CAPÍTULO 25

DOS NOCHES DESPUÉS de su encuentro con Aspen, Ce se maquilló, se peinó y se puso un vestido elegante. La fiesta de despedida de Eli sería esa noche en casa de sus padres. Desde que Ce aceptó la invitación, su madre no había dejado de quejarse sobre su corte de cabello, sobre su falta de maquillaje por las mañanas, sobre su negativa de acompañarla de compras o ir al spa, sobre su elección de vestido...

En resumen, sobre cómo vivía su vida.

Para el final del día, Ce terminaba agotada y con los brazos adoloridos; su madre tenía la costumbre de pellizcarla cuando algo no le parecía. Ce estaba acostumbrada; era mejor dejarla que tenerla respirando sobre su cuello.

Por el contrario, su padre apenas le había dirigido la palabra. Se marchaba a la constructora temprano y volvía para las cenas; luego se encerraba en su estudio y terminaba el día con un tabaco y un whisky a solas.

Sin embargo, si había algo que ambos tenían en común era que ninguno parecía afectado por la pérdida de su hija. Ellos no hablaban de Rosie o decían su nombre. Actuaban como si todo siguiera igual, como si no hubiera diferencia si Rosie estuviera viva o muerta.

Un golpe en la puerta llamó su atención. Ce abrió la puerta y se encontró con la cabeza inclinada de una de las criadas. Era una mujer de mediana edad; su rostro era gentil. Ce no la había visto antes, por lo que debía ser nueva. No le sorprendía; las criadas no solían durar mucho tiempo bajo la tutela de su madre.

—Señorita Carlson, sus padres acaban de marcharse. Hay un auto listo, esperando para cuando esté lista.

—En cinco minutos. Gracias —respondió Ce.

La mujer realizó otra ligera inclinación y se marchó. Ce hizo una mueca. Aquellas malditas inclinaciones la hacían sentir muy incómoda. No eran de la realeza, pero las reglas de su madre casi siempre eran ridículas e incómodas.

Ce recogió su bolso y su abrigo, y abandonó la habitación. Una débil llovizna caía sobre la ciudad cuando se detuvo en las escaleras de la entrada principal. Había un auto negro con vidrios oscuros estacionado al final de la escalera. Ce iba a bajar el primer escalón, cuando la puerta se abrió y descendió un hombre con un elegante esmoquin.

Ce lo escrutó mientras él abría un paraguas azul y subía los peldaños hasta ella. Cuando estuvo a su altura, sus ojos se encontraron. Por un segundo, Ce se sintió descolocada. Ninguno de los sirvientes solía mirarla directamente a los ojos, y menos aún de esa forma tan intensa y un poco burlona.

—Eres nuevo —dijo—. ¿Quién eres?

—Kylian Kross —respondió con una sonrisa que mostraba un hoyuelo en su mejilla.

«Otro Kroos...» Ce debió imaginarlo. Alto, guapo y con aquella actitud tan segura y desafiante, como si pudieran controlar el mundo a su antojo.

—Esta noche seré su escolta, señorita Carlson —su voz era fuerte y clara. Carecía del tono cauteloso que siempre empleaban el resto de los sirvientes—. ¿Nos vamos?

Tampoco le ofreció una inclinación. Y para más sorpresa de Ce, le tendió el paraguas para que lo sostuviera ella misma. Luego descendió la escalera y se acomodó en el asiento del copiloto.

Ce pestañeó incrédula, pero apretó el paraguas entre los dedos y descendió la escalera hacia el auto. Kylian era su única escolta esa noche. Ce se sintió un poco aliviada; los Kroos siempre la ponían nerviosa, a pesar de que llevaban años trabajando para su familia y conocía casi a todos desde que estaba en pañales. Mientras menos estuvieran alrededor de ella, mejor.

El viaje desde Lincoln Park hasta la propiedad de los Thomas duró más de una hora, y Ce estaba más que inquieta y estresada cuando llegaron. Los padres de Eli habían organizado la fiesta en su finca de campo en Barrington Hills; Ce había estado allí antes, una o dos veces, durante su época de colegio. La propiedad era enorme, con un estilo europeo, varios estanques escondidos y un lago propio.

La casa solariega se alzaba radiante y esplendorosa contra el cielo oscuro de aquella noche. Había una hilera de carros hasta la entrada principal. Ce contuvo la respiración y esperó con paciencia. Cuando llegó su turno, esta vez Kylian le abrió la puerta y la ayudó a bajar. Ce no pudo evitar la repentina expresión tensa en su rostro y en sus hombros. Sin embargo, no le sorprendió. Echó una rápida mirada a su alrededor y se percató de que el lugar estaba repleto de hombres con esmoquin, audífonos en los oídos y armas escondidas a plena vista. La guardia de seguridad de los Thomas: los Nova.

Era bien sabido que había una rivalidad y enemistad entre los Kroos y los Nova, aunque no era nada tan poético como Romeo y Julieta. Ce era consciente de que ambas familias, aunque poderosas, se dedicaban a los asuntos de sangre y tratos ilegales. Los Carlson y los Thomas habían considerado el matrimonio entre Eli y Rosie como una forma de establecer algún tipo de alianza, o al menos una tregua entre ambas familias. Sin embargo, Eli se había encargado de arruinar cualquier posibilidad.

Ce intentó ignorar la presencia de los Nova y dejó a Kylian detrás. Entró por la gran entrada arqueada, le entregó su abrigo a un sirviente y siguió al resto de los invitados. El ambiente estaba cargado de sofisticación y glamour: los hombres usaban esmoquin, zapatos impecables y relojes caros; las mujeres vestían diseños de alta costura, y llevaban Ce desentonaba con su vestido simple, su peinado corriente y su carencia de joyas.

Caminó frente a un espejo y su reflejo le devolvió la mirada. Sus ojos oscurecidos, su rostro inexpresivo; pero, en general, su aspecto era aceptable. Siguió caminando. Era muy consciente de las miradas indiscretas y las murmuraciones maliciosas. Cualquier otra persona hubiera titubeado y sentido cohibida, pero Ce había nacido, crecido y sobrevivido en ese mundo.

No había nada que no hubieran dicho sobre ella, y también había aprendido todas sus miradas. Así que Ce mantuvo la espalda recta y la cabeza alta. Se mezcló entre la gente, encontró a sus padres y se acercó a ellos. En otra ocasión, los hubiera evitado descaradamente, pero esa noche pretendía dar su mejor actuación. Sonrió y saludó efusivamente a la pareja que estaba entablando una conversación con ellos.

Su padre pareció algo sorprendido, pero le siguió el juego con facilidad. Su madre ni siquiera lo notó; estaba más preocupada en que todos vieran lo esplendorosa y envidiable que era. Ce se mostró casi igual de encantadora y divertida; se deshizo en sonrisas falsas y en palabras aduladoras, rio de chistes sin sentido y dio besos y abrazos vacíos a gente que nunca había conocido. Incluso permitió que su madre se sostuviera de su brazo y presumiera de ella entre las arpías de sus amigas.

Ce perdió la noción del tiempo, pero entonces reconoció un par de caras conocidas: los Thomas. Los padres de Eli se acercaron a su familia e intercambiaron besos, sonrisas y cumplidos antes de iniciar una conversación. Ce se obligó a congelar una sonrisa en su rostro; a ser amable y abierta; responder sus preguntas usuales, aun cuando sentía que cada palabra cortaba su garganta.

«¿Lo saben? ¿Saben que su hijo había asesinado a Rosie? ¿Saben cómo lo había hecho? ¿Saben que es un monstruo?». Aquellos pensamientos giraron una y otra vez en su mente. Ce sintió que ya no podía seguir sonriendo. Quería gritar la verdad en sus caras y ver cómo sus máscaras también caían. Sin embargo, por más que se sintiera hastiada de todo, por más que los odiara y resintiera su vida, no podía precipitarse. Un error, una sospecha, y Eli ganaría.

Ce intentó ponerse al corriente de la conversación. Su padre se había apartado un poco con el señor Thomas para hablar de negocios, mientras que las mujeres seguían parloteando sin sentido hasta que el tema emergió casi por arte de magia.

—La cena benéfica de este año será la más extraordinaria de todas —musitó la señora Thomas—. No hemos escatimado ningún recurso en honor a Rosie. Queremos que sea inolvidable. Las ganancias de este año serán destinadas a clínicas y organizaciones de salud mental.

La sonrisa de la madre de Ce titubeó un poco al escuchar esas palabras, pero fingió ignorancia y ofreció la sonrisa más perfecta de todas. Ce la miró. A veces su madre le daba más miedo que cualquier otra cosa.

—Por supuesto. ¡Estamos tan agradecidos! Es un honor para nosotros.

Ambas intercambiaron sonrisas y su madre desvió la conversación a un tema más seguro. Sin embargo, las conversaciones y murmuraciones se vieron interrumpidas con el sonido de aplausos, gritos y risas. Ce dirigió la mirada hacia el alboroto, al mismo tiempo que Eli entraba por las puertas del jardín con una sonrisa en el rostro.

—¡Por el rey del torneo de caza! —grito alguien, probablemente un amigo de Eli.

La multitud volvió a aplaudir y se escuchó el sonido de copas que chocaban. Ce no hizo ninguna de las dos cosas, solo se limitó a observar. Sus ojos siguieron a Eli entre la gente que se apartaba de su camino. Eli seguía tal cual como lo recordaba: el mismo aspecto atractivo y seductor; los mismos ojos con el azul más intenso que hubiera visto, y la misma sonrisa peligrosa y oscura.

Era la primera vez que se encontraban desde el funeral de Rosie. Y, sin embargo, tan solo verlo le despertaba sentimientos tan intensos y oscuros que Ce casi sentía miedo de sí misma. Pero, aun así, iba a acabar con él. No había espacio en ella para segundos pensamientos o culpa; tendría la misma consideración que él le había mostrado a su hermana.

Eli estaba distraído y sonriente cuando llegó hasta su madre, pero su expresión cambió al advertir la presencia de Ce. El cambio fue tan rápido que nadie pareció notarlo, pero Ce sí lo hizo. Observó con satisfacción cómo sus ojos se ampliaron por la sorpresa y luego se oscurecían; cómo su sonrisa dejó de ser relajada y se volvió fingida; cómo sus hombros se tensaron y un músculo se movió en su mandíbula.

—Eli, mira quién pudo acompañarnos esta noche —musitó su madre mientras intercambiaban una mirada entre ellos—. Ustedes no se veían desde hace un tiempo, ¿verdad?

Ce sonrió con descaro.

—No, lastimosamente he estado muy ocupada.

Eli no agregó nada. Sus ojos la recorrieron muy despacio y Ce se sintió asqueada, pero mantuvo la compostura. Cuando sus ojos se encontraron, él parecía querer leer sus pensamientos. Ce sabía que se sentía amenazado por su presencia, aunque lo ocultara bastante bien.

—¿De qué estaban hablando? —le preguntó a su madre.

Ella hizo un breve resumen. Eli no la interrumpió, pero su mirada no se apartó nunca de ella. Ce le sostuvo la mirada, sin miedo y con firmeza; sus labios extendidos en una sonrisa taimada. Así como él la estudiaba, ella también lo hizo: Eli no cargaba un esmoquin como los otros, sino que estaba vestido con ropas informales y cómodas pero caras, para cazar. Además, sostenía un trofeo en su mano.

A Ce tampoco le sorprendió eso; tanto él como su padre eran amantes de la caza. Eli había aprendido desde muy pequeño y había desarrollado un cariño perturbador con los años. Ce siempre había pensado en la caza como un deporte salvaje y desagradable, pero quizá esa era la razón por la que Eli lo disfrutaba tanto. Perseguir, acechar, matar sin piedad eran habilidades innatas en él.

—Tus manos están manchadas de sangre —dijo Ce, interrumpiendo a la señora Thomas.

Todos a su alrededor se quedaron en silencio. Las miradas sobre ella y luego sobre él. Eli frunció el ceño y sus ojos se oscurecieron.

—¿Qué dijiste? —inquirió.

Ce sonrió con inocencia y apuntó sus dedos, que aferraban el trofeo. Su madre rio e intentó disipar la atención.

—Oh, cariño, ¡te has manchado durante la caza! —explicó.

Otra sonrisa. Varios rieron con ella y la tensión se disipó. Pero Ce y Ei seguían mirándose fijamente.

—Ve a cambiarte, cielo; si no, no podrás disfrutar la fiesta con tranquilidad.

Eli le hizo caso a su madre y se marchó. Ce se relajó un poco y se felicitó mentalmente por mantener la compostura en su primer encuentro. Cualquiera que hubiera estado observando nunca podría adivinar que había asuntos pendientes entre ellos.

Unos segundos después, Ce se disculpó y se apartó de las mujeres. Caminó despacio y cruzó las puertas hacia la terraza. Había varias personas charlando, bailando y bebiendo, pero eran menos que en el salón principal. Ce recorrió una copa de champagne y la bebió con lentitud mientras contemplaba la hermosa vista del lago y el valle que rodeaba la casa.

Tiempo más tarde, se dio cuenta de que ya no estaba sola. No reaccionó. Sabía que Eli tarde o temprano vendría a buscarla. Ella lo había sorprendido, ahora él intentaba sorprenderla.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Ce giró muy despacio y lo encaró. Dejó la copa vacía sobre el balcón de piedra mientras sus labios se estaban en una sonrisa amable. Varios pares de ojos y oídos desviaron su atención hacia ellos. Eli se había cambiado; ahora vestía un impecable esmoquin azul oscuro que resaltaba sus ojos.

—Me llamaste personalmente y me invitaste a tu fiesta de despedida. Me aconsejaste que volviera a casa. Por eso estoy aquí.

Él miró, discreto, a su alrededor, y se acercó un poco más. Ce no retrocedió. Sus ojos estudiaron los suyos.

—Espero que hayas olvidado aquellas ridículas alucinaciones de las que hablaste antes.

Ce quiso golpearlo directamente en su perfecta cara, frente a todos. Pero su autocontrol se impuso. La sonrisa en su boca se volvió más dulce.

—Por supuesto, estoy más lúcida que nunca. Quizá tenías razón: estar lejos de la universidad me estaba afectando.

Eli asintió de forma comprensiva y dejó escapar su sonrisa burlona. Claramente estaba dando un espectáculo para todos los curiosos. Ce no se inmutó.

—Así que has dejado tu fase rebelde y has decidido madurar... —dijo con condescendencia—. Qué te puedo decir, Grace, es tiempo de cambios. Ambos empezaremos una nueva vida.

Ce se quedó muda unos segundos. No pudo obligarse a hablar; sentía que el odio escaparía por su garganta si separaba los labios. Era ridículo, era impensable, era horrible que él hablara de una nueva vida cuando había arrebatado cruelmente la de Rosie. ¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho? No era que sus razones la harían cambiar de opinión, pero de pronto se dio cuenta de que necesitaba saberlo.

Reaccionó y sus ojos enfocaron su rostro.

—Espero que sea una larga y próspera vida. —Sonrió.

Eli mantuvo la sonrisa, pero sus ojos se oscurecieron. Se acercó con suma lentitud, y apoyó sus brazos a ambos lados de su cuerpo, forzándola a apoyar sus caderas contra el muro de piedra del balcón. Ella no desvió la mirada. No iba darle la satisfacción de intimidarla, pero tampoco pudo esconder su incomodidad; era la primera vez que estaban tan cerca. Ce casi se podía ver reflejada en sus pupilas, y sentía su respiración soplando contra sus labios. Su corazón latió con fuerza en su garganta.

Cuando habló, su voz era apenas un murmullo, bajo y peligroso, cargado de intención.

—Ten cuidado, Grace —dijo mientras sus ojos buscaban emociones en los suyos—. Podrías pensar que no te conozco, pero lo hago. Eres más parecida a Rosie de lo que te imaginas. Sé cuándo mientes y cuándo dices la verdad. Eres maravillosamente transparente.

Ce se estremeció cuando una de sus manos acarició su cintura y trazó la curva de sus caderas. Pudo sentir la calidez de sus dedos a través de la fina tela de su vestido, pero, en lugar de sentirse atraída, sintió repulsión, cruda y honesta. Ce quiso apartarlo, alejar su mano y arrancarlo de ella, pero notaba la tensión en el ambiente y escuchaba las respiraciones contenidas de los presentes.

Su mano se alejó de su cuerpo, pero subió hasta su rostro y acarició su mejilla. Acercó sus rostros hasta que su boca rozó su oído.

—Quizá debería hacerle caso a mi madre —susurró como si fuera un secreto—: quizá debería quedarme y casarme contigo. Nos haríamos muy felices. Te devoraría lentamente cada noche y terminaría en esa preciosa boca que tienes.

Ce sintió que se ahogaba cuando sus palabras se clavaron en su mente. Sus labios temblaron y tragó con fuerza. Eli rio divertido y lamió la forma de su oreja con la lengua. Ella reaccionó por instinto y lo empujó, no pudo contenerse. Él se tambaleó hacia atrás y dejó escapar una risa abierta y atrevida, a la que se unieron varias personas. Sus ojos brillaban con mofa y parecía muy satisfecho de haberse metido bajo su piel. Ce no respondió; sentía la garganta seca y las manos le temblaban. Se abrazó a sí misma y lo empujó cuando cruzó rápidamente por su costado.

—¡No te vayas, Grace! ¡Estaba jugando! ¡No seas una aguafiestas! —espetó ante todos.

No se detuvo. Siguió caminando y se mezcló entre la multitud. Sus manos aún temblaban, pero las utilizó para empujar a las personas y escapar. Se sentía asqueada, vulnerable y avergonzada. Se sentía como una idiota por dejar que Eli la ridiculizara frente a todos. ¡Era tan estúpida! ¡Y malditos todos! ¡Los odiaba! Despreciaba sus sonrisas burlonas y quién era cuando estaba con ellos. ¡Estaba tan furiosa con ella, con Eli, con sus padres, con el mundo!

No podía más. Necesitaba... necesitaba...

—¿Va a algún lugar, señorita Carlson?

Ce se tensó al escuchar la voz, pero se relajó cuando reconoció a quien pertenecía. Kylian Kroos estaba de pie, recostado contra la pared de la entrada principal, y estaba fumando lo que parecía ser su quinto cigarrillo, por las colillas que comenzaban a apilarse a sus pies.

—Obviamente estoy yéndome —respondió Ce con acritud. No se sentía en la capacidad ni tenía la paz mental para enfrentar a un Kroos en ese momento.

—Entonces es mi deber llevarla, o al menos preguntarle a dónde se dirige.

—Ninguna de esas molestas acciones será necesaria —él la escaneó con la mirada hasta que sus ojos se encontraron—, porque no me has visto, Kroos.

Ce le dio la espalda y caminó por el sendero principal, pero él fue más rápido y se interpuso en su camino.

—Lo siento, señorita Carlson, pero no creo que pueda dejarla ir.

—Apártate —espetó Ce con la voz contenida.

—Sus manos están temblando y parece un poco ansiosa. Además, no creo que consiga un taxi que la lleve de vuelta a Chicago —dijo Kylian con calma y se encogió de hombros—. Vamos, la llevaré. No la delataré y no haré preguntas. Le doy mi palabra.

Ce no se movió. Entrecerró la mirada y buscó alguna señal de engaño en su rostro. Sin embargo, se sentía demasiado agitada y ansiosa para reconocer algo sospechoso en él. Quizá la palabra de un Kroos podría no valer nada, pero Ce le creyó. Y Kylian no le mintió. La llevó de vuelta a Chicago, sin delatarla y, lo más importante, sin hacer preguntas.

~~*~~

DESPUÉS DE CENAR, Aspen llamó a sus padres.

Antes de dejar San José, él no había sido muy específico sobre sus razones de realizar ese viaje con Ce. Gracias a Dios, ambos habían entendido que era importante y Aspen estaba agradecido por eso. Sin embargo, sabía que estaban preocupados; podía percibirlo en su voz. Había preocupación real, pero, aun así, no hicieron preguntas.

—Aspen, sé que te gusta esa chica, que te gusta mucho, pero no tengo ni idea de lo que está ocurriendo y no quiero ser entrometida —dijo su madre—. Sin embargo, si algo malo sucede, o si resuelves lo que está ocurriendo, entonces regresa a casa, ¿de acuerdo?

Aspen sintió una sensación cálida y agradable en el pecho. Se despidió de ellos y se quedó mirando el techo de la sala. Unos segundos después, se levantó del sillón y caminó de un lado al otro. Estaba inquieto y había una sensación incómoda en su piel; como si algo le molestara, pero no pudiera determinar la causa.

Dio otro par de vueltas y se regañó a sí mismo. Bueno, tal vez sí sabía la causa. La fiesta de despedida de Eli sería esa noche; Ce lo había mencionado en algún momento de su viaje a Columbus y él no se había atrevido a decirle que no fuera. Ahora debía estar allí, y por eso él se sentía tan agitado y fastidiado.

También tenía que ver el hecho de que ella no le había llamado, ni escrito, ni visitado en dos días. No quería presionarla para volver, pero no podía evitar pensar que era un estorbo para ella. Era horrible sentirse así.

Aspen gruñó y apagó las luces de la cocina y la sala antes de ir al dormitorio. Encendió la televisión y se sentó en la cama con una novela de ciencia ficción que había encontrado en la estantería de Ce. Sin embargo, no leyó. Sus ojos vagaron a su alrededor buscando algún indicio de ella, pero la habitación era sobria; no había ningún tipo de adorno significativo o decoración especial. Estaba ordenada y limpia, muy a su estilo.

Lo único especial, y que lo estaba enloqueciendo, era aquella fragancia a vainilla o lilas que estaba impregnada en las sábanas, en las almohadas, en las toallas o en la ropa que Ce solía usar. Aquel aroma sutil, delicado y característico de ella.

Aspen suspiró y se dejó caer sobre las almohadas, hundiéndose en su fragancia. Cerró los ojos e intentó no pensar en ella. Entonces debió quedarse dormido.

El sonido de pasos sobre la alfombra lo despertó. Aspen se agitó en la cama y entreabrió la mirada. La habitación estaba a oscuras, pero la escasa luz que se filtraba por la cortina delineaba una figura femenina.

—¿Ce? —musitó, creyendo que aún estaba dormido.

—Vuelve a dormir —respondió ella, después de un rato.

Aspen se pasó una mano por el rostro y se sentó.

—Pero estás aquí —dijo, intentando sofocar la emoción en su voz—. Yo iba a ducharme, pero debí quedarme dormido. No te esperaba. ¿Sucedió algo sucedió? ¿Estás bien? ¿Quieres que...?

Aspen encendió la lámpara en la mesita de noche y la habitación se inundó de un suave resplandor dorado. Sus ojos la encontraron y se quedó sin palabras. Ce siempre le había parecido hermosa, pero esa noche había algo diferente en ella. Ella no parecía Ce, la joven que se había embarcado en aquel viaje de carretera con él. En ese momento, era Grace Carlson, la heredera de la familia Carlson; una joven elegante y sofisticada, resplandeciente y perfecta.

—Estás... ¡Estás radiante! —murmuró.

Era la primera que la veía así. Estaba embelesado. No podía dejar de admirar su figura. Su vestido era sencillo, con finos tirantes y sin adornos, de un color muy parecido a su piel rosada; se adhería como una segunda piel a su cuerpo y marcaba sus curvas. Aspen siguió las líneas de sus pechos y la forma de sus caderas.

—Es solo el vestido —dijo Ce, mientras se desprendía de unos largos aretes dorados.

Aspen se perdió por breves segundos en sus movimientos gráciles, pero luego se concentró y detectó el rastro de frialdad en su voz. Notó la postura muy recta de su espalda.

Frunció el ceño.

—¿Acaso la fiesta estaba aburrida o simplemente querías verme?

Ce no respondió. Aspen se preocupó.

—¿Sucedió algo? —inquirió con suavidad—. Puedes hablar conmigo.

Ella negó y comenzó a desmaquillarse. Sus movimientos se volvieron distantes, como si pretendiera que él no estaba allí. Aspen la miró sin comprender. No entendía por qué actuaba así, pero no le gustaba.

Cuando no se movió, Ce le dirigió una breve mirada.

—Deberías ducharte primero. Es tarde.

Aspen la miró perplejo. Salió de la cama mientras sentía cómo su buen humor y el embelesamiento por aquella bella mujer, de la que estaba completa y perdidamente enamorado, era eclipsado por esa actitud fría y distante que no estaba dispuesto a soportar un segundo más.

—¿Hablas en serio? ¿Es todo lo que vas a decir?

Ce lo observó. No reaccionó ante el tono serio en su voz.

—¿Qué quieres que diga?

—Bueno, podrías comenzar por explicar por qué me estás evitando. Vine aquí porque quería ayudarte, apoyarte, y me tratas como si fuera un estorbo, algo de lo que no puedes despegarte y te molesta.

—No te pedí que vinieras conmigo —replicó ella.

Aspen apretó la mandíbula y sintió que su corazón latía muy deprisa.

—No trates de lanzarlo contra mí. No trates de que sea mi culpa.

Ella entrecerró la mirada.

—No estoy echándote la culpa, solo estoy siendo clara. Viniste por tus propias razones, bajo tus propias decisiones. Además, no te estoy evitando. He estado ocupada, y mis padres no pueden saber de ti. Nadie puede saber qué estás aquí.

—Lo entiendo, pero pudiste llamar. La mayor parte del tiempo estoy pensando en ti, preocupado por ti. No quiero que ni tus padres ni Eli te hagan daño. Pero no puedo saber ninguna de esas malditas cosas si no hablas conmigo. No puedo saber si estás bien.

—¡Estoy bien! —espetó exasperada y, por primera vez, Aspen se percató de que sus manos estaban temblando—. Tengo todo bajo control.

Aspen intentó respirar hondo. Quería mantener la calma, pero Ce, con su actitud defensiva y su mirada irritante, estaba sacándolo de quicio.

—¿Tienes todo bajo control? —inquirió con una sonrisa forzada—. No, Ce, tú crees que tienes el control. Siempre te gusta creer que tienes el control. Pero eres diferente cuando estás aquí: te rindes a tus padres y ellos ganan, porque estás actuando como antes.

Sus ojos azules se oscurecieron y Aspen se sintió un poco satisfecho de arrancarle una emoción.

—Di lo que quieras, Ce, pero sabes que es cierto —continuó, dejando salir todo lo que lo había atormentado en los últimos días—. Usas esa misma máscara de indiferencia, seriedad y frialdad. Finges que nada te afecta. Pretendes ser alguien que no eres. Y no lo entiendo. Estoy aquí; puedes ser tú misma conmigo. Puedes...

—Pero ¿y si lo soy? ¿Y si esta maldita máscara es quien soy en realidad? ¿Y si es todo lo que puedo dar? —gritó furiosa—. ¡No trates de juzgarme ni de entrometerte en mis asuntos porque, a pesar de que estés aquí, a pesar de todo el camino que hemos recorrido, nosotros somos nada! Nada. ¡Nada! !No te debo explicaciones! ¡No te debo nada!

Aspen enmudeció. Sus palabras se clavaron en su pecho y sintió cómo desgarraban su corazón. Intentó responder varias veces, pero las palabras se negaron a salir. Se tragó sus sentimientos e intentó deshacer el nudo que tenía en la garganta. Apartó la mirada y se pasó una mano por el cabello, con frustración.

—Creo que tomaré esa ducha ahora —masculló, sintiéndose muy idiota.

Ce no se movió. Sus ojos brillaron, pero no dijo nada más. Aspen le dio la espalda y caminó hacia el baño. Entonces se detuvo.

—¿Sabes, Ce? Tienes razón: fui un estúpido al creer que esto podría ser algo mas —dijo—. Supongo que merezco eso. Aunque no tenías que ser cruel.

Luego cerró la puerta del baño.

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