6. Pueblo maldito

Tic, tac sonaba el reloj. El tic se transformó en un pom, dieron las doce en aquel viejo y enorme reloj.

Situado en el centro de la plaza del pueblo, algo tan insignificante provocó que todos corrieran despavoridos hacia sus hogares. Las puertas se cerraban a la par en una perfecta sincronía.

Los más ancianos incluso tapiaban las ventanas, mientras que los jóvenes simplemente se acurrucaban asustados en sus camas.

Bajo aquel reloj, enredado en una manta se encontraba un adulto falto de esperanza. Todos sabían lo que ocurría a quien fuera se quedara, sin embargo a aquel señor ya no le importaba. No creía en nada, ni la vida misma le interesaba, solo quería desentrañar aquel secreto que entre las sombras cada noche se escondía a la caza.

Él, la presa, esperaba ansioso a su cazador.

La sombra se acercaba en forma de niebla por la entrada del pueblo, proveniente del bosque que los rodeaba. Las farolas comenzaban a parpadear hasta que cuando las cubría sus bombillas se apagaba o explotaban en pedacitos de cristal.

Se acercaba a la plaza, tiñendo todo de negro y cubriendo de oscuridad y temor cada casa de aquel pequeño pueblo.

Al instante el señor se arrepintió, preso del miedo intentó volver a refugiarse en su casa. Ya era tarde, presa del pánico sus piernas no respondían a sus llamados y súplicas. Miró aterrorizado a la muerte que se cernía sobre él, cerró los ojos y permitió que aquel manto cayera sobre él.

Silencio.

No se escucharon gritos, tampoco pasos. Como la muerte con su guadaña actuaba aquel manto que la guardaba.

A la mañana siguiente todos se acercaron a la plaza. No había rastro de aquel señor que aguardaba durante la noche, ni siquiera de su manta. 

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