CAPÍTULO 12

CE SENTÍA QUE su corazón no lo resistiría.

Salió corriendo del restaurante y se detuvo a unos metros de la entrada para intentar recuperar el aliento; su respiración aún alborotada, su vientre agitado. Su teléfono había dejado de sonar y Ce lo observó mientras se mordía los labios.

Si no los hubieran interrumpido, Aspen la habría besado de nuevo. Y lo peor era que ella lo habría besado de vuelta, a pesar de que le había dicho que ella era una mala opción y de estar consciente de que involucrarse con él solo le traería problemas a ambos.

Esta vez, cuando volvieron a llamarla, Ce respondió. Escuchó la voz de su abuelo al otro lado y se sintió aún más mortificada.

—Hola, abuelo —lo saludó, intentando sonar feliz y convincente.

—Hola, querida. ¡Feliz cumpleaños! ¿Lo pasaste bien, cariño? ¿Cómo estuvo tu día?

Ce estuvo a punto de mentir, pero se detuvo. En el pasado, cuando sus abuelos le hacían esa misma pregunta en cada cumpleaños, Ce solía mentir. Sin embargo, se dio cuenta, casi perpleja, de que no tenía que hacerlo, no esta vez.

—Hoy... hoy fue un día muy especial, abuelo. Estuve en un autocinema por primera vez y vi películas clásicas, fueron muy buenas. Y luego fui a una feria. Había mucha gente y cometas en el cielo y muchos juegos; no gané ninguno, pero fue genial. El juego de derribar botellas fue mi favorito; derribé tres bloques de cinco, solo me faltó un poco.

Su abuelo rio y Ce también porque, hasta ese momento, no se habían dado cuenta de cuán alegre y feliz se sentía.

—Suenas muy emocionada, cariño, ¡qué gusto! Me alegra que hayas celebrado tu cumpleaños de esa forma. ¿Fuiste con tus compañeros? Ellos debieron planearlo muy bien para ti.

—¡Sí, me divertí mucho y fue tan inesperado! Fue... fue... —Ce se detuvo abruptamente y volvió a repasar las últimas palabras de su abuelo:«Debieron planearlo muy bien para ti».

De pronto, algo no tuvo sentido y una idea se instaló en su mente, una idea muy loca.

Ce suspiró.

—Abuelo, tengo que irme ahora. Llamaré luego. Realmente me divertí hoy. Los amo. No me extrañen tanto.

Ce guardó el celular en el bolsillo de su pantalón y se dispuso a entrar en el restaurante, pero entonces algo cambió en el ambiente y Ce se estremeció.

No algo, alguien.

Alguien estaba observándola. Había alguien detrás, muy cerca. Podía sentir sus ojos en su espalda. Podía...

Se dio vuelta de sopetón.

Sus ojos se adaptaron a la noche y escudriñaron la calle vacía frente a ella. No había ni un alma y, aun así, Ce no pudo quitarse la sensación de la piel.

—¿Sucede algo? —la voz llegó desde atrás.

Su cuerpo se tensó, pero se relajó al reconocerla. Ce miró a Aspen mientras él se acercaba con su chaqueta en un brazo y O en el otro. El cachorro ladró feliz al reconocerla. Ce se calmó y lo cargó en sus brazos.

Por unos segundos, Ce se había olvidado de la conversación con su abuelo, pero cuando Aspen le sostuvo la puerta abierta del copiloto, lo recordó y frunció el ceño.

—¿Cómo lo supiste? —lo encaró.

Aspen la miró perplejo y, por unos segundos, eso le pareció suficiente para probar su inocencia. Sin embargo, lo conocía mejor y no iba a dejarse engañar.

—¿A qué te refieres?

Ce entrecerró los ojos y lo miró sin ceder. Tenía la acusación escrita en su rostro, él sabría de qué estaba hablando solo con mirarla. Y Aspen entendió, porque empezó a sonreír lentamente, como si le hubiera ganado en algún juego secreto.

Aspen suspiró. Cerró la puerta de Kiki y caminó hacia ella hasta que Ce se apoyó contra el lateral del Camaro.

—Casualmente el cumpleaños de mi madre coincide con el tuyo. Cuando vivíamos en Chatham, a ella le encantaba celebrarlo, pero tú... Tus abuelos decían que huías de casa. Nunca lo olvidé.

Aspen apoyó sus manos a los lados de su cuerpo y se inclinó hacia ella. Sus miradas se encontraron. Ce se apretó contra el metal frío del auto. Él continuó:

—Si lo hubieras sabido, nunca habrías venido conmigo y, entonces, nunca te habría tenido por un día. Espero que haya sido lo suficientemente bueno para ti como lo fue para mí. Feliz cumpleaños.

Ce se sintió confundida, mareada, conmovida. Y no estaba acostumbrada a sentirse así, ni a que sus labios temblaran, ni a que sus piernas se sintieran débiles. Y lo odiaba.

Odiaba que las murallas que había mantenido a su alrededor por tanto tiempo empezaran a tambalearse. Odiaba no saber en qué momento había permitido que se agrietaran. Y se odiaba por no saber si podrían volver a ser lo que eran antes de encontrarse.

—No tenías que hacerlo —murmuró—. Gracias.

—Mereces cosas especiales, Ce, aunque creas no merecerlas.

Ce corrió el rostro.

La mirada de Aspen era demasiado para ella en ese momento. Sin embargo, quería decirle muchas cosas. Quería hacer muchas cosas, pero todo se perdía en una espiral de pensamientos sin fin.

—Regresemos a la posada.

~~*~~

LA TORMENTA LLEGÓ de forma inesperada.

Ce estaba despierta en la cama; no podía conciliar el sueño. Se sentó, encendió la luz de la mesita y abrió la novela que había empezado hacía unos días. Intentó leer, distraerse un poco, pero estaba intranquila e inquieta. Por eso decidió tomar una ducha. Se lavó el cabello y el cuerpo con agua fría y se enfundó una camiseta rosada con un texto que decía «Small titties, big heart», que le cubría hasta los muslos.

Contempló su reflejo en el espejo e hizo una débil mueca. Ce sabía que no era una mujer sexy o atrevida.

Sin maquillaje y con el cabello mojado pegado al rostro, lucía como una adolescente perdida dentro de una camiseta extragrande. Nunca se había preocupado mucho por su apariencia, sobre todo porque siempre parecía haber algo más importante en qué preocuparse. Sin embargo, ahora le molestaba. De pronto, le importaba e incomodaba pensar que eso era lo mejor que podía ofrecer de sí misma.

Suspiró, hizo una ligera mueca y regresó a la habitación. Miró a su alrededor, sin moverse. La cama, la ventana, el techo...

El silencio le parecía demasiado sofocante. El reloj marcaba el último cuarto para las once, pero cada minuto parecía eterno. Toda la noche le había parecido agonizante desde que habían regresado de la feria, como si su mente se resistiera a volver a la realidad, como si se negara a aceptar que el día estaba llegando a su fin.

Al volver, Mina había quedado encantada con su diadema y la funda de peluches. La niña le había preguntado si podía quedárselos y, por un segundo, Ce quiso decirle que no, salir corriendo y encerrarse en su habitación con los premios que Aspen había ganado para ella. porque eran suyos; era la primera vez que alguien ganaba algo por ella. Sin embargo, sabía que aquella hubiera sido una actitud muy infantil.

Además, no los necesitaba.

Quizá si su vida fuera otra, si viviera en otro momento, podría conservarlos como un lindo recuerdo. Pero, por ahora, debía conformarse con su memoria, el recuerdo de aquel día especial, de películas clásicas, juegos y diademas con orejas de gatos. El recuerdo del primer cumpleaños del que no escapó. El recuerdo de aquel corto tiempo y...

Un trueno golpeó la tierra con fuerza y las luces se apagaron. La habitación se quedó en penumbra.

Ce maldijo y un escalofrío se deslizó por su espalda. No le temía a la oscuridad, pero tampoco le gustaba. Le provocaba recuerdos con los que se sentía inquieta y desprotegida.

Se levantó de la cama y se desplazó con cuidado mientras sus ojos intentaban enfocar la puerta que separaba su habitación de la de Aspen.

—¿Aspen?

No podía escuchar ningún sonido, aparte de la lluvia que caía sobre el tejado y contra los cristales de las ventanas. Ce avanzó tambaleante hacia la puerta.

—¿Aspen?

Ce tocó y abrió la puerta, asomando apenas la cabeza en el interior. Su mirada intentó ajustarse.

La cama estaba vacía, pero encontró a Aspen mirando por la ventana. Estaba de espaldas y la débil luz de la luna ondulaba sobre su espalda y sus brazos desnudos.

Ella estudió su postura relajada y la fortaleza de su cuerpo. Capturó cada línea y cada músculo, cada trozo de piel que no cubría el pantalón oscuro de su pijama. Y, de pronto, Ce se preguntó si alguna vez había querido aprender a alguien como quería hacerlo con Aspen.

Su memoria regresó tiempo atrás y pensó en Markus. Tan diferente a Aspen...

Donde Markus era piel pálida, músculos lisos y facciones suaves, Aspen era piel dorada, músculos duros y facciones marcadas. Y luego estaban el tatuaje y las cicatrices: el maravilloso fénix renaciendo con nuevas oportunidades; las cicatrices imperfectas de un sobreviviente.

Ce pensó en cada detalle, en cada contraste y, entonces, lo entendió.

Markus palidecía comparado con Aspen.

Aspen era diferente. Era alguien mejor. Y lo deseaba. Se obligó a aceptarlo: lo deseaba.

Aunque fuera la primera vez que se sentía así, estaba segura. Aunque no comprendía desde cuándo o las razones, estaba segura porque quizá jamás había deseado a Markus, porque lo que sentía ahora era diferente de lo que había sentido alguna vez.

Aspen le hacía experimentar cosas extrañas a su cuerpo.

Cuando la miraba, podía hacer que se estremeciera. Cuando la tocaba, no podía evitar sentir que su piel ardía. Y cuando le sonreía, podía hacer que su corazón se acelerara. Y también le hacía cosas extrañas a su mente porque en lo único en lo que podía pensar cuando estaban solos era en lo mucho que quería que la abrazara, la besara y la tocara como aquella noche en el balcón, como aquel breve momento en la pista de baile. Quería que fuera él mismo, sin restricciones, recorriendo su piel con sus labios, marcándola, reclamándola, con sus manos y con su cuerpo.

—¿Vas a entrar o vas a quedarte allí el resto de la noche?

Ce se sobresaltó. Su corazón dio un brinco mientras sus ojos se topaban con los suyos. Se sonrojó y agradeció la oscuridad. Entró y cerró la puerta con toda la naturalidad y el desinterés que pudo reunir.

Su rostro fue inalterable ante la mirada de Aspen, quien la siguió hasta que se sentó sobre la cama.

—No puedo dormir.

Aspen se cruzó de brazos y se apoyó contra la ventana, observándola en silencio. La luz que se filtraba por la ventana caía directamente sobre ella, así que la veía con claridad.

—Lindo pijama —dijo, después de un largo silencio.

Ce bajó la mirada. «Small titties, big heart». Se tragó una maldición y sintió sus mejillas calientes por la vergüenza. Prefirió guardar silencio y apartar los ojos de Aspen, de la sonrisa burlona en su ridículamente atractivo rostro, de los músculos marcados de sus brazos y su pecho.

Sobre la cama, encontró la novela que le había prestado. Ce la tomó en sus manos y observó la portada de Crónicas Marcianas, de Bradbury. El separador marcaba poco más de la mitad.

—Estaba leyendo antes del apagón —dijo Aspen, acercándose.

—¿Te está gustando?

Él se sentó a su lado.

—Está bien, pero creo que prefiero a Asimov.

—¿Has leído a Asimov? —Los ojos de Ce se abrieron desmesuradamente entre asombrada y curiosa.

Aspen rio.

—¿Por qué siempre suenas tan sorprendida cuando descubres algo nuevo sobre mí? ¿Tan increíble es que también disfrute leer de vez en cuando?

—No me parecía que leyeras ciencia ficción cuando fumabas en el parque —dijo Ce, pensando en el pasado.

—Leí mucho en prisión. Había una biblioteca modesta, pero tenían clásicos y buenas novelas de ciencia ficción.

Ce se giró hacia él y lo miró curiosa.

—Quizá no sea la pregunta más discreta, pero... ¿Qué más hacías en la prisión?

Aspen lo pensó por unos segundos.

—Realizamos distintas actividades deportivas, de trabajo, educativas, e incluso religiosas. Para disminuir el estrés y la violencia, podíamos jugar baloncesto, tenis, fútbol, billar o juegos de mesa. También nos hacían trabajar como parte del personal de la cocina o lavandería y limpieza, o como enfermeros o custodios. En otras ocasiones, teníamos que participar en programas de lectura, matemáticas, lenguaje, informática, construcción de viviendas, automatización y artes culinarias, además de ciertas actividades religiosas y espirituales. Todo esto para prepararnos para la reintegración en la sociedad.

Aspen habló de eso con tanta tranquilidad que, si Ce no estuviera viendo las cicatrices en su pecho, habría creído que su estancia en la cárcel había sido soportable.

—¿Nunca tienes pesadillas sobre ese lugar?

Él se quedó callado por un momento.

—Tenía pesadillas, pero no eran sobre la prisión —le explicó y Ce supo por las sombras en su mirada de qué se habían tratado sus pesadillas—. La noche del accidente, aquel momento en que supe que Ben había muerto, me persiguió durante muchas noches.

Ce se estremeció, pero no rehuyó su mirada. Su voz sonaba forzada y un poco angustiada cuando volvió a hablar:

—La cárcel te cambia, Ce; te vuelve más duro e insensible. Allí adentro, presencié y experimenté muchas cosas horribles. Las peleas, las heridas, la violencia eran lo de menos. Pero si te metías con la persona equivocada, cualquiera podía convertirse en tu último día. No es un lugar agradable.

Ce bajó la mirada y sus dedos juguetearon con el dobladillo de su camiseta. No estaba segura de qué decir, pero sabía que aún no quería irse.

—Ahora es mi turno.

Ce irguió su rostro. Aspen se había apoyado contra el respaldo de la cama y la miraba con una expresión cargada de suficiencia. Ce se tensó. Era su turno de responder.

—Quizá no sea la pregunta más discreta, pero... ¿Cuál es tu color favorito?

Ella se rio nerviosa. Había esperado una pregunta demasiado personal y se habría odiado por no poder responder. Se hubiera odiado por romper esa frágil convivencia.

—El azul —dijo—. ¿Y el tuyo?

—El negro.

—¡Wow! ¡Nunca podría haberlo imaginado! —espetó sarcástica.

Ambos rieron.

—De acuerdo, sabelotodo, ¿cuál es tu comida favorita?

Ce lo pensó y le respondió esa pregunta. Y la siguiente. Y la siguiente. Él también respondió.

¿Cuál es tu cantante favorito? ¿Cuál es tu película favorita? ¿Qué libro no has podido olvidar? ¿Qué lugares has visitado? ¿Crees en los aliens? ¿Escribes con pluma azul o negra? ¿Bebes el café con azúcar? Si pudieras ser una criatura mística, ¿cuál serías? ¿Qué harías si ganaras un millón de dólares? Si Thor y Loki se estuvieran ahogando, ¿a cuál salvarías? ¿Cuál es tu género de música favorito?

La ronda de preguntas terminó cuando Ce corrió a su habitación, tomó su celular y puso una lista de reproducción de sus canciones favoritas. Ambos se recostaron en la cama, uno junto al otro, compartiendo los audífonos, y escuchando la música en silencio.

Ce cerró los ojos y se relajó. En ese momento, se sentía muy bien. De hecho, se sentía muy normal, y le gustaba. Le gustaba estar allí a su lado, sintiendo su calor. Le gustaba hablar y reír con él.

De pronto, abrió los ojos y encontró a Aspen mirándola.

Ce pensó que le haría alguna broma, pero no había nada gracioso en la forma en que la estaba mirando o en cómo su cuerpo se estremeció. En su posición, se le hizo difícil respirar. Su corazón latió con furia y sintió cómo su cuerpo despertaba ante el calor de la mirada de él.

Los segundos se alargaron. El aire se volvió electrizante. Y sus miradas se desafiaron.

Ce embebió sus facciones, sus ojos, su nariz, la barba que cubría su mandíbula y sus labios bien formados. Estaba a punto de tocarlo, cuando Aspen apartó la mirada y se sentó.

—Se está haciendo tarde. Es casi medianoche.

Ce sintió que su estómago se hundía y escuchó el significado implícito en sus palabras: «vete».

Se tragó el nudo en su garganta y se levantó. Sus movimientos se sintieron mecánicos mientras caminaba hacia la puerta. Aspen la siguió. Estaba diciendo algo, pero Ce apenas era consciente de sus palabras.

«Es mejor así. No involucrarte más. No cometer más errores». Su parte más racional se impuso, la misma Ce que creía que la indiferencia era lo mejor, que siempre estaba sola y alejada de todos porque así le habían enseñado a ser, que tenía murallas fuertes y solo deseaba cumplir su venganza. La misma Ce que estaba resquebrajándose a sus pies, porque no podía ser ella esa noche.

—Tal vez mañana podamos tener un picnic en el Mirror Lake. Sarah dijo que es un lugar hermoso y...

Su boca silenció el resto de sus palabras.

Quizá fue la oscuridad que los rodeaba. O la atracción que ninguno de los dos podía seguir negando. O todas las palabras, miradas y sonrisas cálidas acumuladas desde el primer momento. Sea cual fuera la razón, Ce estaba muy segura de lo que quería cuando sus labios encontraron los de Aspen.

Se puso de puntillas, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó.

Presionó su boca con más fuerza, sus labios insistentes e inquietos. Presionó su cuerpo contra el suyo, buscando su calor, intentando hacerle responder.

—Robaste de mí un día —murmuró contra sus labios—. Aún le quedan unos minutos, puedes tenerlos o puedo irm...

Esta vez, Aspen embebió sus palabras.

Cuando unió sus bocas, Ce sintió que él la había arruinado para siempre.

Aquel beso en el balcón había sido dulce, tentativo y un poco inseguro, pero este beso... A este beso Ce lo sintió hasta en los huesos. Fue ardiente, exigente y agresivo. La lengua de Aspen no pidió permiso. Buscó su interior como un hombre desesperado y se apoderó de ella, probando, saboreando, robándole el aliento. Sus dientes rasparon sus labios, mordieron, juguetearon, antes de que su lengua lamiera el placer y el dolor.

Ce se mareó. Sus rodillas cedieron, pero Aspen la sostuvo. Sus manos se deslizaron por su cuerpo, delineando su cintura, acariciando sus caderas y demorándose en su trasero antes de sostenerla por los muslos. Él la levantó, como si no pesara nada, y Ce le rodeó la cintura con las piernas, aferrándose a sus hombros.

Aspen solo dejó ir su boca cuando Ce se quedó sin aliento, pero siguió besándola. Besó su rostro, la base de su cuello y lamió el pulso que palpitaba allí. Luego subió y atrapó el lóbulo de su oreja, mordisqueando con delicadeza.

Ce se retorció contra él; su cuerpo estaba reaccionando a sus besos, deseando, pidiendo. Sus dedos hormigueaban y Ce los apretó contra la piel de la espalda de Aspen mientras gemía y sus muslos se apretaban con más fuerza alrededor de sus caderas.

Un sonido profundo y grave, como un gruñido, escapó de la garganta de Aspen mientras sus labios continuaban buscando la piel de Ce.

—Quédate. —Suspiró contra su cuello. Su voz era baja y ronca. El azul de sus ojos estaba oscurecido por el deseo y la pasión.

—Me quedaré —respondió Ce sin pensar.

Con ella en brazos, Aspen se sentó en la cama y la acomodó sobre su regazo. Entonces, volvió a reclamar su boca con la misma insistencia y pasión de antes, pero esta vez también fue dulce y delicado. Llevó una de sus manos entre sus cabellos cortos y acomodó su boca a su antojo. La aprendió, probó sus labios y le enseñó con paciencia.

Ce tenía los sentimientos embriagados por él. Estaba abrumada, a la deriva, y sentía que lo único que evitaba que se ahogara eran las manos y la boca de Aspen sobre su piel.

Aspen deslizó sus labios por su cuello mientras sus dedos se movían bajo el dobladillo de su pijama y subían muy despacio por su columna. Ce dejó caer la cabeza hacia atrás y se estremeció de forma placentera. El calor empezó a viajar por sus venas y se concentró en la parte más honesta de su cuerpo.

—Eres muy sensible —dijo él, inclinándose hacia delante para rozar sus labios.

Ce tragó saliva. Su respiración bailando al compás de sus manos.

—¿Y eso es malo?

Los labios de Aspen se curvaron en una sonrisa letal y peligrosa.

—Eso va a enloquecerme —respondió mientras sus manos volvían a bajar hasta su cintura—. Levanta los brazos para mí.

Ce obedeció y permitió que le quitara el pijama. Quedó desnuda frente a él, a excepción de su ligero interior de encaje y un sutil sonrojo en sus mejillas. Sin embargo, no se acobardó. Se enderezó y cuadró los hombros hacia atrás.

No se escondió. Dejó que Aspen la recorriera muy despacio con la mirada y estudió atenta su reacción. Había esperado que se sintiera decepcionado. Después de todo, el pijama no había mentido: sus curvas no eran exuberantes, sus pechos eran modestos. También había esperado que se mostrara indiferente o resignado, como Markus lo había hecho, pero no había esperado la mirada de reverencia que encontró en su rostro o el brillo salvaje de su mirada oscurecida.

Aspen levantó una mano y las puntas de sus dedos rozaron la tibia piel bajo uno de sus pechos. Ce se tensó. Sus pezones se endurecieron sin vergüenza y agitó inquieta sus caderas. Aspen sonrió. Parecía maravillado con las reacciones de su cuerpo, demasiado satisfecho por ser el responsable de ellas.

Ce lo dejó seguir con su exploración, no le tenía miedo a la intimidad. No era la más experimentada ni la mujer más sensual, pero no iba a escapar de él ni de lo que su cuerpo quería.

Aspen acercó su cabeza y besó su clavícula. La abrazó y cambió de posición, hasta tenerla acostada sobre las almohadas. Luego se inclinó sobre ella, le apartó varios mechones del rostro y cerró el espacio que los separaba hasta que sus labios se posaron contra su frente. Uno, dos, tres besos, como el roce de una mariposa.

Ce se quedó muy quieta, aunque su corazón enloqueció. Retumbó en sus oídos, en su garganta. Su piel ardió y los segundos se alargaron dulcemente asfixiantes.

Aspen se sostuvo sobre ella con sus antebrazos y colocó sus rostros a la misma altura para poder mirarla a los ojos.

—Ahora solo voy a besarte y tú me dirás si quieres que me detenga, ¿de acuerdo?

Ce contempló sus ojos, después su boca, y asintió. Aspen sonrió.

Comenzó besando sus mejillas, su nariz y se demoró con su boca. Luego se movió por su cuello, mordiendo, lamiendo, descendiendo un poco más, hacia sus pechos.

Al inicio, la fricción de su barba contra su piel le provocó cosquillas, pero la sensación solo duró un par de segundos antes de que su boca atrapara uno de sus pezones.

Un calor líquido fluyó por el cuerpo de Ce y nubló sus pensamientos. Ella Ce sólo podía sentir su boca caliente alrededor de aquel brote sensible. Su cuerpo respondió y se arqueó contra su boca. Aspen trazó un camino de besos hasta su otro pecho y tomó el pequeño punto arrugado entre sus labios. Sus besos eran expertos. Él lamió, succionó y mordisqueó con sus dientes sin piedad.

Ce deslizó sus manos por sus hombros, enterró los dedos en sus cabellos, y sostuvo su cabeza, pero no estaba segura de si quería detenerlo o acercarlo.

Al final, se aferró a él y esperó, pero Aspen no se detuvo, siguió torturando sus pechos hasta que Ce gimió y sus caderas se alzaron para frotarse contra su cuerpo y encontrar alivio. Estaba demasiado excitada como para sentir vergüenza y su último atisbo de dignidad se desvaneció cuando Aspen respondió a sus embestidas con su cuerpo.

Él gruñó cuando Ce le clavó las uñas en la espalda y lo apretó con sus muslos.

Sus cuerpos estaban perfectamente alineados. Sus sexos presionados, ardientes; donde él era dureza, ella era fuego líquido cada vez más inestable, cada vez más cerca de explotar. Sin embargo, cuando pensó que él acabaría su suplicio, paró y se apartó.

Ce gruñó y no se molestó en ocultar su insatisfacción.

Aspen sonrió, pero no se detuvo a dar explicaciones. Sus manos atraparon su cuerpo, acariciaron la piel desnuda de sus costados y descendieron por sus muslos hasta el encaje de su ropa interior. Ce siguió cada uno de sus movimientos y percibió su vacilación. Aspen la miró y, cuando ella no opuso resistencia, deslizó la suave prenda hacia abajo.

Él separó sus piernas con delicadeza y se acomodó entre ellas. Sus labios rozaron sus pantorrillas. Sus dientes mordisquearon el interior de sus muslos, y a Ce le pareció que se volvía difícil respirar.

Cada vez que su barba rozaba su piel, más cerca de su centro, Ce sentía que su corazón se detendría. No lo diría en voz alta, pero era la primera vez que alguien quería darle ese tipo placer. Estaba nerviosa, inquieta. Su cuerpo era un hervidero de sensaciones y pensamientos incoherentes. Sin embargo, no lo detuvo.

Cuando Aspen empezó a besarla, ella sintió que una corriente eléctrica viajaba por todo su cuerpo y que la sangre en sus venas se calentaba, y contuvo un grito. Él la besó a conciencia; le entregó ese beso carnal, salvaje y necesitado. Aspen la sostuvo por las caderas y la atrajó más cerca de su boca. Ce gimió. Su cuerpo se arqueó, se retorció. Sus caderas se levantaron, buscando su propio placer, rogando por la liberación. Él lamió y torturó hasta que ella se deshizo en gemidos, con los nudillos blancos apretando las sábanas y su nombre en sus labios.

Ce se dejó caer sobre las almohadas y cerró los ojos. Sentía como si cuerpo fuera de gelatina y su espíritu estuviera esparcido como confeti por toda la habitación. Pero se sentía bien, contenta, satisfecha, en paz. Esperó mientras su respiración se tranquilizaba y sus sentidos se restablecían.

Apenas fue consciente de las suaves caricias de Aspen mientras subía por su cuerpo. Sus labios la mimaron, la tranquilizaron. Cuando llegó a su boca, la besó con calma y dulzura, como si solo tuvieran ese momento y fuera eterno. Ce rodeó su cuello con sus brazos y le devolvió el beso. Se enredó en su cuerpo, se moldeó a él y sintió su excitación presionada contra su vientre.

Cuando él continuó besándola y no dio ninguna muestra de buscar su propio placer, Ce frunció el ceño. Sin apartar sus labios, sus manos sujetaron sus hombros y lo empujó hasta tenerlo sobre su espalda. Se sentó a horcajadas sobre él y le sonrió. Aspen la miró casi perplejo.

—Mi turno.

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