Capítulo 25

Por la mañana, Abigail llegó temprano al colegio sin haber hecho la tarea, que solo era investigar sobre tema que abarcaba dos párrafos. En cambio, los demás aprovechaban el tiempo para realizar la tarea, que en casa no pudieron hacer. Había pocos alumnos y muchos asientos. También poca voluntad por pasar clases y muchas horas por delante. Abigail se sentó en su pupitre habitual: ella recuperó su lugar arrebatado por Emerson. Extrañamente no vio a su amiga sentada en su lugar. Supuso que estaba en el quiosco, pero en ese momento Tania se hallaba en el baño, faltando poco para que el profesor de biología llegara a impartir las clases de la materia que le provocaba innumerables bostezos. 

Cuando Abigail abrió su mochila, Emerson hizo acto de presencia en el aula, cuando todos pensaban que no llegaría ni a la puerta del colegio un día más. Pero ya estaba dentro el alumno más atractivo del curso. Su presencia causaba malestar e inseguridad en los demás chicos. También provocaba admiración en las chicas, pero a él solo le gustaba una. Emerson caminó rumbo al pupitre de Abigail, que se percató de su desagradable presencia; no obstante, lo miraba a hurtadillas. Su apego sembró incomodidad en ella. Por precaución, se estiró hacia abajo la falda y juntó las rodillas. El concepto que tenía de ese chico había cambiado de la noche a la mañana. Ahora lo único bueno que conservaba era su belleza. 

Emerson iba a decir algo, pero Abigail no quería escucharlo y buscó socorro en sus textos olvidados, que solo sonreían cuando el profesor llegaba. El muchacho no había abierto la boca y ella, con el semblante inexpresivo, ya había rechazado con anticipación sus palabras contaminadas de mentiras, que aún aguardaban detrás de sus labios. Pensó entonces que no podía haber un ápice de sinceridad en su interior. Abigail debía partir en dos aquel sentimiento de amor que Emerson estaba construyendo. 

—Busca otro asiento, mi amiga llegará en cualquier momento —dijo Abigail con evidente enfado. 

—Escúchame, no sé qué te habrán dicho sobre mí, pero todo es mentira. 

—Sí, claro. 

—Tania es solo una amiga. No hay nada entre nosotros. 

Abigail pensó en su amiga. Su amistad estaba por encima de Emerson. Ese chico no era el indicado para ninguna de las dos. 

—Justo pensaba regalarte algo gigantesco por el día de la mujer. 

—Hum, no quieras comprarme con regalos. 

—Pero es grande. 

—Hum... 

—Por favor, Abigail. Te hablo con la mano en el corazón. Todo esto demuestra que me interesas mucho.

Abigail lo miraba sin decir una palabra. Aún esperaba que llegara la frase correcta para solucionar todo. A Emerson no le ayudaba el silencio que Abigail proponía, por lo que se puso de pie y luego se postró por delante del pupitre, despertando la curiosidad de Abigail que arqueaba las cejas y luego fruncía el ceño. Por un instante pensó que le iba a pedir matrimonio. Ese momento no pasó desapercibido por los alumnos. 

—Abigail, ¿quieres ser mi novia? —dijo Emerson con una margarita marchita en la mano. 

Aquella propuesta necesitaba tiempo para formular una respuesta adecuada. Aún no había salido de su asombro. Debía ir paso a paso. 

—Me dejas sin palabras —respondió Abigail y se aferró a su falda.

—Solo dime que sí. 

—No lo sé. 

En ese preciso instante, Ximena y sus esbirras cruzaron la puerta del aula. Por poco ignora la escena que se desarrollaba en el pupitre de adelante. Abigail y Ximena se miraron durante unos segundos. 

—Sí, quiero ser tu novia —dijo Abigail al poco rato. 

—¿Dijiste que sí? Oh, eso es fantástico. Soy el hombre más feliz. 

Emerson volvió al pupitre para buscar algo que faltaba. Un beso efímero y el noviazgo dio por comenzado. Segundos después, el curso explotó en aplausos y gritos. Unos a favor, otros en contra. 

Ximena pensó que estaba soñando o había teatro. 

Debía afrontar la cruda realidad.

—¿Emerson con ella? Así que era verdad —susurró Ximena con disgusto y frustración. 

—Lo lamento por ti, Xime… —dijo Yolanda. 

—Ximena, este revés no debe afectarte —dijo Zoila. 

Ximena no solo vio a su exnovio declarándose a Abigail, también escuchó el escarnio sonoro de la derrota y, como consecuencia, sintió que no era parte del jolgorio que acababa de iniciarse. Por consiguiente, salió del curso y se fue corriendo rumbo al sanitario ante los vítores y las mofas de los demás estudiantes, que veían a una reina derrocada. El baño era el lugar ideal para hacer todas las pataletas que la situación requería. Esta derrota era la más dura y sabía muy mal. 

Abigail miró triunfante hacia la puerta, por donde Ximena había salido, llevando consigo su frustración. De repente, ingresó un hombre que en principio pensaron que era otro alumno. Sin embargo, su figura robusta tardó en aparecer y, cuando lo hizo, sembró el temor e inauguró el silencio, tan olvidado en el curso. El profesor cerró la puerta y los nuevos novios se separaron por un momento. Emerson se alejó con un guiño a Abigail y se sentó en el pupitre de siempre con su amigo Kirik, que tenía el semblante apesadumbrado por lo que acababa de ver. Le carcomía la envidia y a punto estuvo de terminar su amistad.

Segundos después, Tania volvió al curso, pero se encontró con una puerta a poco ser cerrada. El profesor le abrió para que entrara, conociendo lo educada que era. Dentro, el curso se hallaba enmudecido ante la presencia del profesor. Ella se sentó junto a Abigail, que rebosaba de felicidad. Pero Tania no entendía esa alegría repentina. En cambio, Abigail deseaba que llegara el recreo para contárselo y Emerson esperaba el recreo para ausentarse, pues aquel caramelo adictivo ya había lanzado el anzuelo. 

Una hora después, el recreo llegó y Tania fue la primera en salir, pues había dejado olvidado sus audífonos en el baño. El segundo fue Emerson que no dejó ni rastro de haber pasado clases. Abigail lo buscó y no lo halló otra vez.

En el sanitario de damas se hallaba Ximena y sus esbirras. Tania la vio unos segundos con el ceño fruncido, pero entendió que no era la Ximena de antaño, era otra chica con los ojos vidriosos luego de haber saboreado la derrota definitiva. Pero pensó que aún conservaba aquel orgullo y odio visceral conocido por todos. 

Al volver a clases, Kirik vio a Abigail subiendo las escaleras. No vio a Emerson con ella, pero fue como si estuviera ahí. Podía oír su voz en su cabeza, jactándose de ser novio de Abigail. Kirik se sintió incómodo al recordar aquella vez cuando pudo hablarle y no lo hizo. En ese momento, Abigail subió con celeridad las escaleras y luego aparecieron Tania, Ximena y sus esbirras detrás de ella. 

Kirik levantó la cabeza con timidez para ver algo que no debería ver. Tania se dio cuenta y se dio la vuelta para acercarse a él. El susodicho no lo podía creer. Ella le sonrió y le agarró la mano. Subieron juntos y Kirik se sintió feliz. Hasta que alguien le dijo que algo no estaba bien ahí. Aquella mano era la baranda de las escaleras, pero no parecía ser muy confiable. Al contrario, se convirtió en su verdugo que le gritaba al oído que todo era una ilusión. Kirik lo entendió tarde y la baranda cedió y se precipitó al piso con tremendo ruido que estremeció a todo el colegio. La vergüenza recayó en Kirik antes de las burlas y regaños. 

Antes de que comenzara el siguiente período, Abigail miró a su amiga y dijo: 

—¿Dónde estabas, Tania? 

—¿Yo? Hablaba con Ximena. 

—¿De qué hablabas con ella? ¿Y por qué? Eso es raro. 

—De algunas cosas. Sabes, esa chica en el fondo no era tan mala como imaginaba. Me habló muy bien y fue amable. 

—¿Amable? Vaya, me cuesta creerlo —dijo Abigail haciendo un gesto de duda. 

—Sí, es otra Ximena. 

—También sé que Emerson se te declaró... 

—Sí, pero ¿no estás enojada? Dime que no. 

—Hum, claro que no. 

—¿Segura? 

—Segurísima. Si me deja en visto no es para mí. 

A la salida, Abigail y Tania salieron juntas con rumbo a la tienda de enfrente. La ausencia de Emerson se vio opacada, pues ya se estaba acostumbrado a no verlo con regularidad. 

Antes de llegar, vieron a Ximena y sus esbirras sentadas en una banqueta. 

—¡Ximena, Zoila, Yolanda, vengan! —dijeron Tania y Abigail al unísono.

. . .

Al atardecer, Emerson recibió en su casa al vendedor de caramelos verdes, que parecía ser un ser ubicuo, porque siempre estaba cerca cuando Emerson más lo requería. Su padre no tenía conocimiento alguno del modus operandi de su hijo. 

—Chico, acerté cuando dije que volverías a verme y ahora presiento que me verás muy seguido por aquí —afirmó el hombre de cabello largo. 

—Solo dame el maldito caramelo. 

—Dime Chester y la postración me la debes. 

Más tarde, en la casa de Abigail, Sabina se encontraba en la habitación de su nieta, cuya puerta se hallaba entreabierta. Abigail estaba en el baño en ese momento y su abuela tenía otra vez el endiablado periódico en sus manos. Antes de romperlo, pensó en qué bolsa de basura lo pondría. 

Al poco rato, Emerson llegó a la casa de Abigail trayendo un oso de peluche de un metro. Se bajó del taxi, pagó la carrera y luego tocó la reja con una moneda. Sabina refunfuñó y dejó el periódico en la mesa del comedor y su nieta salió del baño. 

De repente, por una esquina, apareció un motorista sin casco, que venía a gran velocidad. Emerson no lo vio, pero el tipo de gorra pasó por la reja, extendió el brazo y le arrebató el peluche de sus manos sin mucho esfuerzo. El bandolero huyó de inmediato y Sabina vio a un joven sin peluche, que huyó despavorido.

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