Capítulo 29

En el colegio, el encuentro entre Emerson y Abigail no fue acorde a un noviazgo. De aquel beso cariñoso de antaño ya no quedaba más que un saludo frío y escueto. Ya nadie en el curso esperaba que fuera peor. Aquella manifestación de amor, establecida en el corazón de Abigail, se iba deteriorando a un ritmo acelerado. En cambio, los celos se iban fortaleciendo en cada confrontación. La actitud de Emerson fue colmando la paciencia de Abigail. Aquel sentimiento azucarado que se iba forjando, se volvió agrio y pastoso. Las frecuentes discusiones no discriminaban lugares. Las celos se mudaban al kiosco, al sanitario o a la calle. Las inseguridades de Emerson no tenían parangón.   

Abigail no encontraba maneras de finalizar una relación que agonizaba y solo se mantenía viva, gracias al añejo recuerdo del primer día cuando se conocieron en el Gakusei. Ella no entendió cómo terminó siendo novia de una troglodita. Ahora no atisbaba por ninguna parte a ese chico guapo y carismático; solo a un chico grosero, demacrado y zarrapastroso. A Emerson se le acabaron las opciones para resucitar el amor. Pero lo que no parecía morir era su libido. El adolescente se aferró a la lástima como último recurso. Debía pedirle perdón, pero las lágrimas se negaban a participar. La relación ya había muerto antes de haber llegado a florecer. 

—Abigail, te juro que voy a cambiar —dijo Emerson con semblante arrepentido. 

—Hum, pero cuando eso suceda yo ya no voy a estar ahí. 

—No me dejes, Abigail, te prometo que ya no seré celoso —Emerson lloró sin lágrimas.   

—Emerson, no empieces. Mejor hablamos luego —Abigail se levantó de la banqueta. 

—¿Eso quiere decir que me das otra oportunidad?   

—No lo sé. Lo voy a pensar.   

En casa de Abigail, Sabina buscaba algo que parecía tener vida, pero que no le dejaba dormir desde hace varias semanas. Estaba sometida al yugo de la verdad. Las ojeras y el mal genio eran su compañía a falta de su difunto esposo. Estaba cansada de ese asunto y, no tenerlo en sus manos para destruirlo, le acortaba la vida. El día anterior lo había visto por última vez en la mesa del comedor y, desde entonces, no conocía su paradero. Su mala memoria le pasaba factura y ya no estaba para esas tonterías. Su mentira había envejecido y era hora de darle la cristiana sepultura. 

Sabina subió al segundo piso sin tener muchas ilusiones. No pudo entrar al cuarto de su nieta porque la copia de la llave se había aliado con el olvido para desaparecer. Entonces abrió la puerta del baño a revisar otra vez y se encerró por si las moscas. Pero la suerte le sonrió cuando vio aquel viejo periódico, que había sido su dolor de cabeza, encima del tanque del inodoro. Entonces pensó que ella misma lo había dejado ahí. En ese momento su deseo por verlo destruido fue más que su alegría por haberlo encontrado. Esta vez no se le iba a escapar. 

En ese instante, Abigail llegó a casa y subió a su alcoba con lentitud, debido a la distracción que provocaba su celular. Al percatarse de la llegada de su nieta, Sabina alzó el periódico, lo dobló y lo rompió de inmediato. Con desesperación, lo introdujo en una bolsa negra, lo amarró y, al poco rato, salió con la bolsa en mano, tratando de no llamar la atención o verse nerviosa por lo que acababa de hacer. Necesitaba buenas evasivas porque nunca solía entrar al baño del segundo piso.   

—¿Abuela? ¿Cuánto llevaba ahí dentro? —preguntó Abigail con asombro.   

—Hola… Abigail, solo estaba limpiando el baño. Tengo basura que tirar.   

Sabina se negó a subir la cabeza, pero la mudez de su nieta fue algo inhabitual y, cuanto antes, debía apagar el silencio que creaba inseguridades.   

—Abuela, esa basura me contó algo o me lo contó todo —le dijo Abigail con los ojos vidriados.   

Sabina se quedó paralizada porque temió lo peor al ver lo que se gestaba en el rostro de su nieta. Solo esperaba que no fuera lo que estaba pensando. En sus ojos había tristeza, había algo que su nieta ya sabía y era la verdad que se estaba anunciando. Sabina sintió el peso de la culpa y deseó liberarse de ella cuanto antes.   

—Hija, creo que ya lo sabes y ya no puedo hacer nada...   

—¿Por qué lo hiciste, abuela? —dijo Abigail con los ojos aguados—. ¿Por qué me escondiste la verdad todo este tiempo?   

—Abigail, no quería que sufrieras por un evento tan traumático —Sabina se interrumpió por el peso del dolor—. Fue tan duro para mí que no quería que te afectara en lo más mínimo.   

—¿Por eso me dijiste que mi madre había muerto por una enfermedad?   

—No fue difícil para mí, entiéndeme.   

—También me dijiste que mi padre nos había abandonado...   

En el rostro de Sabina había lágrimas luego de haber viajado al pasado.   

—Abigail, perdóname, por favor —suplicó Sabina con la voz empapada de tristeza. 

—¿Ahora quiere que la perdone? ¡Mi madre fue asesinada por mi padre! —exclamó Abigail y las lágrimas se hicieron presente en su rostro. 

Sabina se sintió acorralada. 

—Ese día no morí de milagro. Renán fue más fuerte que yo. Ahora estoy pagando por ocultar una verdad que me desgarraba cada día el corazón. 

—¡Ya no quiero escucharte! 

La muchacha sintió una mezcla de emociones y la rabia estaba por delante de todos. Tenía enfrente a su abuela que le había escondido cruelmente una verdad por tantos años. Qué seguía después de un llanto que se hizo esperar por tanto tiempo. Solo reinó la tristeza.   

Abigail se encerró en su cuarto. 

Sabina estaba destrozada y aún de pie. Ya nada podría levantar sus ganas de vivir. Las lágrimas se apagaron, pero la culpa aún lastimaba su alma.

Por la noche, Abigail abrió la puerta y su abuela seguía ahí. Más calmada, la muchacha se acercó a ella y pensó que llamarla Abuela no era lo correcto. No era momento para llorar, ya que la voz de la serenidad le hizo un llamado clamoroso. Abigail se tranquilizó y vio a su abuela, que no podía estar peor, después de sacar a la luz una noticia pesada que estremeció cada rincón de su hogar. No debía postrarse al remordimiento. Debía enseñarle a su corazón a tener compasión.   

—Abuela… Digo, mamá.   

Sabina levantó la cabeza.   

—Abigail, ¿me dijiste, mamá? ¿Por qué?  —Su rostro revivió y se enjugó las lágrimas. 

—Así es, porque tú me cuidaste desde que era una bebé. Ya eres como una mamá para mí. Mi mamá, allá arriba, lo hubiera querido así.   

El perdón tocó su corazón y ambas se abrazaron para sofocar cualquier rastro de tristeza.   

Antes de volver a su habitación, Abigail dijo:   

—Mamá, ¿puedo ir a la casa de mi amiga?   

—Claro, hija… ¿Pero no tienes tareas pendientes? 

—Ah, verdad. ¿Si las termino puedo ir?   

—Sí, hija, puedes ir. 

—Gracias, mamá.

. . .

En el colegio, corrió un rumor infundado que involucraba a Abigail en una relación con otro chico, pero nadie sabía cómo y quién era ese chico misterioso que había conquistado su corazón, según el chisme que los alumnos alimentaban cada día a hurtadillas. El rumor se oyó en todos lados y despertó nuevamente la inseguridad en Emerson que ya tenía suficiente con ser un pésimo alumno y, para colmo de males, tenía como enemigo a su propio padre. En el grupo de WhatsApp de su curso, se desbordaron los celos por dichos rumores. De manera que Emerson tomó una medida drástica: salió del grupo y borró todos los mensajes.   

Antes de dormir, Emerson tenía una cara de perro rabioso porque debía soportar a su padre, justo cuando estaba a nada de estallar como una dinamita. Don Basilio ya estaba en casa, más temprano como de costumbre. Cada vez trabajaba menos y renegaba más. El señor, sentado en su silla, lo llamó a la mesa para comer o para reprimirlo. Emerson acudió a regañadientes al lugar citado. Don Basilio sabía que con unas cuantas palabras persuasivas, Emerson obedecería como como una borrego. En la cabeza de su hijo, no debía consolidarse la idea absurda de que Abigail tenía otro novio.   

—No busques más a esa chica —dijo Basilio con aspereza en la voz.   

—¿Qué chica? —preguntó Emerson confundido.   

—¿A quién más, zopenco? A esa chica de pelo castaño. 

—¡Ya basta! ¿Por qué me dices eso? ¿Por qué te metes en mi vida? —dijo Emerson de pie y alterado. 

—¡No me levantes la voz! ¡Soy tu padre, háblame con más respeto!   

Emerson adoptó una actitud obsecuente y dijo más calmado:

—¿Por qué tendría que alejarme de ella? 

—Porque no te quiere a ti. No están hechos el uno para el otro. Así que búscate otra chica.   

Emerson pudo leer entre líneas. Hasta su padre pensaba que Abigail podía engañarlo con otro chico, chico que solo vivía en su cabeza. Pero tenía una idea vaga que le faltaba sustento.   

—Papá, no quiero escucharte —dijo Emerson levantándose de la silla—. Yo sé lo que tengo que hacer.   

—Solo quería decirte eso, hijo. Piénsalo si aún puedes.

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