Capítulo 24

Emerson llevaba un buen tiempo en el Gakusei y ya no quedaba ni una pizca de diversión, pero sí había mucha monotonía. El lugar era tan entretenido que parecía aburrido: había demasiadas máquinas para un adolescente con mucha plata en los bolsillos. No tenía miedo de gastar el presupuesto para sus textos, pues el dinero prohibido se mezcló con el dinero para el ocio. Pero lo divertido ya no estaba en una máquina, estaba en otro lado. Delante de él tenía un videojuego divertido que ya no quería jugar y se dejó ganar. Miró la hora pensando que era temprano, pero se equivocó. 

Cogió su mochila prácticamente vacía y se dirigió a la puerta de salida acristalada, a pesar de tener dinero para malgastar: no era una buena noticia para el dueño del local. Ya no miraba la hora, sino la batería. Su plan de faltar a clases no debería estropearse después de haber empezado bien. Ya eran las doce y media: la hora ideal para regresar. Aquella mentira debía consolidarse al llegar a casa. Ahí nació y ahí debía quedarse. Su padre tenía una mentira que creer, cuando pensaba que su hijo asistía a clases con regularidad.  

Los alumnos comenzaron a apoderarse de las calles. Emerson cruzó la calzada y esquivó un hidrante a tiempo. Buscó la sombra de un cobertizo y aceleró el paso. Más adelante, su amigo Kirik apareció por la esquina, pero Emerson no lo vio porque sus ojos estaban en otra parte. Kirik se acercó y lo interceptó. Había un motivo, algo que debía tratar solo con su amigo y nadie más.  

—¿Por qué no me dijiste que te gustaba la amiga de Abigail? —preguntó Kirik frunciendo el ceño.  

—Se me olvidó —respondió Emerson con poco interés.  

—¿Con una no te basta? —atacó Kirik.  

—Tania no es mi novia, solo es una amiga.  

—Mientes.  

—¿Estás celoso?  

—No, solo no me parece correcto. 

—Kirik, por favor, a esa chica no le gustas. No nacieron para estar juntos.  

—Porque tú no me apoyaste.  

—Pero hay otras mujeres, Kirik. Ella no es la única mujer en el mundo.  

—Vas a lastimar a una de ellas, Emerson.  

—Ahora te interesa… Recuerda que tú no quisiste hablarle a ninguna cuando tuviste la oportunidad. No es mi problema. 

Kirik deseó contestar, pero no tuvo labia y se quedó sin palabras en el peor momento. Con su silencio, Kirik le colocó la corona de vencedor a Emerson. Ese rompecorazones del diablo tenía la razón. Kirik había sido derrotado antes de ingresar al cuadrilátero.  

—Debo irme. Nos vemos mañana —dijo Emerson tocándole el hombro.  

—Eso dijiste ayer —respondió Kirik.  

—Ahora hablo en serio. Chau. 

Emerson detuvo al primer micro que apareció en la calle y se subió en movimiento. El motorizado arrancó inmediatamente, dejando ruido y humo negro. 

Por su parte, Kirik caminó un largo trayecto para alcanzar el transporte que lo llevaría a casa. Pensar en Abigail no era buena idea. Al llegar, le esperaban sus padres viendo el noticiero, mientras zampaban comida criolla. Pero en su cabeza no pensaba en comer. Había algo que Emerson no sabía. A Kirik le gustaba mucho Abigail.  

Al promediar la una de la tarde, en la casa de Emerson, había un silencio que se sentía cómodo con solo una persona. En la mesa ovalada del comedor, se hallaba su padre, el señor Basilio Caballero: más arrugado y menos barrigón. Acostumbrado a almorzar solo, por la tardanza de su hijo. Este empresario y prestamista, poseedor de la fábrica de colchones más grande del país, siempre estaba de malas. Dentro de poco, debía cobrar intereses y ya no había tiempo para masticar su comida. Debía convertir su estómago en un depósito de alimentos a fin de cumplir con sus labores.  

Al poco rato, la puerta se abrió y aquel portazo le gritó a Basilio que su hijo había llegado. Su padre terminó su almuerzo del restaurante, aunque sintió que no había comido nada.  

—Tu comida está en la mesa. Me voy a trabajar, no me esperes —dijo Basilio con animadversión.  

—Claro... —Emerson no lo vio.  

—No abandones tus tareas.  

—Por supuesto que no.  

—Después de que abandonaste tus clases de música, kickboxing y kárate ya no sé si creerte —concluyó Basilio y salió.  

Molesto, Emerson agarró una silla y se sentó a comer, aunque no tenía hambre. La comida se quedó en el plato, esperando que al menos las moscas dejaran sus larvas. Agarró el celular y le envió un mensaje a su compañera que, segundos después, fue ignorado en WhatsApp con la confirmación de lectura. Abigail estaba en línea, pero no tenía afán de responder rápido.  

Emerson conservó la calma y vació su mochila: en él encontró el caramelo que le había obsequiado aquel hombre extraño. Pero de caramelo no tenía nada, parecía un cigarrillo enano de color verde. Nunca había fumado, incluso la palabra fumar le provocaba náuseas. Pero como estaba aburrido cogió un encendedor y lo fumó. Entonces tosió y se ahogó con el humo. El caramelo se cayó al agua. Sin embargo, después de reponerse, experimentó una sensación de éxtasis que jamás había experimentado. 

Emerson gruñó y luego entró a su alcoba y cerró su puerta con violencia. Dentro, tenía de todo y, aún así, se sentía incompleto, insatisfecho. Era el paraíso del vago. Pero lo único que usaba era su celular: en él había mensajes en su celular y ni uno de aquella chica. En ese momento, Emerson imaginó su cabeza enterrada en las piernas de Abigail y se bajó los pantalones.

. . .

Por la mañana, Abigail salió apurada. Se había atrasado y, por ende, debía tomar el transporte para llegar a la escuela a tiempo. Todos los micros que vio pasar a gran velocidad, llevaban pasajeros por demás y no cabía ni una hoja de metal dentro. La hora avanzaba y ella seguía esperando y sus nervios comenzaron a escalar sobre ella. 

Finalmente llegó la línea 4 roja, que le llevaba al colegio. El motorizado, bastante avejentado, se detuvo sin inconvenientes. La puerta se abrió con estrépito y Abigail subió y pagó su pasaje con toda normalidad. El chófer recogió el dinero y guardó la plata en su portamonedas. El hombre de vientre abultado conversaba solo, porque su hija estaba ocupada con su teléfono.  

Abigail buscó con la mirada un asiento disponible adelante y al fondo. Había un asiento individual al lado del sol y otro donde se sentaba una persona con sobrepeso, pero que ocupaba casi dos asientos. Abigail escogió el asiento individual. El micro arrancó de inmediato y ella vio la hora con pánico.

El chófer hablaba más fuerte que la música que tocaba en los altavoces.  

—Ese día mi camarada dejó de ser mi camarada —dijo el chófer con un dejo de tristeza.  

Su hija puso los ojos en blanco. 

—Qué mal. 

—Tal vez perdone a mi camarada de aquí a quince años. 

—Falta mucho... 

—Probablemente ya no me recuerde de mi camarada. 

—Qué triste. 

Dos manzanas más adelante, su hija se levantó de su lugar y la charla terminó. El silencio tomó asiento.  

—Adiós, Jairo —dijo su hija.  

—Hija, dime papá. 

—Papá, dime Valeria. 

Tiempo después, Abigail llegó al colegio, pero la puntualidad no llegó con ella. Como era de esperarse, la adolescente llegó tarde y ya no pudo entrar. Por consiguiente, tuvo que ver las clases de química a través de la ventana pivotante. En su pupitre, Tania se hallaba sentada al lado de Emerson, el mismo que ayer faltó a clases. Al no encontrarlo en el Gakusei le alegró verlo de nuevo en el aula.

La clase transcurrió con tranquilidad hasta que Emerson dejó caer un tajador intencionalmente al suelo, con el fin de ver la entrepierna de Tania, que no se daba cuenta en ningún momento. Abigail se indignó mucho y tuvo deseos de entrar, pero las circunstancias no la acompañaron. Ella se negó a creer en la actitud inapropiada del chico atractivo. Por otro lado, su intuición femenina tenía la última palabra. 

En el recreo, Abigail buscó a Emerson, pero no lo halló por ningún lado. De manera que regresó al curso desanimada. Por un momento pensó que no era ese chico que conoció en el Gakusei. Pero esa idea era muy anchurosa para caber en su imaginación.  

De repente, Tania apareció en el curso y dichosa se mostró ante su amiga. Si no se lo contaba a alguien, su felicidad no iba a estar completa.  

—¡Abigail! ¿Dónde estabas? —gritó Tania risueña.  

—Malos días, Tania…  

—Buenos días diría yo. No sabes lo que pasó.  

—Emerson se agachó para...  

—¿Qué? —preguntó Tania sin entender.

—Nada, ignórame... ¿Qué pasó?  

—¡Hoy me senté con el chico de los mensajes ignorados!  

—Me alegro por ti, Tania…  

—Estoy tan feliz, Abi. 

—Yo también. 

Decidió guardar silencio ante la alegría de su amiga. 

A la salida del colegio, Abigail se despidió de Tania y caminó con dirección a la esquina. Debía llegar más temprano para hacer la tarea y sus tiktoks. Se detuvo a esperar el micro, pero envuelta en cavilaciones. No podía superar el incidente de Emerson con Tania. Ese chico que se sentó junto a su amiga no era el chico guapo del Gakusei, era otro, más chabacano. Ayer lo quería y ahora lo odiaba.  

Abigail se apoyó en la pared y agarró su celular para olvidar la cara de Emerson. Diez minutos y aún seguía en su cabeza.  

En ese instante, Ximena apareció sola caminando por la acera y, cuando la vio, se acercó con malas intenciones.  

—¿Tomarás el micro número 4? Ahí viene, apúrate que lo perderás —dijo ella con tono de burla.  

—Gracias, pero no hacía falta que me lo dijeras.  

—Lo sé, hasta mañana o pasado ja, ja.  

Abigail la miró con extrañeza, pero le restó importancia a todo lo que salía de sus labios. No tenía cabeza para pensar en alguien como ella, porque Emerson había creado un disturbio en pocas horas. El micro de la línea 4 azul llegó prácticamente vacío. Ella subió y pagó su pasaje como de costumbre. A través de su ventana, Ximena se despedía con las manos. Su sonrisa jamás se apagó.  

Cuando Abigail vio que el micro se desplazaba por un lugar que desconocía, se puso su mochila y pidió al chófer que se detuviera de inmediato. Abigail se bajó en la zona menos transitada. Estaba lejos de casa por tomar el micro equivocado. Aquella línea la iba a llevar al infierno, menos a su hogar. Confió en sus piernas para llegar a su casa. 

Ximena se había salido con la suya.

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