqueándome y privándome de una simple bocanada de aire, provocando que empezara a sentir los primeros síntomas de asfixia. La mirada de la chica se oscureció al observarme. ¿Estaría pensando en su pasado? ¿Vería en mí un reflejo de ella misma?
Vacía de mi propio poder, abandonada por mi magia, supe que aquel sería mi final.
Solo un milagro de las diosas podría salvarme de aquel funesto destino... y dudaba que intercedieran por mí. «¿Quién fuiste? —quise preguntarle a la criatura rota y sedienta de venganza que me aferraba por la garganta—. ¿Quién eras antes de que te destrozaran la vida de este modo...?»
Como si hubiera sido capaz de leer mis pensamientos, la expresión de la vampira se ensombreció.
—Galatea —fue su imperceptible respuesta, casi un susurro—. Prefiero que me llamen Galatea.
El dolor estalló por todo mi cuerpo cuando se abalanzó sobre mí, hincando con ira sus dientes en mi cuello desnudo. Noté el modo en que las puntas perforaban mi carne con una facilidad pasmosa, haciendo que una oleada de fuego líquido fuera extendiéndose poco a poco. Los bordes de mi visión se ennegrecieron a causa de la agonía y un extraño cansancio pareció aposentarse en mis huesos; no supe si logré gritar o qué pasó después de que Galatea me atacara con semejante brutalidad...
La oscuridad me tragó entera.
*
«¿Estoy muerta?»
Aquello fue lo primero que se me pasó por la cabeza al ver que la muerte no se parecía en absoluto a lo que había imaginado. En especial porque era capaz de sentir un eco dolorido por todo mi cuerpo, como si hubiera tenido muchísima fiebre.
Probé a tratar de entreabrir mis ojos, forzando a mis párpados a separarse con esfuerzo. Aún continuaba en aquel viejo callejón, presumiblemente tendida en el suelo, ahí donde había caído después de que la vampira me hubiera abandonado a mi suerte.
Llegó el momento de dar el siguiente paso, ahora que había comprobado que Galatea no había logrado su objetivo de desangrarme: con cuidado, me incorporé sobre los codos y tomé una trémula bocanada de aire, notando una extraña quemazón en las paredes de mi garganta.
Se me escapó un gemido cuando llegó el momento de ponerme en pie y una miríada de sonidos pareció golpearme con la contundencia de un yunque contra mi cabeza. Cubrí mis oídos con las manos, intentando ahogar la incesante cacofonía que aún rebotaba dentro de mi cabeza y cuyo timbre había descendido gracias a la protección que me brindaban mis palmas.
Estudié mi entorno, con los oídos aún bien cubiertos. A la mortecina luz que se colaba a través del manto de nubes que encapotaba el cielo me brindó una mejor perspectiva que ¿la noche anterior?, pues había perdido por completo el sentido del tiempo. El callejón me resultó igual de desconocido, quizá por encontrarse en algún rincón perdido del pueblo.
Avancé casi dando tumbos hacia la salida, conmocionada y confusa. Mi magia continuaba apagada en mi interior, acrecentando el nudo de nervios que se retorcía en mi estómago; sin móvil y sin mi poder, lo único que me quedaba era pedir ayuda a la vieja usanza: salir de allí y abordar a cualquier transeúnte que se cruzara en mi camino.
Mis pies se quedaron clavados sobre el asfalto cuando me vi reflejada de refilón en una hilera de ventanales casi opacos: la imagen que me devolvió la mirada fue borrosa e indefinida. Apenas podía reconocer mis propios rasgos, como tampoco la ropa que vestía, el pesado anorak; una extraña inquietud me embargó, empujándome a apartar la mirada y a reanudar mi marcha hasta la boca del callejón.
El ardor de la garganta se intensificó al tomar una brusca bocanada de aire al poner un pie en la calle.
Aquel lugar definitivamente no era mi pueblo.
Era demasiado urbanita, nada que ver con la decrépita apariencia de mi hogar, siempre anclada en el pasado. Me quedé asombrada al contemplar los imponentes edificios cuyas cumbres parecían rozar el cielo, los intensos aromas que se entremezclaban en el aire, algunos de ellos completamente desconocidos.
Tardé unos instantes en ubicarme, hasta que un llamativo autobús de dos plantas de un potente color rojo cruzó la carretera.
Londres.
Pero ¿en qué momento —y lo más importante: cómo— había terminado allí?
*
Vagué por la ciudad sin rumbo alguno, dejándome llevar por mi instinto. La zona donde aquella vampira me había atacado no parecía encontrarse muy concurrida, por lo que no tuve oportunidad de ejecutar mi plan inicial; además, aún seguía conmocionada por el hecho de estar en una ciudad como Londres y no entender cómo era posible.
En un par de ocasiones traté de invocar mi magia, sin éxito. Las incógnitas sobre aquel aterrante misterio no dejaban de dar vueltas en mi mente, creándome una mayor confusión.
El sordo dolor que había palpitado en mis sienes había disminuido, lo mismo que la cacofonía de sonidos parecía haberse convertido en un murmullo constante y tolerable. El problema continuaba en mi garganta, en la quemazón que arañaba las paredes como una ascua ardiente pidiendo ser saciada. Me la froté con una mueca, descubriendo una costra de sangre reseca en la zona donde Galatea me había mordido.
De repente, dejé de caminar. Me quedé quieta, inmóvil como una estatua, mientras las piezas comenzaban a encajar lentamente, trayendo consigo una repentina sensación de vértigo; mis dedos rozaron de nuevo el cuello, buscando un indicio que no estaba ahí.
Las heridas que debían haberme provocado los afilados colmillos de la chica.
Pero la carne estaba ligeramente rugosa bajo mis yemas, el único indicativo de lo que una vez hubo allí: una vieja cicatriz de la mordida.
Todo mi cuerpo empezó a temblar descontroladamente al seguir uniendo pieza tras pieza. ¿Habría sido esa la intención de Galatea? ¿Ese ataque desesperado y lleno de una rabia casi primitiva habría sido con el propósito de... transformarme?
«Oh, no —mi mano ascendió hasta mis labios, con un destino concreto—. Mierda, mierda, mierda...»
La afilada punta de uno de mis colmillos pinchó mi dedo, dándome la respuesta que había esperado no averiguar. El doloroso palpitar que sentía en la garganta se intensificó cuando llegué a la siguiente —e inquietante— conclusión: yo también me había convertido en una vampira.
*
Estaba perdida.
Perdida en una ciudad que me era desconocida, a kilómetros de distancia de mi verdadero hogar... y transformada en una criatura que había llenado las tétricas historias con las que Wendy en ocasiones intentaba asustarme cuando éramos más pequeñas.
Me abracé a mí misma mientras deambulaba por las calles, consciente de cómo el cielo había ido oscureciéndose sobre mi cabeza y sin que una sola alma se cruzara en mi camino. Las preguntas no dejaban de sucederse dentro de mi mente, provocando que una molesta punzada se instalara en mis sienes...
Y que no fuera consciente de los sigilosos pasos que parecían seguirme de cerca.
Las alarmas parecieron saltar dentro de mí al escuchar el ligero roce de dos pares de zapatos sobre el asfalto. Con discreción, espié por encima del hombro, creyendo distinguir la figura de dos hombres a unos metros de distancia; sus prendas negras y el modo en que se movían eran indicativo suficiente de que no se trataba de dos transeúntes normales. Aceleré el paso, haciendo que mi frenética mirada buscara el modo de deshacerme de mis perseguidores, de que perdieran mi rastro.
Mis pasos trastabillaron cuando miré por segunda vez por encima del hombro, descubriendo que ambos parecían haberse desvanecido en el aire. Aspiré una nerviosa bocanada de aire, girando la cabeza en todas direcciones...
«Eres tan patética, Devlin», oí que me decía la voz de Wendy dentro de mi mente.
Traté de ignorarla, centrando mis esfuerzos en encontrar una zona mucho más iluminada y transitada. Mi intuición me decía que estaban ahí, en alguna parte, ocultos.
Que yo era su objetivo.
Eché a correr, sin importarme lo más mínimo ponerme en evidencia. Mis pasos resonaron en aquella calle vacía mientras una tímida llama de esperanza se prendía en mi pecho al distinguir una repentina luminosidad a unos metros de distancia; por unos segundos todo pareció desvanecerse a mi alrededor al pensar en lo cerca que me encontraba de conseguirlo.
Hasta que algo —o alguien— chocó contra mí, desestabilizándome y arrastrándome hacia otro rincón oscuro como el que me había recibido al aparecer allí. Una mano me aferró por el anorak, empujándome con brusquedad hasta que mi cuerpo impactó contra un muro; mis ojos se abrieron de par en par, llenos de horror, cuando contemplé cara a cara a uno de mis perseguidores.
Debía rondar la veintena —o quizá era un par de años mayor—. Sus facciones afiladas le conferían un aspecto intimidante, lo mismo que sus ojos azules, que me observaban con una escalofriante intensidad bajo unas espesas —pero bien cuidadas— cejas oscuras. Me encogí ante el peligro que desprendía el desconocido, ante el poder que parecía emanar de su cuerpo.
—Sé suave con la señorita, Derek —oí que decía una voz masculina a unos metros.
El tipo que me sostenía, y que atendía al nombre de Derek, pareció ignorarle por completo. Su compañero se acercó entonces a nosotros, desvelando a un muchacho de edad similar a la de mi captor, con unos ojos castaños que brillaban con un ápice de amabilidad, lejos de la frialdad que recubría la mirada de Derek.
—Cállate, Bala —bufó antes de entrecerrar los ojos, atento a mí—. Terminemos esto cuanto antes.
Alterné la mirada entre ambos, atemorizada.
—Por favor —musité con un hilo de voz.
Bala ladeó la cabeza, curioso. Derek se limitó a presionarme contra el muro.
—Por favor —repetí—. Necesito ayuda. Una chica... ella... Me emboscó y luego...
Las palabras se atropellaron dentro de mi boca al ver la extraña mirada que compartían aquellos dos, vampiros a todas luces por la chispa de reconocimiento que atisbé en sus ojos. La desesperación empezó a hacer mella en mi interior. ¿Y si estaban tras la pista de la vampira que me había atacado, Galatea?
—Puedo deciros todo lo que sé —les ofrecí, creyendo que eso sería suficiente.
—Derek...
—No —le interrumpió—: lo haremos a mi modo.
Sus ojos azules se clavaron en los míos antes de sentirle. Un dolor estalló dentro de mi cabeza cuando Derek se internó en mi mente gracias a sus propios poderes; pude percibir su consciencia internándose en mis recuerdos con la fuerza de un camión de gran tonelaje, moviéndose a su antojo. Como una simple espectadora, no pude hacer más que observar cómo las imágenes —imágenes desconocidas— pasaban frente a mí hasta detenerse en la de la noche anterior, justo en el momento en que Galatea me mostró su rostro.
—La tengo —fue todo lo que dijo cuando se retiró.
Pensé que me liberaría después de haber conseguido lo que buscaba, pero la expresión del vampiro era igual de pétrea que antes. Bala parecía más apagado que unos minutos, sabiendo lo que tramaba su compañero.
—Lo siento —escuché la disculpa de Derek—. No es nada personal.
Lo último que vi fue su mano incrustándose en mi pecho, atravesándolo.
*
Un alarido brotó de mi garganta, pero el dolor nunca llegó.
Abrí los ojos de golpe, encontrándome cara a cara con la expresión de retorcido deleite de Wendy; su mirada relucía a causa de la magia, que aún parecía flotar en el ambiente. Tras ella reconocí mi dormitorio, donde debía haber estado todo el tiempo.
—¿Qué has hecho conmigo? —inquirí, llevándome una mano al pecho.
Wendy me guiñó un ojo, sin contestar.
* * *
¡Pequeños murcielaguitos (chiste malo, pésimo jeje), feliz Halloween / Día de los Santos / Día de los Muertos! Seguro que más de uno recuerda a nuestra entrañable (pista: no mucho) Galatea... o a nuestra pequeña Devlin y esto les ha removido un poco los recuerdos, poniéndoos el corazón un poco modo bizcocho: blandito, suave y espojoso. Quiero aclarar que lo contenido en este relato (y que ha sido todo un golpe de suerte, gracias a los elementos, al Karma, quien sea) realmente sucede en algún punto de las dos historias, aunque nunca antes se haya mostrado.
En Midnight: es ahí donde Derek y el resto, después de recibir el chivatazo (ejem, ejem, más de une sabrá quién fue el chivato), supieron a quién estaban buscando.
En Peek a Boo: lo que ha hecho Wendy con Devlin tendrá relevancia de cara al futuro... y ahí lo dejo (jeje)
Sed traviesos, disfrutad y no olvidéis: truco o trato.
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