CAPÍTULO 17
LOS PADRES DE VIRGINIA vivían en una finca a las afueras de Provo.
Jules condujo con Virginia a su lado; Aspen, Ce y O iban en el asiento trasero. La radio estaba encendida y todos viajaban en silencio. Ce desvió la mirada de la ventana y observó cómo Virginia le susurraba algo a Jules. Su esposo sonrió y entrelazó una de sus manos; Ce las miró y pensó en aquel gesto tan natural e íntimo. Luego contempló sus manos sobre su regazo; estaban inquietas, vacías. Apartó la mirada. Unos segundos después, O saltó a sus piernas. Ce se sorprendió, pero sonrió y lo acarició.
Tardaron poco más de una hora en llegar. La propiedad de los Clarence era amplia y estaba rodeada de un vasto bosque. Jules estacionó el Jeep frente a una elegante casa de estilo rústico, como una mansión victoriana.
Ce la contempló en silencio y con aprehensión; había estado en mansiones así antes. Siempre las encontraba frívolas y poco acogedoras. Además, siempre le recordaban a aquella finca que sus padres solían tener cuando Rosie y ella habían sido niñas. Sin embargo, la habían vendido porque su madre siempre había odiado el campo.
—¿Todo bien?
Aspen se movió detrás de ella y se detuvo a su lado. Ce asintió, apretando a O contra su pecho.
Ellos siguieron a Jules y a Virginia; pero antes de llegar a la entrada, la puerta se abrió y varios niños salieron corriendo y gritando con emoción. Saltaron alrededor de los esposos, y Virginia se agachó para abrazarlos a todos mientras Jules cargaba al más pequeño, un niño con grandes ojos cafés y cabello rubio.
Aspen se acercó y Ce caminó junto a él.
El grupo de niños también dieron saltitos emocionados a su alrededor cuando descubrieron a O en sus brazos. Al ver las caritas de los niños, Ce se agachó y dejó que lo acariciaran con sus manitos. El cachorro se emocionó e intentó soltarse para ir a jugar, alentado por las risas de los niños. Ce lo dejó en el suelo y lo observó corretear y ladrar detrás de los niños. Ella sonrió.
—¡Virginia!
En ese momento, un hombre grande, con complexión de boxeador y con un corte militar, bajó los escalones del pórtico y Virginia se arrojó a sus brazos. Ambos sonrieron. Jules también se acercó para recibir el saludo de su suegro, con el niño pequeño aún en sus brazos.
Ce se quedó atrás junto a Aspen y, cuando lo miró, percibió la tensión en sus facciones y en su cuerpo. Parecía ansioso, inseguro y, quizá, algo incómodo. Ce quiso estirar su mano y sostener la suya, como el gesto de Jules y Virginia; tal vez lo haría sentirse mejor.
Sin embargo, antes de atreverse, el padre de Virginia los encontró con la mirada. Una sonrisa aún más grande apareció en su rostro mientras escrutaba a Aspen. Entonces, caminó directo hacia ellos. Aspen levantó el brazo para ofrecerle la mano, pero el hombre tiró de él y lo apretó en un fuerte abrazo paternal. Luego de unos segundos, Aspen le devolvió el abrazo.
—¡Solo mírate, muchacho, todo un hombre! —rio con orgullo. Se apartó y le dio una fuerte palmada en la espalda, que Ce estaba segura de que hubiera dolido si Aspen no fuera puro músculo duro.
Aspen sonrió; sus ojos estaban brillantes y su cuerpo se había relajado. Ce lo miró con atención. Era la primera vez que lo veía así: tan feliz, tan él. Era hermoso. Solo su sonrisa la hacía sonrojar y emocionarse.
—Veo que te ejercitas muy bien, y apuesto que todavía peleas como un demonio —dijo el hombre.
Aspen asintió; parecía demasiado conmovido con aquella bienvenida como para hablar. Ce dio un paso atrás, para darles más privacidad, pero su gesto solo llamó la atención del padre de Virginia.
—¿Y a quién tenemos aquí? —dijo, mirándola fijamente—. ¿Cuál es tu nombre?
Ce se quedó inmóvil, pero murmuró su nombre; estaba nerviosa por su ojo crítico. Ella no lo recordaba, pero él... ¿La reconocería? ¿Conocería a sus padres? ¿Hablaría de su familia? ¿Sobre Rosie?
Se tensó, inquieta, pero entonces él sonrió y también la abrazó con fuerza. Ce temió por sus huesos frágiles, pero intentó sonreír.
—Bienvenida, querida. Craig Clarence, a tu servicio. Siéntete en casa.
Con un brazo la sostuvo a ella y con el otro a Aspen, y los condujo hacia la casa. En el vestíbulo, Virginia estaba conversando con una mujer de rasgos parecidos a los suyos. Cuando vislumbró a Aspen, también se acercó y le dio un fuerte abrazo.
—¡Aspen! —dijo ella, tomando su rostro en sus manos—. ¡Has cambiado tanto! ¡Estás tan guapo!
—¡Mamá, si le dices eso, se volverá más engreído! —se quejó Virginia.
La señora Clarence sonrió y sus ojos se desviaron hacia Ce. Ella le devolvió la mirada y, por un segundo, le pareció ver un atisbo de reconocimiento en su rostro, pero la madre de Virginia sonrió con calidez.
—Ella es Grace —la presentó Aspen.
La mujer se acercó y le dio un breve abrazo y un beso en la mejilla.
—Lena Clarence. Un placer.
Ce le devolvió una tímida sonrisa.
—Vengan. Todos están en el jardín.
Lena los guió a través de la casa hacia donde estaba reunida el resto de la familia. El jardín estaba lleno de personas; entre ellos, adultos y niños. El murmullo de las conversaciones de los adultos se mezclaba con los gritos de los niños, que jugaban por todos lados.
El jardín era una planicie amplia de césped rodeada por árboles y una cerca de madera. Estaba decorado con mesas de campo, sillas y una enorme mesa repleta de comida y dulces. Un grupo de hombres estaban haciendo una parrillada en una esquina, mientras un par de adolescentes estaban jugando béisbol.
Un sendero conducía fuera del jardín hacia el resto de la propiedad. A lo lejos se podía observar una piscina, una caballeriza y una glorieta con columpios.
Virginia hizo las presentaciones y luego los condujo a una mesa. Apenas pasaron unos minutos, antes de que el resto de los parientes se acercaran, curiosos, a conversar. Ce no estaba acostumbrada a recibir tanta atención, mucho menos a ser sociable y extrovertida, pero las personas eran muy amables. Se esforzó en responder, aunque evitó las preguntas más personales; intentó ser menos tímida, pero muy cuidadosa con lo que decía. Poco a poco, las conversaciones se desviaron a otros temas, y Ce observó y escuchó todo con atención.
Virginia era la única hija de Craig y Lena. Su padre era exboxeador profesional y, aunque tenía un aura que denotaba peligro, en realidad era un hombre tranquilo y cariñoso. Su madre era una reportera retirada y tenía la sonrisa más dulce que pudiera existir. Ellos no habían podido tener más hijos, pero el resto de la familia era muy grande y unida. Se mantenían en contacto todo el tiempo y hacían reuniones como aquella, una vez al mes.
Ce tenía que admitirlo: estaba perpleja. Había esperado una familia frívola y distante, pero... había juzgado mal. Ahora se sentía culpable porque los Clarence eran una familia amable, cálida y sociable. No había dobles pretensiones en sus conversaciones o maldad en sus acciones; hablaban con calma, sonreían con honestidad, reían con diversión.
Quizá se debía a que su fortuna la habían adquirido con esfuerzo a lo largo de la vida y no por herencias o familiares con poder. Quizá por eso es por lo que aún conservaban aquella calidez; y tal vez por eso, Ce se sentía tranquila entre ellos. Y, al observarlos, no podía evitar preguntarse cómo hubiera sido crecer en un lugar así, dentro de una familia trabajadora, con comodidades, pero con los pies firmes sobre la tierra; dentro de una familia amorosa, preocupada y sincera.
«Hubiera sido feliz y hermoso».
Estaba perdida en pensamientos del pasado, cuando Virginia la llamó.
—¿Te molestaría ayudarme un segundo?
Ce se levantó y la siguió al interior de la casa. Virginia la condujo por un pasillo hasta una pequeña habitación de vinos. Mientras Virginia indagaba entre las botellas, Ce inspeccionó el lugar en silencio. Había una ventana que colindaba con el jardín. Ce se acercó y miró a los chicos que jugaban béisbol; ahora Aspen estaba entre ellos. Ce lo contempló desde lejos: sus movimientos precisos, la sonrisa relajada en sus labios, la expresión feliz de su rostro... Ella también sonrió un poco y su corazón latió con fuerza en su pecho.
Aun no entendía cómo él podía causar tanto ella. Solo verlo hacía que su corazón se agitara. Una sola de sus miradas podía hacerla ruborizarse. Y su sonrisa podía hacerla también muy feliz.
De pronto, Ce pensó en aquella mañana. Recordó cómo la había besado y la forma en que la había tocado; su tacto firme y sensual, como si ella le perteneciera, como si supiera lo que necesitaba. Pero Aspen no se había equivocado: ella lo había necesitado esa mañana. ¡Había deseado tanto que la besara en los labios y que sus manos no se detuvieran! Y, si no los hubieran interrumpido, entonces podría haberlo tenido una vez más, como aquella noche en la posada. Solo una vez más.
—Estás mirando a Aspen, ¿verdad?
Ce se sobresaltó y observó, pasmada, el rostro de Virginia. La mujer le sonrió.
—Llevas mirando en la misma dirección sin moverte durante casi dos minutos.
Sin poder evitarlo, Ce se sonrojó. Virginia rio.
—No hay nada de malo en eso o en pensar en él; últimamente han pasado mucho tiempo juntos. Es inevitable no acostumbrarnos a las personas que nos rodean. Aspen también se ha acostumbrado a ti. Me atrevería a decir que se ha encariñado contigo.
Su corazón empezó a salir con fuerza.
—Solo hacemos un viaje juntos... —murmuró Ce.
—Desde donde yo lo veo, no parece ser tan simple. Por eso, ¿puedo pedirte un favor?
De pronto, su expresión se volvió un poco seria, aunque no dejó de mostrarle una sonrisa sincera. Ce se limitó a asentir con la cabeza.
—Ten cuidado con las decisiones que tomas, porque podrías lastimarlo sin darte cuenta.
Ce frunció el ceño. Su garganta se sentía muy seca.
—¿Crees que le causaría daño a propósito? —preguntó—. Nunca quise que saliera lastimado.
—Lo sé. Tus secretos y la relación que mantienen no tienen nada que ver conmigo, pero eso no quiere decir que no vaya a preocuparme por él. Quiero a Aspen demasiado como para preocuparme por su bienestar.
Ce sintió una extraña punzada en el pecho y se agitó incómoda.
—¿Lo quieres?
—Es mi amigo; lo hemos sido desde nuestro primer día en la escuela. Estuvo ahí, incluso cuando era yo quien se metía en problemas. Estuvo ahí para defenderme cuando otros niños me molestaban. Él siempre estuvo allí. Puede parecer rudo y fuerte, pero tiene un gran corazón que también puede lastimarse. —Virginia la miró fijamente—. Por eso lo quiero y quiero protegerlo. ¿Tú puedes prometerlo? ¿Tendrás cuidado con Aspen?
Aspen... El hombre que seguía allí por ella; el hombre que estaba protegiéndola; el hombre que se rehusaba a no involucrarse y abandonarla; el hombre que había escuchado su historia. Si él había hecho todo eso por ella, Ce podía cuidar de él, era lo justo.
—Lo prometo.
Ce le devolvió la mirada con firmeza. Virginia se relajó. Su rostro recuperó su sonrisa alegre y su actitud serena.
—Gracias.
Luego ella le tendió un par de botellas de vino y regresaron al jardín.
~~*~~
DESPUÉS DEL ALMUERZO, el ambiente agitado se calmó y la familia empezó a disiparse. Los más pequeños se dirigieron hacia la caballeriza con sus padres, mientras los jóvenes se bañaban y se reunían a tomar el sol alrededor de la piscina. Aspen se sentó en una banca cerca del campo improvisado, donde había jugado béisbol. El padre Virginia se sentó a su lado, murmurando una queja sobre sus articulaciones.
Aspen esbozó una sonrisa.
—No me hago más joven, muchacho. Las viejas lesiones empiezan a revivir.
Lo miró en silencio, evaluando su silueta alta y fornida. A pesar de los años, a Aspen le parecía que Craig no había cambiado; quizá tenía más canas y un par de arrugas, pero a él le seguía pareciendo el mismo hombre rudo y fuerte que le había enseñado a pelear.
—¿Sigues boxeando? —le preguntó.
Desde que Aspen lo conoció, Craig le había parecido un boxeador ejemplar, un héroe en el ring. Por aquel motivo, solía escabullirse con Virginia a ver las peleas.
—Me retiré hace dos años por una fractura. Ahora entreno a un par de chicos, solo en los que veo pasión y potencial; no tengo paciencia con todos.
Aspen asintió y se quedaron en silencio. Su mirada recorrió el jardín, buscando a Ce; la encontró sentada en el césped, a unos metros, con Virginia y su madre. Ella estaba apoyada contra la base de un árbol y O estaba dormitando en su regazo.
—La hija menor de los Carlson... No sabía que tenías una relación con ella.
Aspen se sorprendió y lo miró. Ahora Craig contemplaba a Ce.
—Creí que no la habías reconocido...
—Creció muy bien. Es muy bella, aunque un poco reservada —dijo Craig—. ¿Qué tipo de relación mantienen?
Era una buena pregunta y él no estaba totalmente seguro de la respuesta. ¿Amigos? ¿Amantes? ¿Desconocidos? Aspen sentía que ninguna palabra podría describirlos bien. Estaba claro que su relación con Ce no tenía etiquetas, así que no tenía respuesta. No podía explicar aquello que ni siquiera él mismo podía entender.
—Sólo estamos haciendo un viaje juntos.
Craig no insistió. Quizá fue por la amargura en la voz de Aspen o la incertidumbre en su rostro.
—Escuché lo que sucedió con su hermana; una noticia trágica. Hace un par de meses, Lena se encontró con la madre y quiso darle el pésame, pero la mujer actuó como si nada hubiera sucedido.
A Aspen no le sorprendió. Después de lo que Ce le había contado sobre sus padres, él sentía que los odiaba. Solo imaginarlos hacía que Aspen se sintiera enojado y con resentimiento; no era muy diferente a como se había sentido al pensar en sus padres durante los últimos años.
—Ce tiene una relación difícil con sus padres —dijo Aspen.
Craig asintió. Por unos segundos, guardó silencio; su expresión pensativa.
—¿Qué hay de ti? ¿La relación con tus padres ha mejorado?
Aspen suspiró y le contó sobre Ben, desde el inicio. Le parecía que cada vez que hablaba del accidente, si bien todavía no le resultaba sencillo hacerlo, se sentía más liviano al final.
Craig escuchó todo el relato con una expresión solemne y calmada. Cuando terminó, Aspen creyó que iba a regañarlo, y quizá lo merecía, pero solo lo abrazó.
—Lamento lo de Ben.
Aspen le devolvió el abrazo con fuerza. Estuvieron varios segundos en silencio hasta que se alejaron y Aspen continuó:
—Podría decir que el accidente empeoró la relación con mis padres, pero no sería cierto; ya era muy mala. Se había vuelto peor desde que ustedes se fueron del pueblo. Todo empeoró: mis padres, los problemas, mi actitud... —Él se encogió de hombros—. Antes de salir de prisión, mi madre me escribió; quería que fuera a casa, y eso es lo que estoy haciendo. Aunque no estoy seguro de que eso solucione algo y...
—Tienes miedo —observó Craig.
Aspen se detuvo y anclaron miradas.
—No le temo a mis padres, sino a la resignación; a saber, que hagan lo que hagan, digan lo que digan, tendré que resignarme a que nada volverá a ser igual. Tendré que aceptar que nuestra familia se rompió hace mucho tiempo; que nunca cambiarán, y por ello los perderé para siempre.
—¿Te sientes molesto con ellos? —preguntó Craig.
—Siento enojo y resentimiento, pero creo que estoy aferrándome a esos sentimientos para sentir que algo me une a ellos. De otra forma, creo que ya los hubiera olvidado.
Craig asintió y se levantó, quejándose sobre sus lesiones.
—Ya eres un hombre, Aspen; no voy a darte consejos ni a opinar sobre la situación con tus padres porque es un asunto familiar, algo íntimo y privado entre tú y ellos. —Aspen lo miró fijamente, y Craig agregó—: Sin embargo, espero que puedas resolverlo. Ve, con la mente en paz y el corazón abierto; con esperanza y no con resignación. Si crees que algo se ha roto y no podrás repararlo jamás, entonces aléjate; pero si hay, aunque sea la más leve esperanza, entonces tómala. Nadie quiere estar solo en la vida, Aspen; ni siquiera las personas que se equivocan.
Craig le sonrió y comenzó a alejarse, pero se detuvo. Regresó junto a él y se inclinó hacia su oído.
—Sobre la joven Carlson... dile lo que está escrito en tu mirada. Aquello que sientes se volverá más obvio y doloroso.
Aspen lo miró sorprendido, pero el hombre le dio una palmada en la espalda y se marchó. Una pequeña sonrisa asomó en sus labios y suspiró. Buscó a Ce, pero ya no estaba con Virginia y Jules; ni siquiera la encontró en el jardín. Aspen se levantó y buscó en los alrededores. Sus ojos escanearon los rostros de las personas.
—Está en la glorieta.
Se topó con la sonrisa cálida y serena de Lena. Aspen no le preguntó cómo sabía a quién estaba buscando. Había mucho de Lena en Virginia, sobre todo su intuición; nada se les pasaba por alto. Sin embargo, aquello no le molestaba; al contrario, lo hacía feliz.
Aspen le agradeció y se dio la vuelta, pero Lena lo llamó. Él la miró sobre su hombro.
—Deberías venir más seguido. Es agradable tenerte aquí.
Aspen tragó saliva. Su corazón se agitó en su pecho y, por unos segundos, se quedó sin palabras.
—Sí, señora, lo haré.
Aspen salió del jardín y tomó un sendero entre los arbustos, que lo llevó hacia el claro despejado donde estaba la glorieta. Ce estaba sola, sentada en uno de los columpios blancos, balanceándose lentamente; la mirada perdida en el horizonte. Aspen la observó de lejos; la luz del sol jugaba sobre su piel y el viento agitaba sus cabellos cortos. Sonrió y se acercó, asegurándose de hacer un poco de ruido para no asustarla.
—Desapareciste —murmuró.
Ce lo miró. Aspen se sentó en el otro columpio, a su lado. Ella no dijo nada por un rato.
—Es solo que todos tienen personalidades brillantes como Virginia.
—¿Brillantes?
—Cálidas, gentiles, honestas... —explicó, mirando al frente—. No estoy acostumbrada a encontrar personas así. Puede parecer irreal, pero es cierto. Creo que, en esta vida, hasta ahora me tocó recorrer el pasillo de los idiotas.
Aspen rio, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que ella no sonreía.
—Mis abuelos son una excepción, y otro pequeño grupo de personas, pero nadie más. El resto han sido un puñado de máscaras y mentiras, por eso no me es sencillo integrarme; mucho menos cuando toda mi niñez tuve prohibido hacerlo.
Él no quiso pensar en Ce como una pequeña niña sola, triste y perdida. No quería sentir lástima o compadecerse de ella, sino recordarla como ahora: aquella Ce fuerte y cariñosa que rescataba cachorros, que leía novelas y se emocionaba con los juegos de feria. Quería recordarla con todos sus aspectos buenos y malos que hacían tan difícil seguir ocultando lo que sentía.
—Entonces podemos seguir siendo O, tú y yo. Ha resultado de maravilla hasta ahora.
Aspen sonrió. Intentaba hacerla sonreír, pero Ce lo miró con seriedad; su expresión pensativa. Contempló el azul que se oscurecía en sus ojos y se preguntó si había dicho algo malo.
—Me equivoqué contigo.
Sintió que su corazón latía más rápido.
—¿De qué hablas?
—Creí que me tratarías diferente cuando supieras mis secretos —respondió Ce—; que no me verías jamás como tu igual, sino como una niña rota, triste y solitaria; que pensarías que no era más que una carga, una responsabilidad. Pero lo admito: me equivoqué. Siempre tiendo a pensar lo peor de las personas, porque siempre me terminan traicionando, hiriendo o dejándome.
—No pienso ir a ningún lado.
—Lo sé. —Ce apartó la mirada—. Debí saberlo esta mañana cuando entraste en la cocina. Debí saberlo... cuando me tocaste y me besaste.
Aspen no supo qué decir; sus pensamientos no eran coherentes y su corazón, alborotado. La observó, intentando encontrar una respuesta; pero mientras más la miraba, parecía sentirse aún más agitado y desesperado.
«Dile lo que está escrito en tu mirada. Aquello que sientes se volverá más obvio y doloroso».
Quizá solo por esta vez podría decir algo un poco egoísta. Quizá solo por esta vez podría arriesgarse.
—Ce, yo...
—Rosie....
Ambos hablaron al mismo tiempo. Aspen la miró contrariado, pero se tragó las palabras y esbozó una sonrisa.
—Continúa.
Ce se quedó callada por un instante; parecía insegura, como si hubiera presentido que lo que él había estado a punto de decir era más importante. Aspen mantuvo su expresión neutral y atenta a ella.
—Rosie siempre quiso viajar; soñaba con visitar muchos lugares. Cuando era niña, solía pasar horas llenando diarios con imágenes y fotos de distintos países. Estaba casi obsesionada con la idea de conocer más... Ni siquiera le importaba si era dentro de este país. Quería conocer lo que más pudiera. Quería vivir y respirar otros lugares. Quería ser libre.
—Por eso decidiste hacer este viaje, aun cuando sabías donde terminaría... —teorizó Aspen.
Ce asintió. Sus dedos se apretaron con fuerza en las cadenas del columpio.
—Rosie lo planeó durante años. Estaba emocionada con la idea. Le dije que algún día lo haríamos, pero nunca pudimos. Eli también lo sabía, pero nunca estuvo dispuesto a cumplirlo para ella. Sin embargo, imaginó que nunca pudo olvidarlo. Quizá por eso ambos estamos aquí.
Volvieron a quedarse en silencio, pero esta vez Aspen supo que ninguna palabra traspasaría sus labios. Ella no estaba allí por él. No estaba allí por lo que pudiera sentir. No estaba allí para escuchar lo que tenía que decir. Ce estaba allí por Rosie y, aunque le doliera pensarlo, estaba allí por Eli. Y Aspen había tenido la suerte de que Ce le había permitido compartir todo el camino con ella, pero no podía olvidar que, cuando aquel viaje terminara, la perdería la siempre, por la venganza o por Eli.
~~*~~
SE QUEDARON EN LA FINCA hasta después del atardecer. El padre de Virginia les obsequió un par de botellas de vino antes de partir. Así que, cuando llegaron al edificio, Virginia los animó a reunirse con ellos en su departamento. Ce aceptó, no solo por Aspen, sino por ella; los esposos le agradaban, al menos lo suficiente para compartir unas copas en su compañía.
Ce los siguió a la cocina. Mientras Jules y Virginia preparaban unas copas, los estudió en silencio. Advirtió aquella familiaridad e intimidad que siempre parecía rodearlos. Se amaban, era sencillo darse cuenta. Cada vez que los miraba, reconocía ese mismo amor que había visto muchas veces en sus abuelos: un amor real, espontáneo y puro, uno del que sus padres nunca habían sido ejemplo; ellos mantenían un tipo de amor que siempre había sido frío, calculador, distante. El amor que sentía por Rosie también había sido distinto; un tipo de amor poderoso y, al mismo tiempo, solitario y doloroso.
Ce no estaba segura para qué tipo de amor estaba hecha ella, pero el de Virginia y Jules le gustaba. Un roce inesperado, una sonrisa de complicidad, una mirada de promesas, un beso de cariño... Su tipo de amor parecía mágico y adictivo. Ese tipo de amor parecía una buena razón para seguir viviendo.
—Vamos —dijo Virginia, pasando a su lado con una sonrisa.
Ce se sentó en una esquina del sillón. Aspen a su lado y O a sus pies; Virginia y Jules, frente a ellos. Hablaron, bebieron y rieron. Ce se esforzó en participar en la conversación; dio opiniones y sonrió ante las anécdotas infantiles que Virginia contaba sobre Aspen.
Cuando Ce terminó su tercera copa, Virginia se había quedado dormida con la cabeza apoyada en el regazo de Jules. A su lado, Aspen también empezaba a mostrarse somnoliento. Cuando sus miradas se encontraron, él le mostró una ligera sonrisa y recostó la cabeza contra su hombro, cerrando los ojos. Ce permaneció inmóvil para no molestarlo. Su respiración se había reducido y su tibio aliento le calentaba el cuello.
Jules y ella conversaron un poco más. Él le pidió que volviera a ayudarlo con la redacción de unos documentos, y quedaron de acuerdo en encontrarse a la mañana siguiente. Después él acarició el cabello de su esposa y la miró con ternura.
—Tendrán que disculparnos. Sabía que esto sucedería... —comentó con una sonrisa—. Virginia no es muy resistente al vino, menos aún en la noche y luego de un día tan agitado. Será mejor que la lleve a la cama. Que descansen.
Jules se puso de pie y levantó a Virginia en sus brazos, quien se hizo un ovillo contra su pecho mientras murmuraba una queja entre dientes. Ellos se despidieron. Aspen se removió al lado de Ce, sin intención de levantarse. Ce le tocó el rostro.
—Vámonos. No puedes quedarte dormido así.
Él se quejó, pero se movió. Ce esbozó una pequeña sonrisa y cargó a O en sus brazos. El cachorro tampoco parecía poder seguir despierto; había gastado todas sus energías jugando con los niños durante toda la tarde. Lo acarició y lo apretó contra su pecho con cuidado.
Aspen caminó a su lado. Parecía un poco mareado, así que Ce mantuvo su atención sobre él para evitar que se tropezara con los objetos. Cuando llegaron al departamento, Ce abrió la puerta y Aspen se tambaleó. Ella lo estabilizó y lo acompañó hasta su habitación, donde él se dejó caer boca abajo sobre la cama sin molestarse en desvestirse.
Ce lo observó. Su rostro tranquilo; la mejilla apoyada contra la almohada y el cabello despeinado sobre su frente. Ce no estaba segura de cuánto tiempo lo vio dormir, pero, cuando se percató, rápidamente apartó la mirada. Se acercó y le quitó los zapatos, antes de marcharse.
—Quédate —murmuró él.
Ella se detuvo.
—Tengo que cambiarme de ropa.
—Entonces regresa.
Ce dejó a O sobre la cama y fue a su habitación. Buscó un pijama limpio y se cambió de ropa; también se lavó los dientes y se cepilló el cabello. Entonces, regresó; no estaba segura de si lo hacía porque él se lo había pedido o por voluntad propia, porque ella quería estar allí. Intentó no darle tantas vueltas; habían dormido muchas veces juntos.
Cuando entró, Aspen estaba sentado en la cama con el semblante cansado. Se despojó de la camisa y el pantalón y volvió a tumbarse sobre las almohadas. Ce quiso evitar quedarse mirándolo, pero, aun así, su mirada lo recorrió muy despacio. Tenía un cuerpo poderoso y firme; toda esa piel dorada y músculos duros se extendían frente a sus ojos, casi como si desearan ser acariciados.
Ce se permitió imaginar por unos segundos cómo sería acercarse y rozar sus dedos lentamente por su columna. Cómo sería recorrer las líneas de su tatuaje con sus labios. Cómo sería abarcar toda esa piel tibia con sus manos. Cómo sería tocarlo entero, acariciándolo, probándolo, descubriéndolo... Sin embargo, no se atrevió a hacerlo.
Rodeó la cama y se recostó a su lado bajo las sábanas. Aspen se movió; sus manos tanteando, hasta que la abrazó. Su cuerpo se amoldó al suyo y sus labios persiguieron aquellas porciones de piel que no cubría su pijama.
Ce sintió su respiración contra cuello. Luego, besos sutiles y ligeros sobre la línea de su mandíbula. Y la fuerza y la calidez de su cuerpo.
—Relájate —dijo Aspen, de repente. Con los ojos cerrados, posó una mano sobre su corazón—. Tienes el corazón acelerado.
Se ruborizó y sus mejillas ardieron más cuando él le dio un ligero apretón a uno de sus pechos. Sin embargo, se relajó. Dejó que su cuerpo cediera al suyo; aunque no estaba acostumbrada a aquella intimidad, la aceptó. Quizá nunca volvería a tener algo así. Quizá noches como aquella solo sucedían una vez.
—Buenas noches —dijo.
Sus dedos se atrevieron a rozar su rostro. Él suspiró.
—Buenas noches.
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