CAPÍTULO 23
CE SE DESPERTÓ con la noticia de que los padres de Aspen habían organizado un viaje improvisado a la playa de Santa Cruz. Cuando Aspen le contó, Ce se percató de que estaba realmente entusiasmado; quizá por eso se negó a acompañarlos. Aspen no parecía entenderla, y tal vez ella no encontraba las palabras correctas para explicarle.
Aspen y su familia habían sido muy amables con ella; incluso su madre. Sin embargo, no podía evitar sentirse como una intrusa. A pesar del pasado y de todos los problemas, ellos eran una familia; o al menos estaban intentando reconstruir lo que quedaba de ella. Mientras tanto, Ce... no era nadie. Aspen y ella tenían una relación sin etiquetas, y no quería que Aspen o ella estuvieran en la incómoda situación de tener que explicar lo que sucedía entre ellos.
—¿Estás segura de que no quieres venir? —preguntó Aspen.
Habían regresado al hotel para que él se cambiara de ropa y recogiera lo necesario. Ce lo miró desde la cama, donde estaba leyendo.
—Sí, estoy segura. Deja de preocuparte, y disfruta de este tiempo con tu familia.
—Pero hay un parque de atracciones en la playa; es muy grande. Estoy seguro de que te encantaría.
Su insistencia le arrancó una sonrisa, pero, aun así, ella negó. Aspen se acercó y se inclinó junto a la cama. Ce pretendió seguir leyendo, pero él tomó su barbilla y lo obligó a mirarlo. Ce se preguntó si algún día dejaría de sentirse cautivada por aquellos ojos azules.
—¿Estarás bien? —murmuró. Había una seriedad en su voz que la inquietó, como si presintiera que algo malo sucedería; o quizá solo estaba triste por dejarla.
—Estaré bien —contestó, y desvió la mirada hacia su libro.
Aspen la soltó, pero sus labios rozaron su frente durante menos de un latido. Luego se marchó y Ce continuó leyendo, como si de esa forma pudiera ignorar el malestar que sentía.
Media hora después, rendida de intentar concentrarse en las palabras, agarró su cartera y salió del hotel. No tenía un plan, así que caminó sin rumbo. Encontró un almacén de libros usados. Entró, miró alrededor y compró un par de novelas. Luego siguió caminando.
Estuvo entrando y saliendo de locales hasta el mediodía. Después almorzó en un restaurante de comida francesa. Estaba regresando al hotel, cuando vio el festival de flores en la calle. Ce se acercó y recorrió con su mirada los puestos repletos con flores de distintos tipos y colores. Se detuvo frente a una mujer que vendía solo rosas.
Las rosas habían sido las flores favoritas de Rosie, porque tenían su nombre y porque eran hermosas. Pero no cuando estaban en su plenitud, vivas, resplandecientes y suaves. Rosie siempre las había preferido marchitas; muertas, descoloridas y resquebrajadas. Solía decir que había una belleza sublime y perpetua en ellas; creía que eran el ejemplo más real y honesto sobre la vida de las personas.
—¿No lo entiendes, Ce? Morimos como las rosas. Ellas nacen, al igual que nosotros. Crecen y florecen hermosas. Entonces todos las adoran y las admiran hasta que comienzan a pudrirse. Se marchitan, sin poder evitarlo, y luego nadie las quiere ni cuida de ellas. Solo les queda el recuerdo de haber sido hermosas y queridas alguna vez.
—¡Eso es deprimente!
—No, es hermoso. Tener una rosa es sostener el principio y el fin de una vida. Nos enseñan a estar preparados para el final. ¿Cómo crees que sería si fuéramos como ellas y pudiéramos saber en cuánto tiempo vamos a marchitarnos? ¿Crees que viviríamos intensamente o que moriríamos lentamente?
—¿Le gustan las rosas? —dijo la vendedora.
Ce reaccionó y miró a la mujer.
—¡Mire lo hermosas que están! Seguro vivirán mucho.
Ce observó las rosas. Deslumbrantes y puras; elegantes y hermosas. El inicio y el fin de una vida.
—Me llevaré una docena —dijo Ce.
Cargó el bouquet de flores contra su pecho y siguió su camino. Más adelante, se detuvo en un supermercado para conseguir un florero. Estaba revisando las perchas cuando su celular sonó. Ce reconoció el número como el del padre de Aspen. Sin embargo, no era su voz cuando respondió.
—Soy yo —dijo Aspen—. Quería que supieras que estábamos bien. Almorzamos hace un rato y vamos a ir al parque de atracciones.
Ce esbozó una sonrisa. Quizá no se diera cuenta, pero sonaba muy emocionado y feliz.
—¿Por qué me llamas desde el celular de tu papá? —le preguntó.
—Porque no me has dado tu número, sabelotodo.
—¡No me llames «sabelotodo»! —se quejó. Sostuvo un jarrón y lo estudió con ojo crítico—. Además, tu nunca me pediste mi número.
—¿Me habrías dado tu número?
—No.
Ce dejó el jarrón y buscó otro.
—¿Me habrías dado tu número la noche que nos encontramos?
—Definitivamente no.
Aspen rio y Ce sintió que su estómago hacía cosas raras. No muy seguido lo escuchaba reír; parecía que ambos habían olvidado cómo hacerlo cuando recién se reencontraron. Ahora era natural entre ellos; no había pretensiones ocultas cuando reían.
—¿Estás en el hotel?
—Estoy en un supermercado consiguiendo un florero.
—¿Un florero? —la voz de Aspen sonó divertida y curiosa.
—Larga historia —repuso Ce, seleccionando otro florero; uno alargado, transparente y de cristal.
—Quizá quiera oírla.
—Quizá deberías disfrutar de la playa en lugar de estar hablando conmigo.
—Lo sé —Aspen hizo una pausa—. Es solo que tuve una idea...
—¿Una idea?
Aspen enmudeció y Ce pensó que se había cortado la llamada. Entonces, él volvió a hablar y su voz fue un poco vacilante:
—Deberíamos cenar.
El corazón de Ce latió con fuerza.
Por un segundo, creyó que estaba interpretando mal sus palabras.
—¿Cómo cenamos todas las noches? —pretendió que no comprendía.
Aspen hizo un sonido frustrado.
—No, me refiero a salir a cenar —corrigió.
Ce se mordió los labios.
—¿Como una cita?
—No, como una cena.
Se callaron por unos segundos. Ce habló primero y no pudo evitar molestarlo; había algo ridículamente adorable en toda esa situación.
—Entonces..., ¿es una cena, que parece una cita, pero que en realidad es... una cena?
—Si te digo que es una cita, ¿aceptarás?
—No.
—Entonces es una cena —concluyó Aspen, frustrado.
Ce contuvo la risa. Casi podía imaginar la expresión de su rostro mientras hablaban. Aspen volvió a quedarse en silencio, dejándole toda la elección a ella.
Ce sabía que lo mejor, lo más seguro para ambos, era que ella rechazara su petición. Sin embargo, en ese momento no podía recordar ninguna razón válida para hacerlo. Ahora comprendía a Aspen, cómo debía haberse sentido aquella noche en el balcón cuando la besó por primera vez.
Ahora quería cenar con Aspen. Quería ir a una cena que claramente era una cita, y guardar el recuerdo de aquella primera cita para siempre.
—Está bien —susurró—, cenemos juntos.
Quedaron en encontrarse en Birk's, a las ocho.
Ce compró el florero de cristal y regresó al hotel. Intentó seguir leyendo la novela, pero desistió cuando se dio cuenta de que estaba leyendo el mismo párrafo por quinta vez. No podía evitarlo; sentía un nerviosismo que le recorría la piel. Estaba inquieta y preocupada. Quería pretender que no le importaba, que no era importante, pero no podía engañarse. Era la primera vez que saldría en una cita real, porque había salido un par de veces con Markus, pero ninguna de esas ocasiones se había sentido como una auténtica cita; solo habían sido momentos atropellados y que Ce ya había olvidado. Esta vez, sería diferente; Aspen siempre provocaba que todo se sintiera nuevo y diferente.
Ce estuvo lista media hora antes de las ocho. Iba a solicitar un taxi en el hotel para llegar al restaurante. No había mensajes de Aspen cancelando la cena, así que buscó su cartera y caminó hacia la puerta. Entonces se percató de que no tenía la llave de la habitación.
Encontró la tarjeta en el escritorio. Se acercó y empujó el florero con el codo, sin querer. Le pareció que el tiempo se detenía y todo sucedía en cámara lenta: se dio la vuelta y observó cómo el florero caía y se estrellaba contra el piso. El sonido del impacto resonó en sus oídos con fuerza mientras un estremecimiento se deslizaba por su espalda.
Le pareció un mal presagio.
Ce se quedó inmóvil, mirando el cristal hecho trizas; el agua se extendía sobre la alfombra y las hermosas flores estaban esparcidas por el suelo.
Un segundo después, su celular sonó y la sobresaltó. No se fijó en quién llamaba, pero debió haberlo presentido antes de contestar porque una repentina sensación de peligro se adhirió a su piel. Escuchó una respiración al otro lado, seguida por una ligera risa.
—¡Creí que no me ibas a contestar! —dijo Eli—. Ha pasado un tiempo, Grace.
Ce se estremeció y tuvo el instinto de cerrar la llamada, pero se resistió. No le tenía miedo a Eli; no iba a dejar que él la amedrentara, que pensara que podía asustarla. Por eso, se obligó a hablar con firmeza y discreción:
—¿Qué quieres?
—Te escuchas enojada —dijo Eli, y casi sonó ofendido—. ¿Es porque sigues en tu etapa rebelde? ¿Aún le mientes a tus padres?
Ce tuvo que reprimir sus deseos de gritar. Él había enviado a un hombre a seguirla, había intentado matarla y había lastimado a Aspen, ¿y aun así tenía el descaro de llamarla y pretender que todo estaba bien? ¿Iba a seguir fingiendo que era inocente? ¿Se había vuelto loco?
—¿Qué quieres de mí? —exigió. Ce estaba molesta, nerviosa y se le hacía tarde.
—Tu madre me llamó y dijo que no habías respondido las invitaciones que envié.
Ce frunció el ceño e intentó procesar sus palabras. Entonces recordó el mensaje que había recibido de su madre, pero seguía sin entender nada.
—¿Qué invitaciones?
Eli rio. Fue un sonido suave, pero cargado de pretensión. A Ce le encresparon más los nervios.
—Imaginé que no las habías recibido debido a que no estás en la universidad, pero no quería delatarte, así que le dije que te llamaría personalmente y te daría las nuevas noticias.
No serían buenas noticias, Ce lo sabía; al menos no para ella. Sin embargo, se obligó a preguntar.
—¿De qué estás hablando?
—Voy a irme, Grace —respondió casi con orgullo—. Me voy a vivir a Europa, a comenzar una nueva vida. ¿No te parece genial?
Ce sintió que su corazón se detenía. Repasó una y otra vez sus palabras, pero no podía comprenderlas. ¡No podían ser ciertas!
Mientras tanto, Eli continuó hablando como si escapar fuera un asunto trivial. Porque eso era lo que estaba haciendo: el muy cobarde estaba escapando; dejando todo atrás, incluido su crimen, y pretendiendo que merecía una nueva vida.
—Mi viaje es en menos de dos semanas, así que mis padres darán una fiesta de despedida. Mi madre envió invitaciones a su círculo más íntimo. Obviamente, ni tú ni tu familia podían faltar; menos aún cuando este año la cena benéfica que organiza mi familia será en honor a Rosie. Vendrás, ¿no? Es un evento bellísimo lleno de glamour y sofisticación. Como todos los años, también asistirá la prensa y...
Ce dejó de escucharlo. Lo único que podía oír era el latido frenético de su corazón.
—¿Qué hay de tu viaje? ¿El viaje con tus amigos? —interrumpió desesperada.
Necesitaba aferrarse a algo. Una salida. Una última opción.
—¿Mi viaje? —Eli se sorprendió—. No sabía que estabas enterada de eso... Pero supongo que ya terminó. Volveré a casa desde Los Ángeles mañana por la mañana.
Ce se mordió los labios con tanta fuerza que sintió que se abría la piel. Sin embargo, el dolor no era nada comparado con lo que estaba sintiendo; algo estaba resquebrajándose en su interior. Su plan, su venganza, sus promesas... Todo se estaba cayendo en pedazos y disolviéndose en caos.
—¿Qué sucede, Grace? ¿Estás triste? ¿Acaso vas a extrañarme?
Una furia irracional se apoderó de ella. No iba a permitir que se mofara de ella, que siguiera jugando. No pudo contenerse.
—¡Mataste a mi hermana! —lo acusó. Cada palabra impregnada con todo el odio que sentía hacia él—. ¡Y luego intentaste matarme!
—¿Qué es lo que dices? —Eli rio, pero había un rastro afilado escondido en su voz—. ¿Acaso estás teniendo alucinaciones? ¿Estás tomando alguna medicación?
—No me vas a engañar, Eli —sentenció Ce sin vacilar—. Podrás haber burlado a todo el mundo con tu actuación inocente, pero no a mí. Lo sé; tú asesinaste a Rosie.
Eli se quedó callado por unos segundos. Luego soltó un lento suspiro.
—Grace, no sé de qué estás hablando, pero te aconsejo que regreses a casa y a tu vida normal. Creo que estar lejos de la universidad te está afectando. No quiero que sufras un colapso o algo peor.
—¡Eres un maldito mentiroso! —espetó furiosa—. ¡Sabes muy bien de lo que estoy hablando! ¡Enviaste a alguien a seguirme porque tenías miedo de lo que pudiera hacer! ¡Tienes miedo de las pruebas porque...!
—¿Qué pruebas? —exigió saber Eli, y esta vez su voz era ruda y peligrosa—. Dijiste que no habías robado nada de mi departamento; y no declaraste ninguna prueba a la policía. ¿Qué tipo de pruebas podrías tener? ¿Vas a amenazarme ahora? Porque no creo que te sirva de nada. ¿Crees que alguien creerá en ti? ¿Crees que tu palabra pesara más que la mía? ¿Crees que dejaré que ensucies mi nombre?
Eli volvió a reír, pero esta vez no fue un sonido que intentaba esconder sentimientos. Fue auténtico, lleno de malicia y crueldad.
—No intentes enfrentarme, Grace, porque no podrás ganarme. Regresa al mundo al que perteneces. Vuelve con tu familia y continúa viviendo en tu pequeña y miserable vida. Te doy un consejo: mantén la boca cerrada. Si sigues alucinando y diciendo tonterías, tus padres creerán que estás jodidamente loca, igual que tu hermana.
Y colgó.
Ce sintió como si le hubieran echado un balde de agua fría, o como si la hubieran abofeteado con fuerza en el rostro y arrojado a la cruel y fría realidad. Se esforzó por estar calmada, pero la ansiedad la invadió, extendiéndose por cada parte de su cuerpo como un cáncer. Consumió sus pensamientos, envenenó sus emociones. Sin embargo, en lugar de encogerse y llorar, experimentó un sentimiento crudo de rabia y desprecio. Se sentía como una granada a punto de estallar, inestable y peligrosa.
Cuando su celular volvió a sonar, lo apretó entre los dedos y lo lanzó con fuerza contra el espejo de la habitación. El cristal se hizo pedazos, resquebrajándose en el suelo. Ce no se detuvo. Destrozó todo lo que encontró en su camino y se marchó, como un torbellino incontenible.
Caminó, perdiéndose en las calles, entre la gente. Y luego caminó un poco más. Perdió la noción del tiempo, y no se detuvo hasta que respirar se volvió doloroso y sus músculos se quejaron. Permaneció en medio de la calle, con la mirada extraviada y la respiración entrecortada. Las primeras lágrimas cayeron por sus mejillas, silenciosas y tortuosas, pero Ce las recibió con calma mientras un plan se fraguaba en su mente lúcida.
Si Eli pensaba que se rendiría, si creía que estaba ganándole... Entonces que así fuera; podía seguir subestimándola. Sin embargo, Eli no había provocado que desistiera de su venganza. Él la había despertado; ahora su deseo de venganza ardía imparable y salvaje en su interior. Arrasaría con su nombre y con su familia, si fuera necesario. Destruiría a Eli hasta las cenizas, hasta que no quedara nada que pudiera reconstruir.
~~*~~
ASPEN DEBIÓ PRESENTIR que algo andaba mal. Quizá por eso no entró en el restaurante y decidió esperar en el auto. Ya eran las ocho y veinte, y Ce no llegaba. Estaba intentando llamarla, pero no contestaba su celular.
Estaba apagado.
Intentó no preocuparse. Seguramente se había retrasado y había olvidado su teléfono en el hotel, o quizá se había descargado y no podía llamarlo. Aspen quiso creer todo eso e ignorar el presentimiento que giraba en su mente, pero a cada segundo se volvía más persistente.
Abrió la puerta del Camaro y salió. Repasó la calle con la mirada, escudriñando a las personas; Ce no estaba entre ellos. Respiró y volvió a marcar su número. De nuevo la llamada no entró. Caminó de un lado a otro, preocupado, con la mente hecha un caos. ¿Acaso se había arrepentido? ¿Lo habría pensado mejor y no quería seguir involucrándose con él? Pero ¿por qué no respondía? ¿Le había sucedido algo a su celular? ¿Y si le había sucedido algo a ella? ¿O si Eli había enviado a alguien más a seguirla? ¿Y si la habían encontrado? ¿Y si estaba lastimada?
Aspen creyó que enloquecería.
Habían pasado cuarenta minutos y aún no había rastros de Ce. Entonces supo que tenía que hacer algo. No podía seguir esperándola. Necesitaba encontrarla y comprobar que estuviera sana y salva, saber qué le había ocurrido.
Regresó al Camaro y condujo hasta el hotel. En la recepción, una mujer joven le ofreció una sonrisa. Aspen se esforzó por sonreír y siguió su camino. Llegó hasta la habitación y llamó a la puerta, pero no hubo respuesta. Tocó varias veces, pero no escuchó sonidos en el interior.
Aspen regresó a la recepción y encontró a la joven. Ella volvió a sonreír con simpatía y le pareció que sus mejillas se sonrojaban un poco. Intentó relajarse antes de hablar.
—Hola —lo saludó ella—. ¿Necesitas ayuda?
—Me estoy hospedando en el tercer piso con una chica. ¿Por si acaso la has visto? ¿Sabes si ella salió? ¿Dejó la llave de la habitación?
La mujer lo miró pensativa. Luego frunció el ceño y un brillo extraño cruzó por sus ojos.
—¿Una chica rubia? ¿Cabello corto? ¿Delgada? —preguntó.
—Sí, esa es Ce —Aspen se impacientó—. ¿La viste? ¿Dijo algo antes de irse?
—Ella se fue hace un buen rato. No dijo ni dejó nada. Parecía un poco... molesta —explicó—. De hecho, se escucharon un par de ruidos fuertes en su habitación y luego se marchó. No quisimos inmiscuirnos.
Aspen frunció el ceño. No entendía nada. No podía encontrarle sentido a todo lo que estaba sucediendo.
—¿Podrías ayudarme a entrar en la habitación?
Ella se mostró insegura.
—Por favor, no te lo pediría si no fuera necesario —insistió él—; tengo un extraño presentimiento sobre todo esto. Y lamento estar molestándote.
El rostro de la mujer se suavizó y accedió. Ambos subieron a la habitación y ella abrió la puerta. Aspen entró y encendió la luz. La habitación era un caos. A la joven se le escapó un jadeo de perplejidad. Aspen contempló todo con una calma falsa.
—No te preocupes por la habitación, cubriremos los daños.
Aspen entró y caminó despacio entre el desastre. Encontró el celular de Ce en el suelo, apagado y con la pantalla partida. Reconoció las partes quebradas de un florero y una maraña de rosas rotas que empezaban a marchitarse. Sus cosas seguían allí, toda su ropa y su maleta. Aspen supo que a donde fuera que hubiera ido, ella pensaba regresar.
—Voy a salir, pero regresaré. No te preocupes —dijo él. Luego buscó un papel y anotó su celular—. Este es mi número. Si la chica regresa, por favor, llámame. ¿Cómo te llamas?
—Maia.
—Soy Aspen —musitó, y le entregó el papel—. Gracias por ayudarme, Maia.
Ella se ruborizó y asintió.
—Va a llover pronto. ¿No necesitas un paraguas?
—Estaré bien —contestó Aspen.
Dejó el hotel y caminó por los alrededores. Por unos segundos, intentó pensar en un lugar a donde Ce iría, pero no encontró ninguno; no tenía la menor idea de dónde podía estar o lo que quería hacer. Estaba frustrado y preocupado. No sabía qué demonios estaba sucediendo, pero algo le decía que todo tenía que estar relacionado con Eli, el maldito Eli. No había otra persona que pudiera hacer reaccionar a Ce de aquella forma.
Eli era la respuesta.
Como Maia había predicho, la lluvia no esperó. Aspen continuó caminando. Buscó en cafeterías y bares, pero no había rastro de Ce. Se detuvo en una esquina y se enjugó el agua del rostro. Estaba preocupado, mojado y cansado, pero ahora también se sentía enojado, muy enojado. Ce iba a necesitar una buena explicación para todo lo que estaba sucediendo.
Aspen se estaba resignando. Pensaba en regresar al hotel y esperar cuando su celular sonó.
—Ummm... tu novia acaba de regresar —dijo Maia con tono dudoso—. Me avisó que se irá pronto.
Aspen agradeció y colgó. Por unos segundos, no se movió. Cerró los ojos y dejó que la lluvia cayera por su rostro e intentara llevarse la realidad. De pronto, no quería enfrentar a Ce; no quería verla ni escuchar su explicación. Simplemente quería llegar al hotel, cambiarse de ropa, dormir y pretender que nada había ocurrido.
Sin embargo, no había otra opción. Tenía que hablar con Ce antes de que ella intentara desaparecer de su vida para siempre.
Aspen volvió al hotel. Maia estaba en la recepción; sus ojos se abrieron con sorpresa cuando lo vio todo empapado. Aspen se esforzó por esbozar una débil sonrisa tranquilizadora, le agradeció la llamada y continuó su camino. Cuando llegó a la habitación, la puerta no estaba cerrada. Ingresó y vio a Ce sentada en la cama, en medio del caos.
La escrutó, asegurándose de que estuviera bien. Aunque también estaba empapada como él; su piel estaba muy pálida y los mechones de cabello rubio se pegaban a sus mejillas. En ese momento, le recordó mucho a Rosie; alguien frágil, melancólico y solitario.
De pronto, Aspen ya no se sentía enojado ni frustrado, solo cansado y muy preocupado. Cuando Ce lo descubrió en la entrada, sus ojos azules brillaron con intensidad en la penumbra de la habitación.
—Creo que es el fin —dijo—. Debo volver a casa.
Aspen cerró la puerta y caminó sobre el desastre. Se acercó y se inclinó frente a ella. Sus miradas se encontraron. Había líneas tensas en su rostro y un nuevo atisbo de fuego y determinación en sus ojos.
—No lo entiendo. ¿Puedes explicarme lo que está sucediendo? —su voz era suave, pero estaba cargada de confusión e incertidumbre—. Te esperé en el restaurante. Te llamé, pero no respondías. Regresé y la habitación estaba destrozada. No sabía dónde estabas.
—Cubriré los gastos de la habitación antes de irme.
Aspen frunció el ceño.
—¿Crees que eso es lo que me importa?, ¿un celular destrozado y un florero roto? ¿Crees que eso tiene algún significado para mí?
Ella guardó silencio.
—¡Ce, estaba preocupado! ¡Creí que te había sucedido algo! ¡Creí que alguien te había hecho daño! Si algo sucedió debiste llamarme, sin dudarlo ni un segundo.
Ce apartó la mirada. A Aspen le pareció ver un leve atisbo de arrepentimiento en su mirada, pero se desvaneció enseguida.
—No tenías que preocuparte.
—¿Que no tenía que preocuparme? —soltó él con incredulidad—. ¿Qué tipo de respuesta es esa? ¿Cómo no voy a preocuparme cuando todo estaba bien por la mañana y ahora parece que estuviéramos en el infierno? ¡No puedo no preocuparme por ti cuando ayer dormiste en mis brazos y ahora parece que huyes de mí!
Sus miradas se anclaron.
—Lo siento, Aspen; arruiné algo que era importante para ti. Me olvidé de ti. Olvidé nuestra cena. Siempre soy así, arruino las cosas. Por eso no deberías preocuparte por mí.
—¿Y esperas que te deje ir a casa sola, con tus padres, a los que odias? ¿Por qué?
Ella guardó silencio. Sus ojos recorrieron la habitación, como si intentara encontrar una forma de huir de esa conversación, de su misma vida.
—¿Puedes dejar de hacer eso? ¿Puedes dejar de pretender que soy un extraño? ¿Puedes mirarme por un segundo a la cara y decirme la verdad? ¿Qué está sucediendo?
Sus miradas se entrelazaron. Aspen observó cómo sus ojos se oscurecían; más verdes que azules, más fuego que agua. El silencio se extendió entre ellos como una barrera casi tangible. Cuando Aspen creyó que no respondería, Ce dijo en voz baja:
—Eli... Él llamó.
Ce le habló sobre el mensaje de su madre; sobre la llamada; sobre Eli y sus planes... Incluso le contó sobre Rosie y sus flores. Cuando se detuvo, Aspen repasó sus palabras en su mente e intentó procesarlo con calma, aunque lo que menos se sentía en ese momento fuera calmado.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Por qué regresar a Chicago con tus padres?
—Tengo un plan.
Aspen se impacientó.
—¿Y?
Ella negó con la cabeza. Ninguna palabra traspasó sus labios y Aspen se sintió traicionado.
—¿No vas a decirme? —reclamó.
Ce se levantó de la cama y se alejó de él.
—Es mejor así...
—¿Mejor para quién?
Aspen se levantó y fue detrás de ella.
—¿Crees que me sentiré mejor si afrontas todo esto sola? ¿Crees que podré vivir tranquilo mientras vas detrás de ese lunático? ¿Por qué crees que es mejor? ¿Por qué, Ce? ¿Por qué? ¿Por qué?
—¡Porque así nadie intentará culparte de nuevo! —Ce lo encaró y Aspen enmudeció. Sus palabras cobraron sentido, aunque no pudiera estar completamente de acuerdo con ellas—. Son mis propias decisiones. Si algo sale mal, si alguien tiene que cargar con las consecuencias, esa soy yo; nadie más. Por eso deberías dejarme ir ahora. Soy inestable, Aspen; soy un peligro. Si inicié este viaje fue para cobrar una venganza. Y aunque las cosas hayan cambiado, aún lo haré. No hay nada que desee más en este momento que destruir a Eli. Y voy a hacerlo. No hay otra opción, porque no podré descansar en paz hasta que no acabe con él.
Ce se calló y cruzó junto a él para buscar su maleta. Aspen observó cómo empacaba su ropa; sus movimientos eran rígidos y su postura, tensa. Él quiso acercarse y abrazarla, pero se contuvo.
Aspen podía contar los pasos que los separaban y, aun así, Ce parecía muy lejana... otra vez. Se había equivocado al creer que la distancia entre ellos había disminuido. Había pensado que ahora eran cercanos, pero Eli se interponía entre ellos como una barrera que ninguno podía traspasar. Aquello siempre terminaría separándolos, y quizá por eso las palabras escaparon de sus labios en el siguiente latido:
—Entonces iré contigo.
Ce se detuvo y lo miró con gravedad.
—No vendrás conmigo.
—¿Y cómo vas a detenerme? —la desafió, acercándose.
Ella entrecerró la mirada. Sus ojos brillaron peligrosamente.
—No vas a ir conmigo. No te necesito.
Sus palabras escocieron un poco, pero no lo suficiente para hacerlo cambiar de opinión.
—No lo entiendes.
—¡Tú no lo entiendes! —lo contradijo enojada.
Arrojó sus prendas en la maleta y caminó hacia él.
—¡Perdiste seis años en prisión, y ahora estás reconstruyendo tu vida! Las cosas mejoraron para ti. Te perdonaste por Ben. Tienes una segunda oportunidad con tus padres... Tu madre tiene razón: es tiempo de que seas feliz. De que consigas una familia decente y un trabajo que te apasione. Es tiempo de que vivas todo lo que perdiste. Si también quieres eso, ¿entonces por qué insistes en arriesgar todo para ir conmigo?
Aspen no respondió, pero su corazón retumbó con fuerza y las palabras quemaron su garganta, pidiendo ser dichas. Pero las acalló. Otra vez las escondió.
—¿De verdad no puedes entenderlo? —le preguntó, mientras buscaba alguna señal en su rostro—. ¿No puedes verlo?
Ce tragó saliva y desvió la mirada. Por un breve instante, las palabras no dichas, los sentimientos reprimidos, inundaron el espacio y el silencio, pero Ce pretendió que no lo entendía y Aspen tuvo que resignarse.
Finalmente, ella lo enfrentó.
—Voy a vengarme de alguien, Aspen. Sea cual sea la razón, si es justificable o no, eso me convierte en una mala persona. No puedo seguir pretendiendo que soy una víctima. Tenías razón: no puedo pretender que es justicia, pero tampoco dejaré que se escape de mis manos.
Ce le iba a dar la espalda, pero Aspen fue más rápido y la sostuvo del brazo. Ella observó primero su agarre y luego su rostro. Aspen se inclinó sobre ella.
—Tú lo dijiste: mi vida se está reconstruyendo, mientras que la tuya se cae a pedazos —espetó—. No voy a dejarte, no puedo. Es inútil que intentes convencerme. Voy a ir contigo.
Esta vez, Ce no intentó contradecirlo. No intentó tomar el control, pero sus labios se estiraron en una sonrisa que no llegó hasta sus ojos.
—Eres un tonto, Aspen —murmuró—. El mundo probablemente arda a mi alrededor y quieres voluntariamente quemarte conmigo. ¡Eres tan egoísta!
Aspen ni se inmutó. Aunque ella tenía razón: estaba siendo egoísta al pensar solo él y no en sus padres, por no escuchar lo que ella decía y también porque no podía dejarla ir.
—Entonces somos iguales —coincidió—. Si me pides que me quede o si me pides que vaya contigo, igual serás egoísta porque sabes que mi respuesta será la misma. Estamos juntos en esto, Ce; desde aquella noche en que me detuve en la carretera, y aunque lo quieras o no.
Ce lo miró. Por primera vez, su expresión era de perplejidad y resignación. Y Aspen aprovechó la oportunidad.
—Ahora dime, ¿cuál es tu nuevo plan?
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