Capítulo 19

El día martes llegó y se anticipaba un día aciago para algunos estudiantes. De hoy en adelante, el martes sería conocido como el peor día de la semana dentro del ámbito educativo. Muchos alumnos sabían que este día podría afectar su semana. Era el día de la profesora de matemáticas, aunque hubiera más asignaturas presentes en la mañana. Ya la odiaban antes de que tomara asiento. La citada finalmente entró al curso y todos se callaron en el acto. Tania estaba preocupada y Abigail hurgaba su mochila, buscando un objeto invaluable que le recordaba a su madre.

La temida profesora era una mujer de cincuenta años, que amaba el color blanco y los bolsos robustos. Pero ninguna sonrisa se asomaba por su rostro. La mujer saludó con una voz fuerte y cargada de rigor, despertando el miedo de los estudiantes que preferían salir antes de iniciar la clase. Abigail ni se inmutó ante la pesada voz que salía de sus fauces. La profesora quería sentar un precedente desde el comienzo. Fue devorando uno a uno con la mirada, como buscando a quién abochornar en la pizarra, que era su debilidad. Si esta clase era nociva, la siguiente sería peor.   

Abigail sacó obligadamente su cuaderno de borrador para hacer sus anotaciones. Era el primer martes y todos habían escrito tanto que hacía falta tajadores y tinta. Una hora después, sonó el timbre anunciando el recreo y, con el estruendo, llegaron las malas noticias para Abigail, cuando se suponía que el recreo venía a darle un carácter festivo a los quince minutos; pero ella no fue invitada. En el descanso, Abigail se dio cuenta que había perdido el reloj de bolsillo antiguo que siembre llevaba en su mochila.

«¡Me robaron mi reloj! ¡Pero si estaba en mi mochila!», se dijo con preocupación.   

Abigail no había llegado al tercer día de clases y ya le faltaba algo muy importante en su diario vivir, más importante que el Álgebra que tenía en su mochila. Entonces, ella empezó a sospechar de la chica que se sentaba detrás de ella. No recordaba haber hablado con esa alumna ni por un segundo. No estaba segura si era aquella chica, de pelo rizado y falda tableada corta, que había salido en compañía de dos chicas.  

Abigail se levantó enojada y empezó a buscarla con la mirada, por si se hallaba en el curso. No la encontró por ningún lado.   

Tania volvió del recreo y vio a su amiga desesperada.  

—¿Qué sucede, Abigail? —preguntó su amiga con gesto de intranquilidad.   

—Voy a buscar mi reloj de bolsillo, en él está la foto de mi madre.   

—Pero queda poco para que termine el recreo.   

—Lo sé, pero esto es más importante.   

Abigail salió a investigar por el pasillo, donde había una gran aglomeración de estudiantes. Al preguntar una y otra vez y no encontrar respuestas, se aproximó a la frustración y regresó al curso defraudada de sí misma. 

De pronto alguien se acercó a ella en silencio.  

—Sé lo que buscas —dijo la chica que llevaba un moño en el cabello.  

—¿Quién eres? ¿Eres nueva? —preguntó Abigail con desconfianza.   

—Solo alguien que quiere acabar con la injusticia. Dime la Justiciera.   

—Está bien, ¿pero cómo vas a ayudarme?   

—Con esto.   

La chica misteriosa le mostró una fotografía recién revelada de su cámara instantánea. Una foto clave donde vio a la chica recoger del piso su reloj de bolsillo. Abigail ya conocía a la chica de cabo a rabo, con solo saber lo que había hecho. Prácticamente, la conocía de hace años.  

—¡Es ella! Gracias, justiciera.   

—No hay de qué.   

Abigail salió del curso con celeridad y no tardó mucho en identificar a la chica de la fotografía. Ella estaba junto a otras dos alumnas sentadas en una banca: una de lentes y otra de falda larga. Abigail alcanzó a oír el nombre de alguien llamada Ximena, pero le restó importancia. De repente, las tres se levantaron y Abigail las siguió hasta la puerta de la biblioteca. Una vez ahí, se acercó a Ximena para decirle algo.   

—Oye, tú tienes algo que me pertenece —arguyó Abigail con la voz cargada de disgusto.  

—Eso no es cierto —dijo Ximena con cara de sorpresa.  

—¿A no? Tengo pruebas, así que tienes cinco minutos para darme lo que es mío.  

—¿O qué? ¿Qué harás?   

—Pues te lo quitaré a la fuerza. En una mano tendré lo que me robaste y en la otra un mechón de tu cabello.   

—Ja, ja, ja, ridícula.   

La benevolente profesora de música, que pasaba por ahí, no logró escuchar la escaramuza que se desarrollaba a las puertas de la biblioteca del colegio. 

—Profe, profe —La interceptó Ximena—. Mire, esta chica malvada quiere quitarme mi libro de álgebra —le dijo con sollozos fingidos.   

—Eso no es verdad —respondió Abigail—. Es una mentirosa. Elle me robó algo a mí.   

—¿Eso es cierto, señorita Ximena?   

«¡Dios, ayúdame!», se dijo Abigail.   

—Yo no he robado nada, profesora. De verdad. Créame, por favor. 

—Disculpe, profesora —intervino una de las amigas de Ximena—. Ella no robó nada, no existen indicios de su culpabilidad.   

—Muy bien, señorita —dijo la profesora. 

—Yo tengo una fotografía donde aparece ella levantando mi reloj —afirmó Abigail. 

En ese instante sonó el timbre y la profesora de matemáticas apareció en el pasillo. 

La maestra de música, a punto de creer en la versión de Ximena, miró a la segunda de las amigas, que se puso muy nerviosa y no pudo sostener la mentira que había creado Ximena. La chica de estatura baja se puso roja. 

—¡Es un reloj hermoso! 

—Oh, ¿tú eres amiga de Ximena? —preguntó la profesora.   

—¡Ella nos mostró algo que se encontró! —dijo y se tapó la boca, como arrepentida de haberlo dicho.   

—Muy bien, señorita, me encanta su honestidad.   

—No robé nada, solo encontré algo en el piso. Eso no es robar —atacó Ximena, pero no pudo contra el peso de la verdad.   

—¿Qué te encontraste? —preguntó la profesora con indulgencia.  

Ximena suspiró y sacó de su mochila el reloj de bolsillo que recogió del suelo.   

—Eso es de mí —intervino Abigail.  

—No sabía que era de ella. —dijo Ximena avergonzada. 

—Qué no se repita, señorita —concluyó la profesora y se marchó. 

Abigail recuperó su objeto de valor y regresó al curso donde Tania ya se encontraba sentada. Por muy poco, Ximena evadió la dirección, por ser el inicio del año escolar. Ella recordó que su libro de álgebra lo tenía en el compartimento de la mochila, aunque ese asunto ya no tenía relevancia.

Luego de clases, Ximena se reunió con sus dos amigas en el patio del colegio. Había algunas cuestiones que debía tratar con ellas.   

—¿Qué te pasó, Yolanda? —preguntó Ximena con enfado.   

—Lo siento, Xime, no pude controlar mi nerviosismo y la verdad fue más fuerte que yo —dijo Yolanda cohibida.   

—Yo sugerí guardar el objeto en otro sitio. Había menos probabilidad de que alguien hubiese sospechado —dijo Zoila con certeza.  

—¡Ya no quiero saber nada! —exclamó Ximena—. Quiero que investiguen a esa chica de pelo castaño, para saber si tiene algo malo en su expediente.  

—Claro que sí —dijo Yolanda.   

—Me parece razonable —dijo Zoila.   

—Veremos quién gana esta vez —concluyó Ximena para sí misma.   

Al mediodía, en casa de Abigail, Sabina usaba la aspiradora para limpiar todos los recovecos de la casa, gobernados por la suciedad. Por momentos, la mugre se sentía a gusto con la cerámica y se negaba a irse. Un débil Renán roncaba en el dormitorio. Los achaques de la edad lo habían relegado a la cama.   

De pronto, el polvo llegó a la habitación de Abigail. Sabina era consciente de que su nieta siempre cerraba la puerta de su alcoba antes de ir al colegio. Pero con su aspiradora descubrió que no estaba cerrada. Sin querer, abrió la puerta que, a veces, se abría fácilmente hasta con un soplido. Fue una oportunidad única para limpiar el cuarto de su desordenada nieta. Abigail ya había postergado la limpieza de su alcoba en muchas oportunidades.

Sabina entró a la habitación y vio el desorden más de cerca y no le gustó para nada. Una vez dentro, se puso a ordenar antes de que su nieta llegara a prolongar la vida de la desidia que se aferraba con uñas y dientes. Hace tiempo que no ponía un pie en su habitación y se sentía especial.   

Sabina se sorprendió al ver envoltorios en la cama, ropa arrugada, objetos en el lugar equivocado. Cerca de la mesa de escritorio, había montones de periódicos viejos que nacían de una caja vieja de cartón. Sabina pensó que era momento de sacar lo viejo de su alcoba. Pero un periódico llegó a sus manos, con una revelación que no quería saber o era muy pronto para darse a conocer. Qué hacía un periódico de hace quince años ahí; un título que le desgarraba por dentro. Tal vez, ese periódico no hubiera existido si su hija le hubiera contestado el teléfono. La fotografía principal de aquel suceso fue veneno para su corazón. No quería verlo, no sabía porque lo estaba viendo. En vez de acercarse, quería irse. Ese papel viejo y sucio no debía llegar a los ojos de su nieta: sería devastador. Esconder la verdad durante tanto tiempo no había sido fácil. 

Sabina salió de la alcoba y su semblante cambió completamente, como si hubiera salido del mismo infierno. Ya no traía la aspiradora, pero tenía un periódico viejo que no debía salir de la casa. Solo su esposo tenía el derecho de saber sobre su desafortunado hallazgo.   

Sabina entró al dormitorio donde se hallaba un hombre acostado y un sombrero triste.   

—Renán, viejo —susurró Sabina. 

—Qué pasa, vieja —dijo el hombre con la voz acompasada.  

—Tú crees que es momento de avisarle a Abigail sobre... Tú ya sabes.   

—¿Perdiste la cabeza, vieja? Ni se te ocurra.

—Es que... Mejor no me hagas caso.   

Sabina regresó a la habitación a sacar la aspiradora, pero dubitativa en todo momento. En una mano tenía el periódico que pensaba romper. Pero cabía la posibilidad de que Abigail lo hubiese leído mucho antes: esa posibilidad la aterraba, pero la negación no era tan espantosa. Sabina solo debía sacar la aspiradora del cuarto y cerrar la puerta, como si nunca hubiera entrado. Fue más fácil imaginarlo que hacerlo.   

La aspiradora finalmente quedó afuera, pero el periódico se le escapó de las manos. Sabina se agachó para levantarlo.   

—Abuela...   

Sabina tuvo un exabrupto y su mano no alcanzó el periódico.   

—Abigail, me asustaste —dijo Sabina. 

—Sí, perdón... ¿Pero cómo entró a mi habitación?   

—Estaba abierta, hija.   

—Ah, bueno, ¿y pensaba limpiar mi cuarto o qué?   

—Sí, lo iba a hacer ahora mismo.   

—Ah, bueno, no se preocupe. Siempre me dice que debo limpiar mi cuarto. Bueno pues, ahora voy a limpiar.   

—No, hija, yo lo limpio. 

—No quiero más regaños por no limpiar mi cuarto.   

—Pero, hija.

—No me diga hija. 

Abigail cerró la puerta y Sabina no encontró más palabras para convencerla. No podía estar así, viviría en ascuas toda su vida hasta que no viera aquel periódico en cenizas. Solo deseaba que su nieta no leyera la noticia y reconociera a su madre. 

En cambio, Abigail miró abajo y vio el periódico viejo y sucio. Apenas lo vio cuando lo levantó a regañadientes y lo puso junto a los demás periódicos que necesitaba para forrar sus carpetas.

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