Capítulo 28
Una tarde nublada donde el amor faltaba en su corazón, Emerson dejó abandonadas sus aburridas tareas de matemáticas, se puso las gafas en la frente y acudió al taller mecánico de su amigo de la infancia, que quedaba a una manzana de su casa. Había dinero que le molestaba en su bolsillo. Con aquella plata, que su padre le había dado para cubrir los gastos de todos sus textos del colegio, alquiló una motocicleta Yamaha.
No recordaba con detalles lo que había hecho ayer; pero intuía que era muy malo para su relación con Abigail, el cual pendía de un hilo. Tampoco quería dejar de fumar los porros de Chester. Así que fue con la moto hasta la vivienda de Abigail, con el fin de reconquistarla.
Emerson no demoró en llegar a su casa. Pero la sorpresa de la jornada fue no encontrarla ahí, por lo que terminó con los ánimos por los suelos. Sospechó que podía estar con sus amigas o en el Gakusei. Por el celular, Emerson no podía ignorar todos sus mensajes ignorados por ella. Él la buscaba, pero parecía que Abigail no quería ser encontrada.
Emerson hizo tiempo en la tienda de abarrotes de la esquina y volvió a la casa de Abigail con los ánimos por las nubes. Aquel buen ánimo quedó sofocado cuando vio a través del portón la misma cara arrugada y verrugosa de Sabina, en vez de el rostro bello y angelical de Abigail. Aquel semblante azotado por la edad le arrebató las palabras que ya tenían esperando en sus labios. Sabina estaba malhumorada y no tenía con quien discutir. Su disgusto fue en alza conforme reconocía el rostro de Emerson, donde las ojeras y los ojos rojos poblaban toda esa área.
—¿Otra vez tú? —dijo Sabina con tono de desprecio.
—Señora, solo quiero saber si Abigail ya se encuentra ahí —replicó Emerson con antipatía.
—¡No! Y si no te vas, sacaré la escoba.
—No lo saque, ya me voy.
Emerson entendió que su relación con su futura suegra había comenzado de la peor manera. Para empezar, ni siquiera sabía quién era y ni le dio la oportunidad para decirle que era el novio de Abigail: ahora eso no pasaría. Así que pensó que para ver a su novia no debía coincidir en el lugar y en la misma la hora con su abuela o madre.
Mientras tanto, en la casa de Tania, todas se encontraban comiendo galletas rellenas de chocolate y desparramadas en la cama, mientras veían una película romántica en el reproductor de video. De vez en cuando, la película pasaba a segundo plano, cuando un tema interesante saltaba por delante del largometraje.
—Si pudiera, me quedaría a vivir contigo, Tania —dijo Abigail con la mirada en la pantalla.
—Yo igual, Tania tiene unos gatitos muy bellos —dijo Yolanda abrazando uno.
—Tania, no pensé que tenías Yo Robot con su primera portada. Yo también me quedo —afirmó Zoila examinando el libro.
—Gracias, chicas. Yo también lo quisiera, pero mi mamá se pone irritable a veces.
—En ese caso, tendría que rogarle —Abigail terminó de comer—, es que no quiero ir a mi casa y encontrarme en la puerta con el idiota de Emerson. Ayer me hizo enfadar mucho. Actuaba como un drogado.
—Oigan, ¿van a hablar o ver la película? —protestó Ximena.
—Cálmate, Ximena, que ya no mencionaré a tu ex —dijo Abigail con sorna.
—Puedes hablar lo que quieras de él. Ahora lo que me preocupa más es la escena que viene a continuación.
Todas se callaron y siguieron viendo la película.
Emerson, sentado en la moto, no supo qué camino tomar luego impactar contra la poca hospitalidad de Sabina. Mucha velocidad para ir a ninguna parte. Por consiguiente, la motocicleta lo llevó a dar una vuelta por la manzana y de nuevo regresó al mismo lugar. Pisó el acelerador antes de encontrarse otra vez con Sabina. Por segunda vez apareció en el quiosco de la esquina, donde compró cigarrillos. De pronto apareció otro motorista en el mismo lugar. Emerson lo vio dos veces y se burló de su copete extravagante. El rubio de barba poblada y gran musculatura no se dio cuenta de su insolencia.
—¿Dónde está mi novia? —le preguntó Emerson con voz acusatoria.
—No quiero problemas, solo vine por un trago —respondió el tipo de voz suave y aguda.
El motorista rubio ignoró la preguntadera de Emerson y desapareció del lugar. El joven perdió la calma y también los papeles, pero sus celos seguían ahí. Debía encontrar el juicio antes que a Abigail.
Cuando las opciones se habían agotado, atisbó a una chica de short vaquero abriendo la puerta de la casa de Abigail. Emerson encendió la moto y, en segundos, apareció en su portón. La chica volteó a ver a pedido del ruido ensordecedor de la motocicleta. De inmediato hubo una conexión, una mirada diferente. Parecía que el amor golpeaba su corazón, pero podía ser solo un disfraz. La mujer se detuvo para que cupido terminara su trabajo. La sonrisa de Emerson ahuyentó cualquier desconfianza.
En casa de Tania, la hora se pasó volando, por lo que Abigail tuvo que despedirse de sus amigas, para no disgustar a su abuela que, en ese momento, estaría viendo su telenovela.
Abigail hizo de todo para no encontrarse con Emerson, pero el destino no mostraba indulgencia. Por lo que terminó viendo a Emerson y a la camarera de Sabina, que venía a cobrar sus propinas. Estaban a nada de chocar sus narices. Abigail era un volcán y la rabia le mandó una invitación para desgañitarse. Pero la razón se interpuso. En ese momento, Abigail se dio cuenta de la clase de persona que era Emerson, que dentro de poco sería un ingrato recuerdo. Por lo que cambió de planes, pues consideró que lo mejor era no ser parte de un zafarrancho. Con lentitud, se acercó al quiosco a comprar una chupeta. Pero Emerson se percató de su presencia, porque la sirvienta se lo había dicho. Abigail tenía a judas a solo una manzana de distancia.
De inmediato, Emerson volvió a su motocicleta y la alcanzó antes de que se fuera. Con el bullicio del motor la detuvo. Luego, se bajó e intentó besarla a la fuerza, pero chocó con una sólida pared de indiferencia.
—Mira la moto que me compré —dijo Emerson con altivez—. Qué esperas, sube.
—No quiero —atacó ella con enojo.
—Vamos... Un momento, ¿dijiste que no?
—No puedo, ¿ya?
—¿Te molesta mi presencia?
—No es eso, es que llevo falda.
—No inventes excusas, nena.
—¡No son excusas!
—Sos mi novia, así que debes hacerme caso en todo lo que te diga.
—Eres un idiota. Ya te dije, no pienso subirme a tu moto.
—Sube de una vez... No me hagas enojar.
—¡No quiero! ¡Déjame en paz!
De repente, un ciclista de gorra apareció en el lugar. Pero en vez de avanzar se detuvo ante el escándalo que había encontrado. De inmediato, se bajó de la bicicleta y se metió en la escaramuza porque vio que la discusión llevaba otro tono, el cual requería su intervención.
—¿Por qué no te alejas de ella y luego te vas al carajo? —dijo el tipo de gorra y erguido.
—No te metas, solo sigue tu camino, maleante de pacotilla —replicó Emerson indicándole por dónde debía irse.
—¿Por qué no besas mi trasero y me entregas la moto, imbécil?
—¡Oh, creo que me insultaste!
Emerson lo miró con un odio visceral, aquel que desvía miradas espantadas. Ya no había camino de retorno, así que empujó al hombre para que la calle se convirtiera en un ring de boxeo. Había celos de por medio y la hombría estaba en juego para el hombre de la bici. Emerson pensó que el sujeto era el nuevo pretendiente de Abigail: fue lo primero y lo único que se le vino a la mente. Solo imaginaba la infidelidad y lo daba por hecho, simplemente porque estaba en su cabeza.
—¡Emerson, basta! ¡Compórtate! —gritó Abigail, pero sus palabras entraron y salieron de los oídos de Emerson.
Emerson y el sujeto de gorra se empujaron mutuamente y, del empujón, pasaron a los golpes al cuerpo y a la quijada. Y, de los golpes, pasaron al suelo. Hacía falta un nocaut, que finalmente lo terminó recibiendo Emerson. El ciclista se convirtió en motociclista en las narices de Emerson y huyó del lugar, dejando botada su bicicleta.
El antiguo dueño de la moto quedó con el orgullo destrozado y solo necesitaba unas palabras de consolación de su novia. Oportunamente ella se acercó a él, se agachó y le dijo:
—¿No me dijiste que era tu moto? —Abigail se levantó y entró a su casa.
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