CAPÍTULO 20

AÚN LES QUEDABAN dos horas para llegar a San José, cuando Ce terminó la novela que había estado leyendo.

Con cuidado, cerró el libro en su regazo y miró por la ventanilla del Camaro. Por unos minutos, dejó que su mirada se perdiera en el camino, como si aquello pudiera aliviar el sentimiento de ansiedad que se estaba formando en su pecho. No estaba muy segura de la razón.

Quizá era porque el viaje había sido un poco agotador, o porque extrañaba a O. Aspen y ella habían coincidido, casi tácitamente, en que era mejor dejar al cachorro con Jules y Virginia hasta que las cosas se calmaran, hasta que decidieran qué iba a suceder con sus vidas; sin embargo, Ce no podía negar que le había dolido dejar a O. Le dolía aún, como si supiera que poco a poco tendría que ir dejando atrás aquello que había encontrado y querido en este viaje.

Sí, quizá la razón de su ansiedad era O.

O quizá era Aspen... Había estado muy callado durante todo el viaje. Distante, esquivo, un poco incómodo. Aparentaba estar relajado, pero su sonrisa era forzada y su postura tensa. También se sentía ansioso; Ce había lidiado con la ansiedad por muchos años, podía reconocer fácilmente cuando otras personas lo estaban. A pesar de ello, no quería presionarlo.

Ella no podía saber qué pensamientos contrariaban su mente, ni todo lo que estaba sintiendo. Tal vez estaba triste por su padre, estresado por ver a su madre o inseguro de enfrentarlos después de esos seis años en los que ellos le habían dado la espalda. Ce comprendía que sería complicado; su reencuentro definiría la oportunidad de volver a ser una familia o la destruiría para siempre.

Ce giró el rostro y contempló a Aspen. Él conducía en silencio; una mano en el volante mientras su otro brazo se apoyaba en la ventana. No intentó iniciar una conversación. La radio era el único sonido que llenaba el ambiente. Se conformó con mirarlo en silencio, hasta que se percató de que el cuello de su camisa negra estaba mal doblado. Entonces, estiró su mano y lo acomodó.

Antes no habría sido tan impulsiva para tocarlo, pero ahora no podía encontrar una razón para no hacerlo. Sus dedos rozaron su mandíbula rasposa y la cálida piel de su cuello. Aspen le devolvió la mirada; sus ojos parecían un poco perdidos, como si hubiera estado en un lugar muy lejano, pero luego se enfocaron al reconocerla y le sonrió. Ella también le devolvió una pequeña sonrisa y su ansiedad cedió un poco.

Llegaron a San José después del almuerzo, pero ninguno insistió en buscar un sitio para comer. Su primera parada fue en un hotel; un lugar de estilo rústico y familiar en un sector tranquilo, diferente al ajetreado centro de la ciudad. Aspen la ayudó con el equipaje mientras Ce llenaba el registro. Les dieron una habitación en el tercer piso; era sencilla, pero estaba limpia. Aspen dejó sus maletas sobre la cama y Ce se sorprendió un poco cuando lo vio desempacar.

—Creí que te quedarías en casa de tus padres...

Él no respondió y Ce casi se arrepintió de haber hablado. No quería que pensara que estaba echándolo. Iba a aclarar sus palabras, cuando él dijo:

—Prefiero quedarme aquí. Además, no quiero dejarte sola... —Levantó la mirada y se corrigió—: No voy a dejarte sola.

Ce se encogió de hombros con indiferencia, pero desvió el rostro, intentando ocultar el rubor en sus mejillas.

—¿Vendrás conmigo al hospital?

Estaba buscando un cambio de ropa, pero se detuvo al oírlo. Ce había esperado esa pregunta y también había esperado que no se atreviera a hacerla; entonces, ella se habría encontrado en la incómoda situación de no saber si él quería su compañía o no.

—¿Quieres que vaya contigo?

Aspen asintió, sin mirarla. Actuaba como si temiera ver una respuesta negativa en su rostro; y quizá si debía negarse. Que sus padres la vieran era un asunto muy serio. Ce sabía que, si lo acompañaba, estaría involucrándose de más en asunto familiar que no tenía nada que ver con ella. Su mente fría, seria y realista se oponía por completo a la idea e insistía en que ni siquiera debía estar considerándolo: «Aspen no es tu problema; no tienes que exponerte a sus padres. Tienes que irte. Tienes que cobrar tu venganza. Tienes que encontrar a Eli. Tienes que matarlo». Mientras que su corazón sensible, cálido y vulnerable, se rehusaba a la idea de darle la espalda y abandonarlo: «Aspen nunca te dejaría sola. Él confía en ti. Nunca te haría daño. No puedes irte ahora. Lo necesitas. Lo quier...»

De pronto, Ce se sintió agobiada. Estaba dejándose consumir por sus pensamientos y siendo aturdida por su corazón. Debía mantener el control y volver a reconstruir un orden en su vida. Ahora que las cosas parecían estarse acercando a un final, debía nivelar su corazón y su mente. Debía encontrar un equilibrio que la hiciera sentirse lo suficientemente fuerte para acabar con Eli y no con un corazón roto.

—Está bien —respondió, muy consciente de su decisión—. Me ducharé primero.

Aspen no agregó nada más y le pareció mejor así; tratar las cosas con simplicidad.

Escogió un cambio de ropa y se encerró en el baño. Había una bañera con ducha empotrada, al final de la pequeña habitación. Ce abrió las llaves para dejar correr el agua y luego se tomó su tiempo. Repasó sus palabras, pensó en sus decisiones e intentó trazar un nuevo plan. Estaba consciente de que había perdido de vista su objetivo, pero estaba segura de lo que tenía que hacer. Por ello, antes de dejar Provo, Ce había reanudado su búsqueda sobre Eli y se había asegurado de que seguía en el viaje de carretera. Su grupo y él habían estado en Salt Lake City; después, en Las Vegas, y ahora en Los Ángeles. Su última parada sería San Francisco.

Eli se alojaría en la cabaña que su familia tenía en una zona exclusiva y privada a las afueras de la ciudad. La cabaña siempre estaba deshabitada; solo era usada por la familia en tiempo de vacaciones. Entonces, cuando estuviera solo allí, sería el momento preciso para acabar con él. Puliría los detalles cuando llegara a San Francisco, pero asesinar a Eli en su propia casa siempre había sido el plan.

Ce sabía que era una acción a sangre fría; que sería peligroso y que debería tener mucho cuidado al llevarlo a cabo, pero iba a encargarse de todo. Iba a cumplir la promesa que le había hecho a Rosie, aunque eso significara perder un trozo de su alma y dejar ir a Aspen.

Salió de la bañera y se vistió. Cuando regresó a la habitación, Aspen estaba tendido en la cama y un brazo le cubría parte del rostro. Cuando se acercó, se percató de que estaba profundamente dormido. Había conducido todo el trayecto hasta allí, era lógico que estuviera agotado.

Ce miró el reloj. Era temprano aún, así que lo dejó dormir. Buscó otro libro en su maleta y se sentó a su lado. Leyó con silencio, con calma, y por primera vez en ese día, se sintió en paz.

Casi dos horas después, Aspen se despertó. Se sentó rápidamente en la cama con el semblante confundido y alerta. Ce lo contempló con una débil sonrisa divertida.

—Tranquilo, solo te quedaste dormido.

Aspen la miró.

—Lo siento. Debiste despertarme.

—Estabas profundamente dormido; no quería molestarte. Además, aún tenemos tiempo.

Él no agregó nada más. Se duchó rápido y se cambió de ropa antes de dejar el hotel.

El trayecto al hospital estuvo envuelto en un silencio tenso y expectante. Cuando llegaron, Aspen consultó la ubicación de la habitación. Ce lo siguió hasta que se detuvo frente a la puerta de una habitación en el área privada.

Ce esperó en silencio a su lado, pero Aspen no se movió ni un poco; solo clavó la mirada en la puerta, con la mandíbula apretada. A Ce le pareció que estaba intentando reunir valor para girar la perilla y entrar.

Se preguntó qué podía estar pasando por su mente en esos momentos y qué estaba sintiendo. Finalmente, iba a ver a sus padres luego de seis años en prisión, a enfrentarlos. Sin embargo, también tendría que volver a enfrentar la ausencia de Ben y revivir el recuerdo de una tragedia.

Otro par de segundos transcurrieron en silencio. Ce comenzó a pensar que Aspen daría media vuelta y empezaría a correr, pero no lo hizo; no huyó, y Ce sintió simpatía por él.

Aspen levantó el brazo y llamó a la puerta. Una débil voz masculina les indicó que entraran. Aspen no perdió más tiempo; abrió la puerta, tomó su mano y la empujó dentro con él.

Su padre estaba solo en la habitación y, cuando lo vio, sus ojos se abrieron desmesuradamente y se irguió en la cama.

—Aspen...

Ambos se inspeccionaron en silencio mientras Ce intercambiaba la mirada entre ellos. El rostro de Aspen se mantuvo sereno. En cambio, su padre no intentó ocultar nada; reconoció muchos sentimientos en su rostro: sorpresa, añoranza, tristeza, vergüenza...

—Estás muy cambiado... —hizo una pausa y se aclaró la garganta—. Te ves bien, hijo.

Aspen asintió, aunque su postura seguía siendo rígida.

—Mamá me dijo lo del preinfarto... ¿Cómo te sientes?

Su padre suspiró y se apoyó contra los almohadones apilados a su espalda.

—Algo lamentable, pero inesperado. Me siento mejor, pero los doctores no quieren dejarme ir. Quieren estar seguros de que estaré bien.

—Entonces quizá debas hacerles caso.

—Pero me siento bien. Solo fue... Fue... —Otro suspiro y una sonrisa sin gracia—. No sé qué fue. Tengo buena salud. No tengo vicios. En nuestra familia, nunca ha habido casos de hipertensión o problemas del corazón... Dicen que pudo ser a causa del estrés.

—Lo lamento.

—No, no, solo debo tomar precauciones y todo seguirá como siempre. Podré volver a trabajar, y espero que tu madre deje de respirar sobre mi cuello —comentó con una sonrisa.

Aspen frunció el ceño.

—¿Dónde está mamá?

—Salió a la cafetería. Debería regresar pronto. Estoy seguro de que...

Entonces, vio a Ce.

Sí, por primera vez, reparó en que ella estaba junto a Aspen. Sus miradas se cruzaron y sus ojos volvieron a abrirse con sorpresa.

—Te conozco.

Aspen se apartó y le dirigió una breve mirada de disculpa por haberla ignorado.

—Papá, ella es Grace —dijo Aspen.

—¿Carlson? ¿La nieta de los vecinos?

A pesar de la incertidumbre que sentía, Ce se acercó y estrechó la mano del padre de Aspen. Su voz fue firme y clara cuando habló:

—Mucho gusto.

Él sonrió y se percató de que su sonrisa era muy parecida a la de Aspen.

—Matthew Bailey —se presentó—. Has crecido. Estas muy bonita. ¿Cuándo se reencontraron?

Ni Aspen ni Ce estaban seguros de qué responder, no lo habían hablado; pero era obvio que Ce no quería darles detalles de su vida personal ni hablar sobre la razón por la que estaban juntos. Esperaba que Aspen pudiera entenderlo.

Aspen parecía a punto de cambiar de tema cuando la puerta se abrió y una mujer se detuvo en la entrada. Su mirada se clavó en Aspen con intensidad; su rostro era serio e inescrutable.

—Aspen...

Iba a acercarse, pero se detuvo abruptamente cuando vio a Ce. El reconocimiento brilló en sus ojos y frunció el ceño. Aspen también debió notarlo, porque se apresuró a interponerse entre ellas.

—Mamá, ella es...

—Sé quién es... —repuso cortante; su tono era alto y firme. Se acercó, pero no extendió su mano, y Ce tampoco ofreció la suya—. Rebecca Bailey.

—Grace Carlson.

Sus ojos la inspeccionaron lentamente, pero Ce no se acobardó; su postura se mantuvo serena y hasta un poco desafiante. Si creía que podía intimidarla estaba muy equivocada. Ce había conocido personas, mujeres en específico, más intimidantes que ella; su propia madre era un ejemplo bastante particular.

—¿No estás un poco lejos de casa, Grace?

Ce frunció el ceño. No se le pasó por alto el matiz condescendiente en su voz; a Aspen tampoco.

—Está haciendo un viaje —respondió Aspen antes que ella.

Su madre intercambió la mirada lentamente entre ellos, sin ceder. El aire se volvió incómodo y tenso. Al final, ella suspiró y les dio la espalda, sosteniendo la puerta abierta.

—Aspen, ¿podemos hablar un minuto en privado? —todavía había bastante condescendencia en su tono, y Ce se preguntó si les hablaba a todos de aquella forma.

Ce miró a Aspen, pero él tenía la mirada fija en el rostro de su madre; el azul de sus ojos estaba oscurecido y su expresión era casi ruda. No respondió; salió de la habitación y su madre lo siguió. La puerta se cerró y Ce volvió a respirar.

—Lo siento por eso —la voz del señor Bailey la alcanzó, luego de varios segundos—. Rebecca no suele ser muy discreta.

—No hay problema —dijo Ce, intentando sonreír un poco.

Sus miradas se toparon; él la miraba con curiosidad. Aspen era muy parecido a su padre: sus facciones marcadas, el cabello rubio castaño, la contextura física... Definitivamente tenía más de su padre que de su madre. Menos los ojos; el señor Bailey tenía ojos de un pacífico azul claro, mientras que el azul intenso en los ojos de Aspen era rival al de su madre.

—Y, dime, Grace, ¿cómo están tus padres?

Ce había esperado la charla trivial y sabía que no duraría mucho, así que no le molestó responder.

—Bien.

—¿Y tus abuelos? ¿Aún viven en Chatham?

—Sí. Ambos tienen buena salud.

—Me alegro. ¿Y tu hermana?

—Murió.

El señor Bailey la miró incrédulo; luego, sorprendido y, finalmente, incómodo. No hizo más preguntas.

Ce se relajó. Sabía que las charlas triviales nunca duraban mucho.

~~*~~

ASPEN HABÍA ESPERADO seis años para ver a sus padres. Había estado seis años en prisión, conviviendo con la culpa por la muerte de Ben y el resentimiento hacia sus padres; sobreviviendo para llegar a ese momento y... ¿Todo para que su madre quisiera hablar a solas con él?

Definitivamente no había cambiado en nada. Sus esperanzas de que aquel reencuentro pudiera terminar en buenos términos mermaron.

Su madre se detuvo y él la imitó. Se giró para encararla.

Sí, ella no había cambiado en nada: seguía teniendo el mismo porte pulcro y estricto; las mismas líneas duras en la frente y alrededor de la boca; la misma mirada de hielo; el mismo tono de condescendencia; las mismas barreras impenetrables a su alrededor... Y, sin embargo, Aspen no pudo evitar el sentimiento de añoranza que se removió en su pecho. ¿Realmente era la misma mujer que alguna vez le había cantado de niño? ¿Que esperaba que se durmiera porque tenía miedo de la oscuridad? ¿Qué horneaba galletas mientras sonreía y se inventaba cuentos?

De pronto, Aspen se sintió culpable porque extrañaba a esa mujer. Y ella no era la misma mujer que tenía enfrente.

—Esa chica, Grace Carlson... —dijo con una mueca—. ¿Por qué estás con ella? ¿Qué tipo de relación tienen? ¿Por qué está aquí?

Aspen suspiró.

—Sí, mamá estoy bien —contestó sarcástico—. También te ves bien.

Su tono se endureció:

—Te hice una pregunta.

Y Aspen la había escuchado, pero no quería explicarse. No tenía por qué explicarse, pero sabía que sería peor si no contestaba.

—La encontré en Chatham antes de venir. Quería hacer un viaje hasta San Francisco, así que me ofrecí a llevarla.

—¿Te ofreciste? ¿Por qué?

—Porque era una chica sola intentando cruzar el país en autobús —contestó con tono obvio—. Por supuesto que me ofrecí a ayudarla.

Ella entrecerró la mirada.

—¿Estás durmiendo con ella?

—Ese no es tu problema —su voz se volvió peligrosa. Ella retrocedió ante su ataque.

—Entonces, ¿qué ganas con ayudarla? —inquirió, cruzándose de brazos—. Tú no eres así.

Aspen sonrió irónico.

—Es cierto, mamá, soy el chico malo. Descubriste mi plan. Voy a secuestrarla y a pedir un rescate millonario a sus padres.

—No bromees conmigo —espetó enojada—. Ten un poco de respeto.

—No me hables de respeto —la enfrentó.

Estaba claro que ambos se estaban alterando, pero Aspen no iba a dejar que ella impusiera su voluntad.

—No conoces a Ce. Probablemente jamás has hablado con ella, y ahora quieres que te hable de su vida privada. ¿También quieres controlarla?

—Solo quiero saber por qué está aquí. ¿Crees que a sus padres les hará gracia que esté... esté...?

—¿Conmigo? —concluyó él, con fastidio—. Bueno, ese es su problema, no el tuyo.

Ella le clavó una mirada intensa.

—Aspen, esto no es un juego. Acabas de salir de prisión. Es el momento de pensar en tu vida; de corregirla, de hacer las cosas bien por primera vez. Tienes que conseguir un buen trabajo, casarte, tener una familia admirable y ser exitoso. Quiero ayudarte, pero no puedo hacerlo si tú no pones de tu parte. Apareces recién, con esa chica Carlson que no representa más que problemas, y actúas como si nada estuviera pasando. ¿Qué quieres de mí? ¿Quieres que te aplauda? ¿Quieres que sonría y te diga que todo estará bien? ¿Quieres que te felicite después de todo lo que sucedió? ¿Qué quieres que haga?

Aspen la miró pasmado, como si lo hubiera abofeteado. Las palabras murieron en sus labios.

«Te extrañé. Te ves bien. Te amo. Perdóname».

—No tienes que decir nada —murmuró y le dio la espalda.

—Ben no era así. Nuestro Ben no era así.

Aspen se detuvo. Sus manos se convirtieron en puños y le dirigió una breve mirada cargada de resentimiento.

—No hables de Ben —siseó.

Aspen se alejó de ella y regresó a la habitación. Su voz lo perseguía por el pasillo, pero él la ignoró. Cuando entró en la habitación, su padre se sorprendió al verlo tan agitado, pero no intervino. Aspen se preguntó cuál debía ser su semblante, porque Ce se levantó de su silla apenas lo vio.

—Ven, Ce, es hora de irnos —dijo y sostuvo su mano con fuerza. Las suyas temblaban—. Adiós, papá. Espero que te mejores.

Antes de que pudieran marcharse, su madre apareció en la entrada.

—¡Aspen, no puedes irte así! ¡Aún no he terminado de hablar contigo! ¿Cómo puedes ser tan inconsciente? ¿Cómo puedes actuar así?

Aspen se detuvo y le dirigió una mirada acusadora.

—Soy realista, madre. Tenía la esperanza de que hubieras cambiado, pero no es cierto; solo intentaba engañarme a mí mismo. Creí que esto podía funcionar, pero no lo hará, porque cada vez que tengamos una conversación, me juzgaras y dirás que no soy Ben, ¿y sabes por qué? —Se sentía furioso y vertió cada gota de su furia en sus palabras—. ¡Porque aún me culpas por su muerte!

—No es cierto.

Aspen negó.

—¡Admítelo de una vez! —murmuró con frustración—. ¡Jamás vas a perdonarme!

Ante la perplejidad de su madre y la mirada triste de su padre, Aspen salió de la habitación, arrastrando a Ce detrás de él. Ella no dijo nada y Aspen se sintió un poco agradecido, aunque eso no hizo que el ambiente fuera menos incómodo.

Cuando regresaron al hotel, Ce salió del Camaro, pero él no se movió. Ella lo miró con el ceño fruncido.

—¿No vas a bajar? —preguntó. Su voz escondía un tono de preocupación que hizo a Aspen devolverle la mirada.

—Creo que daré una vuelta —respondió—. Necesito un tiempo a solas.

Su semblante no reveló nada, pero el azul claro en sus ojos se oscureció. A pesar de ello, Ce no lo detuvo. Cerró la puerta del camaro y caminó hacia las puertas del hotel. Aspen la observó, hasta que la perdió de vista y, de inmediato, se sintió culpable por dejarla afuera. Sin embargo, tampoco se pudo obligar a ir con ella y enfrentar lo que había sucedido. Ni siquiera él terminaba de asimilarlo. Se sentía furioso, resentido, herido. Se sentía avergonzado de que Ce hubiera tenido que presenciar aquel encuentro tan desastroso. No tenía que haberle pedido que lo acompañara.

Aspen gruñó, golpeó el volante con frustración y arrancó a Kiki. Condujo sin rumbo fijo. Dio vueltas y vueltas por horas, hasta que se detuvo en un parque. Contempló el atardecer desde una banca solitaria entre los árboles. Intentó no pensar en nada, pero sus pensamientos no paraban de girar, caóticos. Nunca debió debía haber ido hasta allí. Siempre había sabido que su madre sería el obstáculo más difícil; era inflexible, recta, distante... Solo había necesitado una conversación para intuir muchas cosas.

Ella no había cambiado. No era la misma mujer que él extrañaba, porque esa mujer no intentaría controlarlo. Ella lo habría abrazado y le habría dicho que lo amaba, que intentarían perdonarse juntos. Para su madre, él seguía siendo el mismo joven rebelde, violento e imprudente que había provocado la muerte de Ben.

Ya era hora de que Aspen también lo aceptara. Había cosas que no podían reconstruirse, borrarse o cambiarse.

Aun así, el dolor era muy real y los atisbos de esperanza todavía oprimían su pecho.

Aspen se sobresaltó cuando su celular vibró en su bolsillo. Por un segundo, pensó que sería Ce, pero recordó que, irónicamente, ni siquiera habían intercambiado números después de todo ese tiempo que estuvieron juntos. Luego se le ocurrió que podían ser sus padres, y sintió que se le cerraba la garganta. Sin embargo, tampoco eran ellos. Miró la pantalla: era Virginia. ¡Tan oportuna! Aspen respondió.

—Suenas terrible. ¿Sucedió algo malo? ¿Tu padre está bien?

Aspen dejó escapar una lenta respiración y empezó a hablar. Su amiga lo escuchó en silencio y no se apresuró a hablar después de que él terminara.

—Lo lamento —dijo al final—. No puedo creer que tu madre se haya comportado así. Debes sentirte terrible.

Se encogió de hombros. Pasó una de sus manos por su cabello en un movimiento lleno de frustración.

—En el fondo, sabía que sería así. Mamá siempre fue difícil, sobre todo conmigo. ¡Y hubieras visto cómo se comportó con Ce...!

—¿Dónde está? ¿No estás con ella?

El remordimiento se extendió por el pecho de Aspen.

—La dejé en el hotel donde nos hospedamos.

—¿Y tú dónde estás?

—En un parque.

Virginia enmudeció.

—¿Y por qué estás solo en un parque en lugar de estar con ella y hablar sobre lo que pasó? —inquirió—. No me malinterpretes. Me gusta hablar contigo, yo te llamé, pero ella es...

—No lo sé —la interrumpió—. Creo que Ce tiene sus propios problemas; no quiero ser una carga más que no necesita. Ya es suficiente que la haya arrastrado hasta aquí cuando sé que tiene su propio camino que seguir.

—Aspen, no creo que te considere una carga. Si lo hiciera, no estaría allí contigo. Y definitivamente no estaría esperando que regresaras tu trasero idiota de vuelta al hotel.

Él sonrió ligeramente.

—Regresa al hotel; es más seguro para ambos. No quiero que te metas en problemas.

—No voy a iniciar ninguna pelea, si es lo que te preocupa. —Aspen miró las estrellas—. Ya no soy quien era.

—Lo sé.

Ambos guardaron silencio.

—Creo que me iré ahora. Te quiero.

—Yo también, Aspen. Ten cuidado, y cuida a Ce. Regresen pronto. Jules les manda saludos. O los extraña.

Aspen cortó la llamada y guardó el celular; pero, en vez de irse, levantó el rostro hacia el cielo. De pronto, sintió que estaba de vuelta en Chatham, una noche cualquiera, mirando las estrellas, desde aquella banca solitaria en el parque. Casi podía creer que Ben estaba a su lado, mirando el mismo cielo.

—Ben —susurró—, tú hubieras sabido qué hacer ahora.

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