CAPÍTULO 6
LUEGO DE LA CONVERSACIÓN sobre Eli, Aspen y Ce no intentaron entablar otra conversación. Él no insistió sobre Eli y Ce se relajó.
No quería hablar sobre Eli con Aspen. No quería hablar de Eli en absoluto; ni del porqué ella había prometido asesinarlo, ni del vínculo que los había unido durante tantos años. Nada de eso era problema de Aspen.
«No será tu culpa. Si no conoces nada sobre mí, nadie podrá culparte».
Ce le dirigió una mirada de perfil. Su postura aparentaba ser relajada, pero la rigidez de su mandíbula y sus ojos entrecerrados lo traicionaban. Ce casi podía escuchar los engranajes en su cerebro mientras pensaba.
Ella no lo distrajo. Se concentró en la carretera y dejó que su mirada vagara por el paisaje. Sus dedos acariciaban ausentes el pelaje de O, que dormitaba en su regazo. Ce ahogó un débil suspiro y cerró los ojos.
Tardaron casi una hora en llegar a Toledo.
Antes, habían decidido que no iban a quedarse. Sin embargo, Aspen fue el primero en romper el silencio y acordaron detenerse en una gasolinera para llenar el tanque del Camaro y buscar un lugar para desayunar.
Aspen aparcó fuera de un restaurante familiar. No permitían animales en el interior del local, pero tenía una sección exterior, como una pequeña guardería, donde podías dejar a tu mascota.
Ce se sentía renuente de dejar a O, apenas era un cachorro. No se habían separado de él desde que lo habían encontrado solo en esa caja, no quería que pensara que lo estaban abandonando de nuevo. Aspen podía pensar que era una ridícula e infantil, pero Ce había experimentado el sentimiento de sentirse abandonada muchas veces, no era nada agradable.
—No quiero que esté triste.
Aspen sonrió ligeramente y entraron en el restaurante. No comentó nada sobre su inquietud, casi como si no le importara, pero Ce sabía que no era cierto, porque escogió una mesa desde la que podían observar el área de mascotas. Ce miró a O y luego a Aspen mientras él leía el menú.
No estaba segura de por qué estaba mirándolo. Quizá tenía que ver con el hecho de que él era muy bueno con los detalles. O porque él parecía poder leer a través de ella. O tal vez, solo tal vez, tenía la necesidad de mirarlo. Quizá la hacía sentir tranquila saber que estaba a su lado, que seguía allí.
Ce apartó la mirada de él solo cuando la mesera se acercó a tomar la orden. Repasó el menú y pidió un plato de avena con frutas. Aspen ordenó un omelet con tostadas francesas. Cuando la mujer se marchó, Ce estudió el lugar. Era un restaurante tradicional, un poco rústico, con mesas de madera en hileras. Como era la hora del desayuno, estaba casi lleno. Se escuchaba el murmullo de las conversaciones y el relato de un partido de béisbol que estaban transmitiendo en los televisores.
Aspen también estaba concentrado en el partido, así que Ce sacó su celular para revisar las actualizaciones de Aimee. Sin embargo, se dio cuenta de que no quería hacerlo. Pensar en Aimee no era el problema, pero pensar en Eli parecía ser un detonante para su paz mental. Ce ya luchaba lo suficiente para mantener todo en orden, no podía permitir que Eli controlara cada minuto de su vida.
Buscó el libro que había estado leyendo.
No estaba segura de cuánto tiempo transcurrió. De pronto, los ojos de Aspen estaban sobre ella y su voz la alcanzó:
—¿Qué harás cuando salgas de la universidad?
Aspen debió reconocer la confusión en su rostro porque continuó hablando:
—Solo es curiosidad. No estoy intentando inmiscuirme en tu vida, lo prometo.
Ce bajó la mirada hacia el libro abierto.
—Quiero ser escritora.
—¿Escritora? Eso suena muy interesante. —Aspen sonrió—. De hecho, tiene mucho sentido, amas leer y eres muy inteligente. Serías la primera escritora que conozco.
Ce se asombró de no encontrar decepción o reproche en su voz, como sucedía con sus padres. Le indignaba la actitud de ellos, pero no le sorprendía. Ce lo veía de una forma muy sencilla: sus padres simplemente eran incompatibles con ella. No la querían, no la aceptaban, nada de lo que hiciera estaría acorde con ellos nunca.
—Mis padres jamás lo aceptarán —continuó ella, sin saber por qué.
Nunca había hablado de eso con nadie, pero al mirar a Aspen, se percató de que él parecía interesado en cada una de sus palabras.
—Creen que estoy perdiendo el tiempo. No entienden por qué voy a Brown y no quiero convertirme en una empresaria exitosa. Piensan que los escritores son liberalistas, poco conservadores y vanguardistas.
Ce suspiró. De repente, se sentía cansada.
—Aún aspiran a que cambie de idea o que me case con algún hombre rico y exitoso y me olvide de escribir para siempre.
Aspen tenía el ceño fruncido cuando Ce encontró su mirada. Sus ojos se habían oscurecido y parecía molesto.
—Tus padres te limitan con demasiadas fronteras. Eres como un pequeño ratón de prueba en su experimento de la familia perfecta. No deberías dejar que te controlen.
—No me controlan —se defendió Ce y también arrugó la frente.
—Eso es lo que tú crees —la contradijo con un amago de sonrisa, una irónica—. Aún vives con ellos, pagan tus estudios, tus gastos, te visten y te dan de comer. A pesar de intentar ir en contra de ellos, de ignorarlos, de olvidarlos, todavía les obedeces. No te engañes, Ce, ni te lo reproches. Simplemente creo que aún no has encontrado aquello que te hará desafiarlos y ser libre.
Ce apretó con fuerza el libro que sostenía y se mordió los labios.
Sentía que debía decir algo que lo hiciera contradecirse, pero se dio cuenta de que no había nada que discutir. Él tenía razón: aunque ella intentara vivir bajo sus propias reglas y ser excluida del foco de su familia, aun así nunca se había enfrentado a sus padres. No había batallas ganadas o perdidas con ellos, solo batallas no jugadas.
Sí, Aspen tenía más que la razón. Tenía la certeza de que, algún día, ella conseguiría ser libre.
Cuando la mesera trajo sus platos, Aspen se concentró en el partido de béisbol, como dando por terminada la conversación. Sin embargo, Ce se percató de que no quería estar rodeada de silencio en ese momento.
—¿Qué harás tú? —preguntó. Si lo tomó por sorpresa, no lo demostró—. Me refiero a después de este viaje.
—Quiero empezar mi propio taller mecánico —respondió Aspen con una débil sonrisa.
—¿Mecánico?
Sus labios se extendieron aún más y levantó una ceja lentamente.
—¿Por qué suenas tan sorprendida? ¿Qué creíste que me gustaría ser?
Ella se encogió de hombros rápidamente, casi preocupada de haberlo ofendido. Sin embargo, el brillo divertido en sus ojos le demostraba todo lo contrario.
—Realmente no lo sé. Antes creía que te convertirías en boxeador o.... en gánster.
Aspen soltó una carcajada.
Las personas a su alrededor se quedaron mirándolos y Ce sintió que se ruborizaba hasta la raíz del cabello. Ella evitó las miradas curiosas, centrándose en su plato y en comer pequeños bocados.
—¿Un gángster, Ce? —dijo Aspen—. ¿Creías que quería ser un pistolero? ¿Que empezaría mi propia mafia y asustaría a mujeres y niños por las noches?
Ella le clavó una mirada intensa, completamente enfurruñada.
Aspen volvió a reírse. En su cara.
—¡No te burles de mí! ¡Lo pensaba cuando era una niña!
Finalmente, Aspen se calmó y bebió un poco de agua antes de volver a hablar.
—A pesar del ideal prospecto que tienes para mí, creo que prefiero reparar autos. Soy bastante bueno. Mi abuelo trabajaba en una compañía mecánica cuando era joven. Fue él quien me enseñó el oficio. Juntos restauramos a Kiki.
—¿Solo los dos?
Él asintió. Sus ojos brillaron con orgullo.
—Era algo así como nuestro secreto. Trabajábamos durante la noche, en la cochera de la casa. Prefería gastar mi tiempo allí que en casa de mis padres.
A Ce no se le pasaba por alto el tono amargo que Aspen empleaba las escasas veces que mencionaba a sus padres. Ce sabía que había algo más profundo allí, un vínculo desgastado y destrozado por el dolor y el resentimiento. Sabía que estaba relacionado con el accidente de hacía seis años. Sabía que tenía que ver con Ben, el juicio, su condena y todas las mentiras dichas.
Sin embargo, ella nunca se lo preguntaría directamente, no porque no le importara, sino porque no tenía derecho a exigir respuestas. Las respuestas se pagaban con respuestas y ella no se sentía capaz de darle las más importantes y oscuras de su vida. No inmiscuirse en la vida de otros y ser indiferente era para ella casi como un instinto de conservación.
Así que, en lugar de mencionar a sus padres, Ce buscó un tema más seguro, aunque no menos triste:
—Lamento lo que sucedió con tus abuelos. Ellos eran buenas personas.
Los ojos azules de Aspen se cubrieron de añoranza.
—¿Fueron felices? —preguntó ella—. Me refiero a sus últimos años de vida.
Ce no podía estar segura. Solo los veía durante los veranos, pero siempre habían tenido una sonrisa para Rosie y ella.
—Sí. Todos los sábados acudían a jugar bingo al centro de ancianos. A mis abuelos también les gusta mucho. Creo que los hace muy felices.
Aspen sonrió aliviado.
—Eso es bueno.
Ce también lo creía.
Y, por un momento, pensó en sus propios abuelos. Los amaba más que nada en el mundo y, sin embargo, los había engañado. Era imposible no sentirse culpable. Sabía que estaba siendo mala y mezquina, pero alguien tenía que hacerlo. Alguien debía reclamar justicia, estaba convencida de eso.
Terminaron de comer en silencio.
Ce ya se había acostumbrado a eso, a las conversaciones dispersas y a los largos y cómodos silencios.
A través del cristal, Ce vio a O jugando con un muñeco de goma en el área de mascotas. Sonrió y se levantó, pero se detuvo al observar a la mujer que se había detenido frente a su mesa. Era joven y bonita. Su cara le parecía casi conocida, aunque no lograba ubicarla. Quizá si la hubiera mirado a los ojos, lo sabría. Pero ella estaba mirando fijamente a Aspen. Sus ojos estaban oscuros y encendidos con algo que reconoció como rabia y odio.
Ce sabía que no sucedería nada bueno. Cuando sus ojos cambiaron hacia Aspen, estaba más que convencida. Su rostro se había vuelto pálido y afligido, como si hubiera visto un fantasma.
—Así que ya estás afuera —la voz de la mujer también estaba cargada de rabia e impotencia.
—Suri... —murmuró, como si su nombre emergiera de sus pesadillas más tenebrosas.
—¿Cuánto tiempo pasó?
Ce se percató de que las murmuraciones a su alrededor se habían detenido. Casi parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Todos los ojos puestos sobre ellos. Y ella estaba petrificada.
—¡Respóndeme! —exigió Suri.
—Seis años —susurró Aspen.
—¿Seis años? ¿Solo seis años y ya? ¿Eres libre de nuevo?
—Suri, por favor... —Aspen cerró los ojos en un pestañeo y, cuando volvió a abrirlos, casi suplicaban como su voz.
—No es justo...
El aire se cargó de electricidad.
—No es justo y lo sabes. —Su mirada se endureció aún más.
—Suri...
—¡Noah murió! —Su voz se quebró.
—Fue un accidente...
—¡Mi hermano murió por tu culpa y no es justo!
Ce notó cómo cada una de sus palabras lastimaron a Aspen.
—¡Él se fue! ¡Se ha ido para siempre, y ni siquiera pude despedirme! Jamás podré volver a verlo sonreír ni abrazarlo de nuevo... ¡Era apenas un chico! ¡Y tú estás aquí, como si nada, libre!
Aspen desvió la mirada, como si solo mirarla lo lastimara.
—Lo siento, Suri —murmuró.
—¡No lo sientes! ¡No te creo, y no voy a perdonarte jamás! —hizo una pausa. Ce no podía imaginar que fuera capaz de decir algo peor para herirlo, sin embargo...—. ¡Tú deberías haber muerto en su lugar! ¡Ben tampoco merecía a alguien como tú!
Luego se marchó, pero dejó más que silencio detrás.
Aspen bajó la mirada y Ce quiso decir y hacer hacer algo. Pararse frente a él y decirle algo que lo sanara, al menos un poco. Pero seguía petrificada, como si aquella confrontación hubiera sido para ella, como si cada una de sus palabras hubieran sido lanzadas para herirla también por sus pecados.
Aspen se levantó, sin mirarla a los ojos.
—Te esperaré afuera —dijo, dejando un par de billetes sobre la mesa.
Luego le dio la espalda y se marchó.
Las murmuraciones continuaron y Ce volvió a respirar. Rápidamente, tomó su bolso y fue a recoger a O. El encargado lo tenía listo, e incluso le regaló el muñeco de goma con el que había estado jugando antes. Ce intentó esbozar una sonrisa, pero sentía el rostro entumecido.
Cuando se dio vuelta con O en brazos, Suri, estaba detrás de ella. Su mirada aún era intensa y su rostro inflexible. Ce la observó sin emoción.
—No deberías estar cerca de él —le advirtió—. No sabes cómo es en realidad.
Ce guardó silencio, pero su mirada se volvió fría. La mujer debió percibir el cambio, porque su semblante perdió un poco de la severidad.
—Es solo un consejo —soltó a la defensiva—. Quizá piensas que lo conoces, pero no. Él es destructivo y sé que no ha cambiado. No es un buen hombre. Deberías mantenerte alejada.
Ce frunció el ceño, desconcertada y muy enojada.
Podía aceptar que ella intentara darle consejos, que dijera lo que quisiera porque estaba herida y resentida, pero lo que no podía soportar, y jamás aceptaría de nadie, era que se dirigieran a ella con condescendencia como si fuera una maldita mocosa.
—Gracias por tu consejo, pero seré yo quien decida si está bien o mal estar cerca de Aspen. Como él dijo, fue un accidente, un terrible accidente. Pero ya pagó por sus pecados, incluso más de lo que podrías imaginar. Así que no vuelvas a acercarte a él.
Los ojos de la mujer ardieron, oscuros, pero Ce no se amedrentó. Resistió su mirada con firmeza y sin arrepentirse de sus palabras. Después aferró a O contra su pecho y la esquivó para seguir su camino.
Caminó con calma e intentó restaurar su respiración agitada.
Cuando llegó al parqueadero, Kiki seguía allí, pero no había rastros de Aspen. Ce miró alrededor, hasta que lo encontró apoyado contra la pared de un edificio, fumando. Se acercó despacio y se percató de que había varias colillas de cigarrillo en el suelo. Se detuvo a su lado, protegiéndose del sol, mientras O jugueteaba en sus brazos; era el único que no parecía incómodo por el silencio.
Él habló primero:
—El destino tiene una forma muy cruel de encontrarnos, ¿no crees?
Su voz sonaba grave y profunda como de costumbre, pero Ce sabía que demasiadas cosas estaban mal. Y nadie iba a hablar de eso. Ce se limitó a mirarlo mientras él seguía fumando despacio y ni la miró.
Y Ce supo que lo que fuera que se había roto en él, también se había roto entre ellos.
~~*~~
CE ESTABA SOÑANDO. Lo sabía porque en sus sueños estaba él.
En ese momento, era una niña de doce años, sentada en una banca del parque a las 21:00. Había pensado que estaba sola, pero no. Un chico cruzó el parque y se acercó hasta su figura, iluminada por el farol.
—Hola —dijo con voz cálida y calmada.
Ella levantó la cabeza del libro que leía. Un rostro sonriente le devolvió la mirada.
—Hola.
Él agitó una mano.
—¿Puedo sentarme?
Ce se encogió de hombros, mostrándose indiferente. Aunque, en realidad, se sentía un poco asombrada de que le hubiera preguntado primero.
—¿No deberías estar en la cama? —continuó, acomodándose a su lado.
—¿Tú no deberías estar en la cama? —contraatacó ella.
Su sonrisa se ensanchó aún más. Él siempre estaba sonriendo.
—Yo primero, ¿de acuerdo? Luego tú respondes.
Ce ni negó ni asintió.
—Me escapé de casa. Las cosas entre mis padres y mi hermano no están muy bien que digamos. No me gusta escucharlos discutir. Y mi mejor amigo está ocupado, así que... aquí estoy.
Ce pestañeó lentamente, seria.
—Tu turno.
No quería responder. Sin embargo, él había sido lo suficientemente amable y no la había tratado con estúpida condescendencia.
—También me escapé de casa. Me gusta este sitio para leer, hay silencio y buena luz.
—Ya veo. —Suspiró y su mirada recorrió el parque solitario—. Pero podría ser peligroso.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Porque soy una chica?
Él se apresuró a levantar sus manos para apaciguarla.
—No, no, me malinterpretas. También es peligroso para mí. En realidad, no sabes cuán contento estoy de que estés aquí. Sin embargo, cuando quieras venir por la noche, avísame y te acompañaré, ¿de acuerdo?
Cuando terminó de hablar, le guiñó un ojo y Ce intentó no ruborizarse, pero falló terriblemente. Ella quiso volver a enterrar la nariz en su libro.
—¿Y tu hermana? —preguntó él, luego de un rato.
—Hablando con su novio, como siempre. —Ce no pudo evitar hacer una mueca al decirlo—. ¿Y tu hermano?
—Se marchó a buscar algún pleito, como siempre.
Ambos guardaron silencio. A su lado, el chico echó la cabeza hacia atrás y sonrió, contemplando las estrellas. Ce lo miró, escaneando su rostro.
—Si pudieras pedir un deseo, ¿cuál sería?
Ce ni siquiera lo pensó dos veces.
—Ser huérfana y vivir aquí, con mis abuelos y Rosie. No irnos jamás.
Él sonrió.
—Te gusta mucho aquí, ¿verdad? Aunque los demás niños te molesten.
Ce asintió. Quería aparentar indiferencia, pero se sentía muy curiosa.
—¿Qué hay de ti? ¿Qué deseo pedirías?
Hubo una breve pausa mientras él meditaba.
—Desearía tener una relación más estrecha con mi hermano. Es mayor, así que no tenemos mucho en común. Siempre parece que lo estoy persiguiendo, cuando lo que en verdad quiero es caminar a su lado. Quisiera ser más parte de su mundo.
Ella arrugó la frente.
—Pero es un bruto.
El chico soltó una carcajada.
—Él es... un poco difícil, lo sé. Lo siento si te ha causado problemas.
—Me enseñó a golpear a otros niños.
Su rostro se suavizó con una sonrisa tierna.
—Eso es muy propio de él. Eso quiere decir que le agradas. No le enseña a golpear a todo el mundo.
Ella inclinó el rostro y estudió las palabras escritas en su libro, sin saber muy bien qué decir.
—Él... no es tan malo.
—Lo sé. Cuando crezca, quiero ser como él.
—¿Un gánster?
Hubo otra carcajada.
—Estoy seguro de que si alguna vez le dices eso en su cara le parecerá muy divertido —dijo, todavía riendo. Cuando su respiración se relajó, su mirada se volvió seria—. No está en su mejor momento, pero en el fondo tiene un gran corazón y se preocupa por los abuelos y por mí. Solo se comporta rebelde porque mis padres le exigen mucho e intentan gobernarlo y planear su vida. Creo que ser rebelde es la única forma que encuentra de declararse libre. No es una mala persona, no le haría daño a nadie. Y estoy seguro de que cambiará.
Ce arrugó la frente. No lo aceptaría en voz alta, pero se sintió preocupada. Él nunca era tan serio y, sin embargo, en ese momento la miraba fijamente.
—¿Por qué estás diciéndome todo esto?
El chico se encogió de hombros y le mostró una perfecta sonrisa, como dejando escapar algo de la tensión y seriedad.
—Por si algún día te preguntas quién es él en realidad.
Ce recuperó la consciencia de golpe. Como si en lugar de estar dormida, solo hubiera pestañeado.
—Ben...
El susurro salió de sus labios, pero no alcanzó a nadie.
Ce se sentó y reparó en que estaba sola en la habitación. La oscuridad y el silencio la rodeaban. Su corazón latía agitado. Aspen no estaba en ningún lado y, por un segundo, volvió a entrar en pánico, pero entonces lo recordó.
«Necesito un trago», había dicho y después había desaparecido.
Ce consultó el reloj. Eran las once.
Aspen se había marchado hacía tres horas. Ya tendría que haber regresado.
Ce se mordió los labios y salió despacio de la cama, intentando no despertar a O, que dormía en una esquina. Se acercó a la puerta del pequeño balcón y observó el parqueadero. Kiki seguía allí mientras una débil llovizna caía sobre el pueblo.
Estaban en Saratoga. Habían llegado después del atardecer. El viaje había sido agotador, más de día y medio de camino.
Al dejar Toledo, Aspen había conducido durante horas y horas, como si necesitara huir del recuerdo de Suri. Habían tenido que detenerse por zonas de obras en las carreteras. Y luego, por sugerencia de Ce, había realizado otras otro par de paradas, pero ninguna lo suficientemente larga para permitirles descansar.
Tampoco había habido mucha plática entre ellos.
Cada vez que Ce había intentado decir algo, Aspen la ignoraba, como si no pudiera escucharla. Se había encerrado en sí mismo, silencioso y distante. Y por primera vez desde que se habían reencontrado, Ce sentía que eran desconocidos.Desconocidos con recuerdos compartidos.
Tal vez debía aceptarlo y dejar de preocuparse. Antes de iniciar ese viaje, Ce lo había olvidado por completo a él, a Ben, a todos.
Sin embargo, ahora que las memorias surgían, mentiría si dijera que no estaba preocupada, más aún luego de haber soñado con Ben. ¿Por qué ahora? ¿Qué quería decirle? No había soñado con él en mucho tiempo, no después del accidente, de su...
Ce agitó la cabeza. Se apartó de la ventana y dio la vuelta por la habitación.
¿Dónde demonios estaba Aspen? ¿Y si se había metido en un lío? ¿Y si estaba borracho en algún lugar, solo y abandonado? ¿Y si había cometido alguna locura? Con cada hipótesis nueva, Ce sentía que el hormigueo nervioso sobre su piel se incrementaba.
Aspen era un maldito idiota por preocuparla de esa manera. Y estúpida, estúpida ella, que lo había dejado irse solo.
Eran un par de estúpidos, por eso estaban juntos.
Ce se enojó aún más y se percató de que mientras más se enojaba, podía ignorar los nervios. Se cambió el pijama por unos jeans y un buzo y caminó a la salida, pero recordó a O. Estaba dormido y se dijo que estaría bien. Pero no pudo convencerse. Si se levantaba, podía asustarse.
Ce lo cargó en brazos y caminó hacia la recepción. El escritorio estaba vacío. Se detuvo otra vez, preguntándose si estaría bien despertar a la familia que manejaba la posada. Pero no tenía otra opción. Tocó la campanilla varias veces, hasta que el encargado apareció.
—Disculpe las molestias, pero mi amigo no ha regresado —explicó. O se removió inquieto en sus brazos—. Dijo que iba a un bar, pero no ha vuelto y me preocupa que le haya sucedido algo. ¿Sabe cuál es el bar más cercano?
Antes de que el hombre tuviera tiempo de responder, apareció su esposa junto a su hija pequeña. Ce sintió culpa, pero la ahuyentó. Era una situación desesperada.
—Hay un bar a un par de calles de aquí, pero... —El encargado consultó su reloj—. Son casi las once. Podría ser peligroso que se marche caminando sola.
Ce negó con la cabeza.
—Estaré bien, camino rápido y sé golpear. Solo dígame hacia dónde ir.
El hombre le dio las indicaciones, aunque no parecía muy seguro. Ce estaba a punto de dejar la posada, pero regresó y miró a la familia.
—¿Podría dejar a mi cachorro con ustedes? No quiero que piense que lo hemos abandonado. Es muy tranquilo y solo será por un rato.
El encargado accedió al ver la emoción en el rostro de la pequeña. Ce sonrió, a pesar de la preocupación, y se despidió de O. Luego se cubrió la cabeza con la capucha y salió a la noche, cabreada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top