CAPÍTULO 18
CE SE REUNIÓ con Jules en su estudio, como habían coordinado la noche anterior. Aspen no se mostró feliz o entusiasmado con la idea, y alegó que había creído que harían algo juntos; sin embargo, no la retuvo, y ella se marchó.
Jules no estaba en su oficina, pero lo encontró en la habitación de fotografías. Él estaba de pie en el centro; sus ojos recorrían cada imagen que encerraba su propia historia. Su semblante estaba sereno, pero sus ojos eran críticos, como si se estuviera juzgando a sí mismo a través de su trabajo.
Ce se detuvo a su lado, y ambos contemplaron las fotografías. A algunas Ce las había visto antes, pero estudió las nuevas y se sintió cautivada por cada una de ellas. Quería preguntar si tenían historias, se sentía curiosa por descubrir más, pero no quiso molestar a Jules o interrumpir su concentración.
—¿Ya lo pensaste? —dijo él, de repente.
Ce lo miró y Jules apuntó con la cabeza las fotografías.
—El proyecto está casi terminado y muy pronto lo presentaré a la galería. Si aceptas, sería la última fotografía que tome antes de cerrarlo por completo.
Ce guardó silencio. No había pensado en su propuesta, así que no tenía aún una respuesta. No quería apresurarse y negarse; aunque pareciera una trivialidad, sentía que era una decisión muy importante. Sin embargo, al observar las imágenes, aquellos rostros que le devolvieron miradas, también se sentía inferior. Quizá no estaba apta para unirse a ellas; tal vez no era lo suficientemente valiente.
—¿Y si no tengo una historia que compartir? —preguntó, dando vida a sus pensamientos—. ¿Y si no soy tan fuerte o valiente como todas estas mujeres?
Jules se cruzó de brazos y se acarició la mandíbula con un gesto pensativo.
—Es justo lo que dices —coincidió—. Pero... ¿Acaso crees que esos mismos pensamientos no cruzaron por las mentes de todas estas mujeres antes de que me dejaran convencerlas?
Su mirada la afrontó. Sus ojos grises eran tranquilos, pero lo peor era que no mentían.
—Entonces convénceme.
Las comisuras de sus labios se levantaron y las líneas de su rostro se suavizaron. Él la miró con un sentimiento que Ce reconoció como ternura.
—Virginia dice que soy bueno leyendo a las personas —comenzó—. Desde la primera vez que nos conocimos, dijo que le parecía un hombre muy empático; quizá demasiado para su gusto. Pero es cierto: puedo captar la esencia en las personas, en los objetos, en las pequeñas acciones... Creo que, por ese motivo, me volví fotógrafo, para poder preservar aquello de por vida.
Ce lo escuchó en silencio.
—Cuando comencé este proyecto, lo hice pensando en mi madre. Si hubieras podido conocerla, te habría cautivado. Era de aquel tipo de mujeres con una personalidades exuberantes y alegres; también era muy hermosa, valiente y cariñosa. Sin embargo, tenía una enfermedad enraizada en el interior: amaba a mi padre incondicionalmente y eso la destruyó. Cuando las personas murmuran que el amor puede ser peligroso, tienen razón. Amar algo intensamente puede matarte. Te vuelve ciego, te vuelve sordo, te transforma en alguien sin miedo. Te vuelve tu peor enemigo.
Ante sus palabras, Ce se tensó mientras una vieja herida se abría. Ella entendía sus palabras mejor que nadie y sabía que era cierto: Rosie había amado tan intensamente a Eli, con tanta desesperación y entrega, que aquello la había llevado hasta su propia muerte. Su hermana se había vuelto su propio enemigo y, aun así, Ce no había sido capaz de detenerla.
—Perdí a mi madre así, pero aprendí la lección —continuó Jules—. Me di cuenta de que el amor podía ser tan destructivo como el odio, el rencor o la venganza y que, quizá, sería mejor no amar a nadie ni obligar a alguien a amarme; no quería correr el riesgo de amar intensamente y de morir por ello... Hasta que conocí a Virginia.
Él sonrió. ¿Estaría consciente de que su rostro se iluminaba cuando hablaba de ella? ¿Era así cómo debería ser siempre que hablabas de alguien que querías?
—Imagina, toda esa energía brillante y positiva contra mi alma taciturna... No tuve ninguna oportunidad. Se adueñó de mí, pero me entregó su corazón. Y podrías pensar, al igual que otros, que no la quiero; que no soy capaz de quererla como ella me quiere, pero no es cierto. Amo a Virginia, pero no la amo intensamente, sino con los ojos abiertos y con los oídos atentos; con miedo a perderla y a dejarla. Y la amo siendo yo mismo. La amo porque es una mujer extraordinaria. Y, a pesar de que a veces no le guste que sea tan empático, sobre todo con otras mujeres, me dio la idea para este proyecto. Ella hizo que me diera cuenta de que nunca había habido algo malo en mi madre y de lo valiosas que son las mujeres, incluso con esos pequeños mundos y secretos que guardan en sus mentes.
Jules la miró fijamente.
—Hay algo en ti, Grace. Una tristeza profunda, una soledad arraigada en tu alma, un sentimiento de culpa impregnado en tus huesos; pude verlo noche que llegaste con Aspen. Entonces desapareciste por dos días y entendí que estabas luchando tus propias batallas. No tienes que decirme tus secretos ni revelarme tu historia; me basta con que aceptes que hay algo dentro de ti que te mantiene en vela por las noches, pero que, a pesar de ello, no has dejado de dormir cada día. Considero que eso es valentía, y esa foto será una prueba de ello. Cuando te veas en ella, verás tu esencia: la mujer fuerte y sensual que hay en ti; la mujer valiosa que eres, a pesar de las sombras y los secretos.
Ce sintió que su respiración se reducía. Jules le ofreció una sonrisa amplia y había un brillo en sus ojos. Era la mirada de un hombre que sabía que estaba convencido de haber hecho bien su trabajo.
—¿Puedes confiar en mí? —le preguntó él.
—Lo haré.
~~*~~
CUANDO VIRGINA APARECIÓ en su puerta diciéndole que la acompañara a un lugar, Aspen jamás se hubiera imaginado que sería a un hospital. A pesar de su curiosidad, su amiga no le dio muchos detalles sobre su cita médica. Apenas le mostró una sonrisa débil antes de desaparecer dentro de un consultorio.
Aspen se sentó en la sala de esperas e hizo eso mismo: esperar. No se sentía especialmente cómodo en los hospitales; la última vez que había estado en uno, su vida casi se había terminado. Incluso antes del accidente, nunca se había sentido cómodo en los hospitales, siempre lo ponían nervioso; desde el olor intenso a desinfectante que cargaba el aire hasta el caminar presuroso de los médicos y las enfermeras.
En ese momento, a pesar de que la sala estaba en calma y en silencio, Aspen se removió en su asiento, inquieto. Al menos había llevado una novela consigo. Finalmente, estaba dejando que Ce influenciara en él porque estaba seguro de que ella no salía a ningún lugar sin un libro en su cartera. Sonrió y empezó a leer.
Transcurrió poco más de media hora, pero Virginia no apareció. Aspen cerró el libro y se dirigió hacia la cafetería que había visto al llegar. Cruzó frente al consultorio donde su amiga había entrado, pero no escuchó ningún sonido. Él avanzó. Compró un café y lo bebió. Luego regresó.
En ese momento, Virginia salió del consultorio acompañada por otra mujer. Ninguna reparó en él, ya que ambas estaban teniendo una conversación.
—No desesperes, Virginia, aún quedan un par de tratamientos que podemos intentar.
Aspen se detuvo.
—Lo siento, pero es difícil no perder la esperanza; llevamos intentando más de dos años. A veces pienso que sería mejor resignarnos. Podría hablar con Jules. Estoy segura de que él entenderá.
La doctora negó con firmeza.
—No, espera un poco más. Hay un nuevo tratamiento del que me han hablado y ha tenido buenos resultados. Intentémoslo una vez más; y, si no funciona, entonces lo dejamos.
Virginia asintió, aunque no parecía muy convencida. Aspen no podía ver su rostro, pero percibía la tensión en sus hombros. Quiso acercarse y aliviarla, pero no se atrevió. De pronto, se sintió como un intruso; como si fuera un niño al que habían descubierto escuchando algo que no debía.
Ambas mujeres se despidieron y Virginia caminó por la sala de esperas. Aspen la siguió. Ella se detuvo; él la imitó.
—¿Lo escuchaste? —le preguntó ella, dándole la espalda.
—No fue mi intención...
—No te preocupes. Habría venido sola si estuviera ocultando algo.
Virginia continuó caminando y salió del hospital. Aspen la siguió.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió. Intentó ofrecerle una sonrisa, pero fue muy tensa para ser auténtica—. Vamos. Podemos pasar por helado antes de ir a casa.
Cuando llegaron al estacionamiento, Aspen se detuvo. Virginia lo ignoró y abrió la puerta de su auto.
—No tienes que pretender conmigo.
—No estoy pretendiendo —replicó ella.
Dejó su cartera en el asiento y lo miró. Su expresión estaba vacía y su voz había perdido todo el rastro de alegría y entusiasmo que la caracterizaban.
—Siempre supe que sería imposible. Jules es quien mantiene la esperanza, pero me conozco; sé cómo es mi cuerpo, y que soy la responsable de él. Sé que soy la responsable.
Sus palabras le dolieron a Aspen, tanto como sabía que a ella le había dolido pronunciarlas.
—Virginia...
Ella levantó una mano y Aspen se detuvo.
—No intentes aliviar la situación. Es lo que es. Ya lo escuchaste: no puedo concebir. Hay algo mal en mí, y, aun así, Jules nunca me culparía. Nunca perderá la esperanza, y entonces me odiaré. Y él me seguirá amando, incluso cuando yo no quiera amarlo porque no puedo aceptarme a mí misma.
Virginia no lloró, pero Aspen pudo sentir en cada palabra que le estaba doliendo. Al mirarla, comprendió que sus palabras no aliviarían aquel dolor, pero podía intentar consolarla. Por eso se acercó y la abrazó. Ella se sorprendió.
—Lo siento —murmuró contra su cabello.
Por varios segundos, ella enmudeció.
—¡Eres tan sensible! —se quejó, pero sus manos se aferraron a su espada—. ¡Es tan desagradable!
Él sonrió.
—Soy el hombre de tu vida.
Virginia rio y apretó el rostro contra su pecho. Aspen la abrazó con más fuerza y rezó por ella para que el próximo y último tratamiento funcionara.
~~*~~
CE ESTABA AYUDANDO a Jules a preparar la cena cuando Aspen y Virginia entraron en el departamento. Jules siguió a su esposa con la mirada hasta que entró en la cocina y lo abrazó. Empezaron una conversación en murmullos y Ce se escabulló en silencio para darles algo de privacidad.
Aspen estaba en la sala, mirando el atardecer a través de las puertas del balcón. Parecía perdido en sus pensamientos, pero, cuando ella se acercó, la miró y esbozó una leve sonrisa. Él le preguntó qué había estado haciendo. Ce volvió a hablarle del proyecto de Jules, pero esta vez le dijo que había aceptado ser su modelo.
Él no dijo nada por un buen rato, pero luego rompió el silencio.
—¿Cuándo?
—Esta noche. Después de la cena.
—¿Estás segura? —preguntó él—. Tu fotografía aparecerá en esa exposición que seguramente verán muchas personas...
Ce se mantuvo tranquila.
—Lo sé.
Aspen la miró inquisitivamente.
—Dime que no lo estás haciendo para fastidiar a tus padres...
—Lo haré por mí —repuso, y fue honesta.
Él se cruzó de brazos. Ce le sostuvo la mirada hasta que él suspiró y se pasó una mano por la barbilla.
—Si es lo que deseas...
Ce se relajó. No se había dado cuenta hasta ese momento, pero había esperado su aprobación. Ahora sabía que le importaba; que respetaba su decisión y la apoyaba, porque entendía que era importante para ella.
Poco después, cenaron. Cuando Jules comentó sobre la sesión fotográfica, Virginia se mostró sorprendida, pero entusiasmada. Desde ese momento, se enfrascó en preparar todos los detalles. Ce se agitó inquieta. Aspen se mantuvo en silencio, pero su rostro estaba sereno.
—Lo veo claramente en mi mente —dijo Virginia cuando la cena terminó—. Estarás sentada junto a la chimenea, sobre colchas y cojines, con pilas de libros a tu alrededor, y sostendrás un libro en tus manos, como si estuvieras leyendo en tu propio espacio privado e íntimo. ¡Será maravilloso y tan romántico!
Ce la miró incierta, pero quiso arruinar su ánimo con sus dudas. Recogió a O del cojín en el que estaba dormitando y se dejó arrastrar a su propio departamento mientras Jules y Aspen se encargaban de llevar el equipo necesario desde el estudio.
—Toma una ducha —sugirió Virginia cuando entraron en su habitación—. Buscaré algo para que te pongas. —Le sonrió y luego se marchó.
Ce dejó escapar el aliento y empezó a cuestionar sus propias decisiones. Distraídamente, le rascó la pancita a O, quien se había acostado sobre su cama. Después se duchó y esperó que Virginia regresara.
—Está será perfecta. Va con el color de tu piel y tus ojos —dijo, y le ofreció una prenda doblada.
Ce la tomó. Alzó los brazos y sostuvo la prenda frente a ella para contemplarla. Entonces, se dio cuenta de que era la camisa azul de Aspen que combinaba perfectamente con el color de sus ojos. Sintió que se mareaba.
—No puedo usar esto. Es de Aspen...
—A él no le molestará —dijo con un guiño—. Además, las mujeres se ven más sensuales usando ropas masculinas. Podría prestarte una de Jules, pero estoy segura de que eso le molestaría a Aspen aún más. Sé de lo que hablo.
Ce la miró incrédula. No quería usar una camisa de Jules, ni esa de Aspen; vestir la ropa de alguien más era algo muy íntimo. Sin embargo, Virginia no cedió y Ce deslizó los brazos en la prenda. Pudo oler el detergente, una fragancia suave y floral, pero también el aroma de Aspen, masculino y sutil.
Cuando sintió la tela contra su cuerpo, se estremeció. Su piel pálida destacaba contra el hermoso azul. La prenda le quedaba grande, pero era cálida y suave. Ce cerró los botones sobre su pecho y se imaginó a Aspen haciendo lo mismo. Entonces, se ruborizó.
Salió en busca de Virginia y la encontró en la sala. Había armado una especie de tendido sobre la alfombra, junto al fuego, y estaba acomodando las pilas de libros para formar un círculo. Ce se acercó muy despacio y contempló todo como si se tratara de un sueño. Realmente iba a hacerlo.
—¿Ya has pensado cuánta piel vas a mostrar?
Ce se detuvo de golpe.
—No te preocupes por nosotros; Jules y yo estamos acostumbrados a la desnudez. Es arte para nosotros, así que no tienes que sentirte avergonzada.
—Estaré bien —repuso con calma. Estaba consciente de que tenía que mostrar una parte de su cuerpo. Ya había hecho consciencia de ello, pero aun así no pudo evitar que su corazón se acelerara ante la idea.
Unos minutos después, Jules y Aspen ingresaron en el departamento. Ce lo miró y él se detuvo. Al inicio, pareció sorprendido, pero luego la estudió despacio y sus ojos se oscurecieron. Ella se agitó inquieta y fue la primera en apartar la mirada. Sin embargo, los ojos de Aspen siguieron quemando sobre la piel que la camisa no alcanzaba a cubrir.
—Ce, siéntate en el centro, sobre las sábanas —Virginia llamó su atención—. Quiero ver que todo esté perfecto.
Ce obedeció y se acomodó entre las pilas de libros. Por unos segundos, se sintió cómoda y segura. Toda su infancia había estado rodeada de libros; había vivido en mundos creados con letras y encontrado significado en las palabras; era obvio que se sintiera segura y en calma, como en casa.
Sin embargo, volvió a tensarse cuando Jules preparó la cámara y el resto de las luces y paneles. Aspen debió notarlo, porque se acercó y se inclinó frente a ella. Sus dedos recorrieron el cuello abierto de su camisa. Ella se estremeció.
—Luce bien en ti —sus roncas palabras fueron como una caricia lenta y suave sobre su piel.
Ce lo miró y fue honesta:
—Estoy nerviosa.
Aspen le ofreció una sonrisa de lado y Ce sintió que su vientre hacía cosas raras.
—Saldrá bien. Si quieres, puedes mirarme —dijo y le acarició la mejilla con los nudillos—. Yo sostendré tu mirada.
Se apartó, pero Ce sintió que su calor permanecía en donde la había tocado y que este se extendía por su cuerpo.
Jules anunció que estaban listos. Arregló unos últimos detalles y se colocó detrás de la cámara. Virginia se mantuvo cerca, mientras Aspen se alejaba hacia el fondo de la sala.
Ce se quedó quieta por un rato; intentó controlar su respiración y calmar su alborotado corazón. Entonces se desabotonó la camisa, con los dedos ligeramente entumecidos, y la dejó caer por sus hombros muy despacio. El calor de la chimenea le calentó la piel y la luz jugó sobre la piel de su vientre y sus pechos.
Mantuvo la calma; se esforzó porque su rostro no revelara nada de lo que sentía. Virginia se acercó y la ayudó a colocarse en la postura correcta. Le arregló unos mechones de cabello, acomodó la camisa a su alrededor y colocó el libro abierto en sus manos.
—Eres hermosa —dijo, antes de retirarse.
Ce se sintió hermosa; sensual y poderosa. A pesar de los nervios y las dudas, se sentía bien.
Jules hizo su trabajo. Primero le pidió que mirara el libro; Ce lo hizo y se concentró en las palabras que leía. Después, que se estirara a tomar otro libro de la pila; ella obedeció e intentó hacer su mejor esfuerzo. Y, por último, le dijo que mirara a la cámara.
Ella movió el rostro, pero sus ojos quedaron atascados en Aspen, quien estaba detrás de Jules y su cámara, apoyado en la pared. Sus brazos cruzados sobre su pecho. Su semblante era una máscara, inescrutable y firme, que no revelaba nada, pero sus ojos eran sinceros; no pudo ocultar el brillo inesperado de anhelo o el tormentoso azul de deseo. La miraba con ardor, con pasión, como si estuviera contemplando algo precioso, irreal y, al mismo tiempo, inalcanzable.
Ce se sonrojó. Aspen no se movió, pero ella estaba paralizada bajo su mirada, combatiendo la salvaje avalancha de sensaciones que él despertaba en su cuerpo. Sus ojos se hablaron en silencio, y el tiempo pareció ir más lento, como si, en ese momento, en esa pequeña burbuja creada por sus miradas, solo existieran los dos, tensos y expectantes.
Aspen no fue tímido en su deseo ni intentó ocultarlo. Ce sintió sus ojos en todas partes: delineando su rostro, bajando por su cuello, acariciando sus pechos y danzando sobre su vientre. Pensamientos de él, de ellos, juntos y entrelazados invadieron su mente. Su sangre se agitó. El calor de la chimenea le escoció la piel. Se sintió demasiado caliente y agitada. Una sensación nueva, de anhelo, necesidad y reproche se extendió en su vientre; era placentera, pero dolía; y también desesperante, pero valía la pena cada segundo.
—Es todo.
Ce reaccionó y asintió.
—Buen trabajo —continuó Jules y se apartó de la cámara con una sonrisa—. Cuando tenga las primeras fotos listas, te las mostraré.
Ce le entregó una pequeña sonrisa. Dejó de contener el aliento y se apresuró a acomodarse la camisa. Quiso levantarse, pero sus piernas se sentían entumecidas, así que esperó. Virginia y Jules recogieron el equipo y Aspen los ayudó. Ce lo siguió con la mirada.
Cuando los esposos se marcharon, el departamento quedó sumido en el silencio. El ambiente estaba cargado de tensión y electricidad. Ce estaba expectante. Esperó que Aspen regresara hacia ella y lo miró, aunque sus ojos la delataran y sus emociones se reflejaran en su rostro.
—¿Puedes levantarte? —le preguntó.
Aspen le ofreció su mano y la observó. Ce escudriñó su rostro; era inescrutable. Su postura aparentaba ser relajada, pero el azul tormentoso de sus ojos lo traicionaba.
Ce asintió y aceptó su ayuda. Cuando su piel rozó la suya sintió que una corriente se deslizaba por su brazo, y la sensación en su estómago se volvió más cálida. Ce no dejó ir su mano cuando quedaron parados uno frente al otro. Tragó con fuerza y su corazón empezó a palpitar como si estuviera en un maratón. La distancia entre sus cuerpos era nada y todo a la vez. Ce quería acercarse y abrazarlo; que la apretara contra su pecho y sentir sus labios contra su piel; que le susurrara al oído que la quería, que la necesitaba; que dijera que se había metido bajo su piel y que la obligara a admitir que había derribado sus barreras. De pronto, quería eso y mucho más. Y, sin embargo, no podía hacerlo. No se atrevía a desaparecer la distancia ni a decir en voz alta: «¿Realmente me quieres? ¿Puedo tenerte?»
—¿Estás bien? —Aspen apretó sus dedos y Ce sintió que el calor subía a su rostro—. Pareces distraída.
Ella meneó la cabeza y desvió el rostro.
—Estoy bien. Solo es cansancio —mintió.
—Lo hiciste bien —dijo Aspen. Sus ojos brillaron y un costado de su boca se estiró en una ligera sonrisa—. Te ayudaré a ordenar esto y luego podrás descansar.
Aspen dejó ir su mano y se dispuso a recoger los libros esparcidos en el suelo. Ce no supo qué decir, así que no lo hizo, pero se sintió muy ridícula y decepcionada de sí misma. Aspen estaba allí, a unos pasos, y era bueno con ella y era hermoso y la deseaba, estaba segura de eso. Entonces ¿por qué no podía acercarse?
Cuando terminaron de organizar todo en el salón, Ce regresó a su habitación y se apoyó contra la puerta cerrada. Se llevó las manos al vientre y suspiró. Las sensaciones en su cuerpo se transformaron en un peso sólido e incómodo. Era su culpa; si no fuera tan orgullosa, fría y reservada, si fuera un poco más como Virginia, entonces todo sería diferente. Ese momento sería diferente.
Desde la cama, O levantó su cabecita y la observó con sus ojitos oscuros. Resignada, se acercó y lo acarició. Luego se dejó caer sobre la cama y enterró el rostro en las almohadas.
Quería descansar, pero su cuerpo bullía con sensaciones y su cabeza era como una espiral de pensamientos infinitos.
A medianoche, aún seguía sin poder conciliar el sueño. Su mente oscilaba en intervalos de consciencia e inconsciencia, entre la realidad y sueños rápidos y oscuros. En todos estaba Rosie, y en todos volvía a perderla.
Luego de un último sueño confuso y perturbador, Ce se sentó en la cama y sus manos buscaron a Aspen, pero no encontraron nada; ni piel cálida, ni una sonrisa apaciguadora. La cama estaba vacía y se sentía infinitamente grande y solitaria. Si los sueños la hubieran invadido la noche anterior, él la habría abrazado, acomodado sobre su pecho y contado alguna anécdota graciosa sobre sus aventuras con Virginia, y ella se habría sentido celosa por unos segundos antes de quedarse profundamente dormida entre sus brazos.
Ce observó cómo O estaba dormitando sobre una esquina de la cama y se levantó despacio para no despertarlo. Salió de su habitación y caminó hacia la cocina. Aspen había apagado todas las luces y el departamento estaba en penumbras; la luz de la luna se filtraba por las paredes de la sala. Ce bebió un vaso de agua y se apoyó contra la encimera. Su mirada se perdió en el pasillo oscuro hacia la habitación de Aspen y sus pensamientos comenzaron a girar alrededor de él. Y, quizá por ello, no regresó a su cuarto.
Ce abrió la puerta, prometiéndose que solo echaría un breve vistazo; que después daría la vuelta y regresaría a su habitación. Sus ojos se adaptaron a las sombras de la alcoba y encontró a Aspen acostado en la cama. Estaba dormido, pero soñaba; Ce lo sabía porque se agitaba, como si sus sueños lo persiguieran.
Un sentimiento de preocupación vibró en su pecho. Sin pensarlo dos veces, entró y se sentó a su lado. Una de sus manos se acercó a su hombro y lo tocó.
—Aspen... —murmuró—. Aspen...
Él se agitó unos segundos más y luego abrió los ojos. Sus miradas se enlazaron y Ce inspeccionó su rostro. Su frente estaba perlada de sudor y sus ojos eran de un azul claro y puro.
—Estabas teniendo una pesadilla —le explicó ella.
Apartó su mano y se alejó para darle espacio. Aspen se sentó y sus dedos echaron hacia atrás el cabello que caía sobre sus ojos; acto seguido, se recostó contra las almohadas mientras su respiración se calmaba.
—Lo siento —dijo, recuperando el aliento. Sus ojos volvieron a encontrarse y Ce dejó de contener el aliento.
—Está bien. Espera, te traeré un poco de agua.
Ce se apresuró a la cocina y buscó un vaso de agua fresca. Cuando regresó a la habitación, Aspen estaba sentado al filo de la cama. Su postura era encorvada, con sus codos sobre sus muslos y la cabeza baja; los músculos de su espalda estaban tensos.
—¿Qué está mal? —inquirió ella.
Aspen la miró e intentó esbozar una sonrisa.
—Solo era otro sueño sobre Ben.
Un nudo se apretó en la garganta de Ce. Quiso decir algo, pero supo que nada marchitaría el dolor de Aspen. Ben le dolería por siempre, así como Rosie le dolía a ella.
Ce se acercó y le ofreció el vaso. Aspen le agradeció y bebió despacio. Ella siguió todos sus movimientos, hasta que sus ojos se detuvieron en el fénix de su espalda; los colores parecían refulgir, en contraste con la penumbra. Ce se preguntó cuántas veces había reprimido el deseo de acariciarlo, de aprenderlo con las puntas de sus dedos, con sus labios...
—Aún llevas puesta mi camisa. —Su voz la sobresaltó.
Los pensamientos escaparon de la mente de Ce y se topó con la mirada fija de Aspen, quien seguramente la había descubierto casi babeando sobre él. Ce se sonrojó. Bajó el rostro y observó la prenda azul, de la cual se había olvidado por completo. El calor aumentó en sus mejillas.
—Olvidé cambiarme. Lo siento.
Aspen rio y su cuerpo se relajó un poco.
—Lo dices como si fuera una ofensa —murmuró—, cuando la verdad es que me hace muy feliz.
Ce se sorprendió y su corazón revoloteó en su pecho.
Poco a poco estaba empezando a aceptar que él era peligroso para ella. Ahora que no quedaban barreras, sus palabras parecían ir directo a un lugar desconocido en su interior que nunca nadie había llenado. Ahora todo era inesperado, confuso y muy aterrador; pero se sentía expectante, y quizá por eso estaba allí.
—¿Quieres que me quede? —se atrevió a preguntar, no solo por él y su pesadilla, sino por ella.
Aspen guardó silencio por lo que a Ce le resultó una eternidad. De pronto, su semblante se tornó serio y el brillo divertido en sus ojos se apagó. Ce supo lo que diría antes de que las palabras dejaran su boca.
—No creo que sea lo más adecuado.
Ce frunció el ceño. Aunque intentó ignorar el dolor del rechazo, igual le escoció en el pecho y la molestó.
—¿Por qué no? —inquirió, retrocediendo para enfrentar su mirada—. ¿Por qué ayer fue correcto dormir juntos y hoy no? ¿Por qué hoy es diferente? ¿Por qué...?
—Porque ayer no te desnudaste frente a mí, mirándome con aquel sonrojo traidor, y no imaginé todas las formas en que quisiera hacerte el amor.
Ce se calló. Miró a Aspen y esperó, porque sabía que aún no lo había dicho todo. Él se pasó una mano por el cabello, en un claro gesto de frustración, y volvió a enfrentarla.
—Si te vas ahora, podremos pretender que todo lo que sucedió antes fue solo un desliz, que simplemente estábamos jugando con fuego —continuó—. Pero si te quedas, no habrá marcha atrás. Sin arrepentimientos, ni disculpas. Soy un hombre simple, Ce; no podría lidiar con tu arrepentimiento a la mañana siguiente.
Aspen desvió la mirada como si temiera verla alejándose. Y quizá ella debía hacer eso. Una parte de Ce estaba intentando convencerla de volver a su habitación y terminar lo que sea que hubiera entre ellos en ese mismo instante. Era lo más fácil, era lo más seguro. Aspen le estaba dando otra opción y, aun así...
—Me quedaré —dijo, y Aspen la miró—. Lo quiero, y sé que también deseas que lo haga. Por eso no entiendo por qué estás intentando convencerme de hacer lo contrario.
Aspen no respondió, pero esta vez Ce no fue paciente. Acortó la distancia, hasta que se detuvo frente a él, y sus manos lo buscaron. Una se posó contra su hombro y la otra acarició los mechones ondulados de su cabello. Aspen permaneció tenso por breves segundos y luego su cuerpo cedió a la presión de sus manos. Sus miradas se encontraron y Ce disfrutó del azul de sus ojos, transformándose.
—No me mires así —le reprochó Aspen, pero su voz era cálida y estaba teñida de anhelo y necesidad—. Es casi cruel cuando sabes que no podré resistirte.
Ce se inclinó hacia su rostro.
—Entonces no lo hagas.
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