Spanish Winner
"Llamador de ángeles" by @CarnavalDeMonstruos
La relación de los humanos con el amor nunca ha sido fácil. Lucius, que quería creer que estaba más allá de eso, llevaba años trabajando en el Ministerio de Asuntos Amorosos, como uno de los muchos ángeles que intervenían en esa área. Entre los distintos roles que existían estaban los de quienes ayudaban a parejas a reunirse, o quienes consolaban corazones rotos.
La principal tarea de Lucius, sin embargo, estaba entre las menos populares: no se especializaba en unir personas, sino en mantenerlas separadas. Es cierto que hay momentos en que es mejor estar solo que mal acompañado, así que cuando era necesario, Lucius intercedía para ayudar a resistir confesiones amorosas no bienvenidas, o para auxiliar a quienes necesitaban tomar fuerzas para romper una relación.
Un gran peligro dentro de su área eran los elementales del deseo, espíritus traviesos que se divertían esparciendo semillas de atracción al azar, sin tener en cuenta posibles ramificaciones, a veces con resultados catastróficos. Los humanos no tenían defensa contra ellos, y así es como muchos terminaban en relaciones dañinas por haberse dejado llevar por un impulso del momento.
En ocasiones, cuando un elemental cometía una travesura, un ángel era enviado para poner las cosas en su lugar. Había un elemental en especial, conocido como Silas, que gustaba de actuar en los dominios de Lucius. A Lucius le extrañaba que llevaba ya semanas sin verlo, y cada tanto se descubría preguntándose dónde estaría, y luego preguntándose por qué se lo preguntaba. Por eso, cuando la jefa de su departamento lo llamó para asignarle un caso urgente, una parte de sí esperaba que tuviera algo que ver con Silas.
—Lucius, tenemos un reporte de posible actividad de un elemental del deseo en un entorno de alta vulnerabilidad —explicó su jefa, transmitiéndole las coordenadas—. Tu presencia allí es requerida para controlar que no haya disrupciones importantes. Esta vez no puedes fallar.
No siempre era posible o necesario interrumpir las acciones de los elementales, pero cuando un ángel recibía la orden directa de supervisar, era porque algo importante estaba en juego. En este caso se trataba de una boda. ¿Sería Silas el involucrado? De ser así, no sería la primera vez.
Descendió sobre el patio de la iglesia donde se celebraría la boda justo cuando se ponía el sol y las luces exteriores se encendían, iluminando las esculturas religiosas que adornaban la entrada. Los invitados charlaban animados sin notar su presencia, excepto por una niña que se quedó viéndolo con extrañeza. La mayoría de los humanos no podía ver a seres de otras realidades a no ser que ellos eligieran volverse visibles, pero algunas personas tenían una sensibilidad especial, y esa pequeña era una de ellas. Lucius le sonrió. Si la niña hablaba, sus padres atribuirían sus palabras a una imaginación activa.
Sin perder tiempo, Lucius guardó sus alas y entró a la iglesia, enfocándose en encontrar el origen de la energía del elemental que venía desde adentro. Avanzó por el sector central hacia la parte del púlpito y al mirar hacia arriba lo vio: estirado boca abajo sobre la espalda de la estatua de un ángel que se inclinaba sobre el altar y admirando la vista como un gato desde lo alto de la escalera, estaba el elemental que buscaba.
Tal como había previsto, se trataba de Silas, a quien tanto le divertía juguetear en su territorio. La leyenda de Cupido tenía origen en los elementales del deseo, aunque a diferencia de las representaciones artísticas, ellos no se veían como bebés regordetes. Solían tomar la forma de jóvenes adultos y eran amantes de la belleza. Silas llevaba puesta una túnica de un material perlado de tonalidades rojizas que se ajustaba a algunas partes de su cuerpo mientras que dejaba otras al descubierto. Sus ojos, siempre cambiantes, reproducían el ámbar del fuego de las velas que decoraban el altar.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Lucius entre dientes, en parte enojado consigo mismo por la chispa de excitación que sentía al verlo de regreso.
—¡Ah, Lucius! —exclamó Silas, sonriendo—. Siempre tan simpático. ¿Por qué ese empeño en creer lo peor de mí sin evidencia alguna?
—¿Vas a decirme que has venido a ver la boda y nada más?
—Podría ser, ¿por qué no?
Silas rio, y su risa, condenadamente encantadora, hizo eco en cada rincón. Lucius apretó los puños. El novio acababa de llegar y estaba ahora frente al cura que uniría a la pareja en matrimonio. Cuando la música comenzó a sonar, la novia atravesó la puerta de entrada.
Lucius, que no podía intervenir a no ser que hubiera una amenaza clara, mantuvo los ojos fijos en Silas, que lo saludó con una mano desde su refugio en las alturas. La vez anterior en que Silas había hecho de las suyas en una boda, el cura había huido con el padre de la novia, sin que Lucius pudiera hacer nada al respecto. Los efectos de las semillas de atracción de los elementales eran temporales, aunque a veces los afectados terminaban unidos por amor verdadero. Contra todo pronóstico, aquel caso había sido uno de ellos, pero a pesar de eso Lucius lo recordaba como uno de sus grandes fracasos, y no quería dejar que se repitiera.
Para sorpresa de Lucius, la ceremonia transcurrió sin interrupciones. Ni el novio se fue con alguna abuela, ni la novia decidió a último momento que prefería a la modista. Manteniéndose en guardia, Lucius observó a Silas mientras este abandonaba su lugar y bajaba con gracia hasta el nivel del suelo, haciendo uso de los pliegues de su vestimenta para desplazarse por el aire.
—¿Qué estás tramando? —preguntó Lucius, cuando tuvo a Silas frente a sí.
—Imaginé que vendrías si me aparecía por aquí.
—Tiene que haber otra razón.
—Extrañaba tus reproches, gruñón —respondió Silas, guiñando un ojo—. ¿No es razón suficiente? ¿No me extrañabas también, aunque fuera un poquito?
Lucius guardó silencio. La pregunta le molestaba. Y le molestaba que le molestara. Los invitados fueron retirándose de la iglesia, para ponerse en camino hacia la fiesta de celebración, hasta que nada más quedaron Silas y Lucius parados frente al altar donde los novios se habían jurado amor eterno.
—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó Lucius, rindiéndose a su curiosidad.
La expresión de Silas se volvió seria.
—Tuve un encuentro con un demonio en que salí perdiendo —respondió—. Sabes cómo pueden ser. Todavía estoy recuperándome —agregó, estirando un brazo hacia Lucius, invitándolo a examinarlo.
El aura de Silas era cálida y relajada, pero al prestar atención a las muñecas, Lucius vio la sombra de surcos que reconoció como huellas de heridas de origen demoníaco. Las provocaban el contacto con armas, elementos restrictivos o ataques directos. Su energía oscura no solo quemaba de forma superficial, sino que penetraba en sus víctimas debilitándolas por dentro. Él mismo tenía experiencia con ese tipo de lesiones, y sabía lo dolorosas que podían ser. Levantó la vista y se encontró con la mirada de Silas sobre él.
—¿Estás bien? —susurró Lucius.
—Estoy aquí —dijo Silas, encogiéndose de hombros. Sus ojos habían tomado un tono acaramelado que imitaba el de los de Lucius. El color se veía diferente en él.
Su mano actuó por cuenta propia, y de pronto Lucius se descubrió acariciando la mejilla de Silas. La idea de que hubiera existido la posibilidad de no volver a ver a verlo le aterraba. Cediendo a un impulso, Lucius lo apretó contra sí para asegurarse de que no iría a ninguna parte, y al separarse sus labios se rozaron. Un toque bastó para encenderlo. El contacto inesperado le hizo querer más, y encontró ese algo en un beso que pasó de tímido a desesperado cuando se dejó arrastrar por un sentimiento que nunca antes había experimentado. No era solo un beso, era una llave abriendo una cerradura a una puerta escondida.
Se apartó confundido, sin terminar de entender lo que acababa de ocurrir, su interior burbujeante de nuevas emociones encontradas. ¿Cómo podía ser?
—¿Qué me hiciste? —preguntó Lucius—. ¿Usaste tu magia en mí?
—Aunque quisiera, no funcionaría. Tú sabes que no tiene efecto en ustedes, los ángeles.
—¿Cómo puede ser, entonces? No tiene sentido.
—Sí. Así funciona a veces el amor. Por eso da tantos problemas. ¿Crees que es fácil para mí? Si supieras cuánto tiempo llevo intentando sacarte de mi cabeza... ¡eres un ángel! No creí que tuviera chance. Así que, si no quieres saber nada con esto, entenderé. Me iré de este territorio y nunca más volverás a verme. Pero necesito saber. ¿Qué es lo que quieres?
Lucius suspiró. La mano de Silas estaba en la suya, tibia, palpitante. ¿Qué era lo que realmente quería? ¿Qué tanto lugar había en su vida de servicio para sus deseos egoístas? ¿Dónde se había visto un ángel enredándose en sus propios sentimientos? A veces las preguntas son complicadas y las respuestas son simples. Y cuando Lucius dio por fin la suya, sintió que un peso se levantaba de sus hombros:
—A ti.
Fin.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top