CAPÍTULO 9
CUANDO CE SE MARCHÓ, Aspen no pudo volver a dormir.
Se acostó y contempló el techo.
La gente solía subestimar la capacidad de ordenar pensamientos mientras observaba el techo. Podía parecer ridículo, pero era cierto.
En la prisión, él solía hacerlo durante horas y le servía para calmar su mente, como en ese momento. Primero ordenó los recuerdos de la noche anterior y luego los de ese amanecer, cuando se despertó con Ce en sus brazos.
«No dejes que vuelva a sostenerte de esta manera nunca más. Pero... solo por esta noche déjame creer que está bien».
Y ella había cumplido su promesa.
Ce, que siempre era muy diferente a él. Siempre distante e indiferente. Y, sin embargo, le había demostrado que podía ver más allá de sí misma, que realmente le importaba aunque fuera un poco. Ella lo había sorprendido. Nunca había imaginado que lo afrontaría, no cuando ella parecía ahogarse en su propio mar de secretos y mentiras.
«No es tu culpa. Sé que amabas a Ben. Y él te amaba. Jamás podrías haberle hecho daño». Era la primera vez que alguien le decía algo así. Al menos alguien que creyera completamente en lo que decía.
Seis años atrás, muchas personas habían dicho muchas cosas, pero todo había sabido a mentiras... a excepción de sus abuelos. Sus padres, sus amigos, personas que conocía de toda su vida... Todos ellos le habían dado la espalda, lo habían traicionado. Muchos aún seguían sin creer en él. Otros siempre lo verían como culpable. Y, a pesar de todo, Ce confiaba en él. Aunque los recuerdos de ambos del pasado fueran escasos, ella confiaba en él.
«Eres un hombre bueno, Aspen. Siempre has sido un hombre bueno. Solo cometiste errores. Como todos. Como yo».
Aspen no estaba tan seguro. No estaba seguro de él ni de lo que debía seguir ahora. La muerte de Ben seguía allí, su recuerdo todavía vivía a través de la culpa y el dolor. Si dejaba de sentir eso, ¿entonces qué debía sentir? ¿Qué debía hacer? ¿Aún quedaban oportunidades para él? Porque al mirar a Ce, al aferrarse a ella y sostenerla en sus brazos, casi podía creer que sí.
Aspen salió de la cama, se duchó y se puso una última muda de ropa limpia. Entonces pensó que debía encontrar un local de lavandería. Y sabía que Ce también lo necesitaba con desesperación. El vestido había sido su delator.
Era la primera vez, en todo el viaje, que la veía usar uno. Obviamente, le desagradan, lo que confundía a Aspen porque aquel vestido azul de esa mañana le quedaba bien, demasiado bien, quizá. Su figura era delicada, sus curvas sobrias, sus piernas largas y bien torneadas. No entendía por qué parecía sentirse tan incómoda si era tan hermosa.
—¿Acaso no lo sabes? —dijo a nadie en particular.
—¿Qué es lo que no sé?
Aspen se sobresaltó. Se dio la vuelta y encontró a Ce en la puerta de la habitación. Ni siquiera la había escuchado llegar, pero allí estaba. Y lo sorprendió porque no lucía como siempre.
Ella estaba... radiante.
—¿Qué? —soltó impaciente, irguiendo una ceja y poniendo mala cara.
Aspen se quedó en silencio, grabándose esta nueva Ce en la memoria.
Ya no había ondas largas y doradas. Ahora su cabello era corto, lacio y muy rubio. Caía suave en una capa recta, por debajo de sus orejas y enmarcaban sus facciones. Sus ojos verdeazulados brillaban aún más. Su piel estaba brillante y sus mejillas ruborizadas. Sus labios no tenían el clásico labial rojo, estaban al natural.
—Estaba harta del cabello largo. Era molesto y común —agregó, cerrando la puerta y dejando a O en el suelo.
Luego caminó hasta la cama y se sentó, dándole la espalda.
—No me queda, ya lo sé. Puedes dejar de mirarme.
Aspen pudo detectar el leve tono de nerviosismo en su voz, aun cuando quería sonar indiferente. Sabía que le importaba lo que él pensara, que necesitaba escucharlo.
Aspen rio y se acercó hasta la cama, agachándose frente a ella.
—¿Acaso ahora puedes leer mis pensamientos? ¿Cómo sabes en qué estoy pensando cuando te miro?
Ce levantó el rostro y establecieron contacto visual. Aspen no podía estar seguro, pero le pareció que se ruborizaba un poco más. Ella se inclinó unos centímetros hacia su rostro y tocó su cabello con dedos inquietos.
—Quizá está más corto de un lado o muy rubio.
—No. —Aspen colocó una de sus manos sobre la suya. Ce dejó caer sus dedos y Aspen tomó un mechón de su cabello y lo acarició; era suave y brillante—. Es... perfecto.
Aspen esperó que ella se apartara, que retrocediera y pusiera distancia, pero no lo hizo, y se sintió bien. Quizá él debía alejarse, pero se sentía casi hipnotizado por sus grandes ojos azules y la firmeza de esa mirada...
Muy lentamente, acomodó el mechón rubio detrás de su oreja y sus nudillos trazaron el contorno de su mejilla. Ce separó ligeramente los labios y sus ojos se oscurecieron. Aspen tragó saliva. Su mirada cayó sobre su boca y sintió el repentino deseo de acariciarla con los dedos, de sentir su textura, y luego probarla con sus labios. Solo le tomaría un segundo. Un breve movimiento y podría dejar de torturarse...
En algún lugar, O ladró y la conexión se rompió. Aspen se apartó y alejó sus manos. Se aclaró la garganta y desvió la mirada hacia el cachorro, que estaba intentando trepar a la cama.
—Creo que te queda bien —dijo Aspen y su voz sonó extraña, incluso en sus oídos—. Es más... tu estilo.
El semblante de Ce perdió el nerviosismo y se volvió un poco serio.
—Gracias.
Sin decir más, él asintió y se levantó. Cuando puso algo de distancia entre ellos, Aspen sintió como si pudiera volver a respirar y a pensar con claridad.
—La señora Patterson dijo que podíamos bajar a desayunar —avisó Ce.
—¿La señora Patterson?
—La dueña de la posada. Además, nos invitó a la celebración de su aniversario esta tarde. Es algo causal. Tendremos que comprar un obsequio cuando salgamos más tarde.
Aspen pestañeó confundido.
—¿Me estoy volviendo loco o acaso estás siendo más sociable en esta hermosa mañana?
Ce puso los ojos en blanco.
—Simplemente han sido muy amables. Tuve que sacarlos de la cama solo para que me dijeran dónde podría encontrarte ayer por la noche.
—Eso fue muy valiente de tu parte.
—O muy estúpido.
Sí, él había sido muy estúpido. Si hubiera sabido que ella se pondría en riesgo por él, no se habría marchado y dejado sola. Si lo hubiera sabido, no habría resultado herida.
—¿Qué tal el golpe? ¿Te duele?
Ella se encogió de hombros.
—Viviré. ¿Y tus nudillos?
—Estoy bien —repuso Aspen, estudiando las vendas finas que ella había colocado alrededor de cada uno de sus dedos.
—Bien. —Ce asintió—. Es un poco tarde, pero creo que aún podemos desayunar. Luego buscaremos una lavandería.
Aspen esbozó una débil sonrisa y la siguió. Bajaron a la pequeña cafetería de la posada y se toparon con el señor y la señora Patterson, quienes estaban recibiendo a los huéspedes. Como Ce había dicho, eran una pareja muy amable. Tenían una hija pequeña, Mina, que correteaba por todo el lugar con O detrás de ella.
El desayuno transcurrió con calma. Ce estaba leyendo el periódico mientras Aspen alternaba miradas entre ella y el televisor. Al terminar, preguntaron por una lavandería. La posada no ofrecía ese servicio, pero les dieron indicaciones de cómo encontrar una en el pueblo. Se despidieron y recogieron su ropa antes de partir.
Estuvieron dos horas en el local de la lavandería. Se sentaron en una hilera de sillas de plástico frente a las lavadoras. Ce leyó durante todo el tiempo que estuvieron esperando mientras Aspen dormitaba a su lado. Cuando su ropa estuvo lista, limpia y seca, la doblaron y la organizaron en fundas.
Antes de volver al hotel, Ce quiso ir a la farmacia para conseguir un botiquín de emergencias para el resto del viaje. Habría sido una tarea sencilla, pero se detuvieron a discutir sobre cuál jarabe era más eficaz para la tos.
Ce ganó la discusión.
Después pasaron por el supermercado para comprar comida para O. Parecía otra tarea sencilla, pero empezaron otra discusión sobre las diferentes marcas de comida para cachorro y cuál preferiría O.
Ce volvió a ganar la discusión.
Su última parada fue un lugar de artículos para el hogar. Y esta vez, Aspen prefirió guardar silencio y dejar que Ce escogiera el regalo de aniversario para los Patterson, no porque estuviera cansado de discutir con ella, sino porque encontraba divertido verla hablar consigo misma mientras juzgaba las vajillas. Ce siempre parecía tener algo que decir, incluso para ella misma.
Aspen sonrió, se cruzó de brazos y la miró.
Entonces se percató de que era la primera vez que hacía tareas tan cotidianas y familiares, como ir a la farmacia o al supermercado. Antes le habría parecido ridículo y aburrido, incluso estúpido, pero ahora... Ahora se sentía bien. Estar en medio de un pasillo estrecho, discutiendo sobre la mejor opción de jarabe para la tos lo hacía sentir bien. Era inesperado, pero lo hacía sentir ridículamente normal y feliz.
Al final, ninguna de las vajillas cumplió sus expectativas y terminó eligiendo un horno pequeño. Aspen no se quejó, ni siquiera cuando tuvo que cargarlo.
Poco después, regresaron al hotel. La señora Patterson, Sarah, estaba en la recepción, y su esposo había llevado a Mina y a O al parque. La mujer los saludó rápidamente y les recordó la invitación, antes de seguir con sus quehaceres cotidianos.
—¿Crees que les guste? —dijo Ce cuando llegaron a su habitación.
Aspen la miró confundido, pero se dio cuenta de que estaba hablando del horno. Él lo dejó sobre la mesa y se encogió de hombros.
—Parece un buen horno. Aunque la vajilla azul me parecía mejor —agregó para molestarla.
Ce le dirigió una mirada mordaz, luego se sentó en un sillón esquinero y se puso a leer. Aspen se quedó con la cama y encendió la televisión. Pasó varios canales hasta que se detuvo en un partido de fútbol americano, pero pronto se aburrió.
Ce seguía leyendo. Sostenía el libro sobre su regazo y sus piernas estaban recogidas bajo la falda de su vestido. Sus ojos se deslizaban ágiles sobre las páginas y se mordía el labio inferior con fuerza hasta dejarlo enrojecido e hinchado.
Aspen se agitó inquieto y regresó su mirada a la televisión, concentrando toda su atención en el partido. Cuando acabó, se levantó a tomar agua y se encontró con Ce dormida en el sillón. Por unos segundos, la contempló sin saber qué hacer. Finalmente se acercó y la levantó en brazos.
Ce se agitó en sus brazos hasta que la acomodó sobre la cama. Aspen se agachó a su lado y le alejó unos mechones del rostro. Se permitió unos segundos de su cercanía. Luego se apartó y ocupó su puesto en la esquina.
El sillón era incómodo para él, pero era seguro para ambos.
Podría parecer ridículo, pero no confiaba lo suficiente en sí mismo como para compartir la cama con ella en ese momento. No cuando su piel era tan brillante, delicada y muy tentadora; sus pechos subían y bajaban al compás de su respiración y su boca parecía tan suave y plena.
¿Cómo sería besarla? ¿Qué le gustaría? ¿Permanecería seria y reservada en la intimidad o se estremecería y se sonrojaría mientras decía su nombre? ¿Lo tocaría, a pesar de las cicatrices? ¿Sus labios perseguirían la piel de su tatuaje? ¿Se aferraría a él?
Las imágenes que aparecieron en su mente fueron bastante nítidas y provocativas: ojos brillantes, piel cremosa, pechos firmes, abdomen plano, caderas estrechas y piernas largas... Aspen gruñó, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, restregándose el rostro con una mano. «Me estoy volviendo loco».
Aspen se levantó, apagó la televisión y se marchó.
Estaba fumando un cigarrillo en el patio cuando Sarah se tropezó con él. Necesitaba ayuda para armar unas mesas y mover sillas. Él se quedó, incluso cuando volvió su esposo con Mina y O. Estuvo con ellos hasta el atardecer. Ayudó al señor Patterson a encender una parrilla y a Mina a decorar el patio con guirnaldas y flores.
Ce lo encontró allí, armando arreglos de flores con Mina. Aspen la vio acercarse; aún tenía el vestido azul y las luces que iluminaban el patio hacían brillar más su cabello rubio. Ella lo saludó y examinó curiosa lo que hacían. Mina le enseñó las guirnaldas de flores muy orgullosa. Ce le mostró una pequeña sonrisa.
—¿Pudiste descansar?
—Sí, gracias —dijo Ce mientras cargaba a O en sus brazos.
El resto de los huéspedes empezó a llegar.
Aparte de ellos, había dos parejas, dos hermanas y un grupo de turistas. Sarah los recibió y empezó a presentarlos entre ellos.
Media hora más tarde, el ambiente rebosaba con conversaciones y música. Primero, se sirvió la comida; luego se intercambiaron los regalos. Los señores Patterson estaban emocionados y se deshicieron en cálidos agradecimientos.
Conforme avanzaba la noche, el ambiente se volvió más tranquilo.
Algunos huéspedes decidieron bailar, mientras que otros siguieron conversando y bebiendo. Ce se quedó sentada con Mina, jugando con muñecas. Aspen esperó verla incómoda o con un semblante serio, pero le sorprendió su postura relajada y la sonrisa fácil en sus labios. Por primera vez, no le pareció que Ce estuviera esforzándose por aferrarse a una máscara, le pareció muy natural.
Aspen se sentó en una esquina del patio, alejado del resto. Sacó un cigarrillo y empezó a fumar, aun con sus ojos puestos en ella. Al poco rato, el señor Patterson se sentó a su lado y le sonrió. Había una calidez en la mirada del hombre que hizo que Aspen le devolviera la sonrisa.
—Sarah y yo cumplimos veinte años de casados —dijo, recorriendo el patio con la mirada.
Aspen lo miró, casi con respeto.
—Es mucho tiempo.
—Es más del que merecía. Siempre he pensado que tuve suerte de conocerla.
Aspen sonrió.
—Me alegro por usted.
Hubo una pausa. Aspen terminó su cigarrillo y lo apagó.
Ahora, Ce y Mina estaban en la pista de baile. Mina bailaba sin ritmo, muy emocionada. O brincaba a su lado. Y Ce... ella lucía adorablemente torpe sin saber qué hacer. Aspen rio.
—¿Tu novia y tú se irán pronto?
La pregunta lo tomó desprevenido.
—No es mi novia. Ce y yo somos... amigos, del mismo pueblo. Nos conocemos desde hace algún tiempo.
—Lo siento, no quería dar a entender nada. Es solo la forma en que la miras... contradice por completo tus palabras.
Aspen guardó silencio y su pecho se contrajo. Tragó con fuerza.
—Ella parece especial para ti —agregó el señor Patterson.
La mirada de Aspen regresó hacia Ce solo un segundo. Ella intentaba copiar algunos de los movimientos de baile que Mina estaba enseñándole. Ambas rieron y sus ojos se encontraron a través de la distancia, como si hubiera sentido su mirada. Por primera vez, Ce no huyó. Levantó una mano en el aire y lo saludó con un gesto nervioso. Sus mejillas se ruborizaron un poco más y le sonrió.
Y entonces su corazón latió con fuerza.
—Ce... es importante para mí —dijo Aspen, entre abrumado e inseguro—. Es diferente de lo que creía, de lo que había imaginado. Es inteligente y linda, de una forma muy peculiar. Y pertenece a un mundo diferente al mío, razón por la que debería estar con alguien mejor.
Hubo otra breve pausa y luego el señor Patterson le dio una palmada en el hombro.
—No deberías pensar menos de ti, muchacho. Puedo ver que eres un buen hombre, Aspen. Y sé que Grace también puede verlo. Además, son jóvenes. Pueden tomarse el tiempo necesario para decidir qué es lo mejor para ambos.
Aspen lo miró. Las palabras escaparon de forma inesperada.
—¿Y qué sucede si hay un muro de secretos y mentiras entre nosotros?
El hombre se cruzó de brazos y se rascó la barbilla, pensativo. Al final, sus ojos se iluminaron y volvió a darle otra palmada en el hombro.
—Entonces empieza a derribarlo, poco a poco, hasta que no quede nada.
~~*~~
CE SE DESPERTÓ a la mitad de la noche y supo que había sido una mala idea dormir por la tarde.
La habitación estaba en penumbras y en silencio. O estaba recostado contra su cuerpo, pero el lado de Aspen estaba vacío.
Se sentó y se dio cuenta de que la puerta corrediza del balcón estaba ligeramente abierta. Intentó levantarse despacio para no despertar al cachorro y caminó hasta allí, sacando la cabeza por la entrada. Aspen estaba sentado en el suelo, recostado contra el cristal. A Ce le sorprendió que no estuviera fumando; solo estaba allí, encorvado, mirando hacia las estrellas.
—¿No puedes dormir? —le preguntó.
Aspen la miró, mientras Ce cerraba la puerta a su espalda y se sentaba a su lado, compartiendo el pequeño espacio.
—Lo siento si te desperté. Debes estar cansada...
Ce agitó la cabeza y bajó la mirada.
Estaban tan cerca que sus brazos se rozaban y pudo sentir la leve electricidad que el ligero contacto causaba. Se preguntó si él también podía sentirlo, pero prefirió guardar silencio. Era menos arriesgado, más fácil.
Estaba allí sentada y, sin embargo, no sabía qué decir. Podría iniciar una plática casual sobre el clima o sobre alguna noticia de la televisión. O preguntarle por qué había estado tan esquivo y lejano las últimas horas. O podrían simplemente quedarse allí, en silencio, hasta que el amanecer se llevara esa noche para siempre. O...
Cuando empezó a hablar, incluso ella se sorprendió.
—Mi abuela solía decir que el sol guarda secretos y la luna los revela —hizo una pausa, meditando—. Nunca presté mucha atención a sus palabras, pero ahora que lo pienso mejor... creo que tiene sentido, ¿no crees?
Ella giró la cabeza hacia él, pero Aspen siguió mirando al frente.
De pronto, apareció un brillo de determinación en su mirada y Ce no supo si quedarse o correr a esconderse. Quizá era un error estar ahí sentada.
Entonces, se levantó.
—¿Quieres que te diga algo que nunca le he dicho a nadie?
Ce se detuvo y lo observó. Sentía un nudo en la garganta e intentó tragar saliva, inquieta. De alguna forma, aun sin mirarla, Aspen lo supo. Como si pudiera sentirla, como si pudiera leer sus pensamientos y saber que ella no estaba lista para dejar escapar sus secretos.
—No te preocupes, no tendrás que revelar ningún secreto a cambio —dijo él con una media sonrisa en los labios—. Solo tienes que quedarte y ser mi luna.
Ella se estremeció.
Si se quedaba, estaba segura de que algo cambiaría entre ellos, podía sentirlo en la energía tensa y sofocante que los rodeaba. Lo más sabio sería marcharse, olvidarse de esa conversación y seguir. Pero... había llegado hasta allí. Y no estaba segura de que hubiera un camino hacia atrás, de poder dar la vuelta y alejarse.
Por eso, volvió a sentarse.
Sentía el corazón en la garganta y los dedos inquietos, como si fuera ella quien estuviera a punto de sincerarse y ahogarse.
—No lo hice, Ce —dijo, todavía sin mirarla—. No causé el accidente aquella noche.
Ce contuvo la respiración.
El silencio se volvió casi tangible entre ellos y le pareció que presionaba con fuerza sobre sus pechos. Su confesión reabrió viejas heridas y a Ce no le sorprendió que volvieran a sangrar. Podía verlo en sus ojos y escucharlo en su voz. Había dolor en todo. Un dolor demasiado profundo y abrasador, uno que le parecía imposible de sanar y que lo seguía consumiendo.
—Tenías razón: nunca habría hecho algo que pusiera a Ben o Noah en peligro.
—¿Qué sucedió? —preguntó, sorprendida de que su voz sonara normal.
—Ese día era el cumpleaños de Ben —continuó Aspen—. Había estado insistiendo con que lo llevara a una fiesta de Drew Cameron. Al inicio, me negué. Sabía que las fiestas de Cameron podían ser salvajes y, aunque sonara hipócrita, no quería a mi hermano en ese ambiente. No quería que Ben fuera como yo. Pero... Ben me convenció y acepté que él y Noah fueran conmigo y un par de amigos. Todo estuvo bien durante la fiesta. Sabía lo que podría suceder, así que estuve toda la noche vigilándolo. No me drogué, no me perdí con ninguna chica. Apenas bebí un trago. Estaba preocupado por él; no sabía por qué, pero lo estaba. Además, mamá no dejaba de llamar; también estaba preocupada, no confiaba en mí. En su lugar, tampoco lo hubiera hecho.
Una amarga sonrisa jugueteó en sus labios. Sus ojos se oscurecieron, el azul claro disolviéndose en tonos sombríos.
—Yo... no era bueno, Ce. Hablo en serio. Hice muchas cosas que no debí haber hecho. Siempre estaba metido en problemas. Tenía problemas de carácter; era violento, y por eso me gustaba golpear a otras personas. Perdí la cuenta de cuántas veces estuve en la comisaría. Me gustaba fumar, beber, tener sexo y no me gustaban las reglas. La relación con mis padres no era buena, así que, de cierta forma, los entendía. Había casi como un acuerdo tácito entre nosotros: ellos no interferían en mi vida si yo no interfería en la de Ben. Y rompí ese trato, Ce, lo rompí esa noche. Por eso quería marcharme temprano, pero Isaac y Jasper no me dejaron. Ellos eran mis mejores amigos desde la escuela, así que cuando insistieron en que me quedara, lo hice. Además, ni Ben ni Noah querían irse. Era su primera fiesta de universitarios, estaban emocionados. Nunca había visto a mi hermano tan feliz. Debí saberlo en ese momento, que algo saldría mal...
Aspen guardó silencio unos segundos, como si intentara regresar su memoria hasta aquella noche.
—Eran pasadas las dos de la madrugada cuando decidimos irnos. No había llovido las noches anteriores, pero esa noche llovió. Nos subimos al carro y nos marchamos. Entonces, me relajé. Todos estábamos divirtiéndonos. Había música en la radio. Todos estábamos cantando y riendo. Y entonces... el bus apareció de la nada. Cuando intentamos frenar, ya era demasiado tarde. El bus chocó contra nosotros por el lado izquierdo. Ben iba en el asiento del copiloto; Noah, detrás. El impacto los golpeó directo. El carro patinó sobre el pavimento húmedo. Dimos varias vueltas. Debí golpearme la cabeza contra la ventana y perder el conocimiento porque, cuando desperté, estaba en una camilla, en la ambulancia. Estaba desorientado. No podía respirar bien, ni hablar, ni escuchar con claridad los sonidos. Me dolía la cabeza y el cuerpo. Temblaba. Sentía como si mi corazón dejara de latir, como si estuviera muriendo.
—¡Dios, Aspen...! —Ce lo miró desesperada. No podía imaginar ese momento, ni quería imaginarlo.
—Luego todo se apagó. Cuando volví a despertar, estaba en el hospital, en una habitación blanca, con tubos plásticos y agujas por todos lados. Mi padre estaba allí. No dijo nada, solo me miró con expresión vacía. Parecía desolado. Y entonces, lo recordé todo. Su silencio respondió todas las preguntas que tenía. Después llegó mi madre. Ella gritaba; estaba enfurecida y me golpeaba. Quería decirle que se detuviera, quería explicarle, pero solo gritaba. También llegó la policía, querían interrogarme. Dijeron que sabían la verdad, que me habían encontrado inconsciente en el asiento del piloto, que habían encontrado droga en mi cuerpo, que mis amigos habían corroborado la historia, que la familia de Noah iba a llevarme a juicio, que iría a la cárcel. Y... así fue. Mi récord criminal no ayudó mucho. Fui a juicio, di mi testimonio y me condenaron. Acepté ir a prisión, que mi familia me diera la espalda, que mis amigos me traicionaran, aun cuando sabía que yo no iba conduciendo.
Cuando Aspen terminó de hablar, ambos se quedaron en silencio. Ce intentó ordenar todo lo que había escuchado. Era triste, era desgarrador. Y, sin embargo, Ce también sintió que se llenaba de rabia. Por él. Por la injusticia.
—¿Por qué no peleaste? —le exigió—. ¿Por qué no dijiste la verdad? ¿Quién iba conduciendo aquella noche?
Los minutos se alargaron y Ce creyó que no le respondería. No pudo evitar sentirse avergonzada por su reacción. Aspen había confiado en ella; le había dicho la verdad y, aun así, ella exigía más respuestas, Ce quería más.
—Ya no importa ahora, iba conduciendo esa noche —dijo con calma—. Pero... ¿Quieres saber por qué no peleé? ¿Por qué no dije la verdad?
Él la miró.
Por primera vez desde que había iniciado la conversación, Ce esperó encontrar dolor en su semblante; y sí, lo había, pero también estaba la determinación que había ardido en su mirada.
—Porque sentí que debía pagar mis pecados. Me parecía que era más fácil aceptar la culpa que afrontar la realidad. Creía que era mejor sentirme culpable, a no sentir nada; que la culpa no me permitiría olvidar, y así me mantendría vivo.
Su voz se suavizó, al igual que sus ojos y, por un segundo, le pareció que él podía ver en su alma. Le pareció que cada palabra se trataba de ella.
—Pero estaba equivocado, Ce. La culpa es solo otro sentimiento igual que el dolor, que la rabia, que la tristeza. Y tarde o temprano, mientras pase el tiempo, debemos dejar de aferrarnos a ella, debemos dejarla ir, porque en lugar de mantenernos vivos, terminará destruyéndonos. Yo no quería que Ben muriera. Daría lo que fuera por tenerlo un día más, pero él no volverá. Incluso si sigo mil años más hundido en un mar de culpa, ni Ben ni Noah regresarán; y, por eso... creo que es hora de dejar ir esas memorias crueles del pasado. Ben seguirá doliéndome el resto de mi vida, pero él no hubiera querido que me destruyera, usándolo como excusa.
Ce sintió que la golpeaba. Cada una de sus palabras, enterrándose directamente en su propio corazón. Dejó caer el rostro, con miedo de que, al compartir el mismo dolor, Aspen pudiera encontrar la verdad a través de sus ojos.
Ella no podía hablar de eso. No podía dejarla ir todavía. Quizá él estuviera listo para renunciar a la guerra, pero ella todavía continuaba librando la batalla.
«Es muy pronto para mí».
A su lado, Aspen suspiró. Y, cuando se atrevió a mirarlo, él había vuelto a contemplar el cielo.
—Si pudieras pedir un deseo ahora, ¿cuál sería?
En ese instante, Aspen le recordó mucho a Ben, pero no se lo dijo. En su lugar, miró las estrellas y pensó en el pasado.
—Desearía... regresar en el tiempo.
Aspen asintió y sonrió.
—Creo que es un buen deseo.
Ce también lo creía. Así podría tener otra oportunidad de hacer las cosas bien.
Un nuevo silencio se instaló entre ellos, pero Ce lo sintió distinto. La tensión se había aligerado un poco, aunque la electricidad se mantenía, sobre todo cuando sus cuerpos se rozaban sin querer. Ninguno intentó llenar el silencio con palabras.
Ce perdió la noción del tiempo. Aspen con sus pensamientos; ella, con los suyos. Podrían haber pasado horas o minutos, pero se mantuvieron allí, como si esperaran que el viento se llevara el peso en sus almas. La luna resplandecía sobre sus cabezas. Y, de pronto, Ce se dio cuenta de que sí había secretos que podía desvelar.
—A mí... me gustaba Ben —confesó y sintió que las mejillas se le encendían.
Era la primera vez que lo decía en voz alta y que lo aceptaba. Y, probablemente, ya no sirviera de nada, pero no se avergonzaba del sentimiento y esperaba que donde fuera que Ben se encontrara, pudiera escucharla.
Aspen la miró con una sonrisa.
—¿En serio? —su voz sonaba sorprendida—. Estoy seguro de que te hubiera correspondido si hubiera podido. Era gay.
Ce dejo escapar un suspiro y asintió.
—Lo sé, siempre lo supe. Podía ver la forma en que él y Noah se miraban. Era mágico. Sin embargo, tu hermano era bueno conmigo. Él era... alguien hermoso.
Aspen se quedó en silencio. Los recuerdos parecían quemar y Ce intentó disminuir la pena.
—A Rosie le gustabas —dijo sin pensar.
Aspen le dio una mirada perpleja.
—Yo... yo... —titubeó—. Nunca me di cuenta. Lo lamento.
Tal era su sorpresa que Ce casi se rio en su cara. Luego se encogió de hombros.
—A veces hablaba de ti e interrumpía mi lectura.
Aspen también rio.
—¿Por eso me odiabas?
Ce hizo una mueca.
—No te odiaba. Solo...me eras indiferente.
—¿Y ahora?
La pregunta sonó inocente y desinteresada, pero su mirada la quemaba, y Ce se arriesgó a ser sincera:
—Creo que me agradas lo suficiente como para dejar que me acompañes.
Ella le dedicó una sonrisa un poco juguetona y se levantó, pero una de sus piernas tropezó y terminó sentada sobre el regazo de Aspen. Sus rostros quedaron al mismo nivel. Sus cuerpos estaban muy cerca. Sus respiraciones se mezclaron y la sonrisa se borró despacio de sus labios mientras su respiración se deshacía.
Ce quería levantarse, debía hacerlo, pero sus piernas no obedecían. Solo podía mirar fijamente a aquel par de ojos azules que sostenían su mirada. Esos ojos azules que la miraban con calidez y necesidad, como nadie lo había hecho antes.
Y entonces la tocó.
Sus manos aferraron su rostro. Sus palmas se sintieron cálidas al entrar en contacto con sus mejillas.
Muy despacio, en una lenta tortura, Aspen colocó varios mechones rectos detrás de sus orejas y despejó sus facciones. Sus dedos se sintieron suaves entre sus cabellos, pero la sensación duró apenas un latido.
Sus dedos trazaron con delicadeza las líneas de su rostro. Primero, los párpados; luego, la nariz y los pómulos y, finalmente, su boca. Su pulgar delineó la forma de sus labios, inspeccionando cada pliegue, grabando cada detalle. Pero no se detuvo allí, sus dedos siguieron bajando. Delineó su barbilla y atrapó la fina columna de su cuello. Sus nudillos acariciaron su piel y sus pulgares presionaron sensualmente la base de su cuello.
Ce experimentó una sensación tan placentera por su espalda que quiso retorcerse contra él, contra sus manos, contra su cuerpo. Quería empujarlo y huir. Y quería atraparlo y aferrarse.
Quería dejar de ahogarse.
Ella había creído que solo el dolor y la culpa podían hundirla, pero estaba consciente de que tarde o temprano la arrojarían al otro lado, sola y fría. Pero Aspen... él estaba ahogándola en una espiral sin fin, en donde no podía ni respirar, ni ahogarse y no sabía si quería huir o rendirse. En donde ella no tenía el control.
Durante todo ese tiempo, Aspen había mantenido su rostro impasible, inalterable, como si solo Ce estuviera al borde del abismo, pero cuando habló, su voz sonaba más grave y profunda:
—Eres muy hermosa, Ce, y estoy muy feliz de haberte encontrado de nuevo en esta vida. —Él se inclinó hacia ella y sus labios murmuraron contra la piel sensible de su oreja—: Hay muchas razones por las que no debería hacer esto y, sin embargo, no puedo recordar ninguna en este momento. Cierra los ojos.
Ce contuvo el aliento y sus ojos se cerraron por voluntad propia.
«¡Es un error! ¡Aún puedes huir!», se dijo.
Pero no era cierto.
Al menos por esa noche, había perdido el camino para dar marcha atrás. Su corazón latía con fuerza en su pecho y contó los segundos hasta que Aspen posó sus labios sobre los suyos en el beso más cálido y tierno de su vida. La presión de su boca fue suave y dulce. Los primeros roces fueron casi irreales.
Durante un par de latidos, sus labios se tocaron y separaron, como si quisiera detenerse, pero no pudiera hacerlo. Su boca no se detuvo. Sus roces siguieron provocándola hasta que, con un suave gemido, se acercó más. Su lengua tanteó la entrada de su boca y Ce se abrió para él. Probó la cálida humedad de su interior, la dulce suavidad de su lengua moviéndose contra la suya.
Ce se estremeció contra su cuerpo y Aspen la acarició, como si intentara calmarla. Una de sus manos se apretó contra su cuello mientras la otra se aferraba a su cintura. Ella no opuso resistencia, no cuando se estaba ahogando entre sus brazos, deseando más que sus manos alrededor de su cintura y su boca en la suya.
El beso se volvió lánguido y lento. Sus bocas se movieron al unísono, como si quisieran aprenderse, como si no pudieran separarse. Sin embargo, Ce percibió el cambio en Aspen. Anticipó el final del beso y quiso aferrarse, mientras él se iba alejando.
Cuando sus labios se separaron, Ce se sintió extraña. Su rostro y su cuerpo estaban calientes, y sus labios ardían. Era una sensación embriagadora y extraña. Su cerebro luchaba por recuperar la cordura, pero no podía recordar por qué era tan importante. No podía pensar en nada.
En cambio, contempló la boca de Aspen, suave y cálida, y luego sus ojos, el hermoso azul brillante y peligroso. Él dejó caer los párpados y se inclinó hacia adelante, hasta juntar sus frentes.
—Deja de mirarme así —susurró, apretando la mano que todavía mantenía en su cuello— o volveré a besarte y esta vez no me detendré.
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