CAPÍTULO 29
CE AÚN NO SABÍA cómo escapar de allí; pero se escondió en la oscuridad, sorteando pasillos y rincones, hasta que pudo encontrar una salida. Sin embargo, la puerta estaba cerrada.
Miró sobre su hombro, nerviosa, cuidando que no viniera nadie, y empezó a probar cada llave. Era difícil, porque sus dedos temblaban y estaban resbalosos por la sangre; además, estaba oscuro y no podía ver la cerradura. Pero cuando Eli gritó su nombre, ordenó a sus dedos a apresurarse.
Probó una llave.
Él estaba buscándola.
Probó otra llave.
Podía sentirlo cerca. Cada vez más cerca.
Entonces, la puerta se abrió.
Ce se tambaleó hacia adelante y cayó. Alzó la mirada y observó el bosque oscuro y silencioso. Miró atrás solo una vez más, antes de levantarse y huir. Ce corrió como si su vida dependiera de ello. Se internó en el bosque sin importarle sus pies descalzos, o su cuerpo adolorido, o la llovizna que caía sobre la noche. Corrió desesperada, con el corazón en la garganta y sin rumbo fijo.
Un disparo cruzó el aire y se clavó en uno de los árboles. Ce gritó y se agachó, buscando protección detrás de un tronco.
No quería mirar, pero se obligó a hacerlo. La luz de la luna se filtraba entre las copas de los árboles, pero no era suficiente. Examinó la oscuridad tranquila y engañosa. Esperó con la respiración contenida hasta que...
Otro disparo.
Eli salió detrás de uno de los árboles y la buscó, acercándose un poco a su escondite. Ce maldijo y se puso de pie. Su cuerpo se quejó, adolorido y entumecido, pero sabía que, si se quedaba allí, no tendría otra oportunidad. Así que se arriesgó a correr. Y él la persiguió. Escuchó sus pisadas fuertes, su voz gritando su nombre.
No se detuvo ni miró atrás. Estaba aterrada, pero no miró atrás.
Zigzagueó entre los árboles. Cayó y se levantó una y otra vez. Las ramas azotaban su rostro y las raíces cortaban sus pies, pero no titubeó. Encontró un sendero entre los árboles y lo siguió. Podría llevarla a una carretera, o quizá a una casa. Podría...
Corrió con más fuerza, pero se detuvo abruptamente, cuando no encontró más camino.
El sendero terminaba en un río. Ce negó, perdida y desorientada. Miró hacia los lados, buscando una salida, pero Eli aun estaba detrás.
Estaba acorralada.
Si intentaba cruzar el río, podría ser arrastrada por la corriente y se ahogaría. Si volvía, Eli la atraparía.
Escuchó un crujido de ramas detrás de ella. Se estremeció. Vaciló, pero se dio la vuelta para enfrentarlo. Eli estaba allí; solo un par de metros los separaban. Al igual que ella, tenía la respiración agitada, pero su postura era imperiosa. Cuando avanzó, Ce retorció unos pasos trémulamente. Observó el río, tormentoso y traicionero, a sus pies, y luego miró al frente, a su más cruel enemigo.
Ambas opciones la matarían. Al menos, no tuvo que elegir.
—Antes mentí sobre todo esto —dijo Eli, rompiendo el silencio—. Sí es muy personal.
Y disparó.
Ce gritó cuando la bala la alcanzó en el hombro derecho.
El dolor fue como nada que hubiera experimentado antes; era crudo e indescriptible. Su cuerpo cedió y se dejó caer sobre la tierra, haciéndose un ovillo.
Se estaba desangrando. Llevó una de sus manos a la herida e intentó contener la sangre. El dolor solo empeoró. Su visión se nubló y su cabeza dio vueltas. Respiraba entre jadeos entrecortados, mientras intentaba recuperar el sentido.
Apenas fue consciente de que Eli estaba acercándose. Sus pasos se detuvieron junto a ella y la miró desde arriba. Su rostro era cruel y su mirada, despiadada. Era como si la muerte se cerniera sobre ella.
—Adiós, Grace —susurró.
Ce cerró los ojos y se mordió los labios con fuerza.
No quería mirar ni gritar. Por segunda vez, se preparó, pero el impacto nunca llegó.
El grito de Eli rompió el silencio, seguido de golpes sordos y gruñidos.
—¡Ce!
«Esa voz...».
Sus ojos abrieron y se encontraron con una mirada azul tan desesperada como la suya. Aspen estaba allí, luchando con Eli.
¡No podía ser cierto!
Por un segundo, creyó que había perdido mucha sangre y que por eso ahora estaba teniendo alucinaciones. Cerró los ojos y contó los segundos; pero, cuando miró de nuevo, aún podía verlo.
Aspen.
Aspen estaba ahí.
Sintió que el corazón se le saldría del pecho. Se sentó e intentó recuperar un poco de lucidez, pero se sentía mareada y desorientada. Aun así, distinguió sus cuerpos luchando sobre la tierra. Sus miradas volvieron a encontrarse.
Estaba preocupado por ella. Estaba distraído, y Eli se aprovechó de eso para golpearlo. Ce gritó.
—¡A él no, maldito! —murmuró con los dientes apretados.
Se tambaleó hasta que logró ponerse de pie. La herida quemaba en su brazo, pero ignoró el dolor y avanzó hacia ellos. Probablemente era un error, pero su cuerpo no obedeció. La sangre ardía en sus venas, agitada y furiosa.
No iba a dejar que Eli le arrebatara algo más. No iba a permitirlo.
Uno de sus pies rozó algo frío y, cuando miró hacia abajo, ahí estaba el arma de Eli, sepultada entre la tierra y las hojas caídas. Ce la contempló sin moverse. Su respiración se redujo.
Sintió que el tiempo se detenía a su alrededor.
Observó las manos de Eli alrededor del cuello de Aspen, que no dejaban de apretar y apretar. Dejó escapar un grito furioso y desgarrador desde su garganta mientras recogía el arma y apuntaba. Su mente se aclaró. Sus ojos se enfocaron.
«Eres fuerte. No tengas miedo».
Entonces disparó. Con los ojos abiertos y las manos firmes. Uno, dos, tres impactos directos. El cuerpo de Eli cayó hacia un lado y se sacudió, hasta que dejó de moverse.
El arma se resbaló de los dedos de Ce. Sus piernas cedieron y se desmoronó.
Sintió cómo el peso que había estado cargando en sus hombros se desvanecía y cómo la presión alrededor de su corazón se aflojaba. Sintió que podía respirar bien de nuevo y que ya no se ahogaba.
Aun así, las lágrimas cayeron.
Lloró desgarradoramente como nunca lo había hecho. Por Rosie, por Aspen, por ella. Por el dolor y la pérdida.
Cuando percibió a Aspen a su lado, él no dijo nada, solo la abrazó con fuerza.
~~*~~
CE SE DESPERTÓ EN EL HOSPITAL.
Su mirada estaba un poco nublada por el sueño y su cerebro aún se sentía como gelatina a causa de la anestesia. Solo podía recordar fragmentos luego de que los rescataran del bosque: el rostro borroso de Aspen, diciendo que todo estaría bien; la operación para remover la bala de su hombro; las voces de las enfermeras y los doctores cuando la dejaron en aquella habitación...
Pestañeó para aclarar su visión e intentó sentarse, pero había cables que salían de su brazo y la herida en su hombro ardió palpitante.
—No hagas esfuerzo o se te abrirán los puntos.
Se sorprendió. No se había dado cuenta, pero su padre estaba sentado en uno de los muebles de la habitación y sostenía un periódico abierto entre las manos.
—Papá... —susurró, como si fuera un sueño. No había esperado encontrarlo ahí, acompañándola.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
Ce revisó la herida de su hombro y tocó el vendaje en la cabeza. Los moretones y cortes tampoco ayudaban a su situación, pero al menos estaba...
—Viva —respondió.
—Bien —la voz de su padre era calmada y su postura, distante como siempre, pero había algo en su semblante que la inquietó. Se sentó con cuidado y lo confrontó.
—¿Qué sucede? —exigió.
Él se tomó su tiempo para contestar y Ce se impacientó más con cada segundo de silencio. Al final, sostuvo su mirada y dijo:
—No hemos llegado a un acuerdo con los Thomas. Te quieren demandar por prejuicio y por la muerte de Eli.
Ce enmudeció por unos segundos. Luego frunció el ceño y se sintió lívida de la rabia.
—¡Pero Eli mató a Rosie! —exclamó exaltada—. ¡Hay suficientes pruebas para demostrar su culpabilidad! Además, también fue el responsable principal de mi secuestro. Intentó matarme. No pueden evitar su culpabilidad, poniéndome una demanda. No pueden limpiar su nombre y lavarse las manos.
Su padre mantuvo su calma natural. Dejó el periódico a un lado y se levantó. Su postura era rígida y tensa. Se acercó un poco, pero no lo suficiente para tocarla o consolarla.
—No será sencillo un juicio con la familia Thomas. Hay muchas personas involucradas. Si sigues adelante con un escándalo como este, tendríamos un conflicto entre familias y tu reputación quedaría arruinada para siempre.
Ce negó con la cabeza. No podía escuchar ni aceptar su discurso frío e hipócrita.
—Si no hacemos algo, todo habrá sido en vano, y los Thomas ganarán. Nuestra familia es más importante que esta maldita sociedad. ¿Acaso Rosie no importaba? ¿Acaso yo no importo?
Su padre le dio la espalda y se acercó a la ventana.
—Tu madre quiere que desistas, que anules las pruebas, te disculpes públicamente y nos olvidemos del escándalo. También espera que te desherede como castigo —cada palabra se clavó en su pecho—. Y eso es justamente lo que sucederá.
Ce lo miró estupefacta.
—¡No pueden hacerme esto! —murmuró.
Su pecho se contrajo. El sentimiento de traición ardió en su corazón. No pudo contener las lágrimas por más tiempo; las sintió caer por sus mejillas, tibias y desconsoladoras. Y se odió por eso. También por tener que suplicar:
—¡No pueden abandonarme ahora! ¡Casi me costó la vida! —la voz le tembló—. Papá, por favor... Por favor...
Él se volvió y la miró fijamente. Su rostro era inflexible, pero sus ojos...
—Cuando eras pequeña, una vez te encontré en el jardín y me dijiste que habían personas que eran como las rosas, destinadas a adornar y a perecer en elegantes salones. Dijiste que tu madre y yo pertenecíamos a ese grupo, pero que Rosie y tú eran como dientes de león, destinados a danzar libres en el viento y no a estar cautivos en majestuosos floreros.
Ce lo miró perdida, no solo porque le sorprendió que él pudiera recordar algo así, sino porque ella no podía hacerlo. Y por ello, sintió que más lágrimas mojaban sus mejillas.
—Tenías ocho años y tu hermana acababa de salir de un nuevo tratamiento —meditó su padre—. Nunca lo olvidé. Creo que fue tu forma de decirme que nos odiabas, de decir que no querías seguir allí.
Ella tragó con fuerza.
—Papá...
—Supongo que merecía eso. Y esto. Y todo lo que sucedió. Y por eso, te apoyaré —declaró inesperadamente. Como un milagro, como en un sueño—. Con la demanda y en el juzgado. Haré que el caso sea lo más justo posible.
Más lágrimas cayeron. Ce estaba perpleja.
Él dejó escapar un lento suspiro y se acercó un poco más.
—Dijiste que ibas a desheredarme...
—Y lo haré. Es el precio que deberás pagar —dijo. Y, por primera en vez mucho tiempo, Ce descubrió emociones en el rostro de su padre—. Es el precio que todos deberemos pagar. Mi linaje termina conmigo. Tu madre lo odiará, pero estoy seguro de que habrá alguien más que se haga cargo de lo que sigue. Tú renunciarás a todo y, a cambio, cortaré todos los lazos que nos unen como familia. Entonces podrás ser libre para siempre.
Ce abrió los ojos con sorpresa y un estremecimiento se deslizó por su cuerpo. ¿Él estaba...? ¿Realmente iba a...?
—Sólo te pediré que te quedes hasta que todo esto se resuelva. No será fácil, pero creo que lo conseguiremos.
Dio por terminada la conversación y caminó hacia la puerta, pero Ce se obligó a recuperar el habla.
—Papá —lo llamó con la respiración agitada—, ¿por qué haces esto?
Él se detuvo y sus ojos cruzaron sobre su hombro.
—Quizá, luego de que todo esto termine, no volvamos a vernos jamás —comenzó—. Pero si lo hacemos, si nos tropezamos por casualidad por la calle y nuestras miradas se cruzan, espero que sonrías. No por mí, porque sé que no seré más que un extraño, sino porque estás viviendo la vida que siempre quisiste y eres realmente feliz. Entonces sabré que al menos pude salvarte a ti.
Él le sonrió un poco y, de pronto, Ce quiso gritar, reclamarle reclamarle por todos los años que había sido frío, indiferente y descorazonado. Quería odiarlo y culparlo. Pero.... no hizo nada de eso.
No dijo nada.
Y su padre se marchó.
~~*~~
ASPEN TENÍA LOS OJOS CERRADOS, en un esfuerzo por aliviar el dolor de cabeza que sentía, cuando alguien se sentó a su lado en la sala de esperas.
Abrió un ojo y contempló una chaqueta de cuero oscuro. Kylian le ofreció una traviesa sonrisa de lado mientras sacaba un paquete de cigarrillos del bolsillo y se llevaba uno a los labios.
Frunció el ceño.
—No puedes fumar aquí —lo regañó y le quitó el cigarrillo—. Es un hospital.
—¡Qué puritano! —Kylian gruñó entre dientes.
Ambos hombres se quedaron en silencio.
Kylian se acomodó en el asiento, cuidando de no tropezar con su brazo lastimado, mientras Aspen miraba fijamente la puerta de la habitación de Ce. Kylian debió notarlo, porque se interpuso en su visión.
—¿Estás bien?
Aspen lo observó, sin estar seguro de si era sincero o no. Aquel hombre era casi tan indescifrable como Ce fue al principio. No sabía si decía la verdad o si mentía.
Antes había dicho la verdad, lo había ayudado a rescatar a Ce; él y el resto de los Kroos. Sin embargo, Aspen no sentía que conociera a Kylian Kroos más de lo que lo conocía cuando se había acercado a él aquella mañana.
—¿Realmente te preocupa? —se aventuró a preguntar. De cualquier forma, era más fácil hacerlo que intentar adivinar.
Kylian encogió un hombro.
—Bueno —comenzó con tono despreocupado—... Podrías haber llegado un minuto tarde y entonces ambos podríamos haberlo lamentado.
Aspen se estremeció. Los recuerdos de aquella noche regresaron a su mente y su expresión se ensombreció. Kylian también lo percibió.
—Lo lamento —se disculpó—. No debí decir algo así.
Él negó con la cabeza. Tarde o temprano tendría que hacer frente a lo que había ocurrido esa noche.
—Fue indescriptible —susurró mientras su mente recreaba el momento a la perfección—. Cuando la vi en el suelo, sin moverse, y a Eli sobre ella con el arma... Realmente creí que había llegado tarde, que la había perdido para siempre. Yo... —su voz se cortó y se detuvo.
Aspen sintió una presión muy fuerte en el pecho. Una sensación de miedo, tristeza y desesperanza; una sensación horrible. La misma que había experimentado cuando Ben murió.
Kylian colocó una mano sobre su hombro y lo apretó con fuerza.
—Lo siento —musitó y, esta vez, su voz sonaba muy auténtica.
Ambos callaron, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, hasta que el padre de Ce salió de su habitación.
Kylian se levantó y le ofreció un saludo. Aspen solo le dirigió una firme mirada que el otro hombre correspondió en silencio; sus ojos parecían evaluarlo y juzgarlo. Al final, cruzó frente a él, sin mediar palabra, y se perdió por el pasillo.
—Creo que tal vez le agradas —musitó Kylian con una sonrisa.
Cuando hizo ademán de marcharse, Aspen extendió su mano y lo miró. Kylian torció el gesto, pero la aceptó.
—Gracias —dijo Aspen.
—Sí, sí. Solo intenta que no te maten.
Aspen sonrió y también lo observó alejarse.
Luego se levantó y caminó hacia la habitación de Ce. Por unos segundos, solo observó la perilla, sin moverse. Y se sintió estúpido porque Ce estaba a salvo; la operación había sido exitosa, el golpe en su cabeza sanaría, y los moretones y cortes se desvanecerán con el tiempo.
Y, sin embargo, ya nada sería igual.
Abrió la puerta y entró en silencio.
Ce estaba dormida.
Aspen se acercó y se sentó a su lado. Cuando ella advirtió su presencia, giró el rostro y abrió los ojos. Aspen le sonrió.
—Hola.
—Hola —respondió ella con una pequeña sonrisa—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Unas cuantas horas. Estaba afuera —le explicó—. No quise despertarte.
Ella asintió y un par de mechones cayeron sobre su frente. Ce levantó su mano, pero Aspen le ganó y apartó el cabello de su rostro. Se inclinó sobre ella y las puntas de sus dedos rozaron su frente y descendieron por su mejilla. Ce lo miró, mientras Aspen contemplaba el viaje de las puntas de sus dedos.
No pudo evitarlo, su mente evocó el recuerdo de ella llorando desconsoladamente en el bosque.
—¿Estás bien? —preguntó Ce.
Sus ojos se encontraron. Su mirada era de un azul claro y sereno.
—No fui yo a quien le dispararon —bromeó él con un amago de sonrisa.
Ce dejó de escapar un suspiro.
—Estaré bien —respondió y se quedó callada unos segundos—. Creo que todo estará bien ahora.
Aspen asintió y se permitió un par de roces más. Los ojos de Ce brillaron y se ruborizó bajo sus dedos. Él quiso inclinarse y besarla, pero en cambio se apartó.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó Ce.
Aspen había esperado la pregunta. Era lógico que sintiera curiosidad por lo que había sucedido aquella noche.
—Kylian —empezó Aspen—. Él me ayudó a encontrarte.
Ce se mostró escéptica, pero él le contó lo que había sucedido, desde el momento en que Kylian lo había encontrado hasta que habían seguido a Eli hasta la propiedad en construcción. Allí, Kylian había llamado a su familia para solicitar ayuda. Y cuando los Kroos había llegado, una guerra se había desatado. Aspen y Kylian habían tenido como tarea buscar a Ce, pero cuando no la encontraron, decidieron buscar en el bosque. Entonces Aspen la encontró, casi demasiado tarde.
Cuando su relato terminó, Ce se quedó pensativo por unos segundos. Su mirada estaba perdida, como si estuviera recordando algo.
—Gracias —dijo al final.
Aspen negó con la cabeza.
—Podría haber llegado tarde.
—Y yo podría haber fallado al disparar.
Sus miradas se entrelazaron.
—No te agobies por lo que podría haber podido sucedido —sentenció Ce con firmeza—. Esto, este momento, es la realidad. Y no me arrepiento de nada.
Su corazón golpeó contra su pecho y, por una breve pausa, estudió el semblante de Ce, pero no encontró más que sinceridad y fuerza. Sintió que podía volver a respirar al saber que Ce no sería atormentada por la culpa y el arrepentimiento.
—¿Cuándo maduraste tanto? —la molestó en tono divertido.
Ce arrugó la nariz, haciendo una mueca.
—Siempre he sido más madura y brillante que tú.
Ambos rieron y el ambiente de tensión se disipó un poco. Sin embargo, los segundos se alargaron; no había palabras para llenar el espacio que se agrandaba entre ellos con cada segundo.
—Supongo que es el fin, ¿no? —se obligó a decir.
Los ojos de Ce se llenaron de sombras, pero asintió. Aspen se preguntó qué podía ver ella en los suyos.
—¿Qué harás ahora?
La pregunta no lo sorprendió, y conocía la respuesta.
—Volveré a casa con mis padres, se los prometí. Aún tenemos un largo camino que recorrer para volver a estar bien.
Ce asintió.
Por un momento, le pareció que estaba a punto de decir algo, pero se arrepintió. Aspen lo ignoró y siguió hablando.
—¿Y tú? ¿Qué harás ahora?
Ella encogió el hombro sano e intentó sonreír.
—Arreglaré todo esto y luego... —Otro encogimiento—. Continuaré, supongo.
—Bien.
Aspen se levantó y Ce le clavó una mirada casi desesperada. Parecía tan perdida e indefensa que se odió a sí mismo por presionarse a marcharse. Pero era lo correcto, al menos hasta que ambos pudieran volver a encaminar sus vidas.
Además, necesitaban un tiempo para poder aclarar sentimientos. Si se quedaba en ese momento, Ce seguramente lo aceptaría, pero él nunca sabría si ella lo haría porque lo quería o porque se había acostumbrado a tenerlo a su lado. Solo así, cuando volvieran a encontrarse, él sabría sin dudas, al mirarla a los ojos, que sentían lo mismo.
—Fue un placer acompañarte en este viaje, sabelotodo —dijo y se inclinó hacia su rostro.
Por un segundo, miró su boca y estuvo tentado a robarle un último beso, pero sabía que entonces no podría dejarla. Sus labios se posaron en su frente, con ternura, y luego desaparecieron.
Cuando se apartó, ella lo miraba.
—Hasta que volvamos a vernos, por favor, no hagas más viajes de carretera por ti sola, no les causes más disgustos a tus abuelos y sé un poco más sociable, ¿de acuerdo?
Ella agitó la cabeza y una lágrima traicionera cayó por su mejilla. Ce la ignoró y Aspen sintió que enloquecería. Le dio la espalda y caminó hacia la puerta, sintiendo que, en cada paso que daba, cometía el peor error de su vida.
—¿Aspen?
Su corazón se detuvo. Él la miró sobre su hombro y sus miradas se enfrentaron durante un rato. Aspen no tenía idea de en qué estaba pensando, pero se preguntó si ella estaría recordando todo lo que había sucedido entre ellos, porque él lo estaba haciendo y los recuerdos eran peores que las palabras.
—Nada. —Suspiró.
Aspen sonrió.
Probablemente era mucho, pero mintió, por el bienestar de los dos.
—Adiós, Ce.
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