CAPÍTULO 8

CE NO ESTABA SEGURA de por qué Aspen estaba disculpándose.

En ese momento, solos, en esa pequeña habitación, casi podía pensar que todo lo que había sucedido en los últimos días no era real. Parecía tan lejano y difuso...

Sin embargo, al escucharlo, ella dejó ir sus pensamientos. Sus palabras captaron toda su atención. Lo miró, pero Aspen volvió a rehuir su mirada.

—Lo que sucedió en el restaurante, que te ignorara durante el viaje, que vinieras hasta el bar, que ese maldito te atacara... —continuó vacilante—. Es mi culpa. Te involucré en todo esto, pero... no tiene nada que ver contigo.

«¿Su culpa?»

Había demasiadas cosas que estaban mal en sus palabras.

¿Que era su culpa que Suri los hubiera encontrado en aquel restaurante? Eso había sido una coincidencia, una traición del destino y nada más.

¿Que era su culpa que ella hubiera estado en el bar? No, ella había decidido ir por su propia voluntad. Su decisión, no la de nadie más.

¿Que era su culpa de que aquel hombre la hubiera agredido? Había sido aquel maldito el que la había atacado y golpeado, guiado por sus instintos y la maldad.

«No es tu culpa». Ce se dio cuenta de que le hubiera gustado decir todo eso en voz alta. Quería hacerlo, pero Aspen no esperó una respuesta. Él se levantó y empezó a pasearse por la habitación; su postura tensa, su rostro inescrutable. Parecía un gato enjaulado. Ce quería pedirle que se detuviera, que dejara de intentar alejarse.

Cada paso, cada vuelta que daba hacía más grande aquel vínculo peculiar y sin etiquetas que había entre ellos.

Si tan solo pudiera mirarlo a los ojos y decirle lo que era necesario... Sin embargo, ella había prometido que no iba a enfrentarlo. Se había prometido que no iba a inmiscuirse en su vida, pero ni siquiera su maldito instinto de conservación había impedido que saliera preocupada detrás de él, ni estaba impidiendo que el sentimiento de culpa floreciera en su pecho, ni detenía los pensamientos desbaratados en su cabeza.

Ce sería una hipócrita si ahora fingiera que no le importaba. Podía intentar engañarse a sí misma, pero era lo que sentía. Estaba luchando contra sí misma porque ella no era así. Ce no se preocupaba por nadie, era indiferente al mundo, vivía su vida bajo sus propias reglas, y sin embargo...

Se levantó de la cama y se paró frente a él. Sus ojos enfrentaron los de Aspen y tomó una bocanada de aire antes de separar los labios.

—No es tu culpa. Nada de lo que sucedió hoy y... —Ce supo lo que diría después, también era necesario. Tan necesario como respirar—. Tampoco fue tu culpa lo que sucedió con Ben.

Aspen se paró en seco y le pareció que el tiempo se detenía, que todo se reducía a nada y a todo. A él y a ella.

Aspen pudo haberla ignorado, haber seguido dando vueltas, haberse marchado, pero Ce vio en sus ojos su decisión antes de que hablara.

—Eso no lo sabes.

Ella dio un paso más cerca. Su rostro se había suavizado un poco, pero su postura era firme. Ahora que habían comenzado, no iba a dejar que se echara hacia atrás.

—Aspen...

—¡No estuviste ahí, Ce! ¡Eras solo una niña! ¡No sabes nada! —su voz era baja, rota y cortaba igual que un cuchillo.

A Ce le dolió, pero apretó los labios con fuerza. Su reacción al mencionar a Ben no la sorprendió porque sabía que todo lo que había sucedido aquel día se remontaba a aquella noche seis años atrás. Todo estaba unido a ese momento, incluso ellos.

—No seas injusto conmigo —repuso y no pudo evitar el tono enojado en su voz—. Sí, tal vez no estuve allí. Tal vez no sé realmente lo que sucedió, pero sí sé que amabas a Ben. Y él te amaba. Jamás podrías haberle hecho daño. Y tú...

—¡No! —Aspen explotó. Fue como si sus palabras rompieran aquello que él había estado intentando sostener en su lugar todo este tiempo. Pero...

«Todo lo que había sido roto alguna vez, volvía a romperse». Ce lo sabía muy bien.

—¿Y si no fue un accidente? ¿Y sí yo maté a mi hermano? ¿Qué puedes saber tú, Ce? ¿Qué puedes saber de mí?

—¡No es cierto! —Ce no sabía por qué gritaba, pero sentía que lo necesitaba para seguir manteniéndose segura—. Tú nunca hubieras puesto tu seguridad en riesgo. Jamás lo hubieras empujado a una situación de peligro. Siempre lo protegías.

Aspen dio un paso más cerca de ella. Un relámpago cruzó por sus ojos azules.

—¡Era un miserable adolescente egoísta! ¡Soy el villano, Ce! —espetó en su cara—. ¿Por qué te empeñas tanto en defenderme si no sabes quién soy? ¡Ni siquiera te has molestado en conocerme!

Ella lo empujó para encararlo.

—¡Pero lo intento! ¡Maldición, lo estoy intentando!

Eso los dejó a ambos inmóviles, con las respiraciones atascadas y los sentimientos a flor de piel. El rostro de Aspen era inescrutable; su postura, rígida, mientras sus ojos la atravesaban. Ce se obligó a continuar, porque cada palabra no solo lo ponía en descubierto a él.

—Aunque casi lo haya olvidado y, quizá debería pretender que sí, siento como si te conociera de siempre —hizo una pausa—. Tal vez antes eras un problema, tal vez cometiste muchos errores y tomaste malas decisiones, tal vez hayas sido destructivo y un cretino, pero... ¿Y qué? ¡Eras un adolescente! Nadie puede condenarte por siempre.

Ce no podía creer todo lo que salía de su boca. Quería calmarse. Huir. Correr y esconderse. Pero, al mismo tiempo, algo más la mantenía allí. Algo más fuerte que ella la hacía poder decirle todo eso en su cara. Era más que obvio que ese algo no venía de la Ce que pretendía ser actualmente, la que debería ser, sino de una tonta niña de doce años, con trenzas desbaratadas, gafas horripilantes y potencial para golpear.

Bajó la voz antes de continuar:

—No sé por qué estamos aquí. No sé por qué estás gritando o estoy gritando, pero sé y creo en todas las palabras que digo. —Sus labios titubearon y los apretó por un segundo—. Cambiaste, Aspen. Y lo sé porque te detuviste aquella noche en la carretera, porque me ofreciste tu ayuda, porque me defendiste en el bar y... porque sigues aquí, conmigo, aunque quiero matar a un hombre. Y eso es más de lo que otras personas han hecho por mí en toda mi vida.

Ce suspiró.

—Todos cometen errores, pero eso no significa que tengan que pagar por ellos el resto de sus vidas. A veces, las buenas personas toman malas decisiones. Eso no quiere decir que sean malos, sino que... son humanos. También eres humano y eres un hombre bueno. Siempre has sido un hombre bueno, Aspen. Solo cometiste errores. Como todos. Como yo.

Cuando calló, Aspen la miró con intensidad. Ce no sabía si buscaba algo en su mirada o en sus palabras, pero sabía que no había nada más que ella pudiera decirle. Bajó la mirada y retrocedió.

Entonces, Aspen la abrazó.

Ce no recordaba la última vez que alguien la había abrazado. Los únicos que eran cariñosos con ella eran sus abuelos, así que, generalmente, los abrazos no le gustaban. Esperó sentir la incomodidad que siempre le provocaban, pero esta vez fue distinto.

Él era cálido y acogedor y se estremecía. Ce no lo había notado, pero ella también estaba temblando. Sus manos temblaban, todo su cuerpo temblaba. Ambos temblaban. Y quizá esa era la razón por la que él se aferraba a ella con tanta fuerza. Tal vez esa era la razón por la que ella se aferró a él.

Sus manos se envolvieron en su cintura y apretó el rostro contra su pecho, absorbiendo su esencia, que la tranquilizó. Aspen la atrajo más cerca, acarició su cabello y se fundió con ella hasta que ambos dejaron de estremecerse.

Entonces, su voz la alcanzó muy cerca, como un murmullo contra su piel:

—No dejes que vuelva a sostenerte de esta manera nunca más. No es correcto. No tengo derecho. Pero... solo por esta noche, déjame creer que está bien, que es perfecto.

~~*~~

CE SE LEVANTÓ envuelta en una plácida sensación de calidez. Abrió los ojos y tardó varios segundos en recordar dónde se encontraba.

Estaba en la posada. En la habitación que habían alquilado. En la cama. Con Aspen.

«Aspen».

Ce estaba dormida sobre el costado derecho de su cuerpo; su mejilla y una de sus manos apoyadas contra su torso. Podía sentir su respiración acompasada, el calor de su piel, la firmeza de sus músculos... Escuchaba escuchar el latido de su corazón. Sentía el peso confortable de su brazo alrededor de su cintura, aferrándose a ella.

No se movió.

Se quedó tumbada en silencio y en calma. «Solo un par de segundos más», se dijo mientras sus ojos observaban los débiles rayos del sol que se filtraban por las puertas del pequeño balcón. Se relajó y su mirada se topó con las cicatrices grabadas en el pecho de Aspen.

«Tuve muchas peleas peores que las de hoy».

Ce se estremeció. No era la primera vez que pensaba en sus cicatrices o las veía, pero era la primera vez que podía tocarlas.

Muy despacio, las rozó con las puntas de sus dedos. La piel sobre ellas era rugosa y un poco más pálida que el resto de su tez bronceada. Tenían diferentes tamaños. Unas eran secuelas de lesiones más graves; otras, de heridas más delgadas y sutiles.

Al contemplarlas tan de cerca, Ce se percató de que no le molestaba el aspecto de sus heridas, mas bien la llenaban de curiosidad. Se preguntó si él habría perdido la sensibilidad sobre aquella zona, sobre todo en las cicatrices más feas y retorcidas. Sin embargo, sabía que no se atrevería a preguntárselo; era una pregunta muy personal.

Ce movió la mejilla y continuó su recorrido. Esta vez, sus ojos estudiaron su rostro; aquello era algo que no podía hacer cuando él estaba despierto porque siempre parecía estar atento a ella. Sin embargo, en aquel amanecer lento, una débil luz iluminaba sus rasgos masculinos y el tiempo parecía ir cada vez más lento.

No se había percatado antes, pero Aspen también tenía una cicatriz a un costado de la frente, era pequeña y fina. Sus pestañas eran largas, espesas y oscuras. Un par de cortos mechones de cabello castaño claro caían sobre su frente, lacios y revueltos. Sus ojos estaban cerrados, pero no hacía falta mirarlos para recordar el azul intenso. Sus pómulos eran altos y su mandíbula cuadrada tenía una barba corta y sencilla que igualaba el color castaño de sus cabellos. Sus labios eran gruesos y definidos y su nariz era recta, lo que le parecía casi increíble después de todas las peleas en que él solía involucrarse.

Ce se detuvo al darse cuenta de que había levantado su mano para tocarlo. La confusión la sobrecogió. Los latidos acelerados de su corazón resonaron con fuerza en sus oídos. Su sangre se agitó.

Apartó la mirada y se dijo que la reacción de su cuerpo había sido provocada por la poca costumbre de estar tan cerca de un hombre y no porque fuera Aspen, con su rostro atractivo o sus labios un poco atrayentes. Y tampoco porque se sintiera cada vez más familiarizada con él o porque tocarlo le pareciera natural.

Ce suspiró. Sus pensamientos estaban aturdidos.

Se desenvolvió de su abrazo con cuidado y salió de la cama. Aspen permaneció inmóvil; su rostro sereno, su respiración calmada. Nunca lo había visto dormir tan relajado; seguramente debía estar agotado.

Ella había dormido largo y tendido y, aun así, se sentía fatigada y con ganas de volver a acostarse y seguir durmiendo.

«Quizá luego». El pensamiento no le pareció tan descabellado. Podían permitirse quedarse allí otro día, para que Aspen pudiera recuperarse y para que ella ordenara sus pensamientos y descansara.

Ce le dirigió una última mirada, buscó un cambio de ropa y entró en el baño. Se duchó, se maquilló y se puso un vestido; era sencillo y corto, con escote en V, mangas hasta los codos y un estampado azul oscuro con flores blancas. Casi siempre, Ce evitaba usar vestidos, le parecían incómodos y molestos, pero la ropa limpia se le estaba acabando. Esperaba que la posada tuviera disponible su propio servicio de lavandería o corría el riesgo de andar desnuda al día siguiente.

Al mismo tiempo que ella regresó a la habitación, Aspen se sentó en la cama. Ce se congeló, insegura de qué hacer o qué decir, mientras Aspen la miraba entre las ondas castañas que caían sobre su frente. Con una mano, se echó el cabello hacia atrás en un gesto casi femenino, pero que no lucía nada femenino en él. Al contrario, era muy sexy.

—Dame quince minutos y podremos irnos.

Su rostro aún estaba un poco soñoliento. Sin embargo, su mirada era aguda y recorrió su figura. Ce no estaba segura si se debía a que ya estaba lista o porque estaba usando un vestido. Tragó una maldición. Esa era otra razón de por que odiaba los vestidos: la hacían sentir muy consciente de sí misma.

—No. Creo que deberíamos quedarnos —se apresuró a decir antes de que Aspen se levantara —. Solo por otro día.

Aspen frunció el ceño. Su semblante parecía confundido y extrañado al mismo tiempo.

—¿Estás segura?

«No».

—Sí. —Ce se encogió de hombros y se acercó a su maleta para buscar unos zapatos.

Desde la cama, Aspen seguía observándola. No había un ambiente incómodo entre ellos; más bien un sentimiento de expectación cargaba el aire, como si ninguno de los dos supiera que seguía después.

Ce suspiró. Se calzó unos botines oscuros, recogió su bolso y caminó hacia la puerta. Antes de irse, le devolvió la mirada sobre su hombro.

—Duerme —dijo, apuntando hacia las almohadas—. Buscaré a O y lo llevaré a dar un paseo.

Luego se marchó.

En la recepción, la esposa del encargado estaba escribiendo sobre el escritorio. La mujer la vio y la saludó con una amplia sonrisa. Ce intentó responderle con otra sonrisa. Cuando se detuvo junto al escritorio, la mujer advirtió el golpe en su rostro. Ce lo había cubierto con maquillaje, pero obviamente no había sido suficiente.

—¿Qué le ocurrió a tu rostro, cariño? —su voz era preocupada y sincera, al igual que su rostro, así que Ce prefirió decir la verdad.

—Un hombre intentó propasarse en el bar.

—¡Dios bendito! ¿Estás bien? —Ce asintió—. ¿Y tu novio? ¿También está bien?

Su pregunta la sorprendió, tanto que las palabras empezaron a salir de su boca sin pensarlo:

—Él no es mi novio. Mas bien somos compañeros... Bueno, no. Es decir, somos amigos. Sí, amigos. Estamos haciendo un viaje de carretera. Hasta San Francisco. —Ce se pateó mentalmente.

«¡Ya mejor dile toda la verdad!». Suspiró. Parecía incapaz de dejar de hacerlo.

—Él está bien —concluyó. Y luego se calló.

La mujer sonrió con calidez. Ce se agitó incómoda.

—Me alegro. Por cierto, no nos presentamos ayer. Soy la señora Patterson. Sarah Patterson.

Ce aceptó la mano que le ofrecía y la estrechó. Después le preguntó por O. La señora Patterson llamó a su hija y, unos segundos después, la pequeña entró con el cachorro en brazos. Le dio unos últimos mimos y se lo devolvió a Ce. O se agitó emocionado en sus brazos y le lamió las mejillas. Ella sonrió.

—Gracias por cuidar de él. Pensamos quedarnos otra noche más, así que podrás jugar con O durante otro rato.

La niña sonrió y Ce le devolvió la sonrisa.

—¡Oh! Si van a quedarse, podrían venir a nuestra pequeña fogata en la noche. Mi esposo y yo celebraremos nuestro aniversario de bodas. Solo somos nosotros y Mina, así que solemos invitar a nuestros huéspedes cada año. ¿Les gustaría? Es algo casual: comemos, charlamos, bailamos un poco...

El primer pensamiento de Ce fue negarse, pero la mujer y su familia habían sido amables con ellos, aunque eran solo unos desconocidos. De cierto modo, Ce se sentía un poco incómoda ante sus actitudes tan afables, pero sabía que era porque no estaba acostumbrada a toparse con gente que fuera tan buena con ella y con motivos desinteresados.

—Está bien —accedió, aunque probablemente fuera un error.

Ce dejó la posada y caminó por la calle principal.

Esa mañana, el cielo estaba nublado y el viento que corría era un poco frío. El pueblo comenzaba sus actividades en aquel despertar lento y tranquilo característicos de los pueblos pequeños como Chatham. Era temprano, pero ya había varias personas a la vista.

Los negocios estaban abriendo sus puertas y los locales de comida comenzaban a llenarse para el desayuno. Ce pensó en detenerse a desayunar, pero recordó que la posada ofrecía el desayuno gratis. Entonces, siguió caminando. Respiró, serena, y avanzó hasta llegar a un pequeño parque. O correteó emocionado sobre el césped y asustó a unos pájaros que descansaban sobre la tierra.

Ce sonrió.

Se sentó en una banca bajo un frondoso árbol y contempló cómo O jugaba.

Un par de mujeres cruzaron trotando frente a ella, luego ingresó una pareja de ancianos que llevaban a un niño de la mano. El pequeño jugaba con una pelota, pero cuando vislumbró a O en el césped, corrió a jugar con él. La pareja pasó junto a ella y le dirigieron una sonrisa afable. Ce sonrió de vuelta y los siguió con la mirada hasta que se sentaron en otra banca.

Al observarlos, su corazón se llenó de nostalgia al pensar en sus abuelos. No había llamado a casa desde que se había marchado, engañándolos. Y no era que no le importaran, ellos eran lo más importante en su vida y por eso Ce temía que pudieran descubrir la verdad solo con escuchar su voz. La habían criado. Era transparente para ellos. Le habían enseñado siempre a decir la verdad, pero ahora se estaba ahogando en mentiras y secretos.

Antes de poder pensarlo dos veces, Ce buscó el celular en su bolso y marcó el primer número que aparecía en su lista de contactos. Su corazón rivalizó con los sonidos del tono que se escuchaban al otro lado de la línea. Y esperó.

—¿Hola? —La voz de su abuela fue como un analgésico para el peso en su alma.

—Hola, abuela. Soy yo.

—¡Ce, cariño! ¿Cómo estás? ¿Todo bien en la universidad? —Todo era brillante y amable en su abuela. Su voz cálida.

—Sí, todo está bien. La universidad está bien, solo he estado un poco ocupada —mintió y cada palabra se sintió agria en sus labios, por eso decidió cambiar de tema—: ¿Qué hay de ustedes? ¿Y el abuelo?

—Estamos bien. Tu abuelo está en el jardín, intentando cortar el césped.

—Creí que llamarían al tipo de la cortadora.

—Ya conoces a tu abuelo, es terco y testarudo como tú.

Ce sonrió. Se relajó contra la banca y se permitió ser feliz.

—Pero bueno... ¿A que no sabes a quién vimos el otro día?

—¿A quién? —preguntó, aunque Ce ya tenía una ligera idea de quién podría tratarse.

—A Aspen Bailey —dijo casi emocionada—, el nieto mayor de los Bailey. Está muy guapo, parece salido de una revista de modelos.

Ce puso los ojos en blanco.

—No creo que parezca un modelo, abuela. Además, acaba de salir de prisión.

—¡No repitas eso, Ce! —la reprendió la mujer, aunque su voz seguía siendo dulce, siempre lo era—. Lo que sucedió con ese chico fue una lástima. ¡Perder seis años de su vida por algo que todos sabíamos que fue un terrible accidente...! Espero que se encuentre bien.

Por unos minutos, Ce pensó en Aspen, aquella mañana, dormido. ¿Preferiría estar en otro lugar? ¿Se arrepentiría de haberla ayudado? ¿Se encontraba bien?

—Sí, yo también... —susurró Ce.

Hubo una larga pausa. Los segundos se alargaron y Ce ya no estaba segura de qué más decir. En realidad, quería decir muchas cosas. Quería contarle de Aspen, de ella. Quería hablarle de la verdad. Pero... ¿Y luego qué? Nada la haría detenerse. Sin embargo...

«¡Hay tanto que quiero decirte!, pero hay muy poco tiempo y no sé si mi voz sea capaz».

—¿Está todo bien, Ce?

Ella se estremeció.

—¿Por qué no lo estaría?

—No lo sé, te escucho un poco extraña. —Hubo otra breve pausa —. ¿Estás teniendo un día bueno o un día malo? —la pregunta fue dolorosamente familiar.

Ce tragó con fuerza para aligerar el nudo que sentía en la garganta.

—Es un día bueno, abuela. Lo prometo —se esforzó para que su voz sonara alegre —. Estoy bien. Incluso tengo puesto un vestido.

—¿En serio? —Ella rio y Ce se sintió feliz—. Es bueno oír eso. Mereces verte bien, cariño. Eres muy guapa. Aprovecha tu juventud, Ce. Sal con tus amigos. Ten citas.

—¿Citas? —Aquello le sorprendió tanto como le pareció gracioso.

—Si, citas. Románticas. No vamos a vivir por siempre, cariño. Necesitas traer un hombre a casa. Tu abuelo y yo no queremos que estés sola.

—Abuela... —Suspiró. «Eso no va a ocurrir pronto».

—Lo sé, Ce, pero encontrarás a alguien. Y mientras eso suceda, diviértete. Canta, baila, ama. Sé feliz. Es lo que mereces. Es lo que Rosie...

—Abuela, tengo que irme ahora —la interrumpió—. Los quiero. No me extrañen tanto.

Y colgó.

Su mirada se quedó perdida en ningún lugar del parque mientras sentía que se ahogaba en el mar de sentimientos oscuro que era su vida. Cada palabra, recuerdo y pensamiento la llevaban más hondo. Y si permitía seguir hundiéndose, tarde o temprano sería arrojada a la realidad, para darse cuenta de que estaba fría y sola.

«Lo siento tanto, abuela...»

Su celular vibró en sus manos y Ce lo observó casi con aprehensión. Era una notificación de Instagram.

Pensó en Aimee, pero cuando la abrió, se encontró con el rostro de su madre. Estaba en la playa, con un traje de baño verde que hacían juego con sus ojos y las largas ondas de cabello dorado enmarcaban su rostro maquillado con labios rojos. Lucía más joven y resplandeciente. La foto tenía muchos corazones y entre los hashtags estaban: #summerTime #selfie #loveMyself #happy #fun #perfect.

¡El crucero! ¡Lo había olvidado!

Ce la miró desapasionadamente. Intento ignorar el sentimiento crudo y frío en su pecho. Si tan solo todos supieran la verdad, si pudieran ver detrás de su fachada... no quedaría nada. Ce deseaba tanto abrirles los ojos. Deseaba responder a cada comentario positivo e hipócrita, quebrantar a su madre. Deseaba...

Entonces, leyó los últimos comentarios:


susanarden @marciacarlson te pareces tanto a tu hija Grace en esa foto. Muy hermosa.

marciacarlson @susanarden gracias. Tienes toda la razón. Somos casi idénticas. Mi Grace y yo incluso vamos al mismo salón de belleza. Hacemos todo juntas.

christyhoward @marciacarlson es cierto. La última vez que vi a Grace me recordó mucho a ti. Ambas tienen un cabello hermoso.

annaleah @marciacarlson muy hermosa. Tu hija es afortunada.

amberloyd @marciacarlson la próxima vez deberían tomarse una foto juntas. Se parecen tanto. Son perfectas.

marciacarlson @christyhoward @annaleah @amberloyd muchas gracias a todas. Lastimosamente, mi querida Ce no está aquí conmigo. Estaba muy ocupada en Brown. Aunque la extraño mucho, desearía que estuviera aquí. Como dije, hacemos todo juntas. Tan pronto como regrese a casa, nos tomaremos una foto juntas. La extraño tanto. #family #babydaugther #love #perfect.


De pronto, Ce se sintió enferma.

Una sensación retorcida y desagradable se deslizó por su piel. Arrojó el celular en el bolso, como si la hubiera quemado, y se levantó. O estaba escarbando la tierra bajo un árbol cuando Ce lo encontró. Levantó al cachorro y salió del parque.

Caminó sin rumbo. Estaba desorientada. Giró en círculos sin saber qué hacer o a dónde ir. Anduvo un poco más y luego un poco más. Se detuvo cuando su respiración se volvió agitada. Y entonces supo que no había estado desorientada. Al contrario, inconscientemente había estado buscando algo. Lo supo cuando miró a través del vidrio de la peluquería.

Ce apretó más fuerte a O contra su pecho antes de entrar. Un par de señoras que estaban pintándose las uñas le dirigieron una breve mirada antes de regresar a su conversación. Un hombre joven se acercó hasta ella y la saludó con una sonrisa. Ce lo miró varios segundos en silencio.

—Quiero cortarme y tinturarme el cabello.

Él asintió lentamente y pareció preocupado por su semblante. Ce no lo culpaba, ella se sentía como si quisiera escapar de su piel.

En silencio, la llevó hasta uno de los asientos y la acomodó. Ce evitó mirar directamente el espejo frente a ella, pero cuando el hombre volvió a hablar, se miraron.

—¿Buscas algún estilo específico?

Ce miró su reflejo. Los ojos verdeazulados, el largo cabello dorado y ondulado, los labios rojos... ¿Cómo es que nunca lo había notado?

El parecido se había vuelto insoportable. Y la aterró, al límite de querer llorar. No quería ser su madre, ¡jamás!

Más gritos habían despertado a Ce esa mañana.

Salió de la cama y se acomodó el pijama de unicornios que sus abuelos le habían regalado por su octavo cumpleaños. Cuando dejó su habitación, al otro lado de la escalera vio que su madre forcejeaba con su hermana hasta que la empujó al interior de su habitación y cerró la puerta con llave. Ce corrió sobre el piso de porcelana y se quedó detrás de su madre, insegura. Al otro lado de la puerta, podía escuchar los sollozos de su hermana. No era la primera vez que algo así sucedía, pero Ce se preocupó.

—¿Por qué la encierran de nuevo? —se atrevió a preguntar.

Su madre se echó el cabello lentamente sobre el hombro y se arrodilló a su lado con movimientos elegantes y refinados.

—Porque ella está muy enferma. —Sonrió. Una sonrisa falsamente amable y serena.

—¡Pero nos necesita! ¡Está llorando!

—No, solo necesita estar sola, dormir y tomar su medicina —la voz de su madre era impasible y desamorada, como siempre.

Ce miró la puerta cerrada con desconfianza. Los sollozos se habían apagado un poco.

—¿Y hasta cuándo estará allí?

—Hasta que vuelva a ser ella misma.

—Pero Rosie...

—Rose... —la interrumpió su madre con firmeza, pero con otra sonrisa forzada— estará bien cuando vuelva a ser ella misma. Ahora, regresa a tu habitación y lee un libro, como siempre. Y no se te ocurra hablar de esto con nadie.

—¿Por qué no?

A Ce no le gustaba eso. Quería decirlo, pero sabía que a sus padres no les importaría. Nunca la escuchaban.

—Porque no queremos que otras personas hablen de nuestra familia.

Su madre le puso una mano sobre el hombro y, con su otra mano, cepilló su cabello y colocó un mechón detrás de su oreja. Ce se quedó estática.

—¡Imagina lo que dirían de nosotros! Tener una hija loc... —su voz se cortó e hizo una mueca como si odiara decir las palabras en voz alta—. No podemos permitir que hablen de nosotros, tenemos una imagen que proteger.

—Pero... ¿Y si alguien más puede ayudarla?

Su madre frunció el ceño.

—Nadie puede ayudarla.

—¿Pero y si...?

—¡Basta, Grace! —la reprendió y, con la mano en su hombro, la empujó, haciendo que tropezara y cayera sobre el suelo. Ninguna de las dos parecía sorprendida por la acción. No era la primera vez que pasaba, ni sería la última.

Su madre se levantó y la miró desde arriba con ojos duros. No solo parecía odiarla, sino que parecía odiarse a sí misma.

—A veces eres demasiado irritante, Grace —su voz estaba llena de rencor y disgusto—. ¡Ya vete a tu habitación! ¡No puedo lidiar contigo ahora, mucho menos con tu hermana!

—¿Está bien, señorita? —preguntó el empleado de la peluquería y la línea de sus recuerdos se desvaneció en el aire.

—Solo... —Ce siguió mirando su imagen en el espejo. La mirada decidida que la miraba a través del espejo la hizo sentir fuerte—. Solo córtelo.

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