CAPÍTULO 3

HABÍA ANOCHECIDO Y estaba lloviendo con fuerza cuando Ce decidió que buscarían un hotel para pasar la noche.

Aspen no pudo estar más de acuerdo. Aparte de sentirse un poco agotado por conducir, luego de las revelaciones de Ce, tenía un dolor de cabeza que amenazaba con matarlo. Y, aun así, no podía dejar de pensar.

Ya había perdido la cuenta de cuántas veces se había dicho que lo que Ce hiciera no era asunto suyo, lo había repetido toda la tarde. No era su asunto y no tenía nada que ver con él. Su trabajo era solo conducir, él no daba opiniones ni se entrometía. No obstante, imaginarse a Ce en la cárcel le producía escalofríos.

Ella no pertenecía allí.

Ce pertenecía a salones luminosos llenos de estanterías rebosantes de libros y no a cuatro paredes mohosas, inundadas de oscuridad, violencia y desesperación. Jamás encajaría, y aquello la destruiría para siempre. Él lo sabía muy bien, lo había experimentado de primera mano.

En algún momento, entre los recuerdos del pasado y el imaginario futuro, su dolor de cabeza había comenzado. De pronto, sentía la necesidad de idear posibles soluciones que evitaran que Ce terminara tras las rejas.

Primero había pensado en decirle a sus padres. Sin embargo, sabía que si Ce estaba tan decidida con su decisión aquello no la detendría. Quizá la obstaculizaría por un tiempo, pero luego volvería a intentar seguir su loco plan de venganza.

Luego había pensado en contactar a Rosie. Pero no disponía de su número y pedírselo a Ce sería muy sospechoso. Y, aunque por algún milagro Ce se lo diera, lo más probable era que Rosie no lo recordara ni le creyera, sería su palabra contra la de Ce.

Y, por último, había pensado en sus abuelos, pero... ¿A quién quería engañar? Él no podía hacerles eso. No podría simplemente aparecer frente a ellos y acusar a su nieta de intentar asesinar a un hombre. Probablemente les causaría un infarto, y Aspen ya tenía demasiadas vidas perdidas como karma para agregar dos más.

Además, estaba el hecho de que él no era un miserable soplón y, bien o mal, aunque hubiera querido o no, ella había depositado un poco de su confianza en él. No iba a traicionarla. Así que todas las soluciones que incluían delatarla estaban fuera de discusión.

No era necesario mencionar que, luego de ese punto, el dolor de cabeza había aumentado.

Al final, la solución había quedado resumida en una única opción: disuasión.

Aspen no sabía qué podía haber hecho ese hombre para que Ce quisiera asesinarlo. En ese momento, ya ni siquiera importaba.

Había muchos secretos que no sabía, muchas razones que no comprendía, pero quizá, durante el viaje, ella podría cambiar de opinión. O tal vez él podría hacerla cambiar de opinión de forma sutil, sin que se percatara de que se estaba entrometiendo en sus asuntos.

No podía prever lo que sucedería en ese viaje, pero tal vez Ce perdería su objetivo o se aplacarían sus sentimientos. Aspen no lo sabía, pero al menos tenía que creer en algo. Aún les quedaba mucho camino por recorrer y cualquier cosa podría suceder. Él actuaría normal y la apoyaría. Entonces, a lo mejor Ce confiara un poco en él como para hacerle darse cuenta de que arruinar su vida e ir a prisión no era el camino que imaginaba para alguien tan brillante como ella.

Aspen suspiró.

Tomaron una desviación de la carretera y encontraron un hostal al final de una hilera de casas y un par de locales comerciales. Cuando estacionaron, Aspen sentía que su cabeza estaba a punto de explotar. Ayudó a Ce con su equipaje y la siguió al interior de la recepción. La lluvia los había empapado; intentaron secarse sobre el tapete de bienvenida.

El recepcionista, un hombre escuálido, con piel amarillenta y escaso cabello oscuro, se levantó de un brinco apenas vio a Ce. Sus ojos la recorrieron de pies a cabeza y se iluminaron con interés, pero el semblante de Aspen debía albergar una expresión tan salvaje que el hombre se tragó lo que fuera que hubiera estado a punto de decirle. Él desapareció detrás de una puerta y luego reapareció acompañado de una mujer.

Ce le ofreció una sonrisa cordial y procedió a registrarse. Ella quería dos habitaciones individuales, pero la mujer le informó que solo disponían de habitaciones dobles. Aspen respondió con un encogimiento a la pregunta en sus ojos; poco le importaba si la habitación era simple, doble o lo que fuera, solo quería ducharse, poner a secar su ropa y dormir. No obstante, por las miradas que seguía lanzándole el recepcionista a Ce, cada vez le parecía mejor idea que compartieran habitación.

La mujer le entregó la llave y Aspen llevó la maleta de Ce hasta el segundo piso. Cuando entraron, ella encendió la luz y miró alrededor. La habitación era pequeña y tenía un par de muebles, pero al menos estaba limpia y seca. Ce dejó su cartera en la cama y se desprendió de la bufanda y las botas. Aspen dejó la maleta junto a su bolso.

—Ten.

Ce extendió su brazo y le ofreció algo. Cuando Aspen abrió su mano, ella dejó caer dos pastillas; presumiblemente, aspirinas.

—¿Cómo sabías que me dolía la cabeza?

—Por la forma en que frunces el ceño constantemente.

Aspen le agradeció y abrió la botella de agua que encontró sobre un escritorio. Bebió un sorbo y se tragó las aspirinas. Dejó escapar un suspiro débil y sintió que su cuerpo se quejaba, cansado, como si de pronto llevara una carga muy pesada sobre sus hombros.

Pasó sus dedos entre sus cabellos húmedos, intentando aliviar la tensión de su cuerpo. Luego se desprendió de la chaqueta y la camiseta. Se detuvo al percatarse de que no estaba solo en la habitación. Buscó a Ce sobre su hombro para comprobar si la incomodaba, pero ella estaba concentrada buscando prendas en el interior de su maleta.

Aspen le dio la espalda y engulló el resto del contenido de la botella mientras consideraba la idea de hacer una parada al día siguiente y comprar un par de camisetas y jeans nuevos.

No podía hacer el viaje solo con una muda de ropa. Además, tenía dinero; no el que sus abuelos le habían dejado, ya había decidido no usarlo, sino el que había ahorrado con años de mesadas, de regalos de cumpleaños y trabajos ocasionales que hacía por los veranos cuando estaba en la secundaria. Todo había quedado en su cuenta y había adquirido una nueva tarjeta en el banco. Podía gastar en cosas útiles y que le servirían para...

El hilo de sus pensamientos se perdió al sentirse observado. Volvió a mirar sobre su hombro. Aspen estaba examinando el tatuaje en su espalda.

Ella se levantó de la cama con lentitud y se acercó unos pasos, sin quitarle la mirada de encima. Ante la expresión perpleja en su rostro, Aspen no pudo evitar esbozar una perezosa sonrisa.

—¿Te gusta?

Ella dio otro paso más cerca, curiosa. Aspen giró el rostro y esperó. Sentía su mirada sobre su cuerpo, embebiendo cada detalle del fénix que renacía en su piel.

—Es... hermoso. Es...

Aspen le creyó, porque escuchaba como si se hubiera quedado sin palabras. Por primera vez, sintió que cada punzada de dolor había valido la pena.

—Los colores vivos, el dibujo, la armonía de la composición... Realmente es increíble. ¿Te lo hicieron allí?

Él asintió, recordando.

—No era el tipo más decente, pero era un artista.

Ce no dijo nada más. Aspen esperó y los minutos se alargaron. Estaba a punto de darse la vuelta cuando ella lo tocó. Sintió las puntas frías de sus dedos rozar su piel; apenas una caricia sutil y, sin embargo, se estremeció. Se obligó a mantenerse inmóvil mientras Ce continuaba su lenta exploración. Conocía su tatuaje de memoria para saber lo que sus dedos rozaban: primero, el rostro del fénix; luego, las largas alas extendidas y, al final, el majestuoso cuerpo renaciendo entre las llamas.

Cuando Ce dejó caer las manos, Aspen volvió a respirar. Ce se colocó frente a él. Una pequeña sonrisa asomaba en sus labios, pero fue desapareciendo cuando su mirada cayó hacia su pecho.

—Tienes muchas cicatrices.

Aspen también examinó su pecho. Luego se encogió.

—Los últimos seis años no estuve precisamente en un retiro espiritual.

Ce contempló las cicatrices. Por un instante, Aspen temió encontrar lástima en sus ojos, pero se equivocó otra vez; su mirada era de un limpio azul, seria, como siempre. Observaba lentamente, guardando cada detalle. Incluso creyó que lo tocaría y se preparó; nadie lo había tocado así en mucho tiempo, menos aún sus cicatrices. De pronto, se sintió impaciente y quiso apresurar el tiempo, pero Ce desvió el rostro y dio un paso atrás.

La conversación había terminado. Sin embargo, otra vez las palabras salieron de su boca sin pensarlo:

—¿Por qué?

Ella pestañeó confundida.

—¿Por qué?

—Sabías que era un ex convicto cuando nos encontramos y aun así decidiste quedarte conmigo. ¿No tienes miedo?

—¿De qué?

Aspen tragó saliva antes de escupir las palabras:

—De mí.

La habitación se quedó en silencio, pero el semblante serio de Ce no se inmutó. Su postura siguió firme.

—¿Debo tenerlo? —lo desafió—. ¿Vas a lastimarme?

Aspen le sostuvo la mirada. En ese momento, con el cabello húmedo pegado a sus mejillas, el rostro pálido a causa de la lluvia y el azul de sus enormes ojos intentando imponerse al verde, Ce desprendía tal inocencia y vulnerabilidad que él supo que jamás se atrevería a tocarla y a ensuciarla.

—No.

Ce asintió conforme y se alejó.

—Me ducharé primero —anunció.

Ella recogió su pijama de la cama y caminó hacia el baño, pero antes de entrar se detuvo y Aspen sintió que sus ojos recorrían su piel otra vez. Él la miró.

—He estado pensándolo y... no recuerdo que empujaras mi columpio, pero recuerdo que me enseñaste a golpear a los niños que me molestaban. Aún me es de mucha ayuda.

Aspen sonrió y la contempló hasta que desapareció en el baño.

~~*~~

CE ESTABA EJERCITÁNDOSE en el suelo de la habitación, cuando Aspen salió de ducharse. Caminaba descalzo y sin camisa mientras se secaba el cabello con una toalla. Estaba distraído, así que Ce pudo estudiarlo.

Aspen tenía la contextura de un nadador o de un jugador de fútbol: alto, con hombros anchos, cintura estrecha, brazos fuertes y músculos definidos en el pecho y el abdomen. Sin dudas, debía haber invertido muchas horas para conseguir un cuerpo tan esculpido y tonificado como el suyo.

Él se dio la espalda y sus ojos fueron atraídos de inmediato al gran tatuaje que cubría toda su espalda y sus hombros. Con discreción, Ce aprovechó para darle otra rápida mirada al maravilloso fénix de tonos rojos y naranjas.

No estaba del todo segura de por qué le gustaba tanto, no era una fanática de los tatuajes y ni siquiera estaba segura de querer uno; además, su madre le arrancaría la piel si fuera necesario para removerlo de ella. Quizá fuera porque era capaz de apreciar un buen arte y su tatuaje lo era. Era genial. Y no le cabía la duda de que debía haberle dolido mucho, al igual que debían haber dolido las cicatrices en su pecho.

Ce las inspeccionó de nuevo. Podía contar siete en diferentes partes del pecho. Unas eran largas y rectas, otras irregulares y cortas; unas más visibles, otras más dolorosas.

«¿Qué tipo de horrores enfrentaste durante los últimos seis años?»

—¿Qué estás haciendo? —dijo al verla. Su rostro lucía muy preocupado.

—Yoga —respondió Ce, cambiando de posición en el suelo—. Para el estrés.

Aspen hizo una mueca y siguió secándose el cabello.

—Yo me estreso solo de ver cómo te doblas y te estiras tan dolorosamente.

—No duele.

Por la expresión en su semblante, Ce supo que no le creía o la consideraba demente.

Se encogió de hombros y realizó otro cambio de postura. Aspen también se sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la cama. Su semblante tenía mejor aspecto, como si el dolor de cabeza hubiera disminuido. Ce se distrajo unos segundos al seguir las pequeñas gotas de agua que se deslizaban desde los cortos mechones de su cabello hacia los músculos cincelados de su torso.

—Entonces... —comenzó él—, ¿vas a contarme ahora qué es lo que haces tanto en tu celular?

Ce respiró profundamente y contó los segundos antes de cambiar a otra posición. Volvió a mirarlo.

—Estoy siguiendo la cuenta de Instagram de una chica.

Aspen se quedó callado. A Ce le pareció que meditaba sus palabras mientras terminaba de secar su cabello. Luego se colocó la toalla sobre los hombros y dijo:

—¿Quieres decir que la estás stalkeando?

Ce le devolvió la mirada con la mejilla izquierda pegada al suelo en un nuevo ejercicio.

—No lo considero stalkeo —dijo con serenidad—, ella sube todo lo que hace y yo lo leo. Es más simple que stalkear a alguien; solo necesitas un celular, internet, la aplicación y una chica superficial y despreocupada como para compartir todos los detalles de su vida privada.

—¿Y quién es ella?

—Aimee Collins —contestó—. Estudiamos en el mismo colegio, pero es unos años mayor, así que solo la conozco de vista.

Ce se estiró para alcanzar su bolso y sacó su celular. Buscó una foto de Aimee y puso la pantalla frente a la cara de Aspen. Él silbó, dando su aprobación. Cualquier hombre que viera a Aimee se pondría a silbar o aullar como un perro en celo. Ce podía imaginar lo que todos los hombres apreciaban al verla: una cara bonita, ojos verdes, un sedoso cabello oscuro, pechos grandes, una cintura de avispa, caderas voluptuosas y unas piernas kilométricas.

—Sé lo que estás pensando sobre Aimee. Te atrae.

Sus palabras alejaron la atención de Aspen de la foto y la atrajeron sobre ella. El azul de sus ojos se oscureció un poco. Su mirada recorrió los movimientos de sus brazos y sus piernas. Luego se detuvo en su rostro y negó.

—Ahora eres tú la que se equivoca. Sí, es atractiva. Hay que admitirlo, pero ella no es para nada mi tipo.

—Mentiroso. —Ce dejó caer el celular y esta vez intentó una posición más complicada—. Aimee es el tipo de todos los hombres. Solo que no todas las mujeres podemos ser como ella.

Ce dio otra exhalación lenta y profunda, como si aquello provocase que el malestar que se había adherido a su piel al hablar de Aimee con Aspen se desvaneciera.

Se concentró en la nueva postura, levantándose y cayendo hacia atrás, para formar un arco con su espalda. Cuando sus manos tocaron el suelo, levantó una pierna en el aire y soltó el aliento.

Miró a Aspen, sus ojos tenían la misma cantidad de incredulidad y fascinación. Ce no dudaba que aquella misma expresión debía haber aparecido en su rostro cuando ella examinó su tatuaje.

—¿Cómo puedes ser tan flexible?

Ce quiso encogerse de hombros, pero el ejercicio no se lo permitió. Al contrario, cambió la pierna erguida.

—No lo sé. Practiqué ballet hasta los catorce años.

Ce casi lo había olvidado. Había recibido clases privadas en el salón principal de la mansión hasta una tarde, en la que se había impuesto a su madre y había renunciado al ballet para siempre. Ella no habría podido convertirse en bailarina; no sentía pasión, no había emoción en su baile, y... las clases solo le quitaban un precioso tiempo de lectura.

—¡Lo sabía! —soltó Aspen.

Ce reaccionó ante sus palabras.

Un mechón corto se escapó de su moño y cayó sobre su cara. Intentó soplarlo para apartarlo, pero fue inútil.

—¿Sabías que practicaba ballet? ¿Cómo? ¿Acaso eres psíquico?

Aspen sonrió y se estiró para alejar el cabello de su rostro. Aferró el mechón entre sus dedos y lo acarició antes de intentar colocarlo detrás de su oreja.

—No soy psíquico, pero cada uno de tus movimientos son fluidos, siempre gráciles y atrayentes.

Él se apartó, pero antes dejó que sus nudillos rozaran su mejilla lentamente. Su piel se sintió caliente contra la suya y el corazón de Ce hizo algo estúpido: empezó a latir deprisa.

—Pero por supuesto que ya lo sabías —concluyó y le guiñó un ojo.

Ce había perdido la línea de sus pensamientos, así que creyó más seguro guardar silencio y volver al tema importante:

—Hace un mes, Aimee publicó en su cuenta de Instagram que realizaría un viaje de carretera desde Delaware a San Francisco, con sus amigos más íntimos, y que subiría actualizaciones de su recorrido todos los días.

Aspen asintió y se cruzó de brazos. Ce terminó sus ejercicios y se sentó, cruzando las piernas, frente a él.

—Entonces..., este tipo, Eli, al que vas a matar, ¿es uno de sus amigos íntimos?

Ce se quedó callada.

No pudo evitar pensar en la facilidad con la que Aspen había mencionado a Eli. Cuando tuvieron la conversación en el auto y ella le enseñó el arma, había creído que se pondría en su contra, que enloquecería e intentaría detenerla y exigirle respuestas. Sin embargo, nada de eso había ocurrido. Ni siquiera ahora parecía querer sus respuestas.

Y aquello la hacía sentir... bien. Muy bien.

—Sí —ella respondió al fin, sintiendo que podía confiar un poco en él.

—¿Y dónde están ahora?

—En Nueva York.

—¿En Nueva York? ¿No están desviados?

—Sí. Deberían haber llegado a Cleveland, pero parece que hicieron una desviación y se han quedado en Nueva York más de lo previsto —Ce hizo una pausa y pensó en las actualizaciones que Aimee había realizado ese día—. He estado pensándolo y quizá ni siquiera se detengan en Cleveland, o tal vez lo harán por poco tiempo.

—¿Y qué quieres que hagamos nosotros? ¿Vas a esperar hasta que sepas hacia dónde se dirigen?

Ce negó.

—Nosotros iremos hacia Cleveland.

Aspen asintió. Se cruzó de brazos y se rascó la mandíbula, como si estuviera meditando. Ce escudriñó su expresión, intentando descifrar lo que pensaba.

—Hay algo que no entiendo. Si sabes que su destino es San Francisco, ¿por qué no vas directamente a esperarlo allí, en lugar de seguirlo?

«Porque soy una tonta». Ce desvió la mirada y alejó sus pensamientos.

—Eso... —murmuró— es asunto mío.

Un silencio casi incómodo se deslizó entre ellos. Aspen también desvió el rostro.

—Bien —coincidió.

Ella suspiró. De pronto, se sentía muy agotada. Demasiados secretos, demasiadas mentiras, demasiados sentimientos... Se estaba ahogando en su propia vida.

—Me iré a dormir.

Ce se levantó, pero Aspen aferró su tobillo y la detuvo. Por segunda vez, el contacto con su piel se sintió caliente y experimentar la aspereza de sus dedos contra la suavidad de su tobillo fue algo nuevo.

Ella lo miró, expectante.

—No creo que seas inferior a esa Aimee Collins. No importa que ella sea mayor, o rubia, o más voluptuosa, o más alta. Apuesto a que no es una sabelotodo como tú.

Ce mantuvo su expresión inalterable, aunque se sentía muy confundida. ¿Por qué de pronto él le decía todas esas cosas? ¿Por qué intentaba hacerla sentir mejor? A nadie le importaba lo que quería o lo que sentía, ¿por qué era importante para él?

—Además... estoy muy muy seguro de que no puede hacer esa cosa que acabas de hacer de doblarte en un arco, levantar una pierna y sostenerte solo con las manos. Eso fue fabuloso.

Aspen le sonrió, pero Ce no fue capaz de devolverle la sonrisa o decir algo más. Solo tiró de su pie y Aspen la dejó ir. Luego se subió a la cama y se enterró bajo las sábanas, dándole la espalda.

—Buenas noches, Ce —lo oyó murmurar.

~~*~~

A LA MAÑANA SIGUIENTE, emprendieron el viaje al alba. El trayecto de Ashtabula hasta Cleveland les tomaría casi una hora. Ce se distrajo con su libro mientras Aspen escuchaba un partido de tenis en la radio.

Cuando llegaron a Cleveland, se detuvieron a desayunar. Aspen pidió una enorme ración de waffles mientras que ella ordenó un sándwich de pollo y queso. Mientras masticaba, le pareció que tenía un peculiar sabor amargo; lo atribuyó a los tomates.

Al salir, buscaron un Walmart. Aspen se dirigió a la sección de ropa masculina mientras Ce se desviaba a la sección de libros; necesitaba reabastecerse de ellos. Solo había podido traer un par de novelas en su equipaje, el resto se habían quedado en su dormitorio de la universidad. Seleccionó dos novelas de drama y otras dos de suspenso.

Encontró a Aspen en el área de camisetas.

A un par de metros, había dos mujeres que no le quitaban la mirada de encima. Incluso la encargada merodeaba distraídamente a su alrededor.

Ce se acercó a Aspen, indiferente.

—¿Has terminado ya? —le preguntó.

Aspen reparó en ella y le sonrió.

—Sí, creo que con lo que llevo será suficiente.

Ce se fijó en el carrito a su lado: contenía dos pares de zapatos, jeans oscuros, pantalones de pijama, varias camisas en tonos oscuros, un hoodie azul con capucha, entre otras cosas. También había añadido productos de aseo y un bolso de equipaje.

—Bien. Andando.

Caminaron juntos hasta la caja y pagaron. Aspen cargó todas las fundas y la guió por el estacionamiento. Él estaba acomodando todo en el maletero, cuando Ce escuchó un débil chillido lastimero. Se detuvo e inspeccionó los otros autos a su alrededor, pero no vio nada. Sin embargo, volvió a escucharlo.

Esta vez, se dejó guiar por el sonido, hasta que tropezó con una caja maltrecha junto a un tacho de basura. El chillido se intensificó cuando Ce se agachó.

Con cautela, abrió la caja y se quedó boquiabierta.

En el interior, había un cachorro pug de pelaje negro. Cuando la vio, sus ojitos oscuros brillaron y se levantó, ladrando emocionado. Ce extendió la mano y le acarició el pelaje sucio. Su cola se agitó y ladró feliz. Ce sonrió y lo siguió acariciando con delicadeza. Miró alrededor, pensando que quizá alguien vendría por él, pero nadie apareció. Lo habían abandonado.

Ce se sintió molesta. ¿Qué clase de persona abandonaba a un cachorro en un lugar como ese? ¡Eso era inhumano! ¡Era impensable! ¡Quién sabe cuánto tiempo llevaba allí, solo y hambriento!

El cachorro lamió su mano y ella lo examinó. Estaba feliz y emocionado, en lugar de estar asustado.

Ce suspiró.

Tal vez las personas fueran más felices si se parecieran más a los perros. Quizá todo sería más sencillo si pudiera ser como ese cachorro, que ladraba feliz a pesar de haber sido abandonado y estar solo.

Entonces, tomó una decisión.

Desenredó la bufanda de su cuello y envolvió al cachorro en ella. Él ladró aún más feliz y le lamió la barbilla. Luego regresó hasta Aspen, apretando al cachorro contra su pecho. Él la esperaba de brazos cruzados y estaba apoyado contra la puerta del copiloto. Su postura era relajada y sus mechones cortos se agitaban por el viento.

—Mira lo que encontré —dijo Ce, llamando su atención.

Él la miró. Ce sostuvo al cachorro entre sus manos y lo extendió hacia él. Aspen intercambió miradas silenciosas entre ella y el cachorro. Lo que fuera que vio en el semblante de ambos, puso un ceño fruncido en el suyo.

—¡Dime que no hiciste nada ilegal para conseguirlo!

Ce le lanzó una mirada mordaz. Aspen sonrió, las líneas de su rostro se suavizaron y se acercó para acariciar las orejas del perro El cachorro lamió su mano como recompensa.

—¿Y qué haremos con este pequeño amiguito? —preguntó Aspen—. ¿Vamos a llevarlo con nosotros? ¿También lo convertirás en cómplice de tus maquiavélicos planes?

Ce aferró al cachorro contra su pecho y lo miró con ternura.

—Sí. Lo llamaré O.

El perrito ladró en una clarísima señal de aprobación y Ce rio. Era la primera vez que se reía en mucho tiempo y se sintió bien. Fue liberador. Fue honesta.

Cuando dejó de reír, Aspen estaba mirándola con tal intensidad que Ce se preguntó si acaso estaba memorizando cada ángulo de su rostro. Antes de poder preguntárselo, él desvió la mirada y se subió al camaro. Ce lo imitó, acomodando a O sobre su regazo.

—Gracias —le dijo mientras Aspen arrancaba a Kiki.

—¿Por qué?

Ce rozó el pelaje de O.

—Creí que no me dejarías traerlo.

Aspen se encogió de hombros y se pasó una mano por el cabello, peinándolo hacia atrás.

—Si él puede hacer que rías de esa forma tan feliz y sincera, entonces no creo que sea un problema.

Ce lo observó, un poco asombrada por su declaración.

—Además, yo creía que eras una chica «badass», tal como la protagonista de alguna de las novelas que lees. Tienes un arma, y hasta vas a matar a un hombre. Jamás se me habría ocurrido que fueras del tipo de chica que se derrite ante la mirada tierna de un cachorro. Es bueno saberlo. Me gusta.

Los labios de Aspen se extendieron en una sonrisa brillante y Ce lo miró sin expresión, no porque fuera una idiota, sino porque estaba intentaba comprender por qué su corazón estaba haciendo de nuevo eso loco de latir muy deprisa.

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