CAPÍTULO 15
LOS ÚLTIMOS DÍAS habían pasado para Ce como un espejismo, casi como si estuviera viéndolos a través de ojos que no eran los suyos, como si estuviera viviendo mecánicamente, como si todas sus fuerzas para intentar mantener todo en orden se hubieran desvanecido. Quizá por ese motivo no se levantó de la cama esa mañana.
Cuando abrió los ojos y recordó todo lo que había sucedido, volvió a cerrarlos y se convirtió en un ovillo bajo las sábanas, pero no se durmió. Su mente estaba activa, pero no podía leer. No quería ver televisión. Se había despegado de todo, incluso de su celular. No le importaba estar pendiente de Eli. No le importaba nada.
Asomó su cabeza entre las sábanas y se quedó mirando la habitación silenciosa. Era elegante y moderna. Todo el departamento lo era; solo había visto atisbos de él, pero podía estar segura. Además, era seguro; por ese motivo lo estaban alquilando. O al menos, ella había intentado pagarlo, pero los propietarios no lo habían permitido.
Ahora estaban en Provo.
Habían llegado esa misma noche, luego del ataque a Aspen. Ce había conducido, siguiendo sus indicaciones hasta ese lugar, donde estarían seguros y podrían esconderse, había dicho él. Y no había mentido. Los habían recibido una pareja de esposos, Virginia y Jules. Ella prácticamente se había lanzado sobre Aspen, muy preocupada por su estado; y había sido ella quién se había encargado de suturar su herida y cuidarlo.
Ce no había dicho nada, no había intervenido. Estaba empezando a darse cuenta de que las personas que te lastimaban no podían ser las mismas que te compusieran, y eso estaba bien para ella. Ya había hecho suficiente por Aspen. Por su culpa alguien había intentado matarlos y luego había intentado volver a causarle daño.
Aspen le había contado brevemente la historia de aquella noche y su pelea, pero Ce no había querido seguir escuchándolo. Cada palabra se clavaba en su pecho como un aguijón que agrandaba su sentimiento de culpa y cada vez que lo miraba no podía dejar de pensar qué hubiera sucedido si no hubiera tenido tanta suerte, si él hubiera muerto. Entonces no habría nadie más a quién culpar que a ella.
Lo había involucrado y ahora no podía mirarlo ni a la cara. No podía enfrentarlo, decirle la verdad. No podía salvarlo ni salvarse a sí misma. Y por eso llevaba dos días huyendo de él. Encerrada allí, intentando encontrar una respuesta; pero, en lugar de encontrar ayuda, estaba ahogándose en sus secretos, en sus mentiras, en las palabras no dichas.
Ce suspiró. Volvió a esconderse bajo la sábana e intentó dormirse. Quería cerrar los ojos, olvidarse de todo y despertar en otra vida, una más fácil y feliz. Pero no podía descansar y...
Su celular sonó.
Ce lo contempló en la mesita junto a su cama, pero no hizo ademán de responder. Le dio la espalda y lo ignoró. El pero el aparato no dejó de sonar y vibrar. Suspiró y lo tomó en su mano. Cuando observó la pantalla, se paralizó por unos segundos. Cerró los ojos y contestó.
—Hola, abuela —dijo en voz baja. Esta vez no intentó pretender utilizar un tono alegre.
—¡Ce, cariño, estábamos preocupados! No respondías tu celular.
—Lo siento, estuve distraída.
Se quedaron calladas por un largo minuto. Ce volvió a cubrirse con las sábanas. De pronto, su abuela rompió el silencio:
—¿Es un día malo?
Ce no respondió, no pudo.
—¿Has salido? ¿Cuánto tiempo has estado en tu habitación?
—Dos días —confesó. Era mejor ser honesta.
—¿Qué sucedió?
Ce estuvo tentada a decirle la verdad de todo. De Rosie: que le dolía el pecho al pensar en ella, que temía perderla para siempre en las palabras. De Eli: que había asesinado a su nieta, que era un hombre horrible. De la venganza: pedirle que la perdonara, pero que tenía que hacerlo; que prefería ir a prisión a que Eli siguiera existiendo. De Aspen... ¡Quería tanto decirle de Aspen! Que siempre había tenido razón sobre su inocencia y que era un hombre maravilloso. Y quería decirle de ella: que tenía miedo y se odiaba, que todo era su culpa.
—Nada. Solo estoy un poco cansada.
—¿No podrías tomarte un descanso? ¿Volver a casa por un corto tiempo? Te extrañamos —había ansiedad en su voz. Ce no la culpaba: una de sus nietas estaba muerta y la otra probablemente se estaba volviendo loca y quería asesinar a un hombre.
—Tengo algo importante que hacer, abuela —murmuró—. Pero estaré bien.
—Entonces promete que saldrás. Ve al parque y lee un rato. Puedes tomar un helado. Invitar a algunas compañeras al cine. Tu abuelo me contó lo del autocinema. Si regresas, también podríamos ver películas clásicas y hacer galletas. Ni siquiera tienes que avisar que vendrás; siempre esperamos por ti.
Ella lo sabía, por eso amaba a sus abuelos. Ce sonrió ligeramente.
—Lo prometo. Te llamaré después. Los amo.
Ce colgó. Cerró los ojos con fuerza y empezó a gritar contra la almohada, hasta que se cansó. Luego, se quedó inmóvil; pero ni siquiera así el sueño la alcanzó. Con un suspiro, se sentó. Sus músculos protestaron; ella intentó ignorarlo, así como el latido frenético de su corazón.
Podía hacerlo, ser ella misma.
Salió de la cama y se encerró en el baño. Le pareció la ducha más larga que hubiera tomado, pero se lavó a conciencia. Después se vistió y se peinó. Cuando salió de su habitación, el departamento estaba en silencio. A Ce no le sorprendió; Aspen solía pasar el tiempo en su propia habitación o en el piso de abajo.
Ce agarró las llaves y salió. No estaba segura de lo que estaba haciendo hasta que se detuvo frente a la puerta del departamento de Virginia. Iba a tocar la puerta, pero se detuvo. Pensó en regresar a su habitación, en seguir escondiéndose, pero la detenía la promesa que le había hecho a su abuela. Al menos podía intentarlo. Podía hacerlo. Aún era ella misma.
Tocó la puerta y esta cedió. Entró en silencio y caminó hasta donde se escuchaban voces. Jules estaba sentado en el comedor. Virginia y Aspen estaban en la cocina.
—Hola —saludó.
Todos se sorprendieron. Aspen, quien estaba de espalda, se volteó y la miró. El corazón se le desembocó, no solo al comprobar que él estaba bien, sino porque lucía muy atractivo con aquella camisa azul que combinaba con el color de sus ojos.
Ce apartó la mirada, aunque podía sentir la mirada de Aspen en su piel.
—Hola —dijo Virginia, alegre, rompiendo la tensión—. Estábamos a punto de almorzar. ¿Te nos unes?
—Sí, gracias —respondió Ce y se sentó en la mesa con Jules.
Él le ofreció una sonrisa de lado, se acomodó los lentes y continuó leyendo el periódico. Ce lo miró curiosa. Antes no había tenido tiempo de estudiarlos; se habían conocido y hablado un par de minutos en su llegada, pero nada más. Ahora aprovechó la oportunidad.
Jules era un hombre atractivo. Tenía facciones marcadas y masculinas, cabello corto y oscuro, ojos castaños, barba y una sonrisa amable. Poseía un aire intelectual, calmado y elegante.
Virginia también era una mujer hermosa: alta, voluptuosa, con largo cabello castaño y grandes ojos verde oliva. Ella parecía del tipo de mujer alegre y brillante; siempre con una sonrisa que iluminaba su rostro, como en ese momento.
Ce los observó a ella y a Aspen: hablaban y sonreían con naturalidad; había una armonía casi mágica entre ellos. Aspen había dicho que ella era una amiga de su infancia; sin embargo, Ce no pudo evitar sentirse un poco celosa ante aquel vínculo que compartían. Le molestaba que no se hubieran visto por años y, aun así, hubiera tanta familiaridad entre ellos.
Apartó la mirada y se entretuvo inspeccionando el departamento que era muy parecido al que ellos estaban ocupando. Tenía un estilo minimalista y moderno: paredes de vidrio, piso de mármol claro, electrodomésticos y muebles blancos y una chimenea en la mitad del salón. Los puntos de color eran atribuidos por las flores, los objetos y las pinturas que decoraban el lugar. Todo era muy bonito.
Jules comenzó a poner la mesa y Ce se ofreció a ayudarlo; era mejor que estar sentada y sentirse más ansiosa por el silencio y las miradas. Estaba terminando de poner los cubiertos cuando chocó con Aspen. Él la sostuvo por la cintura para estabilizarla y no se apresuró a soltarla. Ce se tensó, pero se quedó pegada a su pecho, escuchando los latidos de su corazón contra su oído.
—¿Todo bien? —le preguntó.
Aspen buscó su mirada, pero Ce bajó el rostro y tragó saliva con fuerza para deshacer el nudo en su garganta.
—Sí, gracias —respondió automáticamente y se soltó.
Aspen tenía más que decir, pero Virginia intervino cuando empezó a servir el almuerzo. Todos se sentaron en la mesa; Ce junto a Jules, y Aspen y Virginia frente a ellos. Él le lanzaba miradas de vez en cuando, pero Ce las ignoró e intentó concentrarse en la conversación.
Jules era fotógrafo y estaba trabajando en su próxima exposición. Virginia era entrenadora física y también ayudaba a las personas con terapias de rehabilitación. Tenían tres años de casados. No tenían niños aún. Todo el edificio era de ellos. Vivían en el primer piso; en el segundo, Jules tenía su estudio y Virginia su oficina. El tercero siempre estaba vacío para las visitas, y en el último estaba el gimnasio.
Ce intentó participar de la conversación, pero la mayor parte se limitó a asentir o a responder con monosílabos o frases cortas. Ellos estaban haciendo su mejor esfuerzo para hacerla sentir en casa, eran amables y divertidos, pero Ce se sentía como una niña en medio de una conservación entre adultos.
Cuando terminaron, se ofreció a lavar los platos, pero Virginia rechazó su oferta con una sonrisa. Entonces, Ce se quedó sin saber qué más hacer. Podía regresar a su habitación, buscar a O —a quien había abandonado durante esos días— y hacerlo dar un paseo. Podía...
—Grace... —Ella se sorprendió. Era Jules—. Si no estás ocupada, ¿podrías ayudarme un rato?
Ce lo miró unos segundos, todavía sorprendida, y asintió. Se marchó con él sin despedirse. Tomaron el ascensor hasta el tercer piso; el silencio entre ellos no era incómodo, y Ce empezó a relajarse.
Cuando llegaron a su estudio, Jules le mostró el lugar sin prisas. Ce observó todo con curiosidad y embebió cada detalle casi fascinada. Había fotografías, pinturas y esculturas por doquier. Aquel lugar era como un pequeño paraíso de arte lleno de colores, formas y diseños; había orden en su desorden, algo mágico en cada fotografía o pintura.
Ce había pensado que él sería un fotógrafo fanático que trabajaba por hobby, pero estaba claro que Jules era un profesional y que amaba su trabajo, el arte. Incluso tenía una vitrina con múltiples premios y diplomas: desde premios de revistas importantes de fotografía hasta de concursos internacionales.
Ella detuvo la mirada sobre su título enmarcado.
—Eres de Brown. ¡Yo también! —Sonrió.
—Tienen un buen programa de arte —contestó Jules—. ¿Qué estás estudiando?
—Artes Literarias.
—Interesante. Estoy seguro de que serás mejor que yo para redactar la introducción para mi próxima exposición. ¿Te molestaría ayudarme?
Ce negó con la cabeza y sus ojos siguieron investigando hasta el último rincón. Se detuvo cuando llegó a una puerta entreabierta.
—Puedes entrar —dijo Jules, sosteniéndole la puerta—. Es mi último trabajo. La exposición será en dos meses.
Ce ingresó detrás de él y se quedó pasmada. Había miles de fotografías en las paredes y guindando el techo; todas eran de mujeres en blanco y negro realizando alguna actividad cotidiana. Sin embargo, lo impactante era que las mujeres tenían diferentes grados de desnudez. Y no solo eso, las mujeres no eran perfectas supermodelos, eran mujeres comunes; y a pesar de eso, eran sensuales y naturales y...
—Es... increíble —murmuró Ce.
—Gracias. Llevo cerca de dos años en este proyecto. Necesitaba que fuera especial.
Jules se paró a su lado y tomó una de las fotos en su mano. Se la mostró y ambos la estudiaron juntos. Era una mujer morena que estaba tejiendo en una mecedora. Su rostro era alegre, había una sonrisa sincera en sus labios. Ce podía ver sus pechos, al menos el que aún conservaba; había una cicatriz donde debería estar el otro.
—Es Erin Johansson —comentó Jules—. Le diagnosticaron cáncer de mama a los veinticinco años. Le extirparon un seno y se sometió al tratamiento. Ha luchado contra el cáncer por dos años y aún está ganando.
Ce se quedó en silencio. Así como ella, había otros cientos de mujeres con diferentes enfermedades. Jules le contó algunas historias; en todas, ellas seguían luchando, no se estaban dando por vencidas.
—Hay belleza, calma y sensualidad en las cosas más simples —reflexionó Jules—. Hay belleza en las cosas imperfectas.
Ce lo miró fijamente.
—¿Por qué?
—Porque se rompieron, lucharon y sobrevivieron.
Él volvió a colocar las fotografías en su lugar.
—Podrías ser una de las modelos, mientras no te importe mostrarte a ti misma. Aspen dijo que te gusta leer; sería un buen tema para las fotos.
En otro momento, quizá Ce se habría negado de inmediato. Sin embargo, no lo hizo, y eso la sorprendió. Podría parecer que ella no tenía una historia que contar, pero se estaría engañando a sí misma.
—Voy a pensarlo.
Jules asintió y caminó hacia la puerta, pero Ce no lo siguió. Su mirada todavía estaba puesta en las fotografías.
—¿Puedo quedarme aquí un poco más?
Él sonrió. Su sonrisa era demasiado cálida.
—Puedes quedarte el tiempo que desees.
Y Ce le tomó la palabra. Se quedó allí toda la tarde, entre los retratos de todas esas mujeres valientes, imperfectas y hermosas, y sintió que quizá no todo estaba perdido para alguien como ella.
~~*~~
ASPEN ESTABA INTENTANDO jugar con O, pero el cachorro lo ignoró y siguió chillando. Ahora solía hacerlo varias veces al día, como si estuviera triste porque Ce ya no lo quisiera más.
Él entendía muy bien el sentimiento. Ce seguía ignorándolo.
En el almuerzo, él se había alegrado de verla. Había querido ir hasta ella y apretarla contra su pecho, besar las marcas oscuras bajo sus ojos y decirle que todo estaría bien. Aspen quería borrar la expresión triste de sus ojos y el cansancio de su rostro, ayudarla a cargar su peso. Pero Ce no lo quería. Y luego había tenido que dejarla ir, sin poder hablar mejor con ella ni saber lo que sucedía dentro de su cabeza.
De cierta forma, estaba agradecido con Jules por no permitir que ella volviera a encerrarse en sí misma, pero, a pesar de todo, no podía negar que aquello le había molestado un poco. Aunque era ridículo sentir celos; Jules estaba casado con Virginia y la amaba con locura. Sin embargo, a veces había una melancolía y sofisticación en él que podría hacerlo entenderse con Ce. Le molestaba pensar que él pudiera entenderla mejor, que ella pudiera hablar con Jules, estar con Jules, mientras huía de él.
Aspen suspiró. Entonces, llamaron a la puerta.
—Hola —dijo Virginia al otro lado, con una ligera sonrisa.
—Hola.
La dejó entrar y volvió a sentarse en el mueble. A su lado, O se levantó emocionado del cojín en el que estaba acostado, pero volvió a echarse cuando se dio cuenta de que no era Ce. Virginia le acarició la cabecita cuando pasó por su lado para sentarse junto a Aspen.
Ninguno de los dos se apresuró a llenar el silencio con palabras. Ella miró la televisión y Aspen se relajó. Soltaron un par de comentarios sobre la película que él estaba viendo y luego volvieron a quedarse callados. Aspen sabía que ella estaba allí por un motivo. A pesar de no haberse visto por mucho tiempo, él la conocía muy bien; después de todo, era su amiga de la infancia y, al contrario de lo que muchos pudieran pensar, solo habían sido amigos.
Se habían conocido en la escuela primaria y se habían vuelto inseparables. Su padre era un ex boxeador y tenía un gimnasio; así que, cada vez que se metían en problemas, terminaban allí. Con ella, siempre habían sido buenos tiempos. Virginia tenía la habilidad de hacer a las personas felices; y él lo había sido, hasta que sus padres se divorciaron y ella tuvo que dejar el pueblo. Sin embargo, mantuvieron un contacto esporádico hasta que él fue a la cárcel.
Aspen ya le había contado sobre aquel asunto el primer día de su estadía allí. Era lo menos que podía hacer por ella; era su amiga, podía confiar en ella.
—¿Qué sucede con la chica? —preguntó inesperadamente.
—¿Qué con ella? —replicó Aspen, sin mirarla.
Virginia suspiró y se giró hacia él.
—Sé que te gustan los problemas, pero debo decirte que esto se salió de control.
Él la miró y contempló sus ojos verdes.
—No te preocupes, todo está bien.
Aunque nada estaba bien y ella debió presentirlo, porque le quitó el control remoto y apagó el televisor. Él la miró.
—Aspen, me llamaste diciendo que alguien te estaba siguiendo, que te apuñalaron y que necesitabas un lugar donde esconderte, ¿de verdad crees que no voy a preocuparme?
—Lamento haberte involucrado —murmuró, pasándose una mano por el rostro.
—Cariño, no estamos teniendo esta conversación porque quiera una disculpa, pero me preocupo por ti. ¿Tú estás bien?
Aspen no se apresuró a responder. Quizá debería decirle todo, o seguir pretendiendo que nada se estaba cayendo a pedazos.
—No lo sé —respondió al final—. No estoy seguro de lo que está pasando. No entiendo qué sucede con Ce. Ella no me dice toda la verdad, pero no puedo abandonarla.
—Ella ha cambiado mucho.
—¿La recuerdas?
—¿A las pequeñas niñas ricas? —Virginia lo vio casi sorprendida—. Claro que sí. Ella es la más pequeña. ¿Dónde está la hermana mayor?
Aspen se quedó en silencio.
—Rosie murió.
—¡No puede ser! —titubeó Virginia—. ¡Era menor que nosotros! ¡Tan joven! ¡Tan linda! ¿Cómo...?
—Todos creen que se suicidó, pero Ce está convencida de que su ex prometido la asesinó. Ahora, el tal ex prometido, Eli, está intentando matarla porque sabe que Ce tiene pruebas que podrían declararlo culpable.
Virginia lo miró perpleja.
—¡Dime que estás bromeando! ¿Estás diciendo que su pareja la asesinó y cubrió su crimen con un suicidio?
Aspen asintió.
—¡Eso es terrible y cruel! —ahora Virginia estaba molesta—. ¡Es inaceptable! ¿Qué más sabes? ¿Cuáles son las pruebas? ¿Podemos ayudarle de alguna forma?
Él estaba cansado de hacerse las mismas preguntas y de no tener una respuesta.
—Es todo lo que sé, todo lo que Ce ha querido decirme. Pero hay más, Virginia; aún hay cosas que no encajan —le explicó—. Sin embargo, lo único que obtengo son migajas, y con eso no puedo ayudarla, ¡y me siento tan impotente y enojado! Y necesito saber la verdad; que ella hable conmigo, que confíe en mí, o me volveré loco y...
Aspen no se había dado cuenta de que había alzado la voz hasta que Virginia apretó su mano e intentó calmarlo.
—De acuerdo, tranquilo, tómalo con calma. Respira —murmuró. Ambos respiraron profundamente. Ella le sonrió—. Y ahora vas a contarme lentamente todo desde el inicio.
Y Aspen lo hizo. Le contó desde aquella noche en que había encontrado a Ce en esa carretera hasta como habían intentado atacarlo en el callejón; solo omitió ciertos detalles personales de Ce, como los besos y las noches que durmieron juntos en la posada.
Cuando terminó, Virginia se cruzó de brazos y se quedó en silencio por varios minutos, como si intentara hacer encajar todas las piezas.
—Está bien, entiendo, sólo me falta un detalle —ella lo miró fijamente—: ¿en qué momento te enamoraste de ella? ¿Fue antes o después de que tuvieron sexo?
Aspen la observó perplejo. Debía haberlo imaginado, a Virginia nunca se le escapaba nada. Además, también lo conocía demasiado bien. Ante su semblante, ella sonrió triunfante.
—Veo cómo la miras, Aspen, no hay nada de malo en ello. Ya no es una niña, es una mujer. A pesar de todo lo demás que esté pasando en su vida, merece que alguien la quiera y esté allí para ella. —Luego rio con humor—. Y es completamente tu tipo: contextura delicada, curvas sobrias, piernas largas, piel pálida, rostro hermoso... Sí, definitivamente tu tipo. No tenía escapatoria.
Aspen también sonrió un poco, pero luego su sonrisa se apagó con el peso de sus pensamientos.
—No sé qué hacer con lo que siento. No sé qué más hacer con ella. No es solo la venganza; hay algo que la está carcomiendo por dentro, pero no puedo protegerla de sí misma.
—¿Crees que se siente responsable por la muerte de su hermana?
—Sí, creo que se responsabiliza por ello —afirmó Aspen—. También me sentía culpable por lo que había sucedido con Ben hasta que hablé de ello y entendí que no todo giraba alrededor de mí; hasta que comprendí que todo era un mecanismo para no perder a Ben.
Sí, era eso. Ellos eran más parecidos de lo que ella creía. Lo que Ce tenía era un corazón roto y estaba asustada, no sabía qué hacer con él. Él también tenía un corazón roto, pero sabía que cada persona lidiaba con el dolor de forma distinta; el de Ce era reciente y parecía doler demasiado.
Ella no estaba loca. Lo que Ce tenía no eran dos identidades, eran dos actitudes frente al dolor: la Ce dulce y sabelotodo que bailaba y lo dejaba sostenerla en sus brazos, y la Ce oscura y vengativa que escondía secretos y lo empujaba lejos.
—Si no afronta su situación, no podrá seguir —dijo Virginia.
Él lo sabía, pero no podía obligar a Ce. Así no funcionaban las cosas cuando tu enemigo era tu misma mente. Aspen lo sabía; se había culpado durante mucho tiempo por la muerte de Ben, pero ahora que lo había aceptado, se daba cuenta de que no había sido por Ben, sino por él mismo. Él, quien no podía perdonarse a sí mismo.
Luego de la plática, Virginia se marchó.
Aspen miró televisión por otro rato, pero después se marchó con O. Compró comida, cigarrillos, entre otras cosas. Deambuló de aquí y allá por las calles de Provo. Caminaba atento, pero estaba seguro de que aquel hombre del Sedán no podría encontrarlos; al menos no tan rápido.
Había inspeccionado el móvil que le había quitado, pero no había encontrado nada. Era un teléfono desechable. No tenía más pistas; sin embargo, sabían quién era el responsable. Por ahora, lo más importante era mantenerse a salvo y proteger a Ce.
Cuando regresó al departamento, ella aún no volvía. Por un segundo, Aspen pensó en bajar al estudio de Jules y sacarla de allí, pero sabía que aquello sería muy rudo y estúpido; Ce no le pertenecía. Jules le agradaba, era el esposo de Virginia y los estaban ayudando.
Volvió a suspirar y se metió en la cocina. Cuando Ce regresó, casi una hora después, Aspen estaba terminando la cena. Ella abrió la puerta y él fue a su encuentro. Cuando la vio, nuevamente luchó contra las ganas de abrazarla, pero se contuvo. La observó en silencio y le pareció que su semblante era menos sombrío que el de aquella mañana; incluso parecía un poco más relajada.
Cuando O percibió su presencia, se lanzó contra sus pies, emocionado. Ce lo tomó en sus brazos y lo mimó. O ladró feliz.
Sus miradas se encontraron y, esta vez, ella no intentó huir. A Aspen le pareció un buen presagio. Lo que sea que había hecho con Jules había sido de ayuda.
—¿Tienes hambre? —le preguntó. Ella asintió—. Preparé la cena. Y la respuesta es «sí, sé cocinar»... Antes de que me lo preguntes con tu vocecita sorprendida.
Ella sonrió y lo siguió hasta la cocina. Aspen sirvió la comida, Ce puso la mesa. Había silencio, pero había dejado de ser incómodo, ahora que ella no intentaba ignorarlo.
Conversaron mientras comían. Ce le contó sobre el proyecto de Jules; le habló de las fotografías, las historias y las mujeres. Parecía tan emocionada, fascinada y relajada que Aspen la escuchó embelesado.
Cuando terminaron de comer, ambos recogieron la mesa. Ce lavó los platos mientras él los secaba. Ella estaba de nuevo callada y Aspen le lanzó una mirada de soslayo. Observó su rostro sereno y la elegante columna de su cuello. Se había recogido el cabello corto, pero varios mechones se le escapaban y enmarcaban su cara.
Entonces, actuó sin pensar. Se colocó detrás de ella y la abrazó; sus brazos alrededor de su cintura. Sus labios buscaron la piel cálida y suave de su cuello. Ce se tensó y los cubiertos se le resbalaron de las manos, pero al menos no se molestó ni le pidió que se alejara.
—¿Qué haces? —su voz también sonaba tensa.
—Te estoy abrazando.
Y era cierto. Solo era un abrazo; no buscaba nada más. Solo necesitaba abrazarla, lo había necesitado todo el día.
—Tenemos una discusión. Me gritas, me apuñalan y luego me dejas afuera por dos días, es lo mínimo que puedes ofrecerme.
Ante todo pronóstico, ella se relajó contra él. Aspen la apretó con más fuerza.
—Me alegro de que te hayas divertido con Jules. —Sí, lo ponía celoso, pero también le gustaba que ella estuviera bien—. Puedes confiar en mí también.
Ce bajó la mirada.
—Lo sé. Me lo has dicho muchas veces.
—Y parece que nunca escucharas. Así que lo diré una vez más, y luego otra vez y otra vez...
Ce se agitó en sus brazos y giró hasta poder encararlo. Sus ojos eran de un verde oscuro, agitados e impacientes.
—¿Por qué te quieres seguir involucrando conmigo? ¿No fue suficiente que intentaran matarte?
Aspen frunció el ceño.
—Sí, creo que no me gustó que intentaran matarme, pero si no quisiera esto no me habría detenido en esa carretera aquella noche.
—¿Te arrepientes? —Su mirada lo desafió.
Aspen suspiró. Levantó una mano y le acarició el rostro. Ce se sorprendió y su actitud defensiva se relajó un ápice.
—Si me arrepintiera, ya no estaría aquí —confesó—. Lo siento, Ce, pero no hay nada que me pueda hacer huir de ti. Incluso si nuestras opiniones no son las mismas, seguiré aquí. Aunque te escondas de mí, seguiré aquí. Así que, cuando estés lista para hablar, estaré esperando.
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