~CAPÍTULO 7~

Shanea

Las horas seguían pasando y yo seguía en aquella silla amarrada de brazos y piernas, ya tenía hambre y realmente me sentía mal, había llorado tanto que mi cabeza ahora dolía bastante y mis labios resecos me daban a entender que estaba deshidratada. Cuando creía que ya todo estaba perdido y que iba a morir en ese lugar, la puerta principal de la habitación se abrió dejándole el paso a una señora ya edad, sus canas adornaban sus cabellos, sus manos y rostro estaban cubiertas de arrugas, pero su gran edad no le quitaba aquella sonrisa simpática que mantenía mientras desataba los lazos que me mantenían sujeta a la silla ¿Acaso era un ángel? Sí ella me estaba ayudando era porque seguramente me iba a dejar ir.

Una luz de esperanza apareció de inmediato y mis condolencias pasaron a segundo plano, ayudé a la anciana para que su trabajo fuera más rápido y cuando estaba completamente libre, me apresuré a la puerta con una gran sonrisa, pero la voz de aquella mujer me hizo parar en seco.

—Allá afuera hay miles de guardias, si das un paso sin el permiso del jefe, ellos no dudarán en volarte la cabeza —advirtió tomando mi mano—. Te aconsejo que no hagas ninguna estupidez niña. Te llevaré a la habitación principal.

Mis esperanzas murieron de la misma forma que nacieron, las lágrimas no tardaron en salir nuevamente y el dolor de cabeza aumento, todo me daba vueltas y solo podía pensar en mis padres y lo preocupados que debían estar. Entre tantos pensamientos, dolores y desesperación, mi cuerpo fue cayendo al suelo con lentitud hasta que mi cabeza golpeó contra éste, de inmediato todo se volvió negro y ya no supe más del exterior.

Un dolor en mi rodilla y cabeza hicieron que soltara un jadeo, abrí mis ojos poco a poco mientras tocaba la venda que yacía en mi cabeza, mi rodilla también estaba vendada y en la mesa de noche había una pastilla para el dolor, tal vez debí haber pensado que era veneno, pero el dolor era tan intenso, que la tomé sin pensarlo dos veces. La habitación en la que me encontraba no era la misma de hace algunas horas; había una cama gigante en la que me encontraba, muebles de cuero adornando la inmensa habitación, en el suelo había una alfombra que no permitía sentir frío aunque se andara descalzo, las sábanas eran suaves y calidad, habían grandes ventanales que dejaban una vista maravillosa a la gran ciudad de los Estados Unidos y por último, pero no menos importante, un baño gigante que alcanzaba a ver desde la comodidad de la cama.

Mientras admiraba tanta riqueza, la puerta principal se abrió de golpe sin que me diera tiempo de huir. Aquel joven estaba vestido con un smoking que lo hacía ver realmente sexy, sus facciones estaban decaidas y su semblante era triste y enojado a la vez. No podía negar que sentía algo de lástima por él, tal vez era obligado por su padre a ser un criminal, pero no podía sacar conclusiones tan a la ligera.

—¿Te gusta? —preguntó una vez que se dio cuenta que estaba admirando todo.

—¿Qué? —cuestioné haciéndome la tonta.

—Nuestra habitación —habló— ¿Te gusta nuestra habitación?

—¿Nuestra? —lo miré con nerviosismo. Él solo rió.

—Así es, aquí dormiremos los dos cuando seamos marido y mujer.

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