CAPÍTULO 5

ASPEN DEJÓ LA HABITACIÓN acompañado de O. Cargó al cachorro bajo el brazo hasta que salió a la calle y lo dejó sobre la acera. Luego caminó detrás de él con paso lento.

La noche ya había caído y corría un viento frío. El cielo estaba despejado y limpio, sin rastro de nubes, y se podían observar las estrellas, brillantes y lejanas. Las calles estaban desiertas y algunos locales ya estaban cerrados.

Anduvieron en silencio hasta que llegaron a un parque. Aspen se sentó en una banca y encendió un cigarrillo. Su mente estaba inundada de pensamientos y, poco a poco, los dejó escapar.

«A veces pienso que estoy tan rota que jamás encontraré todos los pedazos para volver a sentirme completa».

Aspen se llevó el cigarrillo a los labios y soltó el humo lentamente.

«Creo que se han perdido para siempre. Y está bien. Nunca podremos recuperar las astillas de todas las veces que nos rompemos en nuestra vida, ya lo he aceptado».

Miró hacia el cielo, reflexionando. O dejó de olfatear por allí y se sentó frente a él. Aspen contempló sus pequeños ojos oscuros.

—A veces, cuando veo a Ce es como ver a dos personas en el mismo cuerpo.

El cachorro le sostuvo la mirada. Aspen soltó otra bocanada de humo.

—Por un lado, está la chica seria, fría y vengativa; esa chica que tiene un arma, que aprendió a usarla y va a asesinar a un hombre. Y, por el otro lado, está la chica sabelotodo, muy seria pero inocente, que siempre está leyendo novelas y rescata cachorros abandonados.

«Dos chicas completamente distintas. Un solo cuerpo».

Aspen había sido testigo de sus cambios de actitud. Y, sin embargo, aún no se había acostumbrado a la rapidez con la que Ce alternaba entre las dos. Aspen no la juzgaba, solo Dios sabía que él no tenía derecho a hacerlo. Pero si tenía que ser sincero, debía admitir que aunque podía aceptar a la Ce vengativa, prefería convivir con la Ce sabelotodo, no porque la Ce vengativa tuviera espinas afiladas y fuera imposible de alcanzar, sino porque la Ce sabelotodo le recordaba a un pasado que había sido bueno y más feliz. Un pasado que había sido bueno para ambos, al menos hasta aquella trágica noche.

«¿Alguna vez has sentido tanta culpa que ni siquiera tienes fuerzas para levantarte por las mañanas?» Su pregunta le había dado escalofríos.

Por más que lo pensara, Aspen no podía entenderlo. Ce solo tenía diecinueve años. Si ella apenas estaba empezando a vivir, ¿cómo era posible que cargara aquel sentimiento de culpa tan profundo que se escondía en sus ojos?

Aspen quería respuestas. No obstante, sabía que la Ce vengativa no se las daría fácilmente y no estaba seguro de si la Ce sabelotodo podría soportar responderlas. Si la presionaba por respuestas, no las obtendría jamás. Y si no exigía nada, Ce jamás le diría la verdad.

Se sentía como en una encrucijada, no sabía qué camino elegir. Y lo odiaba, porque sabía que era malo tomando decisiones importantes. Todavía estaba pagando las consecuencias de sus más terrible errores, no quería que Ce fuera otra equivocación.

—¿Qué camino tomó Ce? —murmuró—. ¿Cómo llegó hasta ti?

O profirió un sonido lastimero como si intentara decirle que comprendía todos sus dilemas.

Aspen sonrió con un ligero estiramiento de sus labios, abrumado, no solo por sus alborotados pensamientos, sino al darse cuenta de que estaba hablando solo.

—Creo que he enloquecido. Ce me ha vuelto loco —musitó—. ¡Estoy hablándole a un perro!

O ladró feliz y se levantó en sus patas, emocionado. Era lo suficientemente inteligente para saber que se refería a él.

Aspen terminó su cigarrillo y se puso de pie. Una débil llovizna comenzó a caer con lentitud. Tomó a O en sus brazos y regresó al hotel. De camino, compró una funda de comida para cachorros y una gaseosa.

Al entrar en la recepción, el encargado veía televisión detrás de un escritorio. Aspen murmuró un saludo y continuó.

Cuando abrió la puerta de la habitación, Ce aún dormía. Dejó a O en el suelo y le sirvió una ración de croquetas sabor a carne. El cachorro comió con entusiasmo y Aspen lo observó durante unos segundos. Luego se duchó y se cambió de ropa, reemplazando sus jeans oscuros por un pantalón de pijama de algodón azul.

Había un estrecho sillón en una de las esquinas de la habitación. Aspen se sentó y comenzó a secarse el cabello. Sus ojos encontraron a Ce, al mismo tiempo que ella se sentaba en la cama.

—Lo siento si te desperté —se apresuró a decir.

Ce negó con la cabeza. Algunos de sus mechones dorados se mecieron contra sus mejillas y brillaron bajo la cálida luz de la habitación.

—¿A dónde fuiste? —preguntó, restregándose los ojos—. Desperté y no estabas, tampoco O.

Aspen sonrió débilmente.

—Lo llevé a dar una vuelta y le di de comer —respondió satisfecho.

Ella asintió y enmudeció. Su mirada parecía ausente.

—¿Ya te sientes mejor? —Aspen no podía dejar de preguntárselo, al menos hasta estar seguro de su recuperación.

—Sí, la medicina para el dolor surtió efecto. Mañana estaré como nueva.

Ambos se quedaron en silencio.

Aspen pensó en su anterior conversación. Estaba a punto de sacar el tema, cuando su mirada estudió a Ce en la cama. Aún lucía cansada y frágil; además, parecía pérdida en un mar de pensamientos propios. No iba a presionarla, no iba a inmiscuirse.

—¿Dónde vas a dormir? —preguntó ella, de repente.

Aspen la miró dudoso y se percató de que no había pensado en ese detalle. Con ella enferma, solo había atinado a registrarlos en el primer hostal que había encontrado. Había obviado el hecho de que solo tuvieran habitaciones sencillas disponibles, no había considerado lo que Ce pensaría.

—No te preocupes, puedo dormir en el sillón o en el suelo —contestó.

Ella lo miró con el ceño fruncido.

—Ese sillón es demasiado pequeño para ti. No podrás dormir nada, y si no puedes dormir, no podrás conducir mañana —dijo muy seria—. Duerme conmigo.

—¿Disculpa? —Aspen no pudo evitar el tono de sorpresa en su voz.

Ce lo miró con una expresión inalterable mientras se acomodaba en el lado izquierdo de la cama.

—Puedes dormir en el lado derecho —afirmó, haciendo caso omiso de su perplejidad—. No es como que yo pueda ocupar toda la cama.

Aspen permaneció inmóvil, inseguro y tenso, y se quedó sentado en el sillón que apretaba todo su cuerpo.

—¿Estás segura? —insistió, asegurándose de que no fuera una trampa.

—Sí —la voz de Ce fue suave y honesta—. Además, también debes estar cansado.

Se miraron por un largo minuto, hasta que Aspen estuvo seguro de que ella no cambiaría de opinión.

—Está bien —concluyó—. Gracias.

Se levantó del sillón, apagó la luz y caminó hacia la cama. Ce lo contempló atenta, mientras removía las sábanas y se acostaba en el espacio libre. Ninguno habló. Sus ojos la recorrieron: el rostro fino, la piel pálida y limpia, los esculpidos labios rosas y sus ojos con el azul más claro que hubiera encontrado antes en ellos. Aun sin una mínima pizca de maquillaje, Ce era realmente...

O ladró.

El pequeño cachorro se puso en dos patas e intentó subirse a la cama. Aspen lo levantó y O se acomodó sobre las sábanas, entre sus cuerpos. Ce se sentó para atraparlo entre sus manos y Aspen fijó sus ojos en las líneas definidas de sus hombros. Ascendió con la mirada, hacia el hueco en la base de su cuello, y luego por las ondas suaves hasta sus clavículas. Muy despacio, sus ojos bajaron un poco más, estudiando su piel, desde su barbilla hasta el inicio del valle entre sus pechos, y contempló el dulce movimiento de su respiración.

Aspen se obligó a apartar la vista cuando percibió la intensidad con que la estaba mirando.

—Buenas noches —balbuceó.

Le dio la espalda y dirigió la línea de sus pensamientos lejos de ella. Podría parecer estúpido, incluso ridículo, pero era la primera vez que dormía en la misma cama con una mujer sin que implicara hacer nada más que eso, dormir.

Sin poder evitarlo, se sentía agitado y muy consciente de sí mismo. Definitivamente era ridículo, porque era un hombre maduro y estaba comportándose como un adolescente idiota. Era cierto que su tiempo de abstinencia había sido largo; ni siquiera recordaba la última vez que había estado con una mujer.

Luego de salir de prisión, con tantas cosas en la cabeza, había olvidado resolver su... inconveniente. Además, no podría haber previsto aquel viaje con ella. Sin embargo, aquello era su problema y solo su problema; Ce no era una solución. Ella estaba absoluta e indiscutiblemente prohibida. Él no solo le llevaba varios años, sino que ella estaba por completo fuera de su liga. Aspen podía hacer una lista entera con razones por las que ellos eran una mala combinación. Por eso, era más sencillo controlar sus pensamientos y seguir engañándose a sí mismo, pretendiendo que Ce seguía siendo la niña sabelotodo de trenzas desbaratadas y gafas horripilantes.

—¿Aspen?

Se sobresaltó, no porque le hablara, sino porque Ce no solía utilizar su nombre con frecuencia. Él se tomó un instante para recordar el sonido en sus labios.

—Buenas noches.

~~*~~

CUANDO CE DESPERTÓ a la mañana siguiente, ya no se sentía enferma.

Se quedó mirando el techo por un largo rato. Su respiración serena, sus pensamientos en desorden, mientras registraba cada detalle a su alrededor. La habitación estaba ligeramente iluminada por los primeros rayos del amanecer que se filtraban entre las cortinas. La temperatura era fresca y el ambiente acogedor.

Ahogó un bostezo, cubriendo sus labios con una mano, y sus párpados empezaron a cerrarse de nuevo. Se restregó los ojos y giró el rostro. A su lado, Aspen todavía dormía. Estaba acostado de lado, con un brazo doblado bajo la cabeza y su otra mano, grande y áspera, descansaba contra la planicie de su vientre.

Su vientre.

Ce observó su mano.

Las sábanas se habían enredado en sus piernas y su blusa se había levantado por encima de su ombligo. Admiró el contraste de la piel dorada contra su piel clarísima, sintiendo como su cuerpo percibía, de manera agradable e inesperada, la sensación de calidez que transmitían sus dedos.

Cuando Aspen se agitó en sueños, sus dedos ascendieron un poco más y su abdomen se tensó. Ce se quedó quieta por varios segundos. Se obligó a respirar y, con mucho cuidado, tomó su mano y la movió hasta colocarla sobre las sábanas.

Se levantó y O la imitó, tambaleándose hacia ella. Ce lo cargó contra su pecho y lo acarició con cariño. El cachorro tenía el pelaje sucio, así que decidió darle un baño y tomar una ducha.

O hizo un desastre en el cuarto de baño; se retorció, jugó y corrió de un lado a otro con emoción, pero Ce logró su objetivo. Luego limpió la habitación y se duchó. Se vistió y se peinó, antes de regresar a la habitación.

Ce le sirvió una porción de croquetas a O y lo observó comer mientras se maquillaba.

Su tranquilidad fue interrumpida cuando su celular vibró. Ce se acercó y examinó la pantalla. El aparato se agitó insistente. Hizo una mueca de disgusto y se dio cuenta de que aquella llamada no podía retrasarse más. Salió de la habitación y contestó.

—Madre.

—¿Por qué no respondes el celular? —la voz al otro lado era fingida, como si tuviera que pretender que estaba un poco molesta y preocupada cuando Ce sabía que no le importaba en absoluto.

—He estado ocupada —respondió. Cualquier otra persona habría agregado una disculpa, pero Ce no tenía ni la menor intención de decirla.

—¡Podrías haber enviado un mensaje! —se quejó su madre.

Ce no dijo nada.

—Sé que tus estudios son importantes para ti, Grace. La universidad es tu nuevo mundo, pero tu padre y yo nos preocupamos por ti, mucho más después de todo lo que ha sucedido estos últimos meses. Tú lo sabes, Grace, luego de que tu hermana...

Ce alejó el celular y contó los segundos. Cuando el leve murmullo cambió de tono, volvió a acercarse el celular.

—Aunque no lo digamos muy seguido, tu padre y yo queremos lo mejor para ti. Queremos una vida perfecta en la que te sientas bien.

Ce analizó las palabras de su madre. Ella no dijo «te queremos», sino «queremos para ti». No dijo una vida perfecta en la que te sientas «feliz», sino «bien», solo «bien». ¿Qué clase de padres no le decían a su hija que la querían y le deseaban una vida en la que se sintiera solo «bien»?

Su mano libre se convirtió en un puño apretado y fue apenas capaz de contener su desagrado:

—Si quieren lo mejor para mí, entonces no me interrumpan mientras estoy en clases. Estoy muy ocupada.

—Está bien, Grace, no te molestes. Solo quería saber si estabas bien antes de irme de viaje. Es un crucero en Grecia y será muy corto, no te preocupes. Lo necesito para aliviar todo el estrés acumulado y...

—Adiós, madre.

Ce colgó e intentó recuperar la calma. Quiso olvidar el recuerdo de la conversación y el mal sabor que siempre le dejaba tener algún contacto con sus padres.

No era la primera vez que le sucedía ni la primera vez que Ce pensaba que sus vidas serían más sencillas si dejaran de hablarse para siempre. Todo sería mejor si dejaran de pretender que eran una familia, cuando ya no eran nada; si dejaran de intentar mentirle diciendo que la querían, cuando jamás lo había hecho.

Ambos se lo habían dicho muchas veces. Quizá pensaban que no podía recordarlo, pero siempre habían sido claros: ellos nunca habían deseado hijos. Rosie y ella habían sido un error, uno que jamás aceptarían y, aun así, Ce lo había soportado.

Durante años, había pasado por alto su falta de cariño y preocupación, los escasos momentos de felicidad, los malos tratos, su frialdad y su desprecio, su horrible niñez, su controlada adolescencia... Había aceptado todo con fingida indiferencia. Se había acoplado a lo que era su vida, pero luego de lo que sus padres habían hecho con Rosie, Ce había empezado a odiarlos.

«¿Qué clase de padres le dan la espalda a su hija cuando más los necesita?»

Ce suspiró.

Cuando regresó a la habitación, Aspen seguía dormido, pero había cambiado de posición. Ahora estaba tumbado boca abajo, los despeinados mechones castaños claros sobre la almohada, toda su espalda descubierta y los músculos relajados, revelando el milagroso fénix renacido.

Ce se preguntó lo que dirían sus padres si supieran la verdad. Se preguntó qué harían si la vieran allí, viajando, conviviendo, durmiendo con un hombre que era un desconocido para ellos. Casi estaba segura de que su madre la golpearía por amenazar su imagen elitista, mientras su padre la miraría con aquella mirada fría y llena de desdén que estaba reservada para quienes encontraba inútiles.

Siempre eran demasiado dramáticos.

Sabía que lo que sus padres odiarían más no sería la idea de que ella hubiera dejado la universidad y los hubiera engañado, sino su acompañante. Si fuera algún joven heredero de una prominente familia, quizá hasta estarían felices de que hubiera atrapado a alguien. Pero ese no era el caso de Aspen. Sus padres jamás lo aprobarían, no porque se tratara específicamente de él, ellos no lo conocían, pero cualquiera que proviniera del pequeño pueblo de Chatham simplemente no era lo suficientemente bueno ni rico.

Lo que los Carlson siempre habían querido y querían para ella era un marido prometedor que encajara en la fotografía familiar que colgaban sobre la chimenea. Cada vez que Ce pensaba en eso, sentía náuseas. Sus padres estaban muy equivocados y ella hacía mucho tiempo que había decidido romper con las tradiciones familiares. Ce no quería un imbécil snob que la llevara del brazo y la exhibiera como trofeo.

No, ella quería más. Y Aspen era su primera rebelión.

Como si hubiera podido escuchar sus pensamientos, Aspen se removió sobre la cama hasta quedar sentado. Los músculos de sus brazos y su abdomen se tensaron y aflojaron. Se frotó el cuello con una mano y algunos mechones rebeldes cayeron sobre su frente. Él se peinó el cabello hacia atrás y levantó el rostro. Ce siguió cada uno de sus movimientos de forma inconsciente.

—Hola —dijo.

Su mirada soñolienta la recorrió y, por algún motivo lejos de su entendimiento, Ce se percató, casi aterrada, de que estaba ruborizándose.

—Buenos días —respondió con seriedad, pero sin erguir una firme barrera de distancia entre ellos. Después de todo, él había estado allí para ella durante su enfermedad, incluso luego de que ella rechazara su ayuda.

Aspen apoyó la espalda contra el respaldar de la cama y se cruzó de brazos.

—¿Cuál es la agenda para hoy? —preguntó—. ¿Avanzaremos hasta Toledo y nos quedaremos allí hasta que el grupo se mueva?

Ce recuperó la compostura y volvió a concentrarse. Reflexionó rápidamente la situación y, al final, negó.

—Tomaremos la delantera. No nos adelantaremos tanto. Además, tenías razón: sé que su destino es San Francisco. Ellos realizarán su propio viaje con los desvíos que quieran y nosotros realizaremos el nuestro. No es como que pueda obligarlos a ir más deprisa, y no pienso matarlo antes de que cumpla el recorrido. No es así como funcionan las cosas —Ce no pudo evitar el tono amargo de su voz, así como tampoco pudo evitar darse cuenta de todas las preguntas que nublaron los ojos de Aspen. A pesar de eso, él no formuló ninguna en voz alta.

—Vístete. Sacaré a O.

Él asintió y Ce le dio la espalda, cargando a O en sus brazos y caminando hacia la puerta.

Entonces, el recuerdo la golpeó.

«A veces pienso que estoy tan rota que jamás encontraré todos los pedazos para volver a sentirme completa. Creo que se han perdido para siempre. Y está bien. Nunca podremos recuperar las astillas de todas las veces que nos rompemos en nuestra vida, ya lo he aceptado».

Apretó las manos en torno al cuerpo cálido de O y se mordió los labios, insegura. Cuando escuchó que Aspen se levantaba de la cama, Ce se volteó.

—Aspen... —dijo. Él la miró, atento, y, de pronto, Ce se sintió aún más nerviosa—. Gracias, por ayudarme ayer. Y... olvida si dije cosas innecesarias.

Él pareció desorientado por unos segundos, pero luego un brillo de reconocimiento iluminó sus ojos y el silencio se volvió espeso. Ce esperó, impaciente, hasta que Aspen dio una ligera inclinación con la cabeza.

Ce no habló, ni intentó sonreír o explicar la situación. Solo se marchó, pensando en que de ahora en adelante debería tener más cuidado con lo que decía frente a él.

~~*~~

LA RADIO DEL CAMARO estaba encendida y la transmisión de un partido de béisbol llenaba el silencio entre Ce y él.

Sin embargo, aunque llevaba más de quince minutos escuchando la voz del comentarista, Aspen no podía decir cuál era el marcador del encuentro ni quiénes estaban jugando. En lugar de prestar atención, había estado pensando en Ce, una actividad que hacía muy seguido, en realidad. Casi todo el tiempo.

Pensar en ella. Preocuparse por ella. Intentar olvidarla...

«Olvida si dije cosas innecesarias». Ojalá fuera tan sencillo para él hacerlo como parecía ser para Ce decirlo. No comprendía el porqué, ni sabía desde cuándo, pero realmente se interesaba por ella.

Aspen nunca había sido una persona que sintiera empatía por otra persona de forma tan repentina o que tuviera debilidad por las causas perdidas. Quizá tenía que ver con el hecho de que había aspectos en la Ce vengativa que le recordaban a él cuando tenía su edad: rebelde, independiente, resentido, enojado con el mundo. O tal vez se debía a que él no quería que cometiera sus mismos errores. O a lo mejor le parecía que su alma era demasiado triste y solitaria. Él no lo sabía.

Sea cual fuera la razón, pensaba en ella, casi como si fuera lo único en lo que pudiera pensar. Y sabía que estaba mal. Debía obligarse a mantener una línea invisible entre ellos. Su abuela solía decir que estaba bien preocuparse por alguien, pero no aferrarse. Tenía que aprender a recordarlo, no solo porque aquello no predecía un buen final, sino porque estaba usándola como una excusa para tener un respiro de sí mismo. Parecía más sencillo pensar en ella, en lugar de pensar en él mismo y en todas las cosas tristes y oscuras que contenía o que se avecinaban y de las que quería huir.

—¿Por qué las personas hacen cosas estúpidas cuando están enamoradas?

Aspen reaccionó y la miró de soslayo, confundido.

—¿A qué viene eso?

Ce se removió en su asiento con una mueca en los labios y un libro abierto apretado en sus manos. Ella lo cerró con una expresión tal de reprobación que casi lo hizo reír.

—La protagonista es una idiota —explicó—, y no lo entiendo. ¿Por qué arruinar tu vida y arriesgarlo todo por amor?

Aspen guardó silencio y volvió a mirar la carretera, meditando su respuesta.

—Siempre he creído que aquello es una regla universal sobre el amor —respondió al fin.

Ce mantuvo su mirada atenta y, luego, curiosa.

—Hacer cosas descabelladas, convertirnos en uno con alguien más, buscar su bienestar antes que el nuestro, mentir, proteger, arriesgarlo todo para que sea feliz... A veces una persona hace cosas impensables por quien ama porque sabe que arriesgarlo todo la hará sentirse completa.

Ella pareció asimilar sus palabras y asintió despacio. Luego un brillo latió en sus ojos azules.

—¿Te has enamorado alguna vez?

Había esperado la pregunta, pero igual lo sorprendió, sobre todo porque no recordaba que alguien alguna vez le hubiera hecho esa misma pregunta. Ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que se había detenido a pensar en el amor o en si estaba enamorado. La respuesta no era difícil.

—No.

Ce frunció el ceño.

—Pero salías con muchas chicas...

Aspen se encogió de hombros, un poco asombrado de que ella recordara algo tan personal de su vida.

—Nunca fue serio para mí. Ni siquiera he tenido una novia oficialmente —explicó—. Mi abuela solía decir que cuando estás enamorado, tu corazón late muy deprisa cuando estás cerca de esa persona y verle sonreír te hace muy feliz. Nunca he sentido algo así, al menos no que recuerde.

Ce se quedó callada y clavó la mirada en la cubierta del libro. Aspen estudió su perfil; la seriedad marcaba las líneas suaves de su rostro. Se quedaron en silencio por varios segundos y Aspen regresó los ojos a la carretera.

—Tampoco he estado enamorada. Nunca. Ni siquiera cuando estaba con Markus —dijo Ce. Su voz era baja y apagada.

—¿Markus?

Ce volvió a levantar la mirada y sus ojos, ahora más verdes que azules, se deslizaron sobre los suyos.

—Mi primer novio y único novio. Nos conocimos unos meses después de que entré a Brown. Parecía agradable, así que empezamos a salir.

Aspen asintió muy atento y guardó completo silencio.

Era extraño que Ce se abriera en una conversación, en especial si tenía que ver con cosas personales. No quería arruinarlo.

—Markus era de buena familia. Atractivo, pudiente e inteligente. Era el presidente del club de debate y siempre había mujeres a su alrededor. Muchas chicas soñaban y suspiraban por él. Decían que era un buen partido y que era muy afortunada por tenerlo.

Ce dejó escapar un suspiro amargo.

—Sin embargo, todas se equivocaron. En realidad, Markus resultó ser un maldito pretencioso. Tenía mal carácter, a veces me gritaba, se preocupaba solo por su bienestar y era terrible en la cama.

Aspen se atragantó. Tosió varias veces hasta calmar su respiración y el ardor que había subido hasta sus orejas. Luego la miró, aclarándose la garganta.

—Parece que no le tienes mucha estima.

Ce negó con la cabeza. Su semblante estaba sin expresión, como siempre. Y, por un momento, Aspen se preguntó si realmente la había escuchado hacer un comentario sobre su vida sexual, lo cual no debería haberlo dejado tan perplejo porque Ce, aunque él intentara no pensarlo así, ya no era una niña. Él había empezado a tener sexo a los diecisiete años. Podía entender que ella era una mujer joven con necesidades que quería descubrir y explorar, aunque comprender aquello no ayudara precisamente a su tranquilidad mental.

—Terminamos cuando me di cuenta de que me engañaba con otras dos chicas.

—Lo siento.

—Le rompí la nariz.

Aspen sintió una sonrisa de orgullo tirando de sus labios.

—Bien hecho.

Ella se encogió.

—Se lo merecía, era un cretino.

Ambos se quedaron en silencio y Aspen siguió reflexionando sobre la conversación. De pronto, se dio cuenta de que había un detalle que había pasado por alto y el cual no encajaba en ningún lugar: aquel tipo... Eli.

Ce había dicho que su primer y único novio había sido el tal Markus. Si ella estaba diciendo la verdad, eso quería decir que era falso lo que él había insinuado sobre que Eli era su ex y que ella quería vengarse por su engaño. Pero... si aquella no era la razón de su venganza, ¿por qué Ce quería asesinar a Eli? No se atrevió a hacer esa pregunta directamente.

—Ese tipo, Eli, no es realmente tu ex, ¿verdad?

Aspen no la miraba fijamente, pero por el rabillo del ojo, pudo ver cómo Ce se tensaba. Ella no se apresuró a responder. Por el contrario, se dio vuelta en su puesto, agarró a O del asiento trasero y lo acomodó sobre su regazo. El cachorro apoyó sus pequeñas patas contra su pecho para lamerle la barbilla. Ce se relajó, la tensión poco a poco dejó su cuerpo mientras acariciaba el pelaje oscuro del cachorro.

—Ya te lo había dicho antes —sus palabras fueron suaves y calmas—: que estabas equivocado.

Ella tenía su atención puesta en O y parecía reacia a levantar la mirada, pero Aspen esperó. Guardó silencio hasta que sus miradas se encontraron. Su expresión había perdido todo rastro de emoción, pero sus ojos estaban de un inquietante azul.

—Ce... —Aspen iba a disculparse por sacar el tema cuando ella lo interrumpió.

—No estoy aquí porque Eli me haya botado ni porque esté celosa. Él no es nada para mí y nunca lo ha sido. Estoy aquí porque me lo prometí. Juré que cobraría venganza y, en el fondo, él sabe que lo merece. Además... —Ce se cortó y dejó caer el rostro.

Aspen frunció el ceño cuando se percató de que sus dedos temblaban un poco al acariciar a O.

En ese momento, ella no era la Ce vengativa que hablaba con firmeza sobre asesinar a un hombre, sino la Ce sabelotodo que intentaba enfrentarse a su misma promesa. En ese instante, ella parecía tan vulnerable y asustada que quiso extender su mano y apretar las de ella para transmitirle calma. Pero no se atrevió a tocarla.

—Él no es lo que parece —agregó en un susurro—. También me haría daño si pudiera. Es el peor lobo disfrazado de oveja.

Aspen sintió que se le helaba la sangre, pero no dijo nada. No supo qué más hacer, así que siguió conduciendo.

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