CAPÍTULO 28

CE ESTABA LEYENDO el final de su novela favorita, Un cuento de dos ciudades, cuando Rosie la interrumpió por cuarta ocasión.

Levantó la mirada, molesta, y la posó sobre su hermana, quien estaba sentada en un banco junto a la ventana de su habitación. Ce no quería que se marchara, no cuando era uno de esos escasos momentos en que todo parecía estar bien y podían estar juntas, pero tampoco quería otra nueva interrupción.

Rosie parecía cautivada mirando algo en la calle.

—Deberías venir a verlo —dijo su hermana inesperadamente.

Ce frunció el ceño.

—¿A quién? —preguntó.

—A Aspen.

Ce no reaccionó y la miró sin comprender.

—Es el vecino —agregó Rosie con tono obvio—. Se está ejercitando. Lleva un rato corriendo sin camisa por la calle.

Ella puso los ojos en blanco y regresó a su novela.

—No, gracias.

Su hermana rio.

—No lo entiendes porque eres una niña.

Ce detestó el tono condescendiente en su voz y casi deseó no ser una niña. Quiso decirle que ella se comportaba como una niña al espiar. Pero en su lugar, dijo:

—Y yo no entiendo por qué alguien podría estar interesada en él. Es un matón.

Rosie sonrió dulcemente.

—Es un buen chico.

—¿Como Eli? —contraatacó Ce con frialdad.

Su hermana guardó silencio y su rostro se volvió triste. De inmediato, Ce se sintió culpable. Cerró el libro y salió de la cama para acercarse hasta la ventana.

—Lo siento, no debí...

Rosie la detuvo. Esbozó una pequeña sonrisa y le hizo un espacio para que se sentara a su lado.

—Sé que Eli no te gusta, pero él... —Se mordió los labios, pensativa, como si estuviera buscando la mejor forma de describir a su novio—. Eli es un poco complicado. Si lo conocieras, te darías cuenta de que tiene una personalidad muy compleja. Se preocupa por muchas cosas que no debería. Se estresa por pretender que todo está bien; tiene mucha presión por parte de sus padres, y también se presiona a sí mismo para ser perfecto. Sin embargo, en el fondo, no es más que un joven asustado y un poco triste.

Ce quiso ponerse en los zapatos de su hermana por un segundo. Intentó entender a Eli, pero solo pensar en él le provocaba inquietud y desconfianza. Cada vez que se encontraban, su mirada gris era oscura.

Ella negó.

—Es malo, Rosie —murmuró.

Su hermana suspiró.

—Es solo un ser humano, Grace. No intentes ponerle una etiqueta. Todos somos personas reales e imperfectas —dijo y su mirada volvió a perderse en la calle—. Aspen, tú y yo... Somos iguales. Y cuando crezcas y ames a alguien, lo amarás sin etiquetas. Como yo te amo, y como tú me amas. No lo olvides, ¿está bien?

Rosie la miró con ojos honestos y tiernos, y Ce sintió que una emoción cálida y feliz se extendió por su pecho. La sonrisa en sus labios también fue sincera.

—De acuerdo.

Su hermana se estiró y le acarició el rostro.

—Ahora despierta —susurró.

Frunció el ceño.

—¿Qué?

—Despierta, Ce.

Abrió los ojos, pero no encontró a Rosie frente a ella. Ni estaba sonriendo, ni estaba en casa de sus abuelos. Ce ni siquiera sabía dónde estaba, pero llevaba tres días en esa habitación deshabitada.

El primer día se había despertado asustada y herida, sin poder dejar de mortificarse con preguntas sobre dónde estaba, quiénes la habían secuestrado o por qué razón lo habían hecho, si alguien estaba buscándola o si la encontrarían. Casi se había ahogado en la incertidumbre de no saber si saldría viva de allí.

El segundo día también se había despertado asustada, pero con curiosidad.

Se había acercado a la puerta y había intentado escuchar a través de ella, pero ningún sonido la había alcanzado. Luego se había acercado a la ventana; le había costado mucho asomarse porque estaba muy alta, pero se había esforzado toda la mañana, hasta que logró su objetivo. Quería saber o intuir dónde estaba y si podía pedir auxilio, pero, del otro lado, solo había encontrado un bosque.

Aquel día, por la tarde, también había comido por primera vez. No estaba segura de quién le traía agua y comida una vez al día. Había una abertura en la puerta y Ce podía ver sus zapatos, pero no su rostro. Al menos con eso, había sabido que no querían matarla de hambre.

Ahora estaba allí, acostada en el suelo sobre una sábana que había encontrado en la habitación. No podía escuchar pasos o voces, solo los sonidos del exterior: las ramas que se agitaban por el viento o el canto de los pájaros.

La luz de la tarde se filtraba por la ventana y llenaba la habitación de un tenue calor pero, aun así, Ce sentía frío, y le dolía el cuerpo. También tenía un corte feo a un costado de la sien, de cuando su cabeza había roto el cristal de la ventana del auto. Se había limpiado la herida con un poco de agua, pero esperaba que no se infectara.

Sabía que debía intentar buscar una forma de escapar, en lugar de estar dormitando, pero no había salida. Ya lo había intentado los días anteriores. Había gritado, había intentado pedir ayuda, había buscado una salida, pero no existía.

La puerta solo tenía un cerrojo desde el exterior, al igual que la abertura en esta. También había intentado con la ventana, pero tenía barrotes y no contaba con nada que pudiera utilizar para cortarlos.

Estaba encerrada hasta que alguien viniera por ella.

Entonces debía estar lista para escapar o moriría allí.

~~*~~

ASPEN ESTABA VOLVIÉNDOSE LOCO. O quizá ya estaba muy loco y por eso estaba allí.

Habían pasado dos días desde la desaparición de Ce y él no podía seguir esperando. Necesitaba ayudar o hacer algo. Necesitaba encontrarla.

La noche de su desaparición, luego de que la familia de Ce y Eli se marcharan en medio del escándalo, Aspen había ido a la habitación por Vera y habían regresado al departamento de Ce. Le había contado a la joven todo lo que había sucedido en el salón y cómo todo había salido como lo había planeado. Vera se había mostrado emocionada; quería saber qué sucedería ahora con Eli. Aspen había prometido mantenerla informada. Y luego la joven se había ido a dormir.

Aspen había esperado a Ce, pero ella no apareció, y él no pudo dormir esa noche.

Se dijo que ella podría haberse retrasado o quizá no habría podido dejar la casa con todo el escándalo y los reporteros. Sin embargo, la sensación de inquietud no se había desvanecido. Entonces se habían enterado de la noticia del accidente y del secuestro.

El choque había sido provocado y unos sujetos se habían llevado a Ce mientras su madre estaba en el hospital con pronóstico reservado. Era lo único que Aspen sabía.

Vera había intentado colaborar, pero tampoco había algo que ella pudiera hacer. Así que Aspen se había ofrecido a llevarla de regreso a Columbus, donde su padre la esperaba y le había prometido que le informaría sobre la situación de Ce, pero Aspen aún no tenía nada.

Se sentía enojado e impotente. No sabía a quién acudir, a dónde ir o dónde comenzar a buscar, pero de lo que sí estaba convencido era que Eli era el responsable. Y Aspen no podía llegar hasta él, pero el padre de Ce sí, y por estaba allí.

Aspen observó la fachada del edificio de Carlson Construction Group.

Ce nunca le había dado muchos detalles sobre sus padres; ni siquiera sabía dónde vivían. Había mencionado algo sobre Lincoln Park, pero nunca nada concreto.

Aspen había conseguido la dirección de la matriz de la constructora en internet. Ahora solo estaba esperando el momento indicado. Sabía que era una locura y que terminaría mal, pero necesitaba ayuda para encontrar a Ce; y necesitaba saber qué estaba haciendo su padre para encontrarla.

De pronto, un hombre apareció a su lado. Aspen pensó que era un simple transeúnte, pero, en lugar de continuar, se detuvo a su lado.

—No creo que sea buena idea —dijo con un encogimiento.

Aspen se volteó hacia él. Creyó que estaba hablándole a otra persona o usando el celular, pero el sujeto tenía la mirada puesta en él. Eran los únicos en la entrada de aquel callejón.

—¿Piensas entrar ahí, hablar con el señor Carlson, preguntarle personalmente por su hija y obligarlo a que agilice su rescate? —inquirió como si hubiera leído sus pensamientos—. Eso quizá suceda de cierta forma dentro de tu cabeza, pero te aseguro que eso no es lo que pasará.

Aspen lo miró en silencio y el hombre tomó su silencio como una invitación para continuar:

—Lo que sucederá es que ni siquiera podrás ver al señor Carlson porque no tienes una cita. Y en el hipotético caso de que pudieras llegar hasta él por algún mágico milagro, tampoco aceptaría hablar contigo porque ni siquiera sabe quién demonios eres, y el hecho de que estés durmiendo con su hija te aseguro que no mejorará tu situación. Entonces él llamará a seguridad y, como no estoy en mi mejor momento y todos me odian, me enviarán a mí a sacar amablemente tu trasero del edificio; algo que no quiero hacer, ni amablemente ni de ninguna otra forma, porque estoy cansado, me duele la cabeza y, por si no lo has notado, tengo el jodido brazo dislocado.

Aspen frunció el ceño.

—¿Quién eres? —preguntó, entre confundido y atónito por su honestidad.

—Kylian Kroos —repuso, y Aspen recordó la historia de Ce sobre la familia Kroos—. Diría que es un placer, pero te ahorraré la mentira. ¿Tienes un cigarrillo? Llevo dos días sin fumar.

No estaba seguro de por qué, pero Aspen le ofreció un cigarrillo y lo encendió. El hombre dio un par de caladas y luego suspiró.

—¡Dios, gracias! —murmuró, relajando sus hombros—. Realmente lo necesitaba.

Aspen aprovechó esos segundos de silencio para hacerse una rápida opinión sobre Kylian Kroos.

Era un hombre joven, un par de centímetros más bajo que él, y vestía un traje negro. Su actitud no era agradable; había mucha pretensión, orgullo y seguridad en su voz, pero casi parecía innato en él, como si no pudiera evitar ser como era. A pesar de todo, Aspen no sentía que una mala vibra emanaba de él, solo que tenía una personalidad brutalmente honesta y directa.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó Aspen.

—Te observé desde una ventana del segundo piso cuando hacía mi ronda.

Aspen se mostró escéptico. Kylian se encogió de hombros y dio un par de caladas al cigarrillo.

—Es mi trabajo notar estas cosas.

—¿Qué está sucediendo allá? ¿Su padre está buscándola?

Kylian se tomó un par de segundos para contestar:

—Tiene a varias personas buscándola, incluso a algunos miembros de la policía. Tampoco puede hacer mucho mientras está lidiando con el desastre que su hija dejó.

Aspen frunció el ceño.

—Ce solo dijo la verdad. No hizo nada malo.

—Muy heroico y todo, pero no estoy seguro de que estés consciente del verdadero problema que causó tu novia —continuó—. Es el mayor escándalo entre dos familias elitistas que se haya visto en mucho tiempo: el hijo menor de una de las familias más ricas de Chicago está siendo acusado del asesinato de su prometida; mi familia está al borde de romper la tregua con los Nova, y la única heredera de los Carlson está desaparecida.

Aspen guardó silencio. Odiaba aceptarlo, pero él tenía razón. Todo lo que estaba sucediendo eran consecuencias de las decisiones de Ce. Pero ya no había marcha atrás. Ahora solo necesitaba que estuviera segura.

—Necesito encontrarla. No puedo esperar más.

Kylian terminó su cigarrillo y lo apagó.

—Imaginé que por eso estabas aquí. Y tienes suerte, porque voy a ayudarte.

—¿Tú vas a ayudarme? —dijo Aspen, escéptico y sorprendido.

—El tono de sorpresa no es realmente necesario.

—¿Por qué lo harías? —insistió Aspen—. Soy un extraño para ti. No deberías confiar en mí.

—Pero no para ella —murmuró Kylian. Luego se encogió de hombros y le sostuvo la mirada—. Mira, tienes razón: no sé qué quién carajos eres, pero debes ser confiable porque ella fue a verte aquella noche después del baile. Eres el primer hombre que lleva a su departamento y eres lo suficientemente valiente o idiota para venir a enfrentar a su padre. Además, resulta que nuestros objetivos coinciden.

—¿Por qué?

—¿En verdad son necesarias las preguntas?

Aspen esperó. Kylian se desesperó. En un gesto impaciente, se echó el cabello hacia atrás.

—Yo la perdí, ¿sí? —soltó Kylian con frustración—. Yo iba con ellas la noche del accidente. Cuando nos chocaron, quedé inconsciente y no pude evitar que se la llevaran. Los malditos la sacaron del mismísimo auto y no pude hacer nada.

Aspen se estremeció.

No quería imaginarse ese momento. No quería atormentarse pensando en si Ce estaría herida o cómo se estaría sintiendo en ese momento. Era demasiado doloroso.

—Ahora debo encontrarla, o te aseguro que mi familia me arrancará la puta cabeza. Quien sea el responsable, tendrá que pagar.

—Fue Eli —sentenció Aspen—, estoy seguro.

Kylian se cruzó de brazos y lo miró pensativo.

—Es una acusación complicada, pero quizá tengas razón; también me ha rondado en la cabeza. La policía también meditó esta hipótesis, pero no creen que Eli podría haber provocado algo tan obvio luego de haber sido acusado por asesinato. Además, ha estado recluido desde la noche del evento.

—¿Y alguien sabe dónde está?

Kylian no respondió, pero le hizo una señal para que lo acompañara. Aspen lo siguió hasta el parqueo de un edificio, donde el joven se embarcó en un Mustang clásico de color rojo. Aspen ocupó el asiento del copiloto y esperó varios minutos en silencio, hasta que la curiosidad le ganó.

—¿A dónde vamos?

Kylian gruñó.

—Haces muchas preguntas...

Se miraron y Aspen se percató de que no se había presentado antes.

—Aspen —completó—. Aspen Bailey.

El joven condujo un poco más hasta que se estacionó frente a un bloque de condominios. Kylian le pidió otro cigarrillo, y cuando Aspen se lo entregó, le dio una lenta calada y apuntó a uno de los edificios.

—Eli Thomas compró el penthouse de ese edificio —musitó con certeza—. No creo que nadie lo sepa. Una vez lo seguí hasta aquí. Estábamos en el mismo club y había algo sospechoso en él. Siempre hubo algo que me molestó acerca de él; creo que por eso he venido aquí en los últimos días. Tenía una corazonada, al igual que tú. Y ha entrado y salido gente de ese edificio; hombres sospechosos, pero ningún Nova.

—¿Eso qué quiere decir? —se aventuró a preguntar Aspen, agitándose en su asiento.

Kylian terminó su cigarrillo y se cruzó de brazos.

—Quiere decir que si Eli está involucrado con este secuestro, no pidió la ayuda de los Nova; lo que significa que está haciéndolo todo por su cuenta. Entonces estoy más que seguro de que saldrá de su escondite en algún momento. Va a ir por ella, te lo garantizo; y será nuestra única oportunidad de encontrar a Grace.

~~*~~

LOS PASOS DESPERTARON A CE.

Era la noche del cuarto día, pero esta vez fue diferente.

Los pasos no se desvanecieron y había voces. Ce se apresuró a sentarse, inquieta y nerviosa. La luz de la luna se filtraba sobre los barrotes e iluminaba la puerta. Observó y casi contuvo la respiración. Los únicos sonidos que se escuchaban era el sonido de la lluvia que empezaba a caer y el cerrojo que se agitaba.

Un hombre apareció en la puerta. Era alto, de contextura delgada, y vestía un traje oscuro que resaltaba su piel pálida. Entró en la habitación y se acercó, al mismo tiempo que Ce se refugiaba en una esquina. Cuando se paró frente a ella, le dirigió una mirada fría y desinteresada.

—De pie —ordenó.

Ce no obedeció. Se acercó y la agarró del brazo hasta que la obligó a levantarse. Ella se estremeció, y sus piernas casi cedieron. Sus primeros movimientos fueron temblorosos e inestables.

Estaba descalza, así que tuvo cuidado de ver dónde pisaba.

—¿Dónde vamos? —murmuró. Su voz sonaba rasposa porque su garganta estaba seca.

Él no respondió. Ce se resistió, pero el hombre apretó su agarre y la empujó. Sus pies trastabillaron sobre el piso, pero siguió caminando. Caminaron por un largo pasillo levemente iluminado. Cruzaron cuartos deshabitados y observó objetos cubiertos con sábanas. Había materiales, maquinarias y herramientas esparcidas por el suelo. Entonces comprendió: era un edificio en construcción. Por eso nadie la había escuchado ni había ido a ayudarla.

Ce examinó a su alrededor. Intentó mantener la calma y encontrar una salida, pero solo veía puertas cerradas y puertas con barrotes. Escuchó voces distantes y supo que no estaban solos. No podía estar segura de cuántas eran o de dónde provenían, pero todas eran masculinas. Estaban charlando y riendo, haciendo caso omiso del hecho de que ella estaba allí, de que la habían secuestrado.

Al final, llegaron a la última puerta de un estrecho pasillo.

Un hombre con aspecto severo estaba bloqueando la entrada. Miró a Ce con una mirada fría y cruel; luego intercambió un par de palabras con el hombre que la escoltaba, antes de apartarse. Empujaron a Ce al interior de una habitación amplia; también estaba desprovista de muebles, pero estaba cálida. Había fuego en la chimenea y un resplandor de tonos rojos y amarillos bañaba un solitario escritorio de madera; también había una larga silla detrás del escritorio, que y giraba lentamente. Había alguien allí, dándole la espalda.

Ce tragó saliva. Sus manos estaban temblando y las convirtió en puños para detener el temblor. «No tengas miedo. No tengas miedo...»

—Déjennos solos —dijo una voz calma, profunda y masculina; una que Ce conocía bien.

Cuando la silla se volteó y unos ojos azules, oscuros como la noche, le sostuvieron la mirada, Ce sintió que la sangre se enfriaba en sus venas. Apenas fue consciente de que los hombres se retiraban, dejándola sola y a merced de aquel monstruo. Cuando sus hombres se marcharon, Eli se levantó y se acercó con los brazos extendidos. Ella quiso retroceder, pero estaba petrificada.

—Grace... —dijo con dulzura. Una sonrisa adornaba su rostro.

Cada vez más cerca. Cada vez más...

El golpe fue inesperado y la impactó de lleno en el rostro.

La fuerza de su mano se estrelló con fuerza contra su mejilla y la arrojó al suelo sin piedad. Ce dejó escapar una exclamación de dolor; se estremeció y se hizo un ovillo en el suelo.

—Mi querida y dulce, Grace —murmuró, mientras se inclinaba y la sostenía del cabello para obligarla a levantarse.

Ce gritó. Luchó contra su agarre, pero Eli volvió a abofetearla. El golpe sacudió todo su cuerpo y la dejó desorientada. La herida en su cabeza palpitaba. Su corazón se agitó furioso.

—Eres tan patética como tu hermana. —Cuando dejó de resistirse, Eli la arrastró hacia una silla y le ató las manos—. Bueno, quizá te dé un poco más de crédito. Has arruinado mi vida, digamos... por unos meses.

Ella levantó el rostro y lo fulminó con la mirada. Cuando habló, reunió en su voz todo el coraje que pudo conseguir.

—Destruí tu nombre y tu maldita fachada.

—¿Realmente crees eso? —Eli rio y se cruzó de brazos, apoyándose relajadamente contra el escritorio—. No seas ingenua; el escándalo pasará. Mis padres no permitirían que vaya a prisión. Mi familia tiene a los mejores abogados de este país. La policía no podrá tocarme, y todo esto será olvidado para siempre.

Ce lo miró con todo el odio que sentía, con todo el dolor que él le había causado. Quería gritar, lanzarse sobre él y desgarrar esa maldita sonrisa de su rostro.

—No me mires así, Grace. No te va el papel de víctima.

—¡Me secuestraste e intentaste matarme! ¿O vas a negar que enviaste a ese hombre a seguirme?

Eli puso los ojos en blanco.

—De acuerdo, fui yo. Pero que quede claro que mi intención no era matarte en ese momento.

—¡Mientes! —escupió Ce.

—No seas incrédula, Grace; si hubiera querido matarte, ya estarías muerta. —Eli sonrió—. Soy muy sincero al decir que mi intención era solo presionarte y... ¿sabes por qué?

Ce no respondió. Sus ojos ardían.

—Porque eres predecible, siempre lo fuiste —respondió Eli con suficiencia—. Sabía que tarde o temprano volverías a aparecer e intentarías algo en mi contra y que tu dulce y condenada hermana tenía un estúpido escondite secreto donde siempre guardaba sus tonterías. La verdad nunca pensé que tendría algo de valor ahí, sino hasta cuando fuiste a nuestro departamento.

Ce tragó con fuerza y Eli alargó su sonrisa.

—Muchas personas te vieron, Grace; mi familia tiene ojos en todos lados —dijo—. Y lo admito: por un momento creí que podrías perjudicarme. Incluso contraté a un detective privado para que me informara de tu paradero; y todo estuvo bien, hasta que fuiste con tus abuelos y no regresaste a la universidad. ¿Lo ves, Ce? ¡Tú lo arruinaste! Así que tuve que enviar a uno de mis matones.

—No era un Nova... —susurró Ce.

Eli le dirigió una mirada cargada de ironía.

—¿Eres idiota? —inquirió con fastidio—. Los Nova se hubieran rehusado; apenas si mantienen su relación al filo del abismo con los Kroos. Además, nunca metes a la familia en asuntos personales. Tuve que enviar a alguien más. Solo debía presionarte, asustarte un poco, y así irías corriendo a la policía a pedir ayuda, y yo podría deshacerme de cualquier prueba que tuvieras. Pero... otra vez no lo hiciste.

—¿No dijiste que era predecible? —se mofó ella mientras sentía que la rabia bullía en su ser.

Eli asintió y su sonrisa menguó un poco, pero no desapareció.

—Sí, pero subestimé tu estupidez y tu testarudez. Y obviamente, también pasé por alto el hecho de que eres una pequeña zorra. —Sus miradas se encontraron—. Creo que lo más deliciosamente inesperado de todo nuestro juego fue aquel hombre... Aspen Bailey, ¿no?

—¡No hables de él! —espetó Ce en un susurro cargado de furia.

—Nunca pensé que sería una pieza fundamental en el ajedrez de nuestras vidas, ni que volvería a escuchar ese nombre. Han sido años. Lo conozco, ¿sabes? Aunque quizá él no me recuerde.

Ce frunció el ceño. Por un segundo, su cerebro no pudo procesar la información. ¿Eli conocía a Aspen? ¿De dónde? ¿Cómo?

—Alguna vez, Rosie habló de él. De hecho, era como su estúpido amor de verano cuando éramos adolescentes. Así que un día, durante uno de los tantos odiosos veranos con sus odiosos abuelos, fui hasta Chatham y lo encontré. Nuestros ojos se toparon a la distancia; lo miré fijamente y entonces supe que no era mejor que yo. Solo era un pueblerino, simple, patético, sin ningún tipo de poder o importancia. No era nadie. Jamás sería alguien.

A pesar de la incredulidad, Ce dejó escapar un sonido, como una risa seca y burlona.

Eli la observó.

—¿Te ríes de mí? ¿Qué es tan gracioso?

—Ni siquiera eres la mitad de hombre de lo que es Aspen. No le llevas ni a los tobillos.

Él no se inmutó, pero Ce percibió cómo un músculo en su mandíbula palpitaba.

—Bueno, esperaba que dijeras eso. Llevas semanas revolcándote con él; no podría esperar que no lo defendieras. Además, te facilitó las cosas; se deshizo de mi matón, y hasta te protegió. Si él no se hubiera entrometido, no hubiera tenido que cambiar mi plan de nuevo. En el fondo, siempre supe que no ibas a detenerte. Y pensé que lo más prudente sería desaparecer; así no tendrías a quién culpar, y entonces podríamos haber conservado nuestro secreto para siempre.

Ce no dijo nada.

—Cuando apareciste esa noche, creí que te había ganado. Quise creer que habías aceptado tu realidad e impotencia hacia mí. Pero ambos nos equivocamos; yo bajé la guardia y tú... tú te empeñaste en joderte la vida. Así que... aquí estamos. Ya no hay más máscaras detrás de las que escondernos. Estos son nuestros últimos movimientos en este tablero. ¿Qué tienes que decir a eso?

—¡Eres un asesino! —murmuró y sus ojos se clavaron en él, culpándolo, juzgándolo—. ¡Mataste a Rosie! ¡Destruiste a una inocente! ¡Si esto es el fin, al menos ten el valor de admitirlo y deja de pretender que no la asesinaste!

Sus miradas se desafiaron.

—¿Tan importante es para ti? ¿Quieres que diga que soy el villano en voz alta? ¿Eso te hará sentir bien? ¡Bien! —Eli contuvo una sonrisa—. Lo admito: asesiné a Rosie. Lo planeé todo; la envenené lentamente, y luego la observé agonizar hasta su último latido. ¿Es una confesión lo suficientemente buena para ti?

Ce sintió que su corazón se comprimía, y una lágrima rodó por su mejilla.

—¿Por qué?

—¿Por qué maté a Rosie? —Eli se rascó la barbilla, pensativo—. Ummm... la verdad es que podría parecer un asesinato no justificado, pero de hecho tenía varias razones. Para comenzar, nunca la amé. Estaba loca y era una carga; no podía ser libre y hacer lo que quería. Mis padres nunca hubieran aceptado que rompiera nuestro compromiso; cada vez más insistían en que nos casáramos. Y luego, para colmo, quedó embarazada.

Ella lo miró pasmada. Su respiración se detuvo.

—¿Qué has dicho? —preguntó con miedo.

—Estaba embarazada —repitió él sin piedad—. Nadie lo sabía, ni siquiera tu tonta hermana. Mi médico personal llevaba todos sus exámenes y pruebas médicas, así que pretendí que no existía.

«Asesiné a Rosie».

«Estaba embarazada».

«Pretendí que no existía».

«Hasta su último latido...»

Los labios de Ce empezaron a temblar. Su pecho se agitó y más lágrimas cayeron incontenibles por sus mejillas. El dolor quemaba en su corazón y se deslizaba por todo su cuerpo, abriendo cada herida y haciéndola sangrar. De pronto, se retorció contra las cuerdas que la sujetaban y gritó. Histérica. Furiosa. Desesperada. Estaba volviéndose loca de dolor e impotencia.

—¡Eres un monstruo! ¡No tienes corazón! ¿Cómo pudiste? ¿¡Cómo pudiste sacrificar a mi hermana!? ¡¿Cómo pudiste matar a tu propio hijo?!

Eli ni siquiera se inmutó. Le dio la espalda y se sirvió un trago, que bebió muy despacio mientras la observaba.

—Di lo que quieras, Grace, pero hice lo que tenía que hacer para ser libre. Nadie tiene derecho a juzgarme, no cuando la naturaleza humana es ser egoísta y cruel —sentenció con la mirada oscurecida y la voz firme—. Tu hermana fue una carga que tuve que soportar durante mucho tiempo y no iba a sacrificarme por toda la vida.

Ce no era capaz de entender cómo Eli podía decir todo eso sin sentir nada, sin arrepentirse, sin odiarse a sí mismo. No entendía cómo podía vivir con ese crimen; cómo podía dormir cada noche y despertar cada mañana sin sentir un peso en su consciencia.

¿Acaso no había justicia para él? ¿Acaso no había dolor para quien lo inflige?

—Rosie te amaba.

—Rosie no tenía salvación —masculló Eli con frialdad—. Le hice un favor al acabar con su vida.

—¡Fuiste cruel hasta en eso! —le recriminó.

Él esbozó una sonrisa lateral.

—La medicina era la única forma en que nadie sospecharía.

—Pero nunca imaginaste las cámaras, ¿no?

Un brillo peligroso latió en sus ojos.

—Dame un poco de crédito. La soporté por mucho tiempo; conviví con ella, la observé... Conocía las manías de tu hermana, así que sospechaba de las cámaras; y, como te lo dije, sabía que tenía un escondite privado. Sin embargo, debo aceptar que me sorprendió; fue un poco inteligente con respeto a las pruebas que recogió. Si quieres que lo diga, lo diré: hasta después de morirse sigue jodiendome la vida. Tú y ella se merecían la una a la otra; eran muy parecidas y, por eso, ninguna pudo destruirme.

Ce tragó con fuerza.

—¿Y ahora? —se obligó a preguntar porque sabía que aquella conversación no duraría por siempre.

Eli rio, pero no se apresuró a responder.

Con una calma fingida, regresó detrás del escritorio y abrió uno de los cajones. Entonces sacó una caja cuadrada de madera oscura. Cuando los cerrojos saltaron, Ce tembló, presintiendo algo terrible.

—La verdad es que todo podría haber salido bien. Podría haberme ido y podrías haber seguido con tu vida, pero no pudiste mantener la boca cerrada. Tenías que arruinarlo todo y a ti misma...

Fue como en su sueño: Eli levantó el arma y la apuntó directamente. Su mirada, oscura y tormentosa; su rostro, inalterable y preparado para asesinar.

Ce no podía moverse, ni luchar, ni pedir ayuda. ¿Este era realmente el final?

«¡No quiero morir!»

Una lágrima ardió contra su piel.

«Aspen...»

—No es nada personal —murmuró Eli, con una ligera sonrisa.

Ce apretó fuerte los ojos y se encogió, preparada para sentir el primer impacto. Entonces, el sonido reventó en sus oídos y gritó, pero el dolor nunca la alcanzó.

Escuchó a Eli maldecir y abrió los ojos.

Unos segundos después, la puerta se abrió y los hombres que había visto antes entraron con prisa.

—¿Y ahora qué? —gruñó Eli.

—¡Nos encontraron!

Eli dejó el arma y se acercó a la puerta a hablar con sus hombres; Ce no pudo entender lo que dijeron. Su respiración estaba alterada y su corazón latía desesperado en sus oídos. No podía controlar las señales claras que sentía del miedo a morir.

—No dejes que la encuentren. Haz lo que sea necesario —dijo Eli, con desprecio—. Luego me encargaré de ella.

Y se marchó sin más.

El hombre que la había escoltado soltó las cuerdas y la obligó a levantarse. Ce se tambaleó, pero siguió andando. Cuando salieron al pasillo, todo estaba en tinieblas.

Había voces gritando y pasos apresurados. No lograba detectar de dónde provenían, pero los hombres estaban agitados. Oyó disparos y se encogió.

El hombre que la guiaba también parecía inquieto y preocupado; miraba hacia los lados con incertidumbre, como si no pudiera detectar de dónde venía la amenaza. Ce supo que sería su única oportunidad de huir; si la volvían a encerrar, jamás saldría de allí y Eli la mataría.

Ce vislumbró a su alrededor. Calculó sus posibilidades y buscó un arma, pero no encontró nada. Se escucharon otra serie de disparos, y el hombre la empujó para que caminara más rápido. Ella se resistió; peleó, pero él la sostuvo con fuerza y la obligó a correr.

Hubo más disparos y Ce cayó al suelo cuando el hombre se derrumbó sobre ella, impactado por una bala. Gritó asustada, mientras la sangre empapaba su vestido. Se retorció, hasta que logró escapar de debajo de su cuerpo. Ce lo observó.

Estaba muerto. Le habían disparado en el cuello.

Por unos segundos, se quedó en shock. Tenía sangre en el vestido, en las manos y en el rostro. Sin embargo, los gritos y los pasos la despertaron.

Algo estaba sucediendo. Algo terrible.

Ce no sabía qué, pero tenía que escapar en ese momento. No lo dudó más: divisó un juego de llaves, que estaba junto al cadáver del hombre, y las tomó. Luego se puso de pie y empezó a correr.

Tenía que salir de ahí. Tenía que encontrar una salida antes de que Eli la atrapara.

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