CAPÍTULO 13
ASPEN HABRÍA CREÍDO que estaba soñando si todo no se sintiera demasiado real.
Su piel debajo de sus manos. Sus labios sobre los suyos. Su cuerpo dolorosamente excitado. Su calidez. Su mirada. Su sabor aún en los labios.
Ce se irguió sobre él; los hombros hacia atrás y el cabello flotando alrededor de su rostro. Aspen grabó cada detalle: el brillo en su mirada verde, los labios hinchados por sus besos, el rubor en sus mejillas, los pechos firmes y excitados, la cintura estrecha, la curva seductora de sus caderas, los muslos fuertes.
—Tienes un cuerpo hermoso —le dijo, sin poder dejar de mirarla. Su piel era como porcelana, blanca y suave.
Ce frunció el ceño.
—No es voluptuoso.
No, era perfectamente su tipo. Aunque nunca se lo hubiera dicho. Aunque fuera la primera vez que lo aceptara.
—¿Por qué crees que lo voluptuoso es mi tipo? —preguntó él mientras sus manos atrapaban su fina cintura y escalaban por sus costillas hasta sus pechos.
Ella detuvo sus manos y bajó sus brazos a los lados de su cuerpo, sobre las sábanas, molesta con su intervención.
—No me distraigas.
Aspen sonrió y se conformó. Aunque no estaba solo intentando distraerla a ella, sino a sí mismo, al menos lo suficiente como para que el encuentro durará más de cinco minutos. Había estado a punto de terminar cuando Ce se había deshecho entre gemidos y estremecimientos con su nombre como una plegaria.
Ahora ella empezó a acariciarlo. Sintió sus manos sobre sus hombros, moviéndose tentativamente; su toque era un poco inseguro, pero había tal determinación en su mirada que Aspen quiso sostenerla y besarla hasta dejarlos a ambos sin sentido. Sin embargo, se contuvo. La dejó seguir su propia exploración, alcanzar su propia conquista, y permaneció inmóvil mientras ella lo aprendía a través de cada caricia.
Ce bajó por sus hombros hasta su pecho, delineando cada valle y músculo liso. Aspen esperó que ella vacilara ante sus cicatrices, pero se sorprendió cuando Ce redobló su concentración en esa parte de su cuerpo. Primero rozó sus nudillos contra la piel irregular y luego la raspó delicadamente con sus uñas. Aspen se tensó. Sus músculos se agitaron bajo sus manos y su respiración alcanzó un pequeño crescendo.
Ce detuvo sus manos y se inclinó sobre su pecho. Su boca no encontró sus labios, pero sí su mandíbula. Sus miradas se fundieron, sus alientos se mezclaron.
—Ahora solo voy a besarte y tú me dirás cuándo quieres que me detenga, ¿de acuerdo?
Aspen se habría reído en voz alta si hubiera podido, pero no encontraba nada divertido en la forma en que ella había usado sus propias palabras contra él en aquella forma tan sensual o en la forma en que su miembro se presionaba excitado contra su pijama.
Ce posó los labios en su cuello y empezó a descender. Su boca alcanzó sus hombros y besó sus pectorales. Después siguieron sus cicatrices. Aspen hacía mucho tiempo que había dejado de sentir sobre la piel dañada e imperfecta, pero, en ese momento, cuando Ce lamió a través de cada una de ellas, a Aspen le pareció sentir placer hasta en sus huesos.
Ella se acomodó sobre su pecho. Sus curvas se moldearon a su torso y él sintió que sus pequeños pezones se clavaban en su piel. Aspen gruñó. Ce se mordió los labios. Separó más los muslos y sus caderas empezaron a moverse. Él sintió su humedad y su calidez a través de la delgada tela de su pantalón mientras se frotaba contra su cuerpo en esa forma tan inocentemente enloquecedora. Ce danzó sobre su cuerpo. Rozó sus pechos de arriba a abajo, meció sus caderas en un ritmo agonizante y se aferró a sus músculos mientras su boca perseguía su piel y la mordía.
Aspen estaba alcanzado su límite. Un roce más, otro mordisco, un gemido contenido, otro estremecimiento contra su cuerpo... y todo habría terminado.
—Si sigues moviéndote así y vuelves a morderme, esto terminará antes de haber empezado.
Ce se detuvo y lo miró. Sus manos escalaron por su cuerpo y se sostuvo sobre su torso. Aspen le regresó la mirada, observando las diversas tonalidades de verde en sus ojos. Luego estudió su boca, rosada y suave.
Quería besarla.
Y ambos debieron pensar lo mismo, porque al siguiente instante, su boca estaba conquistado la suya. Luego desapareció. Sus labios desaparecieron demasiado pronto.
Se alejó, pero sus manos lo encontraron y lo acariciaron a través de la tela. Uno, dos, cinco segundos. Y luego ella lo liberó. Sus dedos se cerraron alrededor de su dureza y su mano se sintió demasiado caliente contra su piel excitada y húmeda.
A Aspen le pareció el cielo y el infierno.
Cerró los ojos y gimió. Todos sus músculos en tensión. Su respiración contenida. Su toque era un poco inexperto e inseguro, pero continuó acariciándolo. Él la observó. Sus ojos brillaban con determinación, pero estaba tensa, como si temiera hacerle daño o hacer algo que le disgustara. Lo que Ce no sabía es que la sola imagen de ella tocándolo estaba dándole un placer tan intenso que le dolía la mandíbula al apretarla con tanta fuerza para contenerse.
—Grace... —su nombre se le escapó en un susurro.
Ce encontró su mirada.
—No me gusta el placer unilateral —dijo ella inesperadamente—. Quiero hacerte sentir bien. Enséñame.
Y Aspen lo hizo.
Tomó su mano en la de él y le enseñó lo que le gustaba, lo que lo hacía estremecer y lo que lo hacía gemir. Su cuerpo era demasiado honesto con ella. La deseaba, la deseaba como no recordaba haber querido a alguien antes y, aunque él aún se negaba a aceptarlo en voz alta, su cuerpo no podía mentirle. Quería que ella supiera que la necesitaba. Quería obtener lo que más pudiera de ella.
Ce le había pedido que no la distrajera, que no la tocara, pero Aspen la necesitaba. Así que la buscó y sus dedos la encontraron apretada, caliente y resbaladiza. Ce gimió. Aceptó sus dedos y se movió contra ellos. Su agarre sobre él vaciló unos segundos, pero se acopló al ritmo que Aspen estaba marcando al tocarla.
Sus cuerpos se movieron al unísono, tensos y necesitados.
Aspen estaba al filo del abismo y, por los gemidos de Ce, sabía que ella también lo estaba. Entonces se levantó, agarró a Ce de la cintura y la acomodó en su regazo. Sus sexos quedaron presionados entre sus cuerpos. Ambos dándose placer y buscando su liberación en el otro.
Ce se apretó contra su cuerpo, gimió y suspiró su nombre en cada respiración. Aspen la besó, la sostuvo y observó cómo se deshacía en sus brazos por segunda vez. Unos segundos después, él la siguió. Se corrió sobre su vientre con todos los sentidos inundados por ella. Después se dejó caer en la cama, aún enredados.
Sus respiraciones se calmaron, sus cuerpos se relajaron y ambos recuperaron el aliento. Cerró los ojos y se concentró en el latido de sus corazones.
Estaba empezando a sentirse somnoliento, cuando percibió que Ce se tensaba entre sus brazos. Ella no dijo nada, pero Aspen casi podía anticipar el momento de su huida. En silencio, se separó de ella y salió de la cama. Luego entró en el baño, se aseó con una toalla, y se acomodó el pijama.
Esperó.
Le dio un par de segundos. Se preparó para escuchar pasos apresurados y la puerta cerrarse. Esperó y esperó. Pero cuando nada de eso ocurrió, mojó otra toalla y regresó a la habitación. Ce seguía en la cama, pero se había sentado y se había puesto el pijama.
Aspen intentó leer su semblante. No parecía querer huir, pero había tal inocencia e inseguridad en su rostro, como si no supiera qué hacer, que Aspen se conmovió y respiró aliviado.
Él caminó hasta la cama y se agachó frente a ella. Ce lo miró confundida y luego perpleja cuando tiró del dobladillo de su pijama y limpió su semen con la toalla húmeda. El gesto se sintió tan íntimo que le temblaron las manos. Ce no dijo nada.
Cuando terminó, Aspen dejó la toalla y se metió en la cama con ella, bajo las sábanas. Sus manos la buscaron y, para su sorpresa, Ce se acercó. Dejó que la refugiara entre sus brazos y se ciñó a su cuerpo. Luego, con la mejilla contra su pecho, se quedó dormida.
Aspen luchó un poco más contra el sueño. Contempló su rostro hermoso y pacífico. Le acarició el cabello, la espalda y le besó la frente. Entonces, suspiró. Disfrutó de su calidez y su cercanía. Y se dejó arrastrar por el sueño.
Mañana pensaría en las consecuencias.
~~*~~
ERA LA PRIMERA VEZ que Ce amanecía con alguien luego de tener sexo. Y la sensación le pareció mágica.
Abrir los ojos y ver un atisbo de cabello o una porción de piel. Sentir un cuerpo tibio contra la piel y un brazo enredado alrededor de la cintura. Escuchar una respiración lenta acompasando otra y un corazón calmado latiendo al unísono...
Sí, podía parecer ridículo, pero a ella le parecía mágico.
Ce se tomó varios segundos para disfrutar de la sensación y de los sentimientos que despertaban en ella.
Cuando estaba con Markus, él nunca se quedaba. Siempre tenía algo pendiente, siempre tenía algo que estudiar o algún nuevo debate que terminar. Siempre había algo más importante. Pero a Ce aquello nunca le había importado, ella lo entendía porque también estaba ocupada. Su relación siempre había sido simple. A Markus le gustaba ella y Ce lo había aceptado. Luego todo había comenzado. Un par de citas, besos y encuentros. Cuando estaba con él, sus encuentros eran un poco fríos, presurosos y calculados, pero eso le había enseñado a no sentir vergüenza.
Nunca había pensado que había algo malo en su relación. Nunca había creído que algunas cosas si habían importado, al menos no hasta la noche anterior y esa mañana.
Sin embargo, en ese momento, Ce lo supo.
Tal vez todas las veces que él ponía algo sobre ella sí le habían molestado. Tal vez cada vez que él cancelaba una cita sí le había importado. Tal vez todas las veces que Markus se iba de la cama y la dejaba sí habían roto un poco su corazón. Tal vez había estado conformándose con lo que creía suficiente, con lo que consideraba merecer.
Pero había estado equivocada.
Ella se distrajo cuando Aspen se agitó a su lado. Ce lo miró.
Estaba dormido boca abajo; su rostro girado hacia ella, uno de sus brazos sobre su cabeza y el otro bajo su camiseta rosada. Sus dedos se sentían cálidos contra su vientre. Su cuerpo ya se había acostumbrado a él.
Ce lo observó dormir y le apartó unos mechones de la frente. Su mirada estudió su rostro: desde las largas pestañas hasta la forma de sus labios.
—No puedo dormir si me miras fijamente —dijo él, de repente.
Aspen se agitó y abrió los ojos muy despacio. Sus miradas se encontraron. El azul en sus ojos estaba claro y brillante. Ce pensó unos segundos en la forma en que ese mismo azul se oscurecía cuando estaba excitado. Se regañó y pensó en otra cosa.
—Voy a cambiarme y luego bajaré a desayunar. ¿Vienes?
Aspen negó, hundiendo la cabeza en la almohada. Los mechones rebeldes de cabello castaño claro volvieron a cubrir su frente.
—Dormiré un poco más.
Ce asintió y esperó a que él apartara su brazo y la dejara libre.
—¿Ce?
Su corazón dio un pequeño saltito.
Ella lo miró sobre su hombro al sentarse y sus miradas se enfrentaron durante un rato. Ce no podía saber en qué estaba pensando, pero se preguntó si él estaría recordando la noche anterior, porque ella lo estaba haciendo y su cuerpo también parecía recordarlo.
Mentiría si dijera que estaba arrepentida.
—Nada. —Suspiró.
Probablemente era mucho, pero mintió por el bienestar de los dos.
Ella también lo dejó ir. Era mejor no pensar demasiado ni agobiarse por las consecuencias. Ambos eran adultos. Ambos sabían que solo tenían ese corto tiempo. Ninguno podía pedir más, ambos debían aceptarlo y cuidar lo que entregaban de sí mismos.
Ce se marchó.
Regresó a su habitación, se duchó, se cambió de ropa y bajó a desayunar.
En la pequeña cafetería, había un par de personas ocupando las mesas. Ce saludó y continuó su camino. El señor Patterson estaba sirviendo los desayunos. Ce pidió una avena y se sentó en su mesa de siempre con Sarah y Mina.
La niña llevaba su diadema decorada y mecía las piernas sobre la silla, contenta. O estaba dormido bajo sus pies. Cuando percibió a Ce, se emocionó y se levantó en dos patas para que lo cargara. Ce lo acomodó en su regazo.
—Estás radiante esta mañana —comentó Sarah y le sonrió con cariño.
Ce se sorprendió un poco, pero le devolvió la sonrisa y se dispuso a comer su avena.
—La tormenta fue inesperada, igual que el apagón. ¿Tú y Aspen pudieron dormir sin problemas?
Ce la miró.
Había olvidado por completo lo del apagón. La luz debía haber regresado en algún momento de la madrugada. Además, no había tenido pesadillas esa noche. Ni siquiera recordaba la última vez que había dormido tan tranquila. Era inesperado, pero se sentía muy bien.
—Sí, sin problemas —respondió con naturalidad, aunque sus mejillas se calentaron un poco.
Si Sarah notó algo en su semblante, fue considerada y modesta para no decir nada. En su lugar, sonrió y cambió la conversación hacia el autocinema y la feria. Ce le relató la experiencia, intercambiaron un par de comentarios y rieron.
Cuando el desayuno terminó, se despidió y salió con O hacia el parque.
El pueblo estaba tranquilo. Los negocios empezaban a abrir sus puertas y las personas comenzaban sus actividades diarias. El ambiente era cálido y fresco. Ce caminó despacio, disfrutando de aquella calma y aquel estilo de vida sin prisas.
Dejó a O libre en el parque y ella se sentó a leer.
Llevaba días intentando terminar esa novela de suspenso; era extraño, porque nunca solía demorarse tanto en una novela. Sin embargo, cada vez que trataba de concentrarse, su mente divagaba. No podía encerrarse en su burbuja porque, cada vez que lo hacía, Aspen la reventaba.
Sus pensamientos giraban en torno a él. Como el día anterior, como ese día, como en ese momento.
Recordó la noche anterior. Cada palabra, cada mirada, cada beso y cada caricia... Aunque su relación no tuviera etiquetas y quizá hubiera sido solo sexo, para ella había sido especial. Ni siquiera su primera vez había sido tan memorable y satisfactoria. Sin embargo, Aspen la hacía sentir especial. Era él. Era bueno con ella, era amable y protector y...
«Quizá debería decirle la verdad».
No era la primera vez lo pensaba. Sabía que lo estaría incriminando, pero sentía que era lo justo. Aquel viaje lo estaban realizando los dos y, aunque Ce no estaba segura de poder hablarle de todo, podría decirle lo esencial para que él la entendiera, para supiera que no había otro camino que esa venganza.
Ce suspiró.
Estaba observando cómo O correteaba detrás de las palomas cuando lo sintió. Ahí estaba de nuevo la sensación de ser observada.
Sus ojos recorrieron el parque.
Había varias personas, pero todas estaban concentradas en sus propias actividades, así que estudió la calle: estaba desierta, a excepción de un Sedán oscuro con vidrios polarizados. ¿Había estado ese auto allí cuando llegó?
Sus ojos intentaron divisar al conductor, pero era irreconocible. Aquel auto podía haberle pasado desapercibido, pero la sensación de incomodidad incrementaba cuando miraba hacia esa dirección.
Entonces, sonó su celular.
Ce se sobresaltó. Su corazón parecía querer salirse de su pecho mientras buscaba su teléfono con manos temblorosas. Contestó sin pensarlo y la voz que escuchó al otro lado le heló la sangre.
—Grace.
Era Eli.
Un estremecimiento se deslizó por su piel y Ce estuvo tentada a colgar. Él siguió hablando; su voz profunda y serena, como la recordaba.
—Finalmente te encuentro. ¿Cambiaste de celular? Tu viejo contacto estaba desactivado. Tus padres amablemente me dieron tu nuevo número.
Ce tragó con fuerza. Sentía un nudo en la garganta que amenazaba con asfixiarla, pero intentó hablar porque no le temía, porque lo odiaba.
—¿Qué quieres? —su voz sonó fría y desinteresada.
—¿Por qué tan hostil, Grace? Solo te llamo para felicitarte por tu cumpleaños.
—No tenías que molestarte —masculló ella.
—Grace, ¿cómo crees que me olvidaría de ti? —Eli suspiró y su tono se cargó de tristeza—. Prácticamente nos volvimos familia.
Sus palabras se clavaron en su pecho y Ce apretó su mano en un puño, clavándose las uñas con fuerza para no gritar.
—¿Qué quieres, Eli? —escupió cada palabra—. Estoy ocupada. —No pudo contener los sentimientos en su voz. No quería.
—¿Con la universidad? —preguntó—. Porque me parece un poco extraño.
—¿Qué cosa?
—Ayer envié un bouquet de flores a tu dormitorio, pero el mensajero no pudo entregarlo porque no podía encontrarte —Ce se tensó—. Fue muy extraño, ¿no crees?
—No lo sé. Estuve en la biblioteca todo el tiempo —mintió.
—¿En la biblioteca? —Eli rio. Fue un sonido suave, pero nada divertido—. Debí imaginarlo, ¿no crees?
—¿Eso es todo?
Ce no quería sonar desesperada ni nerviosa, pero él estaba llevándola al límite con aquella conversación trivial, sobre todo porque sabía que aquella llamada no tenía nada de trivial. Él la había llamado por una razón y no iba a escapar hasta haber cumplido su objetivo.
—No, no es todo —su tono se endureció, dejando muy claro que no era el final hasta que él lo decidiera.
Hubo un largo minuto de silencio antes de que Eli volvió a hablar. Su voz seguía siendo profunda y serena, pero ahora también había un peligro velado en cada una de sus palabras:
—¿Sabes, Grace? Siempre me agradaste. Eras directa y honesta conmigo, es lo que más me gustaba de ti. ¿Por qué no lo eres ahora?
—¿De qué hablas?
—¿Por qué no dejamos de engañarnos? —su voz estaba poniéndola cada vez más nerviosa—. Por favor, Ce, nos conocemos de casi toda una vida. No tenemos que fingir ahora.
—Voy a colgar.
—¿Tus padres saben que no estás en Brown?
Ce se congeló. Su corazón pareció latir más lento. Su respiración se deshizo. Su cabeza se volvió un hervidero de preguntas ofuscadas y pensamientos desesperados.
—¿Saben qué estás haciendo? ¿Saben con quién estás?
Ella no se apresuró a responder. Él estaba retándola. Quería que perdiera el control. Quería asustarla. Ce se obligó a recuperar la calma. Sabía que lo que dijera a partir de ese momento marcaría su destino.
Su voz fue fuerte y firme cuando volvió a hablar:
—Lo que haga con mi vida no es de tu incumbencia.
—Es cierto, no lo es, pero una sola llamada a tus padres y eso acabaría con tu libertad por un tiempo, ¿no crees? Tú sabes lo dramáticos que pueden ser.
—¿Qué quieres?
Ce no quería hacer un pacto con él, no quería tener nada que ver con él, pero la había arrinconado. Era cierto: si sus padres sospechaban, la buscarían hasta el final y su libertad se terminaría y su plan no habría servido de nada; sus promesas volverían a quedar en el aire.
Al otro lado, Eli guardó silencio por unos segundos.
—Ocho meses atrás, te hice una pregunta y mentiste. Ahora, volveré a hacerlo y quiero que me respondas con la verdad. Entonces, guardaré tu secreto.
A Ce se le detuvo el corazón, pero esperó.
—Aquel día, luego del funeral, se perdieron algunos... —Eli hizo una pausa, como si pensara en la manera más adecuada de decirlo— objetos de Rosie de nuestro departamento. ¿Fuiste tú?
Ce había esperado esa pregunta. Había pensado muchas veces en ese momento. Y ahora tenía demasiadas cosas que decirle, pero solo tres palabras traspasaron sus labios:
—No fui yo.
Ella recordó sus ojos grises, oscuros como el acero, mirándola, enfrentándola, como aquella tarde en medio del cementerio. También la había cuestionado y Ce no había entendido cómo él podía saber del secreto de Rosie. Sin embargo, ella no había sentido miedo en ese momento; en cambio, había experimentado un odio muy profundo, una rabia peligrosa. Ahora tampoco sentía miedo porque ambos podían jugar a ese juego.
Si él iba a acorralarla, ella también lo podía acorralar.
—¿Es todo?
Eli rio ante su impaciencia, pero le pareció un sonido forzado y contenido.
—Está bien, Grace. De nuevo te creeré y guardaré tu secreto. Solo... ten mucho cuidado. Algo inesperado podría suceder, y tú sabes cómo disfruto la adrenalina de lo incierto.
Luego colgó.
Ce se quedó inmóvil. Su corazón estaba enloquecido. Sus dedos temblaban.
Bajó el celular y lo guardó en su bolsillo. Intentó calmarse, pero había una sensación de inquietud que no podía sacarse de la piel, como si el peligro aún no hubiera pasado, como si...
«¿Tus padres saben que no estás en Brown?»
Ce mantuvo la mirada al frente, aparentando indiferencia, pero sabía que todavía estaba siendo observada. Por el rabillo del ojo, divisó el Sedán negro aún estacionado en la calle.
«¿Saben qué estás haciendo? ¿Saben con quién estás?»
Su pecho se contrajo.
«¡Es imposible!»
Se levantó de la banca y caminó hasta O para cargarlo en brazos. Sus movimientos fueron tranquilos y naturales mientras salía del parque y enfilaba la calle. Pasó junto al Sedán, pero no le dirigió ni una sola mirada. Siguió caminando y caminando hasta que encontró una pequeña panadería. Ordenó un café y se sentó en la mesa más alejada de la entrada.
Entonces, esperó. Cuando la camarera le trajo su pedido, Ce la detuvo.
—Disculpa, ¿podrías decirme si hay un sedán negro afuera? —le dijo a la camarera—. Es que estoy esperando a alguien.
La mujer se acercó a la entrada y estudió la calle. Ce sentía el corazón en la garganta. La camarera regresó con una sonrisa cordial.
—Sí, está estacionado al frente.
Ce se estremeció, pero le ofreció una ligera sonrisa de labios apretados. Cuando la camarera se marchó, Ce sacó su celular y buscó el Instagram de Aimee. Su última publicación hacía apenas unas horas era un carrusel de imágenes donde aparecía ella, Eli y unos amigos en una fiesta.
No podía ser él, pero alguien la estaba siguiendo. El muy maldito había contratado a alguien para que la siguiera. ¡Maldita sea! ¿Desde cuándo la estaría siguiendo? ¿Cómo es que no se había dado cuenta?
Ce pagó el café y se levantó, pero en lugar de ir hacia la puerta principal, buscó una salida de emergencia. La pequeña puerta estaba junto al baño y daba hacia un callejón. Ce tomó esa salida, apretó a O contra su pecho y salió corriendo hacia la posada.
Necesitaba obtener toda la ventaja que pudiera. Necesitaba escapar antes de que, quien sea que la estuviera siguiendo, volviera a encontrarla.
No había nadie en la recepción cuando entró en la posada y Ce lo agradeció porque así no tendría que dar explicaciones de por qué corría como si la estuvieran persiguiendo. Ingresó en su habitación, dejó a O en su cama y buscó a Aspen.
Él estaba aún durmiendo. Su cuerpo enredado en las sábanas. Sus brazos alrededor de una almohada. Ce no esperó: se lanzó contra él y empezó a sacudirlo.
—¡Aspen! ¡Aspen, levántate! ¡Tenemos que irnos!
Aspen se agitó en la cama entre confundido y molesto.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Ce caminó hasta el armario y empezó a sacar toda la ropa y a lanzarla a la cama. Aspen se sentó; cada segundo estaba más preocupado.
—¿Qué haces? —preguntó, cuando ella le arrojó su maleta. Ce no lo miró—. Ce... ¿Vas a decirme...?
—No tenemos tiempo ahora. Te lo explicaré después, lo prometo.
—Pero...
Ella se acercó a la cama. Sostuvo su rostro entre sus manos y lo miró fijamente a los ojos.
—Aspen, tenemos que irnos ya.
No podía saber lo que él pensaba al mirarla, pero su semblante debió lucir tan desesperado y desquiciado que Aspen se rindió y suspiró.
—Está bien. Confiare en ti.
Ce asintió agradecida. Le dijo que terminara de empacar y regresó a su habitación. Ce recogió sus cosas a las prisas y tiró todo dentro de su maleta, asegurándose de que la tela de terciopelo estuviera segura.
Unos minutos después, Aspen entró en la habitación y la ayudó con la maleta.
—¿Qué hay de O? —inquirió él.
Ce se detuvo abruptamente y miró hacia la almohada, donde el pequeño cachorro se había acostado desde su llegada. Se había quedado allí tranquilo, sin moverse y no había ladrado en todo ese tiempo, como si comprendiera que importante estaba pasando.
Los ojitos de O se clavaron en ellos. Ce sintió que se le oprimía el corazón y le dio la espalda. Agarró su bolso y revisó que todo estuviera en orden mientras Aspen sacaba sus maletas. Desde la entrada, llamó al cachorro y este corrió hacia ellos.
—O es nuestro y viene con nosotros —dijo y lo apretó contra su pecho.
Cuando llegaron a la recepción, los Patterson estaban allí. Se sorprendieron cuando los vieron presurosos y con maletas.
—¿Sucedió algo? —preguntó Sarah.
—Sí, es que... Lo que pasa... —titubeó Ce. No había pensado en algo coherente que decir, sobre todo porque no quería preocuparlos.
—Mi padre tuvo un accidente —intervino Aspen con calma—. No es grave, pero mi madre está sola en San Francisco y necesita nuestra ayuda.
Sarah se conmovió y lo abrazó. Ce le dirigió a Aspen una mirada agradecida.
—Espero que se recupere pronto. Cuídate mucho.
Luego, Sarah abrazó a Ce. Ella se sorprendió, pero le devolvió el abrazo. Mina también apareció y se despidió de ellos, en especial de O. Por unos segundos, Ce estuvo tentada a dejar a O con ellos. Sabía que estaría bien, que sería feliz; estaría seguro y protegido de todo el desastre que ella representaba. Pero se dio cuenta de que no podía; estaba cansada de alejar aquello que más quería para protegerlo, le dolía el corazón de solo pensarlo. Así que se tragó las palabras.
Se marcharon cuando terminaron de despedirse. Ce había buscado el Sedán por todos lados, pero no había rastro de él. Estaba tensa, su cuerpo rígido contra el asiento y sus manos inquietas sostenían a O sobre su regazo.
Cuando Aspen salió del pueblo y enfiló hacia la carretera, Ce intentó relajarse un poco, pero el silencio era espeso. Ce miró a Aspen: estaba concentrado en la carretera; también estaba tenso y preocupado, lo sabía por la forma de su cuerpo y la expresión en su rostro.
Ce estaba pensando en estirar una mano y tocarlo, cuando su voz la atravesó:
—Hay un auto siguiéndonos.
Aspen estaba observando el retrovisor y ella siguió su mirada. El Sedán negro venía a toda velocidad a solo un par de metros. Ce lo miró pasmada, sin saber qué hacer o decir, pero Aspen no despegó la mirada de la carretera.
—Ponte el cinturón de seguridad —le dijo—. Puede que no sea nada.
Ella lo obedeció enseguida. Recogió su bolso y acomodó a O en el interior. El cachorro también estaba angustiado, así que lo abrazó con fuerza.
Aspen empezó a acelerar. Toda su concentración puesta en el camino.
Desde el retrovisor, Ce vio al Sedán acelerando. Esta vez, no intentó ocultar su objetivo: estaba persiguiéndolos. Eran los únicos autos en la carretera. No había dónde huir y esconderse.
Entonces, el Sedán los alcanzó, se colocó en su lado izquierdo e intentó golpearlos. Aspen evitó el golpe con un movimiento rápido del volante. Aceleró un poco más, pero ambos autos estaban llegando al límite.
El Sedán no dio tregua. Aspen esquivó otro golpe, pero el tercero los rozó y el Camaro se desequilibró peligrosamente. Sin embargo, Aspen mantuvo el control. Ce sabía que estaba dándolo todo; estaba intentando salvar sus vidas, mientras ella era la responsable de ponerlas en peligro.
Aspen tampoco se rindió. Hubo otros dos golpes que logró evitar mientras Ce se contenía para no gritar. Pero su grito salió desesperado cuando el Camaro se salió de la carretera y patinó sobre la arena, dando vueltas y vueltas. Ce intentó sostenerse, pero la fuerza del impacto hizo que se golpeara la cabeza contra el vidrio de la ventana. Su voz murió en sus labios y sintió que su mente se desconectaba.
Todo lo demás se convirtió en una mancha borrosa frente a sus ojos. El sonido de las llantas, los ladridos lastimeros de O, la voz lejana de Aspen... Todo se perdió en una niebla de olvido que la arrastró lejos.
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